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El objetivo del presente artículo es tratar de establecer una relación entre el consumo de
alcohol y cocaína, consumidos tanto de forma independiente como de manera
conjunta, y su influencia en la comisión de distintos actos delictivos, teniendo además
en consideración las posibles diferencias de género existentes en dicha actividad.
que alcohol y las drogas eran el origen de los actos criminales (Delgado, 1994, 2001). La
segunda es señalar que es la actividad criminal la que conlleva a que el delincuente
acabe consumiendo sustancias psicoactivas. La tercera es considerar que tanto la
primera como la segunda se dan de forma simultánea, el consumo origina el delito y el
delito lleva al consumo nuevamente, es decir, que el abuso de sustancias está
implicado con el delito tanto como predisposición como causa. La cuarta forma que
señala Friedman para explicar la relación drogas-delincuencia es considerar que tanto
la delincuencia como el consumo de sustancias son aspectos desviados de una misma
realidad, es decir, considerar que delincuencia y consumo de sustancias psicoactivas
son parte de un estilo de vida desviado (Delgado, 1994, 2001; Esbec y Gómez-Jarabo,
2000). Y por último, la quinta forma de explicar la existencia de este binomio es indicar
que el consumo de sustancias psicoactivas y las conductas delictivas son distintas
formas de comportamiento desviado con la existencia de antecedentes comunes.
Otros autores señalan que los aspectos esenciales que se deben conocer en la relación
drogas y delincuencia son dos. Por una parte, las características de la sustancia tóxica
consumida, como son el tipo de sustancia, la dosis, la vía de administración, etc.; y por
otra parte al sujeto que consume y delinque, su personalidad, su nivel socioeconómico,
etc. (Delgado, 1994; 2001). Sin lugar a dudas en relación a las características de la
sustancia tóxica consumida hay que destacar el efecto farmacológico que posea dicha
sustancia, en referencia al efecto directo biológico que ocasiona sobre la estructura del
sistema nervioso y que causa una disfunción a nivel cognitivo, esto hace que el
consumidor pueda malinterpretar intenciones de los que le rodean y llegar a
comportarse de un modo violento y/o desadaptado (Friedman, 1998).
Por último destacar que a lo largo de la historia el influjo de las sustancias psicoactivas
ha recibido un tratamiento jurídico muy variado, siendo a veces tenidas en
consideración como causa de exención, en otras como agravante, en otras como
atenuante, etc. (Fernández Entralgo, 1994).
Según Spunt et al. (1996) son el alcohol y la cocaína las sustancias psicoactivas más
consumidas por las mujeres, considerándose que las mujeres que abusan del alcohol o
de algún tipo de droga es más probable que presenten una historia de victimización
infantil que los varones que consumen sustancias psicoactivas (Friedman, 1998);
mientras que los varones consumen por el placer que conllevan los efectos de la
sustancia adictiva o por el mero hecho de buscar sensaciones y emociones nuevas, el
consumo de las mujeres guarda más relación con las teorías de la automedicación,
siendo la finalidad fundamental el procurar aliviar alguna molestia (Fullilove, Lown y
Fullilove, 1992; cit. Martin y Bryant, 2001).
delictivo en mujeres que en hombres, donde en ocasiones los datos no son tan claros
(Friedman, 1998). De hecho hay autores que no logran encontrar una evidente relación
entre el uso de drogas y el cometer posteriormente un delito en varones, pero si
encuentran tal relación en mujeres (Friedman, 1998). Existen escasos estudios acerca de
la influencia de drogas en delitos cometidos por mujeres, aunque se sugiere una
relación entre ambas; principalmente la presencia de sustancias psicoactivas en las
víctimas cuando estas son de género masculino (Spunt et al., 1996). En relación a
delitos violentos hay que decir que no existen estudios que exploren completamente la
relación entre el uso de drogas en mujeres que cometan homicidio (Spunt et al., 1996).
