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Alumno:
Jorge Alberto Chavira Barragán.
Matrícula 620589.
Cuentos que se hacen realidad.
Por eso es bueno portarse bien…
Instrucciones para adaptar el cuento. -
1.- La narración es aplicable a niño o niña, que esté desplegando mala conducta.
2.- Se propone este cuento para niños con una edad de entre 9 y 10 años de
edad y niñas hasta de 9 años, máximo.
3.- Tiene los elementos básicos con los que se pretende lograr fijar una moraleja
en el niño(a)-problema, sin llegar a infundirles terror; el presente cuento se puede
extender o disminuir según la respuesta del menor: si demuestra inclinación a modificar
positivamente su conducta o se muestra reticente a ello, inclusive si el niño o niña tiene
una postura de indiferencia cuando se le está narrando la historia. Es importante tomar en
cuenta el lenguaje corporal del niñ@.
4.- Lo eminentemente básico del cuento está plasmado en diapositivas de la
aplicación de PowerPoint para Windows, que se anexa a esta narrativa, se les puede
añadir efectos, elementos, imágenes, enlaces para video. El trabajo del terapeuta no está
constreñido a la historia y la presentación, lo puede variar según sea su estilo personal,
pero, sobre todo, el efecto observable que vaya causando en el menor.
¡Las clases, los recreos, los concursos, los talleres de teatro, de pintura y de
deportes eran fabulosos! Todo marchaba de maravilla, los alumnos de esta escuela no
deseaban que hubiera tiempos de vacaciones que interrumpiera estar juntos en esa
maravillosa escuela, porque durante esas vacaciones, sus papás se los llevaban a otras
partes ¡dejaban de pasarla bien entre ellos mismos! Se extrañaban mucho. Pero sabían
que una vez terminadas las vacacioncitas, se volverían a reunir y a estar juntos en el
salón, durante los recreos y durante todas las actividades.
Las cosas marchaban muy bien; sí, hasta que un día llegó un alumn@ nuevo. Se
inició el ciclo escolar, pero los papás de ese niñ@ se enteraron de esa maravillosa
escuela en la que los niños eran felices, se procuraban y les gustaba pasar todas las
clases juntos. Visitaron la escuela y muy animados alcanzaron a inscribir a su hij@ a buen
tiempo para que iniciara el ciclo escolar, deseando de todo corazón que conociera a todos
estos nuevos niños y niñas amables, amigables, cooperadores, estudiosos y aplicados
que disfrutaban tanto de estar juntos.
Este(a) nuevo(a) alumnito(a) tenía una carita de ángel, de esos que parecen no
romper ni un plato, bueno, ni un lápiz o una hoja del cuaderno… Los maestros y
profesoras notaron que era inteligente; al principio, cumplía con todos los deberes: llegaba
con puntualidad, no se salía del salón sin permiso, levantaba la mano para participar, no
se distraía en clase. Sin embargo, a las tres o cuatro semanas, las cosas comenzaron
bruscamente a cambiar: profesores y maestras notaban que los otros niños se
comportaban diferente: la sonrisa había abandonado sus ojos, ya no estaban alegres, ya
no eran bulliciosos y juguetones durante los recreos y dentro del salón no participaban, no
preguntaban a pesar de la insistencia de los profesores y profesoras preguntándoles si
deseaban que algo se les explicara mejor; se les veía serios, muy serios; pero había algo
más: todos se apartaban notablemente del (de la) nuevo(a) alumnito(a), que de todos
podían ver que al salir al receso de las clases, los niños y niñas salían en grupos, muy
unidos, de a cinco o seis, unos ayudaban a los que estaban en sillas de ruedas y otros
ayudaban a aquellos que no podían ver; en los patios, espacios de deporte y calzadas
esos grupos de niños y niñas rodeaban a dos o tres más, así como en la naturaleza unos
animalitos protegen a sus pequeños de las fieras poniéndolos al centro de la manada, eso
parecía… ¡y de eso se trataba! ¡Definitivamente unos niños protegían a otros!
Pero, ¿de quién protegían unos niños a otros? Todavía no la habían averiguado.
Pronto lo harían. Realizaron los maestros y profesores una reunión en secreto, una vez
que habían terminado todas las clases y todos las niñas y niños habían sido recogidos por
sus papás o sus mamás, ya en la tardecita antes de que se ocultara el sol; en esa junta
acordaron que sería la maestra Elena la encargada de encontrar la razón por la que las
niñas y los niños se alejaban del alumnito(a) nuevo(a).
Al día siguiente, la maestra Elena se dio a la tarea de preguntar a las niñas,
primero, y en seguida a un grupito de niños, de quienes ella tenía toda la seguridad que le
dirían lo que estaba pasando. De todas maneras, todas las maestras y todos los
profesores ya notaban que el (la) alumnito(a) faltaba a la escuela, que se distraía en
clase, que pedía salir al baño y no volvía al salón en muuuuucho tiempo; también se
había percatado que no respondía cuando se le preguntaba algo; uno de los profesores lo
sorprendió haciéndole muecas y sacándole la lengua, pero decidió en ese momento no
llamarle la atención frente al grupo de los otros niños y niñas para no hacerle sentir mal
¡vaya que si los maestros y profesoras les tenían consideración a los peques en esa
escuela! Pues bien, las niñas y los niños con quienes platicó la maestra Elena, le
informaron que el(la) nuevo(a) alumnito(a) se portaba mal con ellos, sobre todo con los
más pequeños o los más débiles, su agresión era grande contra los que no podían
caminar, ver u oír; a otros los obligaba a hacerles sus tareas y hasta tenían que hacer los
exámenes por él, de lo contrario, los golpeaba, los arañaba o les escupía. Durante los
recesos en las áreas de juego o descanso, de todas maneras, buscaba una víctima: si era
una niña le tiraba del cabello, le despeinaba y le ensuciaba con lodo su ropa; si se trataba
de niños, les entraba a los puñetazos, los insultaba, se burlaba de ellos diciéndoles cosas
feas y gritándoles. La maestra Elena por supuesto que les creyó. Solo tendría que hacer
dos cosas más.