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ESCRITURA Y APRENDIZAJE
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SEBASTIÁN BARBARÁ
II
Resumen
En la actualidad, una sumatoria de factores ha provocado una grave crisis educativa que amenaza la
propia subsistencia del sistema y, en definitiva, a la sociedad y su forma de vida tal como la concebimos y
y experimentamos hoy en día. Las causas provienen de las características que han adquirido los modos de
vida en relación con la tecnología y las decisiones políticas que han condicionado de manera crítica al
sistema educativo. Por tal motivo, es necesario implementar una serie de cambios en la práctica de la
enseñanza que den lugar a una salida superadora, fundada en la adquisición de saberes elementales y el
desarrollo de habilidades y competencias de mayor complejidad, a la espera de las decisiones políticas
que deben establecer las correcciones necesarias para volver a encarrilar el sistema educativo. Este trabajo
es una propuesta dirigida a sentar las bases para una solución adecuada, factible de ser implementada en
las instituciones educativas en función de sus propias necesidades y posibilidades. El listado de
sugerencias es de carácter esencial pero de seguro puede ser ampliado y enriquecido por docentes y
alumnos conforme a sus propios saberes y experiencias educativas.
Abstract
Currently, a combination of factors has caused a serious educational crisis that threatens the very survival
of the system itself and, ultimately, the society and its lifestyle as we conceived it and we experience it to
the day. The causes come from the characteristics that lifestyles have acquired in relation to technology
and the political decisions that have critically conditioned the educational system. Thus, it is necessary to
implement a series of changes in the teaching practice that should lead to a better output, based on the
acquisition of elementary knowledge and the development of more complex skills and competencies, as
we wait for the political desitions that should state the corrections to put the educational system back on
track. This work is a proposal aimed at laying the foundations for an adequate solution, feasible to be
implemented in educational institutions based on their own needs and possibilities. The list of suggestions
is basic and essential but it can surely be expanded and enriched by teachers and students according to
their own knowledge and educational experiences.
III
Introducción
La idea del presente trabajo surgió de inquietudes profesionales generadas a partir de haber
detectado, en el ejercicio de la profesión docente, determinadas falencias presentes en un número cada
vez mayor de estudiantes que ingresan a cursar estudios de nivel Terciario. La detección de dichas
falencias se dio tempranamente en mi carrera profesional y, desde entonces, no he cesado de buscar
alternativas y estrategias de enseñanza que me permitieran remediar una situación que se agravaba con el
paso del tiempo, pues el porcentaje de estudiantes con dificultades se ha venido incrementando año tras
año. Experimenté con diferentes contenidos y prácticas planificadas para cursadas anuales con cargas
horarias que iban de tres a cuatro horas cátedra semanales, sin conseguir cambios significativos en
aquellos estudiantes que, en trabajos diagnósticos, exhibían un nivel de regular a malo o insuficiente. La
premura por aportar soluciones se fue acrecentando conforme la experiencia me confirmó, gradualmente,
algo que jamás se me había planteado durante mi formación inicial como docente, ni siquiera en todas
mis anteriores experiencias académicas como estudiante: el rol clave de las competencias en lectura y
escritura –fundamentalmente, la primera– en el aprendizaje y el estudio, como así también en las
competencias comunicativas en general.
Al momento de realizar mi tesis de licenciatura, decidí abordar este tema aprovechando la
posibilidad de que el desarrollo de ese trabajo me demandaría una tarea de investigación acerca de las
causas detrás de las falencias de los estudiantes, lo cual, a su vez, me brindaría la información necesaria
para diseñar, proyectar y proponer estrategias y prácticas que aportaran soluciones, que si bien no serían
definitivas, en razón de la naturaleza misma de las competencias comunicativas, al menos podrían trazar
caminos a seguir para llegar a la meta.
El temario a desarrollar es extenso, en razón de la complejidad de conceptos, factores y variables
de que se componen las competencias en lectura y escritura, las cuales, como se verá, están en la base de
lo que actualmente se llama competencias comunicativas en el ámbito académico.
Considerando que la idea es ser lo suficientemente amplio en el abordaje, se comenzará desde el
concepto de competencia, a qué se refiere y qué significa ser competente; a continuación, se especificará
a qué se denomina competencia lectora en particular y todo lo que ella implica tanto en el plano mental
como en el físico-orgánico, campo en el que las neurociencias han hecho significativos aportes
últimamente.
Luego, se pasará a describir cómo es, hoy, el estudiante promedio del nivel Terciario en el plano
actitudinal frente al estudio y, más específicamente, en materia de competencia en lectura y escritura. En
función de esto, se desplegará una de las partes más sustanciosas –si se quiere– de trabajo, que es aquella
que indaga en las causas de que los estudiantes sean como son o estén en la condición en que se
encuentran frente a las tareas de estudio; la extensión obedece tanto a la pluralidad de factores causales
como a su complejidad conceptual, y también a que la descripción debe ser pormenorizada para que todos
los actores puedan identificar debidamente aquellos factores que los afecten individualmente, asumir su
condición tomando consciencia de ella y, a fin de superar estos escollos, actuar debidamente. Como parte
ineludible de las causas de la situación actual de los estudiantes, se dedicará una parte a describir las
causas históricas de la actual condición del sistema educativo, tomando los sucesos del pasado reciente
que han sido, sin dudas, los más determinantes.
Por último, se propondrá una serie de estrategias y prácticas elaboradas en función de lo
antedicho, destinadas tanto a paliar la situación inicial como a trazar una línea actitudinal y de trabajo que
se proyecte en el tiempo y facilite una mejora gradual y sostenida. Primeramente, se hablará de estrategias
áulicas y extra áulicas para docentes, algunos de los cuales, seguramente, ya estarán poniéndolas en
práctica o quizás hasta hayan elaborado las suyas propias; en segundo término, se desarrollará una serie
de consejos y directivas para estudiantes que van desde las tareas de estudio a cuestiones actitudinales, y
que complementen las propuestas para docentes.
IV
1. ¿Qué es una competencia?
Básicamente, una competencia es el conjunto de saberes o conocimientos, habilidades
psicofísicas, actitudes ético-afectivas y capacidad de adaptación a diferentes contextos de aplicación. A
partir de ello, se establece que una persona competente es alguien que sabe, porque posee conocimientos;
sabe ser, debido a que es consciente de esos conocimientos y lo que puede hacer con ellos; sabe estar,
porque tiene la capacidad de situarse en contexto y proceder en consecuencia; y por todo ello, sabe hacer
y aplicar, en razón de que puede resolver situaciones problema que se le presenten, abordándolos
mediante la puesta en práctica todo lo anterior. Cabe acotar que un individuo competente puede resolver
las situaciones problema eficazmente, pero su nivel de competencia se evidencia en el grado de eficiencia
con que ejecute la tarea y logre el resultado.
V
oral, y que combinadas reproducen los sonidos de la oralidad en sus diferentes unidades de significación.
Esto implica la necesidad de, en principio, aprender y memorizar las correspondencias entre grafías y
sonidos y ciertas combinaciones básicas entre ellos para luego, en estadios más avanzados, adquirir la
capacidad de aprender y memorizar palabras enteras, reconocer patrones habituales de combinación de
ciertas palabras conformando enunciados y hasta poder anticipar intuitivamente las palabras siguientes o
reponer las faltantes en textos de mayor extensión. Todo ello tiene lugar durante un proceso gradual y
sostenido cuyo nivel de desarrollo dependerá siempre de las características de cada individuo y la
interacción con su entorno, la práctica, los estímulos y la enseñanza que reciba.
Además de aprender el alfabeto, desarrollar consciencia fonológica y tener la habilidad motriz
necesaria para la escritura, el correcto manejo de la lengua escrita requiere del aprendizaje de la
Gramática, es decir, el conjunto de normas convencionales que rige el sistema de la lengua y garantiza el
común entendimiento entre sus usuarios, y esto es así porque la comunicación mediante la lengua escrita
no se da de forma idéntica a la comunicación oral, sino que exige ajustarse a ciertas pautas que son
determinadas por las circunstancias y la forma de comunicarse, y que afectan de manera crítica al formato
del mensaje y, por ello, requieren de cierto nivel de competencia en la escritura, para el emisor, y en la
lectura, para el receptor.
Una vez adquirida la lectoescritura, es necesario profundizar y expandir el conocimiento de la
lengua en distintos aspectos, a saber: el vocabulario, la ortografía y la morfosintaxis, en el nivel del
sistema de la lengua; y los tipos de texto con sus propiedades esenciales (coherencia, cohesión,
adecuación), las diferentes tramas textuales que pueden presentar (narrativa, descriptiva, argumentativa,
dialógica) y las funciones que pueden fungir según la intención del emisor o autor (informativa,
expresiva, literaria, apelativa); todo esto en el nivel de la gramática textual. Por su parte, paralelamente a
estos aprendizajes conceptuales, se da el aprendizaje en el nivel sociolingüístico o pragmático de la
lengua, es decir, el uso que se le da en distintos ámbitos y contextos de socialización; esto se refiere al
aprendizaje de las formas de expresión oral o escrita determinadas por la intención comunicativa (motivo
del mensaje), el contexto (dónde tiene lugar la comunicación), el tema del mensaje (de qué se habla), el
canal comunicativo (qué medio se utiliza), los receptores del mensaje (a quién se dirige el emisor). Todo
individuo competente en la escritura debe poseer suficientes conocimientos gramaticales referidos a la
palabra, la oración y el texto, como así también tener la suficiente capacidad adaptativa en la práctica
comunicativa mediante la lengua escrita, con un manejo solvente de lectos y registros lingüísticos,
convenciones de la escritura y pautas sociales de los contextos en que interactúa.
VI
debidamente las relaciones de sentido entre los enunciados y proposiciones que encadenan. También
presentan dificultades en el uso de la puntuación, a la que consideran casi meramente decorativa y, al
utilizarlas mal, terminan por comprometer el significado de lo que desean expresar.
En lo referente a la comprensión discursiva, se trata de personas que difícilmente pueden
manejarse más allá de la literalidad, sobre todo, en la escritura; muchos son capaces de captar sentidos
figurados en la oralidad, puesto que en este ámbito es posible valerse de los elementos paralingüísticos
(volumen, tono, duración y gesticulación del emisor) que contribuyen decisivamente en la construcción
de sentido, pero no sucede lo mismo con la lengua escrita, ya que los elementos paratextuales más sutiles
suelen pasarles desapercibidos o no poseen saberes generales suficientes como para interpretar metáforas,
alegorías, figuras retóricas o ideas formalmente objetivadas en algunos textos como los literarios.
Las causas de que la mayoría de la gente tenga estas características son múltiples y serán
abordadas más adelante, pero es necesario decir que esas personas están atrapadas en un círculo vicioso
de mal uso y deformación de la lengua que, lógicamente, repercute en su capacidad de comprensión
discursiva, en su nivel cognitivo y en sus relaciones sociales. Un cambio positivo sólo de daría con una
ruptura de este proceso en curso y supondría una labor educativa de muy largo plazo que, a su vez,
devendría en un cambio cultural integral; pero nada similar a ello está ocurriendo, por el contrario, el
círculo vicioso se extiende y profundiza cada vez más.
VII
algunos profesionales de grado universitario, muchos docentes, en general, y de Lengua y Literatura, en
particular, por ridículo que parezca. Las personas que cuentan con un saber de este nivel no sólo tienen la
capacidad de hacer un correcto uso de la Lengua oral y escrita, sino que también pueden dar cuenta desde
lo teórico-conceptual de sus producciones discursivas, en razón del conocimiento que tienen de la
normativa gramatical y de la práctica sociolingüística. Esto se traduce en la capacidad de justificar sus
decisiones ortográficas atendiendo a las reglas generales y específicas de escritura; en poder producir
oraciones de diferente complejidad sintáctica sin incurrir en errores de concordancia y puntuación, o
manejando a voluntad el orden de los componentes oracionales sin comprometer la significación, lo cual
se proyecta en la correcta producción de diferentes tipos de texto. Necesariamente, quien tiene la
capacidad de producir textos escritos de calidad puede hacer lo propio en la oralidad, lo cual sólo puede
verse afectado por determinaciones psicoafectivas circunstanciales o por el grado de conocimiento del
tema de que se hable, pero rara vez serán cuestionables desde lo formal.
Pero el saber conceptual avanzado no se limita exclusivamente a contenidos gramaticales, sino
que tiene mucho que ver con la cantidad y la calidad de textos que se haya leído o escuchado, como así
también con los lectos y registros lingüísticos utilizados mayoritariamente en la socialización cotidiana,
ya que es allí donde es posible experimentar la lengua en uso, asimilar esas formas correctas percibidas de
manera mimética para, luego, darles un sustento conceptual desde los saberes gramaticales, llegando
incluso a poder corregir ciertos usos incorrectos y vicios del habla que se incorporan irreflexivamente.
Los individuos que califican para este nivel no sólo producen textos formalmente correctos,
pueden, además, resultar más amenos y entretenidos, más creativos, y hacerse entender siendo concisos,
es decir, sin necesidad de extenderse demasiado. Esto es así porque, habiendo leído mucho y bien, poseen
más conocimientos generales, saben jerarquizar y ordenar la información yendo de lo simple a lo
complejo y viceversa, se pueden adaptar a diferentes situaciones comunicativas y distintos tipos de
receptores, y tienen mayor precisión en la significación por la amplitud de su vocabulario, es decir,
conocen las palabras que nombran exactamente aquello a lo que desean referirse. No presentan
dificultades a la hora de encadenar lógicamente un texto porque manejan un amplio repertorio de
conectores lógicos y entienden suficientemente las relaciones de sentido que estos establecen entre las
diferentes proposiciones que conforman el discurso, como así también saben utilizar los signos de
puntuación y conocen su rol en la construcción de sentido y la cohesión textual. Todo escritor, en el
sentido de quien produce textos literarios, debe poseer este nivel de competencia, debido a las exigencias
que tiene la misma literatura; y sería lo deseable para la docencia, la enseñanza, que no es otra cosa que
una situación comunicativa compleja, laboriosamente diseñada y formalmente pautada.
Por último, las personas con este nivel de manejo de la Lengua y el discurso tienen, en general,
mucho conocimiento de algún campo de saber en particular, lo cual puede tener que ver con su profesión
u oficio, a lo que se suma un acervo de conocimientos varios que suele llamarse “cultura general” o
“conocimiento de mundo”, producto de sus experiencias, viajes, capacitaciones o contenidos adquiridos
de manera formal, casual o en actividades recreativas, incluida –y fundamentalmente– la lectura. Este es
otro elemento constitutivo y fundamental de la competencia lectora, por lo que se lo abordará en el
siguiente apartado.
VIII
la capacidad de abstracción. Cada individuo realiza esta tarea interpretativa superior y exclusiva de la
especie humana desde aquello que ya conoce y tiene almacenado en su memoria de largo plazo, su cultura
general o conocimiento de mundo.
Como es lógico, la cantidad y calidad de saberes que tenga cada persona es directamente
proporcional a su capacidad de interpretar, dar sentido y comprender todo aquello que percibe. La
duración del proceso interpretativo depende también de la capacidad mental de cada individuo y,
eventualmente, de la afinidad que tenga con lo percibido o su grado de conocimiento de ello; una mente
entrenada en prácticas de aprendizaje, acostumbrada a utilizar esos procesos superiores del pensamiento,
que además cuente con un amplio bagaje de saberes debidamente integrados en su memoria de largo
plazo, es una mente aventajada en materia de comprensión toda vez que observa, lee o escucha algo, y por
eso mismo tiene mayor facilidad a la hora de retener los contenidos nuevos que ha aprendido, porque
pone en práctica la memoria comprensiva. Cuanto más se sabe, más fácil resulta aprender nuevos
contenidos y viceversa; y el proceso de adquisición y acumulación de saberes se da durante toda la vida,
siempre que las condiciones físicas del individuo sean las adecuadas.
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2.1.4. Determinaciones filogenéticas del sistema neurológico.
