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OPINIÓN
AGOSTO 2018
El trabajo y la inteligencia
arti�cial
Entre el temor y el optimismo
Daniel Blinder
Cuando aquella noche de 1984 Sarah Connor, nerviosa, sentada en una mesa,
esperaba a la policía de Los Ángeles en la discoteca Technoir, ya era la última de la
lista de tres Sarah Connor. Esperaba a las autoridades, temerosa de ser asesinada
por alguien que ya había matado violentamente a las dos primeras del listado.
Inesperadamente, tuvo un accidente menor que le salvó la vida haciéndole
agacharse a recoger del piso un objeto justo cuando el implacable asesino, pasaba
su vista entre la gente bailando una música alegre. Todas las luces teñían el
ambiente de un color rojizo. Al levantarse, cruzó la mirada con un hombre que la
miraba �jo, como si fuera a atacar. Era el soldado Kyle Reese. De inmediato el
exterminador (Terminator), una máquina de matar, un robot con inteligencia
arti�cial (IA) cubierto con tejido humano viviente, la distinguió y apuntó su arma
calibre 45, pero Reese pudo salvarla con disparos de escopeta.
Si esta película hubiera sido concebida hoy, el robot habría encontrado a su víctima
apenas llegado a este tiempo, pues basado en su interconexión con el sistema
informático, de telecomunicaciones e internet, habría adquirido la información
mediante los datos que voluntariamente otorgamos a las distintas compañias que
gestionan nuestros datos personales, como fotografías familiares, números
telefónicos de las agendas, locación exacta vía Global Position System (GPS),
pensamientos volcados en redes sociales, redes de amistades con las que se
conforma un patrón de consumo y personalidad y que consentimos con un click.
Este escenario distópico ya está planteado en su uso dual, tanto para �nes bélicos
como para la paz. El agregado de la IA a las otras tecnologías existentes hoy en día
complejiza un escenario para las próximas décadas en el que se verá afectado todo
el entramado económico y el tejido social: parece que, una vez más, las máquinas
reemplazarían a los hombres. Esto ya ocurrió en otras ocasiones. Durante la
Revolución Industrial del Siglo XVIII,como explica Marx en su capítulo Maquinaria
y Gran Industria de El Capital, crearon nuevas condiciones y reglas de trabajo,
desplazando habilidades y obreros hacia otros o�cios mecanizados; sucedió
además con la irrupción de otras revoluciones tecnológicas, como la Era del vapor
y los ferrocarriles en 1829, la Era del acero, la electricidad y la ingeniería pesada en
1875, la Era del petróleo y el automóvil en 1908, y la Era de la informática y de las
telecomunicaciones en 1971. Todos son procesos de cambio tecnológico que
suceden, como sostiene Carlota Pérez en su libro Revoluciones tecnológicas y
capital �nanciero, cada aproximadamente sesenta años. Hoy estaríamos en un
nuevo período en el cual la combinación de distintas tecnologías -materiales
compuestos, energía, robótica, telecomunicaciones, y aeroespacial- están
con�gurando lo que algunos economistas denominan la Cuarta Revolución
Industrial.
Cada vez que una nueva tecnología disruptiva llega al mundo de la producción,
aparecen los temores de los cambios que podría producir, especialmente sobre el
mundo del trabajo. En la segunda mitad de la década de 1970, el robot y la
automatización ingresaron como herramientas en ascenso, piloteando en tiempo
real la producción en la cinta transportadora de las fábricas, tal como lo a�rma
Benjamín Coriat en su libro El taller y el robot. Este temor se profundiza al percibir
que se trata de una tecnología capaz de «pensar» por sí misma.
Geopolítica de la IA
Esta tendencia no es solo para uso civil, pues se trata de una tecnología de uso
dual: también la IA tiene aplicaciones militares que harán más e�cientes el
comando y control, la velocidad de las decisiones, la destrucción de los objetivos. Si
esto es así, habrá fuerzas armadas que serán ampliamente superiores y que, de
contar con robots combatientes, ya sean estos «humanoides» o máquinas
voladoras -tal como presenta el ejemplo de Terminator- la profesión militar será no
solo una cuestión de táctica y estrategia, sino una tarea de la �losofía. En efecto,
¿quién carga las órdenes de procedimiento a la IA? ¿Quién garantiza que decidan
correctamente? Así como los productores de autos inteligentes se preguntan qué
debe hacer el piloto de la computadora cuando el conductor-persona pierde el
control del vehículo, y las variables son chocar contra una pared y matar al
conductor, o a transeúntes que cruzan una acera pero salvar al chofer; la IA militar
también se tendría que preguntar por situaciones en las cuales el cálculo salva a la
misión, pero es costosa en vidas humanas. O los mismos ejércitos que con
contratos millonarios con un gran complejo militar-industrial tendrán a
disposición robots para aniquilar con una velocidad inusitada a soldados humanos
o controlar territoriosen un equipo humano-máquina.
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