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Acto Tercero

(Un aposento de la casa de Bautista. Entra Lucencio disfrazado de maestro, Hortensio disfrazado de
músico y Blanca, Lucencio le enseña a Blanca mientras Hortensio practica con el laúd)

LUCENCIO:

Hic ibat Simois, hic est Sigeia tellus,


Hic steterat Priami regia celsa senis.

BLANCA:

Traducid.

LUCENCIO:

Hic ibat, como ya os dije; Simois, yo soy Lucencio; hic est, el hijo de Vicencio de Pisa; Sigea tellus, me
disfracé así para conseguir vuestro amor; Hic steterat, y este Lucencio que os pretende; Priami, es mi
criado Tranio; celsa senis, para engañar mejor al viejo calzonazos.

HORTENSIO: (Acercándose)

Mi instrumento está a punto.

BLANCA:

Veamos como tocáis… (Hortensio trata de tocar) ¡Diablos con esta música…! El tono suena
discordante.

LUCENCIO:

Vete para allá y volvedlo a templar.

BLANCA:

Dejadme ahora que haga yo sola la traducción. Hic ibat Simois, yo no os conozco; hic est Sigeia tellus,
ni tengo confianza en vos; Hic steterat Priami, procurad que no nos escuchen; regia, no seáis
presumido; celsa senis, pero no os desaniméis.
Quizás algún día podre confiar en vos, pero ahora no me fio.

HORTENSIO:

Señora, ahora sí que lo tengo bien templado. (A Lucencio) Podríais ir a daros un paseo y dejarme solo
unos momentos; mis lecciones no son como la música de un terceto.

LUCENCIO:

¿Tan metódico sois señor? (A parte) Tengo que vigilarlo, porque para mí que este guapo músico está
enamorado. (Sale)

HORTENSIO:

Señora, antes que comencéis con el instrumento, aprenderemos las escalas.


Escala: yo soy la base fundamental de los acordes todos…,
A re, para defender la causa de Hortensio y de su amor…,
B mi, Blanca, de todos modos tómale por esposo…,
C fa uf, que te quiere de todo corazón como el mejor…,
D sol re, tengo dos notas y una clave…,
E la mi, para quererme, o que me mate.

BLANCA:

¿A eso le llamáis una escala? No tengo antojos como para cambiar las reglas buenas por tan
singulares innovaciones.

(Entra un criado)

CRIADO:

Señorita, vuestro padre os ruega que dejéis los libros y que subáis para ayudar a adornar la
habitación de vuestra para la boda de mañana.

BLANCA:

Adiós, mis buenos maestros; he de dejaros a los dos.


(Blanca y el criado salen por un lado, Hortensio y Lucencio sale por otro)

(A la puerta de la casa de Bautista. Están Bautista, Gremio, Tranio, Catalina, Blanca y Lucencio)

BAUTISTA:

Hoy es el día de la boda; sin embargo, todavía no sabemos nada de Petrucho. ¡Qué vergüenza para
nosotros!

CATALINA:

La vergüenza es solo para mí, y todo ocurre porque se me obliga a conceder mi mano a un demente
y maleducado, que pretende casarse según a él se le antoja. Ya os dije que es un loco furioso que se
fingía bruto y cortés para burlarse de nosotros. Ahora todo el mundo señalara a la pobre Catalina y
dirá, “¡Mirad!...esa es la mujer de Petrucho el loco, si a él le cuadra casarse con ella”. Yo solo quisiera
no haberle conocido nunca. (Sale llorando acompañada de Blanca)

(Entra Biondello)

BIONDELLO:

Señor, traigo noticias. Petrucho ha llegado con un sombrero nuevo y una chaqueta vieja y unos
calzones con tres remiendos. Calza unas botas que parecen que fueran cajas. Su espada vieja y
enmohecida que tiene el puño roto.

TRANIO:

Se habrá disfrazado así por algún raro capricho, ya que con frecuencia le gusta ir vestido de
pordiosero.

BAUTISTA:

Me alegro que venga; no importa cómo sea.

(Entran Petrucho y Gremio)

PETRUCHO:

A ver, ¿dónde están esos señores del cortejo?


BAUTISTA:

Bienvenido seáis, señor.

TRANIO:

No venís tan bien vestido como yo deseé que os presentarais.

PETRUCHO:

Todo habría ido mejor de no haber sido por la premura del tiempo. ¿Pero dónde está Cati? ¿Dónde
está mi amada novia? ¿Cómo se encuentra mi padre? Señores, parece que todos estéis tristes.

