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VIII Jesús se encuentra a las mujeres de Jerusalén.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al
mundo”.

Salid, y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con la corona, con que le coronó su madre
en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón (Cant 3, 11).

Es la voz de la Iglesia, que invita a las almas de los fieles a contemplar cuán admirable
y precioso es su esposo. Porque las hijas de Sión son las mismas que las hijas de
Jerusalén, las almas santas, ciudadanos de aquella suprema ciudad, las cuales disfrutan
de paz perpetua en compañía de los Ángeles, y por consiguiente, contemplan la gloria
del Señor.

Salid, esto es, salid de la vida turbulenta de este siglo, para que podáis contemplar con
la mente expedita al que amáis. Y ved al rey Salomón, es decir, al verdadero Cristo
pacífico. Con la corona con que le coronó su madre; como si dijese: considerad a Cristo
revestido de la carne por nosotros, carne que tomó de la carne de la Virgen, su Madre.
Pues llama corona a la carne, que Cristo tomó por nosotros, en la que, habiendo muerto,
destruyó el imperio de la muerte; y en la que, resucitando, nos dio la esperanza de
resucitar.

Salid, pues, y salid de las tinieblas de la infidelidad y ved, esto es, entended
mentalmente que aquél que padece como hombre es verdadero Dios. O también, salid
fuera de la puerta de vuestra ciudad, para que lo veáis crucificado en el monte Gólgota.

Comentario al Cantar de los cantares, III

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