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¿POR QUÉ NO HAY PREMIO NÓBEL DE MATEMÁTICAS?

Muchas personas aceptan este interrogante como natural. Dado que anualmente se
otorgan seis premios Nóbel en física, química, medicina, literatura, economía y paz, es
extraño que no lo haya para la matemática, disciplina que siempre ha estado ligada a la
física. Y aún más: algunos científicos consideran que la física teórica es básicamente
una rama importante de la matemática.

Si se formula la pregunta a un matemático, de esos que se califican como trascendentales


—y es conveniente recordar que en general lo trascendente es enemigo de lo serio—,
puede dar una respuesta así: «El trabajo matemático requiere profundas reflexiones y no
puede estar sujeto a los apremios de obtener un galardón o una recompensa monetaria».
Sin embargo, la historia no avalaría la anterior explicación, pues son muchos los
ejemplos de teoremas demostrados y conjeturas rechazadas, fruto de concursos y premios.
Basta citar el hallazgo de la fórmula para resolver la ecuación algebraica de tercer y
cuarto grados. El desarrollo de la teoría de la probabilidad fue una natural consecuencia
de los juegos de azar a los que eran tan aficionados los matemáticos renacentistas.

Una explicación que se apoya en la «modestia» de quienes ejercen el oficio de la


matemática, y que esta deseable característica los haga inmunes a los halagos del
reconocimiento y a la satisfacción de dejar su huella en la historia de la ciencia, tampoco
parece valedera.

Muy por el contrario, quienes resuelven los grandes problemas planteados por las sectas
científicas saben bien del significado que tiene este logro. Piénsese solamente en las
duras polémicas entre Newton y Leibniz para dirimir a quién corresponde la gloria del
descubrimiento del cálculo infinitesimal. La historia se lo atribuye a Newton, en parte
porque parece que efectivamente descubrió con anterioridad sus principios
fundamentales, pero publicó sus resultados después que lo hiciera Leibniz. Para asegurarse
de que la historia lo recordara como el descubridor del cálculo diferencial, Newton,
como lo recuerda Hawking, tomó varias precauciones. Escribió una serie de artículos
que elogiaban su trabajo, y para no pecar de soberbio los hizo firmar por sus discípulos y
amigos; utilizó, en su provecho, un error histórico de Leibniz, quien para zanjar la
disputa propuso como arbitro a la Roya! Society of London, entidad que se encargaría
de definir quién había descubierto el cálculo diferencial. Newton, quien era el presidente
de esta benemérita sociedad, no sólo no se declaró impedido sino que, por el contrario,
conformó el jurado con sus amigos, se reservó el derecho de escribir el informe y definió
que se publicara como documento oficial de la Royal Society. El resultado tenía que ser el
obvio: el informe se orientó a favor de Newton y, además, en él se acusó a Leibniz de
plagio. Quienes vean en esta manipulación de un juicio un parecido con situaciones
recientes de lo política colombiana no pasan de ser unos conspiradores. Por otra parte, no
hay evidencia de que Newton haya empleado dineros del reino para orientar el fallo.

E1 tema de los premios, concursos y retos ha influenciado buena parte de la matemática


del siglo XX. Basta considerar el tiempo y el talento dedicados a resolver cualquiera de los
23 problemas que propuso Hilbert en el Congreso Mundial de Matemáticas, reunido en
París en 1900. Estos problemas se caracterizan —con excepción de los primeros— por
ser de enunciado complejo y tratar temas altamente especializados, por lo cual tienen
amplia divulgación; por el contrario, los de enunciado simple pero de solución intrincada
han sido objeto del quehacer matemático y son mucho más conocidos. Por ejemplo, no
se ha publicado ni siquiera un esbozo de demostración analítica a la conjetura de
Goldbach, «Todo número par es la suma de dos números primos», y el reto continúa
desvelando a los matemáticos. Otro problema cuyo enunciado lo comprende cualquier
persona que haya visto (o imaginado) un mapa es el denominado conjetura de los cuatro
colores, el cual plantea que cualquier mapa en una superficie plana sólo requiere cuatro
colores para dibujar las regiones, por intrincadas que éstas sean, sin que las fronteras
tengan color común. Recientemente, en un inusual trabajo en equipo, un grupo de
matemáticos presentó una demostración a esta conjetura, empleando una «prueba»
realizada por medio del uso de computadores. Aún se discute si esta demostración es
válida o no.

