0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
48 vistas31 páginas
Sebastián vive con su abuela, quien padece Alzheimer debido a su edad, así que suele olvidar algunas cosas. ¿Qué pasará cuando olvide quién es Sebastián? ¿Acaso su mente esconde más secretos de los que creemos?¿Qué pasa cuando solo queda el olvido y la memoria de las tragedias?
Sebastián vive con su abuela, quien padece Alzheimer debido a su edad, así que suele olvidar algunas cosas. ¿Qué pasará cuando olvide quién es Sebastián? ¿Acaso su mente esconde más secretos de los que creemos?¿Qué pasa cuando solo queda el olvido y la memoria de las tragedias?
Sebastián vive con su abuela, quien padece Alzheimer debido a su edad, así que suele olvidar algunas cosas. ¿Qué pasará cuando olvide quién es Sebastián? ¿Acaso su mente esconde más secretos de los que creemos?¿Qué pasa cuando solo queda el olvido y la memoria de las tragedias?
estaba del todo despejado, largas nubes color blanco y otras más color gris adornaban el cielo. Los altos y delgados árboles que adornaban la casa, fueron ligeramente sacudidos por una brisa, recordándome que el verano estaba a punto de terminar. Ese era mi último día en casa de la abuela, pues había pasado todo el verano ahí.
La abuela es una persona mayor, muy vieja, ni
siquiera recuerdo bien qué edad tiene. Su rostro tiene muchos surcos y arrugas, sus manos son delgadas y a veces tiemblan, su cabello es delgado y completamente gris, casi blanco. Debido a su edad hay muchas cosas que no puede hacer, entre ellas conducir o andar sin ayuda de un bastón. A veces se le olvidan las cosas, como en dónde está o de qué estaba hablando. Desde que vivo con ella soy el encargado de hacer las compras y mandados. Antes de mí, una vecina se encargaba de eso, pero mis padres insistieron que era mi responsabilidad ayudar.
Mis padres decidieron que era una buena idea que
pasara el verano con ella, por lo que hace un par de meses me mudé a su casa. Obviamente, es temporal, o al menos esa es la idea, pronto cumpliré 17 años, y espero estar de regreso en casa para mi cumpleaños.
Ellos creen que no lo sé, pero se están divorciando y
no me quieren cerca mientras lo hacen; por esa razón decidieron que viviera unos meses con la abuela. Su relación lleva varios años cayéndose a pedazos, y ellos llevan años negándolo. Hace unos meses, mamá descubrió lo que yo llevo tiempo sabiendo: papá tiene una aventura. Yo creo que ya lo sabía, solamente necesitaba confirmarlo, y el hacerlo fue la razón para que finalmente decidiera dejar a papá. capítulo 1
Las nubes que adornaban el cielo indicaban que no
faltaba mucho para una tormenta, sin embargo, cada tanto, dejaban asomar la luna. Esta no brillaba, y la sombra que se produce sobre la antigua casa, la hacía parecer aún más siniestra. En su interior, la penumbra parecía cobrar vida, envolviendo cada rincón. En una habitación, iluminada solamente por una tenue luz de la lámpara de piso, Sebastián observaba con ojos inquietos a su abuela, quien yacía en el sillón al centro de la sala, su mirada estaba completamente perdida, y sus ojos, vidriosos cuál cristal recién pulido.
La enfermedad había avanzado implacablemente,
robándole sus memorias y recuerdos, dejando a su mente abandonada en un laberinto de confusión. Sebastián había llegado a vivir con ella para cuidarla y huir de sus propios problemas, pero con cada día que pasaba, se encontraba más desorientado y temeroso.
Las noches se habían vuelto cada vez peores; los
murmullos incomprensibles, los pasos contrariados, y las sombras de su abuela lo mantenían despierto, atrapado en una penumbra que apenas y le permitía ver el final del camino. Aquella noche, mientras la casa parecía susurrar los oscuros secretos que guardaban sus paredes, Sebastián notó cómo los ojos de su abuela lentamente se posaron en él. Su mirada profunda e impenetrable lo perturbó. Una sonrisa retorcida se formó en su rostro envejecido y marcado por el tiempo. Sebastián escuchó su corazón latiendo con fuerza, mientras su abuela se ponía de pie con una agilidad inusual para alguien de su edad.
