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Textos para la meditación ejercicios
espirituales
Día 1
Las tentaciones en el seguimiento a Cristo
Texto bíblico: Eclesiástico 2, 1-18
Haciendo referencia al pasaje final del Evangelio de día (Juan 16, 5 -11), el Pontífice
comenzó la homilía explicando cómo el Señor dice «que será el Espíritu Santo quien nos
haga entender que el príncipe de este mundo ya está condenado». Como consecuencia
«nosotros debemos pedir al Espíritu Santo la gracia de entender bien esto» y esto es que «el
demonio es un derrotado». Cierto, el Papa advirtió enseguida que «no está muerto, está
vivo»; al máximo «podemos decir que es un moribundo», pero es también «un derrotado».
Por este motivo «no puede prometer nada, no puede darnos la esperanza de construir algo.
No, es un derrotado».
Sin embargo, aunque «nosotros sabemos que está derrotado», advirtió Francisco, «en la
vida no es fácil interiorizar este concepto, llevarlo a nuestra convicción». Y el porqué es
fácil de comprender: «antes de todo porque el diablo es un seductor y nos gusta ser
seducidos. A nosotros —subrayó el Papa con énfasis— nos gusta. Y él sabe cómo acercarse;
sabe qué palabras decirnos. Despierta nuestra curiosidad, porque todos somos curiosos, y
nuestra vanidad: “¿Pero qué dice este?”». En resumen, lo «que le sucedió a Eva, nos sucede
también en nosotros. A nosotros: “¡Probad esto! No es como vosotros pensáis, no...”. Es la
seducción». Además, prosiguió el Pontífice, «a nuestra vanidad le gusta que piensen en
nosotros, que nos hagan propuestas... Y él tiene esta capacidad; esta capacidad de seducir».
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Por tal motivo «es tan difícil entender» que se trata de «un derrotado; porque él se presenta
con gran poder: te promete cosas, te lleva regalos —bonitos, bien envueltos— “¡Oh, que
bonito!” —pero tú no sabes qué hay dentro— “Pero, el papel de afuera es bonito”. Nos
seduce con el paquete sin hacernos ver qué hay dentro. Sabe presentar a nuestra vanidad, a
nuestra curiosidad, sus propuestas». De hecho, añadió el Papa con una imagen evocadora,
«va a morir, pero como el dragón, como el cocodrilo —que cuando va a morir los cazadores
dicen: “No te acerques al cocodrilo, porque con un golpe de la cola te puede mandar al otro
mundo— es peligrosísimo». Y «es un seductor. Se presenta con todo el poder. Y nosotros,
tontos, creemos».
«Estad atentos» advirtió el Pontífice, reiterando que «debemos estar atentos al diablo.
“¿Qué debo hacer, padre?”. Siempre viene esta pregunta: “Padre, ¿qué hago ante este diablo
derrotado, pero astuto, mentiroso, seductor que quiere tomarme para sí? ¿Qué debo
hacer?”». Francisco respondió recordando que «Jesús nos dice, lo dice a los apóstoles, qué
hacer: vigilar y rezar. “Vigilad y rezad”: primera cosa. Y cuando rezamos el Padre Nuestro
pedimos la gracia de no caer en tentación, que nos proteja para no resbalar en la tentación».
Por tanto la primera arma es la «oración». Pero, añadió, «cuando la seducción es fuerte —
nosotros nos damos cuenta, pero él trata de iluminarnos con su luz artificial— penitencia,
ayuno». Otras armas por tanto en el arsenal de los cristianos para esta lucha; de hecho «Jesús
dice del diablo en estos momentos más fuertes: “A este se le vence con oración y ayuno”».
El Señor es claro: «vigilad, rezad y después, por otra parte, dice: oración y ayuno. Solamente
con esto».
Antes todavía, hay una ulterior sugerencia de Francisco. «otra cosa que debemos hacer
es no acercarnos. Un padre de la Iglesia dice que “el diablo es un perro enfadado —o mejor
rabioso— y encadenado”. Él está encadenado. ¿Pero no vas a hacerle una caricia? No vayas
a hacerle una caricia porque te muerde, te destruye. Él allí, yo aquí». Por tanto «no
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acercarse», porque «si yo sé que si espiritualmente me acerco a ese pensamiento, si me
acerco a esas ganas, se yo voy a esa parte o a la otra, me estoy acercando al perro enfadado y
encadenado. Por favor, no lo hagas», recomendó Francisco describiendo las posibles
consecuencias en un diálogo imaginario: «“Yo tengo una herida grande...” — “¿Quién te la
ha hecho?” — “El perro” – “¿Pero estaba encadenado?” — “Eh, sí, yo fui a acariciarlo” —
“Pero te lo has buscado”. Precisamente «así», observó Francisco: «no os acerquéis nunca»
pensando que «está encadenado. Dejémoslo ahí encadenado».
