Está en la página 1de 12

Grado en Geografía e Historia (3º curso)

Historia medieval de la Península Ibérica

Tema 8
LA DIFÍCIL CONVIVENCIA DE LAS TRES CULTURAS

1. LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA PENINSULAR


1.1. LA RESTAURACIÓN DIOCESANA
A partir de la reforma gregoriana de finales del XI toda la Iglesia peninsular se
pone bajo las órdenes de la sede pontificia, reorganizándose las diócesis de los reinos
occidentales. Se articulan entonces las provincias eclesiásticas, que pretenden ser
herencia de las de época romano-visigoda. Cada una de ellas está regida por un
arzobispo y conformada por varias diócesis sufragáneas. Fuera de este esquema quedan
varias sedes episcopales nacidas en los siglos VIII-X, inexistentes en épocas anteriores,
conocidas como sedes exentas al quedar sometidas directamente a Roma: Oviedo, León
y Burgos.

Provincias eclesiásticas hispanas y diócesis sufragáneas (ss. XII-XIV)

En la primera mitad del XII se suceden los conflictos eclesiásticos a varios


niveles: las diócesis limítrofes se disputan territorios entre sí (Lugo y León el
arcedianato de Triacastela, por ejemplo) mientras las sedes metropolitanas lo hacen por
obispados sufragáneos, siendo el caso más conflictivo y representativo el de Zamora

1
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

que, inexistente en época romano-visigoda, fue pretendido por Braga, Toledo y


Santiago de Compostela.
Se organizan entonces las provincias eclesiásticas de Tarragona –antigua
Tarraconense–, Braga –Gallaecia– y Toledo –Cartaginense–, a las que se une, en 1120,
Santiago de Compostela –Lusitania–. Esta última es un caso excepcional: heredera de la
antigua sede de Iria Flavia, en 1096 obtuvo canónicamente en el concilio de Clermont,
por Urbano II, su traslado a Santiago de Compostela y, simultáneamente, su
dependencia directa del papa, eximiéndola así de su sumisión a Braga como diócesis
perteneciente a su antigua provincia eclesiástica. Como depositaria de un sepulcro
apostólico y siendo una de las sedes principales de la Península, Diego Gelmírez –su
rector entre 1100 y 1140– pretenderá elevar su dignidad, intentando en un primer
momento trasladar a Compostela la dignidad metropolitana de Braga. Ante la negativa
del pontificado, por la resistencia de los arzobispos bracarenses, Gelmírez logró
convertirse en arzobispo al conseguir, en 1120, que Roma trasladase a Santiago la
dignidad de Mérida, con lo que la provincia eclesiástica compostelana fue la de la
antigua Lusitania. El mapa eclesiástico peninsular se completó en el siglo XIII con la
configuración de la provincia de Sevilla, antigua Bética, que no puedo hacerse con
todos los obispados andaluces, permaneciendo varios en la toledana. Baleares y
Cartagena –cuya sede fue trasladada a Murcia– quedaron también como sedes exentas,
sometidas directamente a Roma.

1.2. LA IGLESIA REGULAR


La integración de los reinos peninsulares de Alfonso VI en el esquema
gregoriano supuso también un cambio en su iglesia regular: a partir de 1080 los
monasterios deberían asumir la regla benedictina o la agustina, dejar de ser dúplices y
someterse a la vigilancia de la sede episcopal correspondiente. Con la reforma, muchos
ellos desaparecerán. La reforma fue promovida y dirigida desde las sedes episcopales,
muchas de ellas ocupadas alrededor de 1100 por obispos cluniacenses. Buena parte de
los monasterios asumirá la regla benedictina en su versión cluniacense, como ocurre con
Sahagún, aunque fueron pocos los cenobios que se integraron en la red eclesiástica
presidida por SAN PEDRO DE CLUNY. Sus dos prioratos más destacados en la Península
fueron San Zoilo de Carrión y San Pedro de Nájera. Menos difusión tuvo la regla
agustina, que fue la elegida para la vida en común de los capítulos catedralicios e
impuesta a algunos monasterios desde las sedes episcopales, como es el caso de San
Isidoro de León.
Mientras las reglas benedictina y agustina se extendían por la Península, en
Europa occidental nacían nuevas iniciativas monásticas entre las que destacan las
originadas en Cîteaux –fundado por Roberto de Molesme en 1098–, Premontré –por san