— ¡Querido! — exclamó la abuela con voz
temblorosa, sin embargo, lúcida en aquel instante. — Has regresado a mí — exclamó.
Sebastián tragó saliva, mientras un escalofrío
recorría su espalda. La mirada de la abuela parecía haber recuperado ese brillo de cordura, pero él sabía que su enredada mente seguía siendo un campo minado de desmemorias.
— Abuela, soy yo, Sebastián — susurró lentamente
y con precaución, mientras retrocedía muy despacio. — ¡Sebastián! — exclamó la abuela, pero su sonrisa adquirió un tono inquietante. — Sí, claro, mi pequeño Sebastián. ¿Has venido a jugar conmigo? —
La abuela avanzó hacia él, sus pasos eran
desequilibrados y erráticos, como si estuviera siendo guiada por una fuerza invisible. El corazón de Sebastián retumbaba sobre sus oídos mientras latía descontrolado; retrocedió lentamente, buscando con la mirada una salida de la penumbra que parecía cerrarse sobre él. — Abuela, hay que sentarnos — intentó calmarla. — Debes descansar— dijo luchando por mantener la voz firme.
La abuela se detuvo; su mirada continuaba posada
sobre él, era una mezcla de ternura y malicia. — Sí, sentémonos. Pero antes, ¿por qué no me cuentas qué le pasó a mi nieto? — Sebastián sintió su estómago revolverse. Completamente asustado y confundido por lo que estaba diciendo su abuela. Había algo en el tono de su voz que era amenazante, con una certeza que estaba totalmente equivocada. La mente de la abuela era recortes de fragmentos y sombras, pero en ese momento, parecía que alguna oscura seguridad había emergido de las profundidades.
— Creo que no estoy seguro de lo que dices, abuela
— tartamudeó Sebastián. La abuela se rio con un tono sombrío y bastante siniestro.
— Oh, pero lo sé — Gesticuló una tétrica sonrisa, —
Sé lo que has estado haciendo. Lo sé todo, querido — dijo la abuela.
Aquellas palabras se mantuvieron en el aire,
flotando sobre la tensión dentro de la habitación. Sebastián se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. La mente de su abuela era territorio desconocido, y ahora él estaba enfrentándose a una parte de ella, que de alguna manera había sobrepasado los límites de la enfermedad para desenterrar recuerdos sepultados.
Las nubes cruzaron frente a la luna, provocando una
sombra sobre aquella casa, sobre aquel cuarto, sobre aquella mente fragmentada. La abuela dio un paso hacía él, sus ojos continuaban fijos en Sebastián, destellando con un brillo enfermizo.
— No te preocupes, será rápido. El abuelo y yo lo
arreglaremos todo — Sebastián sintió náuseas, el cuarto entero se cerraba sobre él, mientras retrocedía buscando desesperadamente una salida de la casa que ahora parecía haberse convertido en una trampa maldita.
La penumbra de la noche se cerró alrededor de ellos,
ocultando sus miedos en la oscuridad más profunda, mientras la abuela avanzaba con pasos lentos pero firmes, alimentada por un impulso terrible. capítulo 2
Eran las 6 de la mañana, y la detective Sara, estaba
en su escritorio, limpiándose del uniforme el café que recién había derramado. Su turno no había comenzado para nada bien; apenas llegaba y su jefa ya la había llamado, para notificarle lo que ella ya sabía, ese era su último día en el precinto. Su más reciente caso había sido un auténtico desastre, poniendo en riesgo a todo el departamento.
Su último día. No le gustaba para nada como
sonaba, pero sabía que no había nada que pudiera hacer al respecto. Aquello era culpa suya. El arresto, el caos, el accidente. Todo pasó tan rápido que aún no podía creerlo, pero algo estaba muy claro, era su culpa.
