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ALCOHOL Y COCAÍNA: TIPOLOGÍA DELICTIVA Y DIFERENCIAS DE GÉNERO

DAVID GONZÁLEZ TRJUEQUE

INTRODUCCIÓN: EL BINOMIO DROGAS-DELINCUENCIA

El objetivo del presente artículo es tratar de establecer una relación entre el consumo de
alcohol y cocaína, consumidos tanto de forma independiente como de manera
conjunta, y su influencia en la comisión de distintos actos delictivos, teniendo además
en consideración las posibles diferencias de género existentes en dicha actividad.

La problemática de las drogodependencias resulta evidentemente compleja en diversos


aspectos, pero sin lugar a dudas adquiere una especial relevancia en el momento en
que se interrelaciona con otro de los puntos conflictivos de nuestro entorno social,
como es la delincuencia (Delgado, 1994, 2001). De hecho, drogodependencias y
delincuencia conforman un binomio íntimamente relacionado y de difícil separación
(Delgado, 1994, 2001; Esbec y Gómez-Jarabo, 2000).

Debido a la existencia de este complejo binomio drogas-delincuencia existe un


creciente interés por conocer la relación entre el consumo de sustancias psicoactivas y
la tipología delictiva cometida por dichos consumidores, para así poder desarrollar
actuaciones orientadas a la prevención del comportamiento delictivo (Friedman, 1998).
Para poder desarrollar dichos planes de prevención resulta esencial conocer la
incidencia del consumo de las distintas sustancias psicoactivas, por ello que el análisis
de las prevalencias de consumo tanto de las drogas legales como de las ilegales en
España es uno de los objetivos prioritarios de muchos investigadores centrados en el
estudio del uso de drogas en adolescentes (Muñoz-Rivas, Graña y García, 2000), ya que
es durante la adolescencia cuando se establecen los patrones iniciales de consumo. No
se debe olvidar, además de la compleja relación drogas-delito, la existencia de la
relación adolescencia y drogas, que es bidireccional (Espada et al., 2003). Tanto alcohol
como cocaína son sustancias psicoactivas altamente relacionadas con actos delictivos y
al igual que sucede con el resto de sustancias psicoactivas los consumos suelen
iniciarse durante la adolescencia (Espada et al., 2003). Hay que añadir que
generalmente el consumo de sustancias legales antecede al consumo de sustancias
ilegales, y además el fuerte uso de sustancias legales facilita el incremento del uso de
sustancias ilícitas (Yu y Williford, 1994).

La relación entre el uso de sustancias psicoactivas y conductas delictivas puede


dividirse en dos grandes apartados, los relacionados con los efectos farmacológicos
directos que ocasiona el consumo de la sustancia por un lado, y los efectos debidos al
uso ilícito y al tráfico de drogas por otro (Delgado, 1994, 2001). Según Friedman (1998),
existen cinco formas para explicar la relación empírica entre drogodependencias y
actividad delictiva. La primera es considerar que el consumo de sustancias psicoactivas
dirige el delito, es decir que lo antecede, de hecho en un primer momento se consideró
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que alcohol y las drogas eran el origen de los actos criminales (Delgado, 1994, 2001). La
segunda es señalar que es la actividad criminal la que conlleva a que el delincuente
acabe consumiendo sustancias psicoactivas. La tercera es considerar que tanto la
primera como la segunda se dan de forma simultánea, el consumo origina el delito y el
delito lleva al consumo nuevamente, es decir, que el abuso de sustancias está
implicado con el delito tanto como predisposición como causa. La cuarta forma que
señala Friedman para explicar la relación drogas-delincuencia es considerar que tanto
la delincuencia como el consumo de sustancias son aspectos desviados de una misma
realidad, es decir, considerar que delincuencia y consumo de sustancias psicoactivas
son parte de un estilo de vida desviado (Delgado, 1994, 2001; Esbec y Gómez-Jarabo,
2000). Y por último, la quinta forma de explicar la existencia de este binomio es indicar
que el consumo de sustancias psicoactivas y las conductas delictivas son distintas
formas de comportamiento desviado con la existencia de antecedentes comunes.

Otros autores señalan que los aspectos esenciales que se deben conocer en la relación
drogas y delincuencia son dos. Por una parte, las características de la sustancia tóxica
consumida, como son el tipo de sustancia, la dosis, la vía de administración, etc.; y por
otra parte al sujeto que consume y delinque, su personalidad, su nivel socioeconómico,
etc. (Delgado, 1994; 2001). Sin lugar a dudas en relación a las características de la
sustancia tóxica consumida hay que destacar el efecto farmacológico que posea dicha
sustancia, en referencia al efecto directo biológico que ocasiona sobre la estructura del
sistema nervioso y que causa una disfunción a nivel cognitivo, esto hace que el
consumidor pueda malinterpretar intenciones de los que le rodean y llegar a
comportarse de un modo violento y/o desadaptado (Friedman, 1998).

En cuanto al consumidor de sustancias psicoactivas que además delinque habrá que


considerar distintos aspectos, no debiéndose olvidar que la conducta criminal está muy
frecuentemente asociada con la estructura de la personalidad del sujeto,
independientemente de que exista o no algún trastorno mental o dependencia a
sustancias psicoactivas (Delgado, 2001). Aunque hay evidencias de que el consumo de
sustancias psicoactivas es un mejor predictor hacia la violencia que la propia
psicopatología; aunque evidentemente si al consumo de drogas/alcohol se añade
algún tipo de psicopatología el riesgo de violencia se incrementa, en especial con los
trastornos de la personalidad (Friedman, 1998), por ello, la interacción alcohol, drogas
y psicopatología se da con alta frecuencia y supone una predisposición hacia los delitos
violentos. Además hay que señalar la existencia de numerosos factores relacionados
con el sujeto que consume, como son los factores sociológicos, sociofamiliares,
ideológicos, etc. (Delgado, 1994, 2001), siendo de especial importancia el papel que
juegan las relaciones sociales (Pottieger y Tressell, 2000). De todos modos hay que
destacar pese a la importancia de las variables señaladas que tanto el consumo de
alcohol como el de otras sustancias psicoactivas puede influir de un modo muy diverso
y variado en la conducta del consumidor (Fernández Entralgo, 1994).

En general la consideración más habitual al respecto de esta temática es considerar que


el comportamiento violento está determinado por una relación compleja de numerosos
factores, destacando los estados emocionales tanto del agresor como de la víctima y los
efectos farmacológicos de la sustancia consumida (Friedman, 1998). Aunque autores
como Parkes y Auerhahn (1998; cit. Martin y Bryant, 2001), tras revisar literatura
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científica sobre los efectos de diversas sustancias psicoactivas (cocaína, anfetaminas,


heroína.) y su relación con actos violentos observan que los resultados logrados hasta
el momento no son del todo concluyentes, pareciendo más significativas en su opinión
las bases sociales que las farmacológicas a la hora de esclarecer esta compleja relación
drogas-violencia.

Existe una aceptación generalizada acerca de la complejidad que supone la relación


entre el uso de distintos tipos de sustancias psicoactivas y la tipología delictiva
desarrollada por los consumidores de dichas sustancias (Martin y Bryant, 2001),
resultando evidente que el uso de ciertas sustancias ilícitas esta asociado de manera
importante a una predisposición hacia la conducta violenta (Delgado, 1994; Friedman,
1998). Aunque la mayoría de estudios se han centrado principalmente en la relación del
consumo de sustancias ilícitas y delito, no se debe olvidar la importancia del alcohol,
ya sea consumido conjuntamente con otras sustancias o de forma separada, y su
significativa relación con actos violentos (Martin y Bryant, 2001). Para el estudio de esta
compleja relación resulta de gran utilidad la existencia de programas en los que se
compruebe la implicación de las drogodependencias en la comisión de actos delictivos.
Entre estos programas destaca el ADAM (Arrestee Drug Abuse Monitoring)
desarrollado en EE.UU., en el que se pretende explorar la asociación entre actos
delictivos e intoxicación alcohólica y/o reciente uso de cocaína, marihuana y otras
drogas, entre varones y mujeres arrestados, lo cual permite poder examinar las
posibles diferencias de género en esta relación (Martin y Bryant, 2001). En este
programa se tienen en consideración 10 distintos tipos de sustancias psicoactivas (entre
ellas alcohol y cocaína) consumidas por los sujetos arrestados y la comisión del delito,
entre los que se distingue el de tipo violento (i.e. homicidio, agresión sexual, secuestro.)
y el tipo contra la propiedad (i.e. robos y hurtos principalmente). Los datos obtenidos a
través del ADAM en el año 1998, donde se contó con una muestra de 9.242 varones y
2.594 mujeres, con una edad media en torno a los 30 años, arrestados por delitos
violentos y contra la propiedad en 35 ciudades norteamericanas establecen que los
mayores predictores para la comisión de un delito de tipo violento son el ser varón, el
consumir alcohol y el tener una edad entre los 21 y 35 años; mientras que en relación a
los delitos contra la propiedad encuentran relevancia al hecho de ser soltero y al tener
problemas laborales significativos (Martin y Bryant, 2001).