2
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

Norberto, en 1120– y la Cartuja –por san Bruno, en 1084–. De todas ellas solamente las
dos primeras, especialmente CÍSTER, tendrán amplia difusión peninsular. El mayor
mérito de esta familia benedictina fue la organización que puso en marcha: centralizada,
con un capítulo general que se reunía anualmente en la casa madre, Cîteaux. Inspirado
en cierta medida en Cluny, a diferencia de éste, cada casa es independiente y está
dirigida por un abad –en Cluny sólo lo es el de la casa central, estando el resto de los
monasterios dirigidos por priores–. La orden cisterciense se organizó en familias, que
parten de Cîteaux y sus cuatro primeras «hijas» –La Ferté, Pontigny, Morimond y
Claraval [Clairvaux]–, de las que salen los monjes a fundar nuevas abadías,
correspondiéndole a la matriz su supervisión posterior. Se trata, en este caso, de
fundaciones que automáticamente forman parte de la orden, que pronto admitió
afiliaciones, esto es, que abadías ya existentes asumiesen la versión cisterciense de la
regla benedictina, teniendo que tomar como matriz a otra abadía ya cisterciense,
integrándose así en su esquema y asumiendo sus normas.

MORIMOND

Escala Gumiel Óvila


Bonnefont Berdoues La Oliva La Creste
Dieu (1194) (1175)

Valbuena Bujedo
La Baix Huerta Fitero Veruela Monsalud Sacramenia Leire Marcilla Matallana
de Duero de Juarros
(1224) (1144) (1140) (1146) (1142) (1142) (1269) (1407) (1174)
(1143) (1172)

Ríoseco Palazuelos Herrera


(1148) (1169) (1171)

«Familia» cisterciense de Morimond en la Península 1

Gracias, en buena medida, a la destacada figura de san Bernardo, la orden


cisterciense se expande por todo el espacio cristiano peninsular a lo largo del siglo XII,
pasando por ser la navarra Fitero la primera casa que tuvo en España, en 1140. Las
órdenes militares de Calatrava –fundada por un abad de Fitero–, Alcántara y Avís se

1
Según COCHERIL, M. (1966): «L’implantation des abbayes cisterciennes dan la Péninsule Ibérique», en
Anuario de Estudios Medievales, 1: 217-287. Hay que advertir que buena parte de las fechas no son reales
y la afiliación –mayoritaria– a la orden debe estar antedatada. Las abadías sin fecha son francesas.

3
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

integraron en la orden cisterciense. El éxito de ésta fue especialmente importante en los


reinos de Galicia y Portugal, y es la única organización que se implantará en el siglo XII
en zonas de reciente conquista, destacando entre estas fundaciones la portuguesa de
Santa María de Alcobaça. Cistercienses serán también los monasterios elegidos como
panteón de la casa real catalano-aragonesa (Poblet y Santes Creus) y de Alfonso VIII de
Castilla (Las Huelgas de Burgos, femenino).

Monasterios premonstratenses peninsulares (en naranja los femeninos)

Monasterios cistercienses (rojo) y premonstratenses (negro) masculinos peninsulares

