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(Siglo XVI)
-El señor Paolo Caliari Veronese, domiciliado en la parroquia de San Manuel, fue
citado por el Santo Oficio a compadecer ante el Sagrado Tribunal, y le fueron
preguntados nombre y apellido.
Contestó como se consigna arriba.
Se le preguntó su profesión.
La política papal en la segunda mitad del siglo XVI no estaba tanto en reforzar
el Estado cuyas bases habían trazado los antecesores de la Silla de Pedro
durante el Renacimiento, sino establecer un absolutismo eclesiástico en Italia lo
más extenso posible. Así vemos, en líneas generales, que la característica
esencial de la Contrarreforma en sus comienzos es el intento de restaurar el
dominio que la Iglesia había ejercido durante la Edad Media. En el campo
intelectual significó la oposición a todas las conquistas del humanismo
renacentista.
El racionalismo individualista había jugado un papel importante en el desarrollo
de la Reforma y era, en consecuencia, anatema para los contrarreformistas. Su
finalidad consistía en deshacer todos los logros del Renacimiento y retornar a
un estado medieval y feudal. El movimiento, en realidad, fue un “contra
renacimiento”, de modo que la Contrarreforma se propuso como principal tarea
la destrucción de la escala humana de valores que constituía el credo humano
y su sustitución por otra de carácter teológico análoga a la que había
mantenido durante la Edad Media.
Uno de los primeros objetivos de los contrarreformistas fue abolir el derecho del
individuo a resolver los problemas relativos al pensamiento y la conciencia
según el juicio de su propia razón personal. En su lugar, querían restablecer la
vigencia del principio de autoridad que los humanistas habían logrado destruir.
Para imponer sus ideas, la Contrarreforma echó mano de dos armas
poderosas: la Inquisición y la Compañía de Jesús.
La Inquisición tenía como concepción implícita impedir libertad alguna en
materia de dogma, de modo que las decisiones de la Iglesia en esta materia
debían seguirse sin discusión. La Compañía de Jesús se concibió como una
organización militar sobre la base de una obediencia absoluta e incuestionable.
El efecto de tales instituciones, y del espíritu que las animaba, fue la
destrucción del pensamiento individual. No se exigía la dedicación a la
inteligencia, sino su sacrificio, de modo que, en consecuencia, los pocos
pensadores que tuvieron suficiente valor para proseguir sus especulaciones,
las dirigieron hacia terrenos puramente abstractos, o bien entraron en conflicto
con el poder establecido, como Giordano Bruno.
Antes de que finalizara el largo Concilio de Trento, el arte estaba no sólo
justificado por la religión, sino también reconocido como una de las armas más
eficaces que podía utilizar la propaganda. En diciembre de 1563, el Concilio
discutió el problema del arte religioso. Carlos Borromeo, luego elevado a los
altares, es el único autor que aplicó el decreto tridentino al problema de la
arquitectura. Sus Instructiones Fabricae et Supellectilis Ecclesiasticae, escritas
poco después de 1572 y publicadas en 1577, tratan con extraordinario cuidado
todos los problemas referentes a la construcción de las iglesias. El tema central
del libro es típico de la Contrarreforma y tendría aún más influencia durante el
siglo XVII: las iglesias y los servicios religiosos deben ser lo más impresionante
y majestuoso posible para que su esplendor y carácter religioso impresionen a
los espectadores ocasionales sin que ellos mismos lo sepan. El hecho de que
los protestantes, contrarios al carácter mundano de las ceremonias romanas,
se opongan por completo a ellas restando toda importancia a la pompa exterior
de los servicios religiosos, dio probablemente una razón a los
contrarreformistas para dar a sus ceremonias un esplendor siempre creciente.
Se apercibieron sin duda del efecto emocional que puede producir una gran
ceremonia religiosa en una asamblea de fieles.
En el prólogo a sus Instructiones, Borromeo alaba la antigua tradición de
esplendor eclesiástico y exige que los sacerdotes y arquitectos se pongan de
acuerdo para mantenerla:
“Se debe tener cuidado de que las puertas no sean arqueadas en la parte
superior (teniendo que ser diferentes de las puertas de la ciudad), sino
cuadrangulares, como se encuentran en las basílicas más antiguas… En la
fachada de la iglesia se abrirán las puertas; en número impar y tantas
como naves haya en el interior. La nave central, si la iglesia no tiene más
que una, ha de tener tres puertas cuando la anchura lo permita (…)”.
“Ha de procurarse que la cara externa de las paredes laterales y del ábside
no se decore con pinturas; las paredes frontales, en cambio, presentan un
aspecto más decente y majestuoso cuanto más se adornan con imágenes
sagradas o con pinturas que representen hechos de historia sagrada (…)”.
“El lugar del coro, separado del lugar del pueblo –como quiere la antigua
costumbre y un motivo de orden- ha de estar cerrado por cancelas
debiendo situarse junto al altar mayor, lo rodeará por delante (a la antigua
usanza) o bien se encontrará detrás del altar (porque así lo requiera el sitio
de la iglesia o del altar, o bien las costumbres de la región)… deben
erigirse más altares; siendo la iglesia en forma de cruz con ábside y
transepto, se dejará en las cabeceras de los dos brazos del transepto un
lugar adecuado para levantar dos altares, uno a la derecha y otro a la
izquierda… Pero si es necesario levantar más altares hay un tercer lugar
adecuado para su colocación: los laterales de la iglesia, tanto el del
mediodía como el septentrional. A lo largo de uno y otro se pueden
construir capillas con altares que pueden sobresalir por fuera del cuerpo de
la iglesia; no obstante, en su construcción, se observarán las siguientes
normas: las capillas han de estar equidistantes entre sí; entre una y otra
debe hacer un espacio tal que en cada lado de cada capilla puedan abrirse
ventanas que introduzcan en ellas suficiente luz.
Si no se pueden construir a esa distancia entre ellas, se construirán
bastante más juntas, pero de forma que en la parte exterior tengan forma
semicircular u octogonal y tengan así luces por los lados.
En las iglesias con naves laterales las capillas responderán con exactitud
al intercolumnio con el fin de que las columnas o las pilastras no interfieran
la vista de las mismas (…) … en la construcción y en la decoración de la
iglesia, de las capillas, de los altares y cualquier otra parte que tenga
relación con el uso y el decoro de la iglesia, no has de expresarse ni
representarse ninguna cosa que sea ajena a la piedad ni a la religión, ni
profana, deforme, torpe u obscena, o que, en fin, ostentando magnificencia
mundana o distintivos de familia, ofrezca la apariencia de una obra gentil.
No se prohíbe, sin embargo, que con vistas a la solidez de la construcción
(si el tipo de arquitectura así lo requiere) se hagan algunos trabajos en
estilos dórico, jónico, corintio u otros semejantes”.
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