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secretos EN

LAS SOMBRAS

Primera Edición

Isabella Hernández

Pachuca, Hidalgo, México

Tecnológico de Monterrey
PRÓLOGO

La tarde estaba soleada, sin embargo, el cielo no


estaba del todo despejado, largas nubes color blanco
y otras más color gris adornaban el cielo. Los altos y
delgados árboles que adornaban la casa, fueron
ligeramente sacudidos por una brisa, recordándome
que el verano estaba a punto de terminar. Ese era mi
último día en casa de la abuela, pues había pasado
todo el verano ahí.

La abuela es una persona mayor, muy vieja, ni


siquiera recuerdo bien qué edad tiene. Su rostro tiene
muchos surcos y arrugas, sus manos son delgadas y
a veces tiemblan, su cabello es delgado y
completamente gris, casi blanco. Debido a su edad
hay muchas cosas que no puede hacer, entre ellas
conducir o andar sin ayuda de un bastón. A veces se
le olvidan las cosas, como en dónde está o de qué
estaba hablando. Desde que vivo con ella soy el
encargado de hacer las compras y mandados. Antes
de mí, una vecina se encargaba de eso, pero mis
padres insistieron que era mi responsabilidad
ayudar.

Mis padres decidieron que era una buena idea que


pasara el verano con ella, por lo que hace un par de
meses me mudé a su casa.
Obviamente, es temporal, o al menos esa es la idea,
pronto cumpliré 17 años, y espero estar de regreso en
casa para mi cumpleaños.

Ellos creen que no lo sé, pero se están divorciando y


no me quieren cerca mientras lo hacen; por esa razón
decidieron que viviera unos meses con la abuela. Su
relación lleva varios años cayéndose a pedazos, y
ellos llevan años negándolo. Hace unos meses,
mamá descubrió lo que yo llevo tiempo sabiendo:
papá tiene una aventura. Yo creo que ya lo sabía,
solamente necesitaba confirmarlo, y el hacerlo fue la
razón para que finalmente decidiera dejar a papá.
capítulo 1

Las nubes que adornaban el cielo indicaban que no


faltaba mucho para una tormenta, sin embargo,
cada tanto, dejaban asomar la luna. Esta no brillaba,
y la sombra que se produce sobre la antigua casa, la
hacía parecer aún más siniestra. En su interior, la
penumbra parecía cobrar vida, envolviendo cada
rincón. En una habitación, iluminada solamente por
una tenue luz de la lámpara de piso, Sebastián
observaba con ojos inquietos a su abuela, quien
yacía en el sillón al centro de la sala, su mirada
estaba completamente perdida, y sus ojos, vidriosos
cuál cristal recién pulido.

La enfermedad había avanzado implacablemente,


robándole sus memorias y recuerdos, dejando a su
mente abandonada en un laberinto de confusión.
Sebastián había llegado a vivir con ella para cuidarla
y huir de sus propios problemas, pero con cada día
que pasaba, se encontraba más desorientado y
temeroso.

Las noches se habían vuelto cada vez peores; los


murmullos incomprensibles, los pasos contrariados,
y las sombras de su abuela lo mantenían despierto,
atrapado en una penumbra que apenas y le permitía
ver el final del camino.
Aquella noche, mientras la casa parecía susurrar los
oscuros secretos que guardaban sus paredes,
Sebastián notó cómo los ojos de su abuela
lentamente se posaron en él. Su mirada profunda e
impenetrable lo perturbó. Una sonrisa retorcida se
formó en su rostro envejecido y marcado por el
tiempo. Sebastián escuchó su corazón latiendo con
fuerza, mientras su abuela se ponía de pie con una
agilidad inusual para alguien de su edad.

— ¡Querido! — exclamó la abuela con voz


temblorosa, sin embargo, lúcida en aquel instante.
— Has regresado a mí — exclamó.

Sebastián tragó saliva, mientras un escalofrío


recorría su espalda. La mirada de la abuela parecía
haber recuperado ese brillo de cordura, pero él sabía
que su enredada mente seguía siendo un campo
minado de desmemorias.

— Abuela, soy yo, Sebastián — susurró lentamente


y con precaución, mientras retrocedía muy despacio.
— ¡Sebastián! — exclamó la abuela, pero su sonrisa
adquirió un tono inquietante. — Sí, claro, mi
pequeño Sebastián. ¿Has venido a jugar conmigo? —

La abuela avanzó hacia él, sus pasos eran


desequilibrados y erráticos, como si estuviera siendo
guiada por una fuerza invisible.
El corazón de Sebastián retumbaba sobre sus oídos
mientras latía descontrolado; retrocedió lentamente,
buscando con la mirada una salida de la penumbra
que parecía cerrarse sobre él.
— Abuela, hay que sentarnos — intentó calmarla. —
Debes descansar— dijo luchando por mantener la
voz firme.

La abuela se detuvo; su mirada continuaba posada


sobre él, era una mezcla de ternura y malicia. — Sí,
sentémonos. Pero antes, ¿por qué no me cuentas qué
le pasó a mi nieto? — Sebastián sintió su estómago
revolverse. Completamente asustado y confundido
por lo que estaba diciendo su abuela. Había algo en
el tono de su voz que era amenazante, con una
certeza que estaba totalmente equivocada. La mente
de la abuela era recortes de fragmentos y sombras,
pero en ese momento, parecía que alguna oscura
seguridad había emergido de las profundidades.

— Creo que no estoy seguro de lo que dices, abuela


— tartamudeó Sebastián. La abuela se rio con un
tono sombrío y bastante siniestro.

— Oh, pero lo sé — Gesticuló una tétrica sonrisa, —


Sé lo que has estado haciendo. Lo sé todo, querido
— dijo la abuela.

Aquellas palabras se mantuvieron en el aire,


flotando sobre la tensión dentro de la habitación.
Sebastián se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
La mente de su abuela era territorio desconocido, y
ahora él estaba enfrentándose a una parte de ella,
que de alguna manera había sobrepasado los límites
de la enfermedad para desenterrar recuerdos
sepultados.

Las nubes cruzaron frente a la luna, provocando una


sombra sobre aquella casa, sobre aquel cuarto, sobre
aquella mente fragmentada. La abuela dio un paso
hacía él, sus ojos continuaban fijos en Sebastián,
destellando con un brillo enfermizo.

— No te preocupes, será rápido. El abuelo y yo lo


arreglaremos todo — Sebastián sintió náuseas, el
cuarto entero se cerraba sobre él, mientras retrocedía
buscando desesperadamente una salida de la casa
que ahora parecía haberse convertido en una trampa
maldita.

La penumbra de la noche se cerró alrededor de ellos,


ocultando sus miedos en la oscuridad más profunda,
mientras la abuela avanzaba con pasos lentos pero
firmes, alimentada por un impulso terrible.
capítulo 2

Eran las 6 de la mañana, y la detective Sara, estaba


en su escritorio, limpiándose del uniforme el café que
recién había derramado. Su turno no había
comenzado para nada bien; apenas llegaba y su jefa
ya la había llamado, para notificarle lo que ella ya
sabía, ese era su último día en el precinto. Su más
reciente caso había sido un auténtico desastre,
poniendo en riesgo a todo el departamento.

Su último día. No le gustaba para nada como


sonaba, pero sabía que no había nada que pudiera
hacer al respecto. Aquello era culpa suya. El arresto,
el caos, el accidente. Todo pasó tan rápido que aún
no podía creerlo, pero algo estaba muy claro, era su
culpa.

— ¡Sara, vámonos! — Perdida en sus pensamientos,


mientras se limpiaba, fue interrumpida por uno de
sus compañeros. — ¡Sara! ¡Tenemos que salir ya
mismo! — Una llamada de emergencia había
notificado del hallazgo de un cuerpo cerca de las
casas de la arboleda. Subió a su patrulla e intentó
despejar su mente a pesar de saber que aquel sería,
sin duda, su último caso, al menos por un tiempo.
Ya que sería suspendida al menos seis meses, si no es
que tal vez más.
Llegó a la escena, acordonada y por suerte todavía
libre de periodistas y fotógrafos. No quedaba mucho
tiempo para que se llenara de buitres buscando una
premisa para sus noticieros. Debía darse prisa en
revisar el cadáver y todo lo que pudiera haber cerca
de él.
capítulo 3

Sebastián retrocedió despacio y con cautela. El


abuelo Pedro, llevaba cinco años muerto, falleció en
un accidente de auto. Su mente desbordaba
confusión y miedo, mientras que la abuela seguía
avanzando hacia él. Una bruma siniestra envolvía la
sala de estar, y lo único que sobresalía de entre las
sombras era la siniestra silueta del cuerpo encorvado
y delgado de la abuela.

En su rostro, una expresión enloquecida miraba


fijamente a Sebastián, una expresión casi como de un
cazador a su presa. Con cada paso que ella daba, un
eco resonaba en toda la casa, haciendo parecer
aquella pesadilla, aún más grande de lo que era.

— Abuela, por favor, no sé de qué estás hablando —


dijo Sebastián, con voz temblorosa e intentando
mantener la compostura en medio de la creciente
tormenta de terror.

La abuela se detuvo abruptamente, una tenue luz,


iluminó su rostro desfigurado por la locura y la ira.
Sus delgadas y arrugadas manos temblaron mientras
agarraba los brazos del sillón, sus uñas desgastadas
por el tiempo crujieron contra la madera en un
sonido escalofriante.
— ¡Tú! ¡Tú lo sabes!" — chilló la abuela, en un
frenesí desgarrador. — Tú lo hiciste. Él no tenía la
culpa — gritó molesta.

Sebastián no tenía idea de lo que estaba hablando su


abuela. La ansiedad iba consumiendo su mente,
mientras intentaba encontrarle sentido a lo que ella
decía. Él era su nieto, y estaba vivo, no tenía ningún
hermano, y su abuelo llevaba años muerto. La
desesperación se apoderó de él.

— Abuela, por favor, déjame ayudarte — suplicó


Sebastián, acercándose a ella cautelosamente,
extendió una mano tratando de apaciguarla. La
abuela lo miró con ojos enloquecidos, su mirada
oscilaba entre la confusión y la rabia. De repente, su
rostro se retorció en una malévola mueca, como si
hubiera despertado de un trance momentáneo.

— ¡Mentiroso! — escupió, y con un movimiento


repentino, le arrojó uno de los pedazos de madera
que había arrancado del sillón. Sebastián logró
esquivarlo por instinto, mientras que la madera se
estrelló estrepitosamente contra una vitrina,
despedazando el vidrio por completo.

En aquel estante, se encontraban fotos y figuras que


adornaban la sala de aquella casa. Recuerdos que, al
igual que los que habitaban la mente de su abuela,
quedaron destrozados en un instante.
Uno de los marcos yacía en el suelo completamente
roto. La fotografía era suya, era la foto escolar de
ese año, su uniforme era casi el mismo que el que
usaba su padre cuando estudiaba en la misma
escuela. Siempre le decían que era idéntico a él
cuando era más joven.

Sebastián miró a su abuela, completamente asustado


por aquella situación e incapaz de creer el daño que
aquella anciana estaba dispuesto a hacerle.

— Abuela, ¿qué está pasando? — murmuró


Sebastián, sintiendo que las piezas del rompecabezas
finalmente comenzaban a encajar, pero aún incapaz
de ver el cuadro completo.

La abuela retrocedió, la expresión en su rostro


cambió por completo; sus ojos volvieron a ser la
mirada perdida y confundida que había tenido la
mayor parte de su enfermedad. Parecía estar
luchando contra las sombras que se habían
apoderado de su mente, como si estuviera atrapada
en una lucha interna entre su identidad y algo más.
capítulo 4

Los periodistas, noticieros y fotógrafos rodeaban


por completo la escena. El cadáver había sido
levantado y llevado a la morgue unos minutos antes
de que la prensa se acumulara, rodeando la casa por
completo. Sara ya le había echado un vistazo, la
escena era perturbadora para aquel barrio, lleno de
casas antiguas, bien cuidadas y habitadas por gente
amable y cordial. Por aquellos lares era poco
habitual ver crímenes de este tipo.

El cuerpo, lleno de puñaladas poco profundas en el


pecho, debido a las heridas se había desangrado, y
perdido la vida luego de pocos minutos. Un testigo
sustancial, y principal sospechoso, estaba esperando
en la patrulla para ser llevado a la comisaría e
interrogarlo. Aquel horrendo crimen debía ser
resuelto cuanto antes.