4
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

Aunque con menos éxito, la regla de san Agustín tuvo cierta importancia,
especialmente en Cataluña, y fue la norma que tomó para regirse la orden de Santiago.
Entre las organizaciones que asumieron esta regla destaca PREMONTRÉ, que solamente
tuvo gran presencia en el reino de Castilla, único en el que puede competir con Císter. A
diferencia de éste, plenamente monástico en su aislamiento del mundo, los
premonstratenses –o mostenses– permiten la predicación a los laicos, de ahí que estén
presentes en los arrabales de varias ciudades peninsulares, probablemente llamados por
ultrapirenaicos.
Todas estas órdenes fueron mayoritariamente masculinas; las mujeres sólo
fueron tenidas en cuenta por san Norberto, con lo que en Premotré y sus primeras
fundaciones se permitió la instalación de comunidades femeninas junto a las
masculinas. En 1140 la propia orden puso fin a esto y obligó a las monjas a separarse y
fundar en otro lugar, alejado del monasterio masculino. Los cistercienses permitieron
malamente la agrupación de mujeres –familiares de los monjes, muchas veces– cerca de
los monasterios, pero separados de ellos, hasta que consintieron en vigilarlos e
integrarlos en la orden. Los MONASTERIOS FEMENINOS en ningún caso tuvieron la
misma dignidad que los masculinos, a los que estuvieron sometidos. Lo habitual fue que
las casas benedictinas de monjas fuesen mucho más pequeñas y pobres que las de
monjes, situación que se extiende a los escasos conventos agustinos –premonstratenses
o de la orden militar de Santiago–. Caso excepcional es Santa María de las Huelgas de
Burgos, único que puede compararse con los grandes cenobios masculinos.

Las ÓRDENES MENDICANTES se expanden por la Península desde poco después


de su fundación, a principios del XIII, siendo, con mucho, las más importantes
franciscanos y dominicos. Responden a una nueva espiritualidad y contrastan con el
monacato anterior por su renuncia al aislamiento del mundo, mezclándose con él y, por
ello, tendrán una ubicación urbana. Es la particular espiritualidad de san Francisco de
Asís la que da origen a la orden que lleva su nombre, mientras que la fundada por santo
Domingo de Guzmán está en directa relación con la herejía cátara del sur de Francia,
pues nació para combatirla. La Orden de Predicadores, verdadero nombre de los
dominicos, resume en su designación la razón de su existencia: predicar la ortodoxia
contra la herejía, por lo cual se dedicó especialmente a los estudios, saliendo de sus filas
buena parte de los miembros de la Inquisición pontificia. Frente a ellos, y aunque en la
orden habrá también grandes intelectuales, los franciscanos se centran en la imitación de
la vida de Cristo, en su austeridad, incidiendo así en la pobreza voluntaria. Por ello, la
orden franciscana contará siempre con ramas muy próximas a la herejía y muy críticas
con jerarquía eclesiástica.

5
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

La difusión peninsular de ambas órdenes tiene que ver con el desarrollo de la


espiritualidad en la Plena Edad Media, pues en España pocas son las noticias de
HEREJÍAS. La más importante es la cátara, extendida a Cataluña durante la segunda
mitad del siglo XII y que sobrevivirá en el siglo siguiente, cuando aparece algún grupo
cátaro en León, Burgos y Palencia. Pero la herejía tuvo relieve suficiente solamente en
la corona de Aragón, donde Jaime I permitió que se instalase la INQUISICIÓN, de la que
quedan libres el resto de reinos peninsulares hasta el siglo XV, ya en otro contexto.
Franciscanos y dominicos tienen sus correspondientes ramas femeninas –clarisas
y dominicas–, cuyos conventos dependen de los masculinos y para las que, en ambos
casos, se ordena estricta clausura.

2. LOS JUDÍOS
A diferencia de los últimos tiempos del reino visigodo, la actitud hacia los judíos
de los incipientes núcleos hispano-cristianos del norte peninsular fue, en general,
favorable. Probablemente tenga que ver con el papel que pudieran tener en las tareas de
repoblación y reorganización del territorio. Así, en el fuero de Castrojeriz, de 974, los
hebreos aparecen en un plano de igualdad jurídica con los cristianos. Ya desde esta
época los judíos dependen directamente de reyes y condes, y no de señores particulares.
Aunque en número reducido, en el siglo X se documenta población judía en
prácticamente todas las áreas cristianas del norte peninsular. Tanto en este siglo como
en el siguiente los judíos fueron aceptados para establecerse en los reinos cristianos,
aceptando a los que abandonaron al-Ándalus con el endurecimiento de sus condiciones
allí tras la conquista almorávide.
La protección regia se demuestra en los distintos fueros y leyes promulgados en
los siglos XI y XII, que aseguran esa dependencia directa de la autoridad central, que
permite que ocupen cargos en administración regia. Esta dependencia no impide que
existiese cierta animosidad popular contra la comunidad hebrea que, en momentos de
debilidad regia, sufre ataques y rapiñas, como ocurre en Castrojeriz, Saldaña o Carrión a
la muerte de Alfonso VI, en 1109, o durante el enfrentamiento entre doña Urraca y su
marido, Alfonso I de Aragón, en los años siguientes a 1109.
A lo largo del siglo XII se confirma la legislación que preserva la autonomía
judaica en la Península cristiana, que permite el libre ejercicio de su religión, reconoce
su plena propiedad de bienes muebles y raíces, confirma los contratos de préstamo
realizados por ellos y la garantía judicial que supone una plena autonomía para juzgar
causas civiles y criminales internas, de la propia comunidad. Sin embargo, a lo largo del
XII la igualdad jurídica entre cristianos y judíos irá cediendo terreno poco a poco,
influenciada tanto por la legislación canónica como por la presión popular. Así, por

6
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

ejemplo, en los fueros de Toledo se prohíbe a los judíos ejercer cargos públicos que
conlleven jurisdicción sobre cristianos.
Aunque hubo comunidades judías rurales, su ubicación fue mayoritariamente
urbana. En la Corona castellana fueron pocas las existentes en el litoral cantábrico y en
Galicia, siendo más abundantes en la meseta norte, y, en su conjunto, se estima que la
población hebrea haya superado las cien mil personas. Las más importantes se
encontraban en las grandes ciudades, con Toledo a la cabeza, en la que habría unos
cinco mil judíos. En Portugal, la primera comunidad documentada es la de Coímbra; su
presencia se atestigua primero en las ciudades conquistadas a los musulmanes –la
misma Coímbra, o Lisboa– y sólo más tarde aparecen en las villas del norte, como
Oporto. Para el reino de Aragón se estiman unos 20.000, siendo la principal aljama la de
Zaragoza, con unas 250 familias; en Cataluña destaca la de Barcelona, que podría
acercarse demográficamente a la toledana, mientras que en los reinos de Valencia y
Mallorca destacan también las de sus capitales. También en Navarra se concentran en
las ciudades, siendo sus juderías más importantes las de Pamplona, Tudela y Estella.
Estas comunidades de finales del XIII son, en parte, consecuencia del desarrollo
de las existentes en la alta edad media en las zonas cristianas o en las que después
fueron conquistadas, pero también consecuencia de los fenómenos migratorios de la
población judía andalusí e, incluso, del norte de África, que se desplazó a los reinos
cristianos ibéricos durante los períodos almorávide y almohade, durante los cuales se
endurecieron sus condiciones de vida en esos espacios. A ello hay que añadir el
desarrollo comercial económico de la España cristiana entre los siglos XI y XIII, que
actuaría también como factor de atracción para la instalación judía en los núcleos, por
ejemplo, del Camino de Santiago.
El desarrollo de las comunidades hebreas en los reinos cristianos peninsulares de
los siglos XII y XIII se produjo en un contexto favorable que ha llevado a que se hable
de un «siglo de oro» o «época de esplendor», determinado por la coexistencia pacífica
entre las gentes de las tres religiones que fue garantizada por la autoridad regia en un
marco de desarrollo económico y comercial. Esta «edad de oro» se contrapone a la
etapa siguiente, la bajomedieval, caracterizada por el antisemitismo que culmina en
violentas persecuciones que desembocan en la expulsión de los judíos en 1492.
En la plena edad media no existe la obligación de que los judíos vivan en barrios
específicos y bien delimitados en las villas o ciudades, lo que no impide que buena parte
de ellos se agrupen en ciertas calles conformando barrios predominante hebreos, las
«juderías» que todavía se recuerdan hoy en muchas ciudades peninsulares. Este
agrupamiento es, en parte, una solución de autodefensa ante una población mayoritaria
cristiana que, si bien en estos siglos no es manifiestamente hostil, sí es claramente

