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Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial.

E
J O H N

CIVIL
L O C K E

EL GOBIERNO
NSAYO SOBRE
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Rector

Vicerrector
Mario E. Lozano
Gustavo Eduardo Lugones
UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES
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JOHN LOCKE
SEGUNDO TRATADO
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SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

Un

E N S A Y O
concerniente al verdadero origen,
alcance y finalidad del

GOBIERNO CIVIL

Traducción, selección bibliográfica y notas:


Claudio Amor y Pablo Stafforini
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Colección Política
Serie “Clásica”
Dirigida por Claudio Amor

Locke, John
Ensayo sobre el gobierno civil - 1a ed. 1a reimp. - Bernal:
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Universidad Nacional de Quilmes; Buenos Aires: Prometeo


30/10, 2010.
296 p. ; 20x12 cm. - (Política. Clásica; 2)

Traducido por: Claudio Oscar Amor y Pablo Stafforini


ISBN 978-987-558-058-9

1. Ciencias Políticas.
2. Ensayo Inglés.
I. Amor, Claudio Oscar, trad.
II. Stafforini, Pablo, trad.
III. Título

CDD 320

Título original: The Second Treatise of Government

Traducción, selección bibliográfica y notas:


Claudio Amor y Pablo Stafforini

1ª edición, 2005
1ª reimpresión, 2010

© Universidad Nacional de Quilmes


Roque Sáenz Peña 352, Bernal
(B1876BXD) Buenos Aires
http://www.unq.edu.ar
editorial@unq.edu.ar

ISBN: 978-987-558-058-9
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
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ÍNDICE

Presentación ...................................................................................................... 9
CAPÍTULO I ....................................................................................................... 13
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CAPÍTULO II. Del estado de naturaleza ..................................................... 17


CAPÍTULO III. Del estado de guerra ........................................................... 31
CAPÍTULO IV. De la esclavitud ..................................................................... 39
CAPÍTULO V. De la propiedad ...................................................................... 43
CAPÍTULO VI. Del poder paternal ............................................................... 71
CAPÍTULO VII. De la sociedad política o civil ........................................... 95
CAPÍTULO VIII. Del comienzo de las sociedades políticas ................... 115
CAPÍTULO IX. De los fines de la sociedad política y del gobierno .... 143
CAPÍTULO X. De las formas de Estado......................................................151
CAPÍTULO XI. Del alcance del poder Legislativo .................................. 155
CAPÍTULO XII. De los poderes Legislativo, Ejecutivo
y Federativo del Estado ...........................................................169
CAPÍTULO XIII. De la subordinación de los poderes del Estado ........173
CAPÍTULO XIV. De la prerrogativa ............................................................189
CAPÍTULO XV. Del poder paternal, político y despótico,
considerados juntos ...................................................................201
CAPÍTULO XVI. De la conquista .................................................................209
CAPÍTULO XVII. De la usurpación ..............................................................229
CAPÍTULO XVIII. De la tiranía ....................................................................231
CAPÍTULO XIX. De la disolución del gobierno .......................................243
Obras de John Locke ...................................................................................277
Bibliografía .....................................................................................................281
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CAPÍTULO II
DEL ESTADO DE NATURALEZA

§ 4. Para entender correctamente el poder político y derivar-


lo de su origen, debemos considerar en qué estado se hallan
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naturalmente todos los hombres.1 Éste es un estado de per-


fecta libertad para ordenar sus acciones y disponer de sus po-
sesiones y personas como juzguen adecuado, dentro de los
límites de la ley de naturaleza, sin pedir permiso ni depender
de la voluntad de ningún otro hombre.2
[Es] un estado también de igualdad, en el que todo poder y
jurisdicción son recíprocos,3 al no tener ninguno más que [los
que posee] otro: no hay nada más evidente que el que criaturas
de la misma especie y rango, promiscuamente nacidas [para go-
zar] de todas [y] las mismas ventajas de la naturaleza y del uso
de las mismas facultades, deban ser asimismo iguales entre sí,
sin subordinación ni sujeción, a menos que el Amo y Señor de

