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LA ECOLOGIZACIÓN DEL RELATO LITERARIO: HACIA NUEVOS CRITERIOS DE

LECTURA
THE ECOLOGIZATION OF LITERARY NARRATIVE: TOWARD A NEW READING
CRITERIA

Resumen
Los atropellos de nuestro Antropoceno vuelven imperativa la reformulación de las
relaciones que los seres humanos tenemos con el medioambiente, lo que en consecuencia
nos indica la exigencia cultural de replantear la cuestión ecológica a niveles universales.
Por ello, la reconfiguración del prisma a través del cual se han venido comprendiendo estas
interrelaciones halla su modulación, en este trabajo, en la ecocrítica, reflexionada a partir
del pensamiento ecológico/ecologizado (Timothy Morton y Edgar Morin, respectivamente)
en literatura. De acuerdo a esto se teoriza respecto de lo que se propone como la vocación
ecológica del relato, el cual expresa lo que consideraremos implicancias fundamentales de
este pensamiento.
Palabras claves: Ecocrítica, relato, naturaleza, pensamiento ecologizado.
Abstract
Abuses of our Anthropocene make the reformulation of the relationships human beings
have with the environment imperative, which consequently indicates the cultural demand of
re-framing the ecological matter to universal levels. For this, the reconfiguration of the
prism through which these interrelations have been understood finds its modulation, in this
work, in ecocriticism, reflecting from the ecological perspective (Timothy Morton and
Edgar Morin, respectively) in literature. In accordance with this, what is proposed as the
ecological vocation of narrative is theorized, this expresses what we consider fundamental
implications of this perspective.
key words: ecocriticism, narrative, nature, ecological thought.

1. A modo de introducción: consideraciones epistémicas sobre la cuestión ecológica


Los impactos nocivos de un pensamiento antropocéntrico debieran ya ser evidentes a estas
alturas de nuestro tiempo; sin embargo, al parecer la conciencia de las consecuencias no
bastan para replantear nuestros modos de interrelacionarnos con el entorno
medioambiental. Hace falta, pues, un riguroso cuestionamiento epistemológico de frente a
la crisis ecológica. En este sentido, Juan Gabriel Araya (2018) enuncia un posicionamiento
al respecto, expresando con ello los desplazamientos y alcance de la crisis: “El planeta
entero, aquel que nos da la materia para nuestra tarea creativa, pedagógica, teórica y
crítica, se encuentra aquejado por un evidente deterioro medioambiental derivado del
modelo de desarrollo capitalista” (p. 196; itálicas mías). La cita evidencia la relevancia de
un grave proceso que transita más allá del estrato material, pudiéndose con ello contaminar
igualmente los campos de la actividad intelectual, en particular el mundo simbólico, en el
que se inscribe la literatura.

1
En esta misma línea, Timothy Morton (2018) en El pensamiento ecológico afirma:
“no sólo estamos perdiendo niveles ontológicos de significación. Estamos perdiendo lo
óntico, el verdadero nivel físico en el que durante tanto tiempo confiamos” (p. 33). Se
vuelve, pues, pertinente plantear una cierta verticalización de la consciencia respecto del
impacto antropocéntrico. Es decir, entender que primero “lo óntico” ha de sufrir las
consecuencias, de manera que el daño sea percibido y problematizado, para luego
comprenderse los efectos en los múltiples niveles ontológicos de significación. Una vez
afectado el suelo, el sustento fundamental de la existencia, el revuelo arriba, en los
símbolos, resultará insoslayable. “La cosa empeora porque estamos perdiendo el suelo que
pisamos justo mientras nos percatamos de cuánto dependemos de ese mismo suelo”
(Morton, 2018, p. 33).
Al respecto, un análisis epistémico fundamental para abordar esta problemática es
modulado en el eje que traza Félix Guattari (1996), cuando nos habla de ecología social:
[La ecología social] [D]eberá trabajar en la reconstrucción de las relaciones humanas a
todos los niveles del socius. Jamás deberá perder de vista que el poder capitalista se ha
deslocalizado, desterritorializado, a la vez en extensión, al extender su empresa al conjunto
de la vida social, económica y cultural del planeta, y en ‘intensión’, al infiltrarse en el seno
de los estratos subjetivos más inconscientes. (pp. 45-46; itálicas mías)
Y más adelante, agrega:
[…] La connotación de la ecología debería dejar de estar ligada a la imagen de una pequeña
minoría de amantes de la naturaleza o de especialistas titulados. La ecología cuestiona el
conjunto de la subjetividad y de las formaciones de poderes capitalísticos, los cuales no
tienen ninguna garantía de continuar triunfando, como sucedió durante el último decenio 1.
(pp. 50-51)
Esta rearticulación de la problemática ecológica hacia los campos de la subjetividad
resulta fundamental para entender los imperativos del necesario afrontamiento, en el
dominio de la ecología mental, en el seno de la vida cotidiana, individual, de creación y de
ética personal (Guattari, 1996). La denominada subjetividad capitalística, como indica
Guattari, opera de manera que protege su prevalencia e intereses contra cualquier intrusión
de acontecimientos susceptibles de trastocar y perturbar la opinión o estado de cosas que
domina (cf. 46). Así entonces, esta subjetividad “se esfuerza en gestionar el mundo de la
infancia, del amor, del arte, así como todo lo que es del orden de la angustia, de la locura,
del dolor, de la muerte, del sentimiento de estar perdido en el cosmos…” (Guattari, 1996).
La sujeción capitalista es, pues, de un carácter fatalmente integral y expansivo. En palabras
de Araya (2018): “[N]o sólo desaparecen especies, sino también modos de vida, lenguas,
palabras, frases, gestos de solidaridad humana, bases fundamentales para el desarrollo
social. Todo eso es también objeto de la ecología o, al menos, de nuestra interpretación de
esta” (p. 197).
Las dimensiones de Guattari y Araya resultan esenciales por cuanto profesan la
transversalidad de la crisis ecológica en los niveles del socius (campo de interrelaciones
que nos compromete inmediatamente), instando así el afrontamiento de las condiciones
establecidas que están ocasionando el desequilibrio del mundo: “[L]as interrelaciones entre
1
Este decenio referiría a la década de 1980, considerando que la obra Las tres ecologías de Guattari fue publicada en
1989 (edición trabajada de 1996).