BAUTISTA:

Señor, ¿no recordáis que hoy es el día de vuestra boda? Primero, estábamos preocupados por
vuestra tardanza; ahora estamos enojados porque llegáis con ese mísero atuendo. ¡Qué asco!
Quitaos tales andrajos, que son indignos de la solemnidad del asunto que hoy celebramos.

PETRUCHO:

Más adelante, cuando tengamos tiempo, os explicare. Pero… ¿Dónde está mi Cati? Veo que se hace
esperar mucho, ya deberíamos estar en la iglesia.

TRANIO:

Pero vos no os podéis presentar así ante vuestra prometida. Venid y podéis escoger uno de mis
vestidos.

PETRUCHO:

¡Nada de eso! Es así como quiero que me vea.

PETRUCHO:

Pero que insensato soy al estar aquí charlando con vosotros, cuando mi deber es ir a dar los buenos
días a mi novia. (Sale)
TRANIO:

Sus motivos tendrá para vestirse como un adefesio.

BAUTISTA:

Voy detrás de él para ver cómo termina esto. (Sale seguido de Gremio y Biondello)

TRANIO: (A Lucencio)

Señor, si bien vuestro amor es cosa hecha, todavía falta el conocimiento de su padre. Y para
conseguirlo, es preciso encontrar un hombre al que le explicaremos el qué y el cómo de nuestro
asunto para que él haga el papel de Vicencio de Pisa, y que aquí en Padua ofrezca una cantidad
mucho mayor de la que yo ofrecí. De este modo, podréis casaros con la bella Blanca con el
consentimiento de su padre.

LUCENCIO:

Yo creo que lo mejor sería casarnos en secreto.

TRANIO:

Lo mejor es pensarlo con seso.

(Vuelve a aparecer Gremio)

¡Como, señor Gremio! ¿Venís de la iglesia?

GREMIO:

Sí, señor.

TRANIO:

¿Y los novios van ya para la casa?


GREMIO:

¿De la novia habláis? ¡La pobre…! Mejor diríais que va con un mozo de mulas, pero es un verdadero
demonio: pronto lo verá ella misma.

TRANIO:

¿Cómo? No es posible, porque ella si es una diablesa, una verdadera furia, la mujer del demonio.

GREMIO:

Ella es un cordero, un alma de dios a su lado. Voy a contaros lo sucedido. Cuando el cura le pregunto
si quería a Catalina como esposa, exclamo “¡Si, por los clavos de Cristo!...” Estupefacto, al sacerdote
se le cayó el libro, y cuando lo iba a recoger, el recién casado, como un loco, le dio un empellón, y
cura y libro rodaron por el suelo.

TRANIO:

¿Y qué dijo la joven?

GREMIO:

Ella no pudo decir una palabra; lloraba y se estremecía de miedo. Terminado lo principal de la
ceremonia, él pidió que le trajeran vino, exclamó “a salud de todos” y se bebió de un trago la copa
de vino. Después, al ver delante de él al sacristán, le hecho en la cara el vino que le quedaba en la
copa. Y después de esto, cogió a su mujer por el cuello y a beso en la boca, y como chascó el beso,
que se oyó en toda la iglesia. Al ver esto, me entro tal vergüenza que me he salido corriendo, y aquí
estoy.

(Entran Petrucho, Catalina, Bautista, Blanca y Hortensio)

PETRUCHO:

Doy las gracias a toda la amable compañía que ha venido a mi boda, y la rendición de mi persona a
esta dama, (señala a Catalina) que es la más virtuosa, dulce y paciente de las mujeres. Sin embargo,
mis asuntos me obligan a partir en seguida. Comed con mi padre, bebed a la salud mía, porque yo no
tengo más remedio que partir y dejaros. Adiós a todos.
CATALINA:

¿Y no podéis seguir con nosotros hasta después de la comida?

PETRUCHO:

Me agradan vuestras palabras; pero no puedo seguir aquí por más que me lo pidáis.

CATALINA:

Si me amarais os quedarías. Muy bien. Haced lo que os parezca. Hoy no estáis conmigo y mañana
tampoco. Podéis galopar mientras resistan vuestros caballos. En cuanto a mí, partiré cuando yo lo
apetezca. Y puesto que os conducís así desde el primer día, ninguna mejor ocasión para demostrar
vuestras groserías de marido.

