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Foucault, Michel. “Omnes et singulatim: hacia una crítica de la razón política”.

Contenido en “Tecnologías
del yo y otros textos afines”. Paidós. Barcelona. España. 1995. [pp. 95-140]

Se tiene como objetivo mostrar cómo he intentado mostrar cómo el cristianismo primitivo configuró la idea de una
influencia pastoral, que se ejerce continuamente sobre los individuos a través de la demostración de su verdad
particular. Y he intentado mostrar hasta qué punto esta idea del poder pastoral era ajena al pensamiento griego, a
pesar de un cierto número de imitaciones tales como el examen de conciencia práctico y la dirección de conciencia.
Mi meta consistía únicamente en señalar la fuerza de los lazos morales que asocian al pastor a cada miembro de su
tribu. Y, sobre todo, quería recordar con fuerza que estos lazos no se referían solamente a la vida de los individuos,
sino también a los más mínimos detalles de sus actos. Se trata del análisis histórico de lo que, con una expresión
obsoleta, podríamos llamar el arte de gobernar.

Se abordan: Criticar el papel de la razón; la racionalización; el papel de la filosofía; el lazo entre la racionalización
y el abuso de poder; la ilustración; línea de conducta; estado centralizado; sistema de racionalidad; el desarrollo de
la tecnología pastoral; poder pastoral; la razón del estado; utopías políticas; la policía como ente “cuidador”; la
individualización y la totalización; la población y el poder.

El famoso «problema del Estado providencia» no sólo no evidencia las necesidades o nuevas técnicas de gobierno
del mundo actual, sino que debe ser reconocido por lo que es: una de las muy numerosas reapariciones del delicado
ajuste entre el poder político, ejercido sobre sujetos civiles, y el poder pastoral, que se ejerce sobre individuos
vivos. Es evidente que no tengo la más mínima intención de volver a trazar la evolución del poder pastoral a través
del cristianismo. Es fácil imaginar los inmensos problemas que esto plantearía: problemas doctrinales, como el del
título de «buen pastor» dado a Cristo; problemas institucionales, como el de la organización parroquial, o el reparto
de responsabilidades pastorales entre sacerdotes y obispos...

¿Debemos juzgar a la razón? A mi modo de ver nada sería más estéril. En primer lugar, porque este ámbito nada
tiene que ver con la culpabilidad o la inocencia. A continuación, porque es absurdo invocar «la razón» como
entidad contraría a la no razón. Y por último porque semejante proceso nos induciría a engaño al obligarnos a
adoptar el papel arbitrario y aburrido del racionalista o del irracionalista.

Me gustaría sugerir, a lo largo de estas dos conferencias, la posibilidad de analizar algún otro tipo de
transformación en estas relaciones de poder. Esta transformación quizá sea menos conocida. Pero creo que no está
desprovista de importancia, sobre todo para las sociedades modernas

Mi investigación personal tiene por objeto la manera en que Platón aborda este tema en el resto del diálogo. Lo
hace primero mediante argumentos metodológicos, y a continuación invocando el famoso mito del mundo que gira
en torno a su eje.

En resumen: la razón de Estado no es un arte de gobernar según leyes divinas, naturales o humanas. No necesita
respetar el orden general del mundo. Se trata de un gobierno en consonancia con la potencia del Estado. Es un
gobierno cuya meta consiste en aumentar esta potencia en un marco extensivo y competitivo.

La «policía» aparece como una administración que dirige el Estado, junto con la justicia, el ejército y la hacienda.
Es verdad. Sin embargo, abarca todo lo demás. Como explica Turquet, extiende sus actividades a todas las
situaciones, a todo lo que los hombres realizan o emprenden. Su ámbito abarca la justicia, la finanza y el ejército, si
un individuo es capaz de permanecer libre, por muy limitada que sea su libertad, el poder puede someterle al
gobierno. No hay poder sin que haya rechazo o rebelión en potencia.

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