2
las esferas culturales, sociales y de entorno natural, deben ser repensadas de manera
simultánea para obtener la reconstrucción de las relaciones humanas con todos los estratos
y tomar en cuenta un contexto global acongojado” (Araya, 2018). Asimismo, Guattari por
su lado no es menos enfático: “Hoy menos que nunca puede separarse la naturaleza de la
cultura, y hay que aprender a pensar “transversalmente” las interacciones entre ecosistemas,
mecanósfera y Universo de referencia sociales e individuales” (Guattari, 1996, p. 33). De
acuerdo. Mas ello supone tan sólo una aproximación al desborde ecológico, como se verá.
Es un prisma crítico que no desvía su objeto de lo humano, aun cuando analíticamente
proyecte en negativo (y parcialmente) las implicancias de un pensamiento ecologizado.
Contrariando, pues, toda posible verticalización entre los espacios de la materialidad
y la abstracción (los nombres poco importan), el pensamiento ecológico supone una
profunda interconexión: la del Todo, en la absolutización, correlación e integración de
todos sus niveles: “Puesto que todo está interconectado, no hay ni primer ni segundo plano”
(Morton, 2018). Sin embargo, no puede pasarse por alto que esta conceptualización resulta
todavía problemática. Acota Morton:
En Occidente pensamos en la ecología como algo terrenal. No sólo terrenal: queremos que
la ecología concierna ante todo al emplazamiento. Y el emplazamiento ha de ser local:
debemos sentirnos como en casa; tenemos que conocer el lugar y pensar en él desde la
perspectiva del aquí y el ahora, no del allí y después” (p. 30).
La percepción de la crisis se ha delimitado en una concepción cerrada de la palabra
“ecología”, como si con aquella se abordara suficientemente la problemática al disponerla
sobre los espacios naturales. Viene a ser, pues, imprescindible romper con el molde de una
“comprensión acogedora”, que deslinda a priori el terreno de su actividad crítica, y aun si
esto suponga integrar en la problemática los campos sociales, puesto que esta integración
no deja de significar tan sólo un estrato de la consciencia ecológica 2. Es necesario
comprender las correlaciones del cosmos en su existencia, en su posibilidad e, incluso, su
imposibilidad, por cuanto su concepción enraíza indefectiblemente en las condiciones
mismas de la realidad. Nuestra consciencia ecológica ha de transversalizar los diversos
estratos de la existencia hacia una “macro-consciencia”. Esto no es en absoluto menor: la
macro-consciencia implica entender verdaderamente la problemática ecológica desde lo
que supone pensar ecológicamente.
La crisis medioambiental estimula, irónicamente si se quiere, una consciencia de la
transversalidad (o macro-consciencia), la que alienta formulaciones (basales) como las de la
ecología social. Dice Morton (2018): “Cuanto más conscientes somos de los peligros de la
inestabilidad ecológica –las extinciones, el deshielo de los casquetes polares, la elevación
del nivel del mar, las hambrunas–, tanta más falta nos hace un punto de referencia” (p. 33).
Punto que desde nuestra perspectiva debe involucrar un movimiento consciente y constante
en el Todo, perdido y trashumante en las inmensidades de la complejidad: “La crisis
ecológica nos hace conscientes de la interdependencia de todas las cosas” (Morton, 2018;
itálicas mías). La referencia no ha de ser fija, sino circulante y lúcida de sus condiciones
interdependientes, punto transitante.

2
Entiéndase: estratos de consciencia humana respecto de nuestra circunstancia existencial. Se plantea con esto, por
consiguiente, la totalidad presupuesta de una especie de gran consciencia organizadora no teísta.

