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DOMINGO DE RAMOS 28-3-21

Y la gente lo aclamaba:
«¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David!
¡Hosanna en las alturas!».
Jesús entrando de esta manera a Jerusalén está cumpliendo con la antigua profecía de
Zacarías:
“¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia
ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna. El
suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y
proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Río
hasta los confines de la tierra” (9,9-10)
Pero Jesús cumple con esta profecía no del modo esperado. El pueblo de Israel esperaba
una liberación por la fuerza militar y política. Pero Jesús vino a traer una liberación más
profunda, que es la causa de todos los males: el pecado. El mal, las guerras, las
opresiones, todas nacen en el corazón del hombre herido por el pecado.
Ellos, finalmente, ¿comprenderán que Jesús es el Rey no como se lo esperaba pero sí el
que necesitamos? Lo veremos en un rato cuando leamos la Pasión de Cristo…
* * *
Una vez más estamos conmemorando la entrada del Señor a Jerusalén, su pasión y
muerte.
Un día donde queda de manifiesto el contraste entre la alegría por la entrada de Jesús
como un Rey, montado en burro, aclamado y recibido y los gritos de la multitud
pidiendo su crucifixión. El contraste es muy fuerte, quizá no nos sorprende por que
escuchamos muchas veces estas lecturas.
¿Cómo se cambió esta alegría y veneración como todo un rey a ser ejecutado como el
peor de los criminales? ¿Cómo pasamos de esto a lo otro?
La respuesta está en el mismo texto: Jesús fue entregado por los sumos sacerdotes a
Pilato por envidia. Estas mismas autoridades incitaron a la gente para que rechazara a
Jesús, quizá decepcionados porque este rey no actuó como esperaban.
Jesús vino a anunciar el Reino de Dios, curó, salvó a otros, su mensaje era escuchado y
lindo, pero cuando tocó el poder, ahí ya no lo pudieron soportar.
El Señor se había metido con el centro del poder religioso de Israel: el Templo. Que ya
no era la casa de Dios, ni casa de oración sino una cueva de ladrones.
Jesús con sus actos, muestra que viene de Dios a cambiar esto. Porque esa forma de
culto ya no iba más: ya no servían más los sacrificios de animales en el templo. Porque
Jesús, desde ahora, es el único Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, de una
vez y para siempre. Ahora él es el Templo donde se debe adorar a Dios.
El Señor había dado pruebas más que suficientes para por lo menos provocar las dudas
y la apertura de su Pueblo (milagro, enseñanza con autoridad, etc). Pero la dureza de
corazón pudo más. Al final nadie quiso ceder el poder, nadie quiso bajarse del trono que
solo le pertenece a Cristo.
Y es así como el más inocente de los hombres es llevado a la peor de las muertes. Es así
como la maquinaria del mal, de la oscuridad y la corrupción, se ensañan cruelmente con
el hombre más bueno y bello, nuestro Señor Jesús.
Pero Dios igualmente pudo realizar su voluntad. A pesar de todo el mal que hicieron, el
Señor cargo sobre sí todos nuestros pecados, en esa cruz bendita cargó con nuestras
culpas ayudado por un hombre que pasaba por ahí: Simón de Cirene.
Por ese gran amor que nos tiene soportó toda clase de humillaciones, burlas, y el
rechazo de quienes deberían haberlo escuchado con mayor docilidad.
Hoy es un día para contemplar a Jesús en la cruz y volvernos a maravillar por tan gran
amor. Porque es demasiado, es desbordante. Totalmente inmerecido. ¿Quién daría su
vida por gente así? Y sin embargo, sin dudarlo él lo hace.
En la cruz, soportando el dolor de los clavos, se asocia a todas las personas que han
sufrido, sufren y sufrirán. Reza a su Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?». Jesús sufre la soledad como tantos otros la han sufrido.
Finalmente antes de morir, da un fuerte grito. Nosotros gritamos cuando no nos
sentimos escuchados, o cuando estamos lejos. Jesús, el enviado de Dios, la Palabra
hecha carne, no es escuchado. Por eso grita.
Una vez que entregó su Espíritu, al verlo morir así el centurión lo proclama como Hijo
de Dios. También sucede algo importantísimo: el velo del Templo se rompió. Es decir,
que ya no existe más lo que separaba a Dios de los hombres. Ahora, gracias a su muerte,
tenemos abiertas las puertas de la salvación.
Jesús, muerto en la cruz nos habla sin palabras ya. La imagen es contundente. Jesús está
en su trono que es la cruz, también es el altar del sacrificio. Coronado sí pero de espinas.
Este es nuestro Señor y Rey. Es el amor más fuerte que la muerte, la luz que vence a la
oscuridad.
Y así como los discípulos tenemos que recordar que en la cruz no se termina todo.
Muere Jesús por un propósito, para vencer a la muerte resucitando al tercer día. Esa es
su promesa.
Queridos hermanos, esta semana santa, es un tiempo muy especial para dejarnos renovar
en la fe, esperanza y amor. Para dejarse amar por Jesús una vez más. Para volver a
decirle que sí: sí, Señor, mi Rey, mi Vida, quiero seguirte, quiero creer y confiar más.
Quiero volver a empezar. Quiero descansar en tus brazos, como descansa la oveja
perdida en brazos del Buen Pastor.
Te alabamos Cristo y te bendecimos porque por tu santa Cruz redimiste al Mundo.

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