Según Friedman (1998) las sustancias psicoactivas mayormente relacionadas con la


delincuencia en EE. UU. Son en primer lugar el alcohol, en segundo lugar la cocaína, el
crack y las anfetaminas, y en un tercer lugar se encuentran sustancias como el PCP, los
alucinógenos y los inhalantes. El uso de sustancias está principalmente relacionado con
delitos como el robo o el vandalismo más que con la agresión, siendo mayoritariamente
la motivación del agresor el mantenimiento de su hábito de consumo adquirido
(Friedman, 1998), lo que se relaciona con delitos de tipo funcionales. Se considera que
el comportamiento criminal es incrementado fundamentalmente por el uso de alcohol
y por el uso de cocaína, implicando este dato el gran impacto de ambas sustancias en
relación a las conductas delictivas (Yu y Williford, 1994); siendo los efectos
farmacológicos de ambas sustancias de gran importancia en relación a delitos violentos
(Tardiff et al., 2002), siendo por tanto, el alcohol y la cocaína dos de las sustancias más
altamente relacionadas con la criminalidad (Yu y Williford, 1994).
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Por último destacar que a lo largo de la historia el influjo de las sustancias psicoactivas
ha recibido un tratamiento jurídico muy variado, siendo a veces tenidas en
consideración como causa de exención, en otras como agravante, en otras como
atenuante, etc. (Fernández Entralgo, 1994).

CONSIDERACIONES: MUJER, DELITO Y DROGAS

Históricamente, la palabra delincuencia ha suscitado una serie de características que


han estado asociadas al sexo masculino, opinión que además ha estado sostenida a la
vez por el hecho de que a nivel estadístico existe una gran diferencia entre el número
de reclusos hombres y mujeres, además de existir la creencia general de que la
delincuencia cometida por mujeres posee un carácter cuantitativo muy limitado y que
conlleva un menor grado de violencia asociado que el de la delincuencia masculina
(Clemente, 1987). Lo que sí resulta evidente es que los varones están involucrados en
mayor medida en más conductas violentas que las mujeres (Friedman, 1998), y que la
participación del varón en el delito excede con diferencia a la de la mujer (Clemente,
1987). Por ejemplo señalar que la participación de la mujer en delitos violentos como
pueda ser el homicidio es muy baja en comparación con el género masculino (Spunt et
al., 1996). Además, hay que considerar el hecho de que las situaciones en las que las
ofensas se suceden y el tipo de acto violento cometido son de muy diversa índole en
hombres y en mujeres (Friedman, 1998). Se considera que en las mujeres es menor la
probabilidad de mostrar conductas agresivas, aunque es relevante señalar que
variables ambientales como la provocación juegan un papel de gran importancia
(Martin y Bryant, 2001).

En cuanto a la relación entre mujer y consumo de sustancias psicoactivas se debe


indicar que el abuso y dependencia de sustancias es mayormente frecuente en hombres
que en mujeres, siendo esta diferencia menos acentuada en relación al alcohol que en lo
que respecta a sustancias de carácter ilícito (Kaplan y Sadock, 1999). No se puede decir
que existan diferencias significativas de género en cuanto a las edades en las que se
inicia el consumo de las distintas drogas (Espada et al., 2003), aunque si parece
especialmente significativo el papel que juegan las relaciones sociales en las mujeres a
la hora de explicar el consumo de sustancias psicoactivas, más evidente este aspecto
que en los varones (Poettieger y Tressell, 2000).

Según Spunt et al. (1996) son el alcohol y la cocaína las sustancias psicoactivas más
consumidas por las mujeres, considerándose que las mujeres que abusan del alcohol o
de algún tipo de droga es más probable que presenten una historia de victimización
infantil que los varones que consumen sustancias psicoactivas (Friedman, 1998);
mientras que los varones consumen por el placer que conllevan los efectos de la
sustancia adictiva o por el mero hecho de buscar sensaciones y emociones nuevas, el
consumo de las mujeres guarda más relación con las teorías de la automedicación,
siendo la finalidad fundamental el procurar aliviar alguna molestia (Fullilove, Lown y
Fullilove, 1992; cit. Martin y Bryant, 2001).

Otro dato relevante es que la comorbilidad entre el consumo de sustancias y la


presencia de psicopatología resulta un mejor predictor hacia el comportamiento
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delictivo en mujeres que en hombres, donde en ocasiones los datos no son tan claros
(Friedman, 1998). De hecho hay autores que no logran encontrar una evidente relación
entre el uso de drogas y el cometer posteriormente un delito en varones, pero si
encuentran tal relación en mujeres (Friedman, 1998). Existen escasos estudios acerca de
la influencia de drogas en delitos cometidos por mujeres, aunque se sugiere una
relación entre ambas; principalmente la presencia de sustancias psicoactivas en las
víctimas cuando estas son de género masculino (Spunt et al., 1996). En relación a
delitos violentos hay que decir que no existen estudios que exploren completamente la
relación entre el uso de drogas en mujeres que cometan homicidio (Spunt et al., 1996).
Según Spunt et al. (1996), un 70% de las mujeres encarceladas por haber cometido un
homicidio eran consumidoras habituales de sustancias psicoactivas (el alcohol y el
cannabis eran las sustancias más habituales, seguidas por la cocaína y la heroína); un
50% aproximadamente presentaban problemas de adicción, y un tercio presentaba
intoxicación de la sustancia durante la comisión del delito. El consumo de sustancias
psicoactivas por mujeres en relación al delito de homicidio es significativo tanto
cuando resultan víctimas como cuando son agresoras en el delito (Spunt et al., 1996).
Aproximadamente dos tercios de las mujeres que llegan a cometer un homicidio
consideran que la principal influencia para la comisión del acto son los efectos
producidos por la sustancia, mientras que un 30% aproximadamente atribuyen el
homicidio al hecho del consumo de sustancias por parte de la víctima; aún con estos
datos hay que señalar que es muy difícil poder generalizar sobre las mujeres que
comenten homicidio, al disponer de pocos datos (Spunt et al., 1996). Donde los
resultados son más evidentes es en relación a decir que las sustancias psicoactivas
juegan un importante papel sobre incrementar la vulnerabilidad de las mujeres para
ser víctimas de delitos violentos (Spunt et al., 1996).

Pese a la falta de estudios en cuanto a la mujer y la comisión de actos delictivos en


relación al consumo de sustancias, hay que indicar que existen diferencias
significativas de género en cuanto al uso y abuso del alcohol y de otras sustancias, por
lo que tal vez por ello también existan diferencias significativas en cuanto a los delitos
que cometan (Martin y Bryant, 2001). El hecho de que los hombres aparezcan con
mayor frecuencia que las mujeres en conductas violentas unido a que tanto el abuso
como la dependencia de sustancias psicoactivas es más frecuente en varones suponen
una limitación a la hora de procurar establecer una diferencia de genero en relación al
binomio drogas-delincuencia, ya que la información acerca de mujeres que consuman
sustancias adictivas y que cometan actos delictivos es escasa. El conocimiento de la
naturaleza de la delincuencia femenina no está desarrollado (Clemente, 1987), y resulta
evidente que la relación de la mujer con la actividad delictiva debe ser investigada con
mayor profundidad (Martin y Bryant, 2001).

