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VIENTOS DE INVIERNO

EL ABANDONADO

(Traducido por Página Hogar del Escriba


https://hogardelescriba.wordpress.com/2016/05/30/nuevo-capitulo-de-
vientos-de-invierno-pelomojado/ y Kevin León – CDHYF)

Siempre era medianoche en el vientre de la bestia. Los mudos le habían quitado su túnica y
capa. Sólo tenía su cabello, unas cadenas y muchas costras. El agua salada golpeaba sus
piernas cuando la marea subía, llegando a la altura de sus genitales, y luego bajaba cuando
la marea recedía. Sus pies estaban abotagados, suaves e hinchados, cosas sin forma tan
grandes como jamones. Sabía que estaba en una especie de calabozo pero no sabía en dónde
o por cuanto tiempo. Hubo otro calabozo antes que este, y entre ambos el barco, el Silencio.
La noche en que lo habían trasladado, había visto la luna, flotando en un mar negro como el
vino, con un rostro lascivo que le recordó a Euron. Había ratas en la oscuridad, nadando en
el agua, lo mordían mientras dormía y lo hacían gritar y agitarse. La barba y el cabello de
Aeron estaban llenos de piojos y pulgas. Podía sentirlos moviéndose en su cabeza y sus
mordidas le causaban dolor intolerable. Sus cadenas eran tan cortas que no le permitían
rascarse. Los eslabones que lo mantenían en la pared eran viejos y oxidados, le cortaban la
piel en los pies y muñecas. Cuando la marea subía y lo besaba, la sal se metía en sus heridas
y lo hacía jadear.

Cuando dormía, la oscuridad se levantaba y lo engullía, y entonces llegaban los sueños, y Urri
junto a los ruidos de una bisagra oxidada. La única luz en este mundo mojado llegaba de las
linternas que los visitantes traían consigo, y están aparecían con tan poca frecuencia que
empezaban a lastimarle los ojos. Un hombre callado y sombrío le traía la comida. Algo de
carne, tan dura como una tabla de madera, un poco de pan lleno de gusanos y pescado
viscoso y podrido. Aeron Pelomojado lo tragaba todo y espera que le dieran más, aunque
usualmente acaba vomitándolo. El hombre que le traía la comida era negro, amargado y
mudo. No tenía lengua, Aeron lo sabía. Así era Euron. Las luces desaparecían junto al mudo,
y una vez más su mundo se convertía en un pantano oscuro que olía a salmuera, hongos y
heces.

Algunas veces venía el mismo Euron. Aeron despertaba de algún sueño para encontrar a su
hermano, parado frente a él, linterna en mano. Una vez, a bordo del Silencio, colgó la linterna
en una viga y sirvió algo de vino.

““Bebe conmigo, hermano””, dijo.

Aquella noche usaba una camisa de escamas de hierro y una capa de seda roja como la
sangre. Su parche de ojo era de cuero rojo, sus labios azules.

““¿Por qué estoy aquí?””, le preguntó Aeron. Sus labios estaban llenos de costras, su voz era
ronca. ““¿Hacia dónde navegamos?””

““Al Sur. Para conquistar, para robar, por los dragones, por los hombres”.”

““Mi lugar está en las Islas”.”

““Tu lugar está donde yo te quiera. Yo soy tu rey”.”

““¿Qué quieres de mí?””

““¿Qué puedes ofrecerme que no tenga ya?””, Euron sonreía. ““Dejé las Islas en manos de
Eric Ironmaker y compre su lealtad entregándole la mano de nuestra querida Asha. No quería
que predicaras en mi contra, así que te traje conmigo”.”

““Déjame ir. El Dios Ahogado te lo ordena”.”


““Bebe conmigo. Tu rey te lo ordena”.”

Euron agarró un puñado del enmarañado cabello del sacerdote, bajó su cabeza y levantó la
copa de vino hasta sus labios, pero lo que entraba en su boca no era vino. Era esposo y
viscoso, con un sabor que parecía cambiar con cada bocado. No era amargo, no era agrio,
no era dulce. Cuando Aeron intentaba escupirlo, su hermano lo sujetaba y lo obligaba a
tragarlo.

““Eso es, sacerdote. Vamos. Bébelo todo. El vino de los brujos. Mucho más dulce que tu agua
salada, y mucho más poderoso que todos los dioses de este mundo”.”

““Maldito seas””, dijo Aeron cuando la copa quedaba vacía. El líquido goteaba por su barbilla
y por su larga barba negra.

““Si tuviera la lengua de cada hombre que me ha maldecido, podría hacerme una capa”.”

Aeron carraspeó su garganta y escupió. La saliva cayó en la mejilla de su hermano y se quedó


colgando allí, azul y negra, brillante. Euron se la quitó del rostro con el dedo índice y lo lamió
hasta dejarlo limpio.

““Tu dios te perdona esta noche. Algún dios, al menos”.”

Y luego Pelomojado dormía, retorciéndose en sus cadenas. Escuchaba el crujido de una


bisagra oxidada.

““Urri”,” sollozaba.

No había ninguna bisagra allí, ninguna puerta, tampoco Urri. Su hermano Urrigon llevaba
mucho tiempo muerto, sin embargo ahí estaba. Un brazo estaba negro e hinchado, infestado
de gusanos, pero seguía siendo Urri. Seguía siendo un niño. No mayor a como sea veía el día
en que había muerto.
““¿Sabes que nos espera debajo del mar, hermano?””

““El Dios Ahogado””, respondió Aeron. ““En sus salones acuosos”.”

Urri negó con la cabeza. ””Gusanos. Los gusanos te esperan, Aeron”.”

Cuando se rió, su rostro se cayó, y el sacerdote observó que no era Urri, sino Euron del ojo
sonriente, escondido. Ahora le mostraba al mundo su ojo sangriento. Oscuro y terrible.
Ataviado de la cabeza a los pies con escamas tan oscuras como el ónice. Se sentaba sobre un
montículo de cranes ennegrecidos, mientras unos enanos hacían cabriolas a sus pies y tras
él un bosque ardía en llamas.

““La estrella sangrante marcaba el final””, le dijo a Aeron. ““Estos son los últimos días,
cuando el mundo será destruido y reconstruido, y un nuevo dios nacerá de las tumbas y las
criptas”.”

Entonces Euron colocó un enorme cuerno en sus labios, sopló, y dragones, krakens y esfinges
llegaron a su llamada y se inclinaron ante él”.

““Arrodíllate, hermano”, le ordenó Ojo de Cuervo. “Soy tu rey. Soy tu dios. Adórame y te
convertiré en mi sacerdote”.”

““Jamás. Un hombre sin dios no puede sentarse en el Trono de Piedramar”.”

““¿Por qué querría aquella piedra negra y dura? Hermano, mira de nuevo y dime en donde
me siento”.”

Aeron Pelomojado observó. El montículo de cráneos había desaparecido. Ahora había metal
debajo de Ojo de Cuervo. Un enorme asiento de hierro afilado lleno de cuchillas y espadas
rotas, todas goteando sangre. Empalados en las cuchillas más largas estaban los cuerpos de
los dioses. La Doncella estaba ahí, y el Padre, y la Madre y el Guerrero, junto a la Vieja y el
Herrero, incluso el Desconocido. Colgaban junto a todo tipo de dioses extraños. El Gran
Pastor y la Cabra Negra, Trios de Tres Cabezas y Bakkalon el Niño Pálido, el Señor de la Luz y
el Dios Mariposa de Naath, y allí envuelto en algas verdes y siendo devorado por cangrejos
estaba el Dios Ahogado se podría junto al Caballo Rojo del Mar, el agua aún goteaba de su
cabello.

Entonces Euron Ojo de Cuervo rió y el sacerdote despertó gritando en las entrañas del
Silencio mientras la orina bajaba por sus piernas.

Tan sólo había sido un sueño, una visión, producto de ese condenado vino negro.

La Asamblea era lo último que Pelomojado recordaba claramente. Mientras los capitanes
levantaban a Euron en sus hombros para proclamarlo como su rey, el sacerdote se había
escabullido para buscar a su hermano Victarion.

““Las blasfemias de Euron harán que caiga sobre nosotros la ira del Dios Ahogado””, le
advirtió.

Pero Victarion insistía testarudamente en que su dios había elegido a su hermano y que aquel
mismo dios lo derrocaría.

Entonces el sacerdote se dio cuenta de que él no iba a actuar. Tengo que ser yo.