Del camino evolutivo de la especie humana se conocen unos pocos trazos que han salido a la luz a
partir de hallazgos arqueológicos y paleontológicos. Los restos fósiles dan cuenta de la existencia de
diversos tipos de homínidos cuya antigüedad puede establecerse con relativa precisión, aun cuando no sea
del todo posible trazar una línea precisa de parentesco entre ellos; mucha información permanece oculta
en la oscuridad del tiempo, a la espera de nuevos hallazgos y revelaciones que contribuyan a reconstruir
una historia evolutiva de los seres humanos. En idéntica condición permanecen dos hechos evolutivos
fundamentales: el punto de origen y causalidad de las actividades inteligentes, y el desarrollo del lenguaje
exclusivamente humano, es decir, la lengua; ambas han sido posibles a partir de los cambios de ciertas
características anatómicas y, especialmente, gracias al desarrollo del sistema nervioso central.
Las estimaciones del presente, basadas en el hallazgo de herramientas primitivas en las que es
posible apreciar una acción intencionada de alteración del formato en objetos de distintos materiales,
ubican el origen de la vida inteligente hace unos 160.000 años. En el caso del lenguaje humano, entendido
como un sistema de signos primigeniamente orales que permiten la abstracción, es decir, la representación
y evocación mental de objetos o conceptos, la determinación del tiempo de aparición es harto más difícil
por la falta de registros; la evidencia concreta de una lengua se da recién con la aparición de la escritura
hace unos 6.000 años y sólo a través de ella es posible verificar los cambios diacrónicos, pero es muy
posible que en las lenguas actuales todavía sobrevivan rasgos fónicos de aquella oralidad prehistórica que
luego evolucionó hasta devenir en la actual, que en muchos casos cuenta con un correlato escrito. Al
margen de estas especulaciones en torno a las lenguas, las pinturas rupestres que, según los casos, datan
de entre 40.000 y 73.000 años, ya constituyen per se formas de representación sígnica y prueban la
capacidad de abstracción de sus autores –independientemente de si tuvieran un fin práctico, artístico o
ritual–. Hoy en día, las estimaciones sitúan el origen de las lenguas hace alrededor de 30.000 años.
Inteligencia, habla y escritura son tres hechos fundamentales en la historia evolutiva de la
humanidad; los tres fueron posibilitados por el desarrollo hacia niveles más complejos del sistema
nervioso central y los cambios fisonómicos en órganos del aparato fonador, aunque todavía es materia de
discusión la prioridad entre las evoluciones anatómica y mental, o sea, tanto se hipotetiza que la
inteligencia se desarrolló cual producto o consecuencia de los cambios físicos, como que fue el gradual
desarrollo de la inteligencia lo que estimuló y provocó la evolución corporal, sin que se haya podido
reunir suficiente evidencia en favor de una u otra afirmación. Lo evidente es que los cambios evolutivos
físicos y su correlato en el plano mental demandaron miles de años y, como ocurre con todos los seres
vivos, dichos cambios obedecen a determinados estímulos ambientales o internos sostenidos en el tiempo
y que demandan esa adaptación.
Algo similar ocurre con las redes neuronales que conforman el sistema nervioso central, las cuales
se configuran y establecen conexiones en función de los estímulos habituales a que esté expuesto un
individuo. Durante mucho tiempo se creyó que el sistema nervioso quedaba conformado de manera
definitiva una vez alcanzada la madurez orgánica y permanecía inalterado para toda la vida; sin embargo,
en tiempos relativamente recientes, nuevas investigaciones científicas dieron origen al concepto de
neuroplasticidad, entendido como un proceso mediante el cual el sistema nervioso puede cambiar la
configuración de sus sinapsis neuronales y modificar su disposición perceptiva y su manera de reaccionar,
en función de activaciones sucesivas que se den durante ciertos lapsos; dicho de otro modo, el sistema
nervioso humano se configura en función de los estímulos sensoriales que cada individuo percibe
habitualmente y tiende a consolidarse en un estado determinado, mostrando resistencia a los cambios que
podrían surgir a partir de estímulos poco frecuentes, pero manteniendo siempre la capacidad adaptativa.
El proceso orgánico de la sinapsis utiliza segregaciones hormonales denominadas neurotransmisores entre
los que se cuenta la dopamina, sustancia clave en el sistema por ser la que produce la sensación de
satisfacción frente a los estímulos procesados; todo individuo sometido a estímulos sensoriales los
procesa según la disposición de sus redes neuronales, configuradas en función de lo habitual o poco
común de tales estímulos, y de ello depende que el cerebro lo perciba como algo placentero –liberando
dopamina– o que sienta rechazo. Un cerebro habituado a la acción psicofísica de la lectura podrá
reaccionar de un modo u otro en función del gusto del lector por el contenido del texto, pero no sentirá
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rechazo por la acción en sí; por el contrario, redes neuronales no configuradas para procesar un único
estímulo durante un tiempo prolongado, harán que el cerebro lance imperativos para cambiar de actividad
que se traducirán en dificultad para concentrarse, escasa voluntad de seguir adelante y sensación de
frustración.
A partir de lo anterior, es necesario decir que, filogenéticamente, el sistema nervioso central del
ser humano tiene tendencia a no mantenerse concentrado por lapsos prolongados en un solo estímulo
sensorial, y esto es así por las cuestiones evolutivas de las que ya se ha hablado; sucede que las prácticas
humanas que demandan concentración profunda durante mucho tiempo, como la lectura, la escritura o la
escucha atenta, son muy recientes en términos histórico-evolutivos y es altamente posible que el
organismo humano todavía no haya experimentado los cambios necesarios para facilitarlas, por lo que, a
priori, enfrentamos una barrera orgánica toda vez que encaramos alguna de estas prácticas y procesamos
sus estímulos. Para facilitar la comprensión de este fenómeno, se propone el ejercicio de reducir el tiempo
evolutivo de 160.000 años a escala de un año calendario, en el cual el 1 de enero sería la estimación del
inicio de vida inteligente y, el 31 de diciembre, el presente del siglo XXI; el esquema temporal resultante
es el siguiente:
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Como se puede apreciar, la especie humana pasó la mayor parte del año bajo el predominio de lo
instintivo-innato, ajena a los menesteres culturales propios de un estado evolutivo superior y que
demandan respuestas orgánicas que contradicen los imperativos instintivos. El cerebro humano es un
órgano que, a priori, está genéticamente programado para estar atento a los múltiples estímulos del medio
ambiente que pueden percibirse a través de los cinco sentidos, sin detenerse demasiado en cada uno
porque las respuestas actitudinales hacia ellos son casi reflejas e irreflexivas, y esto es así porque como
parte de la cadena trófica los humanos estuvieron la mayor parte de su historia lejos de la cima, eran presa
de otros depredadores y debían estar atentos a ellos tanto como a los fenómenos climáticos para subsistir,
ser conscientes del entorno; de modo que el querer concentrarse profundamente y pensar durante lapsos
prolongados, hace que el cerebro trabaje forzado.
Lo que media entre los primeros destellos de inteligencia –acciones reflexivas– y las pruebas de
capacidad de simbolización descubiertas hasta hoy es un período de 87.000 años, de enero a mediados de
junio de este año imaginario. Luego se calcula que la creación de sistemas de signos lingüísticos –todavía
exclusivamente orales– se dio hacia un tiempo ubicado en la última semana de octubre. La invención de
la escritura, hecho que supuso un cambio radical en la historia de la humanidad, recién acaeció el día 17
de diciembre, pero no se puede pasar por alto que, durante siglos, la lectoescritura fue monopolio de
minorías dentro de las sociedades que la desarrollaron para sus respectivas lenguas, y no se universalizó
sino hasta los siglos XVIII o XIX, lo que correspondería a poco antes del mediodía del 31 de diciembre.
El dato final de esta línea de tiempo correspondería a alrededor de las 21:30 horas del último día del año,
y es otro hecho sustancial: la universalización del acceso a los medios masivos de comunicación, que
supusieron un cambio rotundo en materia de percepción sensorial y procesamiento mental de sus
estímulos con un efecto crítico sobre las redes neuronales, agudizado exponencialmente en las últimas
décadas con el advenimiento de internet.
En resumen, el cuerpo humano ha sufrido cambios a lo largo del tiempo que incluyen al sistema
nervioso central, cuya estructura y funcionamiento se configuran a partir de los estímulos perceptivos a
que esté expuesto consuetudinariamente. Lo que resulta evidente a partir de los datos conocidos es que,
de los mil seiscientos siglos en que tuvo lugar la evolución filogenética del ser humano en tanto ser
inteligente, solamente hubo alrededor de dos siglos en los que la especie estuvo expuesta al tipo de
estimulación y funcionamiento neurológico que imponen la lectoescritura y la escucha atenta y
prolongada, con una cobertura más o menos generalizada en la población, mientras que durante la mayor
parte del tiempo operó con multiplicidad de estímulos y tiempos muy breves de atención. Puede
considerarse que el primer cambio crítico en el plano perceptual ocurrió a partir de un estadio avanzado
de la oralidad, cuando el uso de las lenguas devino lo suficientemente complejo como para habilitar la
producción de discursos extensos que demandaron una escucha concentrada y de larga duración; esto
también supuso una intensificación del uso de la memoria de largo plazo, en razón de la abundancia de
información y la necesidad de recordarla para retransmitirla y sin contar, todavía, con mecanismos de
registro material. La escritura relevó hasta cierto punto las exigencias en materia de uso de la memoria de
largo plazo, sin embargo, la necesidad de recordar saberes de uso habitual y recurrente hizo que se
mantuviera su utilización, sólo que el cerebro “aprendió” a, en general, almacenar lo que considera
valioso –lo que comprende y usa con frecuencia– y a descartar aquello innecesario –lo que no entiende y
no utiliza–; no obstante, es algo comprobado que muchas veces se recuerdan hechos y datos que, en
apariencia, no revisten mayor importancia o significación, por lo que su anclaje podría radicar en lo
psicoafectivo. No hay certezas al respecto y todavía es, como tantas otras cuestiones, materia de
investigación.
XII
habitualmente. Otras variables que influyen son la cantidad y variedad de modelos con que se opere en la
interacción lingüística, o sea, el volumen de lecturas, diálogos y escuchas que se realice.
Todo lector que cuente con un alto nivel de conocimiento de este tipo tiene ciertas ventajas o
facilidades durante la práctica lectora: mayor fluidez y velocidad, menor gasto de energía cognitiva y
mayor y mejor comprensión de lo leído. Asimismo, la lectura como ejercicio habitual conlleva muchos
otros beneficios que no sólo exceden lo estrictamente relativo a la competencia lectora, sino que
realimentan de manera positiva las habilidades y saberes que ella demanda, conformando un círculo
virtuoso de mejora permanente. En el aspecto físico-orgánico, leer mejora el flujo sanguíneo y aumenta la
capacidad de observación, atención y concentración, vitales tanto para aprovechar al máximo la
percepción sensorial como para que tengan lugar los procesos superiores del pensamiento y, por ende,
todo aprendizaje; además, la lectura en otros idiomas –que, en parte, se asemeja a lo que sucede cuando se
descubren nuevas palabras de la lengua materna– desarrolla el hipocampo (relacionado con la memoria y
la orientación espacial) y la corteza cerebral (donde se procesa la percepción, la imaginación, el
pensamiento, el juicio y la toma de decisiones). Los beneficios de la lectura en el plano mental y
cognitivo son múltiples: estimula la imaginación y la capacidad de representación mental de lo leído;
desarrolla el pensamiento lógico, en especial, en la vinculación causa-consecuencia y el pensamiento
secuencial; facilita el procesamiento, desarrollo y perfeccionamiento de la lengua escrita; mejora la
expresión oral y escrita; estimula y satisface la curiosidad científica, piedra fundamental y punto de
partida del aprendizaje; desarrolla la capacidad de juicio, de análisis y el pensamiento crítico; facilita la
creación y expresión de pensamientos propios; contribuye a ampliar el vocabulario y mejorar la
ortografía; leer textos literarios aumenta la capacidad de empatía; amplía los horizontes y el conocimiento
de mundo de cada individuo, permitiéndole acceder a lugares, personas y culturas lejanas en el tiempo y/o
el espacio, lo cual facilita la comprensión de textos. Por todo ello, se puede afirmar, en resumen, que la
práctica sostenida de la lectura redunda en beneficios clave para el aprendizaje que abarcan distintos
planos: la configuración de redes neuronales propicias para el proceso; la buena predisposición
psicoafectiva hacia el estudio y el sentimiento de gratificación durante y al final de esta acción; el bagaje
de saberes almacenados en la memoria de largo plazo, vital en la inferencia, hipotetización y construcción
de sentido; y la debida capacidad mental para procesar la información y aprender.
Por su parte, la ausencia o escasez de práctica lectora provoca los efectos contrarios en todos los
aspectos antes mencionados; al ser componentes estrechamente interrelacionados, la flaqueza o
deficiencia en alguno o varios de ellos desencadena fallas y disrupciones en el natural devenir del proceso
que, a menudo, desembocan en círculos viciosos que demandan mucho esfuerzo y constancia para ser
superados o transformados en sentido positivo, lo cual, por diversas circunstancias, pocas veces es
factible. Asimismo, la competencia en lectura es determinante de la competencia en escritura y expresión
oral, de modo que las deficiencias y limitaciones en una se extrapolan inevitablemente a las otras,
comprometiendo la capacidad comunicativa en general. Dice el francés Jacques Rancière, en su obra “La
palabra muda” con respecto a la escritura:
Las deficiencias nacidas de la falta de hábito de lectura impiden desarrollar la consciencia acerca
de esa “puesta en escena” que es la escritura, con sus formas, procedimientos, prácticas y convenciones
ya no en un plano teórico, sino en lo mínimamente intuitivo. Las dificultades en el proceso lector tienen
su correlato en la escritura que ya no sólo se manifiestan en la imposibilidad de producir un texto desde
cero, sino que limita la capacidad de producir un resumen o una síntesis de lo leído o tomar notas de lo
escuchado, dificulta componer un esquema de contenido o una esquematización gráfica, porque no se
puede distinguir lo esencial de lo secundario o superfluo, o bien las limitaciones en el manejo de la
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palabra hacen que no puedan hallarse las vías expresivas para reducir una idea a su expresión lógica
esencial, y mucho menos a una o dos palabras que sinteticen el concepto.
Todo el proceso de aprendizaje, desde la comprensión de un saber hasta la expresión que dé cuenta
de él, se ve afectado y dificultado. Estudio y aprendizaje no pueden resultar entretenidos y amenos en
tales circunstancias, y así se desemboca en el desencanto, la frustración y el fracaso. Buena parte de la
causalidad del abandono y deserción académicos, sobre todo en los niveles terciario y universitario,
obedece a esta cuestión.
XIV
todo el caudal de contenidos generados en las redes sociales y la web en general, especialmente, los
memes. Como es lógico, esta condición no hace sino minar severamente los fundamentos del proceso de
aprendizaje, entendido como la adquisición de nuevos conocimientos a partir de los que ya se poseen y
que fungen como requisito; todo saber tiene saberes prerrequeridos sin los cuales es imposible acceder a
él y la mayoría de los estudiantes de hoy, puestos a aprender nuevos contenidos, se topan, antes que nada,
con el obstáculo de ignorar dichos saberes.
Lo mencionado hasta aquí constituye una serie de circunstancias relacionadas con lo cognitivo
cuya incidencia en la práctica de la lectura y la escucha atenta –especialmente, aquellas con fines de
aprendizaje– resulta extremadamente determinante, puesto que compromete el desarrollo del proceso de
principio a fin; una mente de débil condición en materia de saberes y poco ejercitada en procesos
cognitivos deberá arrostrar una mayor exigencia al leer o escuchar, lo que se traduce en la necesidad de
realizar un mayor esfuerzo cognitivo durante un proceso que se verá ineludiblemente ralentizado y cuyos
tiempos podrían extenderse dramáticamente, afectando otros aspectos. Pero las contrariedades frente al
estudio no se limitan a lo cognitivo, sino que también existen otras de origen físico y psicoafectivo que se
conjugan con las demás, complejizando el problema. Los estudiantes de hoy tienen serios inconvenientes
con la lectura y son reacios a ella por el tipo de estimulación a que están acostumbrados; sucede que la
generación de los nativos digitales ha crecido expuesta, principalmente, al consumo de contenidos
publicados en la web y habituada al uso de los dispositivos con los que acceden a ella, lo cual les genera
una constante necesidad de estímulos breves pero constantes, a la vez que reduce los tiempos de acción y
gratificación a la inmediatez. Sus lecturas, además de escasas, son breves y superficiales; viven expuestos
a percepciones sensoriales que son mayoritariamente auditivas, icónicas o la conjugación de ambas en
contenidos audiovisuales donde lo verbal es repetitivo, muy rudimentario, poco variado, de baja calidad o
directamente está ausente, lo cual estimula y refuerza una configuración neuronal primitiva y contraria a
los procesos superiores del pensamiento. Asimismo, esto les provoca una ingente dificultad a la hora de
concentrarse por lapsos prolongados, no pueden estar más de cinco minutos sin mirar la pantalla de su
teléfono móvil, acción que muchas veces ejecutan poco menos que como un acto reflejo, buscando un
estímulo cuya demora o ausencia les genera ansiedad; de hecho, este tipo de uso ya ha sido caracterizado
como patológico, desde el momento en que reúne las características de una conducta adictiva, con todo lo
que ello implica. Todo esto configura un cuadro de situación en el que los jóvenes y adolescentes se
vuelven incapaces de participar en procesos de largo aliento que, concomitantemente, les demandan un
gran esfuerzo orgánico y mental; si a ello se suma que se trata de una generación que se ha educado
siendo privada de toda exigencia académica y en el auge de la cultura del facilismo y la caridad
pedagógica, no resulta ilógico que sientan frustración ante el primer obstáculo y tengan nula tolerancia
hacia el fracaso, a la vez que carecen de capacidad de resiliencia; al contrario, lo esperable es aquello que
sucede: el abandono y la deserción. Y es que la dependencia cotidiana de ese torrente de gratificaciones
psicofísicas que genera la interacción constante con estímulos superficiales, sumada a las deficiencias
cognitivas, desemboca en la imposibilidad de proyectar en el largo plazo, fijarse metas cuya consecución
demande una visión a futuro y varios años de esfuerzo; para ellos, todo debe ser placentero e instantáneo
y la salida de esa dinámica no es nada sencilla.
XV
único estímulo durante lapsos prolongados contradice la natural predisposición a prestar atención a
diferentes estímulos sin detenerse demasiado en cada uno, porque instintivamente el individuo busca ser
consciente del entorno en que se encuentra, es decir, el ser humano está genéticamente programado para
funcionar de una manera opuesta a la requerida por la lectura. Adaptar el sistema nervioso central y las
redes neuronales a la acción de leer y sus requerimientos exige la formación del hábito lector y una
práctica regular y sostenida, de modo que la forma de estimulación se consolide y se mantenga en el largo
plazo. La formación de un hábito, cualquiera sea, al sistema nervioso central le demanda, en promedio,
alrededor de sesenta y cinco días de práctica diaria; el que una actividad o práctica determinada alcance el
rango de hábito significa que el cerebro la ha asumido como parte de su rutina cotidiana, lo que a su vez
implica que llevar a cabo las acciones psicofísicas que demande dicha actividad no le exige un esfuerzo
significativo. De hecho, la formación gradual de un hábito es un proceso en el cual el sistema nervioso
central se adapta a una nueva forma de estimulación para procesar debidamente los estímulos; al
principio, siempre habrá resistencia porque el cerebro buscará evitar el esfuerzo que requiera el cambio,
tendiendo a permanecer en el estado en que se encuentre y mantener la forma en que esté acostumbrado a
funcionar –la “zona de confort”– y por la cual genera gratificaciones orgánicas que dan, a todo individuo,
sensación de bienestar.
Considerando lo anterior y los hábitos cotidianos ya descriptos de los estudiantes, es menester
mencionar que internet, como medio masivo y casi exclusivo en la preferencia adolescente y juvenil,
concentra todos los formatos de mensaje de los medios masivos que lo antecedieron –periódico, libro,
revista, teléfono, radio, cine y televisión– y los ha vuelto irrelevantes, con el rasgo sobresaliente de la
ubicuidad, es decir, se trata de un medio cuyo acceso está disponible prácticamente en todo momento y
lugar, lo que le ha conferido la supremacía en número de usuarios. Esto ha provocado, principalmente,
una quita de tiempo a la lectura de textos impresos en papel y a la lectura en general, puesto que el mundo
digital recurre principalmente a los contenidos en formato icónico, auditivo y multimedial, relegando lo
verbal. Asimismo, el hecho de que este nuevo medio haya absorbido los formatos de sus predecesores
implicó que imprimiese cambios en la presentación de los contenidos, lo que indefectiblemente modificó
la forma en que el receptor accede a ellos y sus modos de percepción psicofísica y afectivo-emocional,
sobre todo en un medio de naturaleza interactiva como la web, lo cual incide, también, en el grado de
atención y de comprensión, modificando el proceso de aprendizaje y la acción cognitiva. La pluralidad de
formatos presentes en una página web configura un conjunto de elementos diseñados para captar la
atención del receptor, a la vez que dispersa su atención y limita su capacidad de procesamiento y
comprensión de los contenidos; esto quiebra la linealidad del texto impreso y modifica los procesos
cognitivos que tienen lugar durante la lectura, los que son reemplazados por percepciones fragmentadas,
veloces y superficiales donde el estado de abstracción profunda –vital en el proceso cognitivo– no tiene
lugar y, por ende, tampoco la creación de conocimiento.
Los contenidos de internet y las redes sociales, que a diario consumen jóvenes y adolescentes de
manera adictiva, están diseñados para promover y recompensar esa lectura somera, un pensamiento fugaz,
distraído y superficial, configurando una mente constantemente atenta a diversos estímulos audiovisuales
–y mayormente icónicos, no verbales– que cautivan por su esencia en razón de que su percepción resulta
más natural para el ser humano porque, como ya se explicó, se conectan con lo más innato y primitivo de
la especie, es decir, es lo que a nuestro sistema nervioso central le resulta más fácil y adecuado. Un
cerebro habituado a la interacción con la web, las redes sociales y el mensajeo digital no puede pensar de
manera profunda y creativa, se limita al procesamiento de múltiples señales consecutivas representadas en
unidades simples, una mera decodificación de información básica con la que se incorporan datos a la
memoria de corto plazo y rara vez logran un anclaje en la de largo plazo, por lo que rápidamente se los
olvida. En resumen se trata de funciones mentales primitivas, muy alejadas de la capacidad de abstracción
lógica mediada por la palabra y generadora de conocimientos, y esto, inevitablemente, ha tenido un fuerte
impacto en la educación, que no ha logrado percibir y procesar el cambio debidamente para obrar en
consecuencia.
XVI
4.1. El imperio de lo sensorio-afectivo: la cultura audiovisual y el homo
videns.
Con la propagación y universalización del uso de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación (N. T. I. C.) como mediadoras en el proceso de la comunicación, en general, y de la
educación, en particular, se creyó que dichos procesos se deshumanizarían volviéndose más artificiales;
sin embargo, han influido de forma crítica en un aspecto de la comunicación y, paradójicamente, no han
vuelto el mundo más artificial, sino más natural. Esto se debe esencialmente a que los lenguajes
predominantes en las N. T. I. C. son el audiovisual del multimedia e hipermedia de la web, lo icónico y no
verbal del emoticón y el meme, cuyo elemento nuclear es la imagen. Por su parte, el escaso lenguaje
verbal es principalmente el del chat y las redes sociales que, como se dijo, es una forma híbrida a mitad
de camino entre el lenguaje oral y el texto escrito; asimismo, el texto pierde la centralidad del mensaje y
comparte protagonismo –y hasta es superado– por lo icónico, lo cual demanda otra forma de percepción,
procesamiento y construcción de sentido. Es por ello que la comunicación mediada por internet implica
un regreso al uso casi exclusivo de los lenguajes primitivos de la especie, un volver a los límites de la
percepción visual-auditiva que rigió la mayor parte de la historia del ser humano determinando su
configuración orgánica. La especie se alejó de esos lenguajes con el advenimiento de las sucesivas
revoluciones tecnológicas, desde el desarrollo del lenguaje hasta la invención de la imprenta, con un hito
fundamental y decisivo en la invención de la escritura; pero sucede que los medios masivos de
comunicación –analógicos y digitales–, particularmente la televisión e internet, han extendido el alcance
de los sentidos y, con ellos, las formas de comunicación llevándolas más allá de las limitaciones de orden
biológico, por lo que la interacción comunicativa ha experimentado una regresión a la etapa previa a la
escritura. El uso de artefactos capaces de posibilitar una situación comunicativa audiovisual, incluso
mediada por pantallas, reintrodujo la participación, en la creación del mensaje y la construcción de su
significado, de los lenguajes no verbales –gestos, posturas, tono, volumen, duración– y la posibilidad de
realimentación inmediata entre emisor y receptor.
La cultura de la imagen se consolidó y expandió masivamente merced a los medios digitales
provocando que los significados se transmitan de manera más básica y natural, sin la mediación de signos
complejos, por lo que son de comprensión sencilla, sin mayor esfuerzo cognitivo, pero por ello también
más superficiales. Ocurre que lo icónico se expresa por medio de signos que se asocian con aquello que
representan por relación de similitud, de modo que basta la experiencia perceptiva visual para asociar
debidamente signo y significado; por el contrario, lo simbólico es absolutamente arbitrario y
convencional, no existe ni relación causal ni asociación por similitud física entre un símbolo –como una
palabra– y aquello que representa, lo cual exige que quien codifica y decodifica mensajes deba aprender y
recordar el significado de cada símbolo. Esa preeminencia de la comunicación visual llevada a su máxima
expresión por la imagen estática o dinámica ha traído como consecuencia una suerte de “atrofia” del
proceso de abstracción, porque esa sobreestimulación sensorial icónica va en desmedro de la palabra y el
texto escrito, mediadores esenciales del pensamiento lógico que es la clave del aprendizaje.
Hoy en día es muy sencillo encontrar, en las redes, expresiones que confirman lo antes expuesto
producidas –consciente o inconscientemente– por los mismos protagonistas –y víctimas– de la actual
situación. Un recorrido por algunas de ellas servirá de ejemplo:
XVII
Esto pertenece a una página que recoge expresiones oídas al pasar en lugares públicos. Lo que se
evidencia en este caso es la forma que tiene un adolescente de valorar su vínculo con otro: en diez días de
relación ya se han tomado sesenta y cuatro fotos juntos; dicho de otro modo, la cantidad de fotos es la
medida de la calidad de la relación porque la imagen en sí es un valor muy estimable. El siguiente
ejemplo va en el mismo sentido que el anterior:
De nuevo, una valoración del vínculo socioafectivo ligada a la imagen, más precisamente, preferir
el vínculo con alguien que tenga la suficiente habilidad para producir buenas imágenes del interesado. Lo
icónico ya no sólo reemplaza la palabra, sino que determina lo afectivo-emocional. Aquí, otro ejemplo
que demuestra la manera en que se ha relegado la palabra:
Independientemente de la intención humorística, esta expresión deja en claro las limitaciones del
autor en materia verbal, es decir, no encuentra la manera de expresar lo que siente o piensa, o tampoco ha
tenido acceso a lecturas o escuchas en las cuales inspirarse o con las cuales identificarse –letras de
canciones, poemas, refranes–; por lo tanto, resuelve la necesidad de expresarse recurriendo a un
emoticón, o sea, un elemento icónico, con el agravante de que se trata de una imagen destinada a
reproducir gestualidad, es decir, lenguaje no verbal, lo más primitivo de la especie en materia
comunicativa. Nótese, además, que la expresión está destinada a acompañar la publicación de fotos.
En lo referente a la cultura y el consumo de memes, contenido que prácticamente acapara la
atención e interacción de jóvenes y adolescentes, se presentan estos dos ejemplos, uno tomado de redes
sociales y otro, de una conversación por chat:
XVIII
En ambos casos, la cuestión central pasa por el valor que se le otorga al meme, un producto de
poca elaboración, repetitivo, efímero y trivial que, no obstante, emerge como una suerte de pilar sobre el
cual construir un vínculo afectivo con alguien relegando, en principio, las emociones y sentimientos y,
con una mirada más profunda, la formulación de un proyecto de vida de largo plazo junto a otra persona.
Pero el meme se ha convertido en el código de expresión del pensamiento, de él se valen para una suerte
de autocrítica que, más bien, tiende a buscar la aprobación de los demás a través de la risa, exhibiendo la
propia condición o la de otros sin estimar debidamente el carácter trágico de algunas de ellas; por
ejemplo, este meme que evidencia una cuestión que ya se ha abordado aquí y tiene que ver con la
dificultad para la lectura de textos complejos como los académicos, que no pasa sólo por la extensión,
sino también por la temática que abordan y la gratificación que proveen por su amenidad:
Más aun, existe un meme profusamente viralizado que representa acabadamente la actitud hacia la
lectura y las emociones que suscita, en el receptor, un texto escrito de cierta extensión, constituyendo una
respuesta prácticamente lógica, esperable y atendible en el ecosistema digital:
XIX
Huelga mencionar lo que puede tener que padecer, cuando se dispone a leer textos extensos, un
cerebro habituado a la sobreabundancia de imágenes y la constante exposición a ellas, a pasar de una a
otra constantemente y, por lo tanto, tener la percepción y el procesamiento determinados por ellas. Pero
más grave aun es el acostumbramiento a contenidos incoherentes, saltar de memes a noticias, de fotos a
citas y pensamientos profundos que van surgiendo sin solución de continuidad y ordenados sin otro
criterio que el de algoritmos programados para vender publicidad o sugerir contenidos en función de los
consumos habituales, como ocurre en los muros de las redes sociales.
Las consecuencias de haber subyugado la palabra sometiendo a las masas a la tiranía de la imagen
van más allá de lo estrictamente educativo en el ámbito académico, es un condicionante de las relaciones
interpersonales que se ven afectadas por las severas limitaciones en la comunicación. Las personas
incapaces de verbalizar sus sentimientos y emociones para procesarlos, reflexionar sobre ellos y, al cabo,
expresarlos, no dejan de ser individuos gregarios, miembros de un grupo social y, como tales, deben
comunicarse; y si la palabra se ausenta o es insuficiente, la expresión se vuelca a lo primitivo, que puede
ir de lo meramente icónico como representamen de lo no verbal más básico y ramplón a la onomatopeya,
el ruido, el grito, el puño, el arma. Pues eso y no otra cosa son las fotografías de genitales que se envían
por mensajería, de sopetón, como estrategia de acercamiento y conquista sexual –decir “afectiva” es
exagerado– o la difusión de videos sexuales registrados subrepticiamente y divulgados sin ningún
consentimiento; eso es lo que se evidencia en el estallido repetitivo de los escapes de las motocicletas, en
la música a todo volumen, en la búsqueda de evasión de la realidad que proveen las drogas legales e
ilegales, en los alaridos de las madrugadas que siguen a noches sin sueño, en las peleas y agresiones
físicas, en las violaciones y los asesinatos.
La situación es poco menos que trágica, un punto de inflexión a partir del cual la civilización
empieza a transitar un camino peligroso, socavando los cimientos sobre los que se construyó la
modernidad y generando una incertidumbre angustiante a futuro. Es el hombre atrapado en el imperio y la
autoridad de la imagen, que vuelve a sus orígenes primitivos alejándose de aquello que lo llevó a los
estadios más avanzados de civilización, es decir, el desarrollo de lenguajes abstractos construidos en la
lógica que posibilitan el conocimiento analítico-científico y, asimismo, habilitan un grado de inteligencia
capaz de hacer legible lo afectivo-emocional más allá del simple hecho de experimentar esas sensaciones.