1 Para “entender correctamente el poder político”, hay que comprender


cómo surge a partir de una situación no política (en el léxico iusnaturalista,
el estado de naturaleza): en ello reside el quid de la “explicación fundamen-
tal” (tan justificatoria como explicativa) que Robert Nozick (1974: 6) resca-
ta como una de las contribuciones decisivas de la corriente de pensamiento
impulsada por Grotius, Pufendorf y Hobbes. La pregunta que se impone es
si la explicación fundamental de Locke es acabadamente fundamental (una
reserva ya hecha por Rousseau, sin hacer nombres propios, en su Segundo
Discurso): al concluir la lectura del capítulo, el lector tendrá seguramente al-
gunas dudas, toda vez que el explanans (esto es, la caracterización del esta-
do de naturaleza) incluye, profusamente, categorías jurídicas cuyo
significado remite a un horizonte de sentido inequívocamente estatal (ley,
jueces, crimen y castigo, entre otras).
2 Sobre el carácter distintivo de la noción lockeana de “libertad”, véase
más adelante cap. IV, n. 3.
3 En este apartado, Locke especifica la condición natural de los hombres
en términos de jurisdicción recíproca; en § 22, de ausencia de jurisdicción. La
incongruencia es más aparente que real: en el segundo caso, de lo que se tra-
ta es de que ningún hombre posee potestad legislativa sobre los demás,
mientras que en el primero, lo que se mienta es que cada ser humano posee
potestad judicial –competencia para aplicar la ley de naturaleza– sobre cual-
quier otro.

17
JOHN LOCKE
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todas ellas,4 por medio de una declaración manifiesta de su vo-


luntad, hubiera colocado a una por encima de otras y le hubie-
se conferido, a través de una nominación evidente y clara, un
derecho indisputable5 al dominio y a la soberanía.6

§ 5. El juicioso7 Hooker8 estima esta igualdad de los hombres


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por naturaleza tan evidente por sí misma y [a tal punto] más


allá de todo cuestionamiento que hace de ella el fundamento
de esa obligación al amor mutuo sobre la que basa los debe-
res que los hombres tienen unos para con otros y de la cual
deriva las grandes máximas de justicia y caridad. Sus pala-
bras son: “Por inferencia a partir de la igualdad natural, los
hombres han llegado a conocer que no es menor su deber de
amar a los otros que el de [amarse] a sí mismos. Pues al con-
siderar aquellas cosas que son iguales, forzosamente [conclu-
yen que] tienen todas por necesidad una misma medida. Si no
puedo menos que desear recibir tanto bien, de manos de los
demás hombres, como cualquier [otro] hombre puede desear
recibir en su propia alma, ¿cómo [podría] esperar que mi de-
seo sea en este punto satisfecho en parte si no pongo cuidado

4 “Lord and Master”: Locke se muestra aquí ambiguo en torno del esta-
tus normativo peculiar que le cabe al Creador en relación con sus criaturas
humanas, lo que no deja de llamar la atención, teniendo en cuenta que, co-
mo el autor deja sentado en § 2, un propósito declarado del Segundo Tratado
es diferenciar taxativamente distintas especies de dominación cualitativa-
mente diversas (entre ellas, las que ligan, respectivamente, a amos y esclavos
y a señores y siervos). Cf. cap. I, n. 14.
5 Literalmente, indisputado (undoubted). El contexto inclina la balanza
por la variante más fuerte, “indisputable”.
6 Una de las contadísimas ocasiones en que Locke usa el término “sove-
raignity”, tan caro a Hobbes.
7 “Juicioso” es el epíteto encomiástico que, cada vez que lo cita en el Se-
gundo Tratado, Locke le endilga a Hooker (a quien había adjetivado como
“docto” y “reverendo” en sus escritos políticos juveniles, el “Ensayo inglés”
y el “Ensayo latino”).
8 Richard Hooker (1654-1600), el teórico de la polity eclesiástica del an-
glicanismo político, sienta las bases doctrinarias sobre las que se asienta la
estructura institucional del Estado confesional unitario (Lessay, 1998: 4)
que cobra forma en la Inglaterra Tudor de Isabel I.

