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El hedor a sangre, humo y putrefacción saturaba el aire. Había sido una masacre. La
techumbre de bambú de algunas cabañas seguía ardiendo. Podían oírse los gritos
dispersos de mujeres siendo violadas, unas dentro de los hogares, otras en los arrozales
contiguos a la aldea. Ikki apretó los dientes. No quería que el Maestro Kano percibiese
vacilación en él.
Unos oficiales se aproximaron al verlos y el Maestro se dirigió a ellos con voz rígida.
—El sol está cayendo. Saca a tus hombres de aquí, los espíritus de los muertos se están
—Para eso habéis venido, ¿no? Este mequetrefe tiene que hacerse un hombre. ¿Cuántos
Ikki lanzó una rápida mirada a su Maestro, solicitando permiso para hablar. Éste asintió.
—Quince, señor.
—Bueno, si te matan, al menos tu espíritu será tan flaco como tú. ¡Soldados!
¡Volvemos!
Las huestes formaron en columna bajo los estandartes a ritmo de tambor. Los últimos
rayos de sol acariciaban el cielo cuando su retaguardia abandonaba los límites del
parecían atravesarlo.
—Relaja la mandíbula, o no podrás moverte con fluidez. ¿Sabes lo que debes hacer?
—Ha habido una batalla y hay muchos muertos. Es seguro que aparecerá una naari para
alimentarse de las almas de los caídos. Debo darle caza y beber su sangre.
este vial con toda la sangre que puedas. —Entonces mostró una ampolla idéntica que
plata, fascinante a la vista—. La sangre de las naari permite a nuestros ojos ver a los
muertos. Y el acero de luna, forjado con los fragmentos que se desprenden de ésta, nos
permite herirlos.
El sol se puso tras las montañas. La oscuridad abrazó el mundo cual serpiente a su
presa. De repente, hacía mucho frío. Unos jirones de niebla sobrenatural comenzaron a
arremolinarse a su alrededor.
ampolla. Sus ojos brillaron entonces con blanca incandescencia—. Encuentra a la naari,
reclama su esencia y tu Rito estará consumado. Pertenecerás a la Orden del Crepúsculo,
y serás mi hermano.
las tinieblas.
—¡Ikki! ¡Corre!
Sin mirar atrás, Ikki se internó en las hierbas altas más próximas. Alcanzó a oír la
Avanzó con cautela, su daga siempre presta. Las naari eran demonios que podían
adoptar muchas formas, pero temían al acero de luna sobre todas las cosas. Anduvo un
tiró de sus ropajes. La piel de su brazo y la manga que la cubría habían sido rasgados
por unas garras etéreas. Grandes gotas de sangre resbalaban mano abajo. Los espíritus
lo estaban atacando, pero no podía verlos. Solo oía sus susurros enloquecedores, de
palabras arcaicas y prohibidas. Hendió el cuchillo inútilmente en el aire y unas risas que
una campana clara les respondió. Al mismo tiempo y en dirección opuesta, Ikki vio el
carrera.
—¡Detrás de ti, Ikki! ¡Naari!
Kano lanzó unas estrellas arrojadizas a la espesura y se oyó un gruñido animal. Ikki
reunió valor y siguió ese sonido. La criatura era rápida y se perdió de su vista, pero
había un rastro de humor plateado sobre las hojas, que irradiaba luz propia. Estaba
herida. Tras una persecución frenética, la encontró junto al río, recostada sobre una
rueda de molino.
Una joven, no mucho mayor que él en apariencia. Toda ella era nieve y plata, como si
fuera hija de la misma luna. Vestía una sencilla túnica tradicional plateada y plateados
eran sus ojos, que refulgían de angustia. Era lo más hermoso que Ikki había
contemplado nunca. Tenía un par de las estrellas del Maestro clavadas en el muslo. La
Ikki abandonó sigiloso los matorrales, pero ella lo escuchó, poniéndose en guardia.
La naari entornó sus bellos ojos, pero mostró los dientes en gesto feral. Parecía estar
mano al vial. Al verlo, ella se envaró y adquirió visiblemente los rasgos de una loba,
resoplando rabiosamente. Ikki pasó de largo y llenó la ampolla con agua de la acequia,
sordos gruñidos y supo que ella se estaba transformando de nuevo, aunque no se atrevió
a mirar. Al terminar, se puso muy nervioso. Las heridas seguían sangrando y nada de lo
—Tu Maestro me ha perforado con acero de luna. Esas heridas no pueden sanar con los
Ikki no podía soportarlo. Al morir, las personas podían ir al Paraíso o al Infierno. Pero
—¿Por qué te molestas? Bebe mi sangre y llena tu recipiente maldito con ella. Estás a
tiempo.
—No.
Ikki recogió delicadamente una gota de sangre del muslo de ella y la dejó caer al fondo
del vial. Llenó el resto con agua de la acequia, e incluso así, el fluido resplandecía con
rueda y bañó el dorso de su arma con ella. Los ojos de la naari se humedecieron, pero él
no lo vio.
Ikki la tomó por el mentón, para que sus miradas se encontraran. Se observaron durante
un momento que resultó eterno. Y desde ese preciso instante, no hubo vuelta atrás. Los
Una débil lágrima de emoción resbaló por la mejilla de la naari e Ikki la capturó con un
dedo.
—Un lazo de sangre. Nuestra vida y nuestros destinos quedarán unidos para siempre.
—¡Hagámoslo!
—Nunca más necesitarás beber sangre de mi especie para ver a los espíritus. Y como un
Ikki parpadeó y suspiró, súbitamente amilanado. Caviló unos segundos y luego tomó las
—Quiero salvarte.