Según Spunt et al. (1996), un 70% de las mujeres encarceladas por haber cometido un
homicidio eran consumidoras habituales de sustancias psicoactivas (el alcohol y el
cannabis eran las sustancias más habituales, seguidas por la cocaína y la heroína); un
50% aproximadamente presentaban problemas de adicción, y un tercio presentaba
intoxicación de la sustancia durante la comisión del delito. El consumo de sustancias
psicoactivas por mujeres en relación al delito de homicidio es significativo tanto
cuando resultan víctimas como cuando son agresoras en el delito (Spunt et al., 1996).
Aproximadamente dos tercios de las mujeres que llegan a cometer un homicidio
consideran que la principal influencia para la comisión del acto son los efectos
producidos por la sustancia, mientras que un 30% aproximadamente atribuyen el
homicidio al hecho del consumo de sustancias por parte de la víctima; aún con estos
datos hay que señalar que es muy difícil poder generalizar sobre las mujeres que
comenten homicidio, al disponer de pocos datos (Spunt et al., 1996). Donde los
resultados son más evidentes es en relación a decir que las sustancias psicoactivas
juegan un importante papel sobre incrementar la vulnerabilidad de las mujeres para
ser víctimas de delitos violentos (Spunt et al., 1996).
El alcohol es el agente químico más usado y del que más se abusa (Frances y Franklin,
1996), siendo considerado de forma unánime como la sustancia psicoactiva depresora
del sistema nervioso que se consume con mayor frecuencia a nivel mundial (Kaplan y
Sadock, 1999). Además hay que destacar que el alcohol es considerado como la puerta
de entrada al consumo de otras sustancias psicoactivas, siendo el consumo precoz de
esta sustancia un factor que aumenta la probabilidad de usar otras sustancias adictivas
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con posterioridad (Espada et al., 2003). En EE. UU. se estima que el 51% de la población
adulta consume alcohol de manera habitual, y se señala que la prevalencia del abuso o
dependencia al alcohol es de un 13.8% (Kaplan y Sadock, 1999). En cuanto a España, se
debe indicar que en 1993 ocupaba el séptimo lugar en lo referido a consumo de alcohol
a nivel mundial, con 10 litros aproximadamente por persona al año y que, en la
mayoría de los casos, este consumo en la edad adulta supone la consolidación de un
patrón de uso frecuente de ésta y de otras sustancias que hayan comenzado a ser
consumidas durante la juventud (Muñoz-Rivas et al., 2000). En España se estima que
un 7% aproximadamente de la población consume más de 700 gr. de alcohol a la
semana (Pérez de los Cobos y Guardia, 2001) y que la edad media del comienzo del
consumo se sitúa en torno a los 14 años (Espada et al., 2003). En la Comunidad
Autónoma de Madrid, por ejemplo, se calcula que la media de edad de inicio en el
consumo de alcohol está en torno a los 13.7 años, aunque es a partir de los 15 años
cuando se observa un mayor progreso hacia el consumo de cualquiera de las bebidas
alcohólicas (Muñoz-Rivas et al., 2000).
Los varones consumen mayor cantidad de alcohol que las mujeres (Kaplan y Sadock,
1999). Kaplan y Sadock (1999), encuentran que durante el último mes, un 60% de
varones habían consumido, mientras que el porcentaje en las mujeres era de un 45%; en
cuanto a bebedores compulsivos encuentran que un 23.8% de los varones habían
presentado episodios de este tipo mientras que en mujeres el porcentaje se reducía al
8.5%; y en lo referido a bebedores excesivos las cifras se situaban en un 9.5% para los
hombres y un 2% para las mujeres. Un aspecto de interés es que en España se considera
que las mujeres adolescentes consumen alcohol con una mayor frecuencia que los
varones jóvenes, aunque en una menor cantidad (Espada et al., 2003).