La Asamblea había elegido a Euron Ojo de Cuervo, pero la Asamblea estaba conformada por
hombres y los hombres son débiles y tontos, fácilmente influenciables por el oro y las
mentiras.

““Yo los convoqué aquí, a los huesos de Nagga, al Salón del Rey Gris, yo los convoqué para
que eligieran a un rey digno, pero en su insensatez terminaron pecando”.”

Me corresponde a mí deshacer lo que han hecho.


““Los capitanes y reyes eligieron a Euron, pero el pueblo acabará con él”, le había prometido
a Victarion. “Iré a Gran Wyk, a Harlaw, a Monteorca, al mismísimo Pyke. Mis palabras se
escucharán en cada ciudad, en cada aldea. ¡Un hombre sin dios no puede sentarse en el
Trono de Piedramar!””

Después de dejar a su hermano buscó consuelo en el mar. Unos cuantos de sus hombres
ahogados quisieron seguirlo, pero Aeron los alejó con palabras cortantes. No quería más
compañía que la de su dios. En el lugar donde los barcoluengos habían anclado, en las arenas
rocosas encontró las oscuras olas saladas creando espuma blanca en donde golpeaban un
peñasco medio enterrado en la arena. El agua estaba helada cuando se sumergió, pero Aeron
no retrocedió ante el toque de su dios. Las olas golpeaban su pecho, una tras otra,
empujándolo, pero el empujaba de vuelta, cada vez más con más fuerza hasta que el muro
de agua golpeaba su cabeza. El sabor de la sal en sus labios era más dulce que cualquier vino.
Mientras se movía, un grito distante parte de la celebración llegaba desde la playa. Escuchó
el leve crujido de los barcoluengos anclados en la costa. Escuchó el silbido del viento en sus
velas y escuchó el golpe de las olas, el martilleo de su dios llamándolo a la batalla.

En ese lugar y en ese momento, el Dios Ahogado lo llamó una vez más, su voz proveniente
de las profundidades del mar, ””Aeron, mi buen y fiel sirviente, debes decirle a los Hijos del
Hierro que Ojo de Cuervo no es su verdadero rey. Que el Trono de Piedramar por derecho
le pertenece a”…”

No a Victarion. Victarion se había ofrecido ante los capitanes y estos lo habían ignorado. No
a Asha. En su corazón, Aeron siempre la había querido más que a cualquier otro hijo de
Balon. El Dios Ahogado la había bendecido con el espíritu de un guerrero, pero la había
condenado al otorgarle el cuerpo de una mujer. Ninguna mujer jamás había gobernado las
Islas del Hierro. Ella jamás debió haberse presentado en la Asamblea, debió haber apoyado
a Victarion, debió sumar su fuerza a la suya.
Mientras salía del mar, Aeron había decidido que aún no era tarde. Si Victarion tomaba a
Asha como esposa, ambos podían llegar a gobernar juntos, como rey y reina. En tiempos
antiguos, cada isla tenía su propio rey de sal y rey de la roca. Las antiguas costumbres podrían
regresar.

Aeron Pelomojado había regresado a la playa con gran resolución. Derrocaría a Euron, no
usando espadas o hachas sino usando el poder de su fe. Mientras caminaba entre las piedras,
cuando intentaba quitar el cabello que caía sobre sus ojos, fue entonces cuando lo
atraparon. Los mudos que lo habían estado observando, esperándolo, acechándolo a través
de arena y espuma. Una mano le cubrió la boca, y algo pesado golpeó la parte trasera de
su cabeza

La próxima vez que abrió sus ojos, Pelomojado se encontraba rodeado de oscuridad.
Entonces llegó la fiebre, y el sabor a sangre en su boca mientras se retorcía encadenado en
las entrañas del Silencio. Un hombre débil habría sollozado, Aeron Pelomojado rezó.
Despierto, dormido, incluso en sus sueños febriles, rezaba. Mi dios me está probando. Debo
ser fuerte. Debo mantenerme firme.

Una vez, en el calabozo anterior a este, una mujer le llevó la comida en vez del mudo de
Euron. Una jovencita, lozana y hermosa. Vestía las prendas de una dama de las tierras verdes.
Ante la luz de las antorchas, era la cosa más hermosa que Aeron había visto jamás.

““Mujer””, le dijo. ““Soy un hombre de dios. Te ordeno que me liberes”.”

