Está en la página 1de 2

TEMA 8.

LA IGLESIA, SACRAMENTO DEL REINO DE DIOS EN


MÉXICO

Los padres sinodales del Concilio Vaticano II han reflexionado y concluido que
la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1). Ante esto no
debemos entender a la Iglesia como el conjunto de templos y lugares de culto,
sino a todos aquellos que por el Bautismo hemos sido injertados en el Cuerpo
místico de Cristo. Cuando hacemos una lectura seria de la experiencia que narra
Pablo en 1 Corintios 9,19-23 nos damos cuenta que lo correcto no es estar en la
Iglesia sino ser la Iglesia misma. Tomando como referencia lo que nos enseña el
Documento de Aparecida podemos comprender que la Iglesia es la comunidad de
todos los hombres y mujeres que han sido convocados por Jesucristo y han
aceptado la llamada al seguimiento de Jesús. Su misión fundamental es
anunciar la Buena Nueva de Jesucristo y hacer presente el Reino de Dios en medio
de la humanidad (Cf. 161).

Lo importante de esta reflexión es destacar que la Iglesia es un misterio de


comunión y amor por el cual, Cristo entrego su vida en rescate (Cf. Efesios 5,25).
La Iglesia como Pueblo de Dios debe manifestar esa santidad de manera visible
en la realidad actual, enseñando a discernir lo que es o no voluntad divina. La
encíclica Evangelii Gaudium nos enseña que La Iglesia tiene que ser el lugar de
la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado,
perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (114).

Como toda estructura (o cuerpo), la Iglesia tiene como cabeza a sus pastores
(Obispos, presbíteros y diáconos) cuya misión implica enseñar, santificar y
gobernar al Pueblo de Dios, tal como nos lo dice la Lumen Gentium (18-29). Sin
embargo, dentro de esta constitución de pueblo elegido, los laicos representan el
número mayoritario en los fieles, los cuales tienen la misma dignidad y valor que
los clérigos, aunque con diversas funciones; he aquí donde la diversidad de dones
y carismas enriquece a la Iglesia como cuerpo místico de Cristo. Todos somos
Iglesia. Recordemos las palabras del Evangelio cuando el Señor nos indica que
siempre el más importante es el que sirve (Cf. Mt 20,24-28). El detalle del
apostolado laical radica en que, aunque muchos han tomado con seriedad y
entrega su papel dentro de la vida eclesial, otros tantos no lo han comprendido y
todo lo ven como un mero requisito o compromiso fuera de la vida ordinaria.
Desafortunadamente, en la gran mayoría de las ocasiones este compromiso no se
refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y
económico. Se limita muchas veces a las tareas dentro de la Iglesia sin un
compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la
sociedad.

Al hablar de la vida de santidad, es común pensar que ella es exclusiva de


aquellos que se dedican a la vida religiosa, cuando es una llamada para todos los
que estamos bautizados. Lo importante de esto a destacar es que la santidad se
manifiesta cuando realmente vivimos nuestro bautismo. Como bautizados
también somos enviados para anunciar el Reino de Dios a todas las naciones, tal
y como lo manifiesta Cristo en el Evangelio según san Mateo (28,19). Si hay algo
que es necesario hacer sin desfallecer hoy en día, es Evangelizar, es decir, hacer
presente el Reino de Dios en este mundo. La evangelización es tarea
fundamental de la Iglesia; ella es misionera por naturaleza; es un pueblo que
peregrina hacia Dios. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha
encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús. Predicar el Evangelio es una
perfecta oportunidad para comunicar la alegría divina ante un mundo lastimado,
decepcionado e indiferente que ha perdido el rumbo y la dirección. La familia es
el lugar por excelencia donde se ha de predicar y vivir el amor de Cristo; no es
una tarea sencilla debido a muchos factores que pueden hacerse presentes, pero
es importante no vacilar ni mucho menos claudicar a la hora de hablar de Dios.
Ahora más que nunca es importante manifestar la fe ante la crisis de valores y
el fenómeno de la contracultura que hoy lacera las bases de la sociedad.

También podría gustarte