En otras palabras, se ha llegado a la exacerbación del homo videns que describiera Giovanni Sartori.
XX
predecesores, pero que al poco tiempo cambió merced a los vertiginosos avances del mundo digital. El
internet 1.0 absorbió los formatos de los otros medios conjugando texto, imagen y sonido, pero el proceso
comunicativo seguía consistiendo en un emisor emitiendo un mensaje para un público masivo que accedía
a él sin posibilidad de realimentación. Luego sobrevino el internet 2.0, un cambio revolucionario que
habilitó a cada antiguo receptor a convertirse en creador de contenidos que, merced al fenómeno de la
viralización, pueden tener el mismo alcance de los medios masivos tradicionales. El salto definitivo se dio
con los dispositivos móviles, que ya habían producido un cambio de proporciones en las comunicaciones
telefónicas, luego introdujeron el formato híbrido de los mensajes de texto en clave de oralidad, y
finalmente habilitaron el acceso a ese internet 2.0 desde prácticamente cualquier lugar del globo.
Se ha llegado así al actual estado de situación que se ha dado en llamar “hiperconectividad”; las N.
T. I. C. produjeron un estallido de lo audiovisual, una hiperestimulación a partir de la cultura informática
que se hace evidente en la ávida y permanente demanda de imágenes y dinamismo, en el salto constante
de una aplicación a otra, de pestaña en pestaña, en el avance y retroceso en el muro digital de la red
social. Por primera vez en la historia, millones de personas tienen la posibilidad de estar constantemente
conectadas entre sí, produciendo o accediendo a contenidos digitales, absortas en la observación de sus
pantallas donde quiera que se encuentren, intercambiando mensajes elaborados con los códigos
preeminentes –de los que ya se ha hablado–, prisioneros de una forma de estimulación lumínico-auditiva
que conecta con las formas más primitivas de percepción sensorial y procesamiento de información, y que
parece no saciarlos nunca sometiéndolos a una conducta adictiva. La peor consecuencia ha sido, sin
dudas, el cúmulo de efectos negativos –ya explicados en apartados previos– que todo esto produce en la
capacidad de aprender de cada individuo. Además, cualquier persona puesta a redactar un texto necesita
tener máxima concentración en su labor, consultar fuentes, constatar información compleja, establecer
ideas principales que conduzcan el desarrollo del mensaje y plasmarlo en una prosa atenta a las
convenciones y normas del lenguaje y la escritura, de modo que su mensaje refleje lo más fielmente
posible su pensamiento y, en el marco académico, que acredite su adquisición de saberes; todo ello se ve
seriamente comprometido o directamente imposibilitado por las interrupciones a que somete la ubicua y
permanente conexión.
Una vez más, se recurre al meme para ejemplificar la situación ya que, más allá de su trivialidad,
la parte de su intención humorística que, como toda humorada, tiene anclaje en la realidad, expone con un
tono de confesión el pensamiento de quien lo crea y quienes lo comparten por sentirse identificados con
él, admitiendo su valor representativo y crítico de la realidad que viven:
XXI
a todas luces, es un individuo prisionero de los estímulos visuales y auditivos de esas notificaciones, al
punto de que, si pasa unos segundo sin recibirlas, chequea compulsivamente el dispositivo, casi de
manera refleja en busca de ellos, y le resulta imposible concentrarse –incluso durante pocos minutos– si
dichos estímulos lo interrumpen. La hiperconectividad ha creado sujetos incapaces de desconectarse
porque han desarrollado una dependencia patológica que los absorbe mediante una dinámica de estímulo-
reacción-gratificación veloz y constante.
Se cierra este apartado con la imagen de otra publicación en redes sociales producida desde la
despreocupación, la transparencia y la ingenuidad de su autor, quien seguramente es uno más de millones
en la misma situación, y que ejemplifica explícitamente lo aquí desarrollado:
XXII
procesamiento visual de señales que facilita el reconocimiento de patrones espaciales; en otras palabras,
funciones mentales primitivas que pueden resultar útiles para, por ejemplo, jugar videojuegos, pero que
muy lejos están de contribuir a la capacidad de abstracción lógica mediada por la palabra y generadora de
conocimientos.
La cuestión de la actitud frente a la lectura, si bien no reviste la misma importancia que lo referido
a la cognición, no se puede soslayar porque lo afectivo-emocional, llevado a extremos, no sólo puede
interferir en la actividad, sino que hasta puede llevar a la frustración y el rechazo. Esto es algo que tiene
lugar en el inicio del proceso de lectura, es decir, el primer contacto visual con el texto a leer; y es que la
mera percepción de la extensión, el tamaño de la tipografía y el diseño de página –con sus detalles–
resulta inevitablemente un condicionante en el plano actitudinal, determina la voluntad de llevar a cabo o
no la tarea. Esto no sólo ocurre al pasar de un tipo de página impresa a otra, sino particularmente con los
distintos tipos de pantallas; no es lo mismo leer en una computadora de escritorio que en una portátil, en
una tablet o en un celular porque la impresión visual varía. Nótese el contraste de la apariencia visual del
mismo cuerpo de texto presentado a través de un procesador de texto en el monitor de computadora y en
la pantalla de una aplicación de mensajería en un celular:
Es claro que, lo que en una pantalla y en un determinado contexto parece muy breve, al cambiar
estas dos variables puede transformarse en lo contrario; además, por lo general, en una aplicación de
mensajes instantáneos difícilmente se utilizan textos de más de tres líneas, con lo cual el impacto
perceptivo y, por consiguiente, psicoafectivo, es ineludible. No se debe ignorar, asimismo, que en las
pantallas más pequeñas la lectura se ve dificultada por el tamaño del texto o la manera de manipularlo al
leer, cuando es necesario agrandarlo mediante un acercamiento mecánico.
XXIII
Por último, es necesario plantear los obstáculos que surgen en función de los códigos. Se debe
recodar que las computadoras y los dispositivos emparentados con ellas son los canales de acceso a
internet y los servicios de mensajería para cualquier usuario adicto a ellos –como los jóvenes y
adolescentes–, por lo cual les resulta casi imposible disociarlos de esa función y aun cuando recurran a
ellos para leer textos, la costumbre hará que esperen y busquen los estímulos que habitualmente les
provee el dispositivo. Esto equivale a decir que querrán percibir imágenes y sonidos, y eventualmente
textos breves construidos con el limitado vocabulario que conocen y manejan, en vez de textos extensos
que traten de temas que desconocen y elaborados con signos que ignoran y deben aprender en el
momento. Sucede que los dispositivos digitales son manipuladores perceptuales cuyos modos de
representación están orientados hacia lo sensorio-emocional, que se vale de lo indicial y lo icónico para la
construcción del mensaje; por ello, se genera inevitablemente un conflicto con la página impresa, que
requiere de la capacidad de manipulación simbólica-racional. La instintiva tendencia humana hacia lo
natural y primitivo en materia perceptual se ha visto reforzada por el uso de las N. T. I. C., lo que genera
el deseo vehemente de acceso a esa forma de representación sin palabras que habilita percepciones
inmediatas, experiencias directas de las cosas que no demandan esfuerzo cognitivo, pero que producen un
alejamiento de la mediación simbólica, esencial para la actividad racional. Asimismo, la comunicación
escrita mediada por dispositivos digitales que admite la posibilidad de interacción simultánea, propia del
diálogo oral, produjo una reacomodación del uso de la escritura, que ahora recurre a otros recursos y
códigos de lenguaje mucho más rudimentarios, distanciándose peligrosamente de las formas de la
escritura canónica y sus normas gramaticales.
XXIV
masaje”, porque el uso de internet –como antes ocurrió con el libro, la radio y la televisión– deviene una
suerte de “manoseo” que, en forma gradual, da una cierta forma al sistema nervioso central y sus redes
neuronales, haciendo que adopten una determinada configuración y manera de funcionar acorde con los
estímulos recibidos. Por último, el concepto de “aldea global” es, tal vez, el más profético, ya que
anticipó cabalmente y con varios años de antelación el actual contexto de hiperconectividad mediado por
la tecnología digital y que habilita el contacto permanente desde casi cualquier punto del planeta.
Un caso similar al de McLuhan es el del teórico de la comunicación y profesor universitario
estadounidense Neil Postman, quien a principios de los años noventa del siglo XX, época germinal de la
revolución de las computadoras personales y en vísperas del lanzamiento de internet, advirtió que la
sociedad mantenía una inquietante relación con la tecnología, al punto de que nadie se planteaba la
relación costo-beneficio, los riesgos y nuevos problemas que acarrearían las nuevas tecnologías; la gente
simplemente suponía que todo lo relacionado con las N. T. I. C. estaba bien. Postman usó el término
“Tecnópolis” para esta nueva cultura y se atrevió a alertar con respecto a ella, en el sentido de que ese
acaparamiento de la atención, esa absorción de todos los demás formatos mediales los tornaría invisibles,
prescindibles; del mismo modo, transformaría de manera crítica las dinámicas laborales, sociales y hasta
gubernamentales. También el tiempo le dio la razón.
En un plano más general, es válido recordar las reflexiones del astrónomo Carl Sagan, quien
dedicó una vida a la ciencia y su divulgación, y lanzó advertencias en el mismo sentido. Decía Sagan que
la sociedad actual había entablado una relación de dependencia con las últimas tecnologías que proveyó la
ciencia, al punto de que era casi inimaginable una vuelta atrás; la práctica totalidad de la vida cotidiana es
atravesada por ellas y, sin embargo, le llamaba mucho la atención el hecho de que la gran mayoría de la
gente no cuenta con la suficiente formación en materia científica, no entiende sobre el origen y desarrollo
de las tecnologías ni puede hacerse planteos críticos frente e ellas porque sencillamente carece del criterio
y la educación necesarios. La actual condición educativa de la generalidad de la población ha confirmado
la visión de Sagan y se podría decir que, desde entonces, la situación de las sociedades se ha agravado.
XXV
El proceso de aprendizaje en el ser humano se da mediante la interacción entre la MCP y la MLP;
la primera recibe los datos generados a partir de los estímulos percibidos por vía sensorial –por ejemplo,
al leer un texto–, y allí comienza la interacción con la MLP, que ejecuta las operaciones superiores del
pensamiento y manipula los nuevos datos desde los esquemas de procesamiento mental, interpretándolos
e integrándolos con los conocimientos del reservorio elaborados y almacenados con el paso del tiempo.
Los saberes de uso más habitual y recurrente se recuperan con facilidad y se activan ante cualquier
estímulo, mientras que a los poco utilizados se accede con más demora. Una vez que la MCP identifica
los nuevos datos, en la MLP se activan los saberes relacionados con ellos, pero siempre tienen prioridad
aquellos que se utilizan con mayor asiduidad, aun cuando no guarden estrecha relación con el estímulo;
en cambio, los saberes de uso menos frecuente son relegados y su activación dependerá, en gran medida,
del grado de afinidad con el nuevo dato –más ostensible o más vago–, y de la capacidad de cada individuo
para procesarlo, algo que tiene mucho que ver con qué tanto y con qué frecuencia se ejercite la actividad
intelectual.
La continuidad entre la percepción de nuevos estímulos y el producto acabado de su manipulación
es un proceso de realimentación que, para ser fructífero, requiere de concentración profunda y ausencia
total de interrupciones; esto requiere que la atención se fije en un único estímulo, ya que la pluralidad sólo
consigue saturar la MCP e interrumpe el proceso cognitivo. Las experiencias demuestran que, salvo raras
excepciones, la mente humana no puede mantener el estado de concentración profunda más allá de lapsos
de entre 25 a 30 minutos; pasado ese tiempo, el pensamiento se dispersa y un estímulo como la lectura se
torna mecánico y vacío de sentido, es decir, el sujeto lee pero no procesa ni interpreta el contenido; por tal
motivo, especialistas sugieren que, transcurrido el tiempo indicado, se realicen pausas de cinco a diez
minutos que despejen la mente y permitan retomar la actividad de manera productiva. Idealmente, a partir
del estado de concentración profunda se puede alcanzar el denominado “estado de contemplación”, que es
la condición mental requerida para el ejercicio de la creatividad en general, la generación de nuevos
conocimientos sin estímulos externos, sino con el pensamiento y los saberes propios, y el proceso
reflexivo que da lugar a la metacognición, instancia más avanzada del proceso de aprendizaje.
La actividad mental se da en milisegundos y puede tener lugar en simultáneo con la percepción
sensorial de una única fuente de la que se va nutriendo –por ejemplo, al leer o escuchar atentamente–,
pero puede verse interrumpida o imposibilitada en determinados contextos, por un estado emocional
extremo, por fatiga o ante una pluralidad de estímulos que producen la saturación de la MCP e impiden
focalizar la atención y procesarlos de la manera apropiada. Los nuevos datos percibidos, debidamente
procesados, comprendidos e integrados, se transforman en conocimiento, se almacenan en la MLP y se
vuelven operativos, es decir, pueden ser aplicados en la práctica o utilizados en la generación de nuevos
saberes o conocimientos. El siguiente esquema grafica el proceso:
El contexto ideal para que pueda desarrollarse este proceso puede variar de un individuo a otro,
hay quienes logran concentrarse en ambientes concurridos o a bordo de un transporte público, mientras
XXVI
que otros requieren ineludiblemente de espacios silenciosos y ciertas condiciones de iluminación, o bien
espacios al aire libre, determinadas condiciones climáticas, etc. Se ha comprobado, por otra parte, que
existen factores que coadyuvan en la fijación y memorización de lo que se va aprendiendo durante el
proceso, como acompañar la lectura con música de fondo o tomar notas que resuman lo que se va
leyendo, preferentemente, en manuscrito, ya que el registro por medio de teclados no reporta el mismo
grado de beneficio.
Establecidos los fundamentos del proceso de aprendizaje, emerge como imperativo volver sobre
las condiciones que imponen la cultura de la imagen y la hiperconectividad. No hace falta indagar
demasiado para concluir que los hábitos y prácticas mayoritarias de los jóvenes y adolescentes de hoy –y
también de muchos adultos– van muy a contramano de los requerimientos del aprendizaje y del trabajo, y
las consecuencias son más que evidentes: inconstancia, dispersión, superficialidad, limitaciones en las
actividades intelectivas, insatisfacción, imposibilidad de privarse de la estimulación permanente, fracaso
académico o laboral, carencia de proyectos de largo plazo y sentido existencial.
XXVII
tarea. En sociedades democráticas, tanto los perfiles de los egresados –qué competencias debe tener un
sujeto producto del sistema– como las políticas educativas –de qué manera funciona el sistema; qué,
cómo, cuándo y dónde se enseña– son fijados por un gobierno electo por la mayoría de la sociedad, el
cual –idealmente– la representa y administra las instituciones en función de un proyecto común, atento a
las necesidades de todo el colectivo social. En el caso argentino, el sistema estipula sus políticas,
contenidos y fines generales en todos los niveles educativos a través de un órgano colegiado –el Consejo
Federal de Educación– del que participan los máximos referentes del área del Ejecutivo Nacional y de
cada distrito provincial, atendiendo a la normativa vigente; luego cada distrito administra el sistema de su
jurisdicción en función de lo anterior, estipulando cajas curriculares, organizando la administración y
delegando funciones más específicas en distintas áreas, hasta la última instancia individual constituida por
cada una de las instituciones de enseñanza. El sistema educativo argentino se rige por la Ley de
Educación Nacional –N° 26.206– sancionada el 14 de diciembre de 2006 en reemplazo de la Ley Federal
de Educación –Nº 24.195– de 1993, la cual, cabe recordar, reemplazó a la Ley 1.420 sancionada el 8 de
julio de 1884; es factible notar aquí el detalle de que el país pasó de regirse por una normativa general
durante más de un siglo –aun cuando se fueron introduciendo leyes adicionales– a cambiarla dos veces en
trece años, lo cual ya deja entrever dos de las grandes causas de la debacle: la falta de visión integral y
profunda acerca de los fines de la educación, evidenciada en la temprana caducidad de la ley mostrando
improvisación e inconstancia y, por otra parte, el mal mayor, es decir, la politización tendenciosa de la ley
y la escuela, a las que se les imprimieron sesgos ideológicos facciosos e idealismos postmodernos reñidos
con la realidad, provocando la deturpación del proceso de enseñanza y el fatal desacople del presente.
