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TEMA 3.

LA HISTORIA COMO DISCIPLINA


El método histórico: preguntas, hipótesis, prácticas metodológicas y técnicas de
investigación

Los historiadores utilizan el método científico, que consiste en lanzar hipótesis y luego
tratar de demostrarlas mediante la observación. Por ello muchos autores consideran la historia
como una ciencia. Pero se diferencia de las ciencias naturales en que no puede reproducir la
realidad estudiada para comprobar las hipótesis y que no produce leyes tan exactas como
estas. En historia hay tendencias y generalizaciones, pero a menudo no se cumplen. Esto se
debe a que hay muchos factores que influyen en los procesos históricos y que además son
difícilmente cuantificables. Por ello otros autores niegan que la historia sea una ciencia, al no
poder hacer predicciones. Es el caso de Paul Veyne para quien la historia no es más que una
novela verdadera.

El método científico empieza con una observación que plantea preguntas. A raíz de
ellas se desarrolla un proceso de trabajo y se trata de responder a esas cuestiones de forma
lógica y racional. Para hacer una pregunta adecuada hay que conocer primero lo que se ha
escrito sobre el tema recientemente (el estado de la cuestión). Una vez se tiene algo de
información se elabora una hipótesis, que luego se trata de comprobar. Para ello utilizamos
prácticas metodológicas, que son reglas que permiten realizar trabajos de investigación
histórica. Las principales son la observación, la comparación y la interdisciplinariedad.

La observación puede ser de dos tipos. Es directa si tenemos delante el objeto a


estudiar. Es indirecta si el objeto a estudiar nos sirve para estudiar otra cosa. Analizar el cuadro
“La rendición de Breda” sería de observación directa si nuestro objetivo es analizar la pintura
de Velázquez. Si lo que queremos es estudiar el vestuario y el armamento de la época, sería
observación indirecta.

Para observar hay que estudiar las fuentes históricas, que pueden catalogarse de
varias maneras. En primer pueden ser escritas o no escritas. Las primeras pueden ser libros,
documentos de archivo, periódicos, inscripciones o monedas, mientras que las segundas
pueden ser restos arqueológicos, obras de arte, películas, fotografías y entrevistas a personas
mayores. Por otra parte, las fuentes pueden ser primarias o secundarias. Las primeras se
elaboraron en el momento en que sucedieron los hechos o por alguien que los vivió. Las
segundas se hicieron posteriormente, utilizando fuentes primarias y sin conocer los hechos de
primera mano. Unas memorias o un documento de archivo es una fuente primaria, mientras
que un libro o un artículo escrito por un historiador actual sobre un hecho que sucedió hace
mucho tiempo es una fuente secundaria. Otra forma de clasificar las fuentes es en función de
si son intencionadas o no intencionadas. Las fuentes intencionadas son aquellas que se
elaboraron exprofeso para transmitir una información, como los libros, los periódicos, los
documentos de archivo o los testimonios orales. En cambio las no intencionadas son aquellas
que nos pueden aportar información histórica, pero que no se elaboraron con este fin, como
unos restos arqueológicos, unas pinturas o las novelas antiguas. A menudo una fuente puede
ser intencionada en una parte y no intencionada en otra. Un periódico del siglo XIX que nos
hable de una guerra será intencionado, pues su objetivo es contarnos la guerra. Pero si
leyendo el periódico podemos averiguar la forma de pensar de la época o qué costumbres
tenía la gente en ese caso sería no intencionada, pues no se escribió con esa finalidad. Esta
distinción es importante, ya que las fuentes intencionadas suelen ser menos fiables que las
intencionadas. Por ello cada vez se utilizan más las fuentes no intencionadas, que dejan
entrever información interesante si el historiador saber hacer las preguntas apropiadas.

Por otra parte, según el tema elegido, el historiador ha de buscar las fuentes que más
le sean más útiles. En ellas el investigador ha de preguntarse qué dice la fuente, como lo dice y
quién es el autor. Por qué se produce el documento, para qué, cuándo y dónde. Las fuentes no
son la verdad absoluta, sino que son un constructo cultural, que hay que analizar críticamente.

Las fuentes que aportan más información son las escritas y en concreto los libros y
artículos que ya se han escrito sobre el tema. Y no solo los libros pensados para relatar o
explicar hechos históricos, sino también las novelas antiguas o los relatos de viajes,
dependiendo de lo que estemos estudiando. Un relato de un viaje del siglo XVII o una novela
del siglo XIX nos puede proporcionar una interesante información sobre la vida cotidiana y la
forma de pensar de la gente de esa época. Normalmente los relatos de viajes son más útiles,
pues van dirigidos a extranjeros que no conocen casi nada del país que se visita. Las novelas
son de menos utilidad, pues no explican lo que todo el mundo sabe, pero aún así pueden
aportarnos alguna información interesante.

Si el tema o la época han sido poco estudiados podremos consultar toda la bibliografía
disponible al respecto, pero si no es así tendremos que hacer una selección. En ese caso
leeremos los libros clásicos sobre el tema, las publicaciones más importantes de los autores
actuales más destacados y las que traten más específicamente el tema que nos interesa. Es
importante leer siempre obras escritas por gente que vivió en la época de los hechos, pero
también por autores actuales. Los libros antiguos aportan una información muy detallada y nos
permiten conocer la mentalidad de la época, pero tienen el inconveniente de que analizan
poco los aspectos económicos y sociales, y dan muy poca explicación de los hechos. Para esto
tendremos que utilizar libros de autores actuales, que nos darán menos datos políticos y
militares, pero más interpretación y más información económica y social. Además, los libros
recientes nos pueden dar ideas sobre nuevos enfoques a la hora de realizar investigaciones
históricas.

¿Pero cómo sabemos qué libros y artículos tenemos que leer para hacer nuestra
investigación? Lo mejor es empezar leyendo obras generales e ir después a la bibliografía que
han utilizado dichos autores. Los libros que más se citen son obras clásicas que debemos
consultar si queremos convertirnos en unos expertos en la materia. A medida que leamos
podremos acceder a más listados de bibliografía y allí encontraremos más libros que nos
puedan interesar. Es importante, por otra parte, utilizar otras formas de conseguir información
bibliográfica, ya que si los primeros libros que consultamos tienen más de 20 años, solo nos
proporcionarán bibliografía anterior a esa fecha. Pero claro, para hacer un buen trabajo de
investigación tenemos que estar al día. Para enterarse de obras más recientes podemos hacer
varias cosas.

En primer lugar podemos buscar en dialnet a los autores que más hemos visto citados
en la bibliografía, para ver qué publicaciones recientes tienen. Dialnet es una base de datos de
la Universidad de La Rioja donde podemos encontrar los principales artículos y libros que tiene
cada autor. A veces aparece el texto completo de los artículos, pero normalmente no es así.
Tampoco nos aparece el texto de los libros. Pero sí que tendremos una lista importante de lo
principal (no todo) de cada autor, que nos puede servir para saber qué más obras consultar.
Para acceder a dialnet basta con poner en google el nombre del autor (o la obra) y dialnet.

Otra opción es entrar en la página web de la Biblioteca Nacional y hacer una búsqueda,
poniendo los términos que nos interesen. Si lo hacemos aparecerán todos los libros que tienen
que contienen la palabra que hemos indicado. Hay que tener en cuenta que todos los libros
que se publican en España deben enviar un ejemplar a la Biblioteca Nacional, con lo que así
podremos enterarnos de todo lo que se publica en España (libros, pero no artículos. Para los
artículos es mejor dialnet). Si queremos información sobre lo que se ha publicado en el
extranjero podemos hacer la misma búsqueda en la Biblioteca del Congreso de Washington o
en la Biblioteca Británica de Londres, que están entre las más grandes del mundo.

Una vez que tenemos un listado de libros y artículos que queremos consultar, ¿cómo
los conseguimos? No vamos a comprarnos 50 o 100 libros especializados para hacer una tesis
doctoral, pues además de muchos libros solo nos interesará una parte. Lo primero es acudir a
la biblioteca o a la hemeroteca de la universidad. Otra opción es consultar los fondos de la
Biblioteca Valenciana (en el monasterio de San Miguel de los Reyes), que conserva numerosos
libros antiguos para el uso de investigadores. O buscar por Internet, donde hay numerosos
libros digitalizados, especialmente los antiguos. Uno de los sitios web donde podemos
encontrar más textos es en la Biblioteca Virtual Cervantes, que recoge numerosos libros y
artículos escritos en español.

Pero aun así muchas obras no estarán en ninguno de estos sitios. En ese caso debemos
acudir al servicio de préstamo interbibliotecario de la universidad, que es accesible por
Internet. Una vez nos demos de alta podemos solicitar cualquier libro o artículo que esté en
cualquier biblioteca del mundo (normalmente universitarias). El coste suele ser de 8 euros si el
libro viene de España, pero puede ser mayor si viene del extranjero. No obstante, si el
documento está digitalizado lo mandan por correo electrónico y puede resultar gratis. Si no es
así, tendremos que ir a recogerlo al edificio de la universidad de la calle La Nave y podremos
tenerlo durante un mes, aunque a veces se puede prorrogar el plazo. El servicio de préstamo
interbibliotecario es la mejor manera de acceder a una gran cantidad de bibliografía
especializada.

Cuando ya tenemos los libros y empezamos a leerlos, es importante ir tomando notas,


ya que si no con el paso del tiempo se nos olvidará lo que hayamos leído. En cambio, si
hacemos resúmenes de todo lo que leemos, lo podremos consultar fácilmente cuando
queramos. Una vez hecho el resumen hay que guardarlo de una forma que nos resulte fácil de
encontrar después, ya sea en un archivo de Word (en el ordenador) o en una carpeta de anillas
(en papel). Cada nota que tomemos tiene que indicar también la página del libro en la que
está, para que después podamos citar esa información.

Los libros y artículos es lo que más información nos proporcionan, pero no son
suficientes. El trabajo histórico será más completo cuántas más fuentes distintas se utilicen.
Después de los libros y artículos lo que más suelen utilizar los historiadores son los archivos.
Aunque hay archivos privados (de familias nobiliarias, de personajes ilustres, archivos
notariales, eclesiásticos…), lo normal es que sean instituciones públicas donde se guardan los
papeles antiguos que ha ido generando determinada institución. Otras veces recogen
documentos procedentes de organismos que ya no existen o de donaciones privadas. Los
archivos nos permiten acceder a información que puede no estar publicada en ningún libro, lo
que aportará a nuestro trabajo una mayor originalidad. Además, podemos incluso descubrir
aspectos importantes que nadie ha estudiado antes. Por eso, cualquier trabajo histórico tiene
que utilizar los archivos si quiere ser tenido en cuenta por el resto de historiadores. Si nos
limitamos a leer libros no aportaremos gran cosa a lo que ya saben los especialistas.

Si queremos trabajar información de archivo tenemos que saber primero a qué archivo
dirigirnos. Para ello conviene mirar libros que hayan tocado temas parecidos al que nos
interesa, para saber qué archivos han utilizado. Además, tenemos que pensar qué información
buscamos y qué organismo público puede haberse encargado de registrarla. En este sentido,
resulta muy útil sabemos qué tipos de archivos existen y qué información alberga cada uno, así
como los principales archivos de España. De esta manera, podemos hacer la siguiente
clasificación:

Archivos municipales: son muy útiles para estudiar la historia local y muchos aspectos de los
que se encargaban los ayuntamientos hasta finales del siglo XIX o principios del siglo XX:
educación primaria, milicia, sanidad, impuestos, prisiones, beneficencia, elecciones, fiestas,
etc. Todos los ayuntamientos tienen un archivo, pero muchos archivos municipales fueron
incendiados en la guerra civil, en guerras anteriores o han eliminado mucha documentación
por falta de espacio. Por tanto, no siempre podremos utilizar los archivos municipales para la
época que nos interesa. Dependerá de si ese municipio conserva suficiente documentación.
Normalmente las grandes ciudades suelen tener mejores archivos municipales que los
pueblos, ya que tienen más espacio para albergar los fondos y han sufrido menos los estragos
de las guerras. Por otra parte, cuanto más reciente sea el tema, más información sobre el
mismo encontraremos. Un ejemplo de archivo municipal es el Archivo Histórico Municipal de
Valencia, cuyos fondos más antiguos datan del siglo XIII y que se encuentra situado en el
palacio de Cervellón, en la plaza de Tetuán.