7
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

distante en muchos aspectos. Es también un mecanismo de conservación de las señas de


identidad del grupo: tradiciones, ritos, creencias, celebración de festividades, etc.
Los judíos conforman así una sociedad dentro de la sociedad, sin que se
produzca verdaderamente una mezcla con la población cristiana. El núcleo de la judería
era la sinagoga, centro de reunión de la comunidad, de celebración litúrgica y de
estudio. Salvo excepciones en las grandes ciudades –Santa María la Blanca de Toledo es
buen ejemplo de esa excepcionalidad–, son edificios muy modestos que se adecúan a la
tradición y características del culto hebreo, pero también responden a los límites
impuestos por las autoridades cristianas.
Como se ha dicho, los judíos no forman parte de la organización política de los
cristianos salvo por ser vasallos del mismo rey, pues disponen de una estructura
organizativa propia y paralela a la de los cristianos. Son las ALJAMAS, equivalente a los
concejos, que forman las células básicas de la organización política de las comunidades
hebreas. Jurídicamente, se rigen por sus leyes propias, contenidas en la Torá y el
Talmud, y por los privilegios y regulaciones concretas otorgados por la autoridad regia.
Las aljamas se van organizando durante los siglos XII y XIII y, aún con variantes
locales o regionales, acaban llegando a un modelo similar. Su organismo político central
era el consejo, a veces caracterizado como «consejo de ancianos»; el número de sus
miembros varía en función de la magnitud de la comunidad local, aunque suele rondar
los 20. Este consejo nacía de la asamblea, reunión de todos los judíos varones de la
aljama, que los designaba y que podía ser convocada para aprobar, o no, las cuestiones
más importantes. El consejo designaba a los oficiales que dirigían los asuntos
cotidianos, como los adelantados o muqaddemin, encargados de hacer cumplir las
disposiciones del consejo, o los miembros del tribunal de justicia, que lo era tanto
religioso como civil, integrado por varios jueces. La ejecución de las sentencias y
aplicación de penas más graves correspondía a las autoridades cristianas. En caso de
pleito entre judíos y cristianos se nombraba un juez de cada parte.
Los RABINOS son las máximas autoridades religiosas de las aljamas y, aunque en
principio están al margen de la política, su autoridad moral les confiere una gran
capacidad de mediación y arbitraje, lo que hace que participen habitualmente en los
conflictos y asuntos más importantes.
Para tratar cuestiones que interesan al conjunto de las comunidades de un reino o
territorio, generalmente fiscales, se celebraron reuniones de los representantes de sus
aljamas, aunque no llegaron a institucionalizarse.
Las aljamas más grandes alcanzaron una organización más compleja que las
pequeñas, y las comunidades reducidas a menudo no llegaron a constituirse en aljama
sino que se integraron en las mayores más próximas. Como ocurre en los concejos
cristianos, las aljamas fueron dirigidas por sus habitantes mas ricos y poderosos, que