— ¡Sara, vámonos! — Perdida en sus pensamientos,
mientras se limpiaba, fue interrumpida por uno de sus compañeros. — ¡Sara! ¡Tenemos que salir ya mismo! — Una llamada de emergencia había notificado del hallazgo de un cuerpo cerca de las casas de la arboleda. Subió a su patrulla e intentó despejar su mente a pesar de saber que aquel sería, sin duda, su último caso, al menos por un tiempo. Ya que sería suspendida al menos seis meses, si no es que tal vez más. Llegó a la escena, acordonada y por suerte todavía libre de periodistas y fotógrafos. No quedaba mucho tiempo para que se llenara de buitres buscando una premisa para sus noticieros. Debía darse prisa en revisar el cadáver y todo lo que pudiera haber cerca de él. capítulo 3
Sebastián retrocedió despacio y con cautela. El
abuelo Pedro, llevaba cinco años muerto, falleció en un accidente de auto. Su mente desbordaba confusión y miedo, mientras que la abuela seguía avanzando hacia él. Una bruma siniestra envolvía la sala de estar, y lo único que sobresalía de entre las sombras era la siniestra silueta del cuerpo encorvado y delgado de la abuela.
En su rostro, una expresión enloquecida miraba
fijamente a Sebastián, una expresión casi como de un cazador a su presa. Con cada paso que ella daba, un eco resonaba en toda la casa, haciendo parecer aquella pesadilla, aún más grande de lo que era.
— Abuela, por favor, no sé de qué estás hablando —
dijo Sebastián, con voz temblorosa e intentando mantener la compostura en medio de la creciente tormenta de terror.
La abuela se detuvo abruptamente, una tenue luz,
iluminó su rostro desfigurado por la locura y la ira. Sus delgadas y arrugadas manos temblaron mientras agarraba los brazos del sillón, sus uñas desgastadas por el tiempo crujieron contra la madera en un sonido escalofriante. — ¡Tú! ¡Tú lo sabes!" — chilló la abuela, en un frenesí desgarrador. — Tú lo hiciste. Él no tenía la culpa — gritó molesta.
Sebastián no tenía idea de lo que estaba hablando su
abuela. La ansiedad iba consumiendo su mente, mientras intentaba encontrarle sentido a lo que ella decía. Él era su nieto, y estaba vivo, no tenía ningún hermano, y su abuelo llevaba años muerto. La desesperación se apoderó de él.
— Abuela, por favor, déjame ayudarte — suplicó
Sebastián, acercándose a ella cautelosamente, extendió una mano tratando de apaciguarla. La abuela lo miró con ojos enloquecidos, su mirada oscilaba entre la confusión y la rabia. De repente, su rostro se retorció en una malévola mueca, como si hubiera despertado de un trance momentáneo.
— ¡Mentiroso! — escupió, y con un movimiento
repentino, le arrojó uno de los pedazos de madera que había arrancado del sillón. Sebastián logró esquivarlo por instinto, mientras que la madera se estrelló estrepitosamente contra una vitrina, despedazando el vidrio por completo.
En aquel estante, se encontraban fotos y figuras que
adornaban la sala de aquella casa. Recuerdos que, al igual que los que habitaban la mente de su abuela, quedaron destrozados en un instante. Uno de los marcos yacía en el suelo completamente roto. La fotografía era suya, era la foto escolar de ese año, su uniforme era casi el mismo que el que usaba su padre cuando estudiaba en la misma escuela. Siempre le decían que era idéntico a él cuando era más joven.
Sebastián miró a su abuela, completamente asustado
por aquella situación e incapaz de creer el daño que aquella anciana estaba dispuesto a hacerle.
— Abuela, ¿qué está pasando? — murmuró
Sebastián, sintiendo que las piezas del rompecabezas finalmente comenzaban a encajar, pero aún incapaz de ver el cuadro completo.
La abuela retrocedió, la expresión en su rostro
cambió por completo; sus ojos volvieron a ser la mirada perdida y confundida que había tenido la mayor parte de su enfermedad. Parecía estar luchando contra las sombras que se habían apoderado de su mente, como si estuviera atrapada en una lucha interna entre su identidad y algo más. capítulo 4
Los periodistas, noticieros y fotógrafos rodeaban
por completo la escena. El cadáver había sido levantado y llevado a la morgue unos minutos antes de que la prensa se acumulara, rodeando la casa por completo. Sara ya le había echado un vistazo, la escena era perturbadora para aquel barrio, lleno de casas antiguas, bien cuidadas y habitadas por gente amable y cordial. Por aquellos lares era poco habitual ver crímenes de este tipo.