Archivos provinciales: son archivos que dependen de las diputaciones provinciales, que fueron
creadas en 1836. No sirven para épocas anteriores, pero son una fuente interesante para
estudiar el siglo XIX y el XX. En ellos podremos encontrar información sobre cosas que de las
que se encargaban las diputaciones provinciales: hospitales, beneficencia, impuestos,
reclutamiento, elecciones, justicia, etc. Muchos de ellos conservan también fondos privados
(de empresas o de particulares, que los han donado al archivo) y fotografías antiguas. Un
ejemplo de archivo provincial es el Archivo de la Diputación Provincial de Valencia, que se
encuentra en el barrio de Patraix, en la calle Beato Nicolás Factor.

Archivos procedentes de organismos desaparecidos: son archivos que recogen


documentación de instituciones que ya no existen, como la casa de contratación, la cancillería
del reino de Valencia, las órdenes militares, los consejos de la época de los Austrias o las
secretarías de despacho del siglo XVIII. A veces también incluyen documentación procedente
de archivos privados (políticos, protocolos notariales), que han sido legados al museo. Este tipo
de archivos suele reunir información de muy diversas fuentes y resultan especialmente útiles
para estudiar el antiguo régimen. Además, si tienen protocolos notariales nos dan también
información sobre temas económicos y sociales, pues recogen herencias (con inventarios de
bienes), compraventas de tierras y otros contratos. Los archivos más importantes de este tipo
(en España) son los siguientes:

Archivo Histórico Nacional (Madrid): tiene documentación relativa al gobierno de la


monarquía hispánica durante los siglos XVI, XVII y XVIII, así como sobre Inquisición,
órdenes militares, Cortes de Cádiz, Iglesia, la Mesta y documentos de personalidades
destacadas.

Archivo General de Simancas (Simancas, Valladolid): reúne la documentación del


gobierno de la monarquía hispánica durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Es menos
variado que el anterior, pero tiene mucha más documentación sobre estos temas.

Archivo General de Indias (Sevilla): alberga la documentación del Consejo de Indias y


de la Casa de Contratación. Es fundamental para el estudio de la América colonial
española.

Archivo General de la Corona de Aragón (Barcelona): reúne documentación de


gobierno y justicia del reino de Aragón y de la Generalitat de Cataluña durante la
época foral. También tiene protocolos notariales y documentación eclesiástica.

Archivo del Reino de Valencia: reúne documentación de gobierno del reino de Aragón
que se dictó cuando la corte estaba en Valencia. Y también de la administración de
justicia y de los órganos de autogobierno valencianos durante la época foral. Además,
tiene protocolos notariales y documentación eclesiástica. Es el archivo más importante
de la ciudad de Valencia.

Archivos nacionales: son los que recogen información sobre el gobierno del Estado español
desde el siglo XIX, con la creación del Estado moderno. El más importante es el Archivo
General de la Administración (en Alcalá de Henares), que es el más grande de España y el
tercero del mundo. Reúne documentación sobre todo tipo de temas de los que se ha
encargado el gobierno desde principios del siglo XIX: política exterior, hacienda, policía,
justicia, agricultura, industria, defensa, economía, educación, obras públicas, etc. Otro archivo
importante es el Archivo General Militar de Segovia, situado en el alcázar de dicha ciudad,
donde se reúne documentación relativa al ejército y a los militares españoles desde el siglo
XVIII.

Archivos eclesiásticos: pueden ser parroquiales o catedralicios. Los primeros son muy útiles
para estudiar la demografía histórica o hacer biografías, ya que incluyen libros de bautismos,
matrimonios y defunciones. Pero tienen el inconveniente de que muchos de ellos se quemaron
en la guerra civil. Además, no suelen tener un horario de consulta y hay que quedar con el
párroco para acceder a ellos, lo que a veces resulta complicado. En cuanto a los archivos
catedralicios, nos sirven para conocer las decisiones tomadas por los cabildos de las catedrales
en temas de administración de sus propiedades durante el antiguo régimen. También nos
pueden servir para hacer biografías de personajes destacados de la Iglesia. En Valencia
destacan el archivo de la catedral y el del colegio del Corpus Christi. Este último tiene además
miles de protocolos notariales, que datan del siglo XIV hasta el XIX.

Archivos extranjeros: también es posible marchar a otros países para investigar sobre temas
de relaciones internacionales, guerras entre países, el exilio de personajes destacados o sobre
la historia de dichos países. En esos casos la estructura de los archivos es la misma que en
España. En todos los países hay archivos municipales, provinciales/regionales,
nacionales/federales, eclesiásticos, privados, etc. Los archivos más grandes del mundo son los
archivos federales de Washington y la ciudad de los archivos de Fontainebleau, en Francia.

Otros archivos: también existen los archivos de las universidades, que son muy útiles para
conocer el funcionamiento de las universidades en el pasado o para hacer biografías de
profesores que han destacado en algún campo. Y luego hay archivos que se crean sobre un
tema específico, como el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, donde se ha reunido todo
tipo de documentación existente sobre dicho conflicto. El otro extremo son los archivos donde
hay un poco de todo, como el de la Real Academia de la Historia, en Madrid, que se ha
formado a partir de multitud de donaciones. Otro tipo de archivos son los privados,
normalmente de familias de personajes destacados, que sirven sobre todo para hacer
biografías, pero que suelen ser difíciles de localizar y de consultar.

Una vez hayamos acudido al archivo que nos interesa tendremos que localizar allí la
información sobre el tema que vayamos a tratar. Para saber lo que tiene cada archivo existen
unos catálogos de fondos, que se pueden consultar en la página web del archivo o en papel, en
el propio archivo. Allí nos indican qué es lo que tienen y qué signatura (referencia) tiene cada
caja, para que podamos pedirla y citarla después. Si no nos aclaramos con el catálogo podemos
acudir a los conservadores del archivo, que nos indicarán si tienen documentación sobre el
tema que nos interesa y dónde está.

Aunque el trabajo de archivo es fundamental y muy interesante, tiene algunos inconvenientes.

1) Solo sirve a partir del siglo XIII, aproximadamente. Antes de esta fecha no se conservan
apenas documentos, por lo que los historiadores de la antigüedad o del principio de la
Edad Media casi nunca consultan archivos.
2) Los archivos suelen tener poca información sobre los temas de los que no se
encargaba el Estado, ni se realizaba ningún documento público. Es decir, sirven poco
para analizar aspectos de mentalidades, vida cotidiana, movimientos culturales o
rebeliones políticas, por ejemplo.
3) Los documentos de los archivos no se pueden prestar y pocas veces están
digitalizados. Por ello es probable que tengamos que desplazarnos a otra ciudad (y
permanecer allí durante varios días) para consultar la información que nos interese. La
estancia se puede alargar bastante si el archivo que nos interesa tiene mucha
documentación y no se pueden fotografiar los legajos, algo bastante frecuente.
También puede ocurrir lo contrario: que hagamos un largo viaje y una vez consultada
la documentación del archivo veamos que no hay nada que nos interese, por lo que
habremos hecho el viaje para nada. Para evitar esto último es conveniente, si vamos a
un archivo que está lejos de nuestra casa, consultar a los archiveros previamente, por
correo electrónico. Aun así los viajes encarecen mucho la investigación y hacen que (a
no ser que tengamos una beca de investigación) nos tengamos que centrar en temas
de tipo local o regional, donde tenemos la información más a mano. Además, casi
todos los archivos abren solo por la mañana y entre semana, lo que hace complicado
que alguien que trabaje pueda acceder a ellos.
4) Si se trata de documentos muy antiguos estarán escritos en latín y si es un archivo
extranjero deberemos dominar el idioma del país en cuestión. Pero aunque estén en
castellano a menudo resulta problemático leer los documentos, debido a la letra casi
ilegible de muchos de ellos. Por eso los medievalistas suelen estudiar paleografía, que
les ayuda a entender el significado de muchos signos que ya no se utilizan. Para épocas
más recientes la experiencia y la paciencia ayudan bastante a entender lo que pone,
pero aún así hay veces que no hay manera de leer algunos legajos. Hasta la década de
1920 casi todo está escrito a mano, lo que hace más pesada la labor de lectura. Luego
se fue imponiendo la máquina de escribir, lo que nos facilita mucho la tarea.

Otra fuente histórica es la prensa, que aporta muchísima información sobre temas
políticos, militares, de mentalidades y de la vida cotidiana, normalmente a partir de finales del
siglo XVIII o principios del XIX. Y además lo hace en letra de imprenta, mucho más fácil de leer
que los manuscritos que encontramos en los archivos. Los periódicos antiguos pueden ser
privados (diarios de noticias, que hablan un poco de todo, o revistas especializadas) o prensa
oficial (publicaciones del Estado o de las diputaciones provinciales). En los diarios de noticias
podemos encontrar desde debates parlamentarios hasta el articulado de una ley, pasando por
artículos de opinión, noticias nacionales, locales, internacionales, esquelas y anuncios. Los
oficiales (como el BOE, la gaceta de Madrid o los boletines provinciales) suelen centrarse en
publicar leyes y nombramientos, pero a veces también hay otro tipo de noticias.

La prensa antigua se consulta habitualmente en hemerotecas, que son centros


especializados en almacenar periódicos. Solo hay hemerotecas en las ciudades grandes y
medianas, mientras que las pequeñas o no tienen prensa antigua o la guardan en la biblioteca
más importante. Normalmente cada hemeroteca tiene sobre todo prensa de dicha ciudad y
algunos periódicos de Madrid, por lo que si queremos estudiar la historia local o regional
deberemos acudir a la hemeroteca más cercana al lugar de estudio, ya que la prensa regional
dará más información. En muchos casos pasa lo mismo que con los archivos, pues los fondos
no están digitalizados y hay que ir en persona a la hemeroteca que nos interesa. Otras veces sí
que tienen los fondos digitalizados y se pueden consultar por Internet. Es el caso de la
Hemeroteca Municipal de Madrid, donde podemos seleccionar el periódico, las fechas y hacer
búsquedas de palabras, lo que agiliza mucho la búsqueda. O el de muchos periódicos actuales
que permiten, si se está suscrito, consultar por Internet ejemplares antiguos. En el caso de
publicaciones oficiales deberemos ir a los archivos de las diputaciones provinciales, aunque la
gaceta de Madrid y el BOE (los periódicos oficiales del gobierno central) suelen encontrarse
también en hemerotecas y bibliotecas. Y si son de fechas recientes también en Internet.