ALCOHOL, DELITO Y DIFERENCIAS DE GÉNERO

El alcohol es el agente químico más usado y del que más se abusa (Frances y Franklin,
1996), siendo considerado de forma unánime como la sustancia psicoactiva depresora
del sistema nervioso que se consume con mayor frecuencia a nivel mundial (Kaplan y
Sadock, 1999). Además hay que destacar que el alcohol es considerado como la puerta
de entrada al consumo de otras sustancias psicoactivas, siendo el consumo precoz de
esta sustancia un factor que aumenta la probabilidad de usar otras sustancias adictivas
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con posterioridad (Espada et al., 2003). En EE. UU. se estima que el 51% de la población
adulta consume alcohol de manera habitual, y se señala que la prevalencia del abuso o
dependencia al alcohol es de un 13.8% (Kaplan y Sadock, 1999). En cuanto a España, se
debe indicar que en 1993 ocupaba el séptimo lugar en lo referido a consumo de alcohol
a nivel mundial, con 10 litros aproximadamente por persona al año y que, en la
mayoría de los casos, este consumo en la edad adulta supone la consolidación de un
patrón de uso frecuente de ésta y de otras sustancias que hayan comenzado a ser
consumidas durante la juventud (Muñoz-Rivas et al., 2000). En España se estima que
un 7% aproximadamente de la población consume más de 700 gr. de alcohol a la
semana (Pérez de los Cobos y Guardia, 2001) y que la edad media del comienzo del
consumo se sitúa en torno a los 14 años (Espada et al., 2003). En la Comunidad
Autónoma de Madrid, por ejemplo, se calcula que la media de edad de inicio en el
consumo de alcohol está en torno a los 13.7 años, aunque es a partir de los 15 años
cuando se observa un mayor progreso hacia el consumo de cualquiera de las bebidas
alcohólicas (Muñoz-Rivas et al., 2000).

Los varones consumen mayor cantidad de alcohol que las mujeres (Kaplan y Sadock,
1999). Kaplan y Sadock (1999), encuentran que durante el último mes, un 60% de
varones habían consumido, mientras que el porcentaje en las mujeres era de un 45%; en
cuanto a bebedores compulsivos encuentran que un 23.8% de los varones habían
presentado episodios de este tipo mientras que en mujeres el porcentaje se reducía al
8.5%; y en lo referido a bebedores excesivos las cifras se situaban en un 9.5% para los
hombres y un 2% para las mujeres. Un aspecto de interés es que en España se considera
que las mujeres adolescentes consumen alcohol con una mayor frecuencia que los
varones jóvenes, aunque en una menor cantidad (Espada et al., 2003).

En cuanto a las características propias de la sustancia hay que destacar que el alcohol
ingerido es absorbido rápidamente por el organismo, dependiendo además de factores
como la rapidez del consumo y el tipo de bebida ingerida (Kaplan y Sadock, 1999;
Pérez de los Cobos y Guardia, 2001). Este aspecto hace que la vida media del etanol sea
corta debido a la rápida metabolización hepática que se produce (Pérez de los Cobos y
Guardia, 2001). Los efectos habituales tras el consumo de alcohol son la presencia de
labilidad emocional y la alteración de la capacidad de juicio y del pensamiento; es
además factible que se produzca la aparición de una inapropiada sexualidad que
puede afectar a las relaciones interpersonales (vid. infra) que facilite la aparición de
comportamientos agresivos (Kaplan y Sadock, 1999; Pérez de los Cobos y Guardia,
2001), sin olvidar que durante el periodo de intoxicación la memoria se ve
significativamente afectada (Pérez de los Cobos y Guardia, 2001).

Para entender la etiología del alcoholismo hay que tener en consideración numerosos
factores, como son los sociales, los psicológicos y los biológicos (Pérez de los Cobos y
Guardia, 2001). Además de la importancia que presentan ciertas variables
sociodemográficas relacionadas con esta problemática, como es el bajo nivel educativo
(Cuadrado, 1996). Una característica fundamental es que los consumidores habituales
de alcohol con cierta frecuencia consumen además otro tipo de sustancias ilícitas,
hablándose de cifras entre un 18% y una 25% (Kaplan y Sadock, 1999; Lesswing y
Dougherty, 1994; Pérez de los Cobos y Guardia, 2001), siendo especialmente
significativo el uso conjunto del alcohol con la cocaína, estimándose que un 4.3% de los
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consumidores habituales de alcohol consumen también cocaína (Lesswing y


Dougherty, 1994). En los sujetos sin problemas con el alcohol la prevalencia con otro
tipo de drogodependencias es significativamente inferior, hablándose de cifras en
torno al 6% (Pérez de los Cobos y Guardia, 2001). Existe además una mayor
prevalencia de los trastornos mentales en los sujetos con problemas con el alcohol que
en la población general (Pérez de los Cobos y Guardia, 2001), destacando la incidencia
de los trastornos de la personalidad en estos sujetos, entre los que destacan los de tipo
dependiente, por evitación, compulsivo, antisocial y esquizoide (Lesswing y
Dougherty, 1994). También decir que en las mujeres, los problemas con el alcohol
guardan una especial relación con el trastorno depresivo mayor (Friedman, 1998).

Se tiende a establecer que el alcoholismo está por completo relacionado con la


criminalidad (Delgado, 1994, 2001; Esbec y Gómez-Jarabo, 2000), de hecho numerosos
estudios han probado la existencia de una relación entre el consumo de alcohol y el
comportamiento delictivo (Espada et al., 2003), sin olvidar que también aparece con
relativa frecuencia en las víctimas de estos actos (Delgado, 1994, 2001). La mayoría de
los autores admiten la relación entre alcohol y conducta violenta, explicando tal
fenómeno a través del efecto desinhibidor ejercido por el alcohol sobre la persona que
actualiza las tendencias agresivas latentes del individuo (Delgado, 2001; Martin y
Bryant, 2001). Otros argumentos señalan que la desinhibición es un comportamiento
aprendido y que la agresión responde más bien a patrones de tipo cultural (Delgado,
1994, 2001). Existen autores que inciden en la importancia del efecto farmacológico que
produce el alcohol en relación a la violencia al reducir la inhibición e inducir impulsos
agresivos (Martin y Bryant, 2001). Otros estudios señalan que hay que ser más cautos a
la hora de establecer dicha relación (Lipsey, 1997; cit. Martin y Bryant, 2001), de hecho
existe una importante controversia al respecto según diversos autores. Alcoholismo y
criminalidad tienden a co-ocurrir, pero no existen evidencias claras de que los
criminales alcohólicos cometan más delitos que los no alcohólicos (Friedman, 1998).
Para varios autores existen numerosas contradicciones al no existir fundamentación
empírica que sustente la hipótesis de la acción desinhibidora del alcohol y
consecuentemente no hay evidencias que demuestren la influencia del alcohol sobre la
conducta violenta por lo que la relación entre alcohol y conducta agresiva es falsa, por
lo que el alcohol no contribuye a la violencia (Collins, 1989; cit. por Martin y Bryant;
Delgado, 1994). Otros autores señalan que, tanto el consumir alcohol como la conducta
agresiva están en plena relación con la personalidad del sujeto (Jessor y Jessor, 1977; cit.
Martin y Bryant, 2001). Otra hipótesis también reflejada en estudios es considerar que
la violencia precede al consumo de alcohol (White, Brick y Hansell, 1993; cit. Martin y
Bryant, 2001). A pesar de tan diversos planteamientos al respecto es importante señalar
la importancia de las diferencias individuales, ya que el alcohol facilita la agresión en
algunas personas pero no en otras, el alcohol incrementa en proporción directa la
predisposición hacia la agresividad pero es esencial que exista una provocación
ambiental para entender el proceso (Giancola, 2002).

Pese a la controversia existente entre la relación alcohol y delincuencia hay que indicar
que son numerosos los estudios que documentan la relación entre el consumo abusivo
de esta sustancia y la conducta violenta (Martin y Bryant, 2001; Pérez de los Cobos y
Guardia, 2001), de hecho se trata de la principal sustancia relacionada con delitos
violentos, con gran diferencia sobre el resto de sustancias psicoactivas (Friedman,
1998). El estar bajo los efectos del alcohol dobla la probabilidad de ser arrestado por la
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comisión de hechos violentos, tratándose esta situación del mayor predictor para
cometer algún comportamiento violento (Martin y Bryant, 2001). Existen considerables
evidencias circunstanciales que sugieren que el consumo de alcohol está íntimamente
relacionado a la violencia (Delgado, 1994, 2001). De hecho, es el alcohol la sustancia
psicoactiva que aparece más frecuentemente asociada con el homicidio (Martin y
Bryant, 2001). A continuación se pasa a citar datos obtenidos a partir de estudios de
interés en relación a esta temática, aunque se puede señalar que habitualmente el
alcohol ha jugado un importante papel en un 30-60% de los homicidios en varios países
(Delgado, 1994).

Banay (1942, cit. por Delgado, 1994, 2001), en 3000 varones internados en la prisión de
Sing Sing, en Nueva York, estableció una relación entre alcoholismo y violencia
interpersonal, obteniendo una media total de presencia de alcohol en orina en torno al
72.7% de la muestra y con un nivel de alcohol por encima del 10% (umbral tóxico) un
porcentaje del 64.2%, preferentemente en los delitos contra personas. Shupe (1954, cit.
Delgado, 1994, 2001), en un estudio llevado a cabo sobre 163 personas acusadas por
delitos violentos encuentra que el 82% tenían alcohol en sangre y/o orina. En el trabajo
de Wolfgang (1958, cit. Delgado, 1994, 2001) sobre 588 homicidios en Filadelfia se
registró alcohol en un 9% de las víctimas, en el 11% de los agresores y en el 44% de los
casos se encontró alcohol en el agresor, en la víctima o en ambos, y encuentra el dato
de que cuando existe apuñalamiento es más alta la probabilidad de que haya alcohol
que en otro tipo de homicidios. Datos muy similares fueron los obtenidos por
Lanzkron (1963, cit. Delgado, 1994, 2001) en cuanto a los agresores en delitos de
homicidio, donde encontró que el 12% se encontraban en estado de intoxicación a la
hora de cometer el suceso. Como resultado de la revisión de diez estudios realizada
por MacDonald (1961, cit. Delgado, 1994, 2001) se haya que los agresores homicidas
habían bebido previamente al suceso en una proporción media del 54%. Proporción
similar a la obtenida por Goodwin (1973, cit. Delgado, 1994, 2001) en su estudio sobre
esta cuestión, añadiendo que entre un 25-50% de las víctimas también habían
consumido previamente. Asimismo, el 43% de los delincuentes del estudio de Guze
(1976, cit. Delgado, 1994, 2001) eran alcohólicos. Bohman (1982, cit. Delgado, 1994,
2001) estudia la relación entre abuso de alcohol y criminalidad en Suecia y encuentra
que la criminalidad donde no se registra abuso de alcohol se caracteriza por pequeños
delitos contra la propiedad, mientras que los alcohólicos presentaban una mayor tasa
de delitos contra las personas. También en Suecia, destaca el estudio de Linqvist (1986,
cit. Delgado, 1994, 2001), donde encuentra que en dos tercios de los homicidas
estudiados y en casi el 50% de las victimas estaban intoxicados en el momento del
hecho. En el estudio de McCord (1983, cit. Delgado, 1994, 2001) sobre la carrera
delictiva de 400 sujetos, encuentra que dividiéndolos en alcohólicos y no alcohólicos,
en los primeros son mas frecuentes los delitos contra las personas. Roizen (1993, cit.
Martin y Bryant, 2001) estudia a 40 sujetos arrestados por cometer hechos violentos y
en la mitad de ellos encontró problemas relacionados con el consumo abusivo de
alcohol. Spunt et al. (1995) señalan que en casos de homicidio en un 53% de los casos el
agresor ha consumido alcohol durante las 24 horas previas a la comisión del delito y
que el 32% de los agresores se encontraban bajo los efectos de la sustancia durante la
comisión del homicidio. En España, Delgado (1988, cit. Delgado, 1994) estudia 157
agresores de homicidio, encontrando alcohol en un 29% de los casos y un estado de
intoxicación durante los hechos en el 4,45%.
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En general, se puede decir que los resultados de los estudios consultados soportan la
afirmación habitual de que alrededor de la mitad de los homicidios tienen lugar con la
influencia del alcohol en el agresor (Delgado, 2001), aunque otros autores señalan que
los efectos del alcohol no son tan significantes en las agresiones extremas (Giancola,
2002). Además, tanto el uso abusivo de alcohol como la intoxicación etílica guardan
relación con la violencia hacia la mujer dentro del matrimonio (Friedman, 1998). En
casos extremos de homicidio doméstico la importancia del alcohol resulta evidente
(Muscat, 1976, cit. Delgado, 1994, 2001).

Otros delitos donde el consumo abusivo de alcohol es especialmente relevante son


aquellos relacionados con las agresiones de tipo sexual, de hecho existen evidencias de
la asociación entre el consumo de alcohol y violación (Collins, 1989, cit. Delgado, 2001).
El alcohol aparece con relativa frecuencia en los delitos de agresión sexual, existiendo
un consumo previo en el agresor entre un 45-77% de los casos (Delgado, 2001). Luna
(1988, cit. Delgado, 2001) estudió 150 delitos de tipo sexual, encontrando alcohol en el
48% de los agresores y en el 12% de las víctimas. El alcohol está involucrado en el
origen de la agresión sexual, pero es evidente que no se trata de la única causa, aunque
si influye en el sentido de producir una percepción distorsionada de las relaciones
interpersonales que puede facilitar el origen de la agresión (Delgado, 2001; Esbec y
Gómez-Jarabo, 2000). Además, hay que señalar que la presencia de alcohol en el
agresor durante la agresión sexual aumenta la probabilidad de que la víctima sufre
lesiones físicas durante la agresión (Delgado, 2001). Indicar también que el alcohol
juega un importante papel como precipitante de la conducta sexual promiscua, hecho
más evidente este dato en hombres que en mujeres (Friedman, 1998).

Por último señalar la importante incidencia que presenta el alcohol en relación con las
infracciones de tráfico, con todo lo que ello conlleva (Cuadrado, 1996). Un 77% de los
conductores encarcelados reconocen los efectos negativos de las sustancias psicoactivas
en la conducción de vehículos, aunque el 65% de las atribuciones que realizan son
inadecuadas. Las atribuciones que contienen valoraciones negativas de los efectos de
las sustancias psicoactivas correlacionan positivamente con el número de accidentes
experimentados (Martínez Díaz y Fernández Alba-Luengo, 2002). La presencia de
alcohol y drogas en los fallecidos por accidentes de tráfico es notoria, hablándose desde
un 56% hasta un 80% en estudios norteamericanos, y de un 55% en estudios españoles
(Martínez Díaz y Fernández Alba-Luengo, 2002). Según Pérez de los Cobos y Guardia
(2001) el alcohol está presente entre un 30-50% de los accidentes de tráfico con victimas
mortales, siendo el estado de intoxicación etílica relativamente habitual (Cuadrado,
1996). En relación a la accidentabilidad tan solo señalar que también resulta
significativa la incidencia del alcohol en los accidentes laborales (Espada et al., 2003;
Pérez de los Cobos y Guardia, 2001). Son también conductas antisociales asociadas al
consumo de alcohol, la conducción de vehículos sin licencia, el ocasionar daño
deliberado a bienes públicos, el robo de artículos y las peleas físicas (Espada et al.,
2003). A continuación se añade una tabla con los resultados obtenidos por Cuadrado
(1996) en una muestra española de 182 sujetos dependientes del alcohol implicados en
actividades delictivas.

Actividad delictiva
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Infracciones de tráfico
63.4

Agresiones
17

Desfalco
9.7

Malos tratos
9.7

Atraco
4.8

Hurto
4.8

Tráfico de drogas
4.8

Daños contra la propiedad


2.4

Homicidio
2.4

Perversión de menores
2.4

Tabla 1. Tipos de delito en sujetos dependientes del alcohol (Cuadrado, 1996).

