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Manuel Javier Rodríguez y Erdoíza 

(Santiago, 25 de febrero de 1785—Tiltil, 26 de
mayo de 1818) fue un patriota chileno que realizó innumerables acciones en diferentes cargos
para lograr la independencia de Chile, como abogado, político, guerrillero y con el
grado militar de Coronel, siendo reconocido como uno de los «padres de la Patria de Chile».1
Durante la Patria Vieja, fue secretario de Hacienda y de Guerra del gobierno de José Miguel
Carrera, además de su secretario personal. Pese a que hubo varios y graves desencuentros
entre Carrera y Rodríguez, siempre retomaron su amistad, camaradería y trabajo en conjunto,
razón por la cual fue la persona con quien Carrera gobernó más estrechamente.1
En el periodo de la Reconquista española, su labor como guerrillero, espía y principal figura de
la resistencia independentista en Chile lo transformó en mito y leyenda popular.1
Durante la Patria Nueva, tras la derrota independentista de Chile en la batalla de Rancagua,
Rodríguez conspiró más de una vez para deponer del cargo de director supremo a Bernardo
O'Higgins. Reapareció en la escena pública tras el combate de Cancha Rayada, asumiendo
brevemente como director supremo interino en Santiago, para evitar el desbande general de la
causa patriota. Tras dejar su puesto, una vez que se supo que O'Higgins no había muerto, y
luego de la victoria en la batalla de Maipú, fue apresado por O'Higgins. Fue custodiado por
soldados, siendo asesinado de un balazo por la espalda en las cercanías de Til-til mientras lo
trasladaban a la cárcel de Quillota.1

Orígenes e historia familiar[editar]


Su padre fue el español Carlos Rodríguez de Herrera y Zeballos, quien vivió en el Virreinato
del Perú. Arribó a Chile alrededor de los 27 años, en 1780, como secretario de un importante
emisario español de las aduanas reales de Lima. Luego permaneció trabajando en dicha
institución como empleado, donde hizo carrera como funcionario de la corona y alcanzó el
cargo de director de Aduanas de la Gobernación de Chile, un cargo de bastante importancia
dentro del estado colonial. Sin ser un hombre acaudalado, pero gracias a la dote de su esposa
que era viuda y su carrera en la Aduana chilena, pudo entregar un buen pasar a su familia.
Aunque con mucha austeridad, educó a sus tres hijos, además de ser tutor y curador de su
hijastro José Joaquín Fernández de Leiva y Erdoíza, el hijo menor del difunto marido de doña
María Loreto; en efecto, la dote dejada por Fernández de Leiva alcanzaba a $ 22 000 de la
época, de los que habría gastado $ 11 463 en la educación del hijastro en 25 años.3 Tanto
Joaquín como Manuel estudiaron en el mejor colegio de Chile de la época, el Convictorio
Carolino de Santiago, aunque para el caso de Manuel (del que se decía alumno aventajado y
sobresaliente),4 su educación fue pagada en parte con una de las cuatro becas que entregaba
dicho colegio.3
Su madre, María Loreto de Erdoíza y Aguirre, era una criolla de elevada posición social,
descendiente por su madre de los primeros conquistadores y emparentada con las más
prominentes familias coloniales. Era hija del acaudalado comerciante vasco Juan de Erdoíza y
Olaguibel, y sobrina directa del Marqués de Montepío, Nicolás de Aguirre y Barrenechea,
destacado realista, el cual era hermano de su madre. Tenía fuerte raigambre vasca por su
madre y su padre. Antes de su unión con Carlos Rodríguez, se había casado en primeras
nupcias con Lucas Fernández de Leiva, adinerado comerciante español, del que enviudó
prematuramente, quedándole una respetable herencia, y solo un hijo, llamado Joaquín
Fernández de Leiva, que fue medio hermano de los Rodríguez Erdoíza (Manuel y Carlos), y
que vivió junto a ellos, hasta que por razones de su profesión debió partir a España (donde fue
diputado en representación de Chile en las Cortes de Cádiz) y radicándose luego a Lima.
Aun cuando provenía de una tradicional familia arequipeña, Carlos Rodríguez, el padre de
Manuel, no tenía fortuna, sin embargo tenía educación y la profesión de contador (tenedor de
libros). La familia Rodríguez Erdoíza era de jerarquía, educada y culta, pues en su testamento
(en poder de la familia) legaba una importante biblioteca personal. Además se relacionaban
con la sociedad y la élite de la época, sin embargo sufrían de una constante estrechez
económica, por lo que se decía que eran "aristócratas pobres", lo que limitaba seriamente la
convivencia con sus pares sociales.
La familia vivía del siempre insuficiente sueldo de un funcionario público, complementado por
la herencia recibida de su esposa, por lo que los hermanos Rodríguez Erdoíza siempre se
sintieron algo disminuidos en su relación con la gente de sociedad con que se relacionaban.
Manuel Rodríguez fraguó rechazo contra la que era la mayor injusticia, ya que no tomaba en
cuenta para nada el valor de la meritocracia. Ya que existía un sistema de castas y
preferencias inalterable. La familia Rodríguez Erdoíza se rozaba con dos mundos diferentes,
el de la aristocracia de fortuna, pero a la vez tenían que luchar día a día por mantener el
decoro y la forma de vida que les correspondía, y a la cual difícilmente alcanzaban debido a
su estrechez económica. Por esa razón se gestó el carácter contradictorio y rebelde que tenía
Manuel Javier y que en el futuro le provocaría estar permanentemente en la montaña rusa del
poder político y que a la postre le costaría la vida. La enorme e imponente casa, actualmente
en el lugar que ocupa el Banco Central de Chile y en la que vivieron siempre los hermanos
Rodríguez Erdoíza, era una herencia dejada por el primer marido de Doña María Loreto. Dicha
casa poseía numerosas habitaciones, patios, y salones. Sin embargo, se respiraba un
ambiente de mucha austeridad y de escasez económica, ya que contaban con muy pocos
sirvientes además de una mínima vida social comparado con otras familias de alcurnia en las
que abundaban una larga corte de personas a su servicio, tales como cocineras, cocheros,
niñas de mano y en muchas familias los esclavos; de hecho, Carlos Rodríguez padre, poseía
dos esclavas para el servicio doméstico, a las que en su testamento de 1823 les otorga la
libertad y les regala a cada una una casa de valor de $100 de la época, en retribución a sus
abnegados servicios de toda la vida en la casa de la familia Rodríguez Erdoíza.
Muerte