Retomando los conceptos de la teoría de sistemas, resulta evidente que el sistema educativo
argentino debió ir adaptándose a un ritmo cada vez más vertiginoso a los cambios experimentados por el
entorno social, un círculo vicioso cuyo origen se halla en las políticas educativas y económicas de los
sucesivos gobiernos y en el que, paradójicamente, la propia educación terminó siendo agente de
realimentación y agravamiento, traicionando su rol original de ser el remedio para la decadencia y el
motor del progreso. Los cambios introducidos a lo largo de la historia de nuestro país desde mediados del
siglo XX, con avances y retrocesos, siempre han ido pendiente abajo; un Estado que, en el plano
económico, no ha hecho sino empobrecer a la sociedad y que, en materia educativa, gradualmente fue
escatimando recursos y corrompiendo los contenidos, al tiempo que relajaba la disciplina y la exigencia
académicas, terminó por engendrar una sociedad cada vez más incapaz, licenciosa, renuente al esfuerzo y
desdeñosa del mérito. Ante ello, el sistema educativo, coaccionado por la realidad, se vio en la necesidad
de acomodarse al nuevo escenario de manera consuetudinaria, ya que esa sociedad decadente en que se
inserta le ha ido proveyendo camadas de estudiantes cuyas limitaciones, provocadas por la degradación
socioeconómica y formativa, lo obligan a relajar sus imperativos para mantenerse funcionando, ya que,
como se dijo, la imposibilidad de cumplir las metas de acreditación y egreso –el “producto” del sistema–
comprometería su razón de ser y hasta podría, eventualmente, precipitar su desaparición. Por lo tanto, la
escuela, los institutos terciarios y hasta la universidad han enfrentado el apremio de preservarse en
desmedro del nivel académico, llegando hasta el absurdo de las situaciones paródicas que tienden a
generalizarse en el proceso de enseñanza, corrompiendo su esencia. Empero, el proceso de degradación
del sistema no se detuvo allí, ya que la nefaria y pestilente pulsión asistencialista de una clase política
populista y demagógica halló la forma de canalizarse también en la educación, y así maquinaron
engendros como el “Plan FinEs” o “Ponele título a tu Secundario”, con los que prácticamente se canjeaba
la acreditación de conocimientos por presencialidad (y, en ocasiones, ni siquiera eso), con lo que los
certificados de finalización de estudios Secundarios pasaron a ser otra dádiva estatal proselitista, garantes
espurios de saberes y habilidades ausentes en sus portadores.
XXVIII
afirmar es aquello que se encuentra fuera de toda discusión, en virtud de que todos los actores del sistema
reconocen, se hace aquí referencia al hecho de que la educación es de mala calidad, produce resultados
paupérrimos en términos formativos y su funcionamiento ha adoptado un formato paródico que remeda
casi en forma caricaturesca lo que alguna vez fue y debería ser la enseñanza.
El primer hecho a considerar data del tiempo del regreso de la democracia y la convocatoria al
Segundo Congreso Pedagógico Nacional, en 1984, que sesionó hasta 1988 y publicó resoluciones no
vinculantes. En él, la cuestión central fue la discusión entre estatistas y privatistas acerca de cómo debía
gestionarse la educación, la cual tuvo una resolución salomónica: quienes defendían la gestión privada
lograron salvaguardar el manejo de las instituciones bajo su tutela, mientras que el Estado se reservó la
potestad de decidir sobre los contenidos curriculares y reimpulsó el perfil público y laicista de la mayoría
del sistema. El primer gobierno posdictadura se abocó a una cruzada en pro de los valores y prácticas
democráticos como estrategia para fortalecer el sistema frente a lo que suponía una amenaza latente de
nuevos golpes de Estado; esto implicó una lógica atención puesta sobre los contenidos referidos a la
formación cívica y la promoción de la participación ciudadana pero, al mismo tiempo, se puso un
exagerado énfasis en lo referente a la libertad y los derechos reconquistados tras el período dictatorial que
desembocó en una visión distorsionada de la realidad, por lo cual se relajó la disciplina escolar –y social,
en general– y comenzó la disolución de la exigencia académica, en razón de que toda medida disciplinaria
o aplazo se interpretaron como prácticas represivas, inadmisibles en los nuevos tiempos. En tal sentido,
en las instituciones de gestión pública se eliminaron las calificaciones numéricas reemplazándolas por
valoraciones en función de objetivos de aprendizaje predeterminados y que cada docente debía comunicar
a sus alumnos al principio del año lectivo; de ese modo, un alumno podía “no alcanzar”, “alcanzar” o
“superar” dichos objetivos, con lo que cualquier noción cualitativa de aprendizaje quedó inmersa en zonas
grises y perdió precisión, algo que se intentó remediar al año siguiente a partir del agregado de nuevas
categorías valorativas como “no alcanzó dedicación insuficiente”, “alcanzó satisfactoriamente o “alcanzó
muy satisfactoriamente”; en fin, una forma que ni los alumnos ni los docentes llegaron alguna vez a
comprender del todo, precipitó el primer ajuste del sistema que sacrificó calidad educativa y desapareció
sin pena ni gloria tiempo después. En sintonía con ello, se produjeron cambios en las formas de evaluar;
por ejemplo, a los exámenes finales por reprobar una materia –y que suponían la evaluación de todo el
programa– se los reemplazó por períodos de recuperación durante el mes de diciembre en los que sólo se
debía acreditar aquellos contenidos que se había reprobado en las respectivas evaluaciones; asimismo, se
eliminó la repitencia de la totalidad de un curso y los otrora repitentes solamente debían recursar las
materias adeudadas, lo que supuso una desarticulación entre contenidos correlativos y dificultades por
superposiciones horarias.
Otra cuestión insoslayable de este período gubernamental es la grave crisis económica que
sobrevino sobre el final del mandato y precipitó su final anticipado, que no fue la primera de la historia ni
sería la última, pero que resultó la piedra fundamental de un proceso gradual y sostenido de deterioro
socioeconómico de la sociedad argentina que, con algunos altibajos, siempre fue en franco descenso y,
como era inevitable, impactó de lleno en la educación. En cualquier caso, el gobierno socialdemócrata
con tintes de idealismo adolescente de Raúl Alfonsín ya dio los primeros indicios de lo que luego
sucedería con el manejo de la educación, es decir, la adopción de un sesgo puramente ideológico que
signaría el trágico destino del sistema educativo argentino y que encontraría a su caballo de Troya
perfecto en la pedagogía postmoderna, igualmente ideologizada y tan refractaria al conocimiento
científico como autoconvencida de su supuesta superioridad moral; sin olvidar, desde luego, la fétida
complicidad de los sindicatos docentes, siempre copados por el peronismo o la izquierda y aficionados a
sus prácticas deleznables de obstruir, según su cuota de poder, toda gestión de signo político contrario a
su facción por el mero hecho de serlo y sin ponderar objetivos ni resultados.
El gobierno peronista de la década del ’90 llegó con aires de liberalismo y bajo esa máscara –que
no demoraría en caerse– encaró una reforma integral del sistema a partir del Pacto Federal Educativo.
Primeramente, a partir de 1992, se traspasaron a cada distrito provincial los establecimientos de los tres
niveles que permanecían dependiendo de la administración nacional, como así también todo lo referente a
la enseñanza privada; también fueron transferidos los cargos docentes, de modo tal que hacia 1994 no
quedaba prácticamente ningún establecimiento dependiendo en forma directa del Ministerio de Educación
XXIX
de la Nación, coronando un proceso de reforma de la administración estatal que reformuló funciones y
delegó o redistribuyó responsabilidades de gobierno y administración del sistema. La ya mencionada Ley
Federal de Educación determinó que el Ejecutivo Nacional mantuviera el rol central en el establecimiento
de objetivos y contenidos básicos comunes –como los Núcleos de Aprendizajes Prioritarios, hoy
devenidos en un catálogo de intenciones quiméricas– para los distintos niveles, ciclos y regímenes
especiales de enseñanza; se reservó también la evaluación de la calidad educativa de todo el sistema –hoy
resistida hasta por los propios docentes–, el manejo de la información estadística y la capacitación
docente, entre otras cosas. Además, fortaleció el rol del Consejo Federal de Educación, creado en 1988,
como espacio de debate y acuerdo de políticas educativas a nivel nacional sobre contenidos, validez de
títulos y políticas educativas en general; a los gobiernos provinciales corresponderían atribuciones sobre
la gestión, los diseños curriculares basados en los C.B.C. y la promoción de la participación ciudadana en
la gestión del sistema. Lo que la letra de la ley no previó fue que, en la práctica, la disponibilidad y el
acceso a los recursos económicos para solventar la educación siempre estarían libradas al arbitrio del
poder político de turno que, muy especialmente en el caso de los gobiernos peronistas, utilizaría el
manejo de la chequera estatal como herramienta disciplinadora de gobernadores y legisladores nacionales
en función de sus necesidades políticas coyunturales, lo cual estableció un sistema de premios y castigos
que generó desigualdades y desacoples hacia adentro del sistema entre los diferentes distritos; de hecho,
el imperativo de crear una nueva ley de coparticipación federal establecido en la reforma constitucional
de 1994 y que debería garantizar una más equitativa y criteriosa distribución de recursos en todo el
territorio nacional continúa, casi treinta años después, durmiendo el sueño de los justos. La única
resistencia que encontró la ley estuvo representada por el sector docente y nada tuvo que ver con la
reforma de lo administrativo ni con los contenidos, sino con la financiación; en una acción liderada por el
sindicato CTERA, se instaló una simbólica Carpa Blanca frente al Congreso Nacional, donde se
realizaron días de ayuno y visitas escolares entre el 2 de abril de 1997 y el 30 de diciembre de 1999,
cuando fue levantada; los protagonistas, como buenos populistas, intentaron armar una épica de lo hecho,
pero las verdaderas intenciones de la carpa se evidencian en su tendenciosidad ideológica, ya que el
reclamo incluía limitar el desfinanciamiento progresivo del sistema educativo y resistir políticas
privatistas de la educación, pero asimismo se reclamaba mayor defensa del mercado interno, políticas
productivas y de sustitución de importaciones y suspensión del pago de la deuda externa, lo que hubiera
significado poner fin a un programa basado esencialmente en el crédito externo que sostenía una
economía inviable, de una bonanza precaria y que cebaba una bomba que explotaría pocos años después.
En lo referente a los contenidos, la Ley Federal tuvo la intención de mejorar la calidad de los
egresados, por lo que se extendió el ciclo de obligatoriedad a diez años –uno de nivel inicial y nueve de
Enseñanza General Básica–, lo cual poco a poco se fue convirtiendo en una expresión de deseo merced a
las sucesivas crisis socioeconómicas que promovieron la deserción escolar y el abandono. El nuevo
paradigma apuntaba a mejorar las competencias de los alumnos tanto para su inserción laboral como para
su continuidad formativa en el nivel terciario; el período de enseñanza Polimodal se dividió en diferentes
orientaciones con contenidos seleccionados en función de cada una e implementó la realización de
pasantías durante el último año. Pero el hecho fundamental se dio en el desplazamiento de ciertas áreas
curriculares como Lógica y Filosofía, la poda en las Literaturas –que redujo la cantidad y calidad de las
lecturas– y, lo más determinante, el cambio de enfoque en la enseñanza de Lengua, donde todo lo
referente a la Gramática y la normativa pasó a un plano marginal por considerarse “anticuado” y, en
cambio, se privilegió la gramática descriptiva y la pragmática, tomando al texto y los actos de habla como
unidades de estudio, con lo cual los alumnos empezaron a ignorar la normativa y, por ende, se fueron
volviendo incapaces de producir textos gramaticalmente correctos, lo que comprometió el adecuado
desarrollo de sus competencias comunicativas. La ley estuvo vigente durante trece años, no se aplicó en la
totalidad del territorio nacional y fue tildada de fracaso en forma unánime; su carácter presuntamente
“neoliberal” sólo sirvió para que los agentes de la pedagogía postmoderna sacaran partido planteando una
falsa dicotomía entre el neoliberalismo de derecha –el enemigo– y el progresismo de izquierda en que
militaban; se encerraron en su trinchera y hasta el día de hoy continúan dando una batalla que sólo tiene
lugar en su imaginación y tiene de rehén a la ciudadanía, que se ve privada de una educación de calidad
tan sólo por preservar las banderas de una ideología decadente y perimida.
XXX
Un malogro tan estrepitoso como el que representó la Ley Federal hacía difícil imaginar que otra
norma pudiese superarlo, pero el peronismo en su versión kirchnerista levantaría las banderas de los
derechos humanos –que nunca antes habían enarbolado sus principales figurones– y de la corrección
política –que, en materia de educación, anida en la pedagogía postmoderna–, lo cual llevó a que algunos
colectivos sociales se radicalizaran y vastos sectores del peronismo –incluidos los sindicatos docentes– se
dejaran llevar por los nuevos vientos de tintes pseudoprogresistas –con la misma ductilidad con que se
habían volcado en sentido diametralmente opuesto durante los malditos ’90 “neoliberales”–, y todo ese
colectivo pactó con la intelectualidad de sociólogos y pedagogos de oficina que llevaba un buen tiempo
pontificando sobre la educación, aunque muchos de ellos contaban años sin pisar un aula ni tocar una tiza,
como quien fuera ministro de Educación, Daniel Filmus, o personajes cerrilmente ideologizados, como
Adriana Puiggrós. Entonces nació el esperpento normativo que por primera vez en la historia incurrió en
el despropósito de incluir contenidos curriculares en su texto –los referidos al período histórico 1976-
1982, con obscena parcialidad ideológica y memoria selectiva–, y que hoy rige el sistema: la Ley de
Educación Nacional que, formalmente, es un cambio cosmético de la Ley Federal con nuevo sesgo
ideológico y, en la práctica, viene siendo el tiro de gracia a la educación argentina.
XXXI
No hay más culpable que la casta de pedagogos en el hecho de que, por ejemplo, en el inicio del
nivel primario se eliminaran ciertas formas de enseñanza de la lectoescritura, científicamente sustentadas
y de eficacia debidamente comprobada en la práctica, llegando al absurdo del presente en que los niños
llegan al segundo ciclo del nivel –y a veces hasta el secundario– sin saber leer ni escribir o con serias
deficiencias en ese aspecto; basta recordar que el exministro de Educación de la Nación, Juan Carlos
Tedesco, personaje bastante ideologizado pero de sólida formación científica, llegó a plantear, en su
momento, que extrañaba los debates con bases científicas en el ámbito educativo. Otro tanto ocurre con la
enseñanza de la Lengua en el secundario, donde se ha prácticamente abandonado la enseñanza de la
gramática para abocarse a los contenidos de modelos descriptivos o pragmáticos, como si el mero hecho
de hablar o escribir sin sustento teórico normativo bastara para llegar a producir correctamente textos
orales o escritos –de hecho, los espacios curriculares ya han empezado a abandonar el nombre de “Lengua
y Literatura” para convertirse en “Prácticas del Lenguaje”–; asimismo, para justificar este sinsentido, el
sesgo ideológico se inclinó por el innatismo lingüístico de Noam Chomsky, una teoría cuyo mayor
sustento radicaba en la imposibilidad de ponerla a prueba porque la ética científica impide experimentar
con seres humanos, y no se ha movido un ápice, muy a pesar de que ciertos hechos azarosos de la realidad
–como los casos de los “niños lobo” en Francia y España– se han encargado de desmentirla en forma
categórica. En lo que respecta a la Literatura, un espacio curricular que, eventualmente, podría subsanar
las falencias formativas en el plano lingüístico fortaleciendo el saber intuitivo del que ya se habló, en
razón de que la lectura de textos de calidad supondría el acceso a formas modélicas de la escritura, es
menester señalar que tampoco ha podido escapar de las tendencias facilistas y las distorsiones de las
ideologías imperantes; en función de ello, se han reducido drásticamente la cantidad y extensión de las
lecturas, se han cambiado las versiones originales por adaptaciones con un discurso más sencillo y menos
extensas, se modificó el corpus de obras privilegiando a autores “del palo”, o se sugieren enfoques
críticos cuando no descalificatorios sobre aquellos autores “de la contra”. En tiempos recientes, el nuevo
embate ideológico a la lengua –y a la ciencia– representado por el lenguaje “inclusivo” ha llegado a la
absurda extravagancia de reescribir ciertas obras literarias en dicho lenguaje.
