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Originado del Asia central, el cannabis pudo haber sido cultivado hace ya 10.000 años.
Podemos afirmar con seguridad que se cultivaba en China en el 4000 a. de C. y en Turkestán en
el 3000 a. de C. Ha sido utilizado durante mucho tiempo como medicina en India, China, Medio
Oriente, Sudeste de Asia, Sudáfrica y Sudamérica. La primera prueba del uso medicinal del
cannabis es un herbario publicado durante el reinado del emperador chino Chen Nung hace
5.000 años. El cannabis era recomendado para la malaria, el estreñimiento, los dolores
reumáticos, las “distracciones” y los trastornos femeninos. Otro herbario chino recomendaba
una mezcla de cáñamo, resina y vino como analgésico para la cirugía. En la India el cannabis ha
sido recomendado para estimular la mente, bajar la fiebre, inducir el sueño, curar la disentería,
estimular el apetito, facilitar la digestión, quitar los dolores de cabeza y curar las enfermedades
venéreas. En África fue usado pan la disentería, la malaria y otras fiebres. En ciertas tribus se
tratan actualmente las picaduras de serpiente con cáñamo o se fuma antes del parto. El
cáñamo fue también señalado como remedio por Galeno y otros médicos de la era clásica y
helenística, y fue altamente valorado en la Europa medieval. El pastor inglés Robert Burton, en
su famosa obra The Anatomy of Melancholy, publicada en 1621, sugería el uso del cannabis en
el tratamiento de la depresión. El New English Dispensatory de 1764 recomendaba la
aplicación de raíz de cáñamo sobre la piel para la inflamación, un remedio que era ya popular
en la Europa oriental. El Edinburgh New Dispensary de 1794 incluía una larga descripción de los
efectos del cáñamo y afirmaba que el aceite era utilizado para el tratamiento de la tos, las
enfermedades venéreas y la incontinencia urinaria. Algunos años más tarde, Nicholas Culpeper
resumía todos los motivos por los que el cannabis en considerado útil desde el punto de vista
médico.
Pero el cannabis no hizo valer sus méritos en Occidente como medicina hasta
mediados del siglo XIX. Durante su apogeo, de 1840 a 1900, encontramos en la bibliografía
médica de Occidente más de un centenar de documentos que lo recomiendan para diversas
enfermedades y desarreglos4. Casi podría decirse que los médicos de hace un siglo sabían más
del cannabis, y desde luego estaban más interesados en investigar su potencial terapéutico,
que los médicos contemporáneos.
El primer médico occidental en interesarse por el cannabis como medicina fue W.B.
O’Shaughnessey, un joven profesor del Colegio Médico de Calcuta que había observado su
utilización en la India. Dio cannabis a varios animales, se convenció de que era seguro, y
comenzó a usarlo con pacientes de rabia, reumatismo, epilepsia y tétanos. En un informe
publicado en 1839, afirmaba haber descubierto que la tintura de cáñamo (solución de cannabis
en alcohol, ingerida oralmente) era un analgésico efectivo. Estaba también impresionado por
sus propiedades para la relajación muscular y lo calificaba de “remedio anticonvulsivo del
máximo valor”3.
No estoy elogiando aquí al cáñamo indio corno especifico. A veces fallará. Como ocurre
con las otras drogas. Pero los numerosos casos en los que actúa bien le dan derecho a una
amplia y duradera confianza15.
Como Mattison señalaba, el uso médico del cannabis estaba ya en declive en 1890. La
fuerza de los preparados de cannabis era demasiado variable, y las respuestas individuales al
cannabis ingerido oralmente parecían desiguales e imprevisibles. Otra razón para el desdén
por la investigación de las propiedades analgésicas del cannabis era el gran incremento en el
uso de opiáceos después de que la invención de la jeringuilla hipodérmica hacia 1850
permitiese la inyección de drogas solubles para un rápido alivio del dolor. Los productos del
cáñamo son insolubles en agua y en consecuencia no pueden ser fácilmente administrados por
inyección. Hacia finales del siglo XIX, el desarrollo de drogas sintéticas como la aspirina, el
hidrato de cloral y los barbitúricos, que son químicamente más estables que el Cannabis indica
y por consiguiente más fiables, aceleró la decadencia del cannabis como medicina. Pero las
nuevas drogas tenían importantes desventajas. De quinientas a mil personas mueren cada año
en Estados Unidos por hemorragias inducidas por la aspirina, y los barbitúricos, claro está, son
mucho más peligrosos todavía. Se podía haber esperado de los médicos que buscaban mejores
analgésicos e hipnóticos que hubieran vuelto a las sustancias cannabinoides, especialmente
después de 1940, cuando se hizo posible estudiar a los congéneres (parientes químicos) del
THC que podían tener efectos más estables y específicos.