En cuanto a las características propias de la sustancia hay que destacar que el alcohol
ingerido es absorbido rápidamente por el organismo, dependiendo además de factores
como la rapidez del consumo y el tipo de bebida ingerida (Kaplan y Sadock, 1999;
Pérez de los Cobos y Guardia, 2001). Este aspecto hace que la vida media del etanol sea
corta debido a la rápida metabolización hepática que se produce (Pérez de los Cobos y
Guardia, 2001). Los efectos habituales tras el consumo de alcohol son la presencia de
labilidad emocional y la alteración de la capacidad de juicio y del pensamiento; es
además factible que se produzca la aparición de una inapropiada sexualidad que
puede afectar a las relaciones interpersonales (vid. infra) que facilite la aparición de
comportamientos agresivos (Kaplan y Sadock, 1999; Pérez de los Cobos y Guardia,
2001), sin olvidar que durante el periodo de intoxicación la memoria se ve
significativamente afectada (Pérez de los Cobos y Guardia, 2001).
Para entender la etiología del alcoholismo hay que tener en consideración numerosos
factores, como son los sociales, los psicológicos y los biológicos (Pérez de los Cobos y
Guardia, 2001). Además de la importancia que presentan ciertas variables
sociodemográficas relacionadas con esta problemática, como es el bajo nivel educativo
(Cuadrado, 1996). Una característica fundamental es que los consumidores habituales
de alcohol con cierta frecuencia consumen además otro tipo de sustancias ilícitas,
hablándose de cifras entre un 18% y una 25% (Kaplan y Sadock, 1999; Lesswing y
Dougherty, 1994; Pérez de los Cobos y Guardia, 2001), siendo especialmente
significativo el uso conjunto del alcohol con la cocaína, estimándose que un 4.3% de los
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Pese a la controversia existente entre la relación alcohol y delincuencia hay que indicar
que son numerosos los estudios que documentan la relación entre el consumo abusivo
de esta sustancia y la conducta violenta (Martin y Bryant, 2001; Pérez de los Cobos y
Guardia, 2001), de hecho se trata de la principal sustancia relacionada con delitos
violentos, con gran diferencia sobre el resto de sustancias psicoactivas (Friedman,
1998). El estar bajo los efectos del alcohol dobla la probabilidad de ser arrestado por la
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comisión de hechos violentos, tratándose esta situación del mayor predictor para
cometer algún comportamiento violento (Martin y Bryant, 2001). Existen considerables
evidencias circunstanciales que sugieren que el consumo de alcohol está íntimamente
relacionado a la violencia (Delgado, 1994, 2001). De hecho, es el alcohol la sustancia
psicoactiva que aparece más frecuentemente asociada con el homicidio (Martin y
Bryant, 2001). A continuación se pasa a citar datos obtenidos a partir de estudios de
interés en relación a esta temática, aunque se puede señalar que habitualmente el
alcohol ha jugado un importante papel en un 30-60% de los homicidios en varios países
(Delgado, 1994).
Banay (1942, cit. por Delgado, 1994, 2001), en 3000 varones internados en la prisión de
Sing Sing, en Nueva York, estableció una relación entre alcoholismo y violencia
interpersonal, obteniendo una media total de presencia de alcohol en orina en torno al
72.7% de la muestra y con un nivel de alcohol por encima del 10% (umbral tóxico) un
porcentaje del 64.2%, preferentemente en los delitos contra personas. Shupe (1954, cit.
