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Muchas personas aceptan este interrogante como natural. Dado que anualmente se
otorgan seis premios Nóbel en física, química, medicina, literatura, economía y paz, es
extraño que no lo haya para la matemática, disciplina que siempre ha estado ligada a la
física. Y aún más: algunos científicos consideran que la física teórica es básicamente
una rama importante de la matemática.
Muy por el contrario, quienes resuelven los grandes problemas planteados por las sectas
científicas saben bien del significado que tiene este logro. Piénsese solamente en las
duras polémicas entre Newton y Leibniz para dirimir a quién corresponde la gloria del
descubrimiento del cálculo infinitesimal. La historia se lo atribuye a Newton, en parte
porque parece que efectivamente descubrió con anterioridad sus principios
fundamentales, pero publicó sus resultados después que lo hiciera Leibniz. Para asegurarse
de que la historia lo recordara como el descubridor del cálculo diferencial, Newton,
como lo recuerda Hawking, tomó varias precauciones. Escribió una serie de artículos
que elogiaban su trabajo, y para no pecar de soberbio los hizo firmar por sus discípulos y
amigos; utilizó, en su provecho, un error histórico de Leibniz, quien para zanjar la
disputa propuso como arbitro a la Roya! Society of London, entidad que se encargaría
de definir quién había descubierto el cálculo diferencial. Newton, quien era el presidente
de esta benemérita sociedad, no sólo no se declaró impedido sino que, por el contrario,
conformó el jurado con sus amigos, se reservó el derecho de escribir el informe y definió
que se publicara como documento oficial de la Royal Society. El resultado tenía que ser el
obvio: el informe se orientó a favor de Newton y, además, en él se acusó a Leibniz de
plagio. Quienes vean en esta manipulación de un juicio un parecido con situaciones
recientes de lo política colombiana no pasan de ser unos conspiradores. Por otra parte, no
hay evidencia de que Newton haya empleado dineros del reino para orientar el fallo.
Tal vez el problema más conocido que espera solución es el llamado último teorema de
Fermat. Su enunciado es «No es posible resolver la ecuación diofántica, es decir, en
números enteros si n es mayor que dos». Fermat escribió en el margen de un
libro de aritmética que él conocía esta demostración, pero que el espacio tan estrecho no
le permitía reproducirla. Este enunciado ha desafiado durante más de 300 años a los
matemáticos más brillantes. En 1993 el inglés Andrew Wiles presentó una prueba del
teorema de Fermat en un complejo y ultraespecializado documento de 300 páginas; sin
embargo, unos meses después se encontró un error en la demostración, el cual, de acuerdo
con su autor, ya se está corrigiendo. Se espera que esta prueba tenga mejor éxito que la
realizada en 1987 por Yoiki Miyaoka, matemático de la Universidad de Tokio, pues en ésta
el error cometido no permite deducir la conclusión que se anunció como demostración.
Existe consenso generalizado sobre un aspecto: de existir el premio Nóbel de matemáticas,
cualquiera que enfrente con éxito estos problemas lo merecería.
En 1889 Óscar II, rey de Suecia y de Noruega, cumplía 60 años; utilizando esta fecha
como pretexto un matemático, Mittag-Leffer, que además de trabajar en funciones
meromorfas era, en términos coloquiales, un «matemático de la corte», se ideó un
concurso con medalla de oro y dos mil quinientas coronas de premio —pagadas por el
tesoro real— a quien resolviera un problema de mecánica clásica. Es el llamado problema
de los tres cuerpos. Es bueno aclarar que este tópico no se refiere a problemas más banales
como ¿cuál es el mínimo número de personas que componen una orgía? El problema trata
sobre algo más simple: ¿Cuáles son las trayectorias y velocidades de tres cuerpos que se
atraen de acuerdo con la ley de gravitación universal?
Desde 1687, año en que Newton publica sus Principios matemáticos, los trabajos de los
físicos y matemáticos estuvieron orientados a encontrar solución a la ecuación de
movimiento F = ma. En muchos casos particulares pudo hallarse solución analítica, el más
notable de los cuales fue demostrar que la trayectoria de un planeta que se mueve bajo la
influencia de un sol de masa muy superior al planeta es una elipse. El mismo Newton trató
de resolver su ecuación en el caso de tres cuerpos: Sol-Tierra-Luna. Sólo logró hallar una
solución numérica pero, obviamente, no obtuvo una respuesta analítica. Para complicar
aún más el problema los astrofísicos pretendían resolver el problema de n cuerpos, pues
claramente el sistema solar tiene más de tres astros. Se pretendía contestar la siguiente
pregunta: ¿Es estable el sistema solar? Para no preocuparse mucho ante la falta de
respuesta analítica, simulaciones numéricas muestran que sí lo es, al menos para los
próximos cinco mil millones de años.
El jurado del premio Rey Óscar II estuvo inicialmente constituido por matemáticos de la
talla de Weierstrass, Cayley, Hermite y Chebyshev; no obstante, por razones
profesionales y de exceso de sensibilidad, empezaron las dificultades entre los jurados.
Kronecker amenazó con acusar a Weierstrass ante el rey de Suecia si se incluía en el
concurso un punto de álgebra que sólo Kronecker —en su opinión— podía
comprender, y además ya había probado la imposibilidad de demostrar este punto;
Weierstrass, a su vez, estuvo a punto de renunciar cuando se enteró de que Mittag-Leffer lo
había nombrado en el jurado como una forma de hacerle un homenaje por su avanzada
edad: Weierstrass iba a cumplir 70 años. Finalmente, con algo de diplomacia y poco de
democracia, todo se arregló; el jurado se modificó y sólo lo integraron Kronecker,
Weierstrass y Mittag-Leffer.
Poincaré muestra que aun en el caso tan elemental de tres cuerpos no es posible conocer
con certeza el futuro, pues éste es sensible a infinitesimales variaciones de las
condiciones iniciales de posición y velocidad, y por limitaciones físicas no superables
en el universo en que vivimos, esos datos no pueden conocerse con infinita precisión.
Por la misma época en que se otorga el premio Óscar II, Alfred Nóbel crea la fundación
que lleva su nombre. Todas las condiciones estaban dadas para que se estableciera el
premio Nóbel de matemáticas, pero esto no ocurrió.
Como en casi todas las decisiones humanas, las razones tienen mezcla de amores y
orgullos. Un rumor muy expandido entre los matemáticos lanza la hipótesis según la cual
la mujer de Alfred Nóbel tuvo una aventura con un matemático. Otra hipótesis se basa en
la orgullosa y soberbia personalidad del más grande matemático sueco de fin del siglo
XIX, Mittag-Leffer, quien además no toleraba el éxito económico de Alfred Nóbel; la
enemistad entre ambos era bien correspondida. De acuerdo con la tercera hipótesis
- probablemente la de mayor certeza -, el matemático amante de la esposa de Alfred Nóbel
era Mittag-Leffer, y como evidentemente un jurado imparcial tarde o temprano le
otorgaría a éste el premio Nóbel, Alfred decidió no instaurarlo.
Con el tiempo era conveniente darle una explicación más racional y científica a este
hecho y se decidió aceptar, como un dogma, que era más adecuado para el desarrollo
de las matemáticas no mezclar a quienes realizan este oficio con las tentaciones de
premios anuales y en esta forma no desviarlos de sus profundas reflexiones.
MEDALLA FÍELDS
Desde fines del siglo XIX cada cuatro años se realiza el Congreso Mundial de Mate-
máticas. En 1924, en la reunión efectuada en Toronto, el matemático canadiense John
C. Fields propone que en cada congreso se otorguen dos premios para recompensar
trabajos notables en el área. En 1932, en Zurich, utilizando un legado y la idea de
Fields, se crea la medalla que lleva este nombre y se acompaña con un premio de
US$1.500, cifra que hasta el momento no se ha reajustado. Matemáticos de la
categoría de Laurent Schwartz, Jean Fierre Serré, Rene Thom han recibido la medalla.
Los primeros galardonados fueron Lars Valerien Ahlfors y Jesse Douglas. En 1994 Jean-
Cristophe Yoccoz recibe la medalla Fields por sus trabajos sobre el problema de los n
cuerpos, y se le premian también sus investigaciones sobre el conjunto de Mandelbrot
y sobre el caos en sistemas continuos y discretos. Es decir, por continuar el camino
iniciado por Poincaré.
Es bueno mencionar que así Andrew Wiles corrija el error en su demostración del
teorema de Fermat —y hay indicios de que lo logró— no podrá aspirar a la medalla Fields,
pues en 1998 tendría 46 años, y esta distinción sólo se otorga a los menores de 40.
BIBLIOGRAFÍA