La naari se inclinó sobre él y lo besó. Ningún beso sería jamás tan dulce e intenso como
aquel. Sintió un calor ardiente en su interior. Una fuerza indómita se abrió paso por su
alma, algo agreste, salvaje. Cuando el beso terminó, las heridas de ambos habían
desaparecido.
—Shiro.
—¡Ikki!
como un ciclón de entre la maleza. Ikki volteó la cabeza, aterrorizado, solo para
(…)
Los años pasaron e Ikki creció. Nunca volvió a necesitar sangre de naari para ver a los
hermanos más destacados de la Orden, que ganó todavía más renombre. No volvió a ver
a Shiro, aunque soñaba con ella todas las noches. Ella se mostraba ante él al volver de
sus misiones, a veces en forma de loba, otras como raposa o como lechuza, e incluso
vistió de grulla. Pero siempre que Ikki iba a su encuentro, se desvanecía. ¿Acaso no lo
amaba? Esa duda lo torturó durante un tiempo. En una ocasión, oyó de unos monjes que
los espíritus tenían prohibido interactuar con humanos. De hacerlo, eran perseguidos por
Prosiguieron más años, de la mano de conflictos sin fin que desgarraban la tierra y
prendían el cielo. La Orden era más necesaria que nunca para apaciguar a los muertos.
alguno. Disfrazó esa decisión con falsa modestia, declarando no sentirse preparado. En
realidad, no deseaba que ningún discípulo suyo reclamase la vida de una naari, llegado
el día de su Rito.
—Siempre serás mi Maestro, Kano —respondió Ikki con una breve sonrisa.
—Ikki… el Venerable Jomei ha muerto hace unas horas. Nuestra Orden siempre debe
estar guiada por ocho Venerables. Los otros siete se han encerrado en el templo a
deliberar.
—Sí. Tengo buenas relaciones con el Venerable Hato… ha compartido sus impresiones
invitaron a pasar a los recintos interiores del templo, normalmente vedados. El lugar
evocaba respeto, tradición y pulcritud, con su penetrante olor a incienso y todas aquellas
Nagano, el más anciano—. Ahora conocerás los secretos de nuestra Orden y nos
—¿Orquestar?
—He aquí la primera revelación. Nosotros derrocamos al antiguo Imperio. La mano del
difunto Venerable Jomei fue la que arrebató la vida del Emperador. Desde entonces,
mantenemos a las distintas casas nobles del país enfrentadas entre sí.
poder.
esquivos y piadosos, que ayudan a las almas a realizar el tránsito. Obsequiamos con
generosas ofrendas a los monjes para que extiendan rumores sobre ellas. Si para el
Un frío glacial oprimió el corazón de Ikki. Necesitó toda su voluntad para mantener el
semblante sereno.
—El auténtico don de la sangre de las naari reside en aliviar las aflicciones del cuerpo y
—Así es. Por eso codiciamos tan incomparable tesoro. Las guerras deben continuar,
para que podamos seguir cazando naari. —El anciano parecía satisfecho—. Tu primer
su primogénito. Te proporcionaremos ropajes del clan Uesugi para que los vistas.
Trataron muchos otros asuntos, a cuál más abominable. Ikki permaneció imperturbable
durante el resto del cónclave, hasta que pudo volver a su alcoba. Allí dio rienda suelta a
crueldad inhumana. Flirteó con la idea de quitarse la vida para restaurar su honor, pero
su mano no llegó a desenvainar la espada. Aquello acabaría con Shiro también.
Durante la siguiente fase lunar, un Venerable fue asesinado cada noche. Muerte tras
muerte, Ikki se sentía más alienado, más salvaje. Sus ojos brillaban durante la oscuridad
séptima noche ocurrió de nuevo, y tuvo que debatirse por deshacer la transformación.
Tras los truculentos sucesos, reinaba la confusión dentro de la Orden, que languidecía
descabezada y sin guías. Pero Ikki sabía que no se habían marchado. La octava noche,
Allí esperaban, los espíritus de los siete Venerables, con formas espectrales de altiva y
oscura majestad. La sombra de Nagano se adelantó, apuntando a Ikki con una garra
La lucha fue terrible y enconada, pues no eran espíritus cualesquiera, sino ánimas
corruptas de incomparable maldad. Para cuando Ikki había desterrado a tres de sus
El tintineo de una prístina campana resonó entre las columnas del templo.
también, inconscientemente. Ambas bestias lucharon como una sola y destruyeron a los
(…)
Ikki reposaba en los brazos de Shiro, acariciando dulcemente su pelo, reluciente como
la plata bruñida.
—Solo si nos capturan. Además, tú misma dijiste que nuestra vida durará el tiempo que
todas formas.
—¿Vivirías huyendo?
Shiro lo contempló durante largo rato antes de volver a hablar. En sus ojos brillaban las
—Yo también.
sobre ti. Lo cierto es… que no envejecerás. Serás siempre como ahora te veo y la luz de
Shiro sujetaba a Ikki con fuerza, temblando. Él fue a decir algo, pero ella puso un dedo
en sus labios.
—Temía decírtelo, porque poseer un gran poder corrompe a las personas, como has
aprendido dolorosamente. —Hizo otra pausa, seguida de una sonrisa radiante que
encendió el pecho de Ikki como una pira—. Pero contigo, mi temor era en vano.
Shiro besó los labios de Ikki tiernamente antes de desvelar la verdad última.
sangre.
Se dice que, cuando Kano y varios hermanos acudieron al templo atraídos por el
neblina grisácea.
Los hombres juraron ver a una lechuza nívea saliendo por una claraboya. Junto a ella,
Susanoo