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DE GÉNERO
Los numerosos casos que se suscitan diariamente nos invitan a reflexionar no solo sobre la
eficacia (o no) de las medidas de protección, sino, además, sobre la idea de ampliar la mirada
hacia la reparación integral a las víctimas. Al adentrarnos en qué involucra esta reparación,
debemos poner en diálogo al derecho de familia con el de daños, comúnmente aislados por
tildárselos de “incompatibles” y aplicados de manera independiente. Cabe aclarar que la idea
de reparación no supone la sustitución de medidas de protección que establecen las leyes
especiales de protección contra la violencia, sino que complementan la tan mentada
protección. Herrera argumenta que no solo el derecho de familia se ha “constitucionalizado”
o “humanizado”, sino, también, el derecho de daños. Según la autora, se tiene, en general,
una mirada poco “romántica” sobre las virtudes del derecho de daños como respuesta a la
violencia familiar. Esto puede darse por su intrínseca vinculación con aspectos financieros,
patrimoniales y económicos que escapan de la visión interdisciplinaria y conciliadora del
derecho de familia.
Evidentemente, si el derecho de familia es parte del derecho civil y se regula en el CCyCo.,
se nutre de sus principios generales, y es a estos a los que hay que acudir cuando se deben
interpretar las normas. En tal perspectiva, el célebre principio del naeminemlaedere,
receptado por el artículo 19 de nuestra Constitución Nacional, fue recogido por el artículo
1716 del CCyCo., que establece: “La violación del deber de no dañar al otro, o el
incumplimiento de una obligación, da lugar a la reparación del daño causado, conforme con
las disposiciones de este Código”. En efecto, el CCyCo. trae dos figuras novedosas en
materia de responsabilidad civil: por un lado, la función preventiva y, por otro, la función
sancionatoria; en otras palabras, la prevención del daño y su reparación.
En este orden, con respecto a la prevención, el artículo 1710 establece: “Toda persona tiene el
deber, en cuanto de ella dependa, de:
b) adoptar, de buena fe y conforme a las circunstancias, las medidas razonables para evitar
que se produzca un daño, o disminuir su magnitud; si tales medidas evitan o disminuyen la
magnitud del daño del cual un tercero sería responsable; tiene derecho a que este le
reembolse el valor de los gastos en que incurrió, conforme a las reglas del enriquecimiento
sin causa;
Con igual finalidad, la ley 26485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la
violencia contra las mujeres establece la obligación de denunciar los actos de violencia en el
artículo 18, y que las personas que se desempeñen en servicios asistenciales, sociales,
educativos y/o de salud, en el ámbito privado o público, que con motivo o en ocasión de sus
tareas tomaren conocimiento de un hecho de violencia contra las mujeres en los términos de
la ley precitada, estarán obligados a formular denuncias, según corresponda, aun en aquellos
casos en los que el hecho no configure delito.
Asimismo, dicha norma comprende tanto la violencia directa como indirecta. Afirma que por
violencia directa contra todas las mujeres se entiende a “toda conducta, acción u omisión
que, de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado,
basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad
física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, así como también su seguridad
personal”. En lo atinente a la violencia indirecta, se considera “toda conducta, acción u
omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja y
la ley enumera qué conductas quedan comprendidas (física, psicológica, sexual, económica)”.
Podemos concluir, hasta aquí, que podrá reclamar la acción preventiva quien acredite un
interés razonable en la prevención del daño, conforme el artículo 1712 del CCyCo., por ser
los hechos de violencia familiar y contra la mujer, sin duda, hechos antijurídicos. También
podrá hacerlo la propia víctima frente al solo hecho de sufrir hostigamiento o amenazas,
independientemente de la denuncia pertinente (en sede civil y penal) y de una -posible-
acción de reparación posterior.
“Se trata de una ficción legal porque habiéndose cometido delito contra la integridad sexual
la restitución ha de tener un valor simbólico ya que los valores esenciales del ser humano y
los derechos personalísimos son inalienables y no cotizan en un mercado bursátil. Pero, el
valor simbólico del reconocimiento del Estado a la víctima no es menor ya que implica
reconocer públicamente como valiosos y respetables los derechos vulnerados reconocidos, en
este caso, por la Constitución Nacional y por los pactos internacionales con jerarquía
constitucional (derecho a la salud y a la integridad física, psíquica y moral, arts. 41, CN, y 5,
Pacto de San José de Costa Rica). En cuanto a los niños, contra toda forma de perjuicio o
abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación incluido el
abuso sexual y que tienen jerarquía constitucional en virtud de lo establecido por el artículo
75, inciso 22), de la Constitución Nacional...”.
Veamos pues, qué marco jurídico nos brinda en la actualidad el CCyCo. para la admisibilidad
de la vía resarcitoria. En primer lugar, la antijuridicidad, que consiste en toda contradicción
con el ordenamiento jurídico considerado en su totalidad, que podría manifestarse en
cualquier conducta o un estado o situación que experimente una persona humana.
Continuando el análisis, no se puede imponer una sanción resarcitoria si no existe daño que
reparar.
El daño es un elemento del acto ilícito sin el cual no existe la responsabilidad civil, significa
el menoscabo que se experimenta en el patrimonio (daño patrimonial) y/o también, la lesión a
los sentimientos, el honor a las afecciones legítimas (daño moral). Este daño cuya reparación
se persigue, debe estar en relación causal adecuada con el hecho de la persona o de la cosa a
las cuales se atribuye su producción. La relación causal vinculará el daño directamente con el
hecho e indirectamente con el elemento de la imputación subjetiva u objetiva. Nos referimos
a un factor de atribución objetiva cuando se alude a un vínculo externo entre el daño y el
hecho de la persona o de la cosa y subjetivo cuando medie dolo o culpa. Finalmente, para que
proceda la indemnización debe existir un perjuicio directo o indirecto, actual o futuro, cierto
y subsistente. El daño debe ser real y efectivo, no meramente conjetural o hipotético. El daño
cierto supone la existencia real o, al menos, la probabilidad suficiente de una existencia
futura(7). Debe ser jurídicamente subsistente también.
En líneas generales, quien pretenda buscar la reparación del daño por la vía civil deberá
corroborar que concurran los presupuestos de la responsabilidad civil. Es decir, la existencia
de a) una conducta antijurídica o contraria a derecho, b) que genere un daño y/o perjuicio a
otro/a (arts. 1716, 1717 y 1737, CCyCo); c) que exista un factor de responsabilidad, objetivo
o subjetivo (arts. 1716, 1721, 1722, 1724, CCyCo), d) con una adecuada relación de
causalidad entre la conducta y el perjuicio (arts. 1726 y 1727, CCyCo).