““Oh, no puedo hacer eso””, le respondió. ““Pero te traje comida. Guisado y miel”.”

Se sentó junto a él en un banco y uso una cuchara para darle de comer.

““¿Qué lugar es este?””, preguntó entre cucharadas.

““El castillo de mi señor padre en Escudo de Roble”.”


Las Islas Escudo. A mil leguas de mi hogar.

““¿Y tu quien eres niña?””

““Falia Flores”.”

““¿Eres su hija bastarda?””

““Pronto seré la esposa de sal del Rey Euron. Tu y yo seremos parientes”.”

Aeron Pelomojado la miró a los ojos, sus labios encostrados mojados por el guisado.

““Mujer””, sus cadenas sonaban cuando se movía. ““Huye. Él te va a lastimar. Te matará”.”

Ella se rió. ““Tontito. Él jamás haría algo así. Me ama y yo soy su lady. Me da regalos. Tantos
regalos. Sedas, pieles y joyas. Aunque él las llama harapos y rocas”.”

““Ojo de Cuervo jamás a puesto valor en tales cosas”.”

Esa era una de las cosas que atraía a los hombres a servirle. La mayoría de capitanes
mantenían una gran porción de su botín, pero Euron casi no tomaba nada.

““Me regala cualquier vestido que yo quiera””, la niña alardeaba alegremente. ““Mis
hermanas solían hacerme esperar por ellas en la mesa, pero ahora Euron las hace servir a
todo el salón estando desnudas. ¿Por qué otra razón haría eso sino para mostrarme su
amor?””

Puso su mano en su abdomen y acarició la tela de su vestido. ““Voy a darle muchos hijos.
Tantos hijos”.”

““Él ya tiene hijos. Niños bastardos y mestizos, según Euron”.”


““Mis hijos vendrán antes que ellos, me lo ha jurado por tu Dios Ahogado”.”

Aeron lloró por ella. Lágrimas de sangre, pensó.

““Debes entregarle un mensaje a mi hermano. No a Euron, sino a Victarion, Lord Capitán de


la Flota de Hierro. ¿Conoces al hombre del que te hablo?””

Falia se alejó de su lado.

““Si””, respondió. ““Pero no puedo entregarle ningún mensaje. Se ha ido”.”

Se ha ido. Aquel fue el peor golpe de todos. ””¿A dónde?””

““Al este””, dijo. ““Con todos sus barcos. Le encargaron traer a los dragones a Poniente. Yo
seré la esposa de sal de Euron, pero también debe tener una esposa de roca, una reina que
gobernara Poniente a su lado. Dicen que es la mujer más hermosa del mundo, y tiene
dragones. Ambas seremos mejores amigas”.”

Aeron Pelomojado apenas la oía. Victarion estaba a medio mundo de distancia, o quizás
muerto. Seguramente el Dios Ahogado lo estaba probando. Esto era una especie de lección.
No debo confiar en ningún hombre, ahora sólo mi fe me puede salvarme.

Aquella noche cuando la marea entró en su celda, rezó para que siguiera subiendo durante
toda la noche para acabar con su tormento. He sido tu más leal sirviente, rezaba, agitándose
en sus cadenas. Ahora aléjame de las garras de mi hermano y llévame a las profundidades
bajo las olas para sentarme a tu lado.

Pero no obtuvo ninguna respuesta, tan sólo llegaron los mudos para desencadenarlo y
arrastrarlo por una extensa escalinata de piedra hasta donde el Silencio flotaba en un mar
negro y frío. Y un par de días después, cuando el barco se estremecía ante la fuerza de una
tormenta, Ojo de Cuervo volvió a bajar, linterna en mano. Esta vez en su otra mano sostenía
una daga.

““¿Sigues rezando, sacerdote? Tu dios te ha abandonado”.”

““Te equivocas”.”

““Fui yo quien te enseñó a rezar, hermanito ¿o lo has olvidado? Visitaba tu recámara en las
noches cuando había bebido demasiado. Compartías el cuarto con Urrigon en lo más alto de
la Torre Marina. Podía oírte rezando a través de la puerta. Siempre me pregunté si orabas
para que te eligiera o para que te dejara de lado”.”

Euron apretó el cuchillo en la garganta de Aeron.

““Rézame a mí. Rézame para que acabe con tu tormento, y lo haré”.”