El cuerpo, lleno de puñaladas poco profundas en el
pecho, debido a las heridas se había desangrado, y perdido la vida luego de pocos minutos. Un testigo sustancial, y principal sospechoso, estaba esperando en la patrulla para ser llevado a la comisaría e interrogarlo. Aquel horrendo crimen debía ser resuelto cuanto antes.
Tan pronto vió quien era el sospechoso, quedó
perpleja. Era imposible que aquel horrendo crimen fuera obra suya, jamás sería capaz de hacer una cosa así, ¿o sí? Sara trató de concentrarse, un caso como aquel, podría ser justo lo que necesitaba para salvar su pellejo. capítulo 5
Esa mirada, esos ojos perdidos en un abismo de
confusión y olvido habían regresado. Ahora su expresión reflejaba desorientación, y hasta un poco de miedo.
—¿Sebastian?— preguntó tartamudeando, —¿Qué
está ocurriendo?— su voz quebrada y nerviosa delataba su desconcierto ante lo que acababa de pasar.
—¿Abuela?— dijo Sebastián, intentando calmarla y
sin dejar al descubierto su propia incertidumbre ante la situación —Abuela, ¿estás bien?–– Ella comenzó a temblar. Rápidamente Sebastián la llevó al sillón de la sala para que se sentara y recobrara la compostura. La mujer seguía temblando, y súbitamente un estruendo resonó en el cielo, y su eco se extendió por toda la casa.
––¡Suéltame!–– gritó ella. ––¡No te atrevas a
tocarme!¡Sé lo que hiciste! ¡Sé que está muerto por tu culpa!– exclamó mientras se levantaba y amenazante comenzó a caminar hacía él.
Sebastián estaba completamente aterrado. La
expresión en su rostro había cambiado completamente de un momento a otro. Ahora parecía completamente dispuesta a acabar con él por lo que supuestamente había hecho.
––Abuela, por favor–– dijo Sebastián con la voz
quebrada por los nervios. ––No sé de qué me estás hablando–– ¿Cómo era posible que esto estuviera volviendo a ocurrir?
La abuela retrocedió, y su expresión tomó un tono
serio y sombrío. ––¿Crees que no lo sé?–– gritó acusadora. ––¿Qué es eso que se supone que hice?–– pregunto Sebastián con miedo en su voz. Una siniestra sensación envolvió por completo la sala. –– ¿Acaso creíste que nunca me enteraría? –– preguntó ella. ––Siempre tuviste tus dudas, cuando al fin lo comprobaste no pudiste contenerte–– su voz era firme, estaba completamente segura de lo que decía. ––¿No es así, Alejandro?––
La mente se Sebastián comenzó a dar vueltas,
Alejandro era el nombre de su padre. ¿Porqué su abuela estaba acusando a su padre?, ¿Matar a alguien?, ¿Acaso su padre sería capaz de algo así? El estrépito de un trueno resonó en la casa, seguido por el destello del rayo en el cielo, interrumpiendo el torrente de ideas que brotaba de la cabeza de Sebastián. El cielo mismo parecía confirmar aquella nube de pensamientos. Junto con aquel estruendo, su abuela recobró esa mirada furiosa y enloquecida.
––¡Él no merecía morir!–– gritó desesperada
mientras se abalanzaba sobre Sebastián, empujándolo. El chico reaccionó a tiempo, poniendo los brazos frente a él y evitando caer sobre los cristales rotos de la vitrina. Impactado por aquel súbito ataque de su abuela, se refugió detrás de uno de los sillones de la sala.
La abuela cayó sobre el piso, logrando detener su
caída al sostenerse de la mesa de la sala. Esto, sin embargo, no fue suficiente para detenerla; sus manos arrugadas y temblorosas, recogieron uno de los pedazos de cristal que yacían en el suelo. Empuñándolo como arma se lanzó sobre Sebastián con una fuerza inesperada para alguien de su edad.
––¡Eres un monstruo!–– gritó al arrojarse sobre él.