El 22 de mayo de 1818, el Batallón Nº1 Cazadores de los Andes salió desde el cuartel de San
Pablo para acantonarse en Quillota, llevándose a Rodríguez, cuya custodia le había sido
encargada, con la excusa de que el gobierno deseaba mantenerlo en una locación más
próxima a la costa para embarcarlo y sacarlo del país. El batallón Cazadores de los Andes,
que estaba entonces al mando del coronel Rudecindo Alvarado16 y que se componía de cerca
de 800 plazas, marchó a vanguardia, mientras que Rodríguez marchó a retaguardia
custodiado por el teniente español Antonio Navarro junto a unos pocos soldados, cuyo
número, según diversos testimonios, oscila entre 8 y 25. La primera noche de marcha, el
contingente habría pernoctado en la hacienda de Colina, actual Lampa, mientras que el 24 de
mayo de 1818 acampó a orillas de un estero en los terrenos de la Hacienda Polpaico.17
De acuerdo a los testimonios de varios ex soldados del batallón recogidos en un proceso
judicial efectuado en 1823, la noche del 24 de mayo Rodríguez fue apartado del campamento
y asesinado por el coronel Rudecindo Alvarado junto a su ayudante José Gómez, el cabo
Agüero y el soldado Parra, recibiendo un balazo de pistola o arcabuz a quemarropa en la
espalda, sablazos, bayonetazos en la cara y el cuerpo y luego uno o varios golpes de culata
en el cráneo para rematarlo. Su cuerpo fue despojado de ropas y prendas dejándolo
semidesnudo y abandonado, quedando a merced de animales carroñeros.18
Otras versiones menos verosímiles señalan que el destacamento se ubicó a
aproximadamente 4 km al sur del pueblo de Tiltil, específicamente frente a la Hacienda "El
Sauce", en el sector escampado "Cancha del Gato" (que aún existe sin modificaciones
antrópicas), cerca de un bosque de maitenes a orillas del río Lampa (hoy estero Lampa),
donde fue asesinado de un tiro por la espalda por el teniente Antonio Navarro al distraer su
atención con un comentario de un ave que pasaba por el sector. Se adujo como causa de
muerte, que el guerrillero tomó una daga atacando a Navarro e intentó escapar. Esta versión
fue oficializada por el gobierno de Bernardo O´Higgins.19
Hubo un testigo, el campesino Hilario Cortés que cumplía labores agrícolas en el sector quien
se escondió y presenció el asesinato.20 Cortés y su patrón Tomás del Valle tomaron 5 días
más tarde los restos y los enterraron en una capilla en Til-Til en secreto. Navarro diría mucho
más tarde que el autor material fue el coronel Rudecindo Alvarado, jefe de la comitiva militar y
que la autoría de Navarro solo fue de conveniencia para el oficialismo.21
El teniente Navarro confesaría, en 1825, que el abogado Bernardo de Monteagudo le dio la
orden de asesinar a Rodríguez. Monteagudo fue expulsado a Perú, donde sería asesinado el
mismo año en que Navarro confesó.
Como recuerdo de aquel luctuoso suceso se erigió, en 1863 un monolito en su memoria, en
que se lee la siguiente estrofa del poeta Guillermo Matta:
¡Jamás el héroe muere!
En la mano que le hiere
En página inmortal su nombre escribe,
Y el héroe mártir con su gloria vive.22

