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Hay ser con los cuales todo contacto puede parecer superfluo o poco descabale
hay seres a los que no nos preocupamos por dirigirles la palabra, hay también
seres con los que no queremos discutir, sino que nos contentamos con ordenarles.
Para argumentar, es preciso, en efecto, atribuir un valor a la adhesión del
interlocutor, a su consentimiento, a su concurso mental, por tanto, una distinción
apreciada a veces es la de ser una persona con la que se llega a discutir, el
racionalismo y de los hermanos el contacto intelectual lo de los últimos siglos
hacen que parezca exilian Ya idea de que sea una cualidad el ser alguien cuya
opinión y, el todas sociedades, no se le dirige la palabra a cualquier, igual quien
batan en duelo con cualquiera acidia, cabe señalar el querer convencer a alguien
sin opinión cierta parte de la persona que argumenta lo que dice es un dogma de
fe no dispone la autoridad que Aliace que lo que se dice sea indiscutible y lleve
inmediatamente a la convicción. El orador admite que debe persuadir al
interlocutor, pensar si los argumentos los que pueden influir en l. preocuparse por
el interesarse por su estado de ánimo los será que quieren que los demás,
adultos o niños, los tengan en cuentan, desean que no se les ordene, que se Ias
razone, que se preste atención a sus reacciones, que se los considere miembros
de una sociedad más o menos igualitaria a quien le importe poco un contacto
semejante con los demás se le tachar de altivo, antipático, al contrario de los que,
fuere criar fuere la relevancia de sus funciones, no dudan en mostrar, a través de
los discursos al público, el valor que atribuye a su apreciación. Repetidas veces.
sin embargo, se ha indicado que no siempre es loable querer persuadir a alguien
en efecto, pueden parecer poco honorables las condiciones de las cuales se
afecta el contacto intelectual. Conocida es la célebre anécdota de tipo, a quien se
le reprochaba que se había rebajado ante el tirano Dionisio, hasta el punto de
ponerse a sus pies para que lo oyera.