Delgado, 1994, 2001), en un estudio llevado a cabo sobre 163 personas acusadas por
delitos violentos encuentra que el 82% tenían alcohol en sangre y/o orina. En el trabajo
de Wolfgang (1958, cit. Delgado, 1994, 2001) sobre 588 homicidios en Filadelfia se
registró alcohol en un 9% de las víctimas, en el 11% de los agresores y en el 44% de los
casos se encontró alcohol en el agresor, en la víctima o en ambos, y encuentra el dato
de que cuando existe apuñalamiento es más alta la probabilidad de que haya alcohol
que en otro tipo de homicidios. Datos muy similares fueron los obtenidos por
Lanzkron (1963, cit. Delgado, 1994, 2001) en cuanto a los agresores en delitos de
homicidio, donde encontró que el 12% se encontraban en estado de intoxicación a la
hora de cometer el suceso. Como resultado de la revisión de diez estudios realizada
por MacDonald (1961, cit. Delgado, 1994, 2001) se haya que los agresores homicidas
habían bebido previamente al suceso en una proporción media del 54%. Proporción
similar a la obtenida por Goodwin (1973, cit. Delgado, 1994, 2001) en su estudio sobre
esta cuestión, añadiendo que entre un 25-50% de las víctimas también habían
consumido previamente. Asimismo, el 43% de los delincuentes del estudio de Guze
(1976, cit. Delgado, 1994, 2001) eran alcohólicos. Bohman (1982, cit. Delgado, 1994,
2001) estudia la relación entre abuso de alcohol y criminalidad en Suecia y encuentra
que la criminalidad donde no se registra abuso de alcohol se caracteriza por pequeños
delitos contra la propiedad, mientras que los alcohólicos presentaban una mayor tasa
de delitos contra las personas. También en Suecia, destaca el estudio de Linqvist (1986,
cit. Delgado, 1994, 2001), donde encuentra que en dos tercios de los homicidas
estudiados y en casi el 50% de las victimas estaban intoxicados en el momento del
hecho. En el estudio de McCord (1983, cit. Delgado, 1994, 2001) sobre la carrera
delictiva de 400 sujetos, encuentra que dividiéndolos en alcohólicos y no alcohólicos,
en los primeros son mas frecuentes los delitos contra las personas. Roizen (1993, cit.
Martin y Bryant, 2001) estudia a 40 sujetos arrestados por cometer hechos violentos y
en la mitad de ellos encontró problemas relacionados con el consumo abusivo de
alcohol. Spunt et al. (1995) señalan que en casos de homicidio en un 53% de los casos el
agresor ha consumido alcohol durante las 24 horas previas a la comisión del delito y
que el 32% de los agresores se encontraban bajo los efectos de la sustancia durante la
comisión del homicidio. En España, Delgado (1988, cit. Delgado, 1994) estudia 157
agresores de homicidio, encontrando alcohol en un 29% de los casos y un estado de
intoxicación durante los hechos en el 4,45%.
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En general, se puede decir que los resultados de los estudios consultados soportan la
afirmación habitual de que alrededor de la mitad de los homicidios tienen lugar con la
influencia del alcohol en el agresor (Delgado, 2001), aunque otros autores señalan que
los efectos del alcohol no son tan significantes en las agresiones extremas (Giancola,
2002). Además, tanto el uso abusivo de alcohol como la intoxicación etílica guardan
relación con la violencia hacia la mujer dentro del matrimonio (Friedman, 1998). En
casos extremos de homicidio doméstico la importancia del alcohol resulta evidente
(Muscat, 1976, cit. Delgado, 1994, 2001).
Por último señalar la importante incidencia que presenta el alcohol en relación con las
infracciones de tráfico, con todo lo que ello conlleva (Cuadrado, 1996). Un 77% de los
conductores encarcelados reconocen los efectos negativos de las sustancias psicoactivas
en la conducción de vehículos, aunque el 65% de las atribuciones que realizan son
inadecuadas. Las atribuciones que contienen valoraciones negativas de los efectos de
las sustancias psicoactivas correlacionan positivamente con el número de accidentes
experimentados (Martínez Díaz y Fernández Alba-Luengo, 2002). La presencia de
alcohol y drogas en los fallecidos por accidentes de tráfico es notoria, hablándose desde
un 56% hasta un 80% en estudios norteamericanos, y de un 55% en estudios españoles
(Martínez Díaz y Fernández Alba-Luengo, 2002). Según Pérez de los Cobos y Guardia
(2001) el alcohol está presente entre un 30-50% de los accidentes de tráfico con victimas
mortales, siendo el estado de intoxicación etílica relativamente habitual (Cuadrado,
1996). En relación a la accidentabilidad tan solo señalar que también resulta
significativa la incidencia del alcohol en los accidentes laborales (Espada et al., 2003;
Pérez de los Cobos y Guardia, 2001). Son también conductas antisociales asociadas al
consumo de alcohol, la conducción de vehículos sin licencia, el ocasionar daño
deliberado a bienes públicos, el robo de artículos y las peleas físicas (Espada et al.,
2003). A continuación se añade una tabla con los resultados obtenidos por Cuadrado
(1996) en una muestra española de 182 sujetos dependientes del alcohol implicados en
actividades delictivas.