8
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

conformaron oligarquías que unen a su poder económico el político derivado del control
de las instituciones de gobierno. Igualmente, en el seno de las comunidades judías hubo
tensiones a causa de las desigualdades sociales y económicas entre sus miembros.
La concentración urbana de la población judía peninsular es expresiva de su
mayoritaria dedicación artesanal y comercial. Destaca asimismo la dedicación de varios
de sus miembros a la medicina, campo en el que alcanzaron gran relieve. Pero no cabe
duda del papel sobresaliente que ciertos hebreos jugaron, por un lado, en las actividades
crediticias y financieras y, por otro, en las labores intelectuales. Es este campo destacan
las ciudades de Toledo, donde algunos judíos forman parte de su Escuela de
Traductores, y Gerona, cuya escuela rabínica alcanzó gran prestigio. Los judíos
hispanos participaron activamente en el desarrollo del pensamiento judío de la época y
en los debates de las distintas corrientes del judaísmo. Hay que destacar el desarrollo de
la cábala frente a la interpretación racionalista de MAIMÓNIDES. Cordobés de
nacimiento, su vida intelectual se desarrolló en Egipto donde publica, entre otras obras,
su Guía de perplejos, en 1190, en la que intenta explicar los principios fundamentales
de la fe judía a través de la razón, conjugando así razón y fe. La difusión de su obra en
la Península y en el sur de Francia provocó el nacimiento de una corriente contraria: la
CÁBALA, que pone el énfasis en la vertiente mística de la religión. Mientras tanto, la
escuela rabínica de Gerona alcanza gran prestigio y uno de sus rabinos, Nahmánidas,
será protagonista de la «Disputa de Barcelona», debate presidido por Jaime I de Aragón
en 1263 en el que se enfrentaron intelectuales cristianos y judíos para contrastar y
defender sus creencias respectivas.
El objetivo de esta disputa pública era intentar demostrar que la única fe
verdadera era el cristianismo, mostrando así el cambio de actitud que comienza a
manifestarse en la Península en la segunda mitad del XIII. En ese aspecto, el
antisemitismo europeo tiene un hito significativo a principios de este siglo, en el IV
Concilio de Letrán de 1215, y va parejo con el reforzamiento doctrinal de la Iglesia en
lucha contra las herejías cristianas, con la cátara en particular. En Letrán se declaró que
la presencia de los judíos entre los cristianos debía tolerarse solamente por razones de
humanidad y con la esperanza de que se convirtiesen al cristianismo. Esperando esta
deseada conversión, las autoridades debían procurar el aislamiento más completo
posible de los hebreos, para evitar las nefastas consecuencias derivadas de la
convivencia y, sobre todo, el peligro del proselitismo. Para ello se ordenaba la
segregación en barrios aislados y el uso de señales identificativas externas. Los
monarcas hispanos no estuvieron dispuestos a aplicar estas medidas, logrando en 1219
que el papa les permitiera retrasarlas. A partir de Letrán los sucesivos concilios
eclesiásticos que, presididos por un legado pontificio, se celebraban en los reinos
hispánicos instaron continuamente a establecer las medidas implantadas ya en buena

9
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

parte de Europa, mientras que los provinciales reunidos sin presencia pontificia, salvo
excepciones, eran mucho menos combativos.
De esta manera, la situación de las comunidades judías peninsulares vivían en
una situación bastante más favorable que en el resto de Europa. Pero el antijudaísmo no
era sólo cuestión de teólogos u obispos sino que comenzaba a calar en la sociedad
cristiana peninsular. En ello tuvo importancia la actividad financiera de los hebreos y su
papel como arrendadores y recaudadores de impuestos. Por supuesto, no todos los
prestamistas eran judíos –clérigos y monasterios lo eran también–, ni lo eran
mayoritariamente los recaudadores de impuestos, si bien es cierto que destacaron en los
negocios. A medida que avanza el siglo XIII el asunto de las deudas de los cristianos
con los judíos irá creciendo en importancia y va a ser objeto de diversas regulaciones al
tiempo que se limita la tasa de interés de los préstamos. En Castilla se estableció en el
33,3% anual, tasa elevadísima que dejaba fácilmente al deudor en manos del
prestamista, que se reducirá después a un también alto 25%, mientras que en Navarra y
Aragón se cifraba en el 20%. Los judíos serán acusados de establecer esta usura y a ello
se suma el descontento cristiano cuando unos cuantos participen en el sistema financiero
de las monarquías que, por entonces, está desarrollándose. Los reyes se rodean con
frecuencia de oficiales y administradores judíos, como el toledano Abraham el
Barchilón, arrendador de buena parte de las rentas reales en Castilla bajo el reinado de
Sancho IV (1284-1295).
El aumento de la presión fiscal de las monarquías a finales del doscientos y esa
presencia como administradores en las cortes reales de judíos favoreció el desarrollo del
antisemitismo. Como los mudéjares, los judíos estaban sujetos a un tributo específico
que se pagaba a la Corona, tributo cuya cuantía aumentó a finales del siglo XIII. Se ha
dicho que muchos prestamistas se vieron entonces obligados a ejecutar los pagos de
deudas de los cristianos para hacer frente al impuesto, lo que contribuyó a la
propagación del sentimiento antisemita.
Así pues, el antisemitismo se desarrolla en la Península en la segunda mitad del
XIII, como lo muestran las quejas en las Cortes contra los judíos. Buen ejemplo de ello
son las celebradas en Valladolid en 1293, donde se vuelven a regular los préstamos con
interés a lo que se añade la novedad de prohibir a los judíos adquirir bienes raíces y
juzgar sus pleitos internos mediante jueces propios. Aunque aprobadas por Sancho IV,
estas medidas no llegaron a aplicarse pero son buen exponente del progresivo sentir
antisemita de los procuradores en Cortes.