Pero la Ley de Impuestos a la Marihuana de 1937 impidió cualquier experimentación.
Esta ley fue la culminación de una campaña organizada por la Oficina Federal de Narcóticos,
con Harry Anslinger a su cabeza, merced a la cual el público fue inducido a pensar que la
marihuana creaba adicción y era causa de crímenes violentos, psicosis y deterioro mental. La
película Reefer Madness, elaborada como parte de la campaña de Anslinger, puede resultar
chistosa en los complicados tiempos que ahora corren, pero fue contemplada entonces como
un serio intento de dar al asunto el tratamiento de problema social, y la atmósfera y las
actitudes que ejemplificó y promovió continúan influyendo en la cultura norteamericana
actual.
Una lectura de las audiencias en las que el proyecto de ley fue examinado por el House
Ways and Means Committee antes de su aprobación, muestra la escasez de datos que
sustentaban la idea de que la marihuana era dañina y la gran cantidad de histeria que rodeó el
tema. El único testigo disidente fue W.C. Woodward, abogado y médico que actuaba como
consejero legislativo de la American Medical Association. Apoyaba los objetivos del Congreso,
pero abogaba por una legislación menos restrictiva sobre la base de que futuros investigadores
podían descubrir importantes usos médicos del cannabis. En relación con la “adicción” a la
marihuana, Woodward comentó:
Los periódicos han llamado la atención sobre este punto con tanta insistencia que
debe haber alguna base para sus afirmaciones. Me ha sorprendido, sin embargo, que los
hechos sobre los que dichas afirmaciones se han basado no se hayan traído ante este comité en
calidad de pruebas. Se nos remite a publicaciones de periódicos en lo que concierne al
predominio de la adicción a la marihuana. Se nos dice que el uso de la marihuana es causa de
criminalidad.
Pero hasta ahora ninguna prueba ha sido presentada por la Oficina de Prisiones para
determinar el número de presos adictos a la marihuana Una investigación informal muestra que
la Oficina de Prisiones no tiene pruebas sobre este punto.
Se ha dicho que los niños en edad escolar son grandes consumidores de cigarrillos de
marihuana. Nadie ha sido convocado por la Oficina del Niño para poner de manifiesto la
naturaleza y extensión del hábito entre la infancia.
Informes de la Oficina del Niño muestran que no han tenido motivos para investigar y
no conocen nada particularmente significativo al respecto.
Los informes de la Oficina de Educación —y ahí sin duda deberían saber algo sobre la
extensión del hábito entre los niños del condado en edad escolar, si es que el hábito existiera—
indican que no han tenido motivos para investigar nada sobre el tema 16.
Woodward: Si hubiera una ley que terminara radicalmente con la situación, quizás eso
podría ser cierto, pero cuando la ley contiene simplemente disposiciones que imponen un gasto
inútil, y no consigue los resultados...
Dingell: La profesión médica debería hacer todo lo posible para ayudar a suprimir esta
maldición que está devorando los fundamentos de la nación.
Woodward: Lo hace.
Dingell: ¿Está usted resentido porque no fue consultado en la redacción del proyecto?
18
Al determinar lo que “el uso médico corrientemente aceptado” significa para fines
legales, el juez Young estaba adoptando el punto de vista de los solicitantes y rechazando el de
la DEA, cuyos criterios eran producto de una previa recusación legal de la droga 3,4-
metilenedioximetanfetamina (MDMA). En 1984 la DEA colocó esta droga, hasta entonces no
programada, en el Programa I. Esta decisión fue discutida por un grupo de médicos y otras
personas que creían que la MDMA tenía potencial terapéutico. Después de largas audiencias,
el juez de derecho administrativo rechazó la propuesta de la DEA que afirmaba que la MDMA
no tenía uso reconocido en tratamiento médico en Estados Unidos, y dio la razón a quienes
pretendían que debía ser colocada en el Programa III y no en el Programa I. El administrador
de la DEA rechazó esta recomendación. La parte contraria, es decir, los médicos, apelaron al
Tribunal de Apelación de Primera Instancia, que decidió en su favor, considerando que el
criterio de la DEA para “uso aceptado en tratamiento médico en Estados Unidos” para la
aprobación oficial para la venta por la Food and Drug Administration (FDA), era inaceptable
según los términos de la Ley de Substancias Controladas 21.
