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Dios se ha hecho a sí mismo vulnerable a los deseos

de su pueblo

Los discípulos reverenciaban a “aquel” que los llamo y les pidió que lo
dejaran todo por seguirle, y fue una elección fácil. Cuando Jesús hablo,
revivió en ellos algo que ni siquiera sabían que existía. Había algo
en su voz por lo cual valía la pena vivir, algo tan valioso y digno de
dar la vida por ello.

El diario vivir con Jesús estaba lleno de una continua sucesión de acontecimientos que ellos no
podían comprender; ya fuera un endemoniado que caía de rodillas ante él en adoración, o a los
líderes religiosos que callaban ante su presencia, todo era sorprendente. Sus vidas habían adquirido
tal significado y propósito que todo lo demás resultaba, cuando menos, frustrante. Ah, sí, ellos tenían
sus asuntos personales, claro que sí, pero Dios los había cautivado y ahora nada les importaba.

Quizá nos parece difícil comprender el apogeo del estilo de vida que ellos experimentaron. Cada
palabra y cada acción parecían tener valor eterno, de seguro entendieron que servir en la corte de
este Rey sería mucho mejor que vivir en sus propios palacios. Estaban experimentando por si mismos
lo que David sintió cuando consideraba la presencia de Dios como la primera prioridad en la vida.

La transición final.

Al final de su vida terrenal, Jesús otorgo a sus discípulos el último ascenso. Les dijo a los doce que
ya no los seguiría llamando siervos sino amigos. Estar en un mismo recinto con él, aun mirarlo a
distancia era más de lo que ellos podrían haber pedido. Sin embargo, Jesús los hizo parte de su vida.
(Juan 15:15)

Con este cambio de relación, también la atención de los discípulos cambio de enfoque; ya no
mirarían la tarea que tenían entre manos sino a la “persona especial” que tenían a su alcance.
Tuvieron acceso inmediato a los secretos del corazón de Dios.

Cuando el Señor exaltó de esta manera a los discípulos, lo hizo describiendo la diferencia entre las
dos posiciones. Los siervos no saben lo que hace su amo. Su función es cumplir con las tareas que
les han encomendado. La obediencia es su preocupación básica, y eso es correcto porque su vida
depende del éxito de su tarea.

Casi suena a blasfemia decir que la obediencia ya no es el interés o la preocupación principal del
amigo, pero es cierto. La obediencia será siempre importante, tal como lo destaca el versículo:
“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”” (Juan 15:14). Sin embargo, los amigos
están menos preocupados por desobedecer que por causar frustración o desagrado. El punto de
atención de los discípulos cambio de los mandamientos a la presencia, de la tarea a la relación, de
<lo que yo hago para El> a <como lo afectan mis elecciones>. El otorgamiento de esta amistad
significo una revolución que sigue siendo posible para nosotros hoy.
TRANSFORMADOS POR UN CAMBIO DE STATUS

Varios cambios geniales ocurren en nuestro corazón al asumir esta nueva posición. El primero es
que, al tener acceso al corazón del Padre, lo que sabemos cambia. Su corazón es la fuente más
grande de información que necesitamos para operar con éxito en todas las áreas de la vida. Jesús
pago el precio de nuestro acceso al Padre para garantizarnos así la libertad que viene con la verdad
que obtenemos mediante ese ilimitado conocimiento de su corazón. La libertad se encuentra en
esta fase del cambio de status.

Segundo, nuestra experiencia cambia. Los encuentros con Dios, como un íntimo amigo, son
bastante diferentes de los de un siervo. Hacemos nuestro el palpitar del corazón de Dios al cambiar
nuestros deseos. La realidad de su presencia llega a ser nuestra mayor herencia, y los encuentros
con Él se convierten en nuestros más gratos recuerdos. La transformación personal es el único
resultado posible de estas experiencias sobrenaturales.

Tercero, nuestra función en la vida cambia radicalmente. En vez de trabajar para El, trabajamos
con El. Luchamos no para ganar su favor sino como resultado de su favor. En esta posición, Él
nos confía mucho más de su poder, y de manera natural, somos transformados para ser más y más
semejantes a Él.