Tan pronto vió quien era el sospechoso, quedó


perpleja. Era imposible que aquel horrendo crimen
fuera obra suya, jamás sería capaz de hacer una cosa
así, ¿o sí?
Sara trató de concentrarse, un caso como aquel,
podría ser justo lo que necesitaba para salvar su
pellejo.
capítulo 5

Esa mirada, esos ojos perdidos en un abismo de


confusión y olvido habían regresado. Ahora su
expresión reflejaba desorientación, y hasta un poco
de miedo.

—¿Sebastian?— preguntó tartamudeando, —¿Qué


está ocurriendo?— su voz quebrada y nerviosa
delataba su desconcierto ante lo que acababa de
pasar.

—¿Abuela?— dijo Sebastián, intentando calmarla y


sin dejar al descubierto su propia incertidumbre ante
la situación —Abuela, ¿estás bien?––
Ella comenzó a temblar. Rápidamente Sebastián la
llevó al sillón de la sala para que se sentara y
recobrara la compostura. La mujer seguía
temblando, y súbitamente un estruendo resonó en el
cielo, y su eco se extendió por toda la casa.

––¡Suéltame!–– gritó ella. ––¡No te atrevas a


tocarme!¡Sé lo que hiciste! ¡Sé que está muerto por tu
culpa!– exclamó mientras se levantaba y amenazante
comenzó a caminar hacía él.

Sebastián estaba completamente aterrado. La


expresión en su rostro había cambiado
completamente de un momento a otro.
Ahora parecía completamente dispuesta a acabar
con él por lo que supuestamente había hecho.

––Abuela, por favor–– dijo Sebastián con la voz


quebrada por los nervios. ––No sé de qué me estás
hablando–– ¿Cómo era posible que esto estuviera
volviendo a ocurrir?

La abuela retrocedió, y su expresión tomó un tono


serio y sombrío.
––¿Crees que no lo sé?–– gritó acusadora.
––¿Qué es eso que se supone que hice?–– pregunto
Sebastián con miedo en su voz. Una siniestra
sensación envolvió por completo la sala.
–– ¿Acaso creíste que nunca me enteraría? ––
preguntó ella. ––Siempre tuviste tus dudas, cuando
al fin lo comprobaste no pudiste contenerte–– su voz
era firme, estaba completamente segura de lo que
decía. ––¿No es así, Alejandro?––

La mente se Sebastián comenzó a dar vueltas,


Alejandro era el nombre de su padre. ¿Porqué su
abuela estaba acusando a su padre?, ¿Matar a
alguien?, ¿Acaso su padre sería capaz de algo así?
El estrépito de un trueno resonó en la casa, seguido
por el destello del rayo en el cielo, interrumpiendo el
torrente de ideas que brotaba de la cabeza de
Sebastián. El cielo mismo parecía confirmar aquella
nube de pensamientos.
Junto con aquel estruendo, su abuela recobró esa
mirada furiosa y enloquecida.

––¡Él no merecía morir!–– gritó desesperada


mientras se abalanzaba sobre Sebastián,
empujándolo. El chico reaccionó a tiempo, poniendo
los brazos frente a él y evitando caer sobre los
cristales rotos de la vitrina. Impactado por aquel
súbito ataque de su abuela, se refugió detrás de uno
de los sillones de la sala.

La abuela cayó sobre el piso, logrando detener su


caída al sostenerse de la mesa de la sala. Esto, sin
embargo, no fue suficiente para detenerla; sus manos
arrugadas y temblorosas, recogieron uno de los
pedazos de cristal que yacían en el suelo.
Empuñándolo como arma se lanzó sobre Sebastián
con una fuerza inesperada para alguien de su edad.

––¡Eres un monstruo!–– gritó al arrojarse sobre él.


Sebastián no logró esquivar por completo el ataque,
sintiendo el filo del cristal herir su brazo izquierdo.
Estaba claro que su abuela no lo reconocía, su mente
estaba sumergida en una oscuridad que se veía
reflejada en sus ojos.