““Ni siquiera tú te atreverías””, respondió Pelomojado. ””Soy tu hermano. No hay hombre


más maldito que el que mata a su propia sangre”.”

““Y aun así, yo tengo la corona, y tu estas encadenado. ¿Cómo es que tu Dios Ahogado
permite esto cuando he matado a tres de mis hermanos?””

Aeron no pudo hacer más que mostrarse sorprendido.

““¿Tres?””

““Bueno, si cuentas medios hermanos. ¿Recuerdas al pequeño Robin? Una miserable


criatura. ¿Recuerdas aquella enorme cabeza suya, cuán tonto era? Todo lo que podía hacer
era chillar y cagar. Fue mi segundo. El primero fue Harlon. Todo lo que tuve que hacer fue
apretar su nariz. La psoriagrís había convertido su boca en piedra, así que no podía gritar.
Sus ojos se abrieron desesperadamente mientras moría. Me miraban a mí. Cuando ya no
quedaba ni una pizca de vida en su cuerpo, salí y oriné en el mar y recé a dios para que me
matara. No pasó nada. Ah y Balon fue el tercero, pero aquello ya lo sabes. No pude hacer el
trabajo yo mismo, pero fue gracias a mí que se cayó del puente”.”

Ojo de Cuervo retrocedió y enfundó su daga.

““No. No voy a matarte esta noche, un hombre sagrado con sangre sagrada. Puede que
luego necesite ese tipo de sangre. Por ahora, te condenó a seguir viviendo”.”

Hombre sagrado con sangre sagrada, pensaba Aeron mientras su hermano subía a la
cubierta. Se burla de mí y se burla de dios. Es un asesino de su propia sangre. Blasfemo.
Demonio con piel humana. Aquella noche rezó para que su hermano muriera”.

Fue en la segunda mazmorra que los otros hombres sagrados comenzaron a aparecer, para
compartir su tormento. Tres llevaban las túnicas de septones de las tierras verdes, y uno, las
prendas de color rojo de un sacerdote de R’hllor. El último apenas y si parecía un hombre.
Sus dos manos habían sido quemadas hasta el hueso y su cara era un horror carbonizado y
terminaba en dos ojos ciegos que se movían por encima de unas mejillas agrietadas,
goteando pus. Murió a pocas horas de ser atado a la pared, pero los mudos dejaron su
cuerpo allí para que se descomponga durante tres días. Por último, había dos brujos del Este,
con piel blanca como las setas y los labios del color púrpura-azul como si hubieran sido
golpeados, estaba demacrado y muerto de hambre, era sólo piel y huesos. Uno de ellos había
perdido sus piernas. Los mudos lo habían colgado de una viga.

“Pree”, gritaba mientras giraba de atrás para adelante. “Pree, Pree”. Tal vez ese era el
nombre del demonio al que adoraba.

El Dios Ahogado me protege, el sacerdote se dijo a sí mismo. Él es más fuerte que los otros
dioses que adoraban, más fuerte que sus negros hechiceros. El Dios Ahogado me librará. En
sus momentos de mayor cordura, Aeron se preguntaba porqué Ojo de Cuervo estaba
recolectando sacerdotes, pero prefería no conocer la respuesta.
Victarion se había ido, y con él, la esperanza. Los hombres ahogados de Aeron
probablemente pensaron que Pelomojado se ocultaba en Viejo Wyk, o Gran Wyk, o Pyke, y
se preguntaban cuándo emergería para hablar en contra de este rey sin dios. Urrigon lo
perseguía en sus sueños febriles.

Estás muerto ahora, Urri, pensó Aeron. Ahora duerme, niño, y no me atormentes más.
Pronto me uniré contigo. Siempre que Aeron oraba, el brujo sin piernas hacía ruidos
extraños, y su compañero balbuceaba violentamente en su extraña lengua oriental, si
estaban maldiciendo o hacían plegarias, el sacerdote no podía saberlo. Los septones también
murmuraban de vez en cuando, pero no con palabras que él pudiera entender. Aeron
sospechaba que sus lenguas habían sido cortadas.

Cuando Euron apareció de nuevo, su pelo estaba recogido hacia atrás desde la frente, y sus
labios eran tan azules que eran casi negros. Había dejado su corona de madera de deriva. En
su lugar llevaba una corona de hierro cuyas puntas eran dientes de tiburones.

“Lo que está muerto no puede morir”, dijo Aeron con fuerza. “Porque aquel que ha probado
la muerte una vez no le tendrá miedo otra vez. El que fue ahogado sale esta vez con acero y
fuego”.

“¿Va a hacer lo mismo, hermano?”, Preguntó Euron. “Yo creo que no. Creo que si te ahogo,
te quedarás ahogado. Todos los dioses son mentiras, pero el tuyo es hilarante. Una cosa
blanca y pálida con la forma de un hombre, sus extremidades hinchadas e inflamadas, su
cabello flotando en el agua mientras peces le pican la cara ¿a qué clase de tontería adoras?”

“También es tu dios”, insistió el Pelomojado. “Y cuando mueras, te juzgara con dureza, Ojo
de Cuervo. Pasaras la eternidad como una babosa de mar, que se arrastra en su vientre
comiendo mierda. Si no tienes miedo de matar a tu propia sangre, cortarme el cuello y acaba
conmigo. Estoy cansado de tus alocadas presunciones”.
“Matar a mi propio hermano menor, sangre de mi sangre, que nació de las entrañas de
Quellon Greyjoy? Entonces ¿con quién compartiría mis triunfos? Su sabor es más dulce con
un ser querido a lado”.

“Tus victorias están vacías. No podrás mantener las Islas Escudo”.

“¿Por qué debería aferrarme a ellas?” El ojo sonriente de su hermano brillaba a la luz del
farol, azul y audaz y lleno de malicia. “Los Escudos han servido su propósito. Las tomé con
una mano, y las deje en otras. Un gran rey es generoso, hermano. Ahora es deber de sus
nuevos señores mantenerlas. La gloria de ganar esas rocas será mía para siempre. Cuando
se pierdan, la derrota pertenecerá a los cuatro tontos que tan ansiosamente aceptaron mi
regalo”. Se acercó un poco más. “Nuestros barcoluengos están atacando el Mander, hasta el
Rejo. Como se hacía antes, hermano”.

“Loco. Libérame”, Aeron Pelomojado ordenó en su voz más severa. “O te arriesgaras a la ira
del Dios.”

Euron saco una cantimplora y una copa de vino. “Veo que tienes sed”, dijo mientras se servía.
“Necesitas una bebida. El sabor del color del ocaso.”

“No”, Aeron volvió la cara. “Ya dije que no”.

“Y yo dije que sí.” Euron tiro de su cabeza agarrándole el cabello y le colocó el vil licor en la
boca. Aunque Aeron cerró la boca, giró su cabeza de un lado a otro, al final debió decidirse
entre ahogarse o tragar.

Los sueños fueron aún peores la segunda vez. Vio los barcoluengos de los hijos del Hierro a
la deriva y quemándose en un hirviente y sangriento mar. Vio a su hermano en el trono de
hierro de nuevo, pero Euron ya no era humano. Parecía más un calamar que un hombre, un
monstruo engendrado por un kraken de las profundidades, su rostro era una masa de
tentáculos retorciéndose. A su lado había una sombra en forma de mujer, larga, alta y
terrible, con las manos llenas de fuego blanco y pálido. Enanos hacían cabriolas para su
diversión, machos y hembras, concentrados en actos carnales, mordiéndose y
desgarrándose el uno al otro, mientras que Euron y su compañera se reían.

Aeron también soñaba que se ahogaba. Que dicha fuera que seguramente siguiera abajo en
los salones acuosos del Dios Ahogado, era un terror incluso para los fieles la bella sensación
del agua llenando la boca, la nariz y los pulmones sin poder respirar.

Tres veces Pelomojado despertó, y tres veces se dio cuenta que no estaba verdaderamente
despierto, solo estaba atrapado en otro sueño.

Pero al final llegó el día en que la puerta del calabozo se abrió y un mudo llego sin comida en
sus manos, en cambio llevaba un manojo de llaves en una mano y un farol en la otra. La luz
era demasiado brillante, y Aeron tenía miedo de lo que significaba. Brillante y terrible. Algo
ha cambiado. Algo ha pasado.

“Tráelos” dijo una voz medio familiar, triste y sombría. “No te demores, ya sabes cómo se
pone”.

Oh, Lo sé. Lo he conocido desde que era un niño.