A la hora de establecer diferencias de género en relación a la tipología delictiva en


consumidores de alcohol existe una importante limitación, y es que en los estudios
sobre alcohol, drogas y delito las muestras empleadas han sido prácticamente de modo
exclusivo de varones, y además los hombres beben más frecuentemente y en mayor
cantidad que las mujeres, a lo que se debe añadir que son encarcelados en mayor
medida que las mujeres (Martin y Bryant, 2001). Si bien es cierto que durante la década
de los noventa se han realizado estudios centrados en mujeres delincuentes, cuyas
tasas de arresto y encarcelamiento se han incrementado mayormente que en hombres
en los últimos tiempos (Steffensmeier y Allan, 1996, citados en Martin y Bryant, 2001).
En los datos obtenidos a través del ADAM en 1998 se aprecia que un 92% de los sujetos
arrestados habían consumido alcohol en alguna ocasión a lo largo de su vida, sin
apreciarse diferencias de género; en cuanto a haber consumido durante el último año
tampoco se aprecian diferencias relevantes siendo el 80% de los varones arrestados y el
78% de las mujeres (Martin y Bryant, 2001).
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Existe escasa información en lo referido a alcohol, violencia y mujeres (Martin y Bryant,


2001). Giancola (2002), señala que el alcohol aumenta la agresividad tanto en hombres
como en mujeres, aunque no resulta igual de facilitador de la agresión, ya que la
provocación juega un papel más importante en lo referido al género femenino. Por lo
que los varones tienen una mayor probabilidad de responder de un modo agresivo que
las mujeres tras consumir alcohol (Friedman, 1998; Giancola, 2002; Zeichmer, 1995, cit.
Martin y Bryant, 2001). El alcohol presenta un potente efecto en la conducta agresiva,
pero tan sólo en personas predispuestas hacia ese comportamiento, siendo más
marcado este dato en hombres que en mujeres (Giancola, 2002). El abuso de alcohol por
tanto resulta un mejor predictor de conductas violentas en varones que en mujeres,
mientras que el abuso de otras sustancias psicoactivas en relación a conductas violentas
es igualmente relevante para hombres y para mujeres (Friedman, 1998). Un dato
significativo al respecto es que en torno a la mitad de los varones que cometen actos
violentos presentan problemas con el alcohol, mientras que en mujeres el dato
disminuye a un 27% (Pernanen, 1991, cit. Martin y Bryant, 2001). En ambos sexos, el
consumo reciente de alcohol guarda relación con los delitos violentos, siendo los datos
en los delitos contra la propiedad más claros en los hombres que en las mujeres (Martin
y Bryant, 2001). En lo referido al estado de intoxicación etílica, hay que decir que de
nuevo las mujeres muestran menor agresividad que los hombres, aunque tanto
hombres como mujeres son susceptibles de ser arrestados por la comisión de delitos
violentos. Sin embargo los efectos de la intoxicación (en ausencia de otras sustancias
psicoactivas) son más de tres veces mayores en mujeres que en varones arrestados
(Martin y Bryant, 2001). Spunt et al. (1996) señala que el consumo de alcohol en
mujeres es más destacado que el del resto de sustancias psicoactivas y sugiere una
relación con el delito de homicidio, tanto en agresoras como en víctimas, de hecho se
trata de la sustancia mas implicada en homicidios cometidos por mujeres. Goetting
(1987, cit. Spunt et al., 1996) indica en su estudio que el 37.5% de mujeres que cometían
homicidio sobre un hombre habían consumido previamente, siendo especialmente
significativo que el 44.6% de las víctimas varones habían consumido alcohol momentos
previos a la comisión del delito. En el estudio llevado a cabo por Spunt et al. (1996), se
encuentra que el 90% de las mujeres que cometen homicidio son consumidoras de
alcohol de un modo esporádico, un 32% consumen de manera habitual y un 18% son
dependientes a la sustancia. De hecho un 46% habían consumido el día del homicidio,
un 30% estaba bajo los efectos del alcohol a la hora de cometer el delito y un 23%
presentaban intoxicación en ese momento. Las mujeres agresoras antes de la comisión
de un homicidio consumen menor cantidad de alcohol que los hombres que consumen
alcohol antes de cometer un homicidio (Spunt et al., 1996). Los datos obtenidos por el
ADAM en 1998 indican que el alcohol aparece más frecuentemente en varones
arrestados que en mujeres arrestadas; un 54% de los varones arrestados habían
consumido alcohol durante las 72 horas previas a cometer el delito, en mujeres el
porcentaje es de un 43%. De los varones arrestados un 22% mostraban efectos de haber
consumido al ser detenidos, en mujeres el dato disminuye a un 16%. En cuanto a la
comisión de delitos violentos un 57% de los varones habían consumido durante las 72
horas previas al delito, mientras que el dato en cuanto a mujeres disminuye a un 44%.
En lo referido a delitos contra la propiedad de nuevo los datos de presencia de alcohol
en varones son mayores que en mujeres tanto en las 72 horas previas como el estar bajo
los efectos durante el delito. Es llamativa la presencia de intoxicaciones etílicas en la
violencia familiar, siendo los datos más parejos que en otros apartados, 26% hombres y
23% mujeres.
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Varones
Mujeres

Arrestos 54% Consumen previamente (72h)

22% Durante el delito


43% Consumen previamente (72h)

16% Durante el delito

Delito violento 57% Consumen previamente (72h)


44% Consumen previamente (72h)

Delito contra la propiedad 52% Consumen previamente (72h)

18% Durante el delito


36% Consumen previamente (72h)

9% Durante el delito

Violencia familiar 26% Intoxicaciones


23% Intoxicaciones

Tabla 2. Resultados en relación al alcohol obtenidos en el ADAM en 1998 (Martin y


Bryant, 2001)

Es sugerido por diversos autores el investigar de forma más exhaustiva el papel del
alcohol en conductas violentas cometidas por mujeres (Martin y Bryant, 2001), pese a
ello, resulta evidente que el alcohol aparece con mayor frecuencia en los delitos
violentos que en los delitos contra la propiedad (Martin y Bryant, 2001).

COCAÍNA, DELITO Y DIFERENCIAS DE GÉNERO

La cocaína (Eritroxilon Coca) es una de las sustancias adictivas de las que mas se abusa
(Kaplan y Sadock, 1999). En EE. UU. se estima que un 16% de la población han
probado la cocaína en algún momento, y de ellos un 16.7% llegarán a sufrir problemas
de tipo adictivo (McCance-Katza, Kosten y Jatlow, 1998). En España, se habla de una
edad media de comienzo de consumo de cocaína en torno a los 15.7 años, es decir el
consumo inicial se da con una edad algo más avanzada que los inicios del consumo de
alcohol, ya que como se ha dicho con anterioridad por lo general el consumo de
sustancias psicoactivas ilegales está precedido por el uso de sustancias de carácter legal
como es el alcohol (Espada et al., 2003). Sobre las características de los consumidores de
cocaína se debe indicar que existen pocos estudios acerca de la personalidad de las
personas dependientes a la cocaína, muchos menos que con sujetos alcohólicos donde
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se tienen más datos al respecto; aún así, se tiende a señalar unos mayores niveles de
angustia y mayor psicopatología asociada en estas personas, destacando además una
mayor incidencia de los trastornos de la personalidad, destacando los de tipo
antisocial, paranoide y límite (Lesswing y Dougherty, 1994). Añadir también que los
pacientes con problemas con la cocaína comienzan a tratar su problema con edad
anterior a los sujetos con problemas con el alcohol (Lesswing y Dougherty, 1994).

Los efectos que origina la cocaína dependen de dos factores principalmente, la dosis y
la vía de administración de la sustancia (Frances y Franklin, 1996), hay que indicar
además que la sustancia presenta una vida media corta en el organismo (Casas, Duro y
Pinet, 2001). Sobre los efectos generados por la sustancia se puede generalizar
señalando que se trata de un estimulante del sistema nervioso central, que genera
euforia, un estado de alerta y agitación, aumento del nivel de energía, sensación de
agudeza mental facilitada, irritabilidad, insomnio, cambios de humor, una disminución
de la capacidad de juicio, sentimientos de grandiosidad, conductas impulsivas e
inclusive agresividad (Casas et al., 2001; Delgado, 2001; Kaplan y Sadock, 1999).
Además también se menciona como efectos propios de esta sustancia la baja tolerancia
a la frustración, un pobre control de impulsos, dificultades a la hora de anticipar
consecuencias, dificultades para aprender de la experiencia, necesidad de excitación,
rebeldía y rabia (Delgado, 1994; Lesswing y Dougherty, 1994). En dosis elevadas y
estados de intoxicación los efectos más habituales son agitación, hiperactividad,
nerviosismo, excitación, alucinaciones e ideas delirantes (Casas et al., 2001; Delgado,
2001). Su consumo prolongado genera niveles altos de ansiedad, desconfianza y
suspicacia generalizada, temores y agresividad (Friedman, 1998).