Sebastián no logró esquivar por completo el ataque, sintiendo el filo del cristal herir su brazo izquierdo. Estaba claro que su abuela no lo reconocía, su mente estaba sumergida en una oscuridad que se veía reflejada en sus ojos.
––¡Abuela, basta!–– exclamó Sebastián, haciendo un
último intento para que su abuela lo reconociera. ––¡No te atrevas a burlarte de mí!–– gritó ella al borde de rabia. El odio en su descompuesto rostro, parecía haber crecido tras escuchar esa pedida de clemencia. Sebastián aterrado, notó la puerta del baño a unos pasos de él. Era su única salida, al menos por ahora.
Muy despacio, comenzó a moverse hacía la puerta.
capítulo 6
La casa estaba rodeada por la cinta policial, los
vecinos sin duda ya habían comenzado rumores y especulaciones sobre lo que había ocurrido en aquella casa.
Los periodistas aceptaban entrevistas de cualquier
persona dispuesta a contar lo que sabía. Algunos vecinos habían escuchado gritos, razón por la que alertaron a la policía, quienes sin embargo habían llegado demasiado tarde para evitar una tragedia.
Mientras tanto, en la sala de interrogatorios de la
comisaría, Sara se preparaba para comenzar a hacer las preguntas. capítulo 7
La tormenta continuaba, tanto dentro como fuera
de la casa. Las pequeñas gotas y el viento golpeando sobre las ventanas eran lo único que se escuchaba, pues la tensión se extendía por todo el cuarto.
Sebastián se movía lentamente hacia la puerta del
baño, pues sabía era su única salida. La abuela tenía los ojos fijos en él, la horrenda mueca de su rostro reflejaba la rabia que estaba por descargarse sobre Sebastián. Un trueno resonó en toda la casa.
El ruido repentino pareció sacar a la abuela de su
trance momentáneo. Miró a su alrededor, confundida y desorientada una vez más, como si no tuviera idea de lo que acababa de ocurrir. Sus manos comenzaron a temblar y un sollozo se escapó de sus labios.
––¿Abuela?–– Preguntó Sebastián acercándose a ella
cautelosamente.
La abuela asintió con lágrimas en los ojos, su
confusión y miedo evidentes. Sebastián suspiró, la tomó suavemente por el brazo y con cuidado la fue guiando hacia el sillón de la sala. Sin embargo, antes de que si quiera pudiera acomodar a su abuela, esta emitió un gritó gutural que sobresalto al chico. Sebastián tomó una decisión rápida y dolorosa. Empujó a su abuela hacia dentro del baño y cerró la puerta con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas le llenaban los ojos. Sabía que no había otra opción. Debía protegerse a sí mismo y a su abuela del peligro que representaba.
Mientras mantenía la puerta cerrada, el corazón le
latía desbocado, mientras que los gritos los golpes de la abuela sobre la puerta seguían sonando. No sabía qué había desencadenado esta pesadilla, pero estaba decidido a encontrar respuestas y, sobre todo, a ayudar a su abuela a recuperarse de la oscuridad que la había poseído. capítulo 8
El ambiente en la sala de interrogatorios era
opresivo, y el rostro de Sebastián reflejaba el trauma de la horrible noche que había vivido. La luz tenue del interrogatorio acentuaba las marcadas sombras bajo sus ojos.
Sara entró a la habitación, lista para desvelar lo que
el chico tuviera que decir. Apenas comenzaba a formular la pregunta cuando el chico exclamó.
––¡Fue en defensa propia!–– gritó con voz
temblorosa. ––Ella intentaba matarme–– explicó completamente alterado.
Sara no podía creer lo que escuchaba, aquella
confesión la dejó perpleja. Conocía a la víctima, la señora Antonia era vecina de su madre, solían ir juntas a hacer las compras y mandados, hasta que su nieto se mudó con ella.
Mientras continuaba tratando de entender la serie de
eventos que habían ocurrido esa noche, mil preguntas invadían su cabeza. La señora Antonia era un persona mayor, ¿Cómo es que había intentado matar a su propia familia? capítulo 9
El reloj en la pared continuaba marcando el tiempo,
y con cada segundo que pasaba las ideas en la mente de Sebastián se iban aclarando. Su padre, Alejandro, había matado a alguien, y su abuela lo sabía. Ahora ella creía que Sebastián era su padre e intentaba tomar venganza.
