“Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión” Mc 6,7-13
Esta misión, este envío a predicar, a exhortar a la conversión tiene su raíz en el envío del Hijo de Dios que ha hecho el Padre. Ya lo decía Jesús en el evangelio de san Juan: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (20,21). Y esa Palabra de Jesús sigue hoy resonando en muchos corazones, en muchos que se animan a responder a este llamado. En la segunda lectura escuchábamos que: El Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo; nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor; El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, en Cristo; En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados; Nos dio toda sabiduría y entendimiento; El nos hizo conocer el misterio de su voluntad: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo; En Cristo somos herederos, y destinados a ser los que ponen su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria. En él, ustedes, los que escucharon la Palabra de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. En el bautismo. La invitación de hoy es a releer esta lectura en casa, y a reconocerte en este plan de Dios. Porque así es: tenemos la gracia inmerecida de poder participar de la misión de Jesús. Y Dios se goza de que así sea. La Palabra que anunciamos no es nuestra palabra, es la de Dios. Por eso es poderosa. No nos anunciamos a nosotros mismos sino a Jesús. Es una enorme gracia poder participar de esto. La Iglesia es misionera por naturaleza. Ellos ayer y nosotros hoy somos enviados a predicar y a llamar a la conversión a todos. Que dar a conocer a Jesús sea nuestra alegría, que sea nuestra vida entera.