3. LOS MUDÉJARES
La población mudéjar hispana estuvo más localizada que la judía, teniendo una
presencia importante en los reinos de Aragón y Valencia. A finales del siglo XV

10
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

suponía algo más de un 10% de la población del primero mientras que en el segundo
eran aproximadamente unos 50.000. En Aragón se localizaban preferentemente al sur
del Ebro, a cuyo margen se localizan también en Navarra, en la merindad de la Ribera,
siendo la comunidad más importante en ésta la de Tudela, principal villa de la zona.
Apenas existentes en Cataluña, tampoco eran numerosos en la Corona de Castilla, en la
que se estima que vivían unos 20.000 a finales del XV.
En Aragón y Valencia las comunidades mudéjares son mayoritariamente rurales.
Frente a esto, en Castilla las principales morerías son urbanas, aunque perviven núcleos
rurales en el valle del Guadiana –donde está la principal morería de la Corona, en
Hornachos (Badajoz)–, La Mancha y el reino de Murcia. En Andalucía, tras la revuelta
mudéjar de 1264, los mudéjares fueron expulsados de todos los núcleos urbanos y su
número estaba reducido, a principios del XVI, a menos de 2.000 personas. Sería en el
siglo XIII cuando los musulmanes del reino de Toledo y, tal vez de Andalucía,
emigraron al norte del Sistema Central, a ciudades como Ávila, Valladolid, Palencia o
Medina del Campo, que en el XV tienen importantes aljamas mudéjares. Frente a ellas,
en el valle del Tajo están muy disminuidas las de Toledo, Guadalajara y Madrid.
Al igual que las comunidades judías, las mudéjares se agrupaban en aljamas,
institución que las representa y que engloba a la de una o varias localidades. Su figura
principal es el alcalde, en Castilla, o alcadí, en Aragón-Valencia, con funciones
básicamente judiciales con competencia sobre la comunidad que dirigía. En la Corona
castellana no tuvieron jurisdicción sobre asuntos criminales, aunque sí en Aragón, si
bien aquí tenían que estar acompañados por un juez cristiano. Estos alcaldes juzgaban
según la ley islámica, nunca bien reglamentada, que provocará que, ya en el XIV, varias
aljamas reclamen la actuación de la justicia cristiana en vez de la propia tanto en la
Corona de Castilla como en la de Aragón.
En ambas coronas los mudéjares, como los judíos, estaban bajo la protección de
la monarquía, que creó unas magistraturas con autoridad sobre todas las aljamas de sus
reinos: el alcalde mayor de las aljamas de los moros, en Castilla, y el alcadí mayor,
general, o real en Aragón. Por debajo de ellos, en Aragón cada aljama tenía un bayle de
los moros, siempre cristiano, representante del rey encargado de organizar la percepción
de impuestos, controlar el ejercicio de la justicia, ejecutar las sentencias y cobrar las
multas pertinentes.
En resumen, las aljamas mudéjares se organizan, como las hebreas, de forma
autónoma pero sometida a los cristianos y con directa relación con la Corona.
Tolerados, pero siempre separados y diferentes, se prohibía su contacto con los
cristianos y el proselitismo. Frente a los judíos, su existencia no era un «problema»
general a la Europa cristiana sino particular de la Península, aunque la legislación será
similar para unos y otros. En la Corona de Aragón un buen número de ellos tenía la

11
Grado en Geografía e Historia (3º curso)
Historia medieval de la Península Ibérica

condición de exáricos, que supone su ligazón hereditaria a la tierra, con la que son
vendidos, y su dependencia del señor, su dueño, especialmente abundantes en el valle
del Jalón.
Como ocurre con los judíos, los problemas del XIV empeoraron la situación de
los mudéjares: a los libres del reino de Aragón se les prohíbe abandonar sus tierras,
renovándose la prohibición a mediados del XV con objeto de que no quedasen vacías
por su marcha a África o Granada.

12

También podría gustarte