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Cuando aprendemos lo más básico del sonido: intensidad, tono y timbre, estamos
entrando en un mundo fascinante y complejo. Y para poder entenderlo, estamos
simplificándolo. De hecho estamos tratando a nuestro sistema auditivo como si fuera
uno más de nuestros inventos para captar y reproducir sonido. Creo que deberíamos
ser un poco más humildes y aceptar que todavía no podemos crear una máquina que
perciba lo que nosotros percibimos con el oído, y aceptar que intensidad, tono y
timbre no son lo único que percibimos. Veamos qué otra información nos
proporcionan nuestros oídos.
Para analizar el sonido, nuestros oídos internos transforman las vibraciones del aire
en vibraciones mecánicas que son transmitidas a la cóclea donde se produce lo que
nuestro cerebro percibe como sonido. En la cóclea las ondas de presión recorren la
membrana basilar, donde dos tipos de células ciliadas (con forma de pelo) las
convierten en impulsos nerviosos. Estos dos tipos son las internas y las externas, las
internas son las encargadas de percibir la información del tono. De las 15.000 células
ciliadas presentes en el oído, sólo 3.000 son internas, el resto son externas (cuatro
veces más), y trabajan de formas muy interesantes. Están organizadas en redes, por
eso no todas tienen conexión con el nervio auditivo, cosa que sí tienen las internas.
Estas redes parecen actuar como analizadores de la forma de onda y como
receptores de bajas frecuencias. Estas dos informaciones, una vez extraídas del
sonido y traducidas a los impulsos nerviosos que entiende el cerebro, nos sirven para
percibir no solo la intensidad de un sonido, sino cualquier cambio de intensidad
dentro de una serie de sonidos complejos (como los que se dan en un ambiente
reverberante). Y esto lo percibimos gracias a la gran sensibilidad que tienen éstas
redes de células ciliadas externas a los límites de las ondas, es decir, al momento
donde una onda empieza o termina. Percibimos estos límites como impulsos, y
somos capaces de encontrar y percibir los más pequeños impulsos, incluso aunque
estén ‘entremezclados’ en un mar de ruidos y reverberaciones. Con la información
proporcionada por estos impulsos somos capaces de distinguir entre timbres
parecidos, podemos escuchar lo que llamamos la textura de un sonido. Son estas
percepciones las que hacen que el sonido analógico tenga ese ‘algo’ diferente, o que
un ecualizador suene distinto a otro cuando en teoría están haciendo lo mismo. Otro
uso que le damos a la percepción de impulsos es la localización del origen de un
sonido, para ello utilizamos la diferencia de tiempo entre la percepción de un oído y la
del el otro, es decir, si nuestro cerebro recibe el impulso desde el oído derecho antes,
y después desde el izquierdo (por ejemplo), nos dice que el origen está a la derecha.
La precisión que podemos alcanzar al localizar un sonido es tan grande que
percibimos diferencias de 2 µseg entre un oído y el otro, es decir 0,000002 segundos.
De modo que para poder escuchar una grabación tan real como la vida misma,
necesitaríamos una lista de equipos que hoy en día no se fabrican, capaces de
trabajar con frecuencias por encima de los 100 KHz desde el micrófono hasta el
altavoz, pasando por previos de micro, ecualizadores, compresores, conversores a
digital, mezcladores, plug-ins, sistemas de grabación y distribución comercial y
conversores a analógico. En el mercado profesional más caro y exclusivo existen
micrófonos capaces de captar frecuencias de hasta 40 KHz, y previos que pueden
amplificar hasta 200 KHz, sin embargo muy pocos ecualizadores o compresores
pueden trabajar por encima de los 60 KHz, prácticamente ningún altavoz puede
reproducir frecuencias mayores de 20 KHz, y al final el mayor obstáculo lo
encontramos en la conversión de analógico a digital. Debido al ‘triunvirato intensidad,
tono y timbre’ y su límite de 20 KHz, estamos trabajando con frecuencias de muestreo
de 44.1 KHz o 48 KHz desde hace más de 20 años, lo que elimina las frecuencias
más altas y con ellas la captación de los impulsos más rápidos, y al final anula más
de la mitad de las capacidades perceptivas de nuestro oído.