3
Por otra parte, las revisiones crítico-analíticas sobre el paradigma que ha
determinado nuestras formas de obrar física y simbólicamente en los diversos espacios, no
resultan categóricas en vistas del futuro que depara a las próximas generaciones. La
necesidad de impugnar la permanencia del actual modelo se proyecta más allá de un
eslogan como “ser uno con la naturaleza”, que al decir de Germán Bula (2010) es
“infinitamente menos poderoso que descubrir, en concreto, las múltiples maneras en que
esto es cierto” (p. 66). En efecto, una de las “múltiples maneras” de “ser uno con la
naturaleza” la podemos rastrear en el arte y la literatura, pues tienen la capacidad para
comprender la complejidad como complejidad; esto en la sugerencia, evocación y
producción de múltiples sentidos. La ciencia, en cambio, busca la complejidad mediante el
reduccionismo (Bula, 2010). Comprensión esta tanto más importante cuanto que nos
despeja una vía hacia el pensamiento ecológico, buscándose romper, fundamentalmente,
con la concepción insular del ser humano: “No somos extra-vivientes, extra-animales,
extra-mamíferos, extra-primates” (Morin 1996, p. 4). Somos, pues, parte integrante de un
cosmos desbordado.
Digamos que la literatura es una forma de comprender la inasibilidad determinante
de nuestras condiciones de existencia físico-espirituales, condiciones tales que contemplan
la relación entre las partes y el todo y entre las partes aparentemente distantes. Es decir,
tratamos con una concepción holista, la cual implica causalidades bidireccionales y
circulares propias del pensamiento ecológico (Bula, 2009). Los mecanismos del quehacer
literario suponen este holismo, este pensamiento ecológico, pudiendo así confrontar la
soberanía de la subjetividad capitalística. Ahora, ¿qué clase de mecanismo implican esta
resistencia y conciencia literarias? Pasemos brevemente a un tratamiento concreto: la
poesía.
Mauricio Ostria (2017) nos habla de la vocación ecológica de la poesía, partiendo
del susodicho fundamento de la visión ecológica (“[T]odo está conectado con todo y, por
tanto, todo depende de todo” (Ostria, 2009, p. 77)). Siendo así, supone entonces que la
imagen poética implica, desde un punto de vista lingüístico, siempre un mecanismo de
ruptura o impertinencia semántica, el que, si se si se examina desde la ecocrítica,
“evidencia el proceso fundamental de interacción de lo humano y lo no humano o más que
humano, mediante el cual las diversas categorías se igualan y, por tanto, pueden sustituirse,
rompiendo los paradigmas gramaticales y semánticos propios de los discursos pragmáticos”
(Ostria, 2009, p. 79).
Si bien este mecanismo ecológico que Ostria identifica en la poesía resulta
pertinente, lo es, naturalmente, sólo desde su especificidad poética. Valga por caso el
deslinde que presupone al plantear evidenciarse en poesía la igualdad de las diversas
categorías (humanas, no humanas y más que humanas, como dice) de la existencia,
abordando con ello, claro está, sólo un lineamiento de la cuestión (cuestión que se derrite).
Objetamos la idea de que el mecanismo de la poesía es lo único ecológico de la literatura, a
la manera de una “representatividad” para todo lo que esta module; la idea de que la imagen
poética principia y encauza todo quehacer literario-ecológico desde lo que implica su
impertinencia semántica. Pensamos que en el relato igualmente hallamos las condiciones
textuales para el despliegue del pensamiento ecológico, punto que discutiremos a
continuación.

4
Ahora bien, cabe decir que soy consciente de que tal vez resulte arbitrario (y hasta
quizá algo anticuado), hoy en día y considerando el asunto de las rupturas literarias y
genéricas, enfocar un estudio tan sólo en lo narrativo (y en cuanto textualidad). Sin
embargo, aun con lo líquida que resulta la noción de género literario, mi criterio fundante
se plantea en la determinación formal de las convenciones estructurales del relato para los
propósitos creativos de la escritura. Por sobre todo, tomamos en cuenta su prevalencia
literaria.
2. La vocación ecológica del relato
2.1. Inter-retro-actuaciones de la interdependencia
Consideremos cuidadosamente los mecanismos que implica la naturaleza para su
existencia. Para empezar, tengamos presente la formulación de Edgar Morin (1996)
respecto al ecosistema:
[E]n un medio dado, las instancias geológicas, geográficas, físicas, climatológicas (biotopo)
y los seres vivos de todas clases, unicelulares, bacterias, vegetales, animales (biocenosis),
inter-retro-actúan los unos con los otros para generar y regenerar sin cesar un sistema
organizador o ecosistema producido por estas mismas inter-retro-acciones. (p. 2; itálicas
del autor, negritas mías)
En otras palabras, las diversas interacciones de la biósfera se articulan en
interdependencias (una vez más, esta palabra), solidaridades y complementariedades, no
sólo en devoración, conflicto, competencia o depredación (Morin, 1996). La inter-retro-
actuación perfila, pues, la interacción fundamental de lo natural. Dado esto, nos resulta vital
enfatizar el hecho de que esta sabiduría eco-sistémica de lo que se entiende por naturaleza
(hablamos de un ecosistema terrenal inmediato a nuestra posición humana), puede
considerarse como una proyección concreta de lo que implica la visión ecológica. El
desborde del Todo hallaría en nuestro medioambiente un espacio donde manifestar
tangiblemente el espíritu de su interdependencia profunda, lo que nos permitiría acceder a
su comprensión en cuanto complejidad, sobre todo si en ello media el arte. Es fundamental,
en esto, instar la consciencia crítica de nuestro medio, porque es nuestro nivel inmediato de
percepción hacia la intensa complejidad del cosmos. Valga decir, pues, que vivimos en un
indicio.
Un indicio que, aunque en apariencia multiforme y heteróclito, expresa una
inteligencia, un conocimiento organizacional global, en términos de Morin (1996), que
figura como el único capaz de articular las competencias especializadas para comprender
realidades complejas, contrariando con ello el dogma de la hiperespecialización (p. 3). Así,
una consciencia de la inteligencia eco-sistemática no sólo nos brinda una “referencia
transitante”, sino que también confirma el principio de dependencia necesario para la
autonomía de la especialización: “Para ser independiente, es necesario ser dependiente” (p.
4). El problema para procesar hoy esta concepción arranca del gran paradigma inscrito en la
configuración de nuestras sociedades, el que supone, principalmente, desunir el sujeto del
objeto. Desunión que ha traído graves consecuencias epistemológicas:
[T]odo lo que es espíritu y libertad depende de la filosofía, todo lo que es material y
determinista depende de la ciencia. Es en este mismo marco donde se produce la disyunción
entre la noción de autonomía y la de dependencia. La autonomía carece de toda validez en
el marco del determinismo científico y, en el marco filosófico, expulsa la idea de

5
dependencia. […] [E]l pensamiento ecologizado debe necesariamente romper este
paradigma y referirse a un paradigma complejo en el que la autonomía de lo viviente,
concebido como ser auto-eco-organizador, es inseparable de su dependencia. (Morin, 1996,
p. 3; itálicas mías)

Subrayemos: habrá que romper con el paradigma instaurado para rearticular el pensamiento
hacia una consciencia ecocéntrica que nos permita comprendernos, al decir de Morin,
íntegramente como hijos del cosmos (p. 5). Se plantea una paradójica situación: “debemos
definirnos a la vez por la inserción mutua y por nuestra distinción con respecto a la
naturaleza” (p. 5). Lo que al decir de Bula (2010) apunta a la necesidad de un
antropocentrismo débil: “enfocarse en el ser humano sin que esto implique considerar que
éste tenga un lugar privilegiado en el universo o que la naturaleza no tenga más que un
valor instrumental para el hombre (antropocentrismo fuerte)” (67).
La paradoja se asienta en el desarrollo particular de nuestro cerebro, por el lenguaje,
la cultura, la sociedad, tanto que hemos acabado desviándonos de la comprensión
ecocéntrica; hemos llegado a ser extraños al cosmos, distanciándonos, marginándonos de él
(Morin, 1996), aun siendo parte integrante de su entramado. Así, la noción de
antropocentrismo débil resulta elemental para abordar las problemáticas de nuestra
comprensión respecto del universo y sus reciprocidades. En consecuencia, se ha de postular
con ello una reconfiguración extensiva sobre conceptos que involucran dicotomías
antropocéntricas:
La sociedad, el campo en el que las personas son responsables unas de otras, se extiende
hacia los animales y hacia algunas plantas 3. Los animales4 son personas, y en este sentido
hacen parte del entramado social. Esto hace que la relación con estos sea intensamente
emocional. (Bula, 2009, p. 65; itálicas mías)
Y el mismo ejercicio debiera aplicarse en otras nociones occidentales, como sería el
caso de cuestionar lo que significa (realmente) naturaleza, poniendo de esta forma en crisis
la estructuración conceptual de binomios del tipo cultura/naturaleza, ciudad/campo,
civilización/barbarie. Por ende, una reconfiguración extensiva sobre símbolos
determinantes de nuestra sociedad, prevalentemente urbanita, nos encaminaría a
despojarnos de simbologías ecocidas, las mismas que hoy crean desafectos hacia la
biósfera. En suma, la reforma paradigmática es imperativa en virtud de replantear nuestra
(profunda) interrelación con aquello mismo que nos origina. La ecocrítica, en este sentido,
puede comprenderse como una marcha a contracorriente, en manifiesta rebeldía contra las
subjetividades de sometimiento antropocéntrico. Pero la lucha es ardua:
[E]l pensamiento ecologizado es muy difícil porque contradice principios de pensamiento
que han arraigado en nosotros desde la escuela elemental donde nos enseñan a realizar
cortes y disyunciones en el complejo tejido de lo real, a aislar disciplinas sin poder
asociarlas posteriormente. […] [E]stamos gobernados por un paradigma que nos constriñe a
una visión separada de las cosas; estamos habituados a pensar al individuo separado de su
entorno y de su habitus, estamos habituados a encerrar las cosas en sí mismas como si no
tuviesen un entorno. (Morin, 1996, p. 5)
2.2. Narrativa y biósfera
3
Discrepo de esta última arbitrariedad.
4
Agrego: y las plantas.

6
Ahora bien, ¿qué rol cumple el relato en todo esto? Primeramente, debe reconsiderarse la
inter-retro-actuación ecológica de Morin, la cual el autor aplica a las entidades vivientes de
nuestros espacios físicos. De aquella postulamos su transversalidad en los espacios de la
narrativa literaria5. Con esto, la generación y regeneración que el autor asigna a los
movimientos del ecosistema (biósfera, más precisamente), se aplicarían a la escritura
narrativa en cuanto generación y regeneración de multi-sentido: se asimila lingüísticamente
la interdependencia de la biósfera en vistas de articularse, en términos textuales, las
diversas evocaciones y sugerencias productoras de interpretación. Al respecto, queremos
trazar una aproximación a las condiciones narrativas que dan cuenta de este interesante
proceso. Abordaremos, entonces, tres puntos:
Primero, el relato genera sus propias condiciones de interpretación en cuanto obra;
genera sus sentidos de lectura en términos de potencialidad. De este modo, seguir un
camino interpretativo compromete anular los otros, sea porque no interesan o,
derechamente, porque permanecen insospechados. Este gesto de la decisión de lectura
implica lo que Morin (1996) estima propiedad de la interrelación biológica: “Su proceso de
autorregulación integra la muerte en la vida, la vida en la muerte” (p. 2). Es vida activar
lecturialmente una vía hermenéutica, en cuanto re-genera un sentido que, hasta el preciso
momento de leerse, permanecía en las sombras de la muerte por degeneración; por otra
parte, es muerte desechar o ignorar las otras posibilidades interpretativas latentes. La
muerte de los sentidos omitidos, en cuanto permanecen igualmente insertos en la
textualidad, redirige sus energías para sustentar la avenida hermenéutica tomada. Esto
sostendría, en efecto, una aproximación hacia una ecología de la lectura e interpretación de
los relatos.
Ahora bien, precisemos: es importante señalar la acepción que abordamos de
degeneración, para entenderla en el relato: “[N]o corresponder a su primera calidad o a su
primitivo valor o estado” (DRAE), es decir, para el caso del relato, no sentirse activado
cualquiera de sus potenciales sentidos “primitivos”. Por el contrario, una vez estimulada
una de las potenciales vías hermenéuticas, se re-genera la misma por cuanto se le da nuevo
ser a algo que degenera, digamos, “por naturaleza” y, en consecuencia, se le mejora
(DRAE). Y nuevo ser destinado a modularse heterogéneo, dependiendo, naturalmente, del
lector que ejerza su lectura y sentido. Este acontecimiento de heterogénesis interpretativa
conlleva, desde nuestra perspectiva, siempre una “mejora” del sentido en cuestión tratado,
por cuanto todo lector activo involucra un enriquecimiento del relato, “para bien o para
mal”. Por lo demás, es interesante considerar que toda obra es degeneración absoluta de su
fuerza de sentido en tanto nadie la lea.
Pues bien, contenida esta “indeterminación orgánica” en el relato, el proceso
narrativo vive en la muerte y viceversa. Así, el paralelo de la lectura con la actividad
biológica se torna manifiesta:
El organismo de un ser viviente (eco-auto-organizador) trabaja sin cesar, pues degrada su
energía para automantenerse; tiene necesidad de renovar ésta alimentándose en su medio

5
Y no sólo de la narrativa literaria. La inter-retro-actuación puede manifestarse en toda actividad artístico-intelectual.

7
ambiente de energía fresca6 y, de este modo, depende de su medio ambiente 7. (Morin, 1996,
p. 4)
Segundo, la articulación de la interdependencia, biosférica y narrativo-textual,
implica un orden, más específicamente, una secuencialidad lógica con fines determinados
(supervivencia, al cabo). Esto es esencial para las implicancias inter-retro-actuantes que
reconocemos como parte del corazón narrativo (una “razón” ecológica de su naturaleza
estética), sobre todo si entendemos su textualidad como información. De este modo, para la
literatura, para la narrativa nos atrevemos a hipotetizar que su particular supervivencia
refiere, mayormente, a una “heterogénesis semiótica”, la cual suscribe la necesidad de
procesar secuencialmente la estimulación venida del entorno de acuerdo a la multi-
generación y regeneración de sentidos, codificados textualmente. En dar cuenta
estéticamente de su entorno (físico-espiritual), entonces, fundaría sus operaciones, ello en
cuanto materia de supervivencia y “razón de ser”. Explica Bula (2010):
La división cartesiana entre una res extensa meramente mecánica y una res cogitans
separada y de propiedad exclusiva de los seres humanos queda reemplazada por una
concepción en la que la radical similitud entre los procesos biológicos y los mentales queda
subrayada. La poesía, la filosofía, la evolución de la manera de dispersarse un diente de
león y los ritos de cortejo de las aves son todas actividades de una misma especie, en la
medida en que en ella media la información, determinada por un contexto. (p. 70; itálicas
mías)
La información determina, pues, la forma del poder regulador de la auto-eco-
organización moriniana, aplicada ahora, también, a los procesos mentales presupuestos de
la escritura narrativa. De hecho, el relato literario involucra, en su “interdependencia
asimilada”, la complementariedad de regularidades. En otras palabras, la socialización de
patrones: “los procesos mentales, biológicos o culturales, evolutivos o realizados por un
individuo humano, implican el reconocimiento de patrones, esto es, la separación de
algunos elementos significativos de un fondo de ruido” (Bula, 2010; itálicas mías). El
ordenamiento resulta nuclear en cuanto pauta biosférica de permanencia.
La narrativa, entonces, asimila este comportamiento, tanto en sus ordenaciones
sintagmáticas y paradigmáticas como en su especificidad lingüística. Dice Barthes (1977):
“[L]a ‘lengua’ del relato no es la lengua del lenguaje articulado –aunque muy a menudo es
soportada por ésta–, las unidades narrativas serán sustancialmente independientes de las
unidades lingüísticas” (p. 16). Y esta lengua del relato implica una singularidad
fundamental también expuesta por el autor:
[E]n el orden del discurso, todo lo que está anotado es por definición notable: aun cuando
un detalle pareciera irreductiblemente insignificante, rebelde a toda función, no dejaría de
tener al menos, en última instancia, el sentido mismo del absurdo o de lo inútil: todo tiene
un sentido o nada lo tiene. Se podría decir, en otras palabras, que el arte no conoce el ruido
(en el sentido informativo del término). (p. 14; itálicas mías)
El relato no conoce el ruido. Es una lengua en sí específica que inaugura su
independencia de la unidad lingüística cotidiana o convencional. Su singularidad se
sostiene por la interrelación de sus signos que fundan un espacio otro de sentido; esto por la
6
Relación texto-lector, último el cual “energiza” el relato .
7
Circuito lector.

