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Edmundo Santamaría
¡Hola! Soy Conchita y soy atlixquense de Puebla, México.
Hoy es veintiséis de octubre y es mi cumpleaños, ¡ya son ocho!
También hoy se cumple un año desde que tengo —o tuve— una mascota.
Es una gallina. Creo que huyó porque desde la mañana no la he visto y
tengo una sensación de dolor de estómago, creo que por la preocupación.
Voy a contarte la historia completa. El día que la conocí, mi papá, don
Miguel, la traía entre las manos. Era una pollita que parecía una pelotita
amarilla de algodón, se veía pachoncita y tierna. También hacía un ruido
agudo y delgado que repetía una y otra vez: «pío, pío, pío», ¡bien dulce!
Doña Maclovia, mi madre, decía estar sorprendida de que mi papá
tuviera entusiasmo y alegría en esos días de revolución y de que llevara a
la casa un animalito para que jugara conmigo. En realidad no le gustó
que llegara mi mascota.
Creo que entendí a mi mami. Los revolucionarios nos habían dejado sin
nada, quemaron la hacienda y no teníamos comida. Hacían falta
alimentos, no más bocas para alimentar.
Los primeros días en que la pollita estuvo en mi casa hicimos muchas
cosas: la llevé a la iglesia y el señor cura la bautizó, le puso el nombre
que yo dije, ¡Aurora!
Pasó el tiempo y la vi cambiar de color; dejó el amarillo y se puso
blanca. Dejó de ser chica y se transformó en grande y gorda ...Y, bueno,
ya grande y gorda sí le simpatizaba más a mi madre. ¡Qué extraño!,
¿verdad?