Finalmente, la última advertencia del Papa: «otra cosa que debemos hacer: estar atentos
y no dialogar con el diablo. Eva cayó por dialogar. Él vino: “Pero come, por qué...” — “No,
pero si el Señor...”, Pobrecilla: se creyó una gran teóloga y cayó». Sin embargo «no
dialogar», visto que «Jesús nos da el ejemplo. En el desierto, cuando el diablo lo lleva a la
tentación —las tres tentaciones— ¿cómo responde Jesús»? Se preguntó el Papa. «Con las
palabras de Dios —fue la respuesta decidida— con la palabra de la Biblia. Nunca con una
palabra suya; no dialoga con él. Jesús expulsa a los demonios, les expulsa o responde con la
palabra de Dios. Algunas veces, pregunta el nombre. No hace otro diálogo con ellos». En
resumen «con el diablo no se dialoga, porque él nos vence, es más inteligente que nosotros.
Es un ángel; es un ángel de luz. Y muchas veces se acerca a nosotros haciendo ver esta luz,
pero ha perdido la luz, y se disfraza como ángel de luz, pero es un ángel de sombra, un ángel
de muerte».
Día 2
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Los últimos serán primeros, y los primeros los
últimos
Texto bíblico: Mt 20, 20-28
Preguntas para la reflexión
• ¿Qué entidad tiene esta «tentación en mi vida»?
• ¿Cuáles son mis aspiraciones?
• ¿Sirvo o me sirvo?
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encuentran tanto en los seminarios como en los presbiterios: la falta de una verdadera
cercanía fraternal entre los sacerdotes. Sí, todos con una gran sonrisa, pero luego se van y en
pequeños grupos se despellejan. Esto no es cercanía, es falta de fraternidad. Y la cuarta: la
cercanía al pueblo de Dios. Si no hay cercanía con el pueblo de Dios, no eres un buen
sacerdote. Y esa cercanía se mantiene y se ejerce a través del ministerio, en este caso,
semanal.
«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace
algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras
plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio
que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se
siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual
que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos
dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al
mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados
de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que
hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros
descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
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atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos
decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón.
También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una
vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos
nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más,
esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa
pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela,
se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado
rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos
dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus
llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos
escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos
continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.
Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una
llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta
Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón»
(Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el
momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta
verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el
tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos
mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado
dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y
generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo
nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas
— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del
último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de
nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en
los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad,
voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se
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salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos,
descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno»
(Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de
no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas,
docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y
transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración.
Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio
silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que
necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al
Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida.
Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos,
experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios:
convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en
nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar
esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde
todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual.
Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos
sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para
que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos
sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas
cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro
lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a
aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No
apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la
esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente,
abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a
la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios
donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de
fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y
dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos
ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza
de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde
este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor,
a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso.
Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un
abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y
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consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos
miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No
tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro
agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P5,7).
Día 3
Nadie os podrá quitar vuestra alegría
Texto bíblico: Jn 16,16-24
1. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran
con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío
interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta
Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa
evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los
próximos años.
2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es
una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza
de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los
propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se
escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el
entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente.
Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la
opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida
en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
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setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá
quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite
levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que
siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos
declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia
adelante!
Zacarías, viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que llega «pobre y montado
en un borrico»: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey,
justo y victorioso!» (9,9).
Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra
al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su
pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto: «Tu Dios está en medio de ti,
poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos
de júbilo» (3,17).
Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como
respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus
posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta
ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!
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resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20). El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en
la primera comunidad «tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos
pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se llenaban de
gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su camino» (8,39), y el
carcelero «se alegró con toda su familia por haber creído en Dios» (16,34). ¿Por qué no
entrar también nosotros en ese río de alegría?
6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco
que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a
veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote
de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que
sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse,
como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me
encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que
me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura.
Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio
la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).
8. Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte
en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad.
Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le
permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más
verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido
ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de
comunicarlo a otros?
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• ¿Cuáles son nuestras tristezas y sus causas? ¿Insatisfacciones personales? ¿Crisis de
fe? ¿Decepciones?
• ¿En qué se manifiesta? ¿En inhibiciones, ausencias, repliegue sobre uno mismo? •
Cuándo la tristeza me envuelve, ¿dónde está Jesús?