Los restos del héroe guerrillero fueron trasladados


de Tiltil a Santiago en 1895, y presuntamente reposan en el Cementerio
General.
José Miguel de la Carrera y Verdugo (Santiago, 15 de octubre de 178523-Mendoza, 4 de
septiembre de 1821) fue un político y militar chileno. Prócer de la emancipación de Chile y
destacado participante en las guerras de independencia, es reconocido como uno de los
«padres de la Patria de Chile», jefe de gobierno, el primer general en jefe del Ejército y el
primer caudillo en la historia republicana de dicho país, y uno de los primeros de América.4
Era descendiente de una familia aristocrática hispana y tras servir a las armas del rey de
España en contra del ejército de Napoleón, volvió a Chile en julio de 1811. Después de
sucesivos golpes de Estado, el 15 de noviembre de dicho año se hizo nombrar presidente de
la Junta Provisional de Gobierno de la actualmente llamada Patria Vieja y, tras disolver
el Congreso Nacional, asumió plenos poderes el 2 de diciembre. Su gobierno, abiertamente
separatista con respecto al aparato estatal de España, tuvo que enfrentar la invasión que
el virrey Abascal mandó a realizar desde Talcahuano, desencadenando así la Guerra por la
Independencia de Chile.
Tras liderar el primer proceso emancipador chileno conocido como Patria Vieja y después de
la batalla de Rancagua, la cual resulta en una derrota, Carrera encabeza el éxodo patriota y
se retira de Chile junto con el resto de militares y ciudadanos a la
ciudad argentina de Mendoza. Allí trató de reorganizar la lucha y la liberación de su país, para
lo cual decide viajar a los Estados Unidos donde el presidente James Madison lo recibe,
logrando organizar una escuadra naval con oficiales napoleónicos y norteamericanos. Volvió
a Sudamérica, pero la Logia Lautaro impidió que pudiera regresar a Chile. Su vida política y
militar desde 1818 en adelante se transformó en una enconada lucha entre quienes
gobernaban Chile y Argentina, de fuerte influencia británica, y quienes veían a la República
como el ideal a seguir.
Estos hechos fueron los que dieron al poeta chileno Pablo Neruda, premio Nobel, la
inspiración para otorgarle el título de Príncipe de los caminos.5 Su vida política y militar desde
1815 en adelante fue decayendo progresivamente hasta que, tras ser arrestado
como montonero, fue fusilado en Mendoza en 1821 a los 35 años de edad.