Actividad delictiva
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Infracciones de tráfico
63.4
Agresiones
17
Desfalco
9.7
Malos tratos
9.7
Atraco
4.8
Hurto
4.8
Tráfico de drogas
4.8
Homicidio
2.4
Perversión de menores
2.4
Varones
Mujeres
9% Durante el delito
Es sugerido por diversos autores el investigar de forma más exhaustiva el papel del
alcohol en conductas violentas cometidas por mujeres (Martin y Bryant, 2001), pese a
ello, resulta evidente que el alcohol aparece con mayor frecuencia en los delitos
violentos que en los delitos contra la propiedad (Martin y Bryant, 2001).
La cocaína (Eritroxilon Coca) es una de las sustancias adictivas de las que mas se abusa
(Kaplan y Sadock, 1999). En EE. UU. se estima que un 16% de la población han
probado la cocaína en algún momento, y de ellos un 16.7% llegarán a sufrir problemas
de tipo adictivo (McCance-Katza, Kosten y Jatlow, 1998). En España, se habla de una
edad media de comienzo de consumo de cocaína en torno a los 15.7 años, es decir el
consumo inicial se da con una edad algo más avanzada que los inicios del consumo de
alcohol, ya que como se ha dicho con anterioridad por lo general el consumo de
sustancias psicoactivas ilegales está precedido por el uso de sustancias de carácter legal
como es el alcohol (Espada et al., 2003). Sobre las características de los consumidores de
cocaína se debe indicar que existen pocos estudios acerca de la personalidad de las
personas dependientes a la cocaína, muchos menos que con sujetos alcohólicos donde
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se tienen más datos al respecto; aún así, se tiende a señalar unos mayores niveles de
angustia y mayor psicopatología asociada en estas personas, destacando además una
mayor incidencia de los trastornos de la personalidad, destacando los de tipo
antisocial, paranoide y límite (Lesswing y Dougherty, 1994). Añadir también que los
pacientes con problemas con la cocaína comienzan a tratar su problema con edad
anterior a los sujetos con problemas con el alcohol (Lesswing y Dougherty, 1994).
Los efectos que origina la cocaína dependen de dos factores principalmente, la dosis y
la vía de administración de la sustancia (Frances y Franklin, 1996), hay que indicar
además que la sustancia presenta una vida media corta en el organismo (Casas, Duro y
Pinet, 2001). Sobre los efectos generados por la sustancia se puede generalizar
señalando que se trata de un estimulante del sistema nervioso central, que genera
euforia, un estado de alerta y agitación, aumento del nivel de energía, sensación de
agudeza mental facilitada, irritabilidad, insomnio, cambios de humor, una disminución
de la capacidad de juicio, sentimientos de grandiosidad, conductas impulsivas e
inclusive agresividad (Casas et al., 2001; Delgado, 2001; Kaplan y Sadock, 1999).
Además también se menciona como efectos propios de esta sustancia la baja tolerancia
a la frustración, un pobre control de impulsos, dificultades a la hora de anticipar
consecuencias, dificultades para aprender de la experiencia, necesidad de excitación,
rebeldía y rabia (Delgado, 1994; Lesswing y Dougherty, 1994). En dosis elevadas y
estados de intoxicación los efectos más habituales son agitación, hiperactividad,
nerviosismo, excitación, alucinaciones e ideas delirantes (Casas et al., 2001; Delgado,
2001). Su consumo prolongado genera niveles altos de ansiedad, desconfianza y
suspicacia generalizada, temores y agresividad (Friedman, 1998).