––¡Abuela, basta!–– exclamó Sebastián, haciendo un


último intento para que su abuela lo reconociera.
––¡No te atrevas a burlarte de mí!–– gritó ella al
borde de rabia. El odio en su descompuesto rostro,
parecía haber crecido tras escuchar esa pedida de
clemencia. Sebastián aterrado, notó la puerta del
baño a unos pasos de él. Era su única salida, al
menos por ahora.

Muy despacio, comenzó a moverse hacía la puerta.


capítulo 6

La casa estaba rodeada por la cinta policial, los


vecinos sin duda ya habían comenzado rumores y
especulaciones sobre lo que había ocurrido en
aquella casa.

Los periodistas aceptaban entrevistas de cualquier


persona dispuesta a contar lo que sabía. Algunos
vecinos habían escuchado gritos, razón por la que
alertaron a la policía, quienes sin embargo habían
llegado demasiado tarde para evitar una tragedia.

Mientras tanto, en la sala de interrogatorios de la


comisaría, Sara se preparaba para comenzar a hacer
las preguntas.
capítulo 7

La tormenta continuaba, tanto dentro como fuera


de la casa. Las pequeñas gotas y el viento golpeando
sobre las ventanas eran lo único que se escuchaba,
pues la tensión se extendía por todo el cuarto.

Sebastián se movía lentamente hacia la puerta del


baño, pues sabía era su única salida. La abuela tenía
los ojos fijos en él, la horrenda mueca de su rostro
reflejaba la rabia que estaba por descargarse sobre
Sebastián. Un trueno resonó en toda la casa.

El ruido repentino pareció sacar a la abuela de su


trance momentáneo. Miró a su alrededor,
confundida y desorientada una vez más, como si no
tuviera idea de lo que acababa de ocurrir. Sus manos
comenzaron a temblar y un sollozo se escapó de sus
labios.

––¿Abuela?–– Preguntó Sebastián acercándose a ella


cautelosamente.

La abuela asintió con lágrimas en los ojos, su


confusión y miedo evidentes. Sebastián suspiró, la
tomó suavemente por el brazo y con cuidado la fue
guiando hacia el sillón de la sala. Sin embargo, antes
de que si quiera pudiera acomodar a su abuela, esta
emitió un gritó gutural que sobresalto al chico.
Sebastián tomó una decisión rápida y dolorosa.
Empujó a su abuela hacia dentro del baño y cerró la
puerta con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas le
llenaban los ojos. Sabía que no había otra opción.
Debía protegerse a sí mismo y a su abuela del peligro
que representaba.

Mientras mantenía la puerta cerrada, el corazón le


latía desbocado, mientras que los gritos los golpes de
la abuela sobre la puerta seguían sonando. No sabía
qué había desencadenado esta pesadilla, pero estaba
decidido a encontrar respuestas y, sobre todo, a
ayudar a su abuela a recuperarse de la oscuridad que
la había poseído.
capítulo 8

El ambiente en la sala de interrogatorios era


opresivo, y el rostro de Sebastián reflejaba el trauma
de la horrible noche que había vivido. La luz tenue
del interrogatorio acentuaba las marcadas sombras
bajo sus ojos.

Sara entró a la habitación, lista para desvelar lo que


el chico tuviera que decir. Apenas comenzaba a
formular la pregunta cuando el chico exclamó.

––¡Fue en defensa propia!–– gritó con voz


temblorosa. ––Ella intentaba matarme–– explicó
completamente alterado.

Sara no podía creer lo que escuchaba, aquella


confesión la dejó perpleja. Conocía a la víctima, la
señora Antonia era vecina de su madre, solían ir
juntas a hacer las compras y mandados, hasta que su
nieto se mudó con ella.

Mientras continuaba tratando de entender la serie de


eventos que habían ocurrido esa noche, mil
preguntas invadían su cabeza. La señora Antonia
era un persona mayor, ¿Cómo es que había
intentado matar a su propia familia?
capítulo 9

El reloj en la pared continuaba marcando el tiempo,


y con cada segundo que pasaba las ideas en la mente
de Sebastián se iban aclarando. Su padre, Alejandro,
había matado a alguien, y su abuela lo sabía. Ahora
ella creía que Sebastián era su padre e intentaba
tomar venganza.