Hijo del coronel de las Reales Milicias Ignacio de la Carrera y Francisca de Paula Verdugo
Fernández de Valdivieso y Herrera (descendiente directa de Juan de
Garay; Hernandarias; Jerónimo Luis de Cabrera; Diego de Villarroel; Martín Suárez de
Toledo; Mencía Calderón, y del señor de Almonaster, regidor de Panamá, capitán general
y gobernador de Tierra Firme, Gonzalo Martel de la Puente y Guzmán).
Fue el tercero de cuatro hermanos: Javiera, Juan José, José Miguel y Luis. Casado
con Mercedes Fontecilla Valdivieso, tuvo cinco hijos; cuatro mujeres y un hombre, José Miguel
Carrera Fontecilla, padre del héroe del combate de la Concepción, capitán Ignacio Carrera
Pinto.
En 1807 fue enviado por su padre a España, donde logró una formación militar sólida,
luchando por la causa hispana durante la Guerra de la Independencia Española. Se enroló en
los Voluntarios de Madrid y los Húsares de Farnesio, participando en más de veinte batallas,
siendo las principales la ocupación de la ciudad de Mora, retirada de Consuegra, combates de
Yébenes, río Guadiana, batalla de Talavera y la batalla de Ocaña, en donde fue herido el 19
de noviembre de 1809.
Producto de la herida fue transferido a Cádiz, donde recibió la Cruz de Talavera y fue
ascendido a sargento mayor del Regimiento de Húsares de Galicia. En esos momentos Cádiz
era centro de gran agitación política, en la medida que ahí se encontraba el Consejo de
Regencia y se discutía la futura constitución. Es probable que en esa ciudad Carrera haya
entrado en contacto con Joaquín Fernández de Leiva, quien era medio hermano de Manuel
Rodríguez, íntimo amigo de José Miguel y se encontraba ahí en representación de Chile frente
a las Cortes de Cádiz. Es ahí también donde conoció a José de San Martín.
Años después, San Martín recordaría —en una carta— que mientras estaba
en España conoció a varios “jóvenes americanos” que decidieron volver a sus países para
participar en el proceso por la independencia, que se agudizaba. En la carta San Martín no
menciona quiénes fueron aquellas personas. Sin embargo, coincidencia o no, tanto José
Miguel Carrera como José de San Martín presentaron sus pedidos para volver a sus
respectivos países en 1811. Ambos tuvieron problemas para empezar, pero a poco tiempo la
Regencia se los concedió.
Sin embargo, San Martín viajó primero a Londres, donde conoció —entre otros— a los
venezolanos Luis López Méndez y Andrés Bello, el mexicano Servando Teresa de Mier, los
argentinos Carlos María de Alvear —quien ya conocía a José Miguel— y José Matías Zapiola,
y crucialmente, se unió a la Logia Lautaro. Se ha dicho también, sin ningún fundamento
siquiera contingente, que José de San Martín tomó en esa ciudad conocimiento del
llamado Plan de Maitland.10 Ha quedado aclarado por otros historiadores11 que la presencia de
San Martín en Londres se debió exclusivamente a la necesidad de abordar un buque inglés
para partir de Cádiz hacia América, por la fuerza del bloqueo francés que mantenía la ciudad
cercada. Carrera, por tanto, consigue trasladarse a América en un buque inglés de guerra que
no hacía pasaje por Londres.
Mientras tanto, Carrera se embarca el 17 de abril de 1811 en el navío de guerra
inglés Standard y arribaba a Santiago el 26 de julio, adentrándose inmediatamente en los
vericuetos de la política local.
Desde ese momento y con sólo 25 años, Carrera cambió la orientación del proceso
independentista chileno. Hasta el momento habían predominado los moderados, cuya idea era
más bien obtener grados de autonomía dentro del Imperio español, sin llegar a la
independencia plena. Carrera era un revolucionario, que buscaba la independencia plena
de Chile con respecto a España.
Muerte

Carrera, a cargo de un grupo armado relativamente pequeño (cerca de 500 hombres) y


bloqueado cerca de Buenos Aires, decidió internarse en las pampas con la esperanza de
poder cruzar la cordillera hacia Chile. Fue ganando adeptos entre los indígenas, quienes,
según la leyenda, llegaron a nombrarle "Pichi-Rey" (pequeño rey).