El consumo de cocaína se extiende día a día, asociándose cada vez más al de otras
sustancias psicoactivas, fundamentalmente al alcohol (Casas et al., 2001; Delgado, 2001;
Lesswing y Dougherty, 1994). Más del 80% de los cocainómanos abusan de otras
sustancias adictivas (Delgado, 2001; Lesswing y Dougherty, 1994). En contraste con los
estudios acerca de la relación alcohol-delito (donde como ya se ha visto existe una
cierta controversia), la literatura sobre el consumo de drogas ilícitas y delito
frecuentemente encuentra una fuerte relación entre el uso/abuso y la actividad
delictiva (Martin y Bryant, 2001). Goldstein (1985, cit. Martin y Bryant, 2001) da
respuesta a este dato señalando no solo la importancia de los efectos farmacológicos
propios de cada sustancia, sino por las necesidades económicas del consumidor por
mantener el consumo y por la propia violencia asociada al mundo de las drogas y su
tráfico. Inciardi (1980, cit. Martin y Bryant, 2001) y Johnson (1985, cit. Martin y Bryant,
2001) hablan de la importancia del factor económico para lograr el mantenimiento del
consumo de la sustancia adictiva.
En cuanto a la relación de la cocaína con la actividad delictiva hay que decir que hasta
hace apenas una década existían escasos datos empíricos (Goldstein et al., 1991),
aunque actualmente la relación entre cocaína, psicosis, violencia y enfermedad mental
está sujeta a una gran investigación (Delgado, 2001). La desinhibición que genera su
consumo unida al bajo autocontrol que produce hacen que se trate de una sustancia
adictiva altamente criminógena, con una elevada capacidad de generar actos de tipo
antisocial (Delgado, 1994, 2001). De hecho el consumo de cocaína, tanto en durante
tiempo breve como por tiempo prolongado, es capaz de generar respuestas
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Conducta delictiva
Uso esporádico de cocaína
Consumo elevado de cocaína
Robos en establecimientos
22%
41%
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Robos en domicilios
4%
26%
Asaltos mayores
7%
24%
Hurtos
32%
41%
En una muestra de 133 mujeres Goldstein et al. (1991) los datos no son tan claros como
en la muestra previamente comentada de varones, siendo la diferencia entre el uso
esporádico de la sustancia y el consumo elevado habitual de poca relevancia al
respecto. En comparación al grupo de hombres destacan los elevados resultados que se
obtienen en relación al uso esporádico de la sustancia, que aparece más implicada en
mujeres que en hombres. También es destacada la presencia de cocaína en mujeres que
ejercen la prostitución, hecho relacionado con la obtención de dinero para la
subvención del consumo (Friedman, 1998).
Conducta delictiva
Uso esporádico de cocaína
Consumo elevado de cocaína
Robos en establecimientos
46%
36%
Robos en domicilios
1%
6%
Asaltos mayores
4%
8%
Hurtos
30%
28%
Prostitución
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46%
42%
No consumidores
Varones (152)
Mujeres (133)
% Muestra
18%
23%
% De actos violentos
13%
25%
Consumidores no habituales
Varones (152)
Mujeres (133)
% Muestra
59%
50%
% De actos violentos
44%
51%
En el grupo de sujetos que presentan consumos más duros, los datos obtenidos por las
mujeres son muy similares a los obtenidos por mujeres que presentan consumos
esporádicos, sin embargo en el grupo de varones se observa que a medida que el
consumo de cocaína se incrementa aparece una mayor implicación en actos violentos.
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Consumidores duros
Varones (152)
Mujeres (133)
% Muestra
22%
27%
% De actos violentos
43%
24%
Spunt et al. (1996) señala que la presencia de sustancias psicoactivas (que no sean
alcohol) en homicidios cometidos por mujeres son muy variadas, oscilando los datos
desde un 1% hasta un 75% dependiendo de los estudios. Los hombres y las mujeres
consumen por igual cocaína en relación a cometer un homicidio, este dato varía
respecto a los obtenidos en el alcohol, donde el varón si consume mayormente en
relación al homicidio que la mujer, de hecho la relación de las drogas ilícitas y
homicidio no es tan clara como en el caso del alcohol. Según Spunt et al. (1996),
respecto a las mujeres que cometen homicidio, un 54% presentan un consumo
esporádico de cocaína, un 26% tienen patrones habituales de consumo y un 27% tienen
problemas de dependencia. Se indica además que un 18% consumen el mismo día de
cometer el homicidio, un 13% se encuentra bajo los efectos de la sustancia y un 7% en
estado de intoxicación a la hora de cometer el acto. Los datos respecto al consumo de
crack son inferiores, hallándose que un 29% de las mujeres que cometen homicidio
tienen un consumo esporádico, un 22% un consumo habitual y un 21% presenta
problemas de dependencia. Se estima también que un 12% de ellas habían consumido
el mismo día de la comisión del delito, un 10% se encontraba bajo los efectos y un 4%
en estado de intoxicación. Añadir por último, que en relación a posibles diferencias de
género que según Hien y Hien (1998, cit. Martin y Bryant, 2001) existe escasa diferencia
en relación al género de los consumidores de cocaína que han sido arrestados cuando
se habla de estratos sociales bajos.