En el marco de esa misma práctica de toma de decisiones con base ideológica antes que científico-
práctica, muchas medidas fueron adoptadas a partir de los dislates del sociólogo Michel Foucault y sus
inconsistentes teorizaciones sobre el poder, lo cual implicó una prolongada y sostenida campaña tendiente
a socavar la autoridad dentro de la institución escolar, en general, y la del docente, en particular, poniendo
en un absurdo plano de igualdad de conocimiento a enseñante y aprendiz que se materializó en medidas
grotescas, como la eliminación de tarimas en el frente del aula para poner a todos en un plano de igualdad
y que, en casos extremos pero muy a tono con los nuevos vientos, llegó a manifestarse en capacitaciones
alrededor de la idea basal de que los docentes debían concurrir a clase para aprender de sus alumnos.
Este tipo de medidas de desautorización sumadas a la ya mencionada relajación en materia disciplinaria
fue llevando la actividad áulica hacia el abismo en que se halla hoy, la enseñanza se ha convertido en una
práctica inviable porque la voz del docente no es escuchada, se ahoga en un desorden en el que cada
quien hace lo que le venga en gana tornando imposible el diálogo, y que nadie se anima a cuestionar o
intentar cambiar por los riesgos que implica cualquier acusación de maltrato o acción represiva, por el
contrario, los docentes y todos los actores institucionales se dejan llevar por la marea conscientes de que
no podrán cambiar nada y, de ese modo, se evitan problemas; es así que educar ha devenido una práctica
lúdica de interpretación de roles, un “hacer como si”, una acción que se ejecuta en clave de parodia de lo
que alguna vez fue, pero que constituye la más funesta de las tragedias que pueda padecer una sociedad.
Dicho sea de paso, jamás una protesta de los gremios docentes alzó una bandera que denunciara esto o
reclamara a fin de revertirlo.
Esa industria de la asesoría al Estado y la capacitación docente cuenta con varios ardides que sabe
capitalizar muy bien, no porque sus agentes sean capaces –de hecho, son incapaces de advertir las
inconsistencias y contradicciones de sus propios postulados–, sino porque aquellos para quienes trabajan
son más limitados intelectualmente que ellos, o tan cínicos que han aprendido a sacar provecho del
proceso de embrutecimiento de la población que los pedagogos han provocado. Las prácticas que han
venido proponiendo han convertido a la educación en un laboratorio de pruebas, con la particularidad de
que nunca han dado marcha atrás ante los resonantes fracasos que obtuvieron, porque lo que los mueve no
XXXII
es el conocimiento y la ciencia, sino la ideología, y se conducen cual fanáticos; esto se hace patente en
diversas cuestiones cuya implementación han promovido en las escuelas y han infiltrado en la formación
docente, han tomado elementos que deberían ser medios o herramientas como fines en sí mismos, tal el
caso de la innovación. Un día se les ocurrió que todo lo viejo no servía para nada y que en la enseñanza
era necesario innovar, encontrar nuevas formas de enseñar porque los chicos “tenían nuevas formas de
aprender” –quien esto escribe nunca consiguió que alguno de esos pedagogos le explicara en qué consiste
eso–; por tal motivo, recibieron a las N. T. I. C. como si fuesen la panacea, nunca analizaron previamente
ni evaluaron sus efectos reales en la enseñanza hasta hoy, aun con la ingente cantidad de evidencia en
contra de ellas y de la que aquí ya se habló anteriormente; lo justifican con argumentos falaces, como
cuando el exministro Filmus planteó que un médico del siglo XIX no podría trabajar hoy, pero un docente
tomaría una tiza y daría clases sin problemas –sería bueno ver la reacción del exministro al notar que, hoy
en día, un ser humano se alimenta, duerme o aprende igual que uno de hace veinte siglos–. Por ello, no
claudican en la aplicación cerril de sus prácticas, sencillamente, siguen promoviéndolas porque “los
chicos están todo el día con sus celulares” y “las computadoras están en todos lados”, así que la educación
no las puede dejar de lado; ojalá nunca se les ocurra extrapolar esos argumentos a otras cosas, porque
también las drogas, por ejemplo, están –por desgracia– en todas partes.
En materia de procesos cognitivos, también practican el dogmatismo con sesgo ideológico y se
aferran a teorías que cimenten sus posturas y les eviten el malestar de la disonancia cognitiva; son
adalides del constructivismo y algunos lo toman como la teoría definitiva, aunque no pasa de ser una
mera descripción del aprendizaje con visión social, como si nadie pudiese aprender por sí mismo
mediante la lectura de un libro. Lo mismo sucede con la teoría de las inteligencias múltiples de Howard
Gardner, una mera paráfrasis de desarrollos previos en materia de psicología cognitiva, apuntalada e
impulsada con fines editoriales pero, asimismo, tan ridícula que el mismo autor terminó por desdecirse;
no obstante, los pedagogos postmodernos siguen machacando la idea y la imparten en los profesorados
como si fuese una revolución en el mundo del aprendizaje, aunque nunca alguno de ellos haya logrado
explicar de qué manera se puede comprender, explicar o demostrar el teorema de Pitágoras o la mitosis
desde la inteligencia corporal-kinésica o la musical-auditiva. Por las mismas razones, expresan un total
rechazo a la memorización de saberes, como si ella solamente fuera factible sin que mediara posibilidad
alguna de comprensión de los contenidos y se limitara a una acción mecanicista e improductiva; se los
oye argumentar que como en el presente todos los saberes son accesibles de manera instantánea gracias a
internet, no es necesario recordar nada; pero baste mencionar el rol que desempeñan en el proceso de
comprensión y aprendizaje los saberes almacenados en la memoria de largo plazo para echar por tierra esa
afirmación reduccionista e infundada.
Otro tanto ocurre con varias de las causas que abrazan de manera irracional y acrítica, como la
inclusión, tema en el que han adoptado posturas de un voluntarismo infantil, como si el mero hecho de
que alguien esté en la escuela –en esta escuela deficiente de hoy y que ellos mismos pergeñaron– fuera
suficiente para su desarrollo y progreso; ni hablar de cuando la inclusión deviene buenismo o simple
caridad académica, a través de la incorporación a la formación regular a personas que, en realidad,
necesitarían de educación especial, que para eso existe desde hace décadas y cuenta con docentes de
formación específica, un hecho que, al final, termina siendo perjudicial para unos y otros. Esto se
defiende y se sostiene por convicción dogmática, ignorando los resultados reales; por eso no sorprende un
ministro de Educación –el peronista Alberto Sileoni– diciendo que lo realmente importante es que los
chicos estén en la escuela, porque si no se van a la esquina y allí están la droga y la delincuencia, pero
omite el dato de que hoy, merced a las políticas destructivas de años, la escuela se convirtió en un espacio
que tiene muy pocas diferencias con la esquina.
Los últimos caballitos de batalla de los pedagogos de oficina son la inteligencia emocional y la
Educación Sexual Integral. La primera es un producto teórico con un barniz de base científica en las
neurociencias pero que, en el fondo, no pasa de un fenómeno editorial estadounidense cuya idea central es
la estandarización y mecanización de las reacciones frente a los sentimientos y emociones que se
experimentan en la vida cotidiana, originalmente pensado para los espacios laborales de empresas –esas
que espantan a los pedagogos– y disimulado bajo el principio de “aprender a gestionar las emociones”;
una suerte manual de conducta para la felicidad que, aunque suene inocente, oculta graves peligros, ya
XXXIII
que lo que persigue es la autorrepresión de ciertas emociones de una manera acrítica, reemplazando
ciertas actitudes planteadas como negativas por otras supuestamente positivas, ni más ni menos que
ingeniería social de corte utilitario-capitalista mediante la promoción de acciones individuales con el
supuesto fin de mejorar la convivencia, pero que puede constituir una grave amenaza; de hecho, reprimir
el enojo o la indignación frente a algo –sea una ofensa personal o una medida gubernamental– es el
primer paso hacia la pasividad que arranca en las relaciones personales y llega hasta la acción ciudadana;
dicho de otro modo, el sueño de todo poder: un pueblo que tolera cualquier cosa motu proprio, algo que
se ha visto de forma palmaria en el ciego acatamiento de las muchas veces irracionales medidas
restrictivas y violatorias de derechos esenciales de la democracia durante la cuarentena por SARS-Cov2.
El caso de la E. S. I., por su parte, es una impúdica acción de adoctrinamiento basada en otra de las
ideologías postmodernas –la perspectiva de género– que bajo un camuflaje de buenas intenciones y fines
prácticos positivos –promover la tolerancia social, evitar o descubrir casos de abuso sexual infantil–,
oculta la promoción de aberraciones como que un niño que aún no ha iniciado su desarrollo puberal ni
mucho menos el proceso de definición de su orientación sexual como resultado de su ingreso en la etapa
de la sexualidad adulta, pueda decidir si es mujer o varón y exigir que se lo trate en consecuencia, sin
olvidar que los contenidos parecen propiciar abiertamente la homosexualidad; todo ello avalado por una
suerte de paternalismo estatal que se impone por sobre la voluntad de los progenitores y las familias. De
esa manera, se vandaliza y envilece con un dogmatismo sectario e irracional lo que debería ser una
formación práctica en materia de salud reproductiva y cuya integralidad debería pasar por el hecho de
inculcar valores como el respeto hacia uno mismo y el otro –independientemente de su orientación
sexual– y el abordaje de la dimensión afectiva de la sexualidad como algo inherente a ella y sin cuya
intervención se convierte en una acción deshumanizada, primitiva. Tan ridículo es el abordaje con
perspectiva de género que, del mismo modo, cualquiera podría plantear la necesidad de una educación
sexual con perspectiva de peso –atenta a las dificultades de la obesidad– o de raza –que, de paso,
contribuiría a combatir el racismo–; pero si bien la mayoría de la población no está en condiciones de
hacerse estos planteos ni entender la cuestión desde los parámetros mencionados, ha sido notoria la
resistencia que la E. S. I. ha encontrado en ciertos sectores sociales en función de valores morales o
creencias religiosas, porque no hacen falta análisis demasiado profundos para darse cuenta del carácter
faccioso, parcial y avieso de sus postulados, al punto de que no es descabellado pensar en una
intencionalidad oculta detrás de la propuesta para su implementación, que no sería otra que la promoción
de la discordia y los conflictos sectoriales, discusiones bizantinas que dejen la cuestión tal como estaba
sin conseguir acuerdos y dejen herida de muerte a la paz social; en otras palabras, el río revuelto en el que
los pescadores que ganan no son otros que los dirigentes políticos.
El embate final de los ideólogos parece apuntar a la evaluación, lo cual resulta lógico porque es
esta instancia la que pone en evidencia el fracaso de sus directivas y propuestas; es la evaluación la que
demuestra que los alumnos egresan de la escuela sin haber desarrollado las competencias ni haber
adquirido los saberes mínimos, entonces es necesario deshacerse de ella tal como un mafioso elimina a un
testigo comprometedor. Por eso no sorprendió la ex viceministra de educación, Adriana Puiggrós,
cuestionando a la evaluación, como no podía ser de otra forma, por razones ideológicas; a la sazón,
sostuvo que evaluar “no es un elemento de la enseñanza, sino un elemento de control y de selección
pensado desde una lógica empresarial” y cuyo objetivo sería “reducir la cantidad de alumnos y de
docentes desde una idea meritocrática”; dicho de otro modo, privilegia la cantidad por sobre la calidad. Y
es que detestan la meritocracia porque, en una sociedad meritocrática, muchos de ellos jamás hubieran
pasado de trabajadores manuales u operarios técnicos, no por falta de oportunidades, sino por
incompetencia e insuficiencia intelectual; no obstante, ninguno de ellos se subiría a un avión pilotado por
alguien que no hubiere sido sometido a una evaluación para probar su idoneidad. En la educación, su
campo de intervención, no quieren evaluar porque pretenden ocultar el estrepitoso fracaso de sus años de
gestión, y levantan el dedo acusador hacia los partidarios de la evaluación educativa en todos los
aspectos, es decir, quienes exigen ver el fruto de lo hecho como insumo para la toma de decisiones,
lanzando los anatemas de “resultadistas”, “neoliberales” y otros epítetos que consideran descalificatorios.
Conforme a los fines que persiguen estos partidarios de ideologías decadentes –que no son sino mantener
sus privilegios laborales de bajo esfuerzo y pasar por luminarias intelectuales–, los resultados son
XXXIV
intangibles, basta que un alumno se perciba “incluido”, no se sienta “oprimido o “se divierta” en la
escuela para que ellos se den por satisfechos, independientemente de lo que ese alumno haya aprendido o
no y que es, en definitiva, lo que determinará su condición existencial, sus posibilidades de operar
exitosamente en la realidad, de valerse por sí mismo, de llegar a realizarse como persona libre y
auntónoma. Además, esa intangibilidad de los resultados los vuelve maleables y ajustables a las
circunstancias, de modo tal que una idéntica situación puede considerarse un éxito bajo un gobierno, y un
rotundo fracaso para otro, siempre en función de las afinidades políticas e ideológicas de quien los analice
y exprese. Dicho sea de paso, cuando en 2020 Puiggrós avizoró el desastre que se avecinaba como
consecuencia del cierre de escuelas, a lo que se sumaron las desmentidas del ministro Trotta, quien debía
salir a hacer aclaraciones luego de cada dislate contaminado de ideología que expresaba su subalterna,
renunció al cargo de viceministra, pero asegurándose un puesto de asesora del ministerio, porque ese tipo
de personajes puede acceder a resignar protagonismo, pero nunca a dejar de vivir del Estado.
De nuevo, la teoría de sistemas lo explica: un sistema que no debe rendir cuentas de sus resultados
porque ni el ambiente en que está inserto –la sociedad– ni los dirigentes se lo exigen, carece de toda
motivación o imperativo y se convierte en presa fácil del principio de menor resistencia; si da igual hacer
las cosas bien o mal, pero hacerlas mal es menos trabajoso, todo queda supeditado a los imperativos
deontológicos de cada agente o del colectivo institucional que, como es lógico, no difieren demasiado de
los de la sociedad en su conjunto, y huelga explicar en qué lugar se encuentra la moral de una sociedad a
la que no le despierta interés ni le preocupa la educación.
Desde hace tiempo ha sido recurrente el planteo de los pedagogos postmodernos de que hay que
educar para el futuro –como si fuera posible adivinarlo– pero, una vez más, no traducen ese principio en
propuestas concretas más allá del uso de las N. T. I. C.; además, se trata de otra falacia: en todos los
tiempos se educó sin saber cómo sería el porvenir: no se educó a técnicos de imprenta, ni a operarios de
máquinas de vapor, ni a costureras o tejedoras a máquina, ni a maquinistas de tren, ni a telegrafistas, ni a
pilotos de aviones, etcétera, y sin embargo, muchas personas aprendieron esos oficios simplemente
porque la sociedad o escuela les habían enseñado a pensar y usar la razón, exactamente lo que la escuela
de hoy no está haciendo, comprometiendo el futuro del colectivo humano. Y se podría citar varios
ejemplos más; resulta hasta hilarante –para quien pueda verlo– la manera que tienen los pedagogos de
reinventar la rueda y mantener activo su negocio, les basta con cambiar el nombre a un mismo concepto
para “renovar” las capacitaciones periódicamente; así, un año hablan de “trabajo en equipo”, al siguiente,
de “trabajo colaborativo”, sin jamás definir en concreto las diferencias entre cada uno de ellos, o han
llegado al absurdo de ofrecer capacitaciones para “educar en contexto de pandemia” a menos de dos
meses de iniciada la cuarentena obligatoria, cuando poco y nada se sabía de la situación en general de los
alumnos en materia de conectividad y acceso a la infraestructura necesaria, se ignoraba las consecuencias
psicológicas que tendrían el nuevo régimen de vida y académico y, desde luego, sin considerar en lo más
mínimo el impacto que tendría en la enseñanza y el aprendizaje la obligada mediación de los canales y
dispositivos digitales. Y no se debe olvidar que todo se basa en argumentos puramente ideológicos,
típicos de esa pedagogía de oficina cuyos agentes, antes que nada, inventan sus propios gigantes malignos
–típicamente, el conductismo o cualquier enemigo ad hoc que justifique sus posturas– y, luego, cargan
contra ellos blandiendo sus lanzas pseudoprogresistas –generalidades y expresiones más propias de
psicoterapeutas grupales o gurúes de la espiritualidad– de modo que nunca alcanzan los fines de toda
educación, es decir, la adquisición de saberes y el desarrollo de competencias que convierten a los
alumnos en sujetos compatibles con el mundo real, capaces de operar en la vida cotidiana, y así los
pedagogos y sus postulados terminan chocando y haciéndose añicos contra los molinos de viento de la
realidad.
El desbarajuste en las escuelas impactó, lógicamente, en el nivel superior, por lo cual las
universidades e institutos de formación docente y técnica que se nutren de los egresados de ese nivel
primario que ni siquiera atiende las competencias básicas de lectoescritura y ese secundario podado y
desguazado, se vieron en la necesidad de ajustar su funcionamiento a fin de mantener la matrícula y, en
última instancia, asegurar su supervivencia; y como no podía ser de otra forma, el ajuste se dio en el
grado de exigencia académica, que gradualmente empezó a remedar la laxitud y el facilismo del
secundario. Asimismo, este espacio no escapó del proceso de ideologización y el nefasto copamiento del
XXXV
sistema por parte de los pedagogos de oficina, que dejaron su impronta en la expoliación a que
sometieron a las carreras docentes respecto de los espacios curriculares de saberes específicos,
transfiriendo carga horaria a espacios de formación general, obscenamente teñidos de las ideologías
postmodernas, más afines a un espacio de adoctrinamiento que de educación y, por supuesto, pensados
para ser ocupados por pedagogos y afines. El resultado, como no podía ser de otra manera, fue un
relajamiento en las prácticas y la consabida decadencia de la formación docente, que lógicamente traslada
esa deficiencia formativa a las escuelas conformando el perfecto círculo vicioso, o sea, el avance sobre la
formación docente y la enseñanza de nivel superior, en general, produjo su deturpación y no hizo más que
asegurar que, en el futuro, no hubiere forma de salir del estado de decadencia por carecer de los recursos
humanos necesarios para llevar a cabo tal empresa.
Se puede ilustrar la situación a que se ha llegado con infinidad de ejemplos, pero se presenta aquí
un par de casos. El primero surge de la comparación entre dos anécdotas surgidas de la cotidianidad en las
que se pone de manifiesto la percepción de la sociedad acerca de la profesión docente; en la primera de
ellas, cuenta un músico folklórico correntino, muy afecto a pintar en sus shows la idiosincrasia popular a
través de cuadros costumbristas, que, cuando él era joven, la gente tenía en muy alta estima a las docentes
–especialmente en poblaciones pequeñas– y que uno de sus hermanos había entablado noviazgo con una
de ellas, tras lo cual afirma “No era linda, pero era maestra”; la segunda anécdota consiste en una escena
que se habrá repetido en muchos hogares y que data de hace al menos veinticinco años, en ella participan
los padres de una adolescente recién egresada del secundario que se halla indecisa respecto de qué hacer
de su vida en adelante, por lo que los progenitores emiten un imperativo de tono perentorio que resume
acabadamente cómo había cambiado la imagen docente a la sazón: “Por lo menos, recibite de maestra”.
Huelga cualquier comentario. Otro ejemplo, para nada risueño, surge de un hecho ocurrido en el marco de
una capacitación docente a distancia del Programa de Formación Permanente, a través de la plataforma
digital del Instituto Nacional de Formación Docente (INFoD); se presenta aquí la captura de pantalla de
un mensaje interno dirigido a los cursantes que es por demás elocuente:
XXXVI
Como es posible notar, se ha llegado al punto en que los mismos docentes remedan conductas propias de
alumnos adolescentes, despojadas de toda ética, facilistas y que manifiestan en forma obscena un total
desprecio por el conocimiento, su formación y la profesión docente. Por eso no sorprende el masivo
rechazo de los docentes, canalizado a través de los gremios –refugios de los mediocres–, cuando el
gobierno de Juntos por el Cambio, tímidamente, propuso realizar evaluaciones para alumnos y docentes a
nivel nacional que pretendían ser un diagnóstico de situación para posibilitar una mejor toma de
decisiones. Son docentes sin compromiso profesional, sin pasión por el saber y por transmitirlo, aferrados
a una ideología que los convierte en lúmpenes –quizás por eso adoran el apelativo de “trabajadores de la
educación” que les asignó el peronismo–; maestros y profesores que carecen de la autoridad del
conocimiento porque han egresado sin el dominio de los saberes a enseñar, lo cual obedece a que no han
tenido la debida exigencia académica porque el sistema debe preservarse, no puede arriesgarse a perder
alumnos y desaparecer. No es muy difícil inferir de qué manera y en qué grado todo eso llega a afectar al
sistema educativo.
En general, más por la inercia perceptual de otros tiempos que por un conocimiento real de la
situación, se tiende a creer que la formación universitaria sigue siendo de excelencia y no fue afectada por
la decadencia global del sistema, pero es necesario recordar que la universidad se ha visto igualmente
golpeada por la formación deficitaria de sus ingresantes –provenientes del secundario– y que su
declinación se evidencia en el bajo nivel que, en general, muestran los profesionales que en ella se
gradúan. Desnaturalizada por las distorsiones ideológicas ajenas a la realidad y la ciencia, así como por
haberse convertido en escenario de militancia política donde medran personajes improductivos y que
encuentran nichos de beneficios materiales –como el caso de las agrupaciones de izquierda y la venta de
fotocopias–, la universidad se mira el ombligo ignorando el espejo en el que podría ver su aspecto actual,
es decir, el de una caricatura de sí misma que lejos está de proveer la formación científica que daba otrora,
con lo cual no hace sino contribuir a la decadencia general, agravar la crisis sociocultural del presente y
comprometer las posibilidades de cambio hacia el futuro. La decadencia de la que se habla aquí se
evidencia en los egresados universitarios severamente complicados a la hora de comunicar con solvencia
por la vía que sea, incapaces de producir un texto gramaticalmente correcto tras haber transitado por más
de quince años de educación formal, muy limitados en cultura general, mediocres o directamente faltos de
idoneidad en su práctica profesional y que, no obstante, muchas veces se han titulado con honores; las
contadas excepciones que se pueden encontrar en profesionales competentes y comprometidos con el
conocimiento no tienen tanto que ver con la exigencia académica como con la procedencia familiar, la
autodisciplina, gusto personal por el conocimiento y el deseo de superación, lo que da sobrada prueba de
que el éxito de la formación universitaria tiene mucho de autodidactismo, de aprender no “gracias a” sino
“a pesar de” la universidad y, en ocasiones, incluso en contra de ella, sobreponiéndose a las desviaciones
ideológicas en el abordaje y selección de contenidos y a las dificultades operativas de un entorno hostil y
alienado. Ejemplos del fracaso es posible encontrar en cada espacio donde se desempeñe algún
profesional, aunque haya algunos mucho más notorios por su exposición pública; tal el caso del actual
gobernador bonaerense, Axel Kicillof, graduado como Licenciado en Economía en la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, diploma magna cum laude, pero que exhibe una
pobreza discursiva que da vergüenza ajena, incapaz de mantener la ilación discursiva, dando muestras de
XXXVII
ignorar saberes de escuela primaria, con un registro lingüístico inculto-rural –como cuando, en una
entrevista, dijo “haiga” en vez de “haya”–, y que hasta fue ridiculizado por una vedette en un programa
televisivo cuando no supo responder un planteo conceptual básico sobre economía; no obstante, se lo ha
visto jactarse de haberse graduado sin haber leído un libro. No era difícil inferirlo.
XXXVIII
Hubo un tiempo en que los partidos políticos definían sus candidatos democráticamente y
presentaban sus plataformas partidarias, extensos escritos en los que se explicitaban los lineamientos que
regirían sus políticas de gobierno; hoy promueven a sus candidatos elegidos en “mesas chicas” con una
lógica claramente comercial, a través de las redes sociales, mediante imágenes beatíficas acompañadas de
algún eslogan ocurrente y pegadizo. Hoy se vive el triunfo del modelo populista que, al cabo, logró
impregnar su esencia, sus disvalores, su mediocridad, su inmoralidad y sus prácticas decadentes al resto
de las facciones políticas y pergeñó una sociedad a su medida, anómica, ventajera, ladina, facilista y sin
apego por el esfuerzo, siempre a la espera de soluciones mágicas e instantáneas que debe buscar y
encontrar otro, confundida en la percepción de sí misma –cree ser más de lo que es– e inmadura. No
conforme con ello, el populismo halló, además, la manera políticamente legitimada de destruir lo único
que podía llegar a comprometer ese hado fatal, es decir, la educación. Su desprecio hacia ella ha sido
histórico y siempre se ha manifestado de manera palmaria, tanto en los lineamientos generales, como
cuando pretendió convertirla en una catequesis partidaria, como en los detalles, por ejemplo, cuando en
tiempos recientes, la voz de una expresidente –hoy vicepresidente con presidente vicario– le dijo a una
masa de adolescentes, en un acto proselitista con motivo del Día del Estudiante, que ellos no necesitan
que nadie les dé clases sino, por el contrario, ellos tienen mucho que enseñarles a los demás; lo cual en
boca de semejante personaje es, a todas luces, otra de sus tantas imposturas demagógicas, propias del
populismo fétido y decadente que practica pero que, dado su caudal de poder político, termina por
cohonestar y propiciar los lineamientos y prácticas que imponen los pedagogos postmodernos con los
XXXIX
resultados conocidos, o sea, una educación que ha dejado a niños, adolescentes y jóvenes sin la formación
necesaria, sin respeto por los demás ni por la autoridad ni por la ley, y sin proyecto de vida, condenados a
ser “ni-ni” (ni estudian ni trabajan) y a un estado de adolescencia permanente. También se evidencia en el
nazifascismo edulcorado que canaliza su propaganda facciosa a través del material didáctico oficial que
distribuye en escuelas, plagado de notas del pasquín partidario Página/12 y fotos de los figurones
dirigenciales; una práctica que el peronismo reproduce impúdicamente en cada distrito que gobierna y en
todos los estamentos del poder. Es una clase política que declama ampulosamente la atención y
promoción de beneficios y privilegios confundiéndolos con derechos, pero que paradójicamente priva, a
los sujetos de esos supuestos derechos, de una educación que les otorgue autonomía y libertad,
encerrándolos en la dependencia del Estado y, por extensión, de los gobiernos de turno, el caldo de
cultivo pestilente del populismo.
Los gobiernos que eventualmente destinan o incrementan los recursos económicos a la educación
son como el padre adinerado que no se ocupa de la crianza de su hijo y pretende lavar las culpas de su
falta de atención entregándole dinero, pero la calidad educativa no se compra. Los acérrimos defensores
de una educación de pública, gratuita, laica, libre, inclusiva y de calidad que se declama en los atriles con
gran prosopopeya la convirtieron en el banco de pruebas de sus absurdas teorizaciones, sus preferencias
irracionales e ideologizadas, y al cabo lograron alzarse con el mayor fracaso educativo de toda la historia
del país; la escuela pública de hoy es de pésima calidad porque no enseña nada, ataca a la libertad
mediante la ideologización y adoctrinamiento del alumnado y presenta niveles récord de abandono y
deserción o fuga hacia instituciones privadas –que tampoco brindan educación de calidad, pero al menos
operan de una forma que se parece más a una institución de formación académica–, porque la gente se ha
dado cuenta de que, en la sociedad pergeñada por el populismo –particularmente en su versión peronista–,
contar con una buena educación no hace diferencia –salvo para huir emigrando a otros países–, la
meritocracia es mezquina e inhumana y, finalmente, ser un sujeto incapaz de valerse por sí mismo por
ignorante, sin proyecto de vida ni deseos de progreso, no representa mayor costo, al contrario, brinda
acceso a las dádivas estatales que cautivan su voto y lo vuelven rehén de un modo de vida de subsistencia
XL
de corto plazo. A modo de ejemplo, basta observar el reciente caso del niño superdotado de una localidad
bonaerense, quien a pesar de acreditar los saberes necesarios y más para avanzar en sucesivos cursos de
nivel primario, fue obligado a repetir de año, mientras que muchos de sus compañeros, víctimas de la
tragedia educativa que sobrevino en razón del cierre de escuelas por la pandemia, fueron promovidos a
los siguientes cursos sin pasar por examen alguno, sino por medio de un decreto del ejecutivo provincial –
sí, de ese graduado universitario que dice “haiga” en vez de “haya”–; ni más ni menos que el mundo del
revés. En un país que padece una crisis socioeconómica propia del África subsahariana, con picos
históricos de violencia cotidiana, inseguridad e impunidad, la educación vocifera su estado de decadencia
para hacerse notar frente a algunos que la ignoran ex profeso y una mayoría que no entiende lo que dice.
