«Es precisamente esta hipótesis la de que ver supone una ver-
dad singular la que nos crea problemas. Aprendemos múltiples maneras de ajustar nuestras cámaras sin prestar demasiada atención a cómo ajustar la manera en la que vemos.»
Al final de un seminario para cientos de fotógrafos varios participantes
me invitaron a una cerveza. Unos cuantos me agradecieron la filosofía vi- sionaria que exprese, pero una persona parecía poco contenta. ¿Le habría ofendido? Tal vez fuera un ingeniero que se tomara personal- mente mi comentario de que los miembros de su profesión son más dados a sacar fotos técnicamente perfectas, pero poco inspiradas, porque les han enseñado a presentar los hechos sin emoción. Cuando traté de que hablara preguntándole por su fotografía, sus respuestas fueron anodinas. Tras un par de cervezas, se soltó la lengua: «Toda esa bazofia visio- naria sobre Einstein y Van Gogh no nos sirve de nada. Tus fotografías re- flejan tu estilo y las nuestras el nuestro. Ves el mundo de manera diferente porque siempre lo has hecho. Nos has dado unos cuantos consejos técni- cos, pero esa mandanga visionaria me ha entrado por un oído y salido por el otro. Seguiré haciendo el mismo tipo de fotos que siempre he he- cho». Esa noche, echado en la cama de mi hotel me pregunté si esa perso- na que dudaba, o cualquiera del resto de los participantes, mejoraría de verdad su manera de ver el mundo a través de la lente tras ingerir de mane- ra pasiva mi seminario. Mi esposa Bárbara expresó el mismo tipo de duda ante un proyecto de libro futuro sobre el que sigo trabajando. Tanto por don natural como por ósmosis, ella se ha convertido en fotógrafa visionaria a su manera, pe- ro duda que la ciencia cognitiva sobre la que he estado investigando tenga relevancia para el fotógrafo corriente. Ese futuro título: The Visionary Winderless, explorará en mas profun- didad que éste el mismo abismo cognitivo entre lo que ven el ojo y la cámara. Al principio compartí con Bárbara las dudas de que un mero co- nocimiento sobre las diferencias en la manera en la que imaginamos con la mente y con la película podrían ser de alguna ayuda a los fotógrafos, sobre todo por lo automática que es, aparentemente, nuestra percepción. Pe- ro seguí dándole vueltas al hecho de que es precisamente esta hipótesis - la de que ver supone una verdad singular - la que nos crea problemas. Aprendemos múltiples maneras de ajustar nuestras cámaras sin prestar demasiada atención a cómo ajustar la manera en la que vemos. Ver de manera visionaria va mucho más allá de limitarse a sentir y aceptar de manera inconsciente lo que hay ante nuestros ojos. Antes de dormirme, se me ocurrió una provocación que hubiera puesto los pelos de punta al incrédulo de mi seminario: Me he enterado de que hay un mono ciego que haría mejores fotos que una persona igual de ciega que siga negando un aspecto realmente visionario de la vista. Debería añadir que no estoy hablando de cualquier mono ciego, ni diría que los monos ciegos sacan mejores fotos que un ingeniero cualquiera. Mi compara- ción es más específica entre un mono ciego y esos pocos seres humanos que sufren de la rara dolencia conocida como ceguera cortical. Sus ojos funcionan, pero debido a un defecto cerebral no son conscientes de lo que ocurre en gran parte de su campo visual.
Para avanzar en un estudio que comenzó en Cambridge en la década
de los sesenta el neurofisiólogo Lawrence Weiskrantz, a una macaca rhesus llamada Helen se le extirpó por completo quirúrgicamente el córtex estria- do. Weiskrantz estudiaba un síndrome fascinante llamado agnosopsia en el que ciertas personas que carecen de consciencia de “ver” objetos ante sus ojos, pero sin embargo tienen una extraña alerta sensorial de los mismos, co- mo si se tratara de una percepción extrasensorial. Algnos seres humanos, cuándo se les fuerza a alcanzar algo que no ven, extienden de manera incons- ciente sus manos en la dirección adecuada y las abren lo necesario para aga- rrar el objeto en cuestión según se trate de un lápiz o un melón. Incluso des- pués de cientos de intentos con éxito, esos sujetos insisten en que “allí” no había nada que pudieran ver. De lo que se trata es que las personas con agnosopsia permanecen pasi- vas sobre su capacidad para sentir objetos que o pueden ver de manera cons- ciente en partes de su campo visual (del mismo modo que esos fotógrafos que no pueden “ver” fotos permanecen pasivos en lo referente a imaginar cómo se comparan sus resultados en película con lo que vieron ante sus ojos). La agnosopsia no impide actuar a un ser humano, pero la mayoría de quienes la padecen evitan hacer gestos no razonables hacia cosas no vistas y no valida- das por una alerta consciente. Los monos tienen menos inhibiciones porque su conciencia propia es menor. Cabría esperar que Helen pasara sus días acurrucada con miedo en un rincón de su jaulita, mutilada por el interés