PETRUCHO:

Calmaos, mi Cati. Por favor, no os enfadéis.

CATALINA:

¡Quiero enfadarme! ¿Qué os habéis creído? Tranquilizaos, padre, que él se queda aquí hasta que yo
lo diga.

PETRUCHO:

Celebrad con buen vino el fin de su doncellez; no importa que estéis alegres ni que hagáis locuras,
pero por lo que se refiere a mi buena Cati, ella ha de venir conmigo. (La coge como si quisiera
apartarlo de sus acompañantes) ¡No!, no hay por qué abrir así los ojos. Quiero ser dueño de lo que
es mío, y lo seré. (Salen)

BAUTISTA:

Amigos y vecino, si el novio y la novia se han marchado, no por esto nos ha de faltar la alegría…
Lucencio, vos ocupareis el lugar del novio, y tú, Blanca, siéntate en el sitio de tu hermana. Señores,
vamos a la mesa. (Todos salen)
Acto Cuarto

(En una sala de la casa de campo de Petrucho y Catalina. Entran los dos)

PETRUCHO:

¡Eh! ¿Dónde están estos muchachos? ¡Cómo! ¿No hay nadie en la puerta para recibirme?

CRIADOS:

Aquí, señor, aquí.

PETRUCHO:

“Aquí, señor, aquí”. Sois unos criados insolente y mal educado. ¿No ponéis atención a lo que os
digo? Vamos ya bellacos. Traedme pronto la cena. (Los criados salen) Sentaos, Cati, bienvenida, mi
Cati. (Gritando) ¡Que traigan la comida!

(Entran los criados con la cena)

Vamos mi dulce y buena Cati, alegraos. Tú, pícaro, sácame las botas.
Apártate mequetrefe, me tuerces el pie. (Golpea al criado) Toma y aprende a torcerme el otro.
Alegraos Cati. ¡Eh!, que traigan agua. (Entra un criado trayendo agua) ¿Dónde están mis zapatillas?
Venid, Cati y lavaos las manos. (Al criado se le cae la jofaina) Villano granujas: la has soltado adrede.
(Le golpea violentamente)

CATALINA:

Paciencia, os lo pido; lo ha hecho sin querer.

PETRUCHO:

Es un miserable orejudo, un estúpido insolente. Venid, Cati, sentaos. Sé que tiene el estómago vacío.
¿Qué es esto? ¿Carnero?

CRIADO:

Sí, señor.
PETRUCHO:

¡Esto está quemado! ¡Sois unos perros! ¡Villanos! ¿Cómo habéis tenido la audacia de traerme esto
que sabéis que no me gusta? (Arroja todo violentamente) ¡Imprudentes, esclavos, malcriados!
¿Todavía murmuráis? Esperad a que os ponga la mano encima. (Los criados salen precipitadamente)

CATALINA:

Por favor, esposo mío, no os enfadéis de este modo, os lo ruego.

PETRUCHO:

Os he de decir, Catalina, que todo estaba quemado, y el médico me prohibió comer tales platos.
Venid ahora; os voy a llevar a vuestra habitación de novia (Todos salen)

(Entran dos criados)

CRIADO 1:

___________, ¿has visto tu algunas vez nada que se le parezca?

CRIADO 2:
él lucha con ella valiéndose de sus propias armas.

CRIADO 1:

Y él, ¿dónde está?

CRIADO 2:

Ahora está en la habitación de la señora haciéndole un sermón sobre la continencia. Y se insolenta, y


grita, y blasfema de tal modo que la pobre señora no sabe dónde meterse, qué decir, ni qué hacer.
Vámonos en seguida, que ahí viene… (Salen precipitadamente)
PETRUCHO:

He comenzado mi reinado. Tengo a mi halcón fuera de si por el ayuno, y no conviene cebarlo hasta
que este amaestrado, de lo contrario, nunca obedecerá. También tengo otro medio para amansar a
mi fierecilla salvaje; he de vigilarla. Hoy ella no ha comido y tampoco comerá, la noche pasada no
durmió y tampoco dormirá hoy. Esta es la mejor manera de matar a una mujer, a fuerza de ternuras;
y así conseguiré dominar su mal humor.

(Salen todos)

(Padua. Ante la casa de Bautista. Entran Tranio vestido como Lucencio y Hortensio disfrazado de
Licio)

TRANIO:

No puedo creer, amigo Licio, que la señorita Blanca haya puesto los ojos en otro hombre que
Lucencio.