La combinación del uso del alcohol y de la cocaína supone una de las politoxicomanías
más prevalentes en España y el resto de Europa (Delgado, 2001). Los estudios que
inspeccionan los efectos combinados del alcohol y cocaína han sido realizados en los
últimos años, y primeramente se centraron en aspectos farmacológicos, pasando
posteriormente a observar como la interacción de ambas sustancias podía influir a
nivel psicológico y comportamental (Martin y Bryant, 2001). Se estima que entre un
60% y un 85% de los consumidores habituales de cocaína lo son también de otras
sustancias psicoactivas, siendo el consumo simultáneo de varias sustancias habitual
(McCance-Katza et al., 1998). De estas sustancias es sin lugar a dudas el alcohol el que
tiene una mayor presencia, indicando autores que en torno al 40% de los consumidores
de cocaína consumen alcohol frecuentemente (Lesswing y Dougherty, 1994). Respecto
a los sujetos alcohólicos hay que decir que en menor medida que los cocainómanos
consumen otras sustancias psicoactivas, estimándose un 18% aproximadamente, y
concretamente respecto a la cocaína en torno al 4% (Lesswing y Dougherty, 1994).
Numerosos de los estudios que buscan aclarar la relación entre el consumo conjunto de
alcohol y drogas en relación a la violencia fracasan a la hora de distinguir la diversas
sustancias de abuso, siendo este aspecto una importante limitación (Martin y Bryant,
2001). En relación a comportamientos violentos hay que indicar que los efectos
generados por el uso conjunto de ambas sustancias son desinhibidores de la conducta
que favorecen la impulsividad, sin olvidar la disminución de la capacidad de juicio que
se produce, llegando a ser favorecida la explosividad del sujeto (Delgado, 2001). La
cocaína puede alertar la conducta de las personas que consumen dicha sustancia,
especialmente si es consumida simultáneamente con etanol, de este modo se
predispone hacia la violencia a través de un incremento de la irritabilidad, la
agresividad, la disforia y la paranoia, siendo además esencial que las circunstancias
puedan ser favorables para que la violencia tenga lugar (Delgado, 2001). Además estos
cambios comportamentales son de larga duración al ser lento el proceso de eliminación
del metabolito cocaetileno (Torres y Horowitz, 1996). Pese a estos datos, hay autores
que señalan limitaciones al respecto, pues aunque consideran que el cocaetileno juega
un papel importante tanto en los efectos psicológicos como conductuales, no creen que
estos datos estén tan probados y constatados como los que produce el uso conjunto de
ambas sustancias a nivel fisiológico (McCance-Katza et al., 1998).
Según Martin y Bryant (2001), existen pocos estudios en relación al consumo de alcohol
junto con el de otras sustancias psicoactivas y el tipo de delito cometido, siendo los
datos obtenidos a través del ADAM los que proporcionan una perspectiva única en la
relación del alcohol con otras drogas y el delito. Para Chermack y Blow (2002) el
consumo conjunto de alcohol y cocaína está íntimamente asociado con violentos
incidentes. Delgado (2001), señala que el consumo simultáneo de alcohol y cocaína
presenta una más alta probabilidad de asociación con conductas homicidas que el
consumo por separado de alcohol o de cocaína. De hecho, ambas sustancias son
frecuentemente identificadas en muestras biológicas de agresiones (Delgado, 2001).