Como se ha dicho, una persona privada de la debida formación en materia lingüística, en
particular, y científica, en general, nunca desarrollará una debida consciencia de sí mismo y su
circunstancia, ni las necesarias competencias comunicativas para interactuar con los demás a través de las
formas más elevadas de comunicación, es decir, el diálogo sereno que parte de la reflexión y el abordaje
racional de las circunstancias y la información disponible; por el contrario, un individuo con una
formación deficiente actúa como lo que nos muestra la realidad de hoy, comportamientos primitivos y
casi instintivos, el exhibicionismo irracional de quien sólo puede comunicarse a través del lenguaje no
verbal y procesar los estímulos en un nivel sensorio-emotivo, reaccionando de manera casi refleja; no otra
cosa es lo que demuestra el intercambio o la publicación desinhibida de fotos de cuerpos semidesnudos,
desnudos o escenas abiertamente pornográficas, todo lo cual genera una cultura de los intercambios en la
que no encuentran lugar los afectos y las emociones mediados por la reflexión y a partir de los cuales
construir relaciones maduras, respetuosas del otro y que duren más allá de los escasos minutos que puede
brindar el placer sexual; lo que comenzó como una lucha contra normas y prácticas represivas y
autoritarias fue degenerando en laxitud o anomia y desembocó en un libertinaje que, sumado a la
destrucción de la enseñanza académica, gestaron la tragedia de las madres adolescentes, es decir, personas
que aún no cuentan con los medios ni la capacidad de tomar las riendas de sus propias vidas y se ven en la
obligación de asumir un rol para el que carecen de preparación y que les deja trunco cualquier proyecto
existencial. No hay ley de interrupción del embarazo ni subsidio estatal específico ni Educación Sexual
Integral, por buena que sea –y ya se vio que la que se pretende imponer en las escuelas no lo es–, que
pueda revertir el deterioro y construir una salida superadora para esa deleznable y tétrica situación. Sin la
capacidad de razonar y pensar críticamente, una persona está privada de aquello que la hace
esencialmente humana, es decir, de la inteligencia que hace inteligible el mundo, los sentimientos, las
emociones, todo; por eso no sorprende que, a la luz de la ignorancia generalizada, hayan florecido nuevos
dogmatismos en doctrinas reflotadas o inventadas, como el feminismo de corte nazifascista, el
ecologismo más combativo y extremo, el animalismo, el indigenismo, el veganismo, la perspectiva de
género, los neonacionalismos y neopersonalismos; son, en definitiva, ideologías entendidas como
deturpación de las ideas, que se profesan con un fanatismo acérrimo propio de credos y religiones –
aunque sin sus imperativos morales ni virtudes cardinales–, encarnadas en minorías de voces estentóreas
que constituyen verdaderas sectas y que han hecho del ofenderse en forma selectiva su método, del
escrache público, su arma, y operan con la perversa y primitiva lógica del chivo emisario al que sacrifican
en sus altares erigidos a la discordia y la tirria. Por presión social, mediática y política, como así también
por cobardía, desidia, ignorancia o cinismo, la educación, en todos sus niveles, ha acogido en su seno
acríticamente esas causas inconducentes –lo cual implica una defección total de su faceta contracultural–
y las disemina transversalmente en los espacios curriculares, dejando de lado la ciencia en perjuicio de la
sociedad toda, promoviendo la estulticia. Y no se trata de una ignorancia ingenua que no obstante, como
ya en la Antigüedad advirtiera Tucídides, siempre es atrevida, irreverente, sino de una auténtica barbarie,
entendida como la ignorancia agresiva y violenta, potenciada, además, por la posibilidad de propagar sus
mensajes facciosos de odio y resentimiento con una velocidad y un alcance inéditos en la historia del
mundo; en efecto, los gritos barbáricos que otrora llegaban hasta donde lo permitieran las leyes de la
física, hoy se diseminan por el mundo en cuestión de segundos con un efecto sociocultural devastador. El
grito autoritario que busca imponer su dogma sectario desde el paroxismo, atentando contra la libertad y
el orden jurídico se oculta, a veces, tras fines supuestamente vindicatorios y recurre a conceptos de la
misma naturaleza que aquellos que crean los pedagogos –“deconstrucción”, “nuevas masculinidades”,
XLI
“uso de animales como mercancía”, etc.–, pero al cabo es siempre un alarido que muchas veces va
seguido de acciones violentas, no importa si dicen “Viva Perón”, “Muerte al macho”, “No al maltrato
animal” o “Justicia para la Nación Mapuche”, su esencia es siempre la misma, es decir, la militancia
irracional que torna imposible el debate y el diálogo porque, como advirtió Thomas Paine, discutir con
alguien que ha renunciado al uso y la autoridad de la razón es como administrar medicina a los muertos.
En conclusión, el peronismo y un progresismo espurio, transversal a varios espacios políticos, han
hecho realidad un sueño que amalgama las ideas y principios de Joseph Goebbels y Antonio Gramsci, y
que para la población constituye la aciaga e interminable pesadilla que es la realidad del presente; se han
materializado, concomitantemente, la hegemonía del poder político que asegura el control absoluto del
Estado y la victoria en la batalla cultural que tiene a un solo perdedor: la sociedad en su conjunto. A pesar
de ello y en medio de una situación que bien podría ser terminal, un imperativo deontológico exige la
búsqueda de una iniciativa tendiente a paliar la situación y que, quizás, signifique poner la piedra
fundamental de un largo proceso de cambio en sentido positivo.
Es esencial que el nivel primario retome la enseñanza de la lectoescritura con métodos de base
científica ampliamente comprobados en su eficacia, ya que la debida competencia en este saber y
XLII
habilidad constituye el cimiento de todo aprendizaje. Una vez consolidada, se debe acrecentar con
la práctica sostenida de la lectura, complementada por actividades de comprensión de texto,
ampliación de vocabulario y escritura. El hábito lector formado en esta etapa de la vida es una
impronta sólida y positiva en lo referente al desarrollo de capacidades intelectuales de la persona,
por lo que los momentos destinados a la lectura deberían ir, idealmente, acompañados de
estímulos psicoafectivamente positivos. Bajo ningún aspecto se debería propiciar y exagerar el
acceso a las pantallas y su uso desmedido; al contrario, la escuela debe ser un espacio de
desintoxicación de las horas de conectividad y estimulación sensorial por el uso dispositivos
digitales que experimentan los niños en su vida cotidiana, muchas veces de manera descontrolada.
El caso del nivel secundario es simple: se debe volver a enseñar, retomar un funcionamiento más
acorde con una institución educativa que con un espacio en el que los adolescentes encuentran una
extensión de sus contextos de diversión y esparcimiento, que es lo que aparentan ser hoy. Las
instituciones deberían aprovechar los espacios de decisión autónoma para destinarlos a aquellas
materias proscriptas de los programas sin motivo aparente, como la Lógica y la Filosofía,
esenciales en el desarrollo y ejercicio del pensamiento formal, abstracto y crítico. Por otra parte,
comenzar un proceso gradual de abandono del facilismo académico y el laissez-faire en materia de
disciplina, al tiempo que se incremente la exigencia que demanda toda educación de calidad. Se
debe aprovechar, especialmente, los espacios de literatura no sólo para la formación del lector
literario, sino también para nutrir la cultura general o conocimiento de mundo de los alumnos, y
para crear o reforzar el hábito lector y las ventajas que la práctica acarrea, tanto en el plano del
pensamiento como de los saberes lingüísticos. En lo referente a estos últimos, las áreas
curriculares específicas de enseñanza de la lengua deberían retomar, entre sus contenidos, todo lo
que se ha dejado de lado en materia gramatical, volver a la enseñanza de la sintaxis oracional
como base de la producción de textos formalmente correctos y con fundamentos conceptuales en
materia de normativa.
En los espacios curriculares que tienen un caudal de contenidos teóricos elevado, de difícil
comprensión o son saberes a los que raramente los alumnos hayan accedido en su formación
previa, es recomendable avanzar con la promoción de técnicas de estudio, recomendar la toma de
notas haciendo hincapié en lo que deberían registrar en cada clase –de preferencia, registrarlo en
el pizarrón, para mayor énfasis–; realizar un glosario e implementar lecturas guiadas en las que se
expliciten los procesos de interpretación, los saberes utilizados en cada caso y los procesos
mentales realizados. Gradualmente, implementar prácticas áulicas en las que se ponga en juego el
pensamiento y la actividad mental, de modo que los alumnos vayan adquiriendo autonomía en
dicha tarea. Asimismo, dedicar espacios para el repaso y la aplicación práctica que contribuyan a
la comprensión y fijación de contenidos, y al desarrollo de habilidades. Todo esto resulta clave
para el desarrollo de pensamiento crítico y que los alumnos adquieran autonomía en el estudio.
En caso de contar con mucho material bibliográfico que, por lógica, requiere de abundante
práctica de lectura, se sugiere brindar a los alumnos guías específicas de lectura como
cuestionarios –con preguntas focalizadas en conceptos clave y evitando, en lo posible, que
admitan respuestas directas que se puedan copiar de los textos–; proveer esquemas de contenido o
gráficos que les permitan fijar la atención en lo esencial y ver las relaciones internas entre las
ideas principales del texto –idealmente, los mapas conceptuales–. Asimismo, se puede proceder
realizando lecturas conjuntas y comentadas en clase, o hacer integraciones orales con el conjunto
de la clase luego de las lecturas, preferentemente, confeccionando cuadros o esquemas que
resuman lo dado en el pizarrón para su registro en apuntes, o utilizando presentaciones digitales
que se distribuyan a los alumnos por canales virtuales.
Si el campo es más bien práctico, son preferibles las demostraciones o puestas en escena
acompañadas de explicaciones, dando espacio a breves diálogos e intercambios para atender
preguntas y realizar aclaraciones, plantear tareas y actividades prácticas cuya realización deba
XLIII
describirse antes y durante el desarrollo, conforme vaya evolucionando el trabajo, e implementar
un espacio para reflexiones y conclusiones a posteriori. Resulta muy productivo el análisis de
situaciones y actuaciones o materiales con mirada crítica, siempre fundamentando cada
observación desde los contenidos teóricos de la cátedra e incluso de otras afines, para contribuir al
desarrollo del pensamiento reflexivo y la metacognición. Sacar partido, especialmente, del hecho
de que toda práctica ofrece la posibilidad de la demostración del contenido teórico, lo cual es un
refuerzo para la memorización comprensiva de lo aprendido.
Los espacios que tienen formato de ateneo o seminario son propicios para el planteo de diálogos
integradores, debates o exposiciones sobre trabajos de investigación, de modo que contribuyan al
desarrollo de las capacidades comunicativas, la reflexión y la integración de contenidos hacia
adentro del espacio curricular y en articulación con otras cátedras, tanto horizontal como
verticalmente. Todo esto resulta de alto impacto académico en sentido positivo y brinda una base
para el ejercicio profesional, en particular, en la docencia.
Finalmente, está la cuestión actitudinal. Es elemental que sea el docente el primero en demostrar
interés por el conocimiento, demostrar el valor que tiene y que puede ofrecer las mismas –o
incluso mejores– gratificaciones que cualquier otra actividad de esparcimiento, con las ventajas
operativas que brinda para la vida y la realización personal. La pasión por el saber obra por
contagio y es algo que se debe intentar estimular en cada clase. No hace falta programar las clases
durante horas si el deseo de aprender y conocer más se ejercita día a día, en la medida de las
posibilidades de cada uno; sólo con esa sana práctica diaria el interés por el conocimiento fluirá
naturalmente y sin imposturas en el ejercicio de la enseñanza, por lo que los alumnos podrán
captarlo y asimilarlo sin artificios, como algo lógico e inherente a lo cotidiano.
XLIV
tiempo de cursado puede variar en cada caso; lo que no debe ser negociable es el nivel de formación, ya
que de ello depende el grado de aptitud en el desempeño profesional y el éxito.
Aprovechar las herramientas disponibles de modo que sean un beneficio, no un obstáculo. Internet
es una fuente inagotable de material y contenidos, de fácil acceso y utilización; pero sacar buen
partido de ella presupone haber desarrollado el suficiente criterio de selección e identificación de
la calidad de lo que allí se publica, y eso se adquiere y desarrolla a través de la guía de los
docentes y de la práctica lectora de textos de calidad durante años, lo cual provee saberes
esenciales para la formación del mencionado criterio. Además, se debe evitar el uso patológico del
que ya se ha hablado; navegando por internet resulta muy sencillo salirse de rumbo, dispersarse y
extraviarse en el consumo adictivo de material irrelevante y presentado en formatos que luego
condicionan la percepción en el proceso de lectura y complica las horas de estudio. Es vital
aprender a desconectarse, evitar las distracciones de las notificaciones de mensajes e interacciones
en las redes sociales que pueden restar críticamente un recurso muchas veces escaso como el
tiempo; es muy común perder toda noción temporal mientras se navega por la web, al punto de
que tal distracción ha llegado a provocar tragedias domésticas y viales. El único remedio es
anticiparse y evitarlo.
Guiarse por las sugerencias y lineamientos de acción que proponen las técnicas de estudio hasta
encontrar la forma de estudiar más conveniente y que mejor aproveche a cada uno. Idealmente,
esto ya debería desarrollarse durante el secundario, pero toda técnica es perfectible y siempre
puede haber algo nuevo para aprender en cuanto a métodos y formas. Las instituciones de nivel
superior suelen destinar espacios formativos específicos para el desarrollo de estas habilidades,
pero nunca está demás la propia exploración y búsqueda; más aun teniendo disponible, como ya se
dijo, internet.
Sacar provecho de la tarea de los docentes más allá de lo estrictamente programado y establecido.
Los profesores deben ajustar sus programas y prácticas a unos documentos curriculares cuya
elaboración excede sus obligaciones y posibilidades, y dentro de ello es correcto y hasta
imperativo exigir que cumplan en tiempo y forma con el desarrollo de los contenidos propuestos.
Pero un estudiante no debería ser conformista en este aspecto, es esperable que aspire a aprender
más porque la misma incursión en el mundo del saber mueve a querer aprender más y más. Se ha
dicho que cuanto más se aprende más se toma consciencia de lo mucho que se ignora y tal debería
ser la motivación primaria de todo estudiante, o sea, intentar achicar la inmensidad de lo que se
ignora, en particular, en el campo del conocimiento que haya elegido para formarse y
desempeñarse profesionalmente. Todo esto requerirá una dedicación extra de búsqueda personal y
allí es donde resurge la figura del docente, en este caso, como orientador y asesor en materia de
selección de fuentes y material bibliográfico para que los alumnos exploren e investiguen por
cuenta propia, fuera del espacio y el tiempo áulicos.
XLV
Por último, el campo actitudinal. Haber elegido ser estudiante implica un pacto tácito con uno
mismo y con la sociedad; la parte individual se refiere a que se ha optado por un proyecto de vida
de largo plazo que exigirá esfuerzo, sacrificios, dedicación y capacidad de resiliencia, muy
probablemente privado de recompensas continuas e inmediatas, pero que asegura gratificaciones
muy significativas que marcan el destino de quienes las experimentan. El pacto con la sociedad
genera un compromiso para con los distintos círculos sociales en que cada quien se desempeña: la
familia, el grupo de pertenencia, la ciudad, la provincia, el país; todos los que de manera directa o
indirecta hacen posible el sostenimiento del sistema educativo y la educación, que son
mayoritariamente públicos, es decir, solventados por el aporte de todo el colectivo social. El
esfuerzo de los otros que da oportunidades de formación y capacitación debe ser honrado
mediante el esfuerzo personal y el cumplimiento de las metas de quien es favorecido por tal
beneficio. Eso implica una obligación en el plano ético que todo estudiante debe observar.
6. A modo de conclusión.
En el cierre, es menester aclarar que los males que padece la educación no son privativos de la
Argentina; quizás en este país confluyan otros factores que agravan la situación, pero hay otros, como el
desplazamiento de las ciencias en pro de las ideologías, que han plagado los sistemas educativos de varios
países de Occidente provocando resultados muy a tono con lo que ocurre aquí. De hecho, algunos de
ellos, como Francia, han comenzado tímidamente a dar marcha atrás en ciertas cuestiones alarmados por
las consecuencias comprobadas tras años de haber perdido el rumbo, pero son aspectos menores que lejos
están de provocar un cambio significativo; es tan ingente el trabajo a realizar que se trata, prácticamente,
de enfrentar un movimiento histórico inercial que asoma como imposible de detener, al punto de que ha
socavado los mismos fundamentos de las democracias modernas desde adentro, por un ejercicio privado
del más mínimo sentido común y de exagerada observación de sus principios fundantes.
Hay quien afirma que Occidente se encuentra en una crisis terminal y el fin de la democracia tal
como se la ha conocido hasta hoy es ya inevitable, que su acaecimiento es una mera cuestión de tiempo
pese a que, en términos históricos, podría tardar décadas en acontecer. El motivo principal de esta caída
es, sin lugar a dudas, la destrucción de la educación; es algo que ya ni siquiera reviste la condición de
problema en razón de que, conceptualmente, un problema es algo que admite una o más soluciones, según
sea su naturaleza, pero la cuestión educativa ha atravesado un punto sin retorno y se ha convertido ya en
algo sin solución. Tristemente, la realidad –sobre todo en tiempos recientes– parece empeñada en darle la
razón.
No obstante, se presenta este trabajo como un pequeño aporte para, al menos, salvar algo de lo que
se considera bueno. Se sostiene la esperanza a pesar de que la razón nos empuja a la consciencia de que,
probablemente, el destino ya esté fijado por la dinámica de la historia y que el derrotero sea irreversible.
Quizás quienes continúan en la lucha por un cambio para bien sean como los trescientos espartanos en la
Batalla de las Termópilas, ya saben que les espera la derrota, pero esta puede servir de testimonio para
generaciones futuras que deseen retomar la senda del raciocinio y sentido común, puede dejar una huella
de lo que alguna vez existió y a partir de la cual empezar a reconstruir lo que destruyó la barbarie.
XLVI
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Edición de libre uso y distribución, con la debida cita bibliográfica de autor
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