HORTENSIO:

Para que os convenzáis, observad como le da la lección. (Tranio y Hortensio se sitúan a un lado)

(Entran Blanca y Lucencio disfrazado de criado)

BLANCA:

Y vos, maestro, ¿qué leéis?

LUCENCIO:

Yo leo lo que siento: El arte de amar, del poeta de Ovidio.

BLANCA:

Mi deseo es que pronto podáis ser maestro en este arte.


LUCENCIO:

Esto quisiera ser yo, mi buena amiga, para probaros que vos sois la dama de mi corazón. (Dan unos
pasos como si pasearan)

HORTENSIO:

Y ahora, ¿qué me decís?

TRANIO:

Os lo confieso, Licio; esto es de verdad sorprendente.

HORTENSIO:

Ya no os he de engañar más. Yo no soy Licio, ni músico como aparento. Soy un hombre que no
quiere seguir con este disfraz. Me llamo Hortensio. Y he de decir que hago solemne promesa de no
galantear más a Blanca. Dejare de venerarla como tan locamente he hecho hasta ahora.

TRANIO:

Señor Hortensio, en más de una ocasión he oído hablar de vuestro amor por Blanca. Y yo también os
juro y prometo que no me casare con ella. ¡Qué vergüenza! Mirad con que descaro se le ofrece.

HORTENSIO:

Por lo que a mí respecta, dentro de tres días me casare con una viuda rica que hace mucho tiempo
que me quiere. Y no digo más, señor Lucencio, si no que mucha suerte. Me despido de vos, amigo
mío. (Sale)

(Lucencio y Blanca se acercan a Tranio)

TRANIO:

Señorita Blanca, pido a dios os conceda la felicidad de los amantes. Por mi parte y también por lo
que se refiere Hortensio, os he de decir que ambos hemos renunciado a vuestro amor.
LUCENCIO:

Si es así, nos hemos librado de Licio.

TRANIO:

Ahora la emprenderá con una viuda alegre, de la que piensa ser marido.

BLANCA:

Dios le de la felicidad.

TRANIO:

Con ese propósito se ha ido a la escuela de doma.

BLANCA:

¡Cómo! ¿Es que hay escuelas para domar mujeres?

TRANIO:

Las hay señorita, y Petrucho es el maestro.

(Entra Biondello)

BIONDELLO:
Señor, señor, por fin he encontrado un hombre y por su grave aspecto es muy apropiado para hacer
el papel de padre.

LUCENCIO:

¿Y qué le diremos, Tranio?


TRANIO:

Si cree la historia que le cuente, se dará por satisfecho de pasar por Vicencio, y será una garantía
para Bautista Minola, como si lo fuera de verdad. Llevaos a vuestro amor y dejadme solo a mí.
(Lucencio y Blanca se van)

(Entra el maestro)

MAESTRO:

Dios os guarde, señor.

TRANIO:

Y a vos, señor. ¡Bienvenido seáis! ¿Pensáis seguir vuestro camino o bien os quedáis aquí?

MAESTRO:

Señor, pienso permanecer aquí una o dos semanas, para proseguir después mi viaje y llegar a Roma.

TRANIO:

Decidme, os lo ruego, ¿de qué país sois?

MAESTRO:

De Mantua.

TRANIO:

¿De Mantua decís? ¡Oh, cielos: Dios no lo quiera! Venís a Padua, ¿y no tenéis miedo por vuestra
vida?

MAESTRO:

¿Mi vida, señor? Os suplico que habléis, pues parece que la cosa se pone seria.
TRANIO:

¿No sabéis que todo ciudadano de Mantua que venga a Padua tiene pena de muerte? Vuestros
barcos están detenidos en Venecia, y el duque ha publicado proclamado por todas partes esta pena.

MAESTRO:

¡Ay, señor!, esto aún acarrea mayores desgracias para mí.

TRANIO:

Señor, para ayudaros yo os daré un buen consejo. Decidme primero, ¿hacéis estado alguna vez en
Pisa?

MAESTRO:

Sí, señor, estuve en Pisa muchas veces.

TRANIO:

Y de sus habitantes, ¿conocéis a uno que se llama Vicencio?

MAESTRO:

He oído hablar de él. Es un mercader de gran fortuna.

TRANIO:

Pues es mi padre, y os parecéis mucho a él. A fin de ayudaros y salvar vuestra vida, haréis uso de uso
de su crédito. Solo os pido que os esforcéis en hacer vuestro papel del mejor modo posible. Podréis
estar en mi casa hasta el día que se hayan realizado los negocios que os han traído a esta ciudad.

MAESTRO:

¡Oh, señor!, os lo agradezco de todo corazón, y siempre os considerare como un protector de mi


vida y mi libertad.
TRANIO:

Pues venid conmigo para que podamos realizar lo que nos proponemos. Yo espero que mi padre
llegara de un día a otro para asistir a mi boda.

(Una habitación de la casa de Petrucho esta Catalina. Entra Petrucho con un plato de comida,
acompañado de Hortensio)

PETRUCHO:

¿Cómo estáis mi Cati? Parece que estáis triste.

HORTENSIO:

Señora, ¿Cómo estáis?

CATALINA:

Estoy de un humor de mil diablos.

PETRUCHO:

Es preciso que os mostréis jovial. Tomad, amor mío; para que veáis que no me olvido de vos. (Pone
el plato sobre la mesa) Yo creo, mi buena Cati, que esta atención merece una recompensa. ¡Cómo!
¿No decís nada? Ya veo que no os gusta. A ver, llevaos este plato.

CATALINA:

Por favor, os ruego que lo dejéis. Yo os doy gracias, y estoy agradecida.

HORTENSIO:

Pero Petrucho, ¡qué vergüenza! No la tratáis así. Venid señora; yo os acompañaré.


PETRUCHO:

(Le hace un ademan a Hortensio indicando que se relaje) Espero que os guste. Comed, comed, mi
Cati. Volveremos a casa de nuestro padre y lo festejaremos. Os pondréis vestidos de seda,
sombreros y todas aquellas cosas que adornan a una mujer. ¿Qué? ¿Habéis comido ya?

(Entra el sastre. Petrucho prosigue)

Podéis pasar, sastre; mostrad lo que traéis.

(Entra un mercero, Petrucho pregunta)

¿Qué nos traéis señor?

MERCERO:
El sombreo que vuestra señoría me encargo.

PETRUCHO:

Demonios, esto parece que lo han hecho con una vasija. Quitad, no es más que un plato de
terciopelo. Es feo y escandaloso, parece una mamarrachada sin gracia. Apartad esto de mi vista.

CATALINA:

A mí me gusta este; no quiero otro. Este está de moda; lo llevan las damas elegantes.

PETRUCHO:

Cuando sepáis ser gentil y agradecida, tendréis uno así. Mientras, os pasareis sin él.
¿Querrías ver el vestido? (Al sastre) Enseñádnoslo. ¡Por dios! ¿Qué es esto? Si es un disfraz horrible.
¿Y esto que es? ¿Una manga? Yo diría que es el tubo de un cañón pequeño. ¿Y esto? En nombre del
demonio, señor sastre, ¿Qué nombre le dais a esto?

SASTRE:

Me dijisteis, señor, que lo hiciera lo mejor posible.

CATALINA:

Nunca he visto un vestido mejor hecho. ¡Que corte, qué elegancia, que perfección!
PETRUCHO:

Lleváoslo y que vuestro maestro haga lo que quiera de él. (A parte Hortensio) Di que tú te encargaras
de pagarle. (Al sastre) Llevaos el vestido y no habléis más.

HORTENSIO:

Yo os pagare vuestro vestido. No os enfadéis por la dureza de sus palabras. Y saluda de mi parte a
vuestro maestro. (El sastre sale con la ropa)

HORTENSIO:

Venid, Cati; ahora nos vamos a casa de vuestro padre con estos mismos y honestos vestidos, porque
es el espíritu lo que enriquece el cuerpo. Mi buena Cati, no perdéis nada de vuestros encantos por
más que vistáis con sencillez. Alegraos Cati, que vamos a partir en seguida a casa de nuestro padre.
Ahora son las y podremos llegar a la hora de la comida.

CATALINA:

Me permito decir, señor, que casi son las dos y que será la hora de la cena cuando lleguemos.

PETRUCHO:

He dicho que serán las siete y no sé por qué todo lo que digo y hago, siempre estáis en mi contra.
Hoy no partimos, partiremos cuando a mí me plazca.

(Ante la casa de Bautista, entran Tranio vestido como Lucencio y el maestro disfrazado de Vicencio)

TRANIO:
No os olvidéis de comportaros con dignidad y como un padre.

(Entra Biondello)

¿Has cumplido el encargo que te di para Bautista?

BIONDELLO:

Si, le he dicho que vuestro padre está en Padua.

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