Marchó sobre el centro de detención de Las Bruscas donde "...puso en libertad a los chilenos


prisioneros en San Nicolás que estaban encerrados quienes consintieron alistarse en sus filas
bajo la solemne promesa de ser restituidos a su libertad tan luego como la capital cayera en
sus manos."61
Luego, en lugar de tratar de cruzar la cordillera como eran sus planes originalmente, se dedicó
a fomentar a las tribus indígenas para que hicieran una guerra contra las poblaciones civiles
en la provincia de Buenos Aires, lo que naturalmente tuvo un efecto negativo sobre la imagen
de Carrera tanto entre las autoridades como en la población civil.62
Incentivó el ataque del cacique Yanquetruz a la localidad de Salto, en Buenos Aires, quien con
su indiada destruyó el 3 de diciembre de 1820 buena parte de la población, asesinando a los
hombres y esclavizando como botín de guerra a las mujeres.63 Los pueblos
de Rojas, Lobos y Chascomús también fueron asaltados.64
En febrero de 1821 abandona las tolderías de los ranqueles y se dirige a Chile solicitando libre
paso a los gobernadores de Córdoba y de San Luis, quienes se niegan y lo enfrentan
militarmente. Venció al gobernador cordobés general Juan Bautista Bustos en Chajá y al
de San Luis, coronel Luis Videla, en Ensenada de las Pulgas, ocupando la ciudad de San
Luis. Intentó luego unirse a las fuerzas del gobernador de Entre Ríos, general Francisco
Ramírez, pero al no querer acompañarlo este a Chile, retornó a San Luis después de vencer a
fuerzas mendocinas en Río Cuarto, mientras que Ramírez fue derrotado y muerto en Río Seco
el 10 de julio del mismo año. El 30 de agosto Carrera fue derrotado en Punta del Médano por
las fuerzas del coronel José Albino Gutiérrez.
Intentó replegarse a Jocolí con sus tropas, pero fue traicionado por algunos de sus seguidores
y oficiales, quienes luego de insurreccionar a los soldados, lo tomaron prisionero junto
con José María Benavente y Felipe Álvarez y lo entregaron al coronel mendocino Gutiérrez.65
Enjuiciado y condenado a muerte por numerosos crímenes66 fue fusilado cerca del mediodía
del 4 de septiembre, en la plaza de Mendoza, por orden de Tomás Godoy Cruz. Durante esa
ejecución, y de acuerdo con el relato de fray Benito Lamas67 Carrera demostró gran valor
personal, solicitando no se le vendaron los ojos, que se apuntara donde estaba su mano
(sobre su corazón) y estar de pie, todo lo cual le fue negado. A continuación, él se limpió
cuidadosamente algunas motas de las mangas de su casaca militar y gritó ¡Muero por la
libertad de América!.

Luego de ello y según lo relatado en una carta por John M. Forbes, agente de los Estados
Unidos en Buenos Aires, al Secretario de Estado de Norteamérica John Quincy Adams, y de
acuerdo con un boletín publicado en esa ciudad, el cuerpo de Carrera fue mutilado. Su cabeza
fue cortada y expuesta en la plaza de Mendoza; su brazo derecho fue enviado al Gobernador
de Córdoba, y el izquierdo a Punta de San Luis. Este acto fue considerado de salvaje
ferocidad causando un sentimiento de horror en la comunidad.68 Sin embargo eso es negado
por fray Lamas: "Preguntado por el que redacta esta memoria si era cierto, como dice el señor
Yates en su diario impreso en el apéndice a la obra inglesa cuyo título es: Journal of a
Residence in Chile by Mary Graham, London, 1824, si era cierto que a don José Miguel
Carrera le cortaron, después de ejecutado, la cabeza y la mano derecha, me contestó que no
había oído nunca semejante cosa, a pesar de haber acompañado, al suplicio al general,
residir en Mendoza y haber predicado el sermón de gracias por la victoria de Mendoza contra
él; así como la oración fúnebre del general Morón".69 Cabe considerar que ese tipo de
mutilaciones no era —como el dictamen mismo sugiere— desconocido en la época y que
Carrera mismo no era ajeno a esa “costumbre”, como cuando ordenó cortarle la cabeza al
coronel Videla después de su derrota en la batalla por la ciudad de San Luis a fin de
presentarla como regalo a su amigo, Estanislao López, entonces gobernador de Santa Fe.70
El Instituto de Investigaciones Históricas "José Miguel Carrera" ha estado tratando de
establecer los hechos por algún tiempo, pero aún no ha publicado resultados.71
Su repatriación tuvo lugar, en las palabras de Benavente "cuando Chile gozó de la plena
libertad que nunca había tenido y tal vez no tendrá después", irónicamente, durante la
presidencia de Francisco Antonio Pinto, persona que es considerada responsable de sepultar
para siempre las tendencias federalistas en la política chilena.

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