Tal vez el problema más conocido que espera solución es el llamado último teorema de
Fermat. Su enunciado es «No es posible resolver la ecuación diofántica, es decir, en
números enteros si n es mayor que dos». Fermat escribió en el margen de un
libro de aritmética que él conocía esta demostración, pero que el espacio tan estrecho no
le permitía reproducirla. Este enunciado ha desafiado durante más de 300 años a los
matemáticos más brillantes. En 1993 el inglés Andrew Wiles presentó una prueba del
teorema de Fermat en un complejo y ultraespecializado documento de 300 páginas; sin
embargo, unos meses después se encontró un error en la demostración, el cual, de acuerdo
con su autor, ya se está corrigiendo. Se espera que esta prueba tenga mejor éxito que la
realizada en 1987 por Yoiki Miyaoka, matemático de la Universidad de Tokio, pues en ésta
el error cometido no permite deducir la conclusión que se anunció como demostración.
Existe consenso generalizado sobre un aspecto: de existir el premio Nóbel de matemáticas,
cualquiera que enfrente con éxito estos problemas lo merecería.

UN CASI PREMIO NOBEL DE MATEMÁTICAS:


PREMIO ÓSCAR II

En 1889 Óscar II, rey de Suecia y de Noruega, cumplía 60 años; utilizando esta fecha
como pretexto un matemático, Mittag-Leffer, que además de trabajar en funciones
meromorfas era, en términos coloquiales, un «matemático de la corte», se ideó un
concurso con medalla de oro y dos mil quinientas coronas de premio —pagadas por el
tesoro real— a quien resolviera un problema de mecánica clásica. Es el llamado problema
de los tres cuerpos. Es bueno aclarar que este tópico no se refiere a problemas más banales
como ¿cuál es el mínimo número de personas que componen una orgía? El problema trata
sobre algo más simple: ¿Cuáles son las trayectorias y velocidades de tres cuerpos que se
atraen de acuerdo con la ley de gravitación universal?

Desde 1687, año en que Newton publica sus Principios matemáticos, los trabajos de los
físicos y matemáticos estuvieron orientados a encontrar solución a la ecuación de
movimiento F = ma. En muchos casos particulares pudo hallarse solución analítica, el más
notable de los cuales fue demostrar que la trayectoria de un planeta que se mueve bajo la
influencia de un sol de masa muy superior al planeta es una elipse. El mismo Newton trató
de resolver su ecuación en el caso de tres cuerpos: Sol-Tierra-Luna. Sólo logró hallar una
solución numérica pero, obviamente, no obtuvo una respuesta analítica. Para complicar
aún más el problema los astrofísicos pretendían resolver el problema de n cuerpos, pues
claramente el sistema solar tiene más de tres astros. Se pretendía contestar la siguiente
pregunta: ¿Es estable el sistema solar? Para no preocuparse mucho ante la falta de
respuesta analítica, simulaciones numéricas muestran que sí lo es, al menos para los
próximos cinco mil millones de años.

El jurado del premio Rey Óscar II estuvo inicialmente constituido por matemáticos de la
talla de Weierstrass, Cayley, Hermite y Chebyshev; no obstante, por razones
profesionales y de exceso de sensibilidad, empezaron las dificultades entre los jurados.
Kronecker amenazó con acusar a Weierstrass ante el rey de Suecia si se incluía en el
concurso un punto de álgebra que sólo Kronecker —en su opinión— podía
comprender, y además ya había probado la imposibilidad de demostrar este punto;
Weierstrass, a su vez, estuvo a punto de renunciar cuando se enteró de que Mittag-Leffer lo
había nombrado en el jurado como una forma de hacerle un homenaje por su avanzada
edad: Weierstrass iba a cumplir 70 años. Finalmente, con algo de diplomacia y poco de
democracia, todo se arregló; el jurado se modificó y sólo lo integraron Kronecker,
Weierstrass y Mittag-Leffer.

E1 premio le es otorgado a Henri Poincaré, en ese entonces un joven de 27 años. Su trabajo


es un denso tratado de nuevas técnicas de solución global de ecuaciones diferenciales,
el cual abre insospechados caminos a la topología y a la teoría del caos. Si bien no
resuelve la incógnita —muchos años después se ha demostrado que la solución general
analítica no existe en forma computable—, encuentra que existen problemas que,
aunque determinísticos, no son computables. En el informe del jurado se lee: «Puede usted
decir a su soberano que si bien este trabajo no puede considerarse como una solución al
problema propuesto, sonde tal importancia los métodos nuevos usados, que su
publicación inauguraría una nueva era en la historia de la mecánica celeste. El fin que
su majestad tenía en mente puede considerarse que se ha obtenido».