De pronto, un silencio. Sebastián dejó de escuchar a
la abuela, el miedo volvió a hacerse presente en el cuerpo del muchacho. Cautelosamente abrió la puerta, su abuela no estaba. El corazón le latía a mil por hora, ¿Cómo había podido escapar?
Un fuerte estruendo, seguido de un rayo que iluminó
breves instantes el baño, lo alertó de lo que venía. La abuela saltó sobre su espalda, envolviendo su cuello con una toalla, para intentar cortarle la respiración.
Sorprendido por aquel inesperado ataque, Sebastián
reaccionó arrojándose sobre su espalda, liberándose de su abuela al esta caer sobre el suelo. El chico se recompuso tan rápido como pudo, listo para salir corriendo antes de que su abuela volviera a intentar atacarlo.
Ella aún el piso, lo sujetó con fuerza por el pantalón.
–– Esta vez no te vas a librar, Alejandro–– Aterrado por volver a escuchar el nombre de su padre, Sebastián pateó con fuerza para librarse del agarre, y tan pronto se soltó, salió corriendo.
Su abuela en verdad creía que el era Alejandro, en
verdad intentaba matarlo.
En medio de la oscuridad y el terror, Sebastián pisó
uno de los cristales rotos de la vitrina de la sala; suprimió un gritó de dolor. Escuchó pasos. Era la abuela, quien estaba dispuesta a terminar lo que había empezado.
Sebastián respiraba agitadamente, tratando de hacer
el menor ruido posible para no delatar su escondite. Ella estaba en la sala, las nubes ocultaban la luna, y la oscuridad llenaba la habitación.
–– ¿Sabes?, los niños siempre desobedecen a sus
padres. Ya estamos acostumbrados–– dijo ella con frialdad.
––Pero lo que hiciste tú–– la rabia en su mueca se
notaba en su hablar, –– Lo que hiciste tú, no tiene perdón ––
Sebastián estaba horrorizado, apenas podía respirar,
y los pasos de su abuela se sentían cada vez más cerca. capítulo 10
Sebastián podía sentir el peso de su abuela fallecida
sobre sus hombros. Su familia era una red de secretos, nadie nunca decía la verdad, y eso fue lo que llevo a su abuela a perder la cordura.
La oficial Sara no perdió el tiempo, comenzó a
investigar lo que el chico había dicho. Sabía que la señora padecía de Alzheimer, lo que le hacía olvidar ciertas cosas, mas en sus reportes médicos no habían registros de demencia, y menos de comportamientos violentos. Un ataque repentino hacia su nieto era algo demasiado improbable.
Sebastián seguía en la sala de interrogatorios, pero
ahora estaba solo. Intentaba procesar todo aquello, sus manos estaban frías y temblaban, apenas tenía voz, y su mente no paraba de dar vueltas.
La única persona que podía explicar todo aquello
era su padre, Alejandro. capítulo 11
Su escondite no era seguro a pesar de la penumbra
que le rodeaba. Debía hacer algo para escapar de aquel horror. Junto a él vio tirado en el piso, un pequeño y viejo oso de peluche que solía estar en la vitrina. Había rodado hasta allí tras romperse la vitrina. Silenciosamente, Sebastián lo recogió. La tenebrosa presencia de su abuela se sentía en la habitación. Sin dudarlo, arrojó el peluche por el piso hacia el otro extremo de la habitación. El ruido que hico al chocar con los otros objetos fue suficiente para distraerla.
––¡Bingo!–– Exclamó ella tras escucharlo. Corrió
hacia donde estaba la vitrina, pero tropezó con un marco de fotos que yacía roto en el piso. Tambaleó hacia un mueble antiguo que estaba cerca; sus manos lo buscaros desesperadamente, aferrándose a él en busca de apoyo. El mueble, tan antiguo como ella, no resistió el peso y cayó junto con ella.
El sonido de vidrios rotos llenó el aire cuando los
cristales que decoraban el mueble se hicieron añicos en el impacto.