El administrador de la DEA respondió con este nuevo criterio para el uso médico
reconocido de una droga: 1) conocimiento de su composición química científicamente
determinada y reconocida; 2) conocimiento científico de su toxicología y farmacología en
animales; 3) efectividad en seres humanos establecida a través de procesos clínicos
científicamente programados; 4) disponibilidad general de la sustancia e información sobre su
uso; 5) reconocimiento de su uso clínico en la farmacopea generalmente aceptada, en
referencias médicas, publicaciones o tratados; 6) indicaciones específicas para el tratamiento
de desórdenes reconocidos; 7) reconocimiento de su uso por organizaciones o asociaciones de
médicos; y 8) reconocimiento y uso por parte de un sector importante de médicos en Estados
Unidos. Estos fueron los criterios rechazados por el juez Young en su decisión sobre la
marihuana.
A pesar del obstruccionismo del gobierno federal, unos pocos pacientes han podido
obtener marihuana legalmente para fines terapéuticos. Los gobiernos de los diversos estados
comienzan a responder de forma limitada a la presión de los pacientes y médicos en los años
setenta. En 1978, Nuevo Méjico promulgó la primera ley para hacer disponible la marihuana
para uso médico. Treinta y tres estados habían hecho lo mismo a finales de los setenta y
principios de los ochenta 24. En 1992, Massachusetts se convirtió en el trigésimo quinto estado
en promulgar tal legislación, y Missouri en el trigésimo sexto en 1994.
Pero las leyes tuvieron dificultades para hacerse efectivas. Puesto que la marihuana no
está reconocida como medicina por ley federal, los estados sólo pueden repartirla
estableciendo programas de investigación oficial y consiguiendo la aprobación de la FDA para
una solicitud IND (Investigación de una nueva droga). Muchos estados abandonaron tan
pronto como los funcionarios que estaban a cargo de los programas se enfrentaron a la
pesadilla reguladora de las leyes federales pertinentes. Sin embargo, entre 1978 y 1984,
diecisiete estados recibieron permiso para establecer programas para el uso de la marihuana
en el tratamiento del glaucoma y la náusea producida por la quimioterapia para el cáncer.
Todos estos programas han caído en el olvido debido a los numerosos problemas que
implicaban.
Tenemos el caso de Louisiana, donde, en 1978, fue aprobada una ley que establecía un
programa para que una Junta para la Prescripción de la Marihuana analizara y aprobara las
peticiones de los médicos para tratar pacientes con cannabis. La Junta habría preferido un
procedimiento simple en el que las decisiones médicas fueran confiadas a los médicos, pero
los organismos federales no proporcionaban cannabis sin un IND. Esto requería una enorme
cantidad de papeleo y convertía el programa en algo intolerablemente engorroso. La Junta,
por consiguiente, decidió utilizar un programa aprobado de investigación promovido por el
National Cancer Institute que estaba limitado a pacientes de cáncer y operaba sólo con THC
sintético. La marihuana no estaba legalmente disponible para ningún paciente de Louisiana.
Con estas limitaciones, el programa se mostró ineficaz. Los pacientes se sintieron obligados a
usar cannabis ilegal, y al menos uno de ellos fue detenido 25.
Sólo diez estados establecieron finalmente programas en los que el cannabis era
utilizado como medicina. Nuevo Méjico fue el primero en hacerlo y el que consiguió mejores
resultados, debido en gran medida a los esfuerzos de un joven paciente, enfermo de cáncer,
Lynn Pierson. En 1978 la legislatura del estado promulgó una ley que permitía a los médicos
recetar marihuana a los pacientes que sufrían náuseas y vómitos a causa de la quimioterapia
contra el cáncer. La ley fue más tarde modificada para ajustarse a las regulaciones federales
IND que exigen un programa de investigación. Una considerable fricción surgió de inmediato
entre la FDA y los encargados del programa de Nuevo Méjico. La FDA pidió estudios con
placebos (sustancias inactivas) como controles; los médicos del programa de Nuevo Méjico
querían proporcionar los cuidados necesarios a sus pacientes enfermos. La FDA quería
proceder despacio; las actitudes de los médicos reflejaban la urgencia de las necesidades de
sus pacientes. Finalmente se llegó a un compromiso. Los pacientes serían asignados al azar a
tratamientos con cigarrillos de marihuana o cápsulas de THC sintético. Pero los prolongados
aplazamientos llevaron a pensar a los funcionarios de Nuevo Méjico que la FDA no estaba
actuando de buena fe, y las tensiones se incrementaron. En un cierto momento, los
funcionarios estatales pensaron incluso en la posibilidad de utilizar marihuana confiscada, y se
consultó al jefe de la policía de carreteras del estado si podría proporcionarla.
En agosto de 1978, Lynn Pierson, que había hecho un esfuerzo heroico por establecer
un programa humanitario, murió de cáncer sin siquiera haber recibido marihuana legal.
Entonces la FDA aprobó el IND de Nuevo Méjico, para rescindir la aprobación pocas semanas
más tarde, cuando la indignación pública que acompañó a la muerte de Pierson se había
acallado. Entonces los funcionarios de Nuevo Méjico convocaron una conferencia de prensa
para condenar a los funcionarios federales por “conducta antiética e inmoral”. Finalmente, en
noviembre de 1978, el programa fue aprobado; se prometió la entrega de una cierta cantidad
de marihuana en el plazo de un mes, aunque no fue distribuida hasta dos meses después.
Un informe del Departamento de Salud del estado de Nueva York sobre el uso
terapéutico del cannabis se preguntaba por qué no se habían inscrito más pacientes y más
médicos en el programa de Nueva York. Se respondía con varias razones. Primero los médicos
eran escépticos a causa de su preparación y experiencia limitada. Segundo, los obstáculos
burocráticos eran enormes. Como dice el informe, “farmacéuticos y administradores del
hospital se lamentan sobre el papeleo y la complicación de los procedimientos. Los médicos se
quejan de lo engorroso de los informes y los requerimientos de la solicitud. Al menos dieciséis
médicos han investigado la viabilidad de la marihuana, pero han optado por no inscribirse en el
programa a causa de la gran cantidad de dificultades burocráticas que intuían”. Una tercera
posibilidad era que muchos pacientes y médicos hubieran decidido que era más fácil conseguir
marihuana de buena calidad en la calle 27.
Pero alguien los denunció. El 29 de marzo de 1990, diez agentes armados de la policía
antidroga derribaron la puerta de su caravana, pusieron una pistola en la cabeza de Barbra
Jenks, y se apoderaron de las pruebas del crimen, dos pequeñas plantas de marihuana que
estaban cultivando, pues no podían pagar el precio que la droga alcanzaba en la calle. El cultivo
de marihuana es un delito grave en Florida, los Jenks se enfrentaban a cinco años de cárcel. En
el proceso, ultimado en julio, los Jenks utilizaron en su defensa el argumento de la necesidad
médica, que raramente tiene éxito. El juez lo rechazó y declaró culpables a los Jenks, aunque
no les impuso un castigo efectivo. La condena fue más tarde revocada por un tribunal superior
que admitió el argumento de la necesidad médica.
El caso tuvo amplia difusión a nivel nacional y los Jenks pudieron obtener el IND
humanitario. Ahora la FDA está inundada por nuevas peticiones de enfermos de sida. El
número de IND humanitario subió de cinco a treinta y cuatro en un año. A principios de junio
de 1991, Herberet D. Kleber, director de la Organización Nacional Para el Control de la Droga,
aseguró en un programa de televisión que cualquiera que tuviera necesidad médica legítima
de marihuana podría conseguir un IND humanitario. Pero pocas semanas más tarde, el 21 de
junio, James O. Mason, jefe del Servicio de Salud Pública anunció que el programa sería
suspendido porque ello socavaba la oposición de la Administración al uso de drogas ilegales.
“Si el Servicio de Salud Pública empieza a dar marihuana a la gente, hay quienes van a pensar
que eso de la droga no puede estar tan mal”, dijo Mason. Esto da una idea equivocada. No
quiero actuar así si no hay otra forma de ayudar a esas personas... Pero no hay la más mínima
evidencia de que fumar marihuana ayude a los enfermos de sida”. Desde entonces, no han
sido concedidos nuevos IND humanitarios, a pesar de los cientos de solicitudes presentadas.
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22. “Marijuana Scheduling Petition, Denial of Petition”, Federal Register 54, n.° 249 (29 de
diciembre de 1988), 53784.
23. U.S. Court of Appeals, District of Columbia Circuit, certificado 90-1.019, “Petition for
Review of Orders of the DEA”, 26 de abril de 1991, 9.
24. Alabama, Alaska, Arizona, Arkansas, California, Colorado, Connecticut, Florida, Georgia,
Illinois, lowa, Louisiana, Maine, Michigan, Minnesota, Montana, Nevada, Nueva Hampshire,
Nueva Jersey, Nuevo Méjico, Nueva York, Carolina del Norte, Ohio. Oklahoma, Oregón, Rhode
Island, Carolina del Sur, Tennessee, Tejas, Vermont, Virginia. Washington, Virginia occidental y
Wisconsin.
25. DEA, “Marijuana Rescheduling Petition”, certificado 86-22, cit., declaración de Philip Jobe.
27. Annual Report to the Governor and Legislature on the Antonio G. Olivieri Controlled
Substances Therapeutic Research Program, Departamento de Salud del estado de Nueva York,
1 de septiembre de 1982.