La prensa proporciona una gran cantidad de información, a menudo curiosa y mucha de


ella poco conocida, pues son pocos los historiadores que la utilizan en sus trabajos. Así que su
utilización puede hacer nuestro trabajo mucho más interesante e innovador. Además, es
fundamental para el estudio de temas recientes, que todavía no se pueden consultar en los
archivos históricos y sobre los que puede haber poca bibliografía. El problema principal de la
prensa es que si no buscamos un acontecimiento concreto (del que sepamos la fecha) requiere
mucho tiempo, pues los temas no están ordenados como en un archivo, donde podemos ir
directamente a las cajas que nos interesan. Si queremos estudiar, por ejemplo, el movimiento
obrero en Valencia durante la Restauración (1875-1931), deberemos leernos más de 40 años
de prensa buscando las noticias que aparezcan sobre este tema, que seguramente no serán
muy abundantes. Y lo mismo si queremos utilizar la prensa para hablar de la historia de un
pueblo, de la vivienda, de la industria o de la alimentación. Estas noticias no sabemos cuándo
nos pueden aparecer, por lo que tendremos que pasar muchos meses hojeando diarios para
recopilar una cantidad aceptable de información. Solo en el caso de temas de corta duración
(unas elecciones, una revuelta, una catástrofe natural…) es más fácil localizar la información
que buscamos. Para periodos largos es más complicado, pero podemos consultar algunos
periódicos de años sueltos para añadir información interesante procedente de otras fuentes,
aunque no sea mucha. Tened en cuenta que cuantas más fuentes distintas utilicemos mayor
será la calidad de nuestro trabajo. Y para temas sobre los que no hay apenas documentación
de archivo la prensa puede ser un complemento interesante. En el caso de Valencia, la
principal hemeroteca histórica es la municipal de la plaza de Maguncia, donde se conservan
periódicos desde 1790 hasta la actualidad. También se puede consultar prensa antigua
valenciana en la biblioteca histórica de la universidad y en la Biblioteca Valenciana.

Aparte de la bibliografía, los archivos y la prensa hay otras fuentes escritas, aunque de
menor importancia. En historia antigua y medieval tiene importancia la epigrafía, que es el
estudio de las inscripciones. Normalmente se hacen sobre piedra, que es el material que mejor
resiste el paso del tiempo, pero también las hay en cerámica, metal, hueso y madera. Las
inscripciones nos aportan a veces información interesante. Muchos faraones egipcios narraban
sus campañas militares o sus logros como gobernantes en las paredes de los templos, mientras
que las lápidas funerarias romanas (que son muy abundantes) nos hablan de los personajes
que están enterrados en un determinado lugar. Algunas inscripciones son leyes (como el
código de Hammurabi), mientras que otras son de tipo religioso (como las inscripciones en
sánscrito que encontramos en templos hindúes). Como hay tantas inscripciones, se han
publicado libros que recogen muchas de ellas, para ahorrar trabajo a los investigadores, que
no necesitan visitar tantos museos o edificios antiguos. Si además la inscripción es bilingüe o
trilingüe (como sucede con la piedra de Rosetta) nos puede ayudar a descifrar un idioma
todavía no traducido.

La numismática (el estudio de las monedas) también sirve de ayuda al historiador, sobre
todo en la época antigua y medieval. Las monedas, al contener el nombre del rey que las
acuñó, nos pueden indicar quien gobernaba en un periodo determinado o ayudar a datar
restos que se han encontrado junto con las monedas. También nos permiten conocer qué
dioses se adoraban en un lugar y momento determinado. A veces la información que nos
aporta una sola moneda puede ser muy importante. Esto es lo que sucedió cuando un
sestercio encontrado en 2016 bajo el acueducto de Segovia demostró que el edificio se
construyó entre el año 112 y 116, en el sexto consulado de Trajano. Y no en el año 98, como se
pensaba hasta entonces. Además de eso, las monedas aportan información no escrita, como la
vestimenta de la época o los utensilios que se utilizaban, debido a las imágenes que aparecen
allí. Además, el estudio de los metales que se utilizaron en su fabricación nos ayuda a conocer
mejor la economía de la época, en función de la cantidad de metal precioso utilizado.
Otro tipo de fuente escrita (aunque también visual) es el cómic, que, mediante los temas
que trata, los que no trata y cómo los aborda nos permite conocer la mentalidad de la
población cuando se escribió dicha historieta (normalmente en el siglo XX). Además, si
analizamos cómics de diferentes épocas podemos ver cómo han ido cambiando las
mentalidades a lo largo del tiempo y cuando se produjeron dichos cambios. De todas maneras,
no hay que confundir la mentalidad del dibujante con la de la población en esa época. Para
evitar cometer este error conviene consultar diferentes tebeos de distintos autores. Estos los
podemos encontrar en páginas de Internet o comprar de segunda mano, también por Internet.

También los carteles se pueden utilizar cómo fuente histórica, sobre todo a partir de los
textos que incluyen. Los carteles se utilizaron durante el siglo XX como medio de propaganda
política, para hacer publicidad de un producto o para informar sobre espectáculos o
acontecimientos importantes (fiestas populares, exposiciones universales). Nos pueden servir
para ver las ideas que se querían transmitir a la población en esa época, lo que pudo influir en
la forma de pensar de la gente. Por Internet podemos encontrar muchos carteles antiguos,
pero también en libros especializados.

Ya hemos visto que Internet puede ser muy útil para buscar bibliografía y para consultar
documentos de archivo, periódicos, libros y artículos que se hayan digitalizado. También es útil
para encontrar imágenes que tengan valor histórico. ¿Pero qué hay de las páginas web sobre
temas históricos? ¿Son fiables como fuente para el historiador? Pues depende de las
características de la página y del tipo de trabajo que queramos hacer. Si el autor de la web es
un autor de reconocido prestigio o se cita el origen de la información, entonces podemos
utilizar su contenido para cualquier trabajo, como una fuente más. Sin embargo, si se trata de
una página web de autor desconocido o poco conocido que no cita sus fuentes, deberemos ser
mucho más cautelosos. En estos casos no deberemos usar esas páginas para un trabajo de
investigación, sino solo para obras de divulgación. Y eso siempre que contrastemos en otras
páginas la información (no hay que creerse lo primero que leamos en Internet) y que
consideremos que lo que dice la página tiene muchas probabilidades de ser cierto.

Durante mucho tiempo los historiadores utilizaron casi exclusivamente fuentes


escritas, por ser las más ricas en información. Pero también existen fuentes no escritas, que
nos aportan otro tipo de datos y que cada vez se utilizan más. La más importante son los restos
materiales de épocas pasadas, que normalmente son descubiertos por arqueólogos. Pero
extraer información arqueológica requiere de una serie de conocimientos que la dejan fuera
del alcance de un historiador. No obstante, sí que es posible extraer información de forma
mucho más sencilla de pinturas y fotografías antiguas. Las pinturas (ya sea en lienzos, en
frescos o sobre tabla) nos informan sobre muchos aspectos de la vida cotidiana, como el
vestuario o la alimentación. En 2010, por ejemplo, expertos de la Universidad de Cornell,
analizaron 52 pinturas de la última cena de Jesucristo (pintadas entre el año 1000 y el 1700) y
llegaron a la conclusión de que con el paso del tiempo cada vez había más comida. Esto nos
muestra que el consumo de alimentos fue aumentando con el paso de los siglos y a la vez nos
indica qué tipo de alimentos se consumían en cada lugar y cada época. Además, los retratos
nos dan mucha información sobre el vestuario, los peinados y el vello facial predominante en
cada época. Pero lo que más nos ayuda son las pinturas sobre escenas de la vida cotidiana, que
nos muestran cómo era el trabajo en el campo, las viviendas, las fiestas populares o incluso las
escuelas. Por desgracia, este tipo de pinturas son bastante escasas en España hasta el siglo XIX.

Otra fuente no escrita es la fotografía, que nos da información histórica a partir de


mediados del siglo XIX, aunque en el caso español casi todo son retratos hasta principios del
siglo XX. La fotografía nos aporta información sobre cómo eran antes las ciudades, pero
también sobre aspectos de la vida cotidiana, como actividades de ocio, vestimenta, medios de
transporte, vivienda…. Las fotografías las podemos consultar en algunos archivos o en libros
especializados. Para periodos anteriores a la fotografía nos pueden servir los grabados que
aparecen en los libros desde el siglo XV a finales del XIX. Y para las épocas anteriores las
miniaturas que vemos en los libros medievales.

También el cine puede servir como fuente de información histórica, desde dos puntos
de vista. Por una parte podemos estudiar la visión del pasado que se da en cada época a través
del cine. De esta manera, podemos ver la mentalidad de cada época en función de los temas
elegidos y de cómo se abordan en el cine histórico, desde principios del siglo XX. Por otra
parte, las películas antiguas que no son históricas nos aportan información sobre la forma de
pensar en cada época, así como sobre aspectos como el transporte, la vivienda o el vestuario.
No obstante, hay que ser cautelosos al usar el cine como fuente histórica, ya que el cine no
suele reflejar cómo es la vida de la mayoría de la población. Normalmente se muestra la vida
de las clases medias y altas, sin que aparezcan casi nunca las clases populares. Por ello no es
extraño que en una película española de los años 40 el protagonista tenga coche, teléfono y un
cuarto de baño en su casa, cuando eso en esa época solo estaba al alcance de una minoría.
Más útil es para ver cómo era la mentalidad de la población, que en general era mucho más
nacionalista, machista y violenta que en la actualidad. No es extraño que en las películas
antiguas los hombres respondan con violencia ante cualquier ofensa, que las guerras
aparezcan como escenario de actos heroicos o que las mujeres queden casi siempre relegadas
a papeles secundarios.

Para épocas recientes la fuente no escrita que más información nos aporta sea la
historia oral. Es decir, entrevistar a personas mayores para aprender así cosas sobre el pasado.
La historia oral tiene el inconveniente de que solo sirve para épocas recientes, normalmente
los últimos 85 años. Pero tiene la ventaja de que nos sirve mejor que ninguna otra fuente para
averiguar cómo era la vida de la gente corriente. Gracias a las entrevistas a personas mayores
podemos averiguar qué comían, cómo pensaban, cómo se calentaban en invierno, cómo era el
día a día en las aulas, cómo era el servicio militar, como funcionaba el noviazgo y el
matrimonio, cómo afectaron las guerras a la población civil, cómo han evolucionado las
ciudades y los pueblos o entender mejor el fenómeno de la emigración en el pasado, por citar
solo algunos ejemplos.

Para hacer historia oral es conveniente realizar muchas entrevistas, de modo que
podamos contrastar lo que dicen unos con otros, ya que a veces la gente mayor no recuerda
cosas o se confunde en sus recuerdos. También es interesante que las personas seleccionadas
pertenezcan a diferentes ambientes (urbano-rural, clases trabajadoras-clase media, hombres-
mujeres) para que podamos entender mejor cómo funcionaba la sociedad de su época. Hay
que tener en cuenta que un entrevistado puede haber vivido una situación excepcional, que
puede no ser representativa de la sociedad de su época. Para evitar generalizar lo que fue un
caso concreto es importante realizar un número importante de entrevistas.

Hay dos formas de realizar las entrevistas. Una posibilidad es hacer unas pocas
preguntas generales y dejar que el entrevistado se explaye y cuente lo que quiera. Otra opción
es hacer muchas preguntas concretas, sobre los temas que nos interesen. La segunda opción
es la más recomendable, pues así evitamos que el entrevistado nos cuente cosas con escaso
valor histórico, como problemas de salud, aficiones o relaciones con otras personas. Por otra
parte, conviene ayudar al entrevistado cuando sus respuestas sean breves, dándoles algunas
pistas para que hable más. Si a una señora mayor le preguntamos qué hacía después de
casarse probablemente nos contestará que cuidaba de la casa y poco más. Pero si a
continuación le preguntamos si no era pesado lavar la ropa o cuidar de los niños pequeños,
entonces seguro que nos da más detalles.