Un septon hizo un ruido espantoso cuando le quitaron sus cadenas, un sonido medio
ahogado que podría haber sido algún intento de discurso. El brujo sin piernas colgando
contempló las negras aguas, moviendo los labios en silencio, orando. Cuando el mudo llegó
frente a Aeron, él trató de luchar, pero la fuerza se había ido de sus miembros, y un sólo
golpe fue suficiente para que se callara. Su muñeca estaba atada y la otra libre. Cuando trató
de dar un paso, sus decrepitas piernas se doblaron por debajo de él. Ninguno de los
prisioneros estaba suficientemente en forma para caminar. Al final, los mudos tuvieron que
llamar a más de su especie. Dos de ellos tomaron a Aeron por el brazo y lo arrastraron por
la escalera de caracol. Sus pies golpeaban contra las escalones a medida que ascendían,
sentía dolores punzantes en su pierna. Se mordió los labios para no gritar. El sacerdote podía
oír a los brujos balbucear justo detrás suyo. El septon cerraba la marcha, sollozando y
jadeando. Con cada giro en la escalera, el camino se hacia mas luminoso hasta que
finalmente apareció una ventana en la pared izquierda. Era sólo una hendidura en la piedra,
no era lo suficiente ancha para que pasara una mano, pero lo suficiente para que entrara un
pequeño rayo de luz de sol.

Es tan dorado, pensó Pelomojado. Tan hermoso.

Cuando lo subieron por los escalones hacia la luz, sintió calidez en su rostro y lágrimas se
deslizaron por sus mejillas.

El mar. Puedo oler el mar. El Dios Ahogado no me ha abandonado. El mar me hará sentir
como un hombre de nuevo. Lo que está muerto no puede morir, sino que se levanta de
nuevo más fuerte.

“Llévenme al agua,” les ordenó como si aún estuviera en las Islas del Hierro, rodeado de sus
hombres ahogados, pero los mudos eran sus hermanos. Aquellas criaturas no le prestaron
ninguna atención.

Lo arrastraron hasta otro grupo de escalones de piedra, más abajo, a través de una galería
iluminada por antorchas y luego a un desolado salón de piedra en donde una docena de
cuerpos colgaban en las vigas, girando y balanceándose. Una docena de los captores de
Euron estaban reunidos en el salón, bebiendo vino entre los cadáveres. Lucas Codd el Zurdo
estaba sentado en el asiento de honor, usando un pesado tapiz de seda como capa. A su lado
estaba el Remero Rojo y mucho más abajo John Meyer Carapicada, Manodepiedra, y Ruggin
Barbasalada.

“¿Quiénes son estos muertos?”, preguntó Aeron. Su lengua estaba tan hinchada, las palabras
salían en un susurro oxidado, casi tan imperceptible como los pasos de un ratón.
“Son los que ayudaron al lord a proteger este castillo, sus parientes”, la voz pertenecía a
Torwold Dientenegro, uno de los saqueadores de su hermano, una criatura casi tan malvada
como el mismo Ojo de Cuervo.

“Cerdos”, dijo otra vil criatura, aquel al que llamaban el Remero Rojo. “Esta era su isla. Una
roca, a las afueras del Rejo. Se atrevieron a oink amenazarnos. Redwyne, oink. Hightower,
oink. Tyrell, oink oink oink. Así que los enviamos chillando al infierno”.

El Rejo. Desde que el Dios Ahogado le había otorgado una segunda vida jamás se había
aventurado a ir tan lejos de las Islas del Hierro.

Este no es mi lugar. No pertenezco aquí. Debería estar junto a mis hombres ahogados,
predicando en contra de Ojo de Cuervo.

“¿Tus dioses han sido buenos contigo, allí en la oscuridad?” preguntó Lucas Codd el Zurdo.

Uno de los brujos gruño una respuesta en su horrible lengua oriental.

“Los maldigo a todos”, dijo Aeron.

“Tus maldiciones no tienen poder aquí, sacerdote”, respondió Codd. “El Ojo de Cuervo ha
alimentado a tu Dios Ahogado y éste se ha puesto gordo con tantos sacrificios. Las palabras
son viento, pero la sangre es poder. Le hemos entregado miles al mar, y a cambio nos ha
otorgado victorias.”

“Considérate afortunado, Pelomojado”, dijo Manodepiedra. “Vamos a volver al mar. La Flota


Redwyne se acerca cada más. Los vientos han estado en su contra alrededor de Dorne, pero
al fin están se acercaron lo suficiente para despertar a la vieja de Antigua, así que ahora los
hijos de Leyton Hightower se mueven por el Canal de los Susurros con esperanzas de
atacarnos por la retaguardia.”
“Tu sabes como es ser atacado por la retaguardia, ¿no es así?”, dijo el Remero Rojo, riéndose.

“Llévenlos a los barcos”, ordenó Torwold Dientenegro.

Y así fue que Aeron Pelomojado regresó al salado mar. Una docena de barcoluengos estaban
atracados en el muelle debajo del castillo, el doble de esa cantidad estaban atracados en la
playa. Estandartes familiares ondulaban en sus mástiles, el kraken de los Greyjor, la luna
sangrienta de los Winch, el cuerno de guerra de los Goodbrother, pero en la popa llevaban
un estandarte que el sacerdote jamás había visto. Un ojo rodo con una pupila negra bajo una
corona de hierro, rodeados de dos cuervos. Más allá, un grupo de galeras mercantes flotaban
en un calmado mar color turquesa. Galeras, barcazas, botes de pesca, incluso un enorme
galeón, una embarcación gigantesca, tan grande como un leviatán. Botines de guerra.

Euron Ojo de Cuervo estaba parado sobre la cubierta del Silencio ataviado en una armadura
de escamas negras como Areon jamás había visto. Era oscura como el humo, pero Euron la
usaba como si estuviera hecha de le seda más delgada. Las escamas tenían bordes de rojo
dorado que brillaban y relucían cada vez que se movía. Se podían ver patrones en el metal.
Espirales, glifos y símbolos arcanos grabados en el acero. Acero Valyrio, Aeron supo. Su
armadura era de acero valyrio. En todos los Siete Reinos, ningún hombre poseía un armadura
de acero valyrio. Tales cosas eran conocidas hace cuatrocientos años, en los días anteriores
a la Maldición, e incluso entonces habrían costado un reino entero.

Euron no había mentido. Sí había ido a Valyria. Con razón estaba loco.

“Mi rey”, dijo Torwold Dientenegro. “Tengo a los sacerdotes. ¿Qué quiere que hagamos con
ellos?”

“Átenlos a las proas”, ordenó Euron. “Mi hermano en el Silencio. Toma uno para ti. Deja que
los demás elijan al suyo. Uno para cada barco. Deja que sientan el rocío, el beso del Dios
Ahogado, húmedo y salado”.
Esta vez los mudos no lo arrastraron al calabozo. En cambio lo ataron a la proa del Silencio
junto a la figura, una doncella desnuda, esbelta pero fuerte, con los brazos extendidos y el
cabello revuelto por el viento, pero debajo de su nariz no había ninguna boca. Ataron
fuertemente a Aeron Pelomojado con pedazos de cuero que se encogerían al mojarse. Tan
sólo tenía su barba y un taparrabos.

El Ojo de Cuervo dio una orden. Elevaron una vela negra. Soltaron las cuerdas y el Silencio
se alejó de la costa, al lento ritmo del tambor del maestro remero. Los remos se levantaban,
y se sumergían, se volvían a levantar, agitando el agua. Sobre ellos, el castillo ardía. Las llamas
surgían de las ventanas.

Cuando estuvieron en el mar, Euron regresó a su lado.

“Hermano”, dijo. Te ves desamparado. Tengo un regalo para ti.”

Hizo una seña y dos de sus hijos bastardos arrastraron a una mujer y la ataron en la proa al
otro lado de la figura. La mujer estaba tan desnuda como la doncella sin boca, su abdomen
plano apenas empezaba a hincharse por el bebé que llevaba dentro, sus mejillas rojas y llenas
de lágrimas. No se resistió mientras los muchachos la amarraban. Su cabello tapaba su
rostro, pero aún así Aeron la reconoció.

“Falia Flores”, le dijo. “Sé valiente, niña. Todo esto acabará pronto. Y entonces festejaremos
en los salones acuosos del Dios Ahogado.

La niña levanto su cabeza pero no dijo nada. Aeron sabía que no tenía una lengua con la que
responder. Lamió sus labios y saboreó la sal.

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