8
comunicación de patrones significantes. Nada es, pues, gratuito o afuncional,
manifestándose así, en lógicas causales (secuencialidad sintagmática), mecanismos
análogos a los de la biósfera: asimila el relato el ordenamiento de las condiciones
materiales, del medio natural donde se inserta, y lo hace de modo tal que, como producto
estético, puede a un tiempo dar cuenta de la complejidad correspondiente como
complejidad (y complejidad misma que lo origina). Diríase que es capaz de una especie de
“meta-auto-reflexión” trascendente.
Todavía más, su mecanismo estético-ordinal evidencia ser en sí cual una flor. Esta
nos resulta una adecuada “metonimia” de la Naturaleza para homologar con la textualidad
narrativa, dada la multiplicidad de mecanismos con los que opera para su sobrevivencia (y
no sólo por su evidente belleza), los cuales suponen, por supuesto, sistematicidades y
secuencias de ejecución. Así pues, a manera de paralelo con el relato literario, atiéndase a
lo que de las flores dice el poeta Maurice Maeterlinck (2014):
[C]ada flor tiene su idea, su sistema, su experiencia adquirida, de que se aprovecha.
Examinando de cerca sus pequeñas invenciones, sus procedimientos diversos, se recuerdan
estas interesantísimas exposiciones de máquinas en que el genio mecánico del hombre
revela todos sus recursos. (p. 19)
El ingenio narrativo del autor expresa, al igual que la flor, patrones de ordenamiento
en vistas del multi-sentido. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: “nuestro genio
mecánico data de ayer, mientras que la mecánica floral funciona desde hace millares de
años. Cuando la flor hizo su aparición en la tierra, no había en torno de ella ningún
modelo que poder imitar; tuvo que inventarlo todo” (Maeterlinck, 2020, p. 19; itálicas
mías). El eco-sistema biosférico, aquí en cuanto sistemas florales, plantó su soberanía sobre
la tierra muchísimo antes de que la pisara el ser humano, auto-generando aquel las propias
condiciones orgánicas que hoy determinan no sólo todos nuestros comportamientos y
movimientos, sino también, en el orden simbólico, todo relato. La relación puede parecer
bastante obvia a simple vista, pero reconsiderando de la biósfera su implicancia profunda
en las redes mismas de lo que constituye una secuencialidad narrativa, en cuanto esta
supone también información definida de un fondo de ruido (¿la ficción ordenando el caos
aparente de la vida?), quizás ya no resulte tan “natural”.
Entiéndase entonces el relato como fruto semiótico de la biósfera o, si se quiere,
fruto del fruto biológico que es el ser humano en cuanto narrador (autor). Fruto vigilante,
asimilador, connatural de la biósfera. Parte integrante de ella. La interrelación ecológica es,
entonces, absoluta, determinante y vinculante, a todos los niveles.
Como tercer y último punto, quisiéramos abordar la creatividad del relato. Sin ir
más lejos, nos interesa tan sólo dar cuenta de ella en cuanto ingenio o inteligencia relatora:
articulación secuenciada interdiscursiva. O sea, la capacidad del relato para asumir y
ejecutar fictiva y discursivamente una serie de discursos “ajenos” a lo que implica un
controversial “criterio literario”. Esta disposición inventiva de lo que postulamos como una
“heterogénesis semiótica” evidencia, en efecto, un proceso fundamental de tendencia
transidentificativa con el (esencial y convergente) dinamismo de la existencia. Por lo
demás, nuevamente con ello se manifiesta la transversalidad del mecanismo de la inter-
retro-actuación, ahora a nivel interdiscursivo, por cuanto unidad de complementariedades y

9
regulación de información tratada. Recuérdese: “[N]adie puede combinar (producir) un
relato, sin referirse a un sistema implícito de unidades y de reglas” (Barthes, 1977, p. 4).
Sin embargo, por más fértil que resulte esta transidentificación existencial de la
heterogénesis semiótica, es bastante notable el hecho de un imposible: la trascendencia
lingüística de la “lengua” del relato. Entendiendo esta trascendencia como penetración en el
real misterio8 de la complejidad ecológica, se infiere con facilidad que la propuesta
transidentificación (narrativa) no implica asibilidad del Todo, sino más bien aceptación de
nuestra condición circulante (la del relato, la nuestra humana, la de la biósfera: el absoluto
circulante de las partes en las redes inasibles del Todo). A pesar de la obviedad, nos
interesa con esto subrayar una situación gravitante: tanto el mundo del lenguaje como el
mundo biológico tienen una gramática (Bula, 2010).
¿Qué supone una gramática de la “naturaleza”? La ininteligibilidad del desborde.
Comprender la complejidad como complejidad, como se ha enunciado, es lo que es: una
aproximación, la que de antemano se sabe frustrada en su intento de aprehender, realmente,
“algo” sustancial y certero del entramado ecológico. En efecto, el tratamiento narrativo del
asunto que fuere puede entenderse como capricho. En palabras de Auerbach (1996):
Quien describe desde el principio hasta el final el curso íntegro de una vida humana, o una
trabazón de sucesos enclavada dentro de grandes espacios de tiempo, corta y aísla a
capricho: en cada momento la vida ya ha comenzado hace tiempo y en cada momento
también prosigue sin interrupción, y a los personajes objeto de su narración les ocurren
muchas más cosas de las que él jamás puede esperar relatar. (p. 517) 9
La gramática de la “naturaleza” (con o sin comillas) indica, y si es que pretendemos
formular una idea certera (valga la ironía), un peso sobre la lengua del relato. Este genera (y
re-genera) sus condiciones estructurales y semióticas en vistas de poderse abordar sus
lineamientos de sentido en el hecho de lectura, pero sea el sentido que fuere (la parcialidad
de la realidad que fuere), ninguno es una vía segura hacia el desciframiento siquiera
fragmentado de lo que implica, realmente, la gramática de la naturaleza. Y en cualquier
caso, ¿qué determina lo que puede considerarse fragmentario al tratar con cuestión tan
“impensada” como la cuestión ecológica? Todo deslinde es, en el fondo, vano, más allá de
su valor operativo.
Ahora bien, ¿qué motiva principiar en el relato lo que no tiene más alcance que un
tanteo, que no supone más que un conato de inteligibilidad? Respondemos a partir de Bula
(2010): “Si entre hombre y tierra no hay comunicación, la tierra será para el hombre un
desierto, y continuará este último su gigantesca tarea de desertificación de aquella” (p. 72).
8
Uso el término tan sólo para dar cuenta de la organicidad inasible del Todo.
9
Aunque esto aplicase, sobre todo, para la novela realista decimonónica, no creemos que la situación “mejore” en las
narrativas adscritas posteriormente, por ejemplo, a la corriente de la consciencia. Lo que sigue de Auerbach (1996),
entonces, no confirma más certeza que un reflujo estilístico-temático, que puede entenderse, en términos de Bula (2010),
como información determinada por el contexto, mas no significa ningún procesamiento verdaderamente absoluto de la
realidad específica representada:

En los años de la primera guerra y posguerra mundiales, en una Europa rebosante de formas de vida y masas de
ideas desequilibradas, insegura y preñada de presagios infaustos, algunos escritores sobresalientes por su
instinto y su inteligencia encuentran un procedimiento que disgrega la realidad en reflejos de conciencia
múltiples y de variadas significaciones. (p. 519)

10
De modo que, analizando ecocríticamente los mecanismos ecológicos del relato, damos
cuenta de los puentes necesarios para establecer aproximaciones dialógicas con las
interrelaciones fundamentales de la biósfera. Dijimos que la lengua del relato asimila en sí
los mecanismos de la naturaleza (biósfera y percepción ecologizada), pero de asimilar la
“lengua matriz” (la lógica de aquella gramática trascendental) sólo llega al intento. No
puede hablar la lengua de la Madre. Ha ingeniado sus propios sistemas lógico-causales tras
haber observado los movimientos (mecanismos) de su medio, mas es incapaz de trascender
hacia la lengua matriz que opera tras el flujo del Todo. El problema radica, de hecho, en la
representación de las cosas que hace la lengua del relato:
¿Cómo atender al ser de las cosas sin violentarlas mediante la representación? ¿Cómo
escuchar al ser de manera auténtica? El lenguaje sirve para representar y lo consigue
encasillando a los particulares en sí mismos irreductibles, dentro de categorías como casa,
perro o árbol. Parece, pues, que hay una brecha insalvable entre el ser auténtico y las cosas
representadas. (Bula, 2009, p. 68)
Brecha tal que significa que la narración se comporta como fracaso indefectible a la
hora de formular la verdadera comprensión de su entorno y universo. Dicho de otro modo,
es posible que lo único que pueda lograr el relato sea enseñarnos aquella brecha
infranqueable entre los seres humanos y los objetos (físico-espirituales) de su
contemplación, mediada lingüísticamente (Bula, 2009). Son enfáticos al respecto Raglon y
Scholtmeijer: “La naturaleza, más allá de los constructos humanos, tiene una manera de ser
en sus propios términos; es ambigua, enigmática y resistente a nuestras imposiciones de
sentido” (como se citó en Bula 2009; itálicas mías). Pero la resistencia y el relato
humanos10 persisten en su aproximación: en el deseo por expresar, cuanto menos (y muchas
veces, involuntariamente), la complejidad en cuanto tal. Criaturas activas, atípicas, quizás
hechas de absurdo y buscando algún sentido.
3. A modo de cierre
El pensamiento ecologizado es, reiteramos, un desborde. Nuestra naturaleza, en
consecuencia, también, siendo como es parte de la interrelación profunda. Ahora, el puente
para hallar las vinculaciones entre cultura y naturaleza (romper con la concepción
separatista) se ha bosquejado como un acontecimiento de propincuidad desde la narrativa:
el relato en cuanto naturaleza, en cuanto fruto semiótico de la biósfera misma. Organismo
singular. Con ello, hemos aproximado las sugerencias de Bula para trazar el puente cultura-
naturaleza (tal vez el único posible): “[E]ncontrando relaciones, similitudes y
continuidades, y meditando sobre su significado y las avenidas de investigación que dichas
relaciones proponen” (Bula, 2010, p. 72).
Por otro lado, huelga decir que todo este estudio se plantea desde un
posicionamiento crítico respecto de la occidentalización, por cuya subjetividad del
sometimiento se ha desencadenado toda una problemática ecológica, al punto de hacerse
necesaria su reflexión epistémica. De acuerdo, pero sopesamos este punto porque trata con
supuestos relativos a las conquistas transversales de lógicas capitalistas, contaminación del
pensamiento y la conciencia, sin reparar en las condiciones espirituales de los diversos
pueblos indígenas (pensamos en los de América Latina). La sobrevivencia de su tradición
10
O sean la misma cosa: “[E]l relato comienza con la historia misma de la humanidad; no hay ni ha habido jamás en parte
alguna un pueblo sin relatos” (Barthes, 1977, p. 2). Poco importa, al caso, que tratemos el relato desde su textualidad.