Si optamos por hacer muchas preguntas, hay que prepararlas con antelación, a fin de
averiguar lo que más nos interesa saber. Para poder hacerlo es necesario tener un amplio
conocimiento de los temas sobre los que vamos a preguntar, para poder hacer las preguntas
más adecuadas posibles. Además, el cuestionario que elaboremos no debe ser algo cerrado,
sino que debemos hacer nuevas preguntas si las respuestas del entrevistado nos abren un
camino interesante para aprender más cosas sobre el pasado.

También es conveniente que la persona entrevistada ubique temporalmente los


hechos que cuentan, ya que para el historiador es importante saber cuándo ocurrió cada cosa.
O hasta que época sucedió algo que ya no ocurre en la actualidad, de modo que se vea cómo y
cuándo se han producido los cambios. Esto a veces es difícil, pues las personas mayores a
menudo no recuerdan exactamente cuándo se dejó de hacer algo o cuándo empezó una
costumbre nueva. Para ayudarles a recordar es conveniente que en la entrevista estén
también presentes sus parejas o hijos, que les pueden ayudar a recordar, relacionando lo que
cuentan con otras historias que les han oído anteriormente. También podemos preguntarles si
algo que les sucedió ocurrió antes o después de algún acontecimiento (histórico o de su vida
privada) cuya fecha conozca el entrevistado.

Pero en las entrevistas no solo se pueden preguntar cosas de la propia vida del
entrevistado. Este también puede hablar de cosas que le hayan contado sus padres o abuelos,
lo que nos permite retroceder aún más en el tiempo. Sin embargo, este tipo de información,
que el narrador no vivió, ha de ser tratada con mucha cautela, pues a veces los testimonios
escuchados se alteran con el paso del tiempo. O puede ser que se basen en rumores falsos que
no hayan sido contrastados.

Mientras se realiza la entrevista se puede tomar notas de los aspectos más


importantes que contesta el entrevistado o se puede grabar la conversación para después
transcribirla. Pero hay que dejar alguna constancia escrita de lo que se ha dicho allí. Y después
hacer unas fichas donde conste el nombre de cada entrevistado, su fecha y lugar de
nacimiento y la fecha de la entrevista.

Con el análisis de todas estas fuentes el historiador puede realizar la fase de


observación. Cuando ya tenemos mucha información podemos pasar a la comparación, que
nos permite pasar de la descripción a la explicación. Esta técnica busca similitudes, diferencias
y factores de variación de los fenómenos. Según Charles Tilly la comparación puede ser
individualizadora, universalizadora, diferencial y globalizadora. La individualizadora busca las
singularidades de lo que estudiamos respecto a fenómenos similares. Un ejemplo es comparar
el franquismo con el fascismo y el nazismo y subrayar los rasgos que lo diferencian de estos
últimos: importante peso de la religión, ausencia de imperialismo, régimen de origen militar,
diferentes familias dentro del régimen, etc. La universalizadora subraya los rasgos comunes de
lo que se compara. Si comparamos a los íberos con otros pueblos mediterráneos podemos
subrayar su politeísmo, su economía agraria, la presencia de una casta nobiliaria, la influencia
que recibieron de los griegos o fenicios, etc. La diferencial, por su parte, subraya los cambios
en la intensidad. En este sentido, podemos comparar la industrialización de España con la de
Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia, para averiguar si la nuestra fue lenta o rápida. Y la
globalizadora abarca la totalidad de un sistema y lo interrelaciona con sus partes. Se suele
utilizar para análisis a nivel mundial. Esto es lo que hacemos cuando pretendemos averiguar si
el feudalismo fue un fenómeno mundial o solo de algunas culturas (y de cuáles exactamente).
En ese caso tendremos que estudiar sociedades de todos los continentes.

Mientras que la observación es siempre necesaria, la comparación no es


imprescindible, pues se puede hacer un trabajo meramente descriptivo. Pero si se añade se
mejora mucho la calidad de una publicación, ya que las cosas se entienden mejor cuando se
comparan con otras. Para hacerlo bien es necesario que el historiador tenga una amplia
cultura histórica, de modo que se le ocurran aspectos comparables y sepa dónde buscar la
información. Esto requiere leer publicaciones sobre aspectos que aparentemente tienen poco
que ver con el tema estudiado, pero que nos permitirán llegar a conclusiones interesantes.
También puede ser útil leer diversos libros que traten sobre espacios concretos, para luego
compararlos entre sí: libros de historia de diferentes países para analizar un fenómeno a nivel
mundial o europeo, libros de historia de diferentes regiones para realizar un estudio de ámbito
nacional o libros de historia de diferentes localidades para estudiar un fenómeno a escala
regional.

Y por último tenemos la interdisciplinariedad, que es el uso de otras disciplinas para


enriquecer el análisis histórico. Entre ellas se encuentran la arqueología, la antropología, la
geografía, la sociología, la economía, la lingüística, la estadística o la filosofía. Probablemente
la que más ayuda al historiador es la arqueología, que es fundamental en prehistoria y muy
importante en historia antigua y medieval. Para épocas posteriores es poco importante, pero
también hay estudios sobre arqueología industrial, de los campos de batalla o de las fosas
comunes del franquismo. La arqueología es más útil cuantos menos documentos escritos hay,
por lo que nos resulta fundamental para los periodos de los que tenemos poca
documentación. También resulta muy útil para aspectos económicos o de la vida cotidiana, de
los que las fuentes antiguas y medievales hablan muy poco. Gracias a ella es posible saber
cómo era la alimentación, la vivienda o las herramientas en épocas históricas, e incluso a veces
encontrar fuentes escritas, como monedas o inscripciones. Además, la arqueología nos
permite conocer el arte, las ciudades o la arquitectura del pasado, cuando se excavan restos
urbanos. De hecho, hay autores que, estudiando el tamaño de una ciudad del pasado calculan
su número de habitantes, comparándolas con otras similares cuya población sí que
conocemos.
Aunque la mayor parte de la arqueología es terrestre, también existe una arqueología
subacuática, que extrae restos de barcos hundidos hace tiempo y analiza sus restos. Esto es
mucho más costoso y complejo, por lo que solo es viable con buques hundidos a poca
profundidad, donde pueden trabajar buceadores y buzos. Este tipo de arqueología resulta muy
interesante, ya que nos da información sobre los barcos y sobre el comercio exterior en épocas
pasadas. Además, a veces nos sirve para encontrar estatuas o monedas, que también son
útiles para el estudio del pasado.

Otro tipo de arqueología es la arqueología experimental, que trata de verificar


hipótesis reproduciendo lo que debió ocurrir en el pasado. De esta manera, se construyen
poblados prehistóricos para ver cómo pudo ser la vida en ellos o castillos medievales para
analizar con qué problemas se enfrentaron al construirlos. Otras veces se elaboran
herramientas con sílex para tratar de averiguar cómo las hacían o se hacen viajes en réplicas
de barcos antiguos a fin de entender mejor cómo era la vida a bordo. La arqueología
experimental tiene además un componente didáctico, dado que la reconstrucción de poblados
o construcciones antiguas puede ayudar a divulgar el pasado entre la población.

Los arqueólogos utilizan además la ayuda de los químicos, que analizando restos
microscópicos o la estructura atómica de lo que se ha encontrado, pueden averiguar qué
vegetación había en una zona, qué enfermedades tenía el propietario de un esqueleto, qué
comían los seres humanos del pasado o (mediante estudios del ADN) su relación genética con
otros pueblos antiguos o prehistóricos. Esto nos ha permitido saber, por ejemplo, que hubo
una cierta mezcla de neandertales y homo sapiens, ya que compartimos una pequeña parte
del ADN. Asimismo, el estudio de los isótopos del oxígeno atrapados en el hielo nos permite
averiguar qué climas había en el pasado, ya que según las temperaturas que haya se forman
átomos con diferente cantidad de neutrones. Por otra parte, mediante el estudio de isótopos
radioactivos, como el carbono14 o el uranio 235 y 238, es posible calcular la antigüedad de
restos orgánicos o de rocas encontradas en un yacimiento, ya que estos isótopos se van
descomponiendo a una velocidad estable, que conocemos. Y esto no solo nos sirve para la
prehistoria, sino también para comprobar fechas que nos aportan las fuentes históricas más
antiguas.

Para épocas más recientes los historiadores consultan a menudo libros de


antropología, una disciplina que estudia todo lo que tiene que ver con el ser humano.
Hobsbawm, por ejemplo, se ha servido de la antropología para estudiar las agitaciones
campesinas en el antiguo régimen. Y Le Roy Ladurie ha utilizado libros que hablan de los
valores y la existencia material de las familias campesinas para estudiar una aldea del sur de
Francia en la Edad Media. Así ha intentado acercarse a su mentalidad y a su modo de vida. De
hecho, para algunos autores, como Le Goff, la antropología es la influencia principal en la
nueva historia. A este énfasis de muchos autores en la antropología (Le Roy Ladurie, Natalie
Zemon Davis, Robert Darnton) se le llama “giro antropológico”. A veces se ha llevado a
extremos, como cuando historiadores que estudian la Italia renacentista mencionan a
antropólogos que han trabajado en el África central, mientras que antropólogos dedicados al
sudeste asiático aluden a historiadores de la Francia moderna. Estas prácticas se basan en el
supuesto de que los comportamientos y formas de pensar del ser humano son los mismos
cuando se dan las mismas circunstancias, algo que no deja de ser una hipótesis.
Por otra parte, la antropología también es útil para los prehistoriadores, ya que de
muchas conductas humanas no queda ningún resto material que puedan analizar arqueólogos
o bioquímicos. Por ello, para analizar la estructura social, el matrimonio, la sexualidad, la
división del trabajo por sexos o la religiosidad, a menudo se recurre a antropólogos que han
estudiado pueblos primitivos. De esta manera, se intenta relacionar a los pueblos de
cazarrecolectores actuales con los de la prehistoria, suponiendo que al estar en la misma etapa
evolutiva sus comportamientos debieron ser parecidos.

Otra disciplina importante para el historiador es la geografía, pues el conocimiento del


medio físico ayuda a entender muchas cosas en el pasado. Las primeras civilizaciones, por
ejemplo, aparecieron junto a ríos en zonas secas y cálidas, lo que no es ninguna casualidad. En
esas zonas se acumulan más sedimentos, con lo que la tierra es más fértil y más apropiada
para la agricultura. En cambio, en zonas muy frías, de selva o demasiado áridas el medio era
hostil a la agricultura y fue allí donde pervivieron, hasta épocas muy recientes, pueblos de
cazarrecolectores. Por otra parte, la geografía nos permite conocer la fertilidad de la tierra en
cada zona, lo que nos ayuda mucho a entender la pobreza o la riqueza de cada región, así
como su dedicación a la industria, a la agricultura o al comercio. Si los antiguos griegos
hubieran vivido en tierras tan fértiles como los indios o los egipcios no hubieran salido a
navegar por el Mediterráneo, por ejemplo. Al mismo tiempo, que un pueblo desarrolle su
cultura en una isla puede aislarle del resto del mundo y facilitar su atraso tecnológico (si son
islas pequeñas y alejadas de continentes) o permitirle el dominio de los mares y el desarrollo
económico al no tener que dedicar tantos recursos al ejército (como sucedió con Inglaterra o
Japón, que están formados por islas más grandes y cercanas al continente).