El trabajo de Poincaré se considera como el golpe de gracia al determinismo. Durante los


primeros 200 años que siguen al trabajo de Newton, se creía que si se conocía la
ecuación que gobernaba un fenómeno natural podía determinarse su evolución. Tan
grande era esta confianza que Fierre Simón de Laplace escribió: «Si una mente
inteligente en un momento dado conoce todas las fuerzas que actúan en la naturaleza,
las posiciones y velocidades de todas las cosas del universo y además puede efectuar los
cálculos basados en esos datos... para él nada sería incierto. El futuro y el pasado estarían
ante sus ojos».

Poincaré muestra que aun en el caso tan elemental de tres cuerpos no es posible conocer
con certeza el futuro, pues éste es sensible a infinitesimales variaciones de las
condiciones iniciales de posición y velocidad, y por limitaciones físicas no superables
en el universo en que vivimos, esos datos no pueden conocerse con infinita precisión.

ALFRED NOBEL Y MITTAC-LEFFER

Por la misma época en que se otorga el premio Óscar II, Alfred Nóbel crea la fundación
que lleva su nombre. Todas las condiciones estaban dadas para que se estableciera el
premio Nóbel de matemáticas, pero esto no ocurrió.

Como en casi todas las decisiones humanas, las razones tienen mezcla de amores y
orgullos. Un rumor muy expandido entre los matemáticos lanza la hipótesis según la cual
la mujer de Alfred Nóbel tuvo una aventura con un matemático. Otra hipótesis se basa en
la orgullosa y soberbia personalidad del más grande matemático sueco de fin del siglo
XIX, Mittag-Leffer, quien además no toleraba el éxito económico de Alfred Nóbel; la
enemistad entre ambos era bien correspondida. De acuerdo con la tercera hipótesis
- probablemente la de mayor certeza -, el matemático amante de la esposa de Alfred Nóbel
era Mittag-Leffer, y como evidentemente un jurado imparcial tarde o temprano le
otorgaría a éste el premio Nóbel, Alfred decidió no instaurarlo.

Investigadores serios como Elizabeth Crawford, en su libro Los principios de la


institución del Nóbel, no comparten la anterior comidilla, basados en el hecho de que
Alfred Nóbel nunca se casó; sin embargo, vivió con Sophie Hess. Otras razones por
las que Nóbel no creó el premio para las matemáticas fueron su poco interés en esta
área, pues creía que no le aportaba «beneficios» a la humanidad. Con todo, es claro que
con este argumento tampoco se hubiera instaurado el premio de literatura. De todas
maneras no debe destacarse la historia de amor como una adecuada explicación.

Con el tiempo era conveniente darle una explicación más racional y científica a este
hecho y se decidió aceptar, como un dogma, que era más adecuado para el desarrollo
de las matemáticas no mezclar a quienes realizan este oficio con las tentaciones de
premios anuales y en esta forma no desviarlos de sus profundas reflexiones.

MEDALLA FÍELDS

Desde fines del siglo XIX cada cuatro años se realiza el Congreso Mundial de Mate-
máticas. En 1924, en la reunión efectuada en Toronto, el matemático canadiense John
C. Fields propone que en cada congreso se otorguen dos premios para recompensar
trabajos notables en el área. En 1932, en Zurich, utilizando un legado y la idea de
Fields, se crea la medalla que lleva este nombre y se acompaña con un premio de
US$1.500, cifra que hasta el momento no se ha reajustado. Matemáticos de la
categoría de Laurent Schwartz, Jean Fierre Serré, Rene Thom han recibido la medalla.
Los primeros galardonados fueron Lars Valerien Ahlfors y Jesse Douglas. En 1994 Jean-
Cristophe Yoccoz recibe la medalla Fields por sus trabajos sobre el problema de los n
cuerpos, y se le premian también sus investigaciones sobre el conjunto de Mandelbrot
y sobre el caos en sistemas continuos y discretos. Es decir, por continuar el camino
iniciado por Poincaré.

Es bueno mencionar que así Andrew Wiles corrija el error en su demostración del
teorema de Fermat —y hay indicios de que lo logró— no podrá aspirar a la medalla Fields,
pues en 1998 tendría 46 años, y esta distinción sólo se otorga a los menores de 40.

BIBLIOGRAFÍA

Benacerrat, Pauled, Phylosophy ofMathematics, Cambridge University Press, 1985.


Crawford, Elisabeth, The Begmnings ofNobeí ínsíitution, Cambridge Universiry Press, 1984.
Hawlcing, Stephen, A Bríef Histary o/Time, Barcón Ruólos, 1988.
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Lecturas matemáticas, Val. II, Nos. 1 y 2, Bogotá, 1981.
Peterson, Ivans, Ní'wton'.s Gíock, Nueva York, W.H. Freeman, 1993.

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