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Sollozos en el silencio del paisaje

Caminando me hallaba aquél verano.


Mis pasos lentos pisaban hojas secas
y, con sosiego absoluto y liviano,
acompañaban mis penas.

Resonó un crujido callado en la calle.


En el vacío del paisaje trinó,
trinó un gorrión que en el suelo reposaba
y, solitariamente, sollozaba.

Sostuve a la delicada ave desconsolada,


sentí en mis manos la calidez de su vida.
Con voz levemente dormida
le hablé mientras esperaba la llegada.

-¿Por qué irte en esta triste avenida?


Tú, pájaro explorador de mundos.
¿Por qué escoger un lugar tan solitario?
Tú, que recorres las tierras más hostiles.
Cuéntame el por qué, pues convencido estoy:
tus ojos vieron más de lo que yo nunca veré.

Murmuró un canto frágil,


tan frágil que se desvanecía en la brisa.

-Viajero soñador… Tú y yo somos parecidos;


ambos soñamos con explorar tierras lejanas,
lejanas como aquél cielo y las estrellas hermosas,
mas en esta tierra permanecemos, atados.
Nunca vi las estrellas tan cercanas como ahora,
nunca antes me había sentido tan cercano al cielo,
mas sé que todo eso falso es,
pues yo carezco de alas que me alcen.

Me pregunto qué habrá tras esa colina;


escuché hace mucho que ahí se halla el mar,
el mar mismo donde el camino culmina.

Culminan todas las penas que uno tuvo,


y en aquél mundo podré volar alto, viajero.
No será como esta tierra que me retuvo,
sino un extenso sendero placentero.

Estamos en una avenida pasajera,


pasajera como la soledad que nos rodea.
Cuando llegues a donde yo me dirijo,
una vez más nos encontraremos;
nos encontraremos al borde de una ribera,
y ahí, el mundo que nos espera exploraremos.

- Cuéntame, cuéntame criatura sin alas.


¿Por qué lloras entonces?
Nada te queda en estas tierras,
mas ese mar lejano de ahí,
el mismo mar al que todos temen,
el mismo donde nadie quiere parar,
te dará todo aquello que anhelas.

¿Acaso no estás contento?


Cuéntame, pobre criatura, pues convencido estoy:
tus alas recorrerán más de lo que yo nunca recorreré.
- Razón no te falta, viajero,
mas no puedo evitar pensar en mi yo pasajero.
Si uno muere sin haber vivido,
la vida misma carece de sentido…

-Tú perteneciste siempre al mar,


el mar al que todos tememos;
donde todos llegaremos,
donde capaces seremos de volar.

Le hablé, y el silencio respondió.

Caminando me hallaba aquél verano.


Mis pasos lentos pisaban hojas secas
y, con silencio absoluto y liviano,
acompañaban mis penas.

Sonó un crujido mudo en la calle.


En el vacío del paisaje partió,
partió un gorrión que en el suelo reposaba
y, sosegadamente, descansaba.

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