Pero la geografía aporta mucho más al historiador. Los países montañosos, como
España o Afganistán, habitualmente son más fáciles de defender, pero el propio relieve
también dificulta el desarrollo económico, al dificultar la navegación interior y la construcción
de vías de comunicación. También la situación geográfica dentro de un continente ayuda a
entender muchas cosas. Polonia, que se encuentra rodeado de poderosos vecinos, ha sido
dominada por muchos pueblos a lo largo de su historia y tardó mucho en ser un país
independiente. Justo lo contrario le ha sucedido a Portugal, que al estar en un extremo de
Europa y tener solo un vecino, pudo dedicarse a la exploración de las costas de África y llegar
así hasta la India. Algo parecido le pasó a España, que no hubiera llevado a cabo la exploración
y conquista de América si hubiera estado situada en el centro de Europa.

Aparte del relieve y la situación geográfica, el clima también nos explica muchas cosas.
La alimentación, el vestuario o la vivienda en el pasado dependían mucho de cómo era el
clima. Los pueblos que más han desarrollado el regadío, como los árabes, lo hicieron porque
procedían de zonas muy secas donde el agua era un recurso escaso. Por el contrario, en las
zonas húmedas los ríos son caudalosos y eso permite la navegación fluvial, lo que hace que las
zonas de interior estén menos aisladas. En este sentido, es muy importante recalcar que el
transporte en barco siempre ha sido mucho más barato y fácil que el terrestre. Por ello las
zonas costeras o situadas junto a ríos navegables son las que más desarrollan la industria, el
comercio y la agricultura de exportación, mientras que las zonas de interior, peor
comunicadas, suelen quedar más atrasadas económicamente. Por ello no es extraño que las
primeras zonas de España en industrializarse fueran Cataluña y el País Vasco, que tenían una
buena comunicación con el exterior por ser zonas costeras.

Por otra parte, la geografía se utiliza a menudo para realizar estimaciones sobre la
población de un territorio en el pasado, en épocas en las que no había censos fiables. De esta
manera, teniendo en cuenta la tecnología agraria, el acceso al agua y la fertilidad de la tierra
muchos autores han intentado calcular cuánta población podía vivir en un terreno
determinado. No obstante, no hay criterios objetivos que nos permitan calcular estas cosas
con exactitud, con lo que a veces los cálculos varían mucho de unos autores a otros. Es el caso
de la población de la América precolombina, donde encontramos cálculos de entre 8 y 300
millones de habitantes. Esos cálculos tan extremos suelen ser rechazados por los especialistas,
que tienden a cifras intermedias, aunque con un margen bastante amplio. Otras veces los
cálculos no son tan dispares y eso nos permite tener una idea más aproximada de cómo eran
las sociedades del pasado. En el caso de la Hispania romana las estimaciones van entre los 4 y
los 10 millones de habitantes, mientras que para Al-Andalus se habla de entre 5,5 y 10
millones.

También la economía ayuda en su trabajo al historiador, pues hay leyes económicas,


como la de la oferta y la demanda, o la de rendimientos decrecientes, que sirven para
entender crisis económicas y procesos históricos. Además, el hecho de considerar a la mano de
obra como una mercancía más, también sujeta a la ley de la oferta y la demanda, nos ayuda a
comprender la mecanización de la producción agraria e industrial, así como la pobreza y las
migraciones en el pasado. A la hora de entender las crisis económicas es importante conocer
las causas y consecuencias de la inflación, así como del aumento o descenso de la población.
Por otra parte, también resulta útil conocer el funcionamiento de los mercados de capital, para
entender cómo se han ido financiando los estados y para entender las crisis financieras.
Además, para comprender la evolución de la economía en el pasado resulta fundamental
conocer las consecuencias de las políticas librecambistas y proteccionistas, así como de la
fijación de precios y el establecimiento de monopolios. Todo ello ayuda a entender, no solo la
economía, sino también revoluciones, movimientos de protesta, decisiones políticas y
problemas sociales.

La lingüística es también de utilidad y no solo por el “giro lingüístico”, del que hablaré
más adelante. También porque nos permite conocer los movimientos de pueblos durante
épocas para las que no tenemos documentos escritos. De hecho, la glotocrolonogía es una
forma de datar estas migraciones analizando las similitudes entre lenguas que tengan un
antepasado común. Cuánto mayor porcentaje de palabras con la misma raíz, menor será el
tiempo pasado desde que estos pueblos se separaron. Así sabemos que los pueblos eslavos,
cuyas lenguas son bastante parecidas entre sí, se separaron del tronco común hace unos 1.000
años. En cambio los pueblos germánicos, cuyos idiomas se parecen menos, empezaron a
fragmentarse hace 2750 años. Además, la comparación de lenguas nos permite saber que la
población de Madagascar procede de Indonesia y no del África Continental. Y también de qué
parte de África procedían los esclavos africanos enviados a cada parte de América, en función
de las palabras que aportaron a las lenguas criollas del nuevo mundo.
La lingüística también nos puede decir cuál es el origen de pueblos que empezaron sus
migraciones en tiempos prehistóricos. Una ley de la lingüística nos dice que el habla está
mucho más fragmentada en los lugares donde las mismas lenguas han convivido durante más
tiempo, mientras que en las zonas colonizadas después el idioma hablado es más homogéneo.
Esto nos permite saber que los pueblos bantúes, que actualmente ocupan casi todo el centro y
sur de África, tienen su origen en Camerún. O que los pueblos indoeuropeos (de los que
descendemos casi todos los europeos y muchos asiáticos) son originarios de las estepas del sur
de Rusia o de Ucrania. En este sentido, según algunos autores el hecho de que la palabra
“mar” sea muy diferente en las diferentes familias de lenguas indoeuropeas nos indica que
proceden de una zona que no tenía mar, por lo que esa palabra apareció más tarde, una vez se
extendieron por Europa y Asia.

Algunos historiadores utilizan también técnicas procedentes de la estadística, para


establecer relación entre variables, de modo que se puedan confirmar o rechazar hipótesis.
Pero esto solo se puede hacer si contamos con datos numéricos que se puedan utilizar para
hacer análisis estadísticos. Por ello la estadística se ha utilizado habitualmente en estudios
demográficos y económicos, donde hay más abundancia de números. Pero también se puede
emplear en otros aspectos, como la historia política o de la vida cotidiana, si tenemos algún
sistema de reducir la información a números.

Dos de las técnicas estadísticas más utilizadas en ciencias sociales son el coeficiente de
correlación de Pearson y el test de ji cuadrado. El primero nos permite comparar dos variables
que se dan en muchos casos y, aplicando dicho coeficiente, sabremos si la relación entre
ambas es fuerte o débil. En el primer caso la hipótesis tendrá elevadas posibilidades de ser
cierta. Y en el segundo habría que descartarla. De esta manera, podemos comprar la tasa de
desempleo en diferentes localidades de Alemania con el voto al partido nazi y al partido
comunista en las elecciones de 1932. Así podremos saber si el desempleo fue una causa
importante en el ascenso de estos partidos o si tuvo poco que ver. También podríamos hacer
lo mismo comparando los votos de dichos partidos con el porcentaje de obreros o de
campesinos, para ver la relación. De esta manera, el coeficiente de relación que nos salga nos
dirá qué factor sería el más importante para explicar el voto al partido nazi o al comunista: si la
tasa de desempleo, el peso de la clase obrera o del campesinado. El coeficiente de correlación
de Pearson se puede encontrar en Excel, yendo a fórmulas y luego a más funciones,
estadísticas y Pearson. Una vez encontrado se seleccionan los datos que se desean comparar
(por ejemplo, el voto al partido nazi) y se colocan en la primera casilla. Luego se seleccionan
los otros datos (porcentaje de desempleo) y se colocan en la segunda. Así el programa nos dirá
qué coeficiente de relación hay entre las dos variables. Si el resultado va de 0 a 0,10 esto nos
indica que no hay relación entre ambas. Si va de 0,10 a 0,29 significa que hay algo de relación.
Si va de 0,30 a 0,50 es que hay una correlación moderada. Y si es más de 0,50 esto nos indica
que la correlación es fuerte. Si la correlación es débil o moderada sería una causa, pero no la
principal. Si fuera fuerte sería la causa principal o una de las principales. Por otra parte, si
multiplicamos el resultado por su cuadrado y multiplicamos por 100, sabremos qué porcentaje
del fenómeno analizado se debe a este factor. Es decir, que un resultado de 0,50 significa que
el 25 % del fenómeno analizado se debe a ese factor, lo que es bastante.
Para comprobar relaciones con más variables se puede utilizar también el test de la ji
cuadrado (o chi cuadrado). Por ejemplo, imaginad que queremos establecer si hay relación
entre el apoyo al carlismo en diferentes poblaciones durante la Primera Guerra Carlista y su
status jurídico (si pertenecían a la nobleza, a la Iglesia, al rey o a las órdenes militares). En ese
caso, si sabemos qué poblaciones eran de mayoría carlista y cuál era su situación jurídica,
podemos hacer una tabla con el resultado. Luego haríamos otra tabla con el resultado
esperado si no hubiera ninguna relación. Es decir, que si hay 290 poblaciones analizadas y el 42
% son de realengo u órdenes militares, el 48 % de la nobleza y el 10 % del clero, estos
porcentajes deberían darse también en las poblaciones de predominio carlista, en las liberales
y en las neutrales. Pues bien, si comparamos el resultado esperado (si no hubiera ninguna
relación) con los reales, veremos diferencias. Aplicando unas fórmulas sencillas y consultando
unas tablas, que se pueden encontrar en Internet o en un libro de estadística, veremos las
probabilidades de que las diferencias sean significativas. Es decir, que no se deban al azar. Si el
resultado que obtenemos es de 0,1 esto querrá decir que hay un 10 % de probabilidades de
que las diferencias se deban al azar. Pero si tenemos un 0,01 el porcentaje baja al 1 % y si es
0,001 sería solo un 0,1 %. En el primer caso habría una cierta relación, mientras que en los dos
segundos tendríamos una relación bastante fuerte, que confirmaría nuestra hipótesis.

Aunque resulte sorprendente, también la psicología puede servir para el estudio de la


historia. Conocer la psicología humana ayuda a entender las acciones de los seres humanos en
el pasado y el mejor ejemplo de esto es la pirámide de Maslow. Abraham Maslow fue un
psicólogo norteamericano que elaboró una teoría, según la cual el ser humano tiene una serie
de necesidades que se pueden organizar en forma de pirámide. Según Maslow en la base de la
pirámide se sitúan las necesidades más básicas, que son las más necesarias y que proceden de
instintos naturales (respirar, comer, beber, descansar, tener sexo, no pasar frío…). Una vez
satisfechas estas necesidades el ser humano pasa a preocuparse por cubrir otras, relacionadas
con la seguridad (seguridad en el trabajo, en la pareja, cuidado de la salud, no hacer cosas
peligrosas, tener asegurada la propiedad). Cuando esto también está cubierto se pasa
entonces a otras preocupaciones, relacionadas con la amistad, el afecto y la intimidad sexual.
Una vez conseguido esto se pasa a buscar el reconocimiento social y cuando esto se ha
conseguido la autorrealización.

Esta teoría se utiliza en muchos campos y ayuda mucho a entender las mentalidades
del pasado. Un pueblo que pasa hambre, por ejemplo, no se preocupa de la democracia, pues
tiene antes que resolver una necesidad más importante, que es la alimentación. Esto explica
que la democracia llegue primero a los países más avanzados, donde ya hay muchas personas
que tienen cubiertas sus necesidades básicas. Del mismo modo, la preocupación por la
intimidad no llega hasta que están cubiertas las necesidades fisiológicas y de seguridad. De
esta manera, durante muchos siglos las familias campesinas dormían todas en la misma
habitación, sin que esto fuera una preocupación importante para ellos. Por ello es muy
importante conocer la pirámide de Maslow, pues si no lo hacemos podremos llegar a
conclusiones equivocadas sobre la forma de pensar de los pueblos del pasado.

Pero no solo se trata de la pirámide de Maslow. Muchas decisiones importantes de


grandes personajes históricas están movidas por su deseo de fama y de pasar a la historia. Es
decir, por su ego. Si conocemos cómo funciona el deseo de las personas de ganar fama y
reconocimiento de sus compatriotas podremos entender mejor la actuación de Alejandro
Magno, de Julio César, de Napoleón, de Hitler o de Putin, por ejemplo. Hoy en día ya no se
cree que los individuos no tengan peso alguno en la historia y que todo se deba a la acción de
grupos sociales. Ni tampoco que todo se deba a factores económicos. Al contrario, pues cada
vez se es más consciente de que, aunque la sociedad y la economía influyen mucho en la
historia, también lo hace la actividad de individuos concretos (y no solo de personajes
históricos). Por ello, conocer la psicología humana ayuda a entender muchos comportamientos
del pasado.

Otra disciplina que puede ser útil al historiador es la sociología. Esta nos ayuda a
entender el funcionamiento de las sociedades y las formas en que se produce el cambio social.
Tener rudimentos de sociología nos ayuda a entender cómo cambia el comportamiento del ser
humano cuando se relaciona con otras personas, lo que también puede ser aplicado a
sociedades del pasado. Además, esta disciplina influye en la metodología para realizar
entrevistas, lo que nos puede servir a la hora de hacer historia oral. También la filosofía puede
tener alguna importancia. En primer lugar porque los historiadores que estudian los
movimientos intelectuales necesitan tener una cierta formación en filosofía, para poder
comprender (y explicar) mejor a los pensadores de otras épocas. De hecho, en los años 50 los
historiadores descubrieron a Gramsci, filósofo italiano que hizo hincapié en cómo el poder
domina no solo mediante la fuerza, sino sobre todo a través de la cultura (religión, mentalidad
dominante, costumbres…). Además de eso, hay ramas de la filosofía que pueden ser útiles al
historiador, como la lógica, la heurística (que analiza cómo resolver problemas) y la
hermenéutica (que ayuda a explicar y a interpretar).

Por último hay que indicar la utilidad de la informática, que nos permite elaborar
mapas y gráficas que mejoren la comprensión de lo que estamos diciendo. Si estamos
hablando de la relación entre la dureza del régimen señorial valenciano y las tierras pobladas
por moriscos será conveniente incluir dos mapas donde se pueda ver si hay relación entre las
zonas. Lo mismo haremos si estamos hablando de la guerrilla valenciana durante la Guerra de
la Independencia, ya que incluir un mapa donde se vea en qué zonas operó más la guerrilla,
nos ayudará mucho a entender el fenómeno. Del mismo modo, el uso de gráficas de barras,
lineales y circulares puede ser muy útil en estudios demográficos y económicos. También
resulta conveniente, en estudios económicos, utilizar bases de datos informáticas, si vamos a
tratar un gran volumen de información.

De esta manera observamos que un historiador debe tener una amplia cultura general,
pues ello le permitirá plantear mejores hipótesis y comprobarlas mejor. Además, así podrá dar
enfoques diferentes a problemas históricos que a otros autores, por falta de conocimientos en
otras disciplinas, no se les ha ocurrido aplicar. Aunque también dependerá del campo de la
historia que esté estudiando, pues en cada caso las disciplinas que más necesitará serán
distintas. El conocimiento de otras disciplinas es lo que más facilita que un historiador pueda
tener ideas originales que a nadie se le han ocurrido antes. Sobre todo si recurre a ciencias que
hasta entonces los historiadores han utilizado poco.

El utillaje conceptual

Podemos organizarlo en conceptos, leyes sociales y modelos. Con ellos (y con la


información que hemos ido recopilando) formamos paradigmas (teorías).

Los conceptos históricos son abstracciones que nos ayudan a entender el pasado.
Explican algo que ha ocurrido una vez y no sirven para predecir el futuro. Ejemplos de
conceptos históricos son el neolítico, la revolución industrial, el feudalismo, el capitalismo, la
monarquía absoluta, la clase obrera… Los objetos observados del modelo no necesariamente
tienen todas las características del mismo. Pero comparten unas características comunes que
hacen que los podamos englobar en el mismo grupo. Igual que dos perros de razas distintas no
son iguales, tampoco es igual la monarquía absoluta en la Francia del siglo XVII que en el
Imperio Otomano en esa época. Pero para los dos aplicamos el mismo concepto, porque la
esencia (un poder muy alto por parte de la monarquía) es la misma.

Las leyes sociales son relaciones de causa-efecto que se producen reiteradamente,


cuando se dan determinadas circunstancias. Una ley social es la causalidad multifactorial. Es
decir, que los fenómenos sociales se deben casi siempre a muchas causas, no solo a una. Leyes
económicas son la ley de la oferta y la demanda, la ley de rendimientos agrarios decrecientes y
los ciclos económicos del capitalismo. En la sociedad y en la experiencia histórica hay pocas
leyes generales bien establecidas. Por ejemplo, la ley de la demanda (cuando los precios suben
los consumidores compran menos) es, al lado de leyes como las de la gravitación, una ley
débil. A diferencia de la de la gravitación, la de la demanda no especifica ni en qué medida, ni
en cuánto los consumidores compran menos, mientras que la de la gravitación describe no
sólo que cuando la distancia de dos objetos se incrementa, la fuerza de atracción entre ellos
disminuye, sino en qué relación y medida disminuye: inversa al cuadrado de la distancia. Nada
así cabe en las ciencias sociales. Sin embargo, en historia sí que podemos ver ciertas
tendencias, que se cumplen a menudo, aunque no siempre: las revoluciones se dan en época
de crisis económica, los pueblos que habitan tierras muy fértiles tardan mucho en
industrializarse y aunque al principio están más avanzados que los otros, acaban siendo más
pobres, los avances tecnológicos se dan cuando escasea la mano de obra…

Los modelos son construcciones conceptuales que se construyen para entender la


realidad. Explican procesos que suceden una vez y que pasan por varias etapas, en muchos
sitios y en épocas distintas. Tienen afán de predicción, ya que suponen que lo ha pasado en
unos lugares acabará ocurriendo en otros. Los objetos observados del modelo no
necesariamente tienen todas las características del mismo. Son modelos la transición
demográfica, los modelos de industrialización y de desarrollo económico, la neolitización… En
el modelo de transición demográfica, por ejemplo, todos los pueblos pasan por varias etapas a
lo largo de la historia: primero unas tasas de mortalidad y natalidad altas, después empieza a
disminuir la mortalidad mientras se mantiene alta la natalidad, más tarde la natalidad empieza
a caer y al final tanto la natalidad como la mortalidad acaban siendo bajas y el crecimiento
acaba siendo escaso. Este tipo de esquemas se pueden utilizar como ayuda en nuestra
investigación.

Con todo ello elaboramos teorías que explican lo que sucedió. Una teoría es, según
Thomas Khun, un sistema coherente de visiones de realidad que en un determinado momento
se comparte por la comunidad científica. Según Pierre Vilar sería una visión global y provisional
de un sector de la realidad que se modifica (se enriquece y se matiza) y se transforma por una
teoría nueva (cuando su capacidad de explicación se agota). En historia hay muchas teorías.
Una teoría afirma, por ejemplo, que la democracia arraigó en Europa y no en el mundo
islámico porque en Europa había una tradición de un poder limitado desde la Edad Media,
debido al feudalismo, que llevó a su vez a la formación de parlamentos, como un mecanismo
del rey contra la nobleza. Por ello, aunque luego los reyes impusieron una monarquía absoluta,
la idea de que tenían que respetar al pueblo persistió durante mucho tiempo y ayudó a la
aparición de la ilustración y de las revoluciones liberales. En cambio en los países musulmanes
los emires, califas o sultanes nunca tuvieron limitaciones a su poder y sus súbditos siempre
estuvieron a su merced, sin que existiera ninguna casta (como la nobleza en Europa) que
disfrutara de ningún derecho, lo que dificultó posteriormente la difusión de ideas
democráticas, pues la gente ya estaba acostumbrada a la tiranía.

Muchas de las teorías son fruto de mezclas de otras y pocas de ellas son aceptadas por
todos los historiadores. Es muy frecuente que haya debates sobre las diferentes teorías, como
el debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo, o el debate entre optimistas y
pesimistas, al analizar la evolución del nivel de vida durante la Revolución Industrial. La
pluralidad de teorías se debe a la pluralidad de intereses y de formas de pensar, así como a los
cambios sociales, que ponen de moda unas visiones del mundo frente a otras. Son por ello una
construcción histórica y se ha de analizar el marco histórico en que se generan. Eso se llama
deconstrucción.

Observar y pensar históricamente

Comprender es percibir el significado de los pensamientos y acciones de los otros. Para


ello hay que conocer el contexto histórico en el que se produjeron. La hermenéutica trata de
ello, de interpretar y extraer significados. El historiador ha de ponerse en el lugar de las
personas que vivieron los hechos para tratar de comprenderlos. Y no solo en el lugar de las
personas importantes, como hacían los historicistas del siglo XIX, sino en la cabeza de la gente
corriente. Además, hay historiadores que defienden el “giro lingüístico”, según el cual, para
analizar el proceso histórico, hay que estudiar también el lenguaje y los conceptos. Así
descubriremos los modos de pensar, que condicionan el lenguaje. Esto se llama deconstruir.

¿Y qué significa esto exactamente? Pues que la mentalidad de la sociedad cambia con
el tiempo, por lo que algunas palabras no tienen ahora el mismo significado que en el pasado:
es el caso de democracia (en la antigua Grecia), España (edad media), sufragio universal o país
(siglo XIX), que no significaban entonces lo mismo que ahora. Por otra parte, la palabra
privilegio no tenía en la Edad Media una connotación negativa, ni tampoco la palabra
capitalista en el siglo XIX. La sociedad española del siglo XVI no se oponía a la esclavitud ni a la
Inquisición, sino que era favorable a ella. La gran mayoría de las mujeres del siglo XIX no se
sentían discriminadas, sino que aceptaban su situación como algo normal. Los carlistas vascos
y navarros del siglo XIX, aunque defendían los fueros, no eran nacionalistas como lo
entendemos ahora. Su lealtad era hacia el rey y la religión, no hacia ninguna nación vasca, un
concepto en el que no creían. No podemos pensar que en el pasado las personas pensaban y
sentían igual que nosotros ahora. Si lo hacemos cometeremos graves errores históricos.

Pero no solo hay que analizar la forma en que se expresan las personas del pasado.
También hay que fijarse en los silencios de las fuentes. Es decir, en qué cosas callan o sobre
qué temas nunca se habla. Si nos preguntamos el por qué de esos silencios podremos saber
mucho de la mentalidad de la época. Si apenas se habla de los campesinos, de los artesanos o
de las mujeres en las fuentes del siglo XVI y XVII es porque en esa época no eran considerados
importantes. La mentalidad no era igualitaria, como ahora, sino mucho más elitista. Esto se
veía como algo normal, que nadie cuestionaba y es por ello por lo que se refleja en las fuentes.
También hay que tener en cuenta que muchos cronistas del pasado estaban al servicio de los
monarcas, que los utilizaban para pasar a la posteridad, narrando sus hazañas. Por ello solo se
mostraba en estas obras lo que interesaba al poder, dejando fuera la vida cotidiana de la gente
corriente.

Para estudiar a la gente corriente los historiadores culturales (que estudian la vida
cotidiana) analizan casos extraños que llamaron la atención de los contemporáneos y que por
ello dejaron constancia escrita, algo que no era habitual. Tradicionalmente los que escribían
eran personas de clase media o alta, que no sabían mucho de la vida de las clases trabajadoras
(la gran mayoría) y que tampoco tenían mucho interés en ella. Solo en casos excepcionales los
que dominaban el lenguaje escrito (una minoría) se dignaban a hablar de las clases populares.
De esta manera, un caso extraordinario resulta una ventana abierta a la vida de la gente
corriente, casi siempre ignorada por la historia oficial. Un ejemplo lo tenemos en “El queso y
los gusanos”, de Carlo Ginzburg, en el que se habla del proceso a un molinero italiano del siglo
XVI que, tras muchas lecturas, cuestionaba abiertamente los dogmas de la Iglesia. Otro
ejemplo, también ambientado en el siglo XVI, es “El regreso de Martin Guerre” de Natalie
Zemon Davis. En esta obra se habla de un personaje que se hace pasar por otro, que se ha
marchado de su pueblo, para hacerse con sus tierras, con su casa y con su mujer. En los dos
casos se trata de casos excepcionales, no representativos de la época, que llamaron mucho la
atención de los contemporáneos. Pero en los documentos de la época encontramos el
testimonio de campesinos, artesanos y otras personas del pueblo, que nos ayudan a entender
la mentalidad de la población de la época. Lo que se denomina “cultura popular”.

Por otra parte, el filósofo Michel Foucault alerta a los historiadores sobre el peligro de
la racionalidad retrospectiva. Es decir, estudiar solo lo que vemos como la base de lo que
somos ahora. De esta manera, el cristianismo de los siglos I, II y III se ha estudiado mucho más
que el culto a Mitra, a Cibeles o a Isis, que también fueron importantes en esa época, pero que
luego no prosperaron. Por otra parte, se estudia mucho el liberalismo del siglo XIX, porque es
la base de nuestro sistema político y económico, pero poco el carlismo, que se opuso a los
cambios y que no prosperó, influyendo muy poco en la sociedad actual. Y también se ha
estudiado mucho más la industria española del siglo XIX que la artesanía, que tenía en esa
época muchos más trabajadores, pero que empezó a desaparecer a principios del siglo XX.
Todo ello nos da una imagen distorsionada del pasado, al que proyectamos nuestros intereses
y formas de pensar. No debemos estudiar el pasado con los ojos del presente, sino con los del
pasado. Un tema ha de tener importancia en función de la relevancia que tuvo en su
momento. No de la importancia que han tenido sus herederos con posterioridad.

El oficio de historiador

Hoy en día casi todos los historiadores afirman que no es posible ser neutral al escribir
historia, ya que aunque se intente ser objetivo, el historiador está contaminado por la
sociedad en la que se ha criado y por sus experiencias personales. La ideología, la educación
que ha recibido, el lugar donde ha vivido, las vivencias del autor y sus gustos personales
influyen en los temas de estudio que elige y en cómo los trata, aunque no se dé cuenta. Según
Max Weber los objetos susceptibles de estudio son infinitos y son los valores del observador
los que guían la selección. Durante un tiempo hubo temas que se consideraron más
importantes que otros (grandes acontecimientos políticos, transformaciones económicas),
pero hoy en día los historiadores culturales hablan de la dificultad de establecer jerarquías. No
hay parámetros para fijar qué temas son más importantes, por lo que se pueden estudiar
temas como la historia de la silla, de la sonrisa, de las lectoras, del desayuno o del pene, que
nos pueden parecer irrelevantes. Esto demuestra lo subjetivo que acaba siendo la elección de
los temas a estudiar. Lo que para unos puede ser importante, para otros puede ser muy
secundario.

Una vez realizando el estudio, el autor hace una selección de contenidos que va a
transmitir, de entre toda la información que tiene. Y esto en sí es algo subjetivo, pues para él
unas cosas son más importantes que otras. Por eso dos libros de historia sobre el mismo tema
nunca serán iguales, pues cada autor le dará un enfoque diferente o seleccionará una
información distinta. También el historiador es subjetivo al elegir una interpretación de los
hechos y no otra, pues no se trata solo de describir lo que sucedió. La parcialidad del
historiador es mayor en los temas recientes (franquismo, guerra civil), que en los antiguos
(imperio romano, edad media), pues en los primeros le pueden influir experiencias personales
o familiares. Además, como en los temas recientes hay más información disponible, hay mayor
margen para la subjetividad al seleccionarla.
Los autores marxistas, además, afirman que el historiador no debe tratar de ser
neutral, sino que debe denunciar las injusticias sociales. Según los marxistas, quien trata de ser
neutral acaba justificando el orden establecido. Otros, en cambio, afirman que aunque es
imposible ser completamente neutral, esto no exime al historiador de hacer todos los
esfuerzos por intentarlo. Es decir, que aunque es inevitable una cierta subjetividad, no debe
opinar sobre lo que está estudiando y ha de procurar no dejarse influir por sus sentimientos, a
la hora de escribir una obra histórica. De lo contrario nos encontramos, en vez de con una obra
histórica, con una obra de propaganda o ideológica. En lo que todos coinciden es en que se ha
de practicar una honestidad intelectual. Es decir, no escribir un libro para confirmar una
hipótesis pretedeterminada, descartando lo que no cuadra con su hipótesis e incluyendo solo
lo que la confirma.

Por otra parte, ya no se considera posible contar la historia tal y cómo sucedió, como
se creía en el siglo XIX. Es imposible alcanzar la verdad absoluta, pues no tenemos toda la
información y tampoco sabemos si nuestras fuentes son del todo fiables. Esto puede ocurrir ya
sea porque las fuentes nos den una visión muy parcial o porque nos digan cosas que no son
ciertas. Las fuentes poco fiables pueden serlo por varias razones: falta de información para
darnos una información más completa, intereses personales en tergiversar los hechos,
prejuicios ideológicos que hacen que el autor seleccione solo la información que corrobora su
forma de pensar o poca capacidad crítica del autor del texto, que cree lo que le cuentan sin
contrastarlo.

Pero el historiador ha de intentar acercarse lo máximo posible a lo que realmente


ocurrió. Para ello ha de verificar el contenido de lo que lee, buscando fuentes alternativas. Y
cuando solo se dispone de una fuente, poner en tela de juicio todo aquello que entre en
conflicto con la lógica o que esté muy alejado de otras informaciones que tenemos sobre la
sociedad de la época.

Veamos ahora cómo tiene que actuar el historiador para tratar de acercarse lo máximo
posible a la realidad y ser lo más objetivo posible. En este caso tenemos varias posibilidades.

Si no tenemos apenas información sobre un tema deberemos cubrir los huecos con
una mezcla de lógica e imaginación. Para ello deberemos buscar casos parecidos, que nos
pueden ayudar a entender el fenómeno estudiado. Es decir, si tanto en la civilización maya
como en la cultura del Argar (en España) ciudades florecientes quedaron abandonadas al cabo
de unos siglos, sin que se sepa por qué, podemos leer las teorías sobre el fin de la civilización
maya para ver si alguna de ellas pudo darse también en el caso del Argar. Por otra parte, si
estamos estudiando la ciudad romana de Valencia, nos puede ser útil estudiar cómo
funcionaban otras ciudades romanas de un tamaño parecido y aplicar esa información también
a Valencia. Así podremos utilizar el conocimiento de unos historiadores para mejorar nuestro
trabajo. Pero siempre explicando que lo que estamos diciendo es una hipótesis, pues no
tenemos apenas información al respecto.

Otra posibilidad es que solo tengamos una fuente escrita sobre un tema. Esto es lo
que sucede sobre la vida de Jesucristo, para la que el único testimonio que tenemos es la
Biblia, pues ninguna otra fuente contemporánea lo menciona. En ese caso tendremos que
confiar en esa fuente, pero siempre dentro de los límites de la lógica. Si la Biblia nos dice que
Jesús multiplicó los panes y los peces, eso no lo podemos creer, porque va en contra de la
experiencia y de la lógica. Pero si nos dice que uno de sus seguidores lo traicionó y que lo
entregó a los romanos, eso es perfectamente posible y no tenemos motivos para dudarlo. Algo
parecido sucede con las guerras médicas, para las que solo tenemos el testimonio de
Herodoto. Este historiador, aunque aporta mucha información interesante y verídica, se
caracterizaba también por creer todo lo que le contaban, sin cuestionar nada. De esta manera,
leemos en su obra que los persas invadieron Grecia con un ejército de 1.700.000 hombres. Eso
es totalmente imposible, pues antes de la Revolución Industrial era imposible equipar y
abastecer a un ejército tan grande. De hecho, antes de la Revolución Industrial el ejército más
grande que se creó fue el de Napoleón para invadir Rusia, en 1812, que estaba formado por
660.0 hombres, en un imperio mucho más poblado que el persa y que tuvo serios problemas
de abastecimiento, lo que facilitó mucho su disolución. Por eso hoy en día los historiadores
ponen en duda la afirmación de Herodoto y calculan que las fuerzas persas serían muchas
menos, probablemente menos de 200.000. En cambio otras informaciones que da Herodoto,
como el relato de las batallas de Salamina o de las Termópilas, son perfectamente creíbles y,
como no tenemos otra fuente que los cuestione, los damos por válidos.

Lo más complicado es cuando tenemos varias versiones sobre el mismo hecho, que
además se contradicen entre sí. En ese caso, ¿cuál de todas creemos? ¿qué versión incluimos
como buena en nuestro trabajo histórico?

Una posibilidad es que una fuente no intencionada entre en conflicto con una
intencionada. Es decir, que unas fotografías o unos restos arqueológicos contradigan a un libro
de historia o a un documento de archivo. En esos casos hay que dar prioridad a la fuente no
intencionada, que no se hizo con la intención de transmitirnos información histórica y que por
eso no tiene detrás una intención oculta, que pueda falsear la historia.

Pero lo más frecuente es que sean dos o más fuentes escritas (todas ellas fuentes
intencionadas) las que den diferentes versiones sobre el mismo hecho. En ese caso es más
difícil saber a quién creer, pero hay varias técnicas que nos pueden ayudar.

1) Es más creíble la fuente que concuerda mejor con otras cosas que ya sabemos
sobre la época. Si una fuente acusa a un personaje histórico de cometer unos
crímenes horribles, mientras que otra lo niega, podemos analizar qué hizo esa
persona durante el resto de su vida, para ver si esas afirmaciones son creíbles o
no.
2) Las fuentes más especializadas son más fiables que las más generales. Si un libro
sobre la España de los Austrias dice una cosa sobre algo que ocurrió en la época de
Felipe II, pero una biografía de dicho rey afirma lo contrario, lo más probable es
que la segunda fuente sea más fiable, pues es más especializada y su autor sabe
más de la época de Felipe II.
3) La fuente más extensa es más fiable que la más breve. Es decir, que si dos libros
sobre la Revolución Francesa se contradicen y uno tiene 800 páginas y otro 150,
será más fiable lo que diga el de 800, pues su autor ha investigado mucho más el
tema y probablemente sabrá más al respecto. Pero esta técnica solo es válida
cuando hay grandes diferencias de extensión. Si un libro tiene 350 páginas y otro
320, no necesariamente el primero será más fiable. Tampoco es válida si el libro de
800 páginas trata de toda la historia de Francia y el otro solo de la Revolución
Francesa. En ese caso, habría que ver cuánto espacio dedica el primero a dicho
acontecimiento, para poder comparar correctamente.
4) La fuente que menos se equivoca es más fiable que la que se equivoca a menudo.
Si sobre un tema consultamos dos libros y uno es contradicho a menudo por otras
fuentes, lo que diga ese libro habrá que cuestionarlo cuando entre en conflicto con
otro que tenga menos críticas o errores.
5) Lo que dicen muchas fuentes suele ser más creíble que lo que dice solo una. Es
decir, que si una versión aparece solo en un libro, mientras que otra aparece en
varios libros, prensa y archivos, daremos credibilidad a la segunda opción, pues
cuenta con mucho más respaldo documental.
6) La información de archivo es más fiable que la que dan los libros y la prensa. Esto
es así porque la documentación de archivo no va dirigida al público, sino que es
algo interno del Estado o de otras instituciones. Por ello no hay en ella ningún afán
de engañar o de ocultar cosas por intereses particulares, como sí que sucede en los
libros y en la prensa. Otras veces no hay mala intención, pero se repite un error
que se ha escrito en libros anteriores y que nadie ha comprobado. Esto no significa
que no tengamos que utilizar bibliografía y periódicos, pero cuando entren en
conflicto con lo que dice un archivo, daremos preferencia al archivo. Por ejemplo,
si muchos libros dicen que la nao Santa María, con la que Colón viajó a América,
pertenecía a Juan de la Cosa, pero un documento del Archivo de Indias nos
muestra que fue comprada por la Corona, deberemos creernos la segunda versión.
7) Un libro que trata de ser neutral es más fiable que uno que se decanta claramente
por un bando o una biografía pensada para ensalzar al biografiado. Es decir, que si
tenemos dos libros sobre la guerra civil y uno crítica solamente al bando
republicano, mientras que otro critica a los dos, en caso de conflicto deberíamos
acudir al segundo, pues su autor demuestra más interés por ser neutral. El otro, en
cambio, utiliza la historia como medio de propaganda política y, aunque puede dar
información verídica e interesante, debe ser puesto en cuestión en caso de
conflicto con otros autores.
8) Un libro que cita sus fuentes es más fiable que uno que no lo hace. El historiador
debe poder comprobar las afirmaciones que hacen otros historiadores. Si un libro
no permite esto y sus afirmaciones son polémicas, ese libro es una fuente de poca
calidad y debe ser cuestionado cuando lo que diga no es lógico o cuando es
contradicho por otros que sí citan sus fuentes. Si lo que dice un libro parece ilógico
o absurdo, pero cita sus fuentes, entonces no debemos despreciarlo sin más. Lo
que a nosotros nos parece absurdo, en otras épocas podía ser bastante normal. Así
que en ese caso deberemos consultar las fuentes de las que el autor ha sacado la
información y, una vez analizadas, decidir si nos parece verídica o no dicha
información. De todas maneras, hay que tener en cuenta que los libros anteriores
a 1970 casi nunca citan sus fuentes, ya que en esa época no se había establecido
aún esa costumbre. Pero si es un libro antiguo elaborado por historiadores que
hablaron con testigos presenciales eso no le quita validez a sus afirmaciones,
siempre que apliquemos los criterios expuestos anteriormente.
9) Un libro escrito por un especialista reconocido es más fiable que otro escrito por
alguien peor preparado. Si, por ejemplo, una teoría es defendida por un
catedrático de universidad y otra por un aficionado, daremos preferencia a la
versión del catedrático, porque le supondremos mejor informado y con un mayor
bagaje cultural, para poder elaborar mejores teorías.
10) Si un libro de historia contradice a un testimonio oral hay que dar más credibilidad
al libro, pues la persona entrevistada puede confundir sus recuerdos, estar muy
condicionada por su ideología o conocer solo una parte muy pequeña de lo que
sucedió. Ahora bien, si son muchos los testimonios orales que contradicen la
versión escrita, en ese caso tenemos dos opciones. Si el autor de la fuente escrita
(o las fuentes en que se basó) tenía algún interés en engañarnos, habría que dar
más credibilidad a los testimonios orales. Pero si no encontramos ningún motivo
por el que la fuente escrita nos quiera dar una información falsa, habría que
pensar que cada una nos muestra una parte de la realidad. Es probable que el libro
de historia nos hable a nivel general, mientras que los testimonios orales
contradictorios nos mostrarían un caso especial que sucedió en un lugar o
momento determinado.

No obstante, hay casos complejos, en los que es más difícil saber a quién tenemos que
creer. Si estudiamos la Segunda Guerra Mundial, ¿son más creíbles las memorias de Churchill o
las afirmaciones de un historiador de la época, que entrevistó a varios altos mandos que
hicieron la guerra? Pues depende de lo que sea. Si es algo que Churchill conoció de oídas y los
otros mandos tuvieron más relación con el hecho, es más fiable lo que dicen los generales. Si
es al revés, será más creíble lo que dice Churchill. Pero no siempre. Puede ocurrir que el primer
ministro británico, en sus memorias, oculte o mienta sobre aspectos históricos que vivió
personalmente, pero le resulten incómodos. Si Churchill se opuso a llevar a cabo el
desembarco en Normandía en 1944 por miedo al fracaso y luego el desembarco se hizo en esa
fecha y salió bien, eso probablemente no aparecerá en las memorias de Churchill o si aparece
es posible que diga que no se opuso, sino que propuso otras soluciones que según él hubieran
salido mejor. En ese sentido sería más fiable el testimonio de los militares que estaban
presentes en esas reuniones y que recuerdan lo que dijo Churchill, pues aparentemente no
tienen ningún interés en defenderle.

Pero aún en ese caso hay que ir con cuidado. A menudo en las memorias o testimonios
de personajes históricos se ensalza siempre a los amigos y se ataca continuamente a los
enemigos. Por ello, si Montgomery era enemigo de Churchill probablemente dará casi siempre
una visión negativa de este y su relato habría que contrastarlo con el de otras fuentes
históricas. Si por el contrario eran amigos, defenderá todo lo que hizo y no mencionará lo que
pudiera perjudicarle. Especialmente tendenciosas son las autobiografías o memorias de
personajes célebres, donde el autor trata de justificar los errores más conocidos que se le
achacan, ignora los menos conocidos y trata de dar una visión muy positiva de lo que ha
hecho. Esto no significa que debamos ignorar este tipo de libros, pues suelen dar mucha
información que no aparece en otras fuentes. Pero siempre con una actitud mucho más crítica
que con un libro de historia convencional. Aunque hay libros más fiables que otros, el
historiador no debe dejarse llevar por los prejuicios y debe leer todo lo que pueda. Incluso un
libro tendencioso o escrito por un aficionado puede dar información que resulte útil al
historiador, pues no hay ninguna obra que mienta en todo lo que dice. Así que no podemos
despreciar ninguna fuente. Pero evidentemente, con un libro que veamos más objetivo y serio
podremos estar más relajados, mientras que con otro tendencioso o de poca calidad habrá
que ser mucho más crítico.

También podemos suponer que las fuentes primarias en las que el autor no fue el
protagonista de los hechos son más fiables que las secundarias, pues en las primarias el autor
vivió los hechos o conoció a gente que lo hizo, mientras que en las secundarias todo se ha
hecho a través de fuentes escritas, que pueden estar manipuladas. Y como además el primer
autor no es el protagonista, no tiene interés en mentirnos, ni en ocultar nada. El problema es
que el narrador, si vivió los hechos, puede sentirse más próximo a unos personajes o bandos
históricos que un historiador actual. Y de esta manera, puede ocultar o exagerar hechos
históricos, que un autor más distanciado en el tiempo haría con menos frecuencia. De todas
maneras, en aspectos secundarios, donde el narrador no tiene interés en mentir ni en ocultar
información, lo que cuenta un testigo presencial tiene mucha más credibilidad que lo que diga
un libro posterior, que se haya basado en la prensa o en informes oficiales.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que las fuentes a veces solo nos dan una visión
parcial de la realidad. Los autores de textos escritos suelen ser gente de clase media y alta, por
lo que nos hablan de cómo vivían esas clases sociales, pero no de las clases populares, que
eran la gran mayoría. Por ello hay que ir con cuidado con no generalizar algo que solo sucedía
entre la población más acomodada, aunque la fuente nos dé a entender lo contrario. Si un
texto romano nos dice que los ciudadanos romanos vestían toga, debemos plantearnos,
¿también llevarían toga los campesinos? ¿Trabajarían con ella? ¿Y la gente pobre de las
ciudades? Hay que tener en cuenta que la toga era una prenda muy grande, aparatosa y que
necesitaba de la ayuda de otra persona para ponérsela. Por tanto, debemos suponer que nadie
hacía trabajos físicos con toga y que tampoco estaba al alcance de los menos pudientes. Lo
mismo sucede cuando leemos en textos del siglo XIX que el chocolate era el desayuno habitual
de los españoles. Si tenemos en cuenta que el cacao venía de América y que el transporte en
esa época era caro, ¿es probable que también los campesinos y la gente pobre de las ciudades
desayunaran chocolate? Probablemente el autor del texto solo conocía a personas de clase
media y alta y por ello generalizó su experiencia con ellos a toda la población. Por tanto,
cuando leamos sobre aspectos de la vida cotidiana deberemos tener cuidado en no generalizar
a todo el mundo lo que hacían solo algunos. Para ellos nos servirá la lógica, la comparación con
casos similares en otros lugares, nuestros conocimientos generales sobre la sociedad de la
época y la búsqueda de fuentes alternativas.

Tampoco hay que suponer que todas las leyes se cumplen, pues a menudo no es así.
En 1857, por ejemplo, se impuso en España la enseñanza obligatoria y en 1873 se prohibió el
trabajo infantil. Pero estas leyes no se cumplieron, como pasó con tantas otras. Por tanto,
siempre que estudiemos un aspecto de la sociedad debemos comprobar si esas leyes se
cumplían o no. Para ello nos puede ser útil la información que tengamos de otras fuentes o
sobre etapas posteriores. También nos ayuda a saberlo si la misma orden o prohibición se
repite más tarde. Cuando algo se ordena varias veces suele ser porque no se estaba
cumpliendo.
Una vez hemos elegida la versión que daremos por válida, es conveniente es incluir las
que hemos rechazado en una nota a pie de página, a no ser que sean totalmente disparatadas.
Esto es deseable para que los lectores sepan que hay otras teorías o informaciones y puedan
formarse su propia opinión al respecto. Pero también porque a medida que avanzamos en
nuestra investigación podemos encontrar datos que avalen versiones que hemos descartado.
Si hemos hecho la nota a pie de página y vemos que empieza a haber muchas fuentes que
avalan la versión rechazada, en ese caso podemos pasarla al cuerpo del texto y rechazar la
anterior, que pasaría a la nota a pie de página. Esto no lo podremos hacer si no hemos
guardado información sobre las versiones rechazadas.

Hay autores que optan por reflejar las versiones o teorías rechazadas en el cuerpo del
texto. Esto se puede hacer si se trata de un debate importante que requiere mucho espacio
para ser explicado. Pero si se trata de divergencias en temas puntuales es mejor poner las tesis
rechazadas a pie de página para no acabar liando al lector, con tantas teorías y versiones
distintas que aparecen continuamente, mezcladas con la descripción de lo sucedido.

Pese a todas las reglas anteriores, habrá ocasiones en las que no sabemos qué versión
dar por válida. Puede suceder que los dos autores tengan la misma credibilidad o formación
académica, que las dos opciones sean las dos igual de lógicas y probables, que el número de
autores que defienden una tesis sea similar al de la otra, y así sucesivamente. En esos casos lo
mejor es poner en el cuerpo del texto que los diferentes autores no se ponen de acuerdo
sobre ese punto concreto y ofrecer las dos versiones para que el lector juzgue por sí mismo o
al menos sepa que las dos son posibles.

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