Hoy quisiera subrayar cómo esta novedad de vida nos abre a acoger a cada pueblo y
cultura y al mismo tiempo abre a cada pueblo y cultura a una libertad más grande. San
Pablo, de hecho, dice que para quien se adhiere a Cristo ya no cuenta ser judío o pagano.
Cuenta solo «la fe que actúa por la caridad» (Gal 5,6). Creer que hemos sido liberados y
creer en Jesucristo que nos ha liberado: esta es la fe activa por la caridad. Los detractores de
Pablo —esos fundamentalistas que habían llegado allí— lo atacaban por esta novedad,
sosteniendo que él había tomado esta posición por oportunismo pastoral, es decir para
“gustar a todos”, minimizando las exigencias recibidas de su más estricta tradición religiosa.
Es el mismo discurso de los fundamentalistas de hoy: la historia se repite siempre. Como se
ve, la crítica en relación con toda novedad evangélica no es solo de nuestros días, sino que
tiene una larga historia a las espaldas. Aun así, Pablo no permanece en silencio. Responde
con parresia —es una palabra griega que indica valentía, fuerza— y dice: «Porque ¿busco
yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si
todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal 1,10). Ya en su
primera Carta a los Tesalonicenses se había expresado en términos parecidos, diciendo que
en su predicación nunca había usado «palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, […]
ni buscando gloria humana» (1 Ts 2,5-6), que son los caminos del “fingir”; una fe que no es
fe, es mundanidad.
El pensamiento de Pablo se muestra una vez más de una profundidad inspirada. Acoger
la fe conlleva para él renunciar no al corazón de las culturas y de las tradiciones, sino solo a
lo que puede obstaculizar la novedad y la pureza del Evangelio. Porque la libertad obtenida
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de la muerte y resurrección del Señor no entra en conflicto con las culturas, con las
tradiciones que hemos recibido, sino que más bien introduce en ellas una libertad nueva, una
novedad liberadora, la del Evangelio. La liberación obtenida con el bautismo, de hecho, nos
permite adquirir la plena dignidad de hijos de Dios, de forma que, mientras permanecemos
bien arraigados en nuestras raíces culturales, al mismo tiempo nos abrimos al universalismo
de la fe que entra en toda cultura, reconoce las semillas de verdad presentes y las desarrolla
llevando a plenitud el bien contenido en ellas. Aceptar que nosotros hemos sido liberados
por Cristo —su pasión, su muerte, su resurrección— es aceptar y llevar la plenitud también a
las diferentes tradiciones de cada pueblo. La verdadera plenitud.
Por otro lado, la cultura está, por su misma naturaleza, en continúa transformación. Se
puede pensar en cómo somos llamados a anunciar el Evangelio en este momento histórico
de gran cambio cultural, donde una tecnología cada vez más avanzada parece tener el
predominio. Si pretendiéramos hablar de la fe como se hacía en los siglos pasados
correríamos el riesgo de no ser comprendidos por las nuevas generaciones. La libertad de la
fe cristiana —la libertad cristiana— no indica una visión estática de la vida y de la cultura,
sino una visión dinámica, una visión dinámica también de la tradición. La tradición crece
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pero siempre con la misma naturaleza. Por tanto, no pretendamos tener posesión de la
libertad. Hemos recibido un don para custodiar. Y es más bien la libertad que nos pide a
cada uno estar en un constante camino, orientados hacia su plenitud. Es la condición de
peregrinos; es el estado de caminantes, en un continuo éxodo: liberados de la esclavitud para
caminar hacia la plenitud de la libertad. Y este es el gran don que nos ha dado Jesucristo. El
Señor nos ha liberado de la esclavitud gratuitamente y nos ha puesto en el camino para
caminar en la plena libertad.
Día 4
Lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿Qué
recibiremos entonces?
Texto bíblico: Mt 19,16-30
Nota: Para este día propongo que cada uno haga por escrito un texto donde pueda
plasmar su propia experiencia de que ha dejado para seguir al Señor
Preguntas para la reflexión
• ¿Mi vida es una realidad «asegurada» o «entregada»?
• ¿Confío realmente en la Providencia de Dios?
• ¿En quién confío más, en los hermanos o en los «medios»? ¿Cuáles son mis afanes?
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No recordéis lo pasado… yo hago algo nuevo, ya
está brotando, ¿no lo notáis?
Texto Bíblico: Salmo 137, 1-9
El seguimiento continúa...
No son estas, evidentemente, las únicas tentaciones o distorsiones que pueden surgir en
el camino del seguimiento del Señor, pero sí pueden servir para hacer una revisión profunda
del mismo.
