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A L:.G:.D:.G:.A:.D:.U:.

Res:.Log:. Gral. Mitre Nº 184,

Or:. de Corrientes, 23 de mayo de 2019 (e:.V:.)

V:.M:., 1er:. Vig:., 2do:. Vig:., QQ:.HH:. todos,

La Marcha del Aprendiz

Los hechos que voy a compartir con ustedes esta noche, ocurrieron unas noches atrás. Sólo la
Luna, como testigo omnipresente, podría dar una reseña exacta de su verdadera fecha.

Un joven cantero, iniciado a la Obra durante la cosecha anterior, alimentaba una pequeña
fogata en el centro de la gran ronda conformada por el Maestro, sus ayudantes y un puñado
de aprendices que aguardaban en pulcro silencio las instrucciones para los trabajos del día
siguiente. Ese mediodía correspondió a la fecha de pago, por lo que muchos volvieron a sus
hogares a compartir el salario con sus familias y la concurrencia era más bien escasa.

Una vez que el joven ocupó su lugar en la ronda, el Maestro dirigió su mirada hacia un árbol
lejano, en el que seguramente el vigía allí apostado le señaló que era seguro dar inicio a la
reunión. Entonces bebió un trago de vino dulce, se enderezó sobre el tronco en el que estaba
sentado y tomó la palabra diciendo:

- Hermanos míos, el día de hoy ha sido largo y agotador, muchas labores fueron
iniciadas y muchas otras han sido finalizadas, pero a nuestra obra aún le restan varios
años para considerarse entregada. Han llegado a mí, rumores de que una gran
contienda se avecina, una como hasta ahora no ha sido vista por hombres ni mujeres.
Serán ustedes llamados a luchar en ella y temo que ese día nuestra obra quede, hasta
su regreso, abandonada.

Un ligero murmullo recorrió la ronda de constructores y la fogata en el centro danzó furiosa


alcanzada por una brisa. El Maestro levantó la mano derecha y el silencio reinó nuevamente en
la reunión, inclusive el fuego pareció apaciguarse.

- No podrán negarse al pedido de protección que su tierra les demandará, las leyes de
los dioses y los hombres se lo reprocharán por siempre si no acuden al clamor de la
trapatiesta que, inminente como una tormenta que proviene del Sur, se dirige hacia
nosotros.

El joven cantero, no dudaba de la palabra del Maestro Constructor, si él mismo daba


prevalencia a ese rumor por sobre la planificación del trabajo del día siguiente, sería entonces
bien fundamentada su preocupación. Como Aprendiz no le estaba permitido hablar durante
las reuniones, pero en su interior, el fuego de la juventud crepitaba aún más que las llamas de
la fogata que los acogía esa noche bajo las estrellas, y decidió entonces, pedir la palabra, como
nunca antes lo había hecho. El Ayudante del Maestro, sorprendido, se la otorgó y entonces el
joven dijo:

- Maestro, ayudantes, aprendices de obra, cómo finalizaremos el Templo que se nos ha


encomendado, si marchamos a la guerra. Entre nosotros hay obreros de otras tierras
que podrían marchar enfrentados a nosotros, padres e hijos que complementan la
experiencia de unos con la fuerza de otros, mujeres incluso que realizan tareas que
acompañan a las nuestras y quedarían desprotegidas…
Un Ayudante se dispuso a tomar la palabra para responderle, pero el Maestro lo miró y con
cautela le indicó que lo dejase terminar. Entonces el joven cantero, enardeciendo su voz,
continuó.

- No podría usted, siendo amigo del Rey, pedir por nuestra labor e impedir que
marcháramos a la guerra con el fin de que podamos finalizar la construcción del
Templo que se nos ha encomendado? Lo pido por el bien de la Obra, por el bien de
todos nosotros y nuestras familias, no somos guerreros. - Agregó.

El Maestro de Obra era un hombre mayor que ya había vivido varios inviernos, pero su porte
era aún imponente, su espalda ancha y sus hombros erguidos, sus manos rudas y su piel
curtida por el sol lo atestiguaban, su gran barba gris lo aseguraba. Luego del lamento del joven
cantero el silencio reinó en la ronda, todos esperaban la respuesta del Maestro que
indirectamente los salve o los condene a la guerra. Él permaneció mirando al centro con el
ceño fruncido, la luz naranja de la fogata en su rostro contrastaba con la helada luz azul que la
Luna derramaba sobre el paño con el que cubría su cabeza, las llamas se reflejaban en su
mirada, que por fin parecía escabullirse de entre recuerdos y fantasmas. Con un medido
movimiento se quitó la keffiyeh y, por primera vez desde que comenzó la obra, dejó ver su
cabeza descubierta a ayudantes y aprendices. Todos se sorprendieron al verlo mostrarse así
ante todos, pero de inmediato la atención se dirigió a una gran cicatriz que nacía por sobre su
ceja derecha y recorría cuesta arriba su cráneo hasta perderse en la parte posterior.

- Verán hermanos, - les dijo - que yo también fui llamado a la guerra, como lo fue mi
padre, como lo fue mi abuelo. Y os aseguro aquí, bajo la Luna y las Estrellas, que
ustedes, sus hijos y los hijos de sus hijos también serán llamados, por el deber o por la
tiranía. Cuando el caos y la muerte se presentan frente a un constructor, éste no ruega
a quien le encomendó la obra que los aparte de su camino, sino que afila sus
herramientas y marcha junto a sus hermanos. Si vuelve, lo hará lleno de gloria y esto,
lo reflejará en el templo que continuará construyendo, honrado por las cicatrices y
marcas que haya obtenido en la defensa de su causa, más nunca orgulloso del daño
que pudo haber causado. Si no regresa, iluminará los ojos de quienes lo recuerden y en
su casa de origen será siempre nombrado con honor, como lo harán sus Hermanos que
continuarán la obra que postergó por priorizar la libertad de su tierra toda.

Al finalizar, se colocó nuevamente la keffiyeh y nadie más pidió la palabra esa noche. Claras
directrices de la construcción se impartieron para el día siguiente, la fogata se apagó y todos
fueron a descansar. A la mañana siguiente con el Sol asomándose por entre las montañas,
cinco soldados se acercaron montados en esbeltos caballos, buscando a los hombres jóvenes y
fuertes para formar parte de la infantería. En silencio, el Maestro les indicó el sitio en el que
los Ayudantes y Aprendices realizaban sus labores. Los jinetes se acercaron a ellos y luego de
recibida la orden vio a sus obreros quitarse los mandiles, ajustarse sus prendas y marchar junto
a los soldados del Rey. Entre ellos, el joven cantero caminaba con dificultad en la arena, pero
erguido, enfrentando el presente y deseoso de continuar con su labor en el futuro.

Sebastián Báez

C:. M:.

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