De pronto, un silencio. Sebastián dejó de escuchar a


la abuela, el miedo volvió a hacerse presente en el
cuerpo del muchacho. Cautelosamente abrió la
puerta, su abuela no estaba. El corazón le latía a mil
por hora, ¿Cómo había podido escapar?

Un fuerte estruendo, seguido de un rayo que iluminó


breves instantes el baño, lo alertó de lo que venía. La
abuela saltó sobre su espalda, envolviendo su cuello
con una toalla, para intentar cortarle la respiración.

Sorprendido por aquel inesperado ataque, Sebastián


reaccionó arrojándose sobre su espalda, liberándose
de su abuela al esta caer sobre el suelo. El chico se
recompuso tan rápido como pudo, listo para salir
corriendo antes de que su abuela volviera a intentar
atacarlo.

Ella aún el piso, lo sujetó con fuerza por el pantalón.


–– Esta vez no te vas a librar, Alejandro––
Aterrado por volver a escuchar el nombre de su
padre, Sebastián pateó con fuerza para librarse del
agarre, y tan pronto se soltó, salió corriendo.

Su abuela en verdad creía que el era Alejandro, en


verdad intentaba matarlo.

En medio de la oscuridad y el terror, Sebastián pisó


uno de los cristales rotos de la vitrina de la sala;
suprimió un gritó de dolor. Escuchó pasos. Era la
abuela, quien estaba dispuesta a terminar lo que
había empezado.

Sebastián respiraba agitadamente, tratando de hacer


el menor ruido posible para no delatar su escondite.
Ella estaba en la sala, las nubes ocultaban la luna, y
la oscuridad llenaba la habitación.

–– ¿Sabes?, los niños siempre desobedecen a sus


padres. Ya estamos acostumbrados–– dijo ella con
frialdad.

––Pero lo que hiciste tú–– la rabia en su mueca se


notaba en su hablar, –– Lo que hiciste tú, no tiene
perdón ––

Sebastián estaba horrorizado, apenas podía respirar,


y los pasos de su abuela se sentían cada vez más
cerca.
capítulo 10

Sebastián podía sentir el peso de su abuela fallecida


sobre sus hombros. Su familia era una red de
secretos, nadie nunca decía la verdad, y eso fue lo
que llevo a su abuela a perder la cordura.

La oficial Sara no perdió el tiempo, comenzó a


investigar lo que el chico había dicho. Sabía que la
señora padecía de Alzheimer, lo que le hacía olvidar
ciertas cosas, mas en sus reportes médicos no habían
registros de demencia, y menos de comportamientos
violentos. Un ataque repentino hacia su nieto era
algo demasiado improbable.

Sebastián seguía en la sala de interrogatorios, pero


ahora estaba solo. Intentaba procesar todo aquello,
sus manos estaban frías y temblaban, apenas tenía
voz, y su mente no paraba de dar vueltas.

La única persona que podía explicar todo aquello


era su padre, Alejandro.
capítulo 11

Su escondite no era seguro a pesar de la penumbra


que le rodeaba. Debía hacer algo para escapar de
aquel horror. Junto a él vio tirado en el piso, un
pequeño y viejo oso de peluche que solía estar en la
vitrina. Había rodado hasta allí tras romperse la
vitrina. Silenciosamente, Sebastián lo recogió. La
tenebrosa presencia de su abuela se sentía en la
habitación. Sin dudarlo, arrojó el peluche por el piso
hacia el otro extremo de la habitación. El ruido que
hico al chocar con los otros objetos fue suficiente
para distraerla.

––¡Bingo!–– Exclamó ella tras escucharlo. Corrió


hacia donde estaba la vitrina, pero tropezó con un
marco de fotos que yacía roto en el piso. Tambaleó
hacia un mueble antiguo que estaba cerca; sus
manos lo buscaros desesperadamente, aferrándose a
él en busca de apoyo. El mueble, tan antiguo como
ella, no resistió el peso y cayó junto con ella.

El sonido de vidrios rotos llenó el aire cuando los


cristales que decoraban el mueble se hicieron añicos
en el impacto.

Sebastián sintió el corazón saliéndosele del cuerpo


mientras su abuela yacía en el suelo, rodeada de
fragmentos afilados y brillantes.
No lo pensó, y se apresuró hacia ella, encontrándola
herida pero consciente. Tras el golpe, un momento
de claridad asomó en ella.
––¿Qué ha pasado?–– murmuro ella con voz débil y
temblorosa.

