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no ayudeis al próximo

Ser solidario no es ningún pecado, ¿o sí? A veces, de un modo sutil o indirecto, el


mensaje que oímos, incluso entre personas creyentes es: «no ayudéis al prójimo». Y
esto se acentúa cuando hay tensión política en juego. Entre cristianos, por
ejemplo, se pudieron ver reacciones muy bruscas contra el gesto de algunos pastores
(junto con clérigos de otras confesiones) que se manifestaron en la frontera de
Estados Unidos con México debido al trato que se le daba a los migrantes (treinta
de estos pastores fueron arrestados por las autoridades por su presencia
reivindicativa). No voy a discutir que, de fondo, a veces hay también una cuestión
partidista (se protestaba estando Trump en el poder, pero con Obama –que la
situación era semejante–, apenas se reclamaba nada o no trascendía en los medios
con la misma fuerza). Al margen de la hipocresía, que a menudo está presente debido
a las lealtades ideológicas, lo que verdaderamente me preocupa es que el socorro a
las personas se viese, por otros cristianos opuestos a los pastores manifestantes,
como algo ilegítimo.
Continúo con otro ejemplo. La Iglesia Luterana de Estados Unidos (ELCA) podrá
gustarle más o menos al lector, pero si logramos ver más allá de los colores y
signos ideológicos, las iglesias de ELCA se convirtieron en comunidades refugio
para los inmigrantes indocumentados. ¿Cuáles de las iglesias demostró ser prójima
de aquellos que cayeron en manos de amenaza de muerte (mafias, hambre,
injusticia…)? (paráfrasis de Lc 10,36). La ELCA en tal caso, acorde a la parábola
del Buen Samaritano, se hizo prójima. ¿Lo fue más por contraposición política que
por caridad? ¿lo fue más por lealtades partidistas que por lealtad a Cristo? No lo
sé ni me compete ahora pronunciarme. Pero ahí estuvo, y el gesto de solidaridad fue
satanizado por otros creyentes que repudiaban tal acción. ¿Satanizaría el sacerdote
y el levita de la parábola la ayuda que el heterodoxo samaritano dio al hombre
moribundo que encontró en el camino?
Cuando apareció la noticia de que la EKD (Iglesia Evangélica de Alemania de
tradición luterana y reformada) había decidido comprar un barco para la labor de
rescate en el Mediterráneo, algunos de los comentarios que se leían en las redes
sociales manifestaban no solo la oposición a este proyecto, sino puro odio hacia
estas personas que huyen de una muerte segura en sus países de origen. Lo más
desconcertante en este caso era que la fobia deshumanizadora procedía del corazón
de personas que se reconocían a sí mismas como creyentes en Cristo. Es decir,
personas que teóricamente aman sin fingimiento a sus prójimos. La historia se ha
venido repitiendo cuando el barco de Open Arms fue noticia, cuando se juzgó a los
voluntarios que dejaban botellas de agua en el desierto que en EEUU hace frontera
con México, o cuando Luna –la chica de la Cruz Roja– abrazó a un inmigrante en
Ceuta, etc. Sabemos que es una cuestión que nos sobrepasa, sabemos que hay mafias
que se aprovechan de estas situaciones, sabemos que de fondo es una cuestión
política y de malas políticas, y que, entre otros muchos factores, también una
cuestión –por qué no decirlo– de la explotación, para nuestro propio consumo, de
los recursos de muchos de esos países.
En fin, he comenzado hablando principalmente de inmigración, porque levanta
susceptibilidades, pero no es el único asunto que quiero mencionar. Quizá no estés
de acuerdo con esta presentación. Sin embargo, todos estamos de acuerdo en una
cosa. No queremos pobres. Ni los pobres desean ser pobres. La cuestión está en la
gestión del problema. ¿Qué hacemos para que no existan los pobres? ¿Dejamos
inhumanamente que se mueran los que hay? –que no son pocos–, ¿o contribuimos a
sacarles de ese foso? El problema –no solo cuando hablamos de inmigración– es
político-económico y muy complejo, no hay duda. Sin embargo, eso no exime mi propia
responsabilidad ante aquellos necesitados que puedo auxiliar; esto por supuesto, en
lugar de estar excusándome con preguntas que vuelven a la actualidad como «¿soy yo
acaso guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).
Me parece sumamente preocupante que, entre los creyentes, se haga popular una
imagen distorsionada y sombría respecto a las causas humanitarias, como si la
caridad, la comprensión y la acogida al prójimo fuesen actos profundamente
maliciosos (ahí tenemos la regla de oro en Mt 7,12, la parábola del buen samaritano
de Lc 10,25-37, o la del Rico y Lázaro en Lc 16, 19-31 entre otros textos
neotestamentarios).
En torno a la inmigración, reluce en realidad una tremenda aporofobia que se
expresa con actitudes xenófobas y abiertamente racistas, que, en el caso de los
cristianos, viene acompañada del temor de que otras religiones traídas del
extranjero tengan éxito (el caso Europeo). Desde la falta de fe en nuestras propias
convicciones, desde el miedo quizá, deshumanizamos a otras personas, las cuales,
por cierto, se encuentran frecuentemente en vulnerabilidad. Si somos capaces de
rechazar a hermanos en la fe por tener algunas doctrinas diferentes, ¡qué no
haremos cuando se trate de gente no cristiana! No solo a los inmigrantes de otras
religiones, sino a personas con ideologías contrarias, a ateos, personas LGTBI,
etc., se les mira con desprecio, asco y repudio. ¿Me lo estoy inventando? –Mira las
redes sociales y los foros cristianos de discusión. Evidentemente son actitudes que
no encajan en la forma de vida cristiana donde la superioridad no debe tener lugar,
pues si tanto la salvación como nuestra fe son un don inmerecido de Dios, ¿qué
hacemos mirando mal a otros?, ¿somos más merecedores del favor divino? Razonamos
desde la meritocracia en lugar de hacerlo desde la gracia. No somos mejores que
otros. No podemos juzgar a otros como indignos desde nuestra superioridad, porque
esa superioridad que crees tener ante los ojos de Dios no existe.
Realmente, cuando amamos al prójimo, no sólo como a uno mismo (Mt 22,39) sino a la
manera de Jesús (Jn 13,34), no existen favoritismos en nuestro corazón con
afirmaciones como «primero los de mi tierra y luego los inmigrantes». Lo mismo que
en otros ámbitos y otros contextos, no nos valen excusas de que sean de otra
religión, de otra opción ideológica, de otra orientación sexual: «Pero Dios me ha
hecho comprender que a nadie debo considerar profano o impuro» (Hch 10,28b), puesto
que «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10,34b). En Dios no hay personas de
segunda categoría, y esto, debemos comprenderlo en primer lugar, los que estamos
llenos del Espíritu Santo y nos dejamos orientar por él. Jesús no tuvo nunca
impedimento en tocar y servir a las personas que, según el sistema de pureza, eran
inmundos, como los leprosos o la mujer del flujo de sangre, sino que su actitud
hacia ellos les dignificaba. Entonces, ¿cómo es posible que los seguidores de Jesús
estén tomando la vía contraria, creando nuevos leprosos o llamando inmundo a lo que
ha limpiado Dios (Hch 10,15 y 11,9)? Repetimos «Dios me ha hecho ver que a nadie
debo llamar impuro o inmundo» (Hch 10,28). La manera en la que algunos grupos
cristianos ultraconservadores defienden sus posturas respecto a la ética sexual,
vomitando su repudio y fobia a las personas LGTBI, deja mucho que desear.
La Buena Noticia del Reinado de Dios, de una nueva sociedad justa en la que se
generan nuevas relaciones fraternales entre los seres humanos, a la vez que
filiales entre estos mismos seres humanos con el Abba (Padre), está siendo
diariamente domesticada, amaestrada y ejerciéndosele violencia en su contra. El
Reinado de Dios sufre esta violencia. El texto de Mt 11,12 subraya este hecho. Se
trata de un versículo habitualmente malinterpretado. Cuando se lee que este
proyecto, humanizador y restaurador de Dios hacia los seres humanos, está sufriendo
violencia y los violentos lo arrebatan, no significa que tengamos que hacernos
violentos para entrar en él (como popularizó un cantante), por el contrario, con
«los violentos» se hace referencia a aquellos que están precisamente en violenta
oposición al Reinado de Dios y agreden contra él proponiendo alternativas infames.
La interpretación incorrecta de ese versículo está tan extendida que aclarar su
significado parece a veces una batalla perdida.
El mensaje de odio, de desigualdad e injusticia corresponde a quien las Escrituras
llaman «príncipe de este mundo», pero no a Dios. El Reinado de Dios tiene que ver
con la justicia, con la paz (bienaventurados los pacificadores) y con el gozo del
Espíritu Santo (Ro 14,17). Ante los delicados temas de inmigración, es preocupante
que hermanos en la fe acusen de «buenistas» a otros seguidores del Nazareno por
defender o ayudar a pobres y extranjeros, porque eso sencillamente es síntoma de
una gran distorsión en la Iglesia de Cristo y de un gran contristamiento del
Espíritu. Participar del Reinado de Dios, es participar con frutos y estos frutos
son muy prácticos. Juan el bautista, concienciado socialmente por los necesitados,
proponía una organización ética del mundo, en la cual, si alguien tiene dos túnicas
(o lo que sea) tiene que darle al que no tiene ninguna, igual con la comida (Lc
3,11). El evangelio nos mueve a compartir con las personas que no tienen, porque
todo lo que tenemos viene de Dios (Ro 11,36) y nada es propio. Mientras nuestras
necesidades estén cubiertas, no debe importarnos vivir un poco peor si con ello
estamos bendiciendo a nuestro prójimo que está sin nada. Dentro de nuestra
tradición reformada, la respuesta a la pregunta 111 del Catecismo de Heidelberg
dice que debo «buscar en la medida de mis fuerzas, aquello que sea útil a mi
prójimo, de hacer con él lo que yo quisiera que él hiciese conmigo, y trabajar
fielmente a fin de poder asistir a los necesitados en su pobreza».[1]
Repartir las riquezas y crear una sociedad de iguales como en la Iglesia del libro
de los Hechos (Hch 4,32-35) es considerado hoy, por una parte de la iglesia, como
una iniciativa marxista-progresista venenosa. Todo eso es síntoma de la crispación
y polarización política e ideológica actual, una situación que no debe dominarnos.
El teólogo protestante Jürgen Moltmann no cree que este texto de los Hechos de los
Apóstoles haga referencia a una utopía, sino a un mandato divino del Espíritu del
cual podemos participar.[2] En la realidad del Reinado de Dios se cambian los
valores injustos, desiguales, opresivos y discriminadores del mundo (o de los
«imperios del mundo» que en la literatura apocalíptica aparecen camuflados con el
lenguaje simbólico de «bestias») por otros nuevos que son más igualitarios, dignos,
inclusivos y justos.
No sé cuántas veces habré oído la frase «la Iglesia no es una ONG» y así lo
manifesté en un artículo que escribí sobre el tema de la riqueza y la pobreza en
Lucas y Hechos.[3] A ver, yo también he usado esa expresión ante las
manifestaciones contemporáneas de un determinado social gospel en el que la
dimensión espiritual está completamente ausente. ¡Por supuesto que la Iglesia es
mucho más que una ONG, es el cuerpo de Cristo![4] En algunos casos, parece que lo
que quieren decir al insistir tanto en esta repetida frase es: «no nos
comprometamos más en dar asistencia a quienes la necesitan, conformémonos con
nuestras cómodas burbujas herméticas y con nuestras hipócritas canciones de
alabanza hipnotizadoras». No repetirían tanto ese mantra si con ello no se
pretendiese acallar la conciencia de que algo se está haciendo mal. N. T. Wright
expresa que, si tuviésemos claro lo que implica el señorío de Cristo destruiríamos
la demoledora dicotomía entre «predicar el evangelio» y la «acción social», ya que
no son cosas separadas.[5] La Iglesia no es una ONG en eso estamos de acuerdo, pero
como decía el reformador Calvino «… todo cuanto la Iglesia posee es para socorrer a
los pobres; y que todo cuanto tiene el obispo es de los pobres».[6] ¿Qué hacemos
cuando la necesidad pega en las puertas de nuestra iglesia, cuando llega en un 
hermano o hermana en busca de auxilio?
En Isaías 58,7 se señala que el verdadero ayuno a Dios es compartir el pan con el
hambriento, alojar en casa a los pobres, cubrir al desnudo y no esconderse del
hermano. El profeta Amós, impulsado por el Espíritu de Dios, protestó con energía
contra las injusticias que producen desequilibrios sociales. Si esto nos parece un
discurso comunista que responde a la agenda de teólogos izquierdistas con aires de
perroflauta, tenemos que hacérnoslo mirar, porque esto viene repetidamente en las
Sagradas Escrituras, aquellas que los cristianos tomamos como normativas: nuestra
principal norma de fe y conducta. Rompamos con los discursos insensibles que
justifican la indiferencia, pues además, la vida da muchas vueltas y «El que cierra
su oído al clamor del pobre tampoco será oído cuando clame» (Prv 21,13).
Ahora bien, a los lectores comprometidos con agendas de izquierda, que pueden estar
aplaudiendo lo dicho aquí, también hay que recordarles que el reinado de Dios no se
identifica con ninguna ideología humana concreta. En la primera mitad del siglo XX
hubo teólogos que vieron muy próxima la idea del reinado de Dios con la
implantación del socialismo, sin embargo no tardaron en darse cuenta de que esto
era una confusión y un error. El reinado de Dios va por otra vía. Por supuesto, de
alguna forma –en nuestra militancia cristiana– nos decantamos por unas ideologías u
otras; pero estas han de ser continuamente juzgadas y miradas crítica y
cuidadosamente desde el discernimiento del Espíritu.
Por desgracia, no faltan aquellos cristianos que controvierten los mismos Derechos
Humanos, como si éstos formaran parte de un programa orquestado por un “satánico”
Nuevo Orden Mundial. ¡Aquellos que dicen amar la verdad, los seguidores de Jesús,
dejándose guiar por teorías conspiranoicas sobre los DDHH! ¡No! Los Derechos
Humanos encuentran su argumento teológico en Génesis 1,27 donde descubrimos que
todas las personas son portadoras de la imagen de Dios y, por tanto, atentar contra
la dignidad de cualquiera es atentar contra Dios.[7] De manera semejante, podemos
aludir al texto de Mt 25,40 que nos enseña a ver a Jesús en los necesitados de este
mundo. Decimos querer recibir a Cristo, mientras nos negamos a recibir a sus
vicarios (con el término vicario lógicamente no me refiero al Papa como en la
clásica tradición católica-romana, sino según el texto mateano, a los que tienen
hambre, a los que tienen sed, a los que son forasteros, a los que están enfermos…).
Arrastramos a veces aquel desacierto que tuvo la primera Confesión Escocesa
(presbiteriana de 1560) cuando asumió una versión exageradísima de la depravación
total del ser humano, en la que nuestra naturaleza perdía por completo –y no en
parte– la imagen divina (comprensivamente fue una confesión redactada en tan solo
cuatro días por encargo del Parlamento escocés). Sin embargo, Enrique Bullinger
también creía que la imagen de Dios había quedado extinguida ¡por completo! en la
trasgresión de Adán. Sin embargo, esta idea no solo está en contra del consenso
general de los Padres de la Iglesia, sino que contradice directamente a St 3,9 que
considera la vigencia de esta imagen divina en el ser humano. A veces, en nuestra
tradición protestante (como en este caso en determinado tipo de calvinismo) se han
dicho cosas que necesitaban una posterior rectificación. Afortunadamente uno de
nuestros grandes lemas ha sido Ecclesia reformata semper reformanda est secundum
verbum Dei (Iglesia Reformada siempre reformándose según la Palabra de Dios) y de
esa manera nuestra teología ha podido ir perfeccionándose y haciendo las
correcciones oportunas desde las Escrituras.[8]
Volviendo al tema. Decimos que Dios está en todos lados, pero tenemos la tendencia
a creer que a Dios solo se le encuentra en nuestras celebraciones eclesiales. A luz
del pasaje de Mt 25,35-40, a Dios también se le halla en los necesitados, ellos son
«lugar de encuentro» con Dios.[9] En estas personas el Señor experimenta nuestra
ayuda o la negación de ésta.[10] Pero si al tender nuestra ayuda lo hacemos
creyéndonos en un estatus de superioridad, me temo que estaremos errando en la
perspectiva. Hay un texto de Rowan Williams que me encanta, dice así:
Estar donde está Jesús significa estar cerca de la gente cuya compañía Jesús
frecuenta. Jesús elige la compañía de los excluidos, de la gente de mala
reputación, de los desdichados, de los que se consideran despreciables, de los
pobres, de los enfermos. Ahí, pues, es donde vas a encontrarte a ti mismo. Si
quieres estar donde está Jesús, si tu discipulado no es algo intermitente, sino una
forma de ser, entonces te encontrarás a ti mismo entre la misma clase de compañía
humana con la que él se codea. Una vez más esto nos recuerda que nuestro
discipulado no consiste en elegir la compañía que nos guste a nosotros, sino la que
Jesús prefiere. O, mejor dicho, consiste en asumir el hecho de que Jesús nos ha
elegido para vivir la compañía que él frecuenta.[11]
El profeta Amós pronunció un oráculo (Am 5.21-25) donde Dios muestra su rechazo a
las alabanzas y sacrificios hipócritas (una religiosidad falsa que sirve para
acallar las conciencias), demandando en su lugar la justicia de verdad (v.24 cf.
v.11 “vejáis al pobre y recibís de él carga de trigo”). No son pocas las iglesias
que conozco que funcionan como aislantes de la realidad social, burbujas que
ensimismadas en su adoración y cultos, ignoran las dolencias e injusticias del
mundo. Esa no es la fe cristiana, es un somnífero que ni siquiera es capaz de
afrontar las necesidades de los propios miembros de la congregación.
A su vez, los creyentes que son incapaces de reconocer la imago Dei en el prójimo,
suelen ser los mismos que también ignoran todo vestigium Dei en las criaturas de
esta hermosa Creación. Hablábamos hace un instante de Génesis 1,27 como reclamo
para identificar a cada ser humano como portador de la imagen de Dios.
Curiosamente, como algo concatenado, el versículo siguiente, el v.28, que muchas
veces se ha empleado para justificar los estragos ecológicos de la humanidad, nos
habla precisamente de la mayordomía (administración) de los recursos naturales y la
conservación del ecosistema.[12] La exégesis actual no entiende este versículo en
clave de «dominación» sino de «administración responsable» de la naturaleza por
parte del ser humano. Se trata de una frase bíblica que debe entenderse como hacer
habitable la tierra en vez de maltratarla, como luego se confirma en el segundo
relato de Génesis sobre el cuidado del jardín.[13] De modo que hasta los
negacionistas cristianos del cambio climático no tienen excusas a la hora de
preservar la naturaleza y velar por el aprovechamiento equilibrado  y responsable
de los recursos naturales. El retroceso en políticas medioambientales impulsadas
por el poder económico sobre el político y con el visto bueno de votantes
evangélicos en países como Brasil –durante el gobierno de Bolsonaro–, o EEUU –
durante el mandato de Trump–, evidencia tanto el poco amor a la vida (por muy
providas que confiesen ser) como el daño que nos hacen a todos especialmente a las
generaciones futuras. De pura lógica, atentar contra la naturaleza es atentar
contra nuestro prójimo y contra nosotros mismos ya que todos vivimos en este
ecosistema global (la casa común como también se la llama).
Volviendo de nuevo a la cuestión de la imago Dei, hay también cristianos que,
dejados de llevar por la radical polarización que vivimos, argumentan que la ayuda
humanitaria a los inmigrantes, tanto en nuestro contexto del Mediterráneo como en
el latinoamericano o centroamericano (como la Caravana de la Dignidad), consiste en
un depravado gesto izquierdista, satanizando así la solidaridad hacia quienes
buscan refugio. No podemos sucumbir al ambiente enrarecido por la polarización
política. Ni tampoco concebir la ayuda al prójimo como algo propio de un color
político. ¡Somos cristianos! Asistir las necesidades de la gente debe estar por
encima de pasaportes y nacionalidades, por encima de preferencias ideológicas.
Hablamos de personas (que para otras personas son hijos, hijas, hermanos, hermanas,
primos, primas, padres y madres…) que a veces son aborrecidas y despreciadas como
si se tratasen de una plaga de ratas. Todos estos inmigrantes, refugiados,
solicitadores de asilo, tienen un hermoso espejo en el que mirarse: aquella
familia, la de nuestro Señor, que en circunstancias de persecución y peligro, según
el relato bíblico, tuvo que migrar a Egipto buscando, con un bebé en brazos, un
lugar para estar a salvo de un Herodes genocida (Mt 2,13-15).
No se trata de negar o ignorar la cuestión política, a veces geopolítica, las
mafias y toda la problemática que hay detrás. No se trata de ser ilusos o
ignorantes de todo eso. Pero como creyentes, en la medida de nuestras
posibilidades, nos corresponde el deber de prestar ayuda a quienes vienen desde
otros países en una situación de vulnerabilidad, al menos según expresa el mandato
bíblico de no maltratar ni oprimir al extranjero (Éx 22,21 y 23,9). O lo que es más
radical: la orden de amarlos como a nosotros mismos, tal como Lv 19,33-34 fija
hacer con los inmigrantes.
Las parábolas de Jesús con frecuencia terminan dejándonos ante una decisión a la
que responder. Ante la realidad hemos de definir nuestra posición. O bien con
Cristo, decidimos estar con las personas pobres, inmigrantes, oprimidas,
discapacitadas y repudiadas, o bien nos unimos al sector de los que rechazan,
acosan, restringen la ayuda o vuelven su mirada con indiferencia ante el dolor
ajeno.

[1] Catecismo de Heidelberg. Enseñanza de la Doctrina Cristiana. Redactado por


Zacarías Ursino y Gaspar Oleviano (1563) (Rijswijk: FELIRE, 1963) p.53.
[2] J. MOLTMANN; La justicia crea futuro. Política de paz y ética de la creación en
un mundo amenazado (Santander: Sal Terrae, 1992) p.22.
[3] R. BERNAL; ¡Ay de vosotros los ricos! Algunos apuntes sobre la pobreza y la
riqueza en la obra Lucana. Razón y Pensamiento Cristiano, 18 agosto 2015.
[4] 1Co 12,12-31; Ro 12,4-8; Col 1,18.24; Col 3,15; Ef 4,4.11-13; Ef. 5,29-30.
[5] N. T. WRIGHT; El verdadero pensamiento de Pablo. Ensayo sobre la teología
paulina (Terrassa: CLIE, 2005) p.164.
[6] J. CALVINO; Institución de la Religión Cristiana IV, IV,8. Tomo II. Sexta ed.
Inalterada (Rijswik: FELIRE, 2006) p.854.
[7] Cf. L. GONZÁLEZ CARVAJAL; Entre la utopía y la realidad. Curso de moral social.
2ª ed. (Santander: Sal Terrae, 1998) p.48. Sobre esta cuestión puede verse: J. M.
CASTILLO; La iglesia y los derechos humanos (Bilbao; Desclée de Brouwer, 2007).
[8] En el Artículo V. de la Confesión de Fe de la IEE (Iglesia Evangélica Española)
se expresa que el ser humano no perdió del todo esa imagen y semejanza de Dios, si
bien está borrosa o corrompida.
[9] J. SOBRINO; Jesucristo Liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de
Nazaret, 2ª ed. (Madrid: Trotta, 1993) p.233.
[10] J. MOLTMANN; El Espíritu de la vida. Una pneumatología integral (Salamanca:
Sígueme, 1998) p.146.
[11] R. WILLIAMS; Ser discípulo. Rasgos esenciales de la vida cristiana (Salamanca:
Sígueme, 2019) pp.24-25.
[12] Cf. M. VIDAL; Para conocer la ética cristiana (Estella: Verbo Divino, 1991)
p.301.
[13] Cf. J. I. GONZÁLEZ FAUS; Hacer frente común a la barbarie, en: ¡Despertemos!
Propuestas para un humanismo descentrado. Cuadernos CJ 209 (Barcelona: Cristianisme
i Justícia, 2008) p.20.
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Ruben Bernal
Rubén Bernal Pavón (Málaga, España), es graduado en Teología por la Facultad de
Teología SEUT (Madrid) con un máster en Teología Fundamental por la Universidad de
Murcia. Ha realizado estudios teológicos en el Instituto Superior de Teología y
Ciencias Bíblicas CEIBI (Santa Cruz de Tenerife).

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