Cuarto, ocurre una transformación radical de nuestra identidad. Nuestra identidad fija la pauta y el
límite para todo lo que hacemos y para lo que llegamos a ser. A los cristianos que viven conforme a
lo que realmente son no los afecta la opinión ajena; no obran para encajar en las expectativas de los
demás sino que los apasiona saber lo que el Padre dice que son.

LA VOLUNTAD DE DIOS

Por lo general, pensamos que la voluntad de Dios es algo estático, fijo e inmutable. Básicamente la
asociamos con hechos específicos en determinados tiempos. El factor que se nos escapa al
considerar así este asunto es nuestro papel en el desenvolvimiento de la voluntad divina. Cuando
Dios iba a destruir a Israel, le dijo a Moisés que se apartara de ellos, porque iba a causar la muerte
del pueblo que éste ultimo había sacado de Egipto rumbo al desierto. Moisés entonces le recordó
a Dios que no era su pueblo sino el de Dios, y no solamente eso sino que no fue él quien lo saco de
Egipto sino Dios mismo. El Señor respondió reconociendo prácticamente que Moisés tenía razón y,
entonces, le prometió no destruirlos. Lo asombroso aquí no es tanto que Dios cambiara su decisión
y perdonara a Israel sino más bien el hecho de que él esperaba que Moisés participara del consejo
de su voluntad; es decir, de su decisión, y Moisés lo sabía. Abraham fue otro que entendió este
hecho.

Esos amigos de pacto parecen tener a través de la historia una conciencia común de las expectativas
divinas en cuanto a que ellos fueron participes de la demostración de su voluntad, a fin de influenciar
el resultado final de las situaciones. Entendieron que la responsabilidad reposaba sobre sus hombros
y tenían que actuar en la presencia de Dios para lograr lo que la gente necesitaba. La función
sacerdotal de un intercesor nunca fue mejor ilustrada. La atención fundamental de la voluntad divina
no era si destruir o no a Israel sino incluir a Moisés en el proceso. La voluntad de Dios no siempre
se enfoca en los acontecimientos sino en sus amigos que se acercan a su presencia y que ejercen
sus funciones como delegados suyos. Su voluntad es tanto proceso como resultado final: a
menudo fluida, no estática.
EL CHEQUE EN BLANCO

Cuando éramos niños, muchos soñábamos con que se nos concediera un deseo. A Salomón se le
hizo realidad ese sueño. Cuando Dios se le apareció y le concedió esa oportunidad, elevó para
siempre el nivel de nuestras expectativas al orar. A los discípulos también se les concedió ese mismo
<deseo>, solo que de una manera mucho mejor. En vez de un cheque único, recibieron una cantidad
ilimitada de cheque en blanco. Y ese regalo les fue concedido específicamente en el contexto
de su amistad con Dios.

Relacionada con su exaltación a la posición de amigos, Jesús dio a sus discípulos una lista asombrosa
de promesas. Cada una en un cheque en blanco, que podían utilizar durante su vida para la
expansión del reino. Estas son esas promesas:

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y
os será hecho” (Juan 15:/)
“No me elegiste vosotros a mí, sino que yo os elegido a vosotros, y os he puesto para que
vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre, él
os lo de” (v 16)
“Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:14)
“En aquel día no me preguntareis nada. De cierto, os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre
en mi nombre, os lo dará” (Juan 16:23,24)
Para que recibamos de forma apropiada lo que Jesús nos ofrece es estos versículos, tenemos que
cambiar cualquier comprensión mecánica que tengamos de lo que significa ser un seguidor de Dios.
El Señor nunca tuvo en mente que el creyente fuera una marioneta que colgara de unos hilos. Él se
hace a si mismo realmente vulnerable a los deseos de sus discípulos. De hecho, se puede decir
“si es algo que a vos te importa, ¡le importa a Dios!”

Mientras que muchos cristianos están esperando una próxima Palabra de Dios, él espera oír cuales
son los sueños de sus hijos. El anhela que asumamos nuestro papel, y no porque nos necesite sino
porque nos ama.

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