Según los datos obtenidos en el ADAM en 1998, la interacción de ambas sustancias no
supone un predictor significativo en cuanto a la tipología delictiva, la proporción de
arrestos donde hubiera influencia en el sujeto de ambas sustancias fue de un 9%; tan
solo cuando se trata de sujetos bebedores crónicos que además consumen cocaína,
situación en la que si aparece una relación con delitos contra la propiedad (Martin y
Bryant, 2001). Para otros, el alcohol y la cocaína están mayormente relacionados con la
criminalidad cuando son consumidos de forma independiente que cuando se
consumen de forma conjunta (Yua, 1998).
También señalar que ambas drogas aparecen identificadas con frecuencia en muestras
biológicas en accidentes de tráfico, de hecho en EE. UU. el 56% de los conductores
fallecidos tenían alcohol o cocaína o ambas sustancias en sus organismos (Delgado,
2001). En España, Del Río y Álvarez (1999, citados por Martínez Díaz y Fernández
Alba-Luengo, 2002) encuentran alcohol y una mezcla de droga, especialmente cocaína,
en más de la mitad de los accidentes mortales que analizaron entre 1992 y 1996.
CONCLUSIONES
Los hombres aparecen involucrados en mayor medida que las mujeres en conductas
violentas y además hay que destacar que el abuso y dependencia de sustancias
psicoactivas es más frecuente en varones, siendo esta diferencia aún más marcada en
los referido a "drogas ilegales". Esto hace que la información acerca de mujeres que
consumen sustancias psicoactivas y que cometen delitos es realmente escasa.
En cuanto a la cocaína, señalar que al tratarse de una sustancia estimulante que genera
una elevada euforia, irritabilidad, sentimientos de grandiosidad y egocentrismo, una
disminución de la capacidad de juicio y una alteración de la capacidad de
conocimiento de las consecuencias de los actos, aparece con cierta frecuencia en
relación a actos delictivos. De hecho, son aspectos que guardan relación con
comportamientos agresivos (se pueden llegar a dar respuestas desmesuradas e
incontrolables) y delictivos con relativa frecuencia, de hecho se considera como la
sustancia con una mayor capacidad de generar conductas antisociales existiendo un
amplio espectro de tipología delictiva en estos consumidores que delinquen. A este
dato hay que añadir que los sujetos que consumen cocaína en su mayoría son
consumidores de otras sustancias psicoactivas, siendo el alcohol la más habitual al
respecto. Existe una fuerte relación entre el consumo de cocaína y los delitos contra la
propiedad, tratándose de delitos de carácter funcional en su mayoría, es decir, para
subvencionar el consumo de la sustancia. En delitos de tipo más violento su incidencia
es menor a la del alcohol con significativa diferencia. Aún así hay se debe indicar que
la relación de esta sustancia con delitos de tipo violento ha sido más claramente
establecida en su forma de crack. Otra conclusión de interés es indicar que cuando
existe un mayor riesgo para cometer un delito violento es durante las primeras 24
horas tras haber consumido. El abuso de la cocaína como predictor de
comportamientos violentos no es más evidente en hombres que en mujeres. Hay que
decir que la presencia de psicopatología asociada en mujeres supone un mejor
predictor en mujeres que en hombres. En mujeres a mayor consumo de esta sustancia
existe una mayor probabilidad de ser víctima de un hecho violento, mientras que en
varones a mayor consumo mayor probabilidad de ser el agresor en el delito. En lo que
coinciden varios autores es en señalar la mayor importancia de las circunstancias que
rodean a la comisión del delito que a la vía de administración de la sustancia, aunque
esta última sea un aspecto de interés a nivel de los efectos que genera la sustancia.
Como se ha visto a lo largo de la revisión realizada aún queda mucho trabajo por
desarrollar, ya que sin lugar a dudas el género femenino ha sido escasamente
estudiado en relación al consumo de drogas y la delincuencia. Situación a la que hay
que añadir la gran controversia existente en relación a la implicación de distintas
sustancias psicoactivas en actividades delictivas.
BIBLIOGRAFÍA
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