11
cultural y sentido topofílico son un patrimonio incuestionable de vinculación con lo
natural. Su literatura, al caso escrita, es fuente de riqueza para propósitos de comprensión
ecocéntrica y transidentificación cosmoperceptiva. No pueden anularse, por cierto, de la
discusión ecocrítica.
En último término, queremos sintetizar las secciones del estudio para señalar las
ideas más importantes, de modo que se facilite el procesamiento de sus principios
cardinales:
1. Consideraciones y reconsideraciones sobre la cuestión ecológica, abordando los límites
que se le han impuesto en las formas de un activismo terrenal, emplazado y local. La
reconfiguración imperativa tiene que ver con una consciencia de la transversalidad, con un
pensamiento ecológico que perciba las reciprocidades fluctuantes del Todo en la existencia,
tanto física como simbólica.
2. (2.1.) Atendiendo a las inter-retro-actuaciones morinianas, se buscó dar cuenta del
proceso interdependiente, recíproco y complementario del movimiento biológico. De modo
que luego, señalada la “naturaleza terrenal” como manifestación del espíritu de
interdependencia profunda de un Todo desbordado, implicó aquella ser así un “indicio” de
la complejidad (nuestro indicio, en cuanto humanidad), y se cuestionó, en consecuencia, el
paradigma establecido que ha desunido sujeto de objeto en filosofía y ciencia,
respectivamente.
(2.2) El relato asimila, en su “lengua”, las interdependencias de la biósfera en vistas de
generar y re-generar su multi-sentido. A este respecto, se esbozó una breve sistematización
que aproxima el planteamiento a partir de tres criterios, que pueden denominarse de la
siguiente manera y de acuerdo a su numeración cardinal: indeterminación orgánica,
singularidad ordinal e interdiscursividad creativa. Todos los cuales operarían sosteniendo al
relato como un ente biológico con información, patrones y energías.
Así, se ha buscado con el desarrollo de estos puntos aproximar un estudio de las
condiciones biológicas asimiladas en el relato literario, ello con el fin de manifestar los
alcances y transversalidad de una profunda interdependencia operante que asocia y nivela
en sus redes categorías físico-semióticas.11

Obras citadas

11
Extendería nuestra línea de trabajo una aplicación concreta del relato que manifieste el puente posible cultura-
naturaleza: entiéndase la inevitable tensión texto-referente en su tarea aproximativa de comprender la inasibilidad
fundamental, donde se intenta asimilar la “lengua matriz” discursiva y estéticamente, aun ya supuesto el fracaso que
implica per sé. Es el caso, pues, en la literatura chilena, del criollismo telúrico.
Damos cuenta, entonces, de algunos autores que han producido relatos propios de la visión ecológica (sin ser,
necesariamente, “criollistas”), habiendo representado a la naturaleza desde lo terrígeno y articulando, en consecuencia,
una fundamental consciencia metatextual del relato. Creemos que esta clase de narraciones, de hecho, guardan un
próspero campo de estudio para la ecocrítica. Tales narradores, sin perjuicio de prescindir de otros igualmente interesantes
a este respecto, son: Marta Brunet, Januario Espinosa, Mariano Latorre, Daniel Belmar, Fernando Santiván, Darío Cavada,
Nicasio Tangol, Gonzalo Drago, Oscar Castro, Luis Durand, Federico Gana, Rubén Azocar y Rafael Maluenda. Estos
pueden ser algunos nombres “introductorios” para abrir la posibilidad de reformular las concepciones semánticas y
temáticas que de lo térreo (criollismo telúrico) se han estudiado críticamente en la narrativa chilena, y que de alguna
manera han cerrado otros sentidos de lectura, como bien sería el ecológico.

12
Araya, Juan Gabriel (2018). Hacia una poética de la conciencia ecológica. Anales de
literatura chilena, 30, 195-204.
Auerbach, Erich (1996). La media parda. Mimesis: La representación de la realidad en la
literatura occidental (Trad. J. Villanueva y E. Ímaz) (pp. 493-522). Fondo
de Cultura Económica.
Barthes, Roland (1977). La lengua del relato. Introducción al análisis estructural de los
relatos (Trad. Beatriz Dorriots) (pp. 6-31). En El análisis estructural. Centro Editor
de América Latina.
Bula, Germán (2009). ¿Qué es la ecocrítica? Logos, 15, 63-73.
--- (2010). Metamétodo de la ecocrítica. Logos, 1 (17), 63-76.
Guattari, Félix (1996). Las tres ecologías. Pre-Textos.
Maeterlinck, Maurice (2014). La inteligencia de las flores (Trad. Juan Bautista Enseñat).
Taller de Edición Rocca. (Trabajo original publicado en 1907).
Morin, Edgar (1996). El pensamiento ecologizado. Gazeta de antropología. Recuperado el
31 de julio de 2020 de http://www.ugr.es/~pwlac/G12_01Edgar_Morin.html
Morton, Timothy (2018). El pensamiento ecológico (Trad. Fernando Borrajo). Paidós.
Ostria, Mauricio (2017). Sobre la vocación ecológica de la poesía. En Ana Ávalos y Martín
Tapia Kwiecien (Eds.), Los discursos sobre la ecología y el medioambiente desde
una perspectiva ecocrítica e interdisciplinaria. Actas de las IV Jornadas
Internacionales de Ecología y Lenguajes 2015 (pp. 77-83).
https://rdu.unc.edu.ar/bitstream/handle/11086/4611/Actas%20Ecolenguas%20Tomo
%20II.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Real Academia Española (s.f.). Degenerar. En Diccionario de la lengua española.
Recuperado el 10 de agosto de 2020 de https://dle.rae.es/degenerar?m=form

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