18
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

en satisfacer el mismo deseo, que indudablemente está [pre-


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sente] en otros hombres, al ser de una misma naturaleza?


Ofrecerles una cosa que repugne a ese deseo debe por necesi-
dad afligirlos tanto, en todos los respectos, como [me afligi-
ría] a mí. De modo que si provoco un daño, debo esperar
sufrirlo [yo mismo], al no existir ninguna razón por la que
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los otros deban mostrar hacia mí más amor que el que yo les
haya demostrado. Por tanto, mi deseo de ser amado, tanto co-
mo sea posible, por quienes son mis iguales por naturaleza,
me impone el deber natural de sentir por ellos exactamente
el mismo apego. Ningún hombre ignora las diversas reglas y
cánones que la razón natural ha extraído, para el gobierno de
la vida, de esta relación de igualdad entre nosotros y los que
son como nosotros”. Política Eclesiástica, Libro I.9

§ 6. Mas aunque sea éste un estado de libertad, no es, pese a


ello, un estado de licencia: aunque el hombre, en tal estado,
tenga una incontrolable libertad para disponer de su persona
o posesiones, no tiene, sin embargo, libertad para matarse ni,
tampoco, [para matar] a ninguna criatura en su posesión,10
excepto en el caso de que lo requiera alguna finalidad más
noble que su mera preservación.11 El estado de naturaleza
tiene una ley de naturaleza que lo rige [y] que obliga a cada
uno. Y la razón, que es esa ley,12 enseña a todos los hombres

9 La referencia completa es The Laws of Ecclesiastical Polity, en Keble


(ed.), Works, Oxford, 1832.
10 A ninguna criatura humana, se sobreentiende. Como queda en claro
en el cap. V (así como en el Primer Tratado, §§ 40 y 86), la ley de naturaleza
no les prohíbe a los hombres sacrificar, en aras de su preservación, a cual-
quier criatura no humana –antes bien, los obliga a ello–.
11 ¿Qué “finalidad más noble que su mera preservación” autorizará a los
hombres a quitarle la vida a criaturas humanas? Si lo que Locke tiene en
mente es la autodefensa frente a quien, como el criminal, representa un ries-
go cierto para la propia vida, así como para la pervivencia de la especie hu-
mana toda, es claro que de lo que se trata es de la “mera preservación”.
12 La ley natural, ¿es la razón (o, como se dice en § 10, la “recta regla
de la razón”, o en § 30, “la ley de la razón”. Énfasis añadido)? Locke, quien ha
tomado partido por el voluntarismo normativo en los Essays on the Law of
nature (I, VI), parece aquí suscribir una postura racionalista.

19
JOHN LOCKE

que quieran consultarla que, siendo todos iguales e indepen-


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dientes, ninguno debe dañar a otro en su vida, salud, libertad


o posesiones.13 Pues al ser todos los hombres la obra de un
creador omnipotente e infinitamente sabio, todos [ellos] sier-
vos de un Señor soberano,14 enviados a [este] mundo por or-
den suya y para cumplir su misión, constituyen la propiedad
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de aquel cuya obra son,15 [y han sido] creados para subsistir


por el tiempo que le plazca a él, no a otro. Y, dado que esta-
mos provistos de las mismas facultades [y] participamos to-
dos de una única comunidad de naturaleza, no puede
suponerse ninguna subordinación tal entre nosotros que pue-
da autorizarnos a destruirnos mutuamente, como si hubiése-
mos sido creados para uso de otros,16 tal como las especies
inferiores de criaturas existen para el nuestro.17 Por la mis-
ma razón por la que está obligado a preservarse a sí mismo,
y a no abandonar su puesto por iniciativa suya, cada uno de-
be, cuando su propia preservación no está en juego, preservar
al resto de la humanidad tanto como le sea posible18 y, a me-