Sebastián sintió el corazón saliéndosele del cuerpo
mientras su abuela yacía en el suelo, rodeada de fragmentos afilados y brillantes. No lo pensó, y se apresuró hacia ella, encontrándola herida pero consciente. Tras el golpe, un momento de claridad asomó en ella. ––¿Qué ha pasado?–– murmuro ella con voz débil y temblorosa.
–– Abuela, estás herida.–– respondió Sebastián,
mientras revisaba sus heridas. Las astillas y fragmentos de vidrio se habían incrustado por todo su cuerpo.
–– No sé qué está pasando, mi niño. No recuerdo––
dijo ella entre sollozos, con dolor en su mirada y su voz.
El sonido de una sirena, se hizo cada vez más fuerte;
alguien había llamado a emergencias. Sebastián espero angustiado junta ella. Su abuela, aún confundida y asustada, le tomó la mano para despedirse.
–– Sebastián–– lo llamó, –– mi niño, eres idéntico a
tu padre.
Sebastián se dio cuenta de que, entre toda esa
oscuridad y misterio, había una verdad más profunda por descubrir. La casa y su abuela estaban impregnadas de secretos oscuros, que debían ser revelados. Aunque eso significara enfrentarse a un pasado que había estado enterrado durante mucho tiempo. capítulo 12
Alejandro, estaba en el asiento de la patrulla,
esperando para ser llevado a prisión. Sara lo llevó directamente a la sala de interrogatorios. Una mera formalidad, pues la verdad ya había salido a la luz.
Sebastián había mencionado el parecido entre él y su
padre; así como la recurrente confusión de su abuela al atacarlo. Mientras que Sara investigaba los expedientes médicos de la señora Antonia, encontró los de su hijo, Alejandro. El señor Alejandro tenía un parecido asombroso con su hijo, Sebastián.
La policía no tardó en hacer caso a la historia de
Sebastián, y comenzaron a investigar al señor Alejandro. Estaba casado con la madre de Sebastián, y sin embargo se estaban divorciando por una infidelidad de él. Las aventuras del señor no eran algo reciente ya que llevaba años mintiéndole a su esposa.
Entre sus aventuras había una que sobresalía de las
demás, puesto que era la que más tiempo había durado. Elena era el nombre de la chica, algunos años más joven que Alejandro, y con algunos secretos que podrían explicar el terrible desenlace de esta historia. capítulo 13
Elena conoció a Alejandro hace algunos años. Su
relación comenzó antes de saber que el era un hombre casado, y para cuando ella lo supo, ya estaba completamente enamorada de él.
Mantuvieron su relación durante bastante tiempo,
hasta que ocurrió lo inevitable. Elena era una chica madura pero joven, razón por la cual a nadie sorprendió la noticia de su embarazo, excepto por supuesto, al propio Alejandro. Los registros de visitas al médico, confirmaron esto.
Él no estaba dispuesto a hacerse cargo de la
situación, ya tenía un hijo, y no estaba a dispuesto a empezar una familia de nuevo.
Enfadado por la amenaza que representaba aquella
situación, abandonó a la chica. Ella, despechada y sola, pensaba buscar a la familia de Alejandro, para confesarles todo; sin embargo erró la dirección, y en lugar de encontrar a su esposa, encontró a su madre.
La señora Antonia la escuchó, y lejos de defender a
su hijo, la apoyó en todo, por supuesto sin que Alejandro lo supiera. Al poco tiempo, el esposo de Antonia, Pedro, también se enteró. Pasaron los meses, y finalmente nació aquel chiquillo. Los señores fueron muy felices, pues ahora tenían otro nieto al que cuidar, ya que Sebastián ya no pasaba tanto tiempo con sus abuelos como cuando era niño.
Una fatídica noche, Alejandro llego sin avisar a casa
de sus padres, había discutido con su esposa y no pensaba pasar la noche en la misma casa que ella. Ese día, Elena y el niño estaban en casa de la señora Antonia, habían ido a cenar como lo hacían cada semana.
Inevitablemente Alejandro se enteró de todo, sus
mentiras le estaban pasando factura. El hijo era suyo, y por ende, nieto de Antonia y Pedro. Alejandro no estaba dispuesto aceptar aquello, ese niño no podía ser suyo, seguramente Elena solo quería arruinarle la vida, y él no pensaba permitirlo.