–– Abuela, estás herida.–– respondió Sebastián,


mientras revisaba sus heridas. Las astillas y
fragmentos de vidrio se habían incrustado por todo
su cuerpo.

–– No sé qué está pasando, mi niño. No recuerdo––


dijo ella entre sollozos, con dolor en su mirada y su
voz.

El sonido de una sirena, se hizo cada vez más fuerte;


alguien había llamado a emergencias. Sebastián
espero angustiado junta ella. Su abuela, aún
confundida y asustada, le tomó la mano para
despedirse.

–– Sebastián–– lo llamó, –– mi niño, eres idéntico a


tu padre.

Sebastián se dio cuenta de que, entre toda esa


oscuridad y misterio, había una verdad más
profunda por descubrir. La casa y su abuela estaban
impregnadas de secretos oscuros, que debían ser
revelados. Aunque eso significara enfrentarse a un
pasado que había estado enterrado durante mucho
tiempo.
capítulo 12

Alejandro, estaba en el asiento de la patrulla,


esperando para ser llevado a prisión. Sara lo llevó
directamente a la sala de interrogatorios. Una mera
formalidad, pues la verdad ya había salido a la luz.

Sebastián había mencionado el parecido entre él y su


padre; así como la recurrente confusión de su abuela
al atacarlo. Mientras que Sara investigaba los
expedientes médicos de la señora Antonia, encontró
los de su hijo, Alejandro. El señor Alejandro tenía
un parecido asombroso con su hijo, Sebastián.

La policía no tardó en hacer caso a la historia de


Sebastián, y comenzaron a investigar al señor
Alejandro. Estaba casado con la madre de
Sebastián, y sin embargo se estaban divorciando por
una infidelidad de él. Las aventuras del señor no
eran algo reciente ya que llevaba años mintiéndole a
su esposa.

Entre sus aventuras había una que sobresalía de las


demás, puesto que era la que más tiempo había
durado. Elena era el nombre de la chica, algunos
años más joven que Alejandro, y con algunos
secretos que podrían explicar el terrible desenlace de
esta historia.
capítulo 13

Elena conoció a Alejandro hace algunos años. Su


relación comenzó antes de saber que el era un
hombre casado, y para cuando ella lo supo, ya
estaba completamente enamorada de él.

Mantuvieron su relación durante bastante tiempo,


hasta que ocurrió lo inevitable. Elena era una chica
madura pero joven, razón por la cual a nadie
sorprendió la noticia de su embarazo, excepto por
supuesto, al propio Alejandro. Los registros de
visitas al médico, confirmaron esto.

Él no estaba dispuesto a hacerse cargo de la


situación, ya tenía un hijo, y no estaba a dispuesto a
empezar una familia de nuevo.

Enfadado por la amenaza que representaba aquella


situación, abandonó a la chica. Ella, despechada y
sola, pensaba buscar a la familia de Alejandro, para
confesarles todo; sin embargo erró la dirección, y en
lugar de encontrar a su esposa, encontró a su madre.

La señora Antonia la escuchó, y lejos de defender a


su hijo, la apoyó en todo, por supuesto sin que
Alejandro lo supiera. Al poco tiempo, el esposo de
Antonia, Pedro, también se enteró.
Pasaron los meses, y finalmente nació aquel
chiquillo. Los señores fueron muy felices, pues
ahora tenían otro nieto al que cuidar, ya que
Sebastián ya no pasaba tanto tiempo con sus abuelos
como cuando era niño.

Una fatídica noche, Alejandro llego sin avisar a casa


de sus padres, había discutido con su esposa y no
pensaba pasar la noche en la misma casa que ella.
Ese día, Elena y el niño estaban en casa de la señora
Antonia, habían ido a cenar como lo hacían cada
semana.

Inevitablemente Alejandro se enteró de todo, sus


mentiras le estaban pasando factura. El hijo era
suyo, y por ende, nieto de Antonia y Pedro.
Alejandro no estaba dispuesto aceptar aquello, ese
niño no podía ser suyo, seguramente Elena solo
quería arruinarle la vida, y él no pensaba permitirlo.

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