«Elegid a quién queréis servir... Yo y los míos serviremos al Señor» (Jos 24,15). Fue la
propuesta que hizo Josué al pueblo al final de la conquista de la Tierra Prometida:
Elegid. «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,67) fue la pregunta que formuló
Jesús a los que lo seguían, ante el abandono de algunos que desertaron del grupo frente los
problemas que iban surgiendo en torno a él. En el fondo de todo este planteamiento subyace
un problema, el de la fidelidad.
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«Muchos se confiesan hombres bondadosos, ¿pero quién hallará un hombre el?»
(Prov 20,6). Este proverbio advierte que, ya desde antiguo, la fidelidad se consideraba un
valor precioso y escaso. También hoy es valorada y añorada.
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Una fidelidad que es fuente de esperanza, pues «si nosotros somos infieles, él
permanece el, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2,13; Rom 3,3-4), y que, para
decirlo con una frase de la Segunda Carta de san Pedro, reside en «poner el mayor empeño
en afianzar la vocación y elección» que hemos recibido del Señor (2 Pe 1,10). Y nadie hay
sin esa vocación.
HORARIOS
LUNES, 27 DE FEBRERO
6:30 a.m. Laudes solemnes Incluida Lectura Patrística
7:30 a.m. Desayuno
9:00 a.m. Primera meditación dirigida
9:45 a.m. Meditación personal
10:15 a.m. Refrigerio
11:30 a.m. Lectio Divina
12:30 p.m. Almuerzo
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Aseo de la casa
3:00 p.m. Segunda meditación dirigida
3:45 p.m. Meditación Personal
4:30 p.m. Refrigerio
4:45 p.m. Meditación personal
5:30 p.m. Santo Rosario (Peregrino)
6:00 p.m. Eucaristía (Con vísperas incluidas)
7:00 p.m. Cena
8:00 p.m. Completas
MARTES, 28 DE FEBRERO
6:30 a.m. Laudes solemnes Incluida Lectura Patrística
7:30 a.m. Desayuno
9:00 a.m. Primera meditación dirigida
9:45 a.m. Meditación personal
10:15 a.m. Refrigerio
11:45 a.m. Hora intermedia (Sexta)
12:30 p.m. Almuerzo
Aseo de la casa
3:00 p.m. Segunda meditación dirigida
3:45 p.m. Meditación Personal
4:30 p.m. Refrigerio
4:45 p.m. Meditación personal
5:30 p.m. Santo Rosario (Peregrino)
6:00 p.m. Eucaristía (Con vísperas incluidas)
7:00 p.m. Cena
8:00 p.m. Completas
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11:30 a.m. Santo Rosario (Peregrino)
12:15 p.m. Hora intermedia (Sexta)
12:30 p.m. Almuerzo
Aseo de la casa
3:00 p.m. Segunda Meditación dirigida VIERNES, 3 DE MARZO
3:45 p.m. Meditación personal 7:00 a.m. Laudes
4:30 p.m. Refrigerio 7:20 a.m. Santo Viacrucis
6:00 p.m. Adoración Eucarística 8:00 a.m. Desayuno
Vísperas 9:00 a.m. Primera meditación dirigida
7:00 p.m. Cena 9:45 a.m. Meditación personal
8:00 p.m. Completas 10:15 a.m. Refrigerio
11:00 a.m. Eucaristía solemne de clausura
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REPARTO LITURGIA
Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes
Laudes/Sexta Jaime Esteban Miller Alejandro Jorge Armando Juan Esteban Cruz José Carlos López
Ramírez Polanco López
Acólito Rafael Andrés Freider Tovar Julián Gárzon Alberto Carlos Edilson Blasquez
Muñoz Góngora Rebollo Aragonez
Vísperas/Completas Hugo Fernando Wilfredy Muñoz Oscar Javier Toro Julian Tovar Aranda Yorman Daniel
Laguna V Liscano
Incensario Daniel Felipe Enuar Luna Avilez Harold Osorio Nicolas Gordo
Rugeles
Naveta Fabio Andrés Oscar Javier Sanchez Duvan Felipe Jaime Esteban
Méndez Gutierrez Ramírez
Comentarista Hugo Fernando Harold Osorio Julian Tovar Aranda
Laguna
Lectura Patristica Reynaldo Jovel Juan Camilo Ortíz
Rojas
Primera Lectura Oscar Javier Nicolas Gordo Freider Tovar Carlos Ramírez Oscar Javier Toro
Sanchez Góngora Morea
Salmo Santiago Ferro Jhon Daiderson Santiago Fernandez Yoher Reverol Fabio Andrés
Méndez
Santo Rosario Área Espiritual Área Comunitaria Área Intelectual Área Pastoral
Lectio Divina Ciclo de Ciclo de
Discipulado Configuración
Viacrucis Área
Canto Freider Tovar Edilson Blasquez Edilson Blasquez Freider Tovar Freider Tovar
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