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Hacia una IA humana

En 1927 salía a la luz la primera e histórica película de ciencia ficción, Metrópolis, dirigida
por Fritz Lang, que fue seguida de tantas otras como Ex Machina, de Alex Garland; 2001:
una odisea del espacio, de Stanley Kubrick; la saga de Star Wars; y otras como Terminator
o Blade Runner. Estas últimas representaban la inteligencia artificial como robots
semejantes a humanos que se apoderaban del mundo. La realidad es que la evolución
actual de las tecnologías de IA no es tan aterradora –o así de inteligente–. En su lugar, la
inteligencia artificial está llamada a protagonizar una revolución equiparable a la que
generó Internet: una revolución exponencial que brindará muchos beneficios específicos
en múltiples sectores, como salud, finanzas, transporte o educación, entre otros.

El nivel de antropomorfismo de los robots en el cine ha generado en la sociedad cierto


temor, y hasta casi terror, que nos lleva a preguntarnos: ¿hasta qué punto la ficción tiene
un sustento real? Actualmente, la IA forma parte de nuestro día a día. Gracias a ella, las
máquinas pueden realizar diversas tareas “humanas”, desde facilitar asistencia virtual a
conducir automóviles, impulsar el motor de búsqueda de Google, permitir a Facebook
targetizar la publicidad y que Alexa y Siri hagan su trabajo. De hecho, el uso de la IA a nivel
industrial y de los robots está ya muy extendido, y se prevé que dicho uso se amplíe a
prácticamente todas las áreas de la vida cotidiana durante los próximos años.

Los tipos de inteligencia artificial que existen actualmente son cuatro: máquinas
reactivas; IA con memoria limitada (aquella que cuenta con la capacidad de “recordar”);
teoría de la mente (son capaces de aprender); e IA autoconsciente (tiene conciencia de sí
misma y es capaz de tomar decisiones propias).

Echemos un vistazo a nuestro cerebro: cuenta con, aproximadamente, cien mil millones
de neuronas. Imaginemos que todas esas neuronas se mejoraran con tecnología;
simplemente en términos de conectividad y de rendimiento, le daría al humano promedio
un coeficiente intelectual de más de mil, comparado con el estándar humano, de entre 80
y 120. Es difícil imaginar las capacidades al nivel de inteligencia que esto podría
representar, pero, desde luego, es inmenso el potencial que la IA puede desarrollar en
capacidades.
Vivimos en la “era exponencial”, donde todo va a ser digital, la tecnología tiene las cartas
en la mano, el data es la nueva gasolina, la IA es la nueva electricidad, el cloud, la nueva
oficina, y la realidad aumentada, nuestros sentidos. El objetivo es mantener el factor
humano por encima, en un mundo que está completamente conectado y creciendo
exponencialmente.

La inteligencia artificial habrá de transformar todas las industrias, pero tenemos que
entender sus límites. Y aquí surge el gran debate, la ética digital, cómo vamos a hacerlo
bien y estar seguros de que la tecnología permanece “buena”. Cuando usamos IA,
necesitamos estar seguros de que nos mantenemos en el factor humano: diversidad,
privacidad, autonomía, la responsabilidad de la delegación de las decisiones o la
transparencia. Es importante incluir los valores en el diseño, traducir los valores
democráticos en prácticas, e incluir una visión de la buena vida y de la buena sociedad.
Para ello, la supervisión del gobierno, de los políticos inteligentes, de los CEO, entre otros
stakeholders, será clave. Necesitamos políticas y marcos normativos que aseguren que
estas tecnologías beneficien a la humanidad: una IA centrada en el ser humano.

En el comunicado de la Comisión Europea del 21 de abril de 2021, se establece: “El nuevo


Reglamento sobre la IA garantizará que los europeos puedan confiar en lo que la IA puede
ofrecer. Unas normas proporcionadas y flexibles abordarán los riesgos específicos que
plantean los sistemas de IA y fijarán los estándares más altos del mundo. El plan
coordinado expone los cambios de política y las inversiones necesarios en los Estados
miembros para reforzar el liderazgo de Europa en el fomento de una IA centrada en el ser
humano, sostenible, segura, inclusiva y fiable”.

No podemos competir con las máquinas, con lo que para ellas es sencillo. El futuro del
trabajo es hacer lo que hacemos mejor. Por ello, los equipos de “personas” en las
empresas buscan cada vez más personas con EQ (emotional quotient), buenos
negociadores con intuición, porque todas las otras cosas se pueden digitalizar,
automatizar o robotizar, como queramos llamarlo. Y es inevitable: va a pasar como ha
pasado con la música, el dinero o la televisión. Todo ha ido dentro del cloud, y ahora nos
toca a nosotros. Y eso significa que todas las tareas lógicas, repetitivas –que no requieren
la imaginación humana–, serán hechas por máquinas. Eso sí, en esta nueva era, cualquier
cosa que no pueda ser digitalizada o automatizada, se convertirá en más valiosa.

Las marcas también se enfrentan a este gran reto, y, a la vez, tienen una gran oportunidad
de demostrar su responsabilidad y su claro propósito de crear tecnología poniendo a las
“personas encima”. Debemos proteger lo que nos hace humanos. Porque lo que nos hace
humanos no es la tecnología, sino la creatividad, la intuición, las emociones. Este es uno
de los principales requerimientos para el futuro: mantener al ser humano por encima de
la tecnología.

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