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Estilos de dirección
CARLOS RODRÍGUEZ-LLUESMA
4.1. INTRODUCCIÓN
En ocasiones, hablamos como si el estilo fuera algo prescindible, un discrecional orna-
to final de las personas, las acciones y las cosas. Lo sustancial serían los contenidos,
que, eso sí, podrían adornarse una vez estuviese asegurada su consecución.
Preocuparse por el estilo se asimilaría al amaneramiento o, en cualquier caso, al pasa-
tiempo estéril. De ser así realmente, este capítulo carecería de sentido.
Buffon, contra lo que se acaba de apuntar, afirmó rotundamente que «el estilo es el
hombre». Erasmo, por su parte, mantuvo que debíamos tomar al estilo por el mejor y
casi el único maestro de la vida, del decir y del hacer. No cuesta tampoco traer a la
memoria situaciones en las que se nos ha presentado la falta de estilo como algo inex-
cusable. Efectivamente, en ocasiones, el modo en que hacemos las cosas tiene tanta O
más importancia que lo que hacemos. Como sentenciara Robert Burton en su
Anatomía de la Melancolía: «Es la pura verdad: nuestro estilo nos delata.»
En este capítulo consideraremos, en primer lugar, las principales propuestas que,
en la disciplina de dirección de empresas, han versado sobre los estilos de dirección.
En segundo lugar, apuntaremos someramente la relevancia de los estilos en el diag-
nóstico y cambio de las relaciones interpersonales.
! BoLTON, R., y GROVER BOLTON, D.: People Styles at Work. Amacom, New York, 1996.
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El cruce de las dos variables descritas daría lugar, según Bolton y Grover Bolton,
a cuatro tipos de estilos (véase Tabla 4.1).
+ Afable Expresivo
Emotividad
- Analítico Directivo
—- Asertividad +
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El analítico es, respecto a la media, menos asertivo y menos emotivo. Le gusta lle-
gar hasta el detalle de cada asunto considerando los flecos que otras personas tendrían
por insignificantes. Considera todas las alternativas posibles, porque desea por enci-
ma de todo acertar. En este sentido, prefiere trabajar solo o, a lo más, con un número
reducido de personas de su confianza, para que los resultados del trabajo no se le pue-
dan ir fácilmente de las manos. Se centra en la tarea a realizar, para evitar el aflora-
miento de sentimientos y de temas personales.
El afable es, respecto a la media, menos asertivo y más emotivo. Le gusta sentirse
arropado por el equipo, con el que colabora intensamente. Tiene una marcada aversión
al riesgo y, por eso, como el analítico, prefiere las situaciones estructuradas y estables.
A diferencia de éste, sin embargo, trata desahogadamente las cuestiones personales y
se interesa por las aportaciones de los demás.
El expresivo es, respecto a la media, más asertivo y más emotivo. Se convierte en
el centro de las reuniones, pues despliega una actividad notable y, además, de forma
espontánea y continuada. Pasa de un asunto a otro sin transiciones, y se exaspera ante
lo que considera excesos analíticos o aversiones estériles al riesgo. En este sentido,
deja de lado los detalles, para centrarse en las «grandes cuestiones». Como se puede
adivinar, no es el estilo de las personas más estables.
El directivo es, respecto a la media, más asertivo y menos emotivo. Se le podría
considerar como el estilo pragmático en estado puro. Toma decisiones sin demasiada
reflexión ni consideración de elementos externos al contenido de la tarea. Actúa con
seguridad y se expresa de forma directa, sin circunloquios.
Cuando una persona se siente desbordada por una situación, sostienen Bolton y
Grover Bolton, su estilo originario da lugar a otro, defensivo, que consiste en el extre-
mo del anterior. Así, por ejemplo,
? Véase BLAKE, R. R., y MCCANSE, A. A.: Leadership Dilemmas - Grid Solutions, Gulf Publishing,
Houston, 1991.
Estilos de dirección 47
El interés por la producción, huelga decirlo, se refiere a todo aquello que está
directamente relacionado con las tareas de la empresa, especialmente en el plano ope-
rativo: eficiencia en las compras, proceso de producto, ventas, etc.
El interés por las personas hace relación a quienes, dentro o fuera de la organiza-
ción, prestan su trabajo para conseguir los fines mencionados arriba. Las labores del
directivo comprenden, en este caso, la motivación de los empleados, el diseño de
estructuras y políticas apropiadas, la promoción de un ambiente sano, etc.
El modelo consta de una matriz bidimensional, cuyos ejes horizontal y vertical
representan, respectivamente, el interés por la producción y el interés por los resulta-
dos. A lo largo de cada uno de estos ejes se extiende una escala que, comenzando en el
origen, llega hasta 9, máximo en ambas categorías (véase Tabla 4.3):
El extremo inferior izquierdo (puntuación 1,1) corresponde a la mínima expresión
del gestor: este tipo de persona muestra un desinterés general tanto por personas como
por tareas. Suele evitar el contacto con los demás y evita el compromiso”. Este direc-
tivo se limita a los mínimos necesarios para que la empresa siga produciendo (dimen-
sión horizontal) y para que sus miembros mantengan un mínimo de sentido de perte-
nencia a la organización (dimensión vertical).
El extremo superior izquierdo (puntuación 1,9), es el lugar del «gestor de club de
campo». Esta designación proviene de su acusada preocupación por mantener unas
relaciones cordiales, evitando el conflicto en la medida de lo posible. El resultado de
esta tendencia es un ambiente agradable y gratificante en términos personales, siempre
A de
? Nótese que éste es un modelo, al menos en parte, normativo, puesto que proscribe algunos de los
estilos que recoge. En el caso de Bolton y Grover Bolton, por el contrario, los cuatro estilos eran simple-
mente descritos sin pretensión prescriptiva alguna.
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* BLANCHARD, K.; ZIGARMI, P., y ZIGARMI, D.: Leadership and the One Minute Manager Game Plan.
William Morrow, New York, 1985.
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cada una de ellas vendrá sugerida por la actitud y aptitud (capacidad) que el directivo
perciba en los empleados respecto a la tarea en cuestión. Puesto que la madurez de las
personas varía con el tiempo, y no es la misma en todos los ámbitos, el líder tendrá
que supervisar ya más de cerca, ya menos.
Así, cuanto más baja sea la madurez de los subordinados/colaboradores, más
directiva tendrá que ser la conducta del líder, quien habrá de emplear su tiempo en
diseñar una estructura nítida, definir los roles con mucha precisión, establecer metas
modestas, dar instrucciones muy claras, etc. La presencia de esta conducta es inversa-
mente proporcional a la madurez de los subordinados o colaboradores: según aumen-
te la madurez de éstos, disminuirá la de aquélla.
La conducta de apoyo tiene como finalidad reafirmar a las personas en sus tareas
y, en último término, en su identidad de profesionales. Mediante la comunicación bidi-
reccional, la felicitación por algún logro, la escucha y la confidencia, las personas ven
satisfecho su deseo de ser reconocidas. En este caso, no hay relación necesaria con la
madurez de los subordinados o colaboradores.
Las dos conductas que acabamos de consignar dan lugar a cuatro tipos de estilos
(véase Tabla 4.4).
El estilo alto en conducta directiva y bajo en conducta de apoyo puede denomi-
narse como «directivo». Es el apropiado para dirigir a personas con poca aptitud para
el trabajo, pero gran ilusión por desempeñarlo. De acuerdo con la pobre autonomía de
== DERESPALDO | | ENTRENADOR *
Conducta de apoyo
Bajo [2 DELEGANTE: 4
Bajo Alto l
Conducta directiva
_ Alta AAA A Baja,
Madurez del subordinado
50 Paradigmas del liderazgo
7 Véase TANNENBAUM, R.; WESCHLER, ÍL, y MASSARIK, F.: Leaders and Organizations. McGraw-Hill,
Nueva York, 1961.
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52 Paradigmas del liderazgo
Los factores del entorno que influirán sobre el grado de libertad de que gocen los
subordinados son fundamentalmente dos: el tipo de organización (preferencias, tama-
ño total de la empresa y de sus subdivisiones, distribución geográfica, etc.) y la natu-
raleza del problema a tratar.
Otro modo de abordar el tema de estilo es fijarse en el núcleo del cometido directivo:
la decisión misma. Una propuesta interesante en este sentido es la de Cardona?, quien
usa la distinción de Covey entre lo importante y lo urgente, y que sirve para producir
una matriz de dos por dos (véase Tabla 4.6).
El eje vertical refleja la importancia de la decisión, y se subdivide en dos segmen-
tos iguales: el más cercano al origen delimita el área de lo delegable; el siguiente, el de
lo no delegable.
El eje horizontal refleja la urgencia de la decisión, que se divide en dos segmentos
de igual longitud: el de la izquierda, denota pequeña urgencia; el de la derecha, gran
urgencia.
Como en el resto de los modelos, la intersección de los distintos segmentos o pun-
tos de cada uno de los dos ejes da lugar a los distintos tipos de estilos. En este caso, la
matriz nos dice cuál es el estilo adecuado en cada momento. Es una matriz, por tanto,
normativa.
Si comenzamos por las decisiones poco urgentes y delegables, nos encontramos
con que el estilo de decisión debe ser participativo. Es el más frecuente: hablamos de
la mayor parte de las decisiones pertinentes al desarrollo normal de la empresa. Es el
caso de decisiones sobre precios, contratación, gama, etc. Estas dependerán del equi-
po de marketing, de personal o de cualesquiera otros. En estos casos, se trata de que el
equipo busque el acuerdo, para no dejar vencidos por el camino, lo que redundará en
un mejor ambiente y en una implantación más rápida de la solución acordada (ni que
decir tiene, sin embargo, que algunos procesos de decisión que comienzan con parti-
cipación acaban por descabellarse con la decisión unilateral del directivo). -
El estilo adecuado para las decisiones delegables, pero urgentes, es el democráti-
co. Un ejemplo podría ser la decisión sobre dónde ir a comer tras una reunión de tra-
bajo: lo que tiene sentido en este caso es seguir el parecer de la mayoría. No hace fal-
ta que el directivo desempeñe un papel más relevante en la toma de la decisión.
+ Consultivo Autoritario
IMPORTANCIA
—- Participativo Democrático
- URGENCIA +
- +
80% URGENCIA 20%
7 Al asignar porcentajes a cada uno de los segmentos axiales y obtener los porcentajes de cada estilo
mediante la multiplicación de éstos, se está suponiendo que urgencia e importancia son dos factores inde-
pendientes, extremo que resulta muy discutible. Este problema está presente en el diseño mismo de la matriz.
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Los modelos presentados hasta ahora pueden resultar útiles por separado, pero invita-
rán a las preguntas: ¿con cuál me quedo? ¿Son todos igualmente válidos? ¿En qué cir-
cunstancias?
Decía Leibniz que los autores aciertan en lo que afirman y se equivocan en lo que
niegan (ya sea explícita o implícitamente). En este caso, podríamos decir que todos los
modelos aportan un aspecto importante del proceso de dirección, pero que ninguno de
ellos —y, por supuesto, tampoco el que vamos a proponer nosotros— puede pretender
dar una solución definitiva!.
La propuesta que nos gustaría avanzar en este capítulo consiste fundamentalmen-
te en dibujar un mapa que permita localizar los precedentes. Lo que con ello buscamos
es que cada uno de los modelos presentados arroje luz sobre los demás y, a la inversa,
el conjunto de las propuestas permita interpretar más profundamente cada una de ellas.
Como se ve en la Tabla 4.8, nuestro modelo pretende entender y clasificar los esti-
los de dirección atendiendo a tres dimensiones: la comunicación, el control y la deci-
sión. A su vez, en cada una de ellas, habría que distinguir entre las variables que hacen
referencia principalmente al directivo y las que hacen referencia fundamentalmente al
entorno de éste. Mientras que esta segunda división —directivo, entorno- se explica por
sí misma, la primera necesita justificación.
Para entender mejor por qué decimos que en el estilo de dirección pueden encon-
trarse las tres dimensiones de las que hablamos, fijémonos, en primer lugar, en que el
proceso de toma de decisiones comprende dos aspectos:
Dimensiones
del estilo
de dirección
$ Para una revisión muy completa de las propuestas examinadas aquí, véase P. NORTHOUSE:
Leadership. Theory and practice. Sage Publications, Thousand Oaks, 1997.
Estilos de dirección 55
Además de los dos aspectos reseñados, debemos tener en cuenta que la decisión,
una vez tomada, ha de llevarse a término. Esta circunstancia induce la necesidad de
una tercera dimensión: la supervisión y el control por parte del directivo. Esta dimen-
sión se plasma, en el proceso de toma de decisiones, en la elaboración y, sobre todo, en
la implantación del plan de acción.
Atendiendo al patrón que acabamos de presentar, podemos ya localizar las pro-
puestas que hemos ido introduciendo a lo largo del capítulo. Seguiremos los seis fac-
tores que aparecen en nuestro modelo, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha.
En el plano de la comunicación, la matriz de cuatro cuadrantes de Bolton y Grover
Bolton viene a articular algunas variables de personalidad que inciden directamente
en el modo de expresión del directivo, en el tono de sus mensajes. Distintos grados de
asertividad y de emotividad del emisor hacen que el receptor interprete el mensaje de
modos distintos, aunque el contenido, lo que se comunica, sea lo mismo en cualquier
caso.
La única propuesta mínimamente articulante de las variables que, desde su entor-
no, inciden en el modo de comunicación del directivo es la de Tannenbaun”, si bien
hace referencia a ellas de forma somera. El número y distribución geográfica de los
subordinados será el factor de mayor influencia en las características de la comunica-
ción.
En el plano de la decisión, Tannenbaum se fija en la tolerancia a la ambigiiedad
reflejada en el grado de decisión que el directivo otorga a sus subordinados.
Algunas de las características del entorno que inciden en el plano del que nos ocu-
pamos, concretadas en este caso en la tarea y el contexto de la organización, quedan
recogidas de algún modo en la propuesta de Cardona: el estilo de dirección habrá de
variar según el ritmo e importancia de las decisiones.
Por lo que hace al plano del control, la propuesta de Blake y McCanse se centra en
los factores propios del directivo, en su inclinación por la tarea o por las personas.
La propuesta de Blanchard y otros, en cambio, contempla también los factores del
entorno, en este caso constituido por la madurez de subordinados y colaboradores.
No cabe duda de que poner en contexto las propuestas presentadas a lo largo del
capítulo facilita aclarar su alcance y sus límites. Así nos resulta más sencillo ver sobre
qué ámbito de la realidad estamos hablando al usar tal o cual herramienta. Con todo,
el modelo que hemos presentado, y cada una de las propuestas por separado, contienen
puntos susceptibles de interpretación errónea, que convendría explorar:
? Aunque Tannenbaum esté hablando del plano de la decisión, sus comentarios pueden extenderse
también al plano comunicativo.
al
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Contra nuestra tendencia natural, lo que debemos tratar de hacer es, antes que
intentar cambiar a los demás, cambiar nosotros mismos. Si realmente estamos intere-
sados en la tarea y en las personas con las que trabajamos, debemos tomar la iniciati-
va y adaptarnos a los modos de hacer del interlocutor.
No olvidemos, por otra parte, que no se trata de venderse o abdicar de los propios
convencimientos. Lo necesario es adaptar nuestro modo de hacer para no resultar car-
gantes, bruscos, irreflexivos, sosos o algo peor. Los contenidos quedan al margen de
esta consideración. |
Por si a alguien se le antoja imposible esta tarea, en principio bastaría con contro-
lar algunos comportamientos, los críticos, para apreciar una mejoría notable en nues-
tro rendimiento y relaciones dentro de nuestro entorno. Así, por ejemplo, el director
general de estilo marcadamente directivo / con preferencia notable por tareas intenta-
rá «dulcificarse» algo ante sus subordinados de, digamos, el departamento creativo.
De otra forma, éstos podrían pensar que son abroncados constantemente. A la inversa,
el financiero de tendencia analítica habrá de abreviar en su presentación de los resul-
tados anuales a la junta. De otro modo, correrá el riesgo de perder la atención del
público, que probablemente no comparta en la misma medida su afición por las cuen-
tas!"
Sin embargo, no conviene tomar lo dicho con demasiada literalidad, como si los
modelos presentados fueran manuales de instrucciones que asegurasen que modificar
tal o cual conducta producirá, automáticamente y por tiempo indefinido, el efecto
deseado en los demás. Al igual que el rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba,