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HISTORIA DEL CANNABIS1

La marihuana, cannabis o cáñamo es una de las plantas psicoactivas conocidas por la


humanidad desde hace más tiempo. Botánicamente está clasificada como integrante de la
familia Cannabaceae y el género Cannabis. La mayor parte de los botánicos está de acuerdo en
diferenciar tres especies: la Cannabis sativa, la más difundida de las tres, es alta, larguirucha y
con ramificaciones bastante separadas, llegando a adquirir una altura de hasta unos veinte
pies; la Cannabis indica es más baja, mide aproximadamente unos tres o cuatro pies de altura,
tiene forma piramidal y está densamente ramificada la Cannabis ruderalis tiene
aproximadamente dos pies de altura con pocas ramificaciones o sin ellas. Estas especies
presentan también ciertas diferencias en las hojas, el tallo y la resma. Según una clasificación
alternativa, el género tendría sólo una especie muy variable, Cannabis sativa, con dos
subespecies, sativa e indita. La primera, más septentrional, produce mis fibra y aceite; la
segunda, más meridional, produce mayor cantidad de resina tóxica.

El cannabis se ha convertido en una de las plantas más difundidas y diversificadas.


Crece, ya sea de forma silvestre o como planta cultivada, por todo el mundo en una gran
variedad de climas y suelos. La fibra ha sido utilizada para fabricación de tela y papel durante
siglos y ha sido la más importante fuente de materia prima para la fabricación de cuerdas
hasta el desarrollo de las fibras sintéticas. Las semillas (o, estrictamente hablando, los
aquenios, frutos pequeños y duros) han sido utilizados como comida de pájaros y a veces
como comida humana. El aceite contenido en las semillas fue utilizado antiguamente para
iluminación y fabricación de jabón y es ahora utilizado en ocasiones en la manufactura de
barnices, linóleo y pinturas.

Los componentes químicos responsables de los efectos tóxicos y medicinales se


encuentran principalmente en una resina dorada y pegajosa exudada por las flores de las
plantas femeninas. La función de la resina es servir de protección contra el calor y preservar de
la humedad durante la reproducción. Las plantas con mayor cantidad de resina son, en
consecuencia, las que crecen en regiones cálidas como Méjico, Oriente Medio y la India.
Cuando el proceso reproductivo ha terminado y los frutos están completamente maduros, no
se secreta más resina.

Los preparados de cannabis utilizados en la India se emplean con frecuencia como


patrón popular de potencia. Estos preparados son de tres clases: conocidos como bhang,
ganja y charas. El preparado menos potente y más barato, bhang, se obtiene por trituración de
hojas, semillas y tallos secos. la ganja se obtiene de las extremidades florales de las plantas
femeninas cultivadas y es dos o tres veces más fuerte que el bhang; la diferencia es semejante
a la que pueda haber entre la cerveza y un buen whisky escocés. Charas es la resina pura,
conocida también como hachís en Oriente Medio. Cualquiera de estos preparados puede ser
fumado, comido o mezclado en las bebidas. La marihuana utilizada en Estados Unidos es
equivalente al bhang o, cada vez más en los últimos años, a la ganja.

La planta de marihuana contiene más de 460 componentes conocidos, de los cuales


más de 60 tienen la estructura carbono-21 típica de los cannabinoides. El único cannabinoide
que es altamente psicoactivo y a la vez se encuentra presente en gran cantidad, habitualmente
entre 1 y 5 % de peso, es (-)(3,4-trans-delta-1-tetrahidro cannabinol), también conocido como
delta-1-THC, delta-9-THC, o simplemente THC. Algunos otros tetrahidrocannabinoles son
aproximadamente tan potentes como el delta-9-THC, pero sólo están presentes en unas pocas
variedades de cannabis y en cantidades mucho menores. Un número de congéneres sintéticos
(parientes químicos) del THC han sido desarrollados con nombres como synhexyl, nabilone y
levonatradol. Los otros dos tipos fundamentales de cannabinoide son los cannabidioles y los
cannabinoles. Parece que la planta produce primero los cannabidioles, ligeramente activos,
que se convierten en tetrahidrocannabinoles y posteriormente en cannabinoles relativamente
inactivos cuando la planta madura.

El reciente descubrimiento de receptores nerviosos en el cerebro estimulados por el


THC (y la clonación del gen que da origen a esos receptores) indica que el cuerpo produce su
propia versión de la sustancia. Los receptores se encuentran fundamentalmente en la corteza
cerebral, que gobierna el pensamiento superior, y en el hipocampo, donde está localizada la
memoria2.

Originado del Asia central, el cannabis pudo haber sido cultivado hace ya 10.000 años.
Podemos afirmar con seguridad que se cultivaba en China en el 4000 a. de C. y en Turkestán en
el 3000 a. de C. Ha sido utilizado durante mucho tiempo como medicina en India, China, Medio
Oriente, Sudeste de Asia, Sudáfrica y Sudamérica. La primera prueba del uso medicinal del
cannabis es un herbario publicado durante el reinado del emperador chino Chen Nung hace
5.000 años. El cannabis era recomendado para la malaria, el estreñimiento, los dolores
reumáticos, las “distracciones” y los trastornos femeninos. Otro herbario chino recomendaba
una mezcla de cáñamo, resina y vino como analgésico para la cirugía. En la India el cannabis ha
sido recomendado para estimular la mente, bajar la fiebre, inducir el sueño, curar la disentería,
estimular el apetito, facilitar la digestión, quitar los dolores de cabeza y curar las enfermedades
venéreas. En África fue usado pan la disentería, la malaria y otras fiebres. En ciertas tribus se
tratan actualmente las picaduras de serpiente con cáñamo o se fuma antes del parto. El
cáñamo fue también señalado como remedio por Galeno y otros médicos de la era clásica y
helenística, y fue altamente valorado en la Europa medieval. El pastor inglés Robert Burton, en
su famosa obra The Anatomy of Melancholy, publicada en 1621, sugería el uso del cannabis en
el tratamiento de la depresión. El New English Dispensatory de 1764 recomendaba la
aplicación de raíz de cáñamo sobre la piel para la inflamación, un remedio que era ya popular
en la Europa oriental. El Edinburgh New Dispensary de 1794 incluía una larga descripción de los
efectos del cáñamo y afirmaba que el aceite era utilizado para el tratamiento de la tos, las
enfermedades venéreas y la incontinencia urinaria. Algunos años más tarde, Nicholas Culpeper
resumía todos los motivos por los que el cannabis en considerado útil desde el punto de vista
médico.

Pero el cannabis no hizo valer sus méritos en Occidente como medicina hasta
mediados del siglo XIX. Durante su apogeo, de 1840 a 1900, encontramos en la bibliografía
médica de Occidente más de un centenar de documentos que lo recomiendan para diversas
enfermedades y desarreglos4. Casi podría decirse que los médicos de hace un siglo sabían más
del cannabis, y desde luego estaban más interesados en investigar su potencial terapéutico,
que los médicos contemporáneos.

El primer médico occidental en interesarse por el cannabis como medicina fue W.B.
O’Shaughnessey, un joven profesor del Colegio Médico de Calcuta que había observado su
utilización en la India. Dio cannabis a varios animales, se convenció de que era seguro, y
comenzó a usarlo con pacientes de rabia, reumatismo, epilepsia y tétanos. En un informe
publicado en 1839, afirmaba haber descubierto que la tintura de cáñamo (solución de cannabis
en alcohol, ingerida oralmente) era un analgésico efectivo. Estaba también impresionado por
sus propiedades para la relajación muscular y lo calificaba de “remedio anticonvulsivo del
máximo valor”3.

O’Shaughnessey regresó a Inglaterra en 1842 y proporcionó cannabis a los


farmacéuticos. Médicos de Europa y de Estados Unidos comenzaron enseguida a recetarlo
para diversos desarreglos físicos. El cannabis, que fue incluso recetado a la reina Victoria por el
médico de la corte, figuraba en el United States Dispensatory (con la advertencia de que en
amplias dosis era peligroso, por ser un poderoso “narcótico”). Las preparaciones comerciales
de cannabis podían comprarse en las farmacias. Algunos farmacéuticos llevaron 5 kilogramos o
más de hachís a la Exposición del Centenario de 1876 en Filadelfia 5.

Mientras tanto, informes sobre el cannabis se acumulaban en la literatura médica. En


1860 el doctor R.R. M’Meens informó de los descubrimientos del Committee on Cannabis
Indica a la Sociedad Médica del estado de Ohio 6. Tras el reconocimiento de su deuda con
O'Shaughnessey, M’Meens enumeró los síntomas y las circunstancias por las que el cáñamo
indio era considerado de utilidad, incluyendo tétanos, neuralgias, dismenorrea (menstruación
dolorosa), convulsiones, dolores reumáticos y de parto, asma, psicosis postparto, gonorrea y
bronquitis crónica. Como hipnótico (droga inductora del sueño) lo comparó al opio: “Sus
efectos son menos intensos, y las secreciones no son suprimidas en tan alto grado. La digestión
no sufre perturbaciones; el apetito más bien se acrecienta... El efecto global del cáñamo,
siendo menos violento y produciendo un sueño más natural, sin interferir en las acciones de
los órganos internos, es sin duda preferible en muchas ocasiones al del opio, aunque no sea
igual a esta droga en fuerza y fiabilidad”. Como O'Shaughnessey, M'Meens subrayó la notable
capacidad del cannabis para estimular el apetito.

El interés persistió en la siguiente generación. En 1887, H.A. Hare recomendó el


cáñamo por su capacidad para atenuar la inquietud y la ansiedad y distraer mentalmente a los
enfermos terminales. Sobre un caso relativo a esta situación escribía: “El paciente, cuyo
síntoma más doloroso había sido la agitación mental, pudo sentirse más feliz e incluso
alegren”8. Pensaba que el cannabis era tan eficaz para suprimir el dolor como el opio:
“Mientras esta notable droga está suprimiendo el dolor, se manifiesta en ocasiones un curioso
estado psíquico; a saber, que la disminución del dolor parece deberse a un desvanecimiento
en la distancia, de modo que el dolor es cada vez menor, lo mismo que el dolor en un oído
delicado decrece cuando el tambor se aleja cada vez más hasta salir fuera del campo de
audición8”. Hare señalaba también que el cáñamo es un excelente anestésico tópico,
especialmente para las membranas de la boca y la lengua, propiedad bien conocida por los
dentistas en el siglo XIX.

En 1890, un médico británico llamado J.R. Reynolds, resumía treinta años de


experiencia con Cannabis indica, recomendándolo para pacientes con “insomnio senil” y
afirmando que “en casos de este tipo no he encontrado nada que sea de utilidad comparable a
una moderada dosis de cáñamo indio”. Según Reynolds, el cáñamo sigue siendo efectivo
durante meses e incluso años sin necesidad de aumentar la dosis. Lo consideraba también
eficaz en el tratamiento de varías formas de neuralgia, incluyendo el tic doloroso (un doloroso
desorden neurológico facial), y añadió que era útil para prevenir los ataques de jaqueca:
“Muchas víctimas de esta enfermedad han mantenido su sufrimiento en suspenso durante
años tomando cáñamo en el momento en que el ataque amenaza o está en sus comienzos”.
También lo encontró útil para varias clases de epilepsia, depresión y a veces asma y
dismenorrea10.
En 1891, el doctor J.B. Mattison, instando a los médicos a continuar utilizando el
cáñamo, decía que era “una droga con especial valor en cienos estados mórbidos y que su
mérito intrínseco y su seguridad le da derecho al lugar que una vez tuvo en terapéutica 10.
Analizó sus usos como analgésico e hipnótico, con especial referencia a la dismenorrea, el
reumatismo crónico, el asma y la úlcera gástrica, y añadía que “había demostrado ser un
eficiente sustituto para la Adormidera” en los adictos a la morfina. Uno de sus casos era un
cirujano naval, que durante nueve años se estuvo poniendo diez gramos diarios de morfina
subcutánea... y que se recuperó con menos de una docena de dosis” 13. El uso del cannabis en
el tratamiento de adicción a las drogas fue señalado ya por E.A. Birch en 1889. Trató a un
adicto al hidrato de cloral y a otro adicto al opio con píldoras que contenían Cannabis indica y
encontró una pronta respuesta en ambos casos, con mejora en el apetito y el sueño
profundo14.

Pero para Mattison el uso más importante del cannabis se encontraba en el


tratamiento “de ese oprobio al arte de la curación, la jaqueca”. Analizando sus propias
experiencias médicas, concluyó que el cannabis no sólo bloquea los dolores propios de la
jaqueca, sino que previene sus posibles ataques 14. Años más tarde William Osler expresaba su
acuerdo, diciendo que el cannabis era “probablemente el remedio más satisfactorio” para la
migraña14.

El informe de Mattison concluía con una nota desilusionada:


El doctor Suckling me escribía: “Los jóvenes raramente lo recetan”. A ellos
especialmente se lo recomiendo. La moderna pero nociva morfina hipodérmica es tan fácil de
usar, que [los médicos jóvenes], deseosos de obtener resultados rápidos, son propensos a
olvidar los efectos que las dosis imprudentes de opiáceos tienen a largo plazo.

Cualquiera que sea la sabiduría de sus colegas profesionales, una desgraciada


experiencia podría servirles para evitar cualquier contacto con multitud de narcóticos con los
que muchos pacientes han tenido graves problemas.

No estoy elogiando aquí al cáñamo indio corno especifico. A veces fallará. Como ocurre
con las otras drogas. Pero los numerosos casos en los que actúa bien le dan derecho a una
amplia y duradera confianza15.

Como Mattison señalaba, el uso médico del cannabis estaba ya en declive en 1890. La
fuerza de los preparados de cannabis era demasiado variable, y las respuestas individuales al
cannabis ingerido oralmente parecían desiguales e imprevisibles. Otra razón para el desdén
por la investigación de las propiedades analgésicas del cannabis era el gran incremento en el
uso de opiáceos después de que la invención de la jeringuilla hipodérmica hacia 1850
permitiese la inyección de drogas solubles para un rápido alivio del dolor. Los productos del
cáñamo son insolubles en agua y en consecuencia no pueden ser fácilmente administrados por
inyección. Hacia finales del siglo XIX, el desarrollo de drogas sintéticas como la aspirina, el
hidrato de cloral y los barbitúricos, que son químicamente más estables que el Cannabis indica
y por consiguiente más fiables, aceleró la decadencia del cannabis como medicina. Pero las
nuevas drogas tenían importantes desventajas. De quinientas a mil personas mueren cada año
en Estados Unidos por hemorragias inducidas por la aspirina, y los barbitúricos, claro está, son
mucho más peligrosos todavía. Se podía haber esperado de los médicos que buscaban mejores
analgésicos e hipnóticos que hubieran vuelto a las sustancias cannabinoides, especialmente
después de 1940, cuando se hizo posible estudiar a los congéneres (parientes químicos) del
THC que podían tener efectos más estables y específicos.
Pero la Ley de Impuestos a la Marihuana de 1937 impidió cualquier experimentación.
Esta ley fue la culminación de una campaña organizada por la Oficina Federal de Narcóticos,
con Harry Anslinger a su cabeza, merced a la cual el público fue inducido a pensar que la
marihuana creaba adicción y era causa de crímenes violentos, psicosis y deterioro mental. La
película Reefer Madness, elaborada como parte de la campaña de Anslinger, puede resultar
chistosa en los complicados tiempos que ahora corren, pero fue contemplada entonces como
un serio intento de dar al asunto el tratamiento de problema social, y la atmósfera y las
actitudes que ejemplificó y promovió continúan influyendo en la cultura norteamericana
actual.

En virtud de la Ley de Impuestos a la Marihuana cualquier uso de la planta del cáñamo


para propósitos definidos como industriales o médicos debía ser obligatoriamente declarado y
pagar una tasa de un dólar por 30 gramos. Cualquier persona que utilizara la marihuana para
cualquier otro propósito debía pagar un impuesto de I00 dólares por 30 gramos en
transacciones no declaradas. Quienes no cumplieran la ley estaban expuestos a importantes
multas o períodos de cárcel por evasión de impuestos. La ley no estaba dirigida al uso
medicinal de la marihuana, su propósito era más bien desalentar el consumo recreativo. Era
también una fuente de ingresos que eludía el efecto de las decisiones de la Corte Suprema, y
que reservaba a los estados el derecho a regular la mayor parte de las transacciones
comerciales. Haciendo obligatoria la declaración de ciertas transacciones de marihuana y
gravando severamente otras, el gobierno podía conseguir que obtener legalmente la droga
para cualquier otra cosa que no fueran propósitos médicos tuviese un coste prohibitivo. Pero
incidentalmente la ley hizo difícil el uso médico del cannabis a causa del enorme papeleo que
se erigía a los doctores que querían utilizarlo. La Oficina Federal de Narcóticos continuó con
regulaciones “anti-diversión” que contribuyeron al desánimo de los médicos. El cannabis fue
suprimido del Formulario Nacional de Farmacopea de los Estados Unidos en 1941.

Una lectura de las audiencias en las que el proyecto de ley fue examinado por el House
Ways and Means Committee antes de su aprobación, muestra la escasez de datos que
sustentaban la idea de que la marihuana era dañina y la gran cantidad de histeria que rodeó el
tema. El único testigo disidente fue W.C. Woodward, abogado y médico que actuaba como
consejero legislativo de la American Medical Association. Apoyaba los objetivos del Congreso,
pero abogaba por una legislación menos restrictiva sobre la base de que futuros investigadores
podían descubrir importantes usos médicos del cannabis. En relación con la “adicción” a la
marihuana, Woodward comentó:
Los periódicos han llamado la atención sobre este punto con tanta insistencia que
debe haber alguna base para sus afirmaciones. Me ha sorprendido, sin embargo, que los
hechos sobre los que dichas afirmaciones se han basado no se hayan traído ante este comité en
calidad de pruebas. Se nos remite a publicaciones de periódicos en lo que concierne al
predominio de la adicción a la marihuana. Se nos dice que el uso de la marihuana es causa de
criminalidad.

Pero hasta ahora ninguna prueba ha sido presentada por la Oficina de Prisiones para
determinar el número de presos adictos a la marihuana Una investigación informal muestra que
la Oficina de Prisiones no tiene pruebas sobre este punto.

Se ha dicho que los niños en edad escolar son grandes consumidores de cigarrillos de
marihuana. Nadie ha sido convocado por la Oficina del Niño para poner de manifiesto la
naturaleza y extensión del hábito entre la infancia.
Informes de la Oficina del Niño muestran que no han tenido motivos para investigar y
no conocen nada particularmente significativo al respecto.

Los informes de la Oficina de Educación —y ahí sin duda deberían saber algo sobre la
extensión del hábito entre los niños del condado en edad escolar, si es que el hábito existiera—
indican que no han tenido motivos para investigar nada sobre el tema 16.

Los congresistas cuestionaron críticamente y con la máxima dureza a Woodward en


cuanto a su experiencia educativa, sus relaciones con la American Medical Association, y sus
opiniones sobre la legislación médica de los quince años anteriores. Sus objeciones a la calidad
y a las fuentes de las pruebas contra el cannabis no le granjearon las simpatías de los
legisladores. Son típicas y representativas las preguntas de John Dingell:
Dingell: Sabemos que es un hábito que se está difundiendo cada vez más,
particularmente entre los jóvenes. Lo sabemos por las páginas de los periódicos. Usted dice que
Michigan tiene una ley que lo regula. Nosotros tenemos una ley del estado, pero no parece que
se consiga nada con ello, porque, como he dicho, el hábito aumenta. El número de víctimas se
incrementa cada año.

Woodward: No hay pruebas de que así sea.

Dingell: No me ha impresionado su testimonio, que refleja el sentimiento de los


miembros de la clase alta de la profesión médica en mi estado. Confío en que la profesión
médica del estado de Michigan, y de Wayne County en particular, o de mi distrito, suscribirá
abiertamente cualquier ley que acabe con esta situación, a pesar del impuesto de 1 dólar.

Woodward: Si hubiera una ley que terminara radicalmente con la situación, quizás eso
podría ser cierto, pero cuando la ley contiene simplemente disposiciones que imponen un gasto
inútil, y no consigue los resultados...

Dingell (interrumpiendo): Ésta es simplemente su opinión personal. Que está


relacionada con la opinión que usted mantuvo respecto a la ley Harrison sobre narcóticos.

Woodward: Si se nos ha pedido cooperar en el proyecto...

Dingell (interrumpiendo): Usted no está cooperando en absoluto.

Woodward: De hecho, no sirve para suprimir el uso del opio y la cocaína.

Dingell: La profesión médica debería hacer todo lo posible para ayudar a suprimir esta
maldición que está devorando los fundamentos de la nación.

Woodward: Lo hace.

Dingell: ¿Está usted resentido porque no fue consultado en la redacción del proyecto?
18

Woodward fue finalmente atajado con la admonición: “Usted no está colaborando. Si


quiere darnos consejos sobre legislación lo que tiene que hacer es venir aquí con propuestas
constructivas y no con críticas, ni dedicarse a poner obstáculos en lo que está tratando de
hacer el gobierno federal”18 Su testimonio fue inútil. El proyecto se convirtió en ley el 1 de
octubre de 1937. Numerosas leyes estatales, igual de punitivas y apresuradamente
concebidas, vinieron a continuación.

Uno de los pocos miembros de la Administración que respondieron racionalmente al


asunto de la marihuana en los años treinta fue el alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia. En
1938 designó un comité de científicos para estudiar los aspectos médicos, sociológicos y
psicológicos del uso de la marihuana en la ciudad de Nueva York. Dos internistas, tres
psiquiatras, dos farmacólogos, un experto en salud pública, los comisionados de Corrección,
Salud y Hospitales, y el director de la Sección de Psiquiatría del Departamento de Hospitales
constituyeron la comisión. Comenzaron sus investigaciones en 1940 y presentaron un informe
detallado de sus trabajos en 1944 con el título “EI problema de la marihuana en la ciudad de
Nueva York”. Este estudio, al que no se prestó ni mucho menos la atención que merecía, disipó
muchos de los mitos que habían propiciado la aprobación de la ley de impuestos. El comité no
encontró pruebas de que la criminalidad estuviera asociada con la marihuana o de que ésta
fuera causa de conductas agresivas o antisociales; la marihuana no era sexualmente
estimulante y no provocaba cambios en la personalidad; no había pruebas de tolerancia
adquirida.

En septiembre de 1942 el American Journal of Psychiatry publicó un trabajo titulado


“Los aspectos psiquiátricos de la intoxicación de marihuana”, realizado por dos de los
investigadores que habían colaborado en el estudio que acabamos de citar, Samuel Allentuck y
Karl M. Bowman. Entre otras cosas, Allentuck y Bowman afirmaban que la adicción al cannabis
no era tan fuerte como la adicción al tabaco o al alcohol. Tres meses más tarde, en diciembre,
un editorial del Journal of the American Medical Association calificaba el artículo de Allentuck y
Bowman de “cuidadoso estudio” y mencionaba los usos terapéuticos potenciales del cannabis
en el tratamiento de la depresión, la pérdida del apetito y la adicción a los opiáceos. Pero en
los años siguientes los editores de la publicación cambiaron sus puntos de vista por presiones
del gobierno. Recibieron y publicaron cartas denunciando el informe LaGuardia del director de
la Oficina de Narcóticos, Harry Anslinger, en enero de 1943, y de R.J. Bouquet, un experto que
trabajaba para la Comisión de Narcóticos de la Sociedad de Naciones, en abril de 1944.
Finalmente, la American Medical Association expresó su acuerdo con la Oficina Federal de
Narcóticos en el editorial siguiente, publicado en abril de 1945:
Por muchos años los científicos médicos han considerado el cannabis corno una droga
peligrosa. Sin embargo, un libro titulado Marihuana Problems de la Comisión de la ciudad de
Nueva York para el estudio de la marihuana ofrece el análisis de diecisiete doctores realizado
sobre 77 presos y, sobre estas bases, pobres y completamente acientíficas, plantea unas
conclusiones dogmáticas e inadecuadas que minimizan el carácter dañino de la marihuana. Ya
el libro ha hecho daño...

El libro afirma de forma injustificada que el uso de este narcótico no conduce a


degeneración física, mental o moral y que no se observaron efectos deletéreos permanentes
derivados de su uso continuado por los 77 presos. La afirmación había hecho ya un daño
importante a la causa de la aplicación de la ley. Los miembros de la Administración harán bien
en no prestar atención a este estudio acientífico y acrítico y continuar considerando la
marihuana como una amenaza dondequiera que sea suministrada.

En palabras de A.S. deRopp, el periódico había “abandonado su habitual moderación y


gritaba su colérico editorial en tonos represivos. Tan violento era el editorial que podría
suponerse que los eminentes miembros de la comisión del alcalde... hubieran formado alguna
malévola coalición con los propietarios de los tea-pad [establecimientos en los que los
consumidores de marihuana se reunían a fumar] para socavar la salud de la ciudad
deformando deliberadamente la realidad de la marihuana” 20. Más de cuarenta años después
de este editorial, la American Medical Association mantuvo firmemente una posición sobre la
marihuana estrechamente solidaria de la de la Oficina Federal de Narcóticos y los organismos
que la sucedieron.
Aunque virtualmente no se realizó ninguna investigación médica del cannabis durante
muchos años, el gobierno no perdió completamente el interés. Poco después de que uno de
nosotros (L.G.) publicara un libro sobre la marihuana en 1971, un químico que lo había leído
nos comentó que su empresa, la Arthur D. Lottle Company, había recibido millones de dólares
por un contrato con el gobierno para estudiar los usos militares del cannabis. Dijo que no
habían encontrado ninguno, pero que sí habían encontrado importantes funciones
terapéuticas. Nos visitó para hablar de la viabilidad de desarrollar comercialmente congéneres
cannabinoides, pero no pudo darnos la prueba pues era secreta.

En la década de los sesenta, cuando muchas personas comenzaron a utilizar la


marihuana de forma recreativa, empezaron a aparecer anécdotas sobre su utilidad médica,
generalmente no en la literatura médica sino en forma de cartas a revistas populares como
Playboy. Mientras tanto, las preocupaciones legislativas sobre el uso recreativo se
incrementaron, y en 1970 el Congreso aprobó la Ley de Sustancias Controladas. Esta ley
asignaba las drogas psicoactivas a cinco programas y colocó el cannabis en el Programa I, el
más restrictivo. Según la definición legal, el Programa I incluye las drogas que no tienen
utilización médica, tienen un alto potencial de abuso, y no pueden ser utilizadas ni siquiera
bajo supervisión médica. Por aquella época el renacer del interés en el cannabis como
medicina estaba ya en marcha. Dos años más tarde, en 1972, la Organización Nacional para la
Reforma de las Leyes de la Marihuana (NORML) dirigió una petición a la Oficina de Narcóticos y
Drogas Peligrosas (la antigua Oficina Federal de Narcóticos) para transferir la marihuana al
Programa II, de modo que pudiera ser legalmente recetada por los médicos. Como los
procedimientos legales habían continuado, otras partes se habían unido, incluyendo la Drug
Policy Foundation y la Asociación Médica Americana para la Atención al sida.

Las audiencias ante la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas (BNDD) eran


instructivas. Cuando uno de nosotros (L.G.) esperaba para testificar sobre los usos médicos del
cannabis, presenció el proceso de calificación de la pentazocina (Talwin©), un analgésico
opioide sintético fabricado por Winthrop Pharmaceuticals, dentro del programa de drogas
peligrosas. Las pruebas indicaban varios cientos de casos de adicción, un número de muertes
por sobredosis, y considerables pruebas de abuso. Seis abogados de la compañía, cartera en
mano, vinieron a impedir la clasificación de la pentazocina o al menos a asegurarse de que se
colocaba en uno de los programas menos restrictivos. En parte lo consiguieron; pasó a ser una
droga del Programa IV. En el caso del cannabis, la siguiente droga en ser considerada, no había
pruebas de muertes por sobredosis o adicción, simplemente numerosos testigos, tanto
pacientes como médicos, que testificaron sobre su utilidad médica. El gobierno se negó a
transferirla al Programa II. Quizás el desenlace hubiera sido diferente si alguna gran compañía
de fármacos con enormes recursos financieros hubiera tenido intereses comerciales en el
cannabis.

Rechazando la petición de la NORML, la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas


desestimó la petición de audiencias públicas obligatorias por ley. La razón que dio era que la
reclasificación violaría los compromisos del tratado de los Estados Unidos con la Convención
de las Naciones Unidas sobre Sustancias Narcóticas. La NORML respondió en enero de 1974
entablando una demanda contra la BNDD. El Tribunal de Apelación de Segunda Instancia
revocó la desestimación de la BNDD, recomendando que el caso fuera reconsiderado y
censurando a la Oficina y al Departamento de Justicia. En septiembre de 1975, la Drug
Enforcement Administration (DEA), que sucedía a la BNDD), reconoció que los compromisos
del tratado no impedían la reprogramación de la marihuana, pero siguió rechazando las
audiencias públicas. La NORML presentó una nueva reclamación. En octubre de 1980, después
de muchas maniobras legales adicionales, el Tribunal de Apelación volvió a remitir la petición
de la NORML a la DEA para que fuera reconsiderada por tercera vez. El gobierno reclasificó el
THC sintético como droga del Programa II en 1985 pero conservó la marihuana —y el THC
derivado de la marihuana— en el Programa I. Finalmente, en mayo de 1986, el director de la
DEA anunció las audiencias públicas ordenadas por el tribunal siete años antes.

Las audiencias comenzaron en el verano de 1986 y se prolongaron durante dos años.


Las asociaciones que solicitaban la reprogramación eran éstas: NORML, organización docente
costeada por los propios miembros, fundada en 1970, y que se opone a todas las prohibiciones
penales contra la marihuana y el consumo de cigarrillos de marihuana; la Alliance for Cannabis
Therapeutics, organización no lucrativa fundada en 1980 para hacer disponible la marihuana
por prescripción facultativa; la Cannabis Corporation of America, firma farmacéutica que
pretendía extraer canabinoides naturales para usos terapéuticos cuando el cannabis estuviera
colocado en el Programa II y la Ethiopian Zion Coptic Church, que considera la marihuana una
planta sagrada esencial para sus rituales religiosos. Estos grupos tenían enfrente a la DEA, la
International Chiefs of Police, y la National Federation of Parents for Drug-Free Youth, otra
organización docente autofinanciada.

Las prolongadas audiencias implicaron a muchos testigos, incluyendo tanto a pacientes


como a doctores, y miles de páginas de documentación. Las actas de estas audiencias
constituyen la investigación contemporánea más extensa sobre la realidad del cannabis como
medicina. El juez de derecho administrativo, Francis L. Young, revisó las pruebas y presentó su
decisión el 6 de septiembre de 1988. Young manifestó que la aprobación por una “significativa
minoría” de médicos era suficiente para satisfacer el criterio de “uso corrientemente aceptado
en tratamiento médico en los Estados Unidos” establecida por la Ley de Sustancias
Controladas para una droga del Programa II. Añadió que la marihuana, en su forma natural, es
una de las sustancias terapéuticamente activas más seguras de todas las conocidas por el
hombre... Se debe razonablemente concluir que hay seguridad reconocida para el uso de la
marihuana bajo control médico. Pensar de otro modo sería poco razonable, arbitrario y
caprichoso”. Young pasó a recomendar “que el director [de la DEA] decida que la planta de la
marihuana considerada en su conjunto tiene un uso corrientemente aceptado en tratamiento
médico en Estados Unidos, que no hay carencia de seguridad reconocida para su utilización
bajo control médico y que puede ser legalmente transferida del Programa I al Programa II» 19.

Al determinar lo que “el uso médico corrientemente aceptado” significa para fines
legales, el juez Young estaba adoptando el punto de vista de los solicitantes y rechazando el de
la DEA, cuyos criterios eran producto de una previa recusación legal de la droga 3,4-
metilenedioximetanfetamina (MDMA). En 1984 la DEA colocó esta droga, hasta entonces no
programada, en el Programa I. Esta decisión fue discutida por un grupo de médicos y otras
personas que creían que la MDMA tenía potencial terapéutico. Después de largas audiencias,
el juez de derecho administrativo rechazó la propuesta de la DEA que afirmaba que la MDMA
no tenía uso reconocido en tratamiento médico en Estados Unidos, y dio la razón a quienes
pretendían que debía ser colocada en el Programa III y no en el Programa I. El administrador
de la DEA rechazó esta recomendación. La parte contraria, es decir, los médicos, apelaron al
Tribunal de Apelación de Primera Instancia, que decidió en su favor, considerando que el
criterio de la DEA para “uso aceptado en tratamiento médico en Estados Unidos” para la
aprobación oficial para la venta por la Food and Drug Administration (FDA), era inaceptable
según los términos de la Ley de Substancias Controladas 21.
El administrador de la DEA respondió con este nuevo criterio para el uso médico
reconocido de una droga: 1) conocimiento de su composición química científicamente
determinada y reconocida; 2) conocimiento científico de su toxicología y farmacología en
animales; 3) efectividad en seres humanos establecida a través de procesos clínicos
científicamente programados; 4) disponibilidad general de la sustancia e información sobre su
uso; 5) reconocimiento de su uso clínico en la farmacopea generalmente aceptada, en
referencias médicas, publicaciones o tratados; 6) indicaciones específicas para el tratamiento
de desórdenes reconocidos; 7) reconocimiento de su uso por organizaciones o asociaciones de
médicos; y 8) reconocimiento y uso por parte de un sector importante de médicos en Estados
Unidos. Estos fueron los criterios rechazados por el juez Young en su decisión sobre la
marihuana.

La DEA desatendió la opinión de su propio juez de derecho administrativo y se negó a


reprogramar la marihuana. El abogado de la agencia observó: “El juez parece dejarse
impresionar por lo que él llama una respetable minoría de médicos. ¿De qué porcentaje se
está hablando? ¿De un 0,5 %? ¿De un 0,25 %? John Lawn, director de la DEA, negó la utilidad
médica de la marihuana, una “trampa peligrosa y cruel” 23. Sin embargo, en marzo de 1991 los
demandantes apelaron de nuevo, y en abril el Tribunal de Apelación del distrito de Columbia
ordenó unánimemente a la DEA que revisara sus criterios, sugiriendo que carecían de lógica y
que la marihuana nunca podría satisfacerlos, pues una droga ilegal no podía ser utilizada por
un número importante de médicos o citada como remedio en los textos de medicina. Como el
Tribunal señalaba: “Nos resulta difícil comprender cómo cualquier droga del Programa I puede
ser de uso generalizado o generalmente disponible” 23. El tribunal devolvió el caso a la DEA para
que ésta facilitara una explicación adicional, pero no planteó una recusación directa del dogma
central de que la marihuana carece de valor terapéutico. La DEA dictaminó el rechazo final de
todas las peticiones de reclasificación en marzo de 1992.

A pesar del obstruccionismo del gobierno federal, unos pocos pacientes han podido
obtener marihuana legalmente para fines terapéuticos. Los gobiernos de los diversos estados
comienzan a responder de forma limitada a la presión de los pacientes y médicos en los años
setenta. En 1978, Nuevo Méjico promulgó la primera ley para hacer disponible la marihuana
para uso médico. Treinta y tres estados habían hecho lo mismo a finales de los setenta y
principios de los ochenta 24. En 1992, Massachusetts se convirtió en el trigésimo quinto estado
en promulgar tal legislación, y Missouri en el trigésimo sexto en 1994.

Pero las leyes tuvieron dificultades para hacerse efectivas. Puesto que la marihuana no
está reconocida como medicina por ley federal, los estados sólo pueden repartirla
estableciendo programas de investigación oficial y consiguiendo la aprobación de la FDA para
una solicitud IND (Investigación de una nueva droga). Muchos estados abandonaron tan
pronto como los funcionarios que estaban a cargo de los programas se enfrentaron a la
pesadilla reguladora de las leyes federales pertinentes. Sin embargo, entre 1978 y 1984,
diecisiete estados recibieron permiso para establecer programas para el uso de la marihuana
en el tratamiento del glaucoma y la náusea producida por la quimioterapia para el cáncer.
Todos estos programas han caído en el olvido debido a los numerosos problemas que
implicaban.

Tenemos el caso de Louisiana, donde, en 1978, fue aprobada una ley que establecía un
programa para que una Junta para la Prescripción de la Marihuana analizara y aprobara las
peticiones de los médicos para tratar pacientes con cannabis. La Junta habría preferido un
procedimiento simple en el que las decisiones médicas fueran confiadas a los médicos, pero
los organismos federales no proporcionaban cannabis sin un IND. Esto requería una enorme
cantidad de papeleo y convertía el programa en algo intolerablemente engorroso. La Junta,
por consiguiente, decidió utilizar un programa aprobado de investigación promovido por el
National Cancer Institute que estaba limitado a pacientes de cáncer y operaba sólo con THC
sintético. La marihuana no estaba legalmente disponible para ningún paciente de Louisiana.
Con estas limitaciones, el programa se mostró ineficaz. Los pacientes se sintieron obligados a
usar cannabis ilegal, y al menos uno de ellos fue detenido 25.

Sólo diez estados establecieron finalmente programas en los que el cannabis era
utilizado como medicina. Nuevo Méjico fue el primero en hacerlo y el que consiguió mejores
resultados, debido en gran medida a los esfuerzos de un joven paciente, enfermo de cáncer,
Lynn Pierson. En 1978 la legislatura del estado promulgó una ley que permitía a los médicos
recetar marihuana a los pacientes que sufrían náuseas y vómitos a causa de la quimioterapia
contra el cáncer. La ley fue más tarde modificada para ajustarse a las regulaciones federales
IND que exigen un programa de investigación. Una considerable fricción surgió de inmediato
entre la FDA y los encargados del programa de Nuevo Méjico. La FDA pidió estudios con
placebos (sustancias inactivas) como controles; los médicos del programa de Nuevo Méjico
querían proporcionar los cuidados necesarios a sus pacientes enfermos. La FDA quería
proceder despacio; las actitudes de los médicos reflejaban la urgencia de las necesidades de
sus pacientes. Finalmente se llegó a un compromiso. Los pacientes serían asignados al azar a
tratamientos con cigarrillos de marihuana o cápsulas de THC sintético. Pero los prolongados
aplazamientos llevaron a pensar a los funcionarios de Nuevo Méjico que la FDA no estaba
actuando de buena fe, y las tensiones se incrementaron. En un cierto momento, los
funcionarios estatales pensaron incluso en la posibilidad de utilizar marihuana confiscada, y se
consultó al jefe de la policía de carreteras del estado si podría proporcionarla.

En agosto de 1978, Lynn Pierson, que había hecho un esfuerzo heroico por establecer
un programa humanitario, murió de cáncer sin siquiera haber recibido marihuana legal.
Entonces la FDA aprobó el IND de Nuevo Méjico, para rescindir la aprobación pocas semanas
más tarde, cuando la indignación pública que acompañó a la muerte de Pierson se había
acallado. Entonces los funcionarios de Nuevo Méjico convocaron una conferencia de prensa
para condenar a los funcionarios federales por “conducta antiética e inmoral”. Finalmente, en
noviembre de 1978, el programa fue aprobado; se prometió la entrega de una cierta cantidad
de marihuana en el plazo de un mes, aunque no fue distribuida hasta dos meses después.

El planteamiento inicial del programa fue pronto modificado. los pacientes


comentaban entre sí los efectos de los dos tipos de tratamiento y pasaban de uno a otro
cuando querían; esto también les dio una sensación de control sobre su propia terapia. Pero
muchos creían, a pesar de la negación del Instituto Nacional para el Abuso de Drogas (NIDA),
que los cigarrillos que recibían no eran suficientemente fuertes. El Estado nunca realizó un
ensayo independiente. Algunos pacientes dejaron el programa a fin de comprar cannabis en la
calle, diciendo que era mejor que la marihuana o el THC sintético del gobierno.

De 1978 a 1986 unos doscientos cincuenta pacientes de cáncer recibieron en Nuevo


Méjico marihuana o THC, después de medicaciones convencionales fallidas para el control de
la náusea o los vómitos. Para estos pacientes, tanto la marihuana como el THC eran efectivos,
pero la marihuana era superior. Más del 90 % informaron de una desaparición total o una
disminución significativa de la náusea y los vómitos. Sólo tres casos de efectos negativos
fueron informados en todo el programa: reacciones de ansiedad que fueron fácilmente
tratadas por simple tranquilidad26.
Los programas que en otros estados tuvieron éxito se parecían al de Nuevo Méjico. Era
sabido que la “investigación” era simplemente un disfraz; el objetivo era evitar el sufrimiento.
Aunque los resultados no cumplían los criterios metodológicos necesarios para considerar la
experiencia como una investigación clínica controlada, confirmaron la efectividad del cannabis
y las ventajas de la marihuana fumada sobre el THC oral. Dicho sea de paso, ninguno de los
programas notificó la existencia de problemas de abuso por diversión ni con el THC ni con los
cigarrillos de marihuana.

Un informe del Departamento de Salud del estado de Nueva York sobre el uso
terapéutico del cannabis se preguntaba por qué no se habían inscrito más pacientes y más
médicos en el programa de Nueva York. Se respondía con varias razones. Primero los médicos
eran escépticos a causa de su preparación y experiencia limitada. Segundo, los obstáculos
burocráticos eran enormes. Como dice el informe, “farmacéuticos y administradores del
hospital se lamentan sobre el papeleo y la complicación de los procedimientos. Los médicos se
quejan de lo engorroso de los informes y los requerimientos de la solicitud. Al menos dieciséis
médicos han investigado la viabilidad de la marihuana, pero han optado por no inscribirse en el
programa a causa de la gran cantidad de dificultades burocráticas que intuían”. Una tercera
posibilidad era que muchos pacientes y médicos hubieran decidido que era más fácil conseguir
marihuana de buena calidad en la calle 27.

Aproximadamente al mismo tiempo que estaban empezando a llevarse a cabo los


programas estatales, la creciente demanda obligó a la FDA a establecer un tratamiento
individual IND (comúnmente designado como IND de uso humanitario o IND humanitario) para
utilización de médicos individuales cuyos pacientes necesitaban marihuana. Los procesos de
solicitud no eran fáciles, porque los IND estaban destinados a una finalidad totalmente
diferente, hacer que las compañías farmacéuticas garantizaran la seguridad de las nuevas
drogas. El paciente con necesidad de cannabis tenía primero que persuadir al médico para que
éste solicitara el IND a la FDA. El médico entonces tenía que llenar un determinado formulario
para la DEA sobre las drogas del Programa I. Si la solicitud era aprobada por ambos
organismos, el médico tenía que rellenar unos formularios específicos para la marihuana, que
eran enviados al Instituto Nacional para el Abuso de Drogas (NIDA). El NIDA cultivaba cannabis
en una finca de la Universidad de Mississippi —la única plantación legal de marihuana en los
Estados Unidos— y la enviaba a Carolina del Norte, donde era liada en cigarrillos que se
suponía tenían la misma potencia que la que se vendía en la calle (2 % de THC). El NIDA
entonces enviaba la marihuana a una farmacia determinada que tenía que obedecer las
estrictas regulaciones de la DEA sobre la seguridad de las drogas. El proceso de solicitud
llevaba de cuatro a ocho meses. Tanto en lo que atañe a la FDA como a la DEA, había que estar
continuamente encima y rara vez respondían en el tiempo marcado por la ley. Según la
Alliance for Cannabis Therapeutics, que ayudaba en los procesos a numerosos pacientes y
médicos, los organismos del gobierno parecían perder sistemáticamente algunos de los
formularios de solicitud, y el médico tenía que volverlos a presentar, en ocasiones más de una
vez. Comprensiblemente, la mayor parte de los médicos no quería embarcarse en el papeleo,
especialmente habida cuenta que muchos pensaban que existe un cieno estigma unido a la
prescripción del cannabis.

En 1976 Robert Randall se convirtió en el primer paciente en recibir un IND


humanitario para el uso de la marihuana. En los trece años siguientes, el gobierno, siempre
reacio, concedió media docena más. Luego, en 1989, la FDA se vio inundada por solicitudes de
personas con sida. Un caso que llamó la atención sobre las absurdas y nefastas consecuencias
de la prohibición médica de la marihuana fue la agresión del gobierno contra Kenneth y Barbra
Jenks, una pareja de jóvenes de aproximadamente veinte años, de Florida, que contrajeron
sida por una transfusión sanguínea realizada al marido, que era hemofílico. Ambos sufrían
náuseas, vómitos y pérdida del apetito, síntomas causados por el sida o el AZT; el médico
temía que Barbra Jenks muriera de hambre antes de que la matara la enfermedad. A
comienzos de 1989 los Jenks tuvieron conocimiento de la marihuana por medio de un grupo
de ayuda para personas con sida. Comenzaron a fumarla y durante un año llevaron una vida
normal aceptable. Se sintieron mejor, recuperaron el peso perdido y pudieron dejar el
hospital; Kenneth Jenks siguió incluso con su trabajo de jornada completa.

Pero alguien los denunció. El 29 de marzo de 1990, diez agentes armados de la policía
antidroga derribaron la puerta de su caravana, pusieron una pistola en la cabeza de Barbra
Jenks, y se apoderaron de las pruebas del crimen, dos pequeñas plantas de marihuana que
estaban cultivando, pues no podían pagar el precio que la droga alcanzaba en la calle. El cultivo
de marihuana es un delito grave en Florida, los Jenks se enfrentaban a cinco años de cárcel. En
el proceso, ultimado en julio, los Jenks utilizaron en su defensa el argumento de la necesidad
médica, que raramente tiene éxito. El juez lo rechazó y declaró culpables a los Jenks, aunque
no les impuso un castigo efectivo. La condena fue más tarde revocada por un tribunal superior
que admitió el argumento de la necesidad médica.

El caso tuvo amplia difusión a nivel nacional y los Jenks pudieron obtener el IND
humanitario. Ahora la FDA está inundada por nuevas peticiones de enfermos de sida. El
número de IND humanitario subió de cinco a treinta y cuatro en un año. A principios de junio
de 1991, Herberet D. Kleber, director de la Organización Nacional Para el Control de la Droga,
aseguró en un programa de televisión que cualquiera que tuviera necesidad médica legítima
de marihuana podría conseguir un IND humanitario. Pero pocas semanas más tarde, el 21 de
junio, James O. Mason, jefe del Servicio de Salud Pública anunció que el programa sería
suspendido porque ello socavaba la oposición de la Administración al uso de drogas ilegales.
“Si el Servicio de Salud Pública empieza a dar marihuana a la gente, hay quienes van a pensar
que eso de la droga no puede estar tan mal”, dijo Mason. Esto da una idea equivocada. No
quiero actuar así si no hay otra forma de ayudar a esas personas... Pero no hay la más mínima
evidencia de que fumar marihuana ayude a los enfermos de sida”. Desde entonces, no han
sido concedidos nuevos IND humanitarios, a pesar de los cientos de solicitudes presentadas.

Después de mantener el programa aletargado, “bajo revisión”, durante nueve meses,


el Servicio de Salud Pública lo interrumpió en marzo de 1992. A veintiocho pacientes cuyas
solicitudes han sido ya aprobadas (incluyendo algunos cuyas historias se narran en este libro)
no se les proporcionará la prometida marihuana. Ocho pacientes a los que se administra
actualmente marihuana continuarán recibiéndola. Después de más de veinte años en los que
cientos de personas han trabajado en torno a los organismos legislativos estatales, los
tribunales federales y las agencias administrativas para conseguir que la marihuana esté al
alcance de aquellos que sufren, estas ocho personas son las únicas para las que la marihuana
no es una medicina prohibida.

BIBLIOGRAFIA:

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11. Ibíd., pág. 268.

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14. W. Osler, The Principles and Practise of Medicine, Appleton, Nueva York, 1913, 8 a ed., pág.
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15. Mattison. “Cannabis indica as anodyne”, cit., pág. 271.

16. Congreso de los EE.UU., House Ways and Means Comminee, Hearings on H.R. 6385:
Taxation of Marihuana, 75 Cong., 1ª sesión, 27 de abril de 1937, 91, 94.

17. Ibíd., 116.

18. Ibíd., 117.

19. S. Allentuck y K.M. Bowman, “The Psychiatric Aspects of Marihuana Intoxication”, en


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pág. 1.129; R.S. deRopp, Drugs and the Mind, St. Martin’s, Nueva York, 1957, págs. 108-109.
20. Drug Enforcement Agency (de aquí en adelante DEA), sobre la petición de la
reprogramación de la marihuana, certificado 86-22, opinión, decisión recomendada, fallo,
conclusiones de ley y decisión del juez de derecho administrativo, 6 de septiembre de 1988.

21. Grinspoon, DEA, 828 F.2d 881 (1st Cir. 1987).

22. “Marijuana Scheduling Petition, Denial of Petition”, Federal Register 54, n.° 249 (29 de
diciembre de 1988), 53784.

23. U.S. Court of Appeals, District of Columbia Circuit, certificado 90-1.019, “Petition for
Review of Orders of the DEA”, 26 de abril de 1991, 9.

24. Alabama, Alaska, Arizona, Arkansas, California, Colorado, Connecticut, Florida, Georgia,
Illinois, lowa, Louisiana, Maine, Michigan, Minnesota, Montana, Nevada, Nueva Hampshire,
Nueva Jersey, Nuevo Méjico, Nueva York, Carolina del Norte, Ohio. Oklahoma, Oregón, Rhode
Island, Carolina del Sur, Tennessee, Tejas, Vermont, Virginia. Washington, Virginia occidental y
Wisconsin.

25. DEA, “Marijuana Rescheduling Petition”, certificado 86-22, cit., declaración de Philip Jobe.

26. Ibíd., declaración de Daniel Dansak.

27. Annual Report to the Governor and Legislature on the Antonio G. Olivieri Controlled
Substances Therapeutic Research Program, Departamento de Salud del estado de Nueva York,
1 de septiembre de 1982.

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