El consumo de cocaína se extiende día a día, asociándose cada vez más al de otras
sustancias psicoactivas, fundamentalmente al alcohol (Casas et al., 2001; Delgado, 2001;
Lesswing y Dougherty, 1994). Más del 80% de los cocainómanos abusan de otras
sustancias adictivas (Delgado, 2001; Lesswing y Dougherty, 1994). En contraste con los
estudios acerca de la relación alcohol-delito (donde como ya se ha visto existe una
cierta controversia), la literatura sobre el consumo de drogas ilícitas y delito
frecuentemente encuentra una fuerte relación entre el uso/abuso y la actividad
delictiva (Martin y Bryant, 2001). Goldstein (1985, cit. Martin y Bryant, 2001) da
respuesta a este dato señalando no solo la importancia de los efectos farmacológicos
propios de cada sustancia, sino por las necesidades económicas del consumidor por
mantener el consumo y por la propia violencia asociada al mundo de las drogas y su
tráfico. Inciardi (1980, cit. Martin y Bryant, 2001) y Johnson (1985, cit. Martin y Bryant,
2001) hablan de la importancia del factor económico para lograr el mantenimiento del
consumo de la sustancia adictiva.

En cuanto a la relación de la cocaína con la actividad delictiva hay que decir que hasta
hace apenas una década existían escasos datos empíricos (Goldstein et al., 1991),
aunque actualmente la relación entre cocaína, psicosis, violencia y enfermedad mental
está sujeta a una gran investigación (Delgado, 2001). La desinhibición que genera su
consumo unida al bajo autocontrol que produce hacen que se trate de una sustancia
adictiva altamente criminógena, con una elevada capacidad de generar actos de tipo
antisocial (Delgado, 1994, 2001). De hecho el consumo de cocaína, tanto en durante
tiempo breve como por tiempo prolongado, es capaz de generar respuestas
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desmesuradas e incontrolables, comportamientos agresivos y/o reacciones paranoides


que pueden desembocar en conductas delictivas, agresiones e incluso homicidios
(Delgado, 1994, 2001). Aunque se debe señalar que la relación cocaína/crack hacia el
delito violento ha sido más claramente establecida en el crack que en el clorhidrato de
cocaína (Friedman, 1998).

El espectro de implicación de la cocaína en actos delictivos es muy amplio, mientras


que el alcohol guarda una más estrecha relación con los actos más violentos (i.e.
violencia interpersonal principalmente), la cocaína aparece implicada de forma
significativa desde agresiones psicológicas menores hasta extremas agresiones físicas
(Miller, 1991, cit. Delgado, 1994). Aún así, los datos obtenidos en el ADAM en 1998
señalan que es en los delitos contra la propiedad donde el consumo de cocaína se
muestra más relevante, apareciendo hasta en un 41% de los casos, mientras que en
delitos de tipo violento el dato se reduce a un 27%, en estos delitos da carácter violento
hay que decir que están relacionados más con otras sustancias, siendo el alcohol la más
destacada (Martin y Bryant, 2001). Harruff (1989, cit. Delgado, 1994) señala que el
consumo de cocaína contribuye al homicidio en un 39% de los casos. Se estima que en
este tipo de delitos violentos como son los homicidios la cocaína ha sido consumida
por el agresor durante las 24 horas previas a la comisión del delito en un 22%, muy
inferior al alcohol donde se habla de un 53%; y el agresor está bajo los efectos de la
sustancia en el momento de cometer el homicidio en un 14% de los casos, también
inferior al alcohol donde el dato señala un 32% (Spunt et al., 1995).

Generalmente las conductas violentas que están relacionadas con consumidores de


cocaína guardan más relación con factores asociados al control y distribución de la
sustancia (Martin y Bryant, 2001), siendo la cocaína (y especialmente en su forma de
crack) la sustancia psicoactiva ilícita que aparece con una mayor frecuencia en los
homicidios que guardan relación con el tráfico de drogas (Goldstein et al., 1991).

En relación a los aspectos relacionados con el género de los consumidores de cocaína y


su implicación en infracciones legales y actividades delictivas hay que indicar que por
lo general en los delitos contra la propiedad la cocaína aparece con mayor frecuencia
en mujeres que en varones (Martin y Bryant, 2001). Goldstein et al. (1991) en una
muestra de 152 varones encuentra que el consumo elevado de cocaína aparece
frecuentemente en robos menores cometidos en establecimientos y en hurtos (41%), y
aparece en menor medida en robos cometidos en domicilios (26%) y en asaltos mayores
como robos a bancos (24%). Cuando el consumo es de carácter más esporádico existe
en varones una menor relación con este tipo de delitos, siendo en los hurtos donde la
presencia de cocaína guarda una mayor implicación (32%).

Conducta delictiva
Uso esporádico de cocaína
Consumo elevado de cocaína

Robos en establecimientos
22%
41%
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Robos en domicilios
4%
26%

Asaltos mayores
7%
24%

Hurtos
32%
41%

Tabla 3. Datos en relación a varones consumidores de cocaína y su implicación en


ciertas actividades delictivas (Goldstein et al., 1991)

En una muestra de 133 mujeres Goldstein et al. (1991) los datos no son tan claros como
en la muestra previamente comentada de varones, siendo la diferencia entre el uso
esporádico de la sustancia y el consumo elevado habitual de poca relevancia al
respecto. En comparación al grupo de hombres destacan los elevados resultados que se
obtienen en relación al uso esporádico de la sustancia, que aparece más implicada en
mujeres que en hombres. También es destacada la presencia de cocaína en mujeres que
ejercen la prostitución, hecho relacionado con la obtención de dinero para la
subvención del consumo (Friedman, 1998).

Conducta delictiva
Uso esporádico de cocaína
Consumo elevado de cocaína

Robos en establecimientos
46%
36%

Robos en domicilios
1%
6%

Asaltos mayores
4%
8%

Hurtos
30%
28%

Prostitución
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46%
42%

Tabla 4. Datos en relación a mujeres consumidoras de cocaína y su implicación en


ciertas actividades delictivas (Goldstein et al., 1991)

Existen pocos datos en relación a sustancias psicoactivas como la cocaína en relación a


diferencias de género y violencia (Martin y Bryant, 2001). Aunque para Goldstein et al.
(1991), la cocaína juega un destacado papel en la violencia tanto en hombres como en
mujeres, considerando que existe una importante correlación entre violencia y delito en
mujeres consumidoras. Friedman (1998) señala que el abuso de cocaína como predictor
de comportamientos violentos es igual de evidente en varones y en mujeres. En
mujeres, resulta además destacado que el consumo elevado de cocaína está relacionado
con el hecho de ser víctimas de actos violentos, y que generalmente sus actos violentos
son por defensa propia o por disputas con seres cercanos (Martin y Bryant, 2001),
mientras que el uso de crack es significativo en mujeres víctimas de homicidio (Spunt
et al., 1996). La mayor o menor violencia en relación al consumo de cocaína entre
varones y mujeres depende mayormente de las circunstancias que rodean al consumo
que de la vía de administración empleada para el mismo (Delgado, 1994, 2001).
Cuando los varones son consumidores habituales de cocaína, son más frecuentemente
agresores en actos violentos que víctimas (43% y 18% respectivamente), cuando el
consumo es de carácter esporádico las diferencias al respecto no son significativas
(Goldstein et al., 1991). En cuanto a las mujeres consumidoras de cocaína hay que
destacar que son más frecuentemente víctimas que agresoras, tanto si el consumo es
elevado y habitual (55% y 19% respectivamente), como cuando se trata de un consumo
esporádico (47% y 23% respectivamente) (Goldstein et al., 1991). Goldstein et al. (1991)
estudia la participación en hechos violentos de varones y mujeres (tanto víctimas como
agresores) con distintos niveles de consumo de cocaína. En el grupo de sujetos no
consumidores encuentra una mayor implicación de los varones en actos violentos que
de mujeres.

No consumidores
Varones (152)
Mujeres (133)

% Muestra
18%
23%

% De actos violentos
13%
25%

% Algún hecho violento


57%
47%
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Media de actos violentos


1.8
1.1

Tabla 5. Diferencias de género y actos violentos en sujetos no consumidores (Goldstein


et al., 1991)

En consumidores no habituales de cocaína y que presentan patrones esporádicos de


consumo de la sustancia se observa una mayor implicación de la mujer en actos
violentos que en mujeres no consumidoras, siendo además estos datos similares a los
obtenidos por el grupo de varones consumidores no habituales, aunque como ya se ha
mencionado el varón adopta más frecuentemente el rol de agresor y la mujer el de
víctima.

Consumidores no habituales
Varones (152)
Mujeres (133)

% Muestra
59%
50%

% De actos violentos
44%
51%

% Algún hecho violento


47%
64%

Media de actos violentos


2.2
2.0

Tabla 6. Diferencias de género y actos violentos en sujetos consumidores no habituales


(Goldstein et al., 1991)

En el grupo de sujetos que presentan consumos más duros, los datos obtenidos por las
mujeres son muy similares a los obtenidos por mujeres que presentan consumos
esporádicos, sin embargo en el grupo de varones se observa que a medida que el
consumo de cocaína se incrementa aparece una mayor implicación en actos violentos.
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Consumidores duros
Varones (152)
Mujeres (133)

% Muestra
22%
27%

% De actos violentos
43%
24%

% Algún hecho violento


74%
61%

Media de actos violentos


3.6
1.9

Tabla 7. Diferencias de género y actos violentos en sujetos consumidores duros


(Goldstein et al., 1991)

Spunt et al. (1996) señala que la presencia de sustancias psicoactivas (que no sean
alcohol) en homicidios cometidos por mujeres son muy variadas, oscilando los datos
desde un 1% hasta un 75% dependiendo de los estudios. Los hombres y las mujeres
consumen por igual cocaína en relación a cometer un homicidio, este dato varía
respecto a los obtenidos en el alcohol, donde el varón si consume mayormente en
relación al homicidio que la mujer, de hecho la relación de las drogas ilícitas y
homicidio no es tan clara como en el caso del alcohol. Según Spunt et al. (1996),
respecto a las mujeres que cometen homicidio, un 54% presentan un consumo
esporádico de cocaína, un 26% tienen patrones habituales de consumo y un 27% tienen
problemas de dependencia. Se indica además que un 18% consumen el mismo día de
cometer el homicidio, un 13% se encuentra bajo los efectos de la sustancia y un 7% en
estado de intoxicación a la hora de cometer el acto. Los datos respecto al consumo de
crack son inferiores, hallándose que un 29% de las mujeres que cometen homicidio
tienen un consumo esporádico, un 22% un consumo habitual y un 21% presenta
problemas de dependencia. Se estima también que un 12% de ellas habían consumido
el mismo día de la comisión del delito, un 10% se encontraba bajo los efectos y un 4%
en estado de intoxicación. Añadir por último, que en relación a posibles diferencias de
género que según Hien y Hien (1998, cit. Martin y Bryant, 2001) existe escasa diferencia
en relación al género de los consumidores de cocaína que han sido arrestados cuando
se habla de estratos sociales bajos.

INTERACCIÓN DE AMBAS SUSTANCIAS Y ACTIVIDAD DELICTIVA


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La combinación del uso del alcohol y de la cocaína supone una de las politoxicomanías
más prevalentes en España y el resto de Europa (Delgado, 2001). Los estudios que
inspeccionan los efectos combinados del alcohol y cocaína han sido realizados en los
últimos años, y primeramente se centraron en aspectos farmacológicos, pasando
posteriormente a observar como la interacción de ambas sustancias podía influir a
nivel psicológico y comportamental (Martin y Bryant, 2001). Se estima que entre un
60% y un 85% de los consumidores habituales de cocaína lo son también de otras
sustancias psicoactivas, siendo el consumo simultáneo de varias sustancias habitual
(McCance-Katza et al., 1998). De estas sustancias es sin lugar a dudas el alcohol el que
tiene una mayor presencia, indicando autores que en torno al 40% de los consumidores
de cocaína consumen alcohol frecuentemente (Lesswing y Dougherty, 1994). Respecto
a los sujetos alcohólicos hay que decir que en menor medida que los cocainómanos
consumen otras sustancias psicoactivas, estimándose un 18% aproximadamente, y
concretamente respecto a la cocaína en torno al 4% (Lesswing y Dougherty, 1994).

El consumo de alcohol genera una potenciación de los efectos de otras sustancias


psicoactivas como son la nicotina, el cannabis o la cocaína (Yu y Williford, 1994), de
hecho los efectos de desinhibición conductual propios que origina el consumo de
cocaína se incrementan considerablemente si se añade un estado de intoxicación etílica,
ya que el etanol potencia los efectos estimulantes de la cocaína (Delgado, 2001).

El uso conjunto de alcohol y cocaína produce en el organismo un potente principio


psicoactivo llamado cocaetileno o etilcocaína, principio que posee unas propiedades
farmacológicas similares a las de la cocaína pero con una vida de una duración de tres
a cinco veces mayor (Andrews, 1997). El metabolito del cocaetileno ha sido identificado
como un potente inhibidor presináptico de la recaptación de dopamina (Delgado,
2001). En adicción a los efectos del alcohol y de la cocaína hay que añadir los del
metabolito cocaetileno, que supone un poderoso refuerzo y un importante tóxico a
distintos niveles (i.e. cerebral, cardiovascular y hepático, etc.) para el consumidor de
ambas sustancias, sin olvidar su lento proceso de eliminación (McCance-Katza et al.,
1998). El consumo conjunto de ambas sustancias produce una mayor euforia, se
incrementa la sensación subjetiva de bienestar, se aminoran las secuelas físicas y
psicológicas del consumo de cocaína exclusivo, se produce una menor disforia en
relación a los efectos de abstinencia, se incrementa la respuesta cardiovascular y
aumenta la tensión arterial. Dichos efectos son considerablemente más prolongados
que en el consumo exclusivo de la cocaína, dado el lento proceso de eliminación del
metabolito cocaetileno. Además de esta prolongación de los efectos ejercidos por el
consumo conjunto de ambas sustancias no se debe olvidar la alta toxicidad que genera
el uso conjunto de alcohol y cocaína en el organismo, toxicidad que se da tanto a nivel
cardiovascular como cerebral (Delgado, 2001; Gottschalk y Kosten, 2002; McCance-
Katza et al., 1998). Esta toxicidad guarda relación con el hecho de que el cocaetileno se
muestra ligeramente más letal que la cocaína, situación manifiesta en experimentos
realizados con ratones (McCance-Katza et al., 1998).

El consumo conjunto de ambas sustancias psicoactivas presenta una elevada


comorbilidad con alteraciones psiquiátricas, y supone una evidente peor predicción de
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mejora a la hora de establecer cualquier tipo de tratamiento (McCance-Katza et al.,


1998).

Numerosos de los estudios que buscan aclarar la relación entre el consumo conjunto de
alcohol y drogas en relación a la violencia fracasan a la hora de distinguir la diversas
sustancias de abuso, siendo este aspecto una importante limitación (Martin y Bryant,
2001). En relación a comportamientos violentos hay que indicar que los efectos
generados por el uso conjunto de ambas sustancias son desinhibidores de la conducta
que favorecen la impulsividad, sin olvidar la disminución de la capacidad de juicio que
se produce, llegando a ser favorecida la explosividad del sujeto (Delgado, 2001). La
cocaína puede alertar la conducta de las personas que consumen dicha sustancia,
especialmente si es consumida simultáneamente con etanol, de este modo se
predispone hacia la violencia a través de un incremento de la irritabilidad, la
agresividad, la disforia y la paranoia, siendo además esencial que las circunstancias
puedan ser favorables para que la violencia tenga lugar (Delgado, 2001). Además estos
cambios comportamentales son de larga duración al ser lento el proceso de eliminación
del metabolito cocaetileno (Torres y Horowitz, 1996). Pese a estos datos, hay autores
que señalan limitaciones al respecto, pues aunque consideran que el cocaetileno juega
un papel importante tanto en los efectos psicológicos como conductuales, no creen que
estos datos estén tan probados y constatados como los que produce el uso conjunto de
ambas sustancias a nivel fisiológico (McCance-Katza et al., 1998).

Según Martin y Bryant (2001), existen pocos estudios en relación al consumo de alcohol
junto con el de otras sustancias psicoactivas y el tipo de delito cometido, siendo los
datos obtenidos a través del ADAM los que proporcionan una perspectiva única en la
relación del alcohol con otras drogas y el delito. Para Chermack y Blow (2002) el
consumo conjunto de alcohol y cocaína está íntimamente asociado con violentos
incidentes. Delgado (2001), señala que el consumo simultáneo de alcohol y cocaína
presenta una más alta probabilidad de asociación con conductas homicidas que el
consumo por separado de alcohol o de cocaína. De hecho, ambas sustancias son
frecuentemente identificadas en muestras biológicas de agresiones (Delgado, 2001).
Según los datos obtenidos en el ADAM en 1998, la interacción de ambas sustancias no
supone un predictor significativo en cuanto a la tipología delictiva, la proporción de
arrestos donde hubiera influencia en el sujeto de ambas sustancias fue de un 9%; tan
solo cuando se trata de sujetos bebedores crónicos que además consumen cocaína,
situación en la que si aparece una relación con delitos contra la propiedad (Martin y
Bryant, 2001). Para otros, el alcohol y la cocaína están mayormente relacionados con la
criminalidad cuando son consumidos de forma independiente que cuando se
consumen de forma conjunta (Yua, 1998).

En cuanto a la existencia de posibles diferencias de género en relación a consumir


ambas sustancias y a cometer algún tipo de actividad delictiva decir que según los
datos obtenidos por el ADAM, los efectos combinados de alcohol y cocaína predicen
delitos contra la propiedad en mujeres, pero no aportan datos relevantes en cuando a
la tipología delictiva de varones, de hecho según ese estudio la interacción alcohol-
cocaína no resulta buen predictor delictivo en hombres. En mujeres de raza negra, el
consumo de alcohol y cocaína si predice según los datos del ADAM delitos que
incluyen comportamientos de tipo agresivo. Además señalar que las mujeres que
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combinan el uso de alcohol y cocaína tienen el doble de probabilidad de ser arrestadas


por delitos violentos que las que no usan dichas sustancias y tienen además una mayor
probabilidad de ser arrestadas por delitos contra la propiedad que las que solo
consumen alcohol (Martin y Bryant, 2001). De todas formas hay que decir que faltan
datos en relación al consumo de drogas, ya sea conjuntamente con alcohol o sin él, y
diferencias de género y actividad delictiva (Martin y Bryant, 2001).

También señalar que ambas drogas aparecen identificadas con frecuencia en muestras
biológicas en accidentes de tráfico, de hecho en EE. UU. el 56% de los conductores
fallecidos tenían alcohol o cocaína o ambas sustancias en sus organismos (Delgado,
2001). En España, Del Río y Álvarez (1999, citados por Martínez Díaz y Fernández
Alba-Luengo, 2002) encuentran alcohol y una mezcla de droga, especialmente cocaína,
en más de la mitad de los accidentes mortales que analizaron entre 1992 y 1996.

Pese a la controversia en relación a la influencia de ambas sustancias consumidas


conjuntamente decir que se trata de una de las combinaciones más relacionadas con
acontecimientos en los que se produce algún tipo de fallecimiento (McCance-Katza et
al., 1998).

CONCLUSIONES

La relación entre el mundo de las drogodependencias y el mundo de la delincuencia


resulta especialmente compleja, ya que configuran un binomio de difícil separación,
existiendo diversas teorías que tratan de explicar la relación empírica drogas-delito. La
relación entre el consumo de distintos tipos de sustancias psicoactivas y los delitos que
cometen estos consumidores es complicada, pero resulta evidente que existe un
creciente interés por conocer esta relación, para así lograr una mejor comprensión de la
situación y procurar prevenir en la medida de lo posible el comportamiento delictivo
de estos sujetos consumidores.

Se tiende a considerar que el uso y abuso de ciertos tipos de sustancias psicoactivas


predisponen a la comisión de hechos violentos, siendo el alcohol y la cocaína las dos
sustancias mayormente implicadas en la criminalidad, aunque como se ha visto existen
autores que critican que esta relación esté lo suficientemente probada.

Los hombres aparecen involucrados en mayor medida que las mujeres en conductas
violentas y además hay que destacar que el abuso y dependencia de sustancias
psicoactivas es más frecuente en varones, siendo esta diferencia aún más marcada en
los referido a "drogas ilegales". Esto hace que la información acerca de mujeres que
consumen sustancias psicoactivas y que cometen delitos es realmente escasa.

Sobre el alcohol decir que es la sustancia psicoactiva más consumida a nivel


internacional con gran diferencia. Sus efectos son múltiples destacando en relación a la
actividad delictiva la alteración de la capacidad de juicio, la confusión y la
predisposición a la violencia entre otras. Sin olvidar que frecuentemente aparece unido
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a otros trastornos de índole psicológica y al consumo de otras sustancias. Existe


controversia acerca de la relación alcohol-agresividad, aunque se tiende a establecer
que se trata de la sustancia psicoactiva más relacionada con la violencia interpersonal,
estando presente en numerosos delitos violentos como son el homicidio y las
agresiones sexuales. La explicación más habitual es señalar el efecto desinhibidor que
posee, que actualiza las tendencias agresivas latentes en el individuo. También se trata
de una sustancia fuertemente relacionada con las imprudencias cometidas en la
conducción de vehículos, de ahí su importancia en cuanto a su presencia en víctimas de
accidentes de tráfico. En cuanto a su incidencia en delitos contra la propiedad como
son robos y hurtos hay que decir que es menor con diferencia respecto a los delitos de
tipo violento. Se trata además de un factor de reincidencia a la delincuencia. El abuso
de alcohol como predictor de conductas violentas es más evidente en varones que en
mujeres, ya que presentan una mayor probabilidad de responder agresivamente. En las
mujeres las variables ambiente (provocación) y psicopatología asociada resultan juegan
un papel más importante.

En cuanto a la cocaína, señalar que al tratarse de una sustancia estimulante que genera
una elevada euforia, irritabilidad, sentimientos de grandiosidad y egocentrismo, una
disminución de la capacidad de juicio y una alteración de la capacidad de
conocimiento de las consecuencias de los actos, aparece con cierta frecuencia en
relación a actos delictivos. De hecho, son aspectos que guardan relación con
comportamientos agresivos (se pueden llegar a dar respuestas desmesuradas e
incontrolables) y delictivos con relativa frecuencia, de hecho se considera como la
sustancia con una mayor capacidad de generar conductas antisociales existiendo un
amplio espectro de tipología delictiva en estos consumidores que delinquen. A este
dato hay que añadir que los sujetos que consumen cocaína en su mayoría son
consumidores de otras sustancias psicoactivas, siendo el alcohol la más habitual al
respecto. Existe una fuerte relación entre el consumo de cocaína y los delitos contra la
propiedad, tratándose de delitos de carácter funcional en su mayoría, es decir, para
subvencionar el consumo de la sustancia. En delitos de tipo más violento su incidencia
es menor a la del alcohol con significativa diferencia. Aún así hay se debe indicar que
la relación de esta sustancia con delitos de tipo violento ha sido más claramente
establecida en su forma de crack. Otra conclusión de interés es indicar que cuando
existe un mayor riesgo para cometer un delito violento es durante las primeras 24
horas tras haber consumido. El abuso de la cocaína como predictor de
comportamientos violentos no es más evidente en hombres que en mujeres. Hay que
decir que la presencia de psicopatología asociada en mujeres supone un mejor
predictor en mujeres que en hombres. En mujeres a mayor consumo de esta sustancia
existe una mayor probabilidad de ser víctima de un hecho violento, mientras que en
varones a mayor consumo mayor probabilidad de ser el agresor en el delito. En lo que
coinciden varios autores es en señalar la mayor importancia de las circunstancias que
rodean a la comisión del delito que a la vía de administración de la sustancia, aunque
esta última sea un aspecto de interés a nivel de los efectos que genera la sustancia.

El hecho de que numerosos consumidores con cocaína lo sean también de otras


sustancias psicoactivas, entre las que destaca fundamentalmente el alcohol, hace que el
consumo de ambas sustancias configure una politoxicomanía muy habitual. La
interacción de ambas sustancias genera un potente metabolito, conocido como
cocaetileno o etilcocaína, potenciándose los efectos de la cocaína y siendo más
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perdurables en el tiempo, además de tratarse de un compuesto con una mayor


toxicidad para el organismo en distintos niveles (cerebrales, hepáticos,
cardiovasculares.). Este consumo conjunto supone un desinhibidor conductual,
predisponiendo hacia la desconfianza, a la irritabilidad, a la disforia y a la agresividad.
Su relación con actos delictivos no está claramente establecida, aunque diversos
autores lo señalan como muy relacionado con delitos violentos de manera más
importante que el consumo de ambas sustancias por separado. Datos de EE. UU lo
relacionan dicho consumo conjunto con delitos contra la propiedad en mujeres,
relación no establecida en varones.

Como se ha visto a lo largo de la revisión realizada aún queda mucho trabajo por
desarrollar, ya que sin lugar a dudas el género femenino ha sido escasamente
estudiado en relación al consumo de drogas y la delincuencia. Situación a la que hay
que añadir la gran controversia existente en relación a la implicación de distintas
sustancias psicoactivas en actividades delictivas.

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