13 Esta primera especificación de “property” en su acepción genérica (cf.,


más adelante, § 123) contiene cuatro ítems: a los tres que forman parte de la
definición estándar –vida, libertad y posesiones o bienes– se añade la salud.
14 Curiosamente, Locke emplea aquí, para especificar la relación exis-
tente entre el Creador y sus criaturas humanas, el par master-servants, en vez
del de lord-lavishs, que es el que parecería corresponderse con el hecho de que
nuestro autor le atribuye a Dios un título absoluto y permanente de propie-
dad sobre quienes son sus obras.
15 Se expone aquí, por referencia a la relación entre Dios y los hom-
bres, un principio distintivamente lockeano que, en términos genéricos,
puede formularse como sigue: en tanto x es creador –“maker”– de y, defini-
do como su obra –“workmanship”–, deviene eo ipso propietario de él. Tal
principio está a la base del que Tully (1980: 4, 42) ha dado en llamar el
“workmanship model”, que, en el parecer del comentarista, configura la ma-
triz justificatoria de la doctrina lockeana de la propiedad.
16 ¿Kantismo lockeano avant la lèttre?: ningún hombre fue creado como
(¿mero?) medio para el bienestar de sus congéneres.
17 Este “especieísmo antropocéntrico”, tal como lo calificaría Singer
(1995: 131-134), se funda en la visión bíblica del hombre como imago Dei
(“the image of his Maker”, Primer Tratado, § 40) y, subsiguientemente, como
rey de la Creación.
18 La formulación completa de la ley fundamental de naturaleza con-

20
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

nos que sea para hacer justicia con quien haya cometido una
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transgresión, no puede quitarle la vida a otro ni producirle


un daño, ni [menoscabar] lo que contribuya a la preservación
de su vida, libertad, salud, miembros o bienes.19

§ 7. Y [a fin de] que pueda impedirse que los hombres infrin-


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jan los derechos de otros y se hagan daño recíprocamente y


de que se observe la ley de naturaleza,20 que prescribe la
paz21 y la preservación de toda la humanidad, la aplicación de
la ley de naturaleza es puesta en ese estado en manos de to-
do hombre, como resultas de lo cual cada uno tiene derecho a
castigar a los transgresores de dicha ley en un grado tal co-
mo para que se pueda poner impedimentos a su violación [fu-
tura]. Pues la ley de naturaleza, como todas las otras leyes
que incumben a los hombres en este mundo, sería vana si no
hubiera nadie, en el estado de naturaleza, que tuviera poder
para aplicarla y, subsiguientemente, para proteger al inocen-
te y refrenar a quienes la transgreden; y si, en el estado de na-
turaleza, uno cualquiera puede castigar a otro por algún mal
que ha hecho, todos pueden hacer lo propio. Pues en ese esta-
do de igualdad perfecta, en el que no existe, naturalmente,
ninguna [forma de] superioridad o jurisdicción de uno sobre

tiene dos preceptos de maximización –cuyos maximanda son, respectivamen-


te, la propia preservación y la de la humanidad en su conjunto–, jerarquiza-
dos lexicalmente, es decir, ordenados de manera tal que el requerimiento
que establece el segundo sólo adquiere fuerza obligatoria en tanto la exi-
gencia que impone el primero se halla plenamente satisfecha. Sobre la no-
ción de “prioridad lexical”, cf. Rawls (1971: 42).
19 Esta segunda especificación de “propiedad” en su significación gené-
rica añade “los miembros” (la integridad corporal, diríamos usando un len-
guaje no lockeano) a los cuatro ítems anteriores.
20 Si no ha de ser “vana” (cf. infra, en este mismo apartado) y se ha de
cumplir con ella en el estado de naturaