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Ciertas yerbas del pantano.

Por Fernando Garavito.

Con bombos y platillos El Tiempo lanzó esta semana a Álvaro Uribe Vélez como su
candidato presidencial. Cuatro columnas en primera página, foto desplegada con
puño afirmativo y gesto intenso, preguntas concretas, respuestas ambiguas. El
candidato anunció que va a asumir la defensa de los colombianos. Muy bien. Pero,
¿quién nos defenderá a los colombianos del candidato?

Su hoja de vida es más bien una hoja de muerte. Fue estudiante pobre del colegio
Jorge Robledo, hijo de don Alberto Uribe Sierra, uno de esos personajes de los que
está llena la historia de Antioquia, que le ponen la trampa al centavo y viven un poco
de echar el cuento, de comprar al fiado, de captar dineros, de deber un poco aquí y
un poco en la otra esquina. Pese a que don Alberto se convirtió en el corredor
oficioso de finca raíz de ciertas yerbas del pantano y que era ostentoso como una
catedral, con helicóptero y rejoneo incluidos, murió más pobre que el padre Casafús,
quien fue tal vez el autor del milagro. Porque si no es un milagro, ¿cómo se explica
que haya dejado esa inmensa y oportuna riqueza que sacó de problemas a sus tres
vástagos, el candidato, el Carepapa y el Pecoso, que hasta el momento habían
pasado las duras y las maduras para explicar la procedencia de algunos dinerillos?

Por ese entonces el candidato ya había salido del colegio y había olvidado a ciertas
yerbas del pantano que fueron sus compañeros de curso, y que sólo volvieron a
saber de él por los éxitos de su carrera política, por las frecuentes noticias del
periódico, y por la fotografía que lucían los orgullosos propietarios de La Margarita
del Ocho en su salón principal, donde aparecía rodeado por las más importantes
ciertas yerbas del pantano, la cual desapareció misteriosamente sin que nadie haya
vuelto a dar cuenta de su paradero. Al terminar su bachillerato, el candidato estudió
Derecho en la Universidad de Antioquia y comenzó a sostener a los cuatro vientos
que él "algún día" llegaría a ser presidente de la República. Y claro, va a serlo, como
lo señala su meteórica carrera.

Primero, como representante de Guerra Serna, fue jefe de Bienes de las Empresas
Públicas de Medellín, donde atropelló a todo aquel que no quiso vender sus tierras
para el desarrollo hidroeléctrico El Peñol-Guatapé. Luego pasó sin pena ni gloria
por la Secretaría General del Ministerio del Trabajo. Más adelante, en el gobierno
de Turbay Ayala, fue director de Aeronáutica Civil. Allá logró el más acelerado
desarrollo que haya tenido la industria aérea en Antioquia. El departamento se vio
de pronto cruzado por múltiples pistas y por modernas aeronaves con sus papeles
en regla. Durante ese período, fue socio de su director de Planeación, el notable
empresario deportivo César Villegas, con quien importó las casas canadienses de
madera que ahora lucen con tanto garbo su elegante perfil en las fincas de las más
discretas ciertas yerbas del pantano. Pero salió de Aerocivil a raíz de un pequeño
escándalo del cual dio cuenta pormenorizada el periódico que ahora apoya su
candidatura, y se dedicó de lleno a la política.

Dejó a Guerra Serna con sus rifas de neveras y de electrodomésticos, y se hizo


nombrar alcalde de Medellín en el gobierno del poeta Belisario. Allá aprendió a las
mil maravillas el ceremonial que oculta la ineficiencia, pero salió sin consideración
a sus méritos cuando visitó en el helicóptero oficial a ciertas yerbas del pantano.
Después llegó al Congreso en compañía de su primo, Mario Uribe, electo ahora
presidente del Senado sin siquiera una mención a su fervor religioso, que fue
evidente a sus visitas al Señor Caído, en La Catedral, con credo incluido. Pero ese
es un cuento que otro día les cuento.

El candidato fue también gobernador de Antioquia, donde se dedicó a convivir


pacíficamente. Allá mostró su entusiasmo neoliberal, que hoy oculta con tanto
cuidado: cerró la Secretaría de Obras, dejó cesantes a dieciséis mil empleados,
privatizó las Empresas Departamentales de Antioquia, acabó con los hospitales
regionales, e inició la privatización de la Empresa Antioqueña de Energía, antes de
dilapidar el presupuesto en contratos de pavimentación que nunca logró terminar, y
en la venta de futuros de la Empresa de Licores, todo lo cual contribuyó a dejar a
Antioquia, que es inmensamente rica, en la ruina total.

Estuvo en Harvard, claro está (¿quién que es candidato no ha estado en Harvard?),


donde jugó tenis con Andrés Pastrana mientras Juan Rodrigo Hurtado le hacía las
tareas; compró hacienda en Córdoba (¿quién que es candidato no tiene hacienda
en Córdoba?) donde quedó bajo la protección de ciertas yerbas del pantano; tuvo
un almacén de alimentos y bebidas (¿quién que es candidato no ha tenido un
almacén de alimentos y bebidas?) que se llamó "El gran banano"; y terminó por ser
el candidato in pectore de los sectores más oscuros, peligrosos y reaccionarios del
país. Los cuales, sobra decirlo, no son solamente Enrique Gómez y Pablo Victoria
y compañía. También son, Dios nos ampare, las famosas y nunca bien elogiadas
ciertas yerbas del pantano.

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