de la ciencia, pero funcionó mu- cho mejor que sus equivalentes humanos afectados por la agnosopsia. Nicho- las Humphrey, un estudiante graduado de Weiskrantz en los años sesenta, describe cómo “trabajé con ella durante siete años ... la engatusé y animé ... jugué con ella y la saqué a pasear por los jardines cercanos al laboratorio. Traté de persuadirla por todos los medios de que no era ciega ... Al final se podía mover con destreza por una habitación llena de obstáculos y recoger pasas del suelo. Incluso podía estirar un brazo y capturar una mosca al vuelo. Su visión en 3 dimensiones y su habilidad para discriminar entre objetos que diferían en tamaño y brillo se hizo casi perfecta ... Cuándo corría dentro de una habitación, parecía por lo general tan segura como cualquier mono nor- mal. Pero ante el menor contratiempo se hundía. Un ruido inesperado o la presencia de una persona extraña en la habitación eran suficientes para dejar- la en estado de ciega confusión. Era como si, tras todos esos años, continuara sin tener certeza de su propia capacidad y sólo pudiera ver si no se esforzaba demasiado en ver”. Para Humphrey, Helen era un eslabón entre un estudio que llevó a cabo durante toda su vida y que presentó en su libro de 1992: Una Historia de la Mente, la Evolución y el Nacimiento de la Conciencia. En él avanza que un motivo por el que ningún ser humano se ha acercado a la capacidad de Helen para funcionar con agnosopsia es que los humanos tienen tal consciencia de si mismo que no quieren parecer tontos estirando el brazo para llegar a cosas que no pueden ver o a tratar de moverse deprisa entre ellas. Como bromea Humphrey, “El ridículo es una emoción de la que los monos probablemente carezcan”. Cualquiera que haya estado en un zoo sabe que los monos adoptan actitudes que a los seres humanos jamás se les ocurriría adoptar en público. Los monos aprenden turcos con facilidad porque actúan más por impul- so que por procesos conscientes. Por eso la historia de un mono ciego y un hombre ciego que reciben información visual sin ser conscientes de ello su- pone una parábola de las diferencias entre fotógrafos que actúan por impulso para expresar sobre película escenas de manera emocional y aquéllos que nunca van más allá de tratar de reproducir lo que creen que tienen ante sus ojos. Las grandes fotografías combinan normalmente un cierto grado de inexplicable intuición visual que procesa estímulos de manera ascendente y la firme base de un simbolismo directo de lo que aparece de verdad en ellas y va de más a menos. La sabiduría popular dice que sólo el ser humano tiene capacidad para el simbolismo, el lenguaje y para sacar sentido a formas plasmadas sobre un papel que representan otra cosa, como ocurre con las fotografías y las pintu- ras. No es casualidad que dos de los únicos simios de los que se sabe que han podido hacer dibujos que representen algo, el chimpancé Moja y el gorila Koko, fueran adiestrados en el lenguaje de los signos y por tanto tuvieran conexiones mentales desde pequeños y de alguna manera, reorganizado su sistema de signos. De hecho, Koko alcanzó un éxito como fotógrafo con un autorretrato que se convirtió en portada de National Geographic. Me río al imaginar lo que me hubiera dicho ese incrédulo de mi semina- rio si yo hubiera sacado el tema del éxito de Koko: “La foto en realidad no es tan buena. Se trata de algo así como de una acción positiva; la eligieron por- que la hizo un mono. Si la hubiera sacado yo, jamás la habrían usado”. En los sesenta, durante un experimento de psicología, a una serie de in- dividuos se les mostraron pinturas hechas por un niño, un chimpancé y dos estudiantes de arte. No se les dio información acerca de los artistas. Quienes los vieron prefirieron sin lugar a dudas los dibujos que había hecho el chim- pancé antes que los del niño y los artistas adultos. Por muy divertido que pa- rezca, eso indica que los chimpancés son capaces de crear un arte primitivo que evoca una respuesta común en la experiencia humana. El arte humano comienza a fallar cuando no busca su respuesta emocional central sino los es- tériles polos opuestos de un ejercicio puramente mental o un objeto dado con el mínimo de interpretación, como ocurre en la mayoría de las fotos de natu- raleza que nos dejan con la sensación de que “eso no me dice nada”. Al igual que la mona Helen se benefició de la exploración de un mundo intuitivo que no podía ver, también pueden hacerlo los fotógrafos que buscan resultados más allá de lo que pueden observar directamente,, En definitiva una fotografía que aspira a ser creativa requiere aprender a cerrar la grieta que hay entre la destreza técnica del ingeniero y la intuición inconsciente del mono ciego
10. Freud, S. (1987_1933) Conferencias 5,6 y 7, Revisión de la teoría de los sueños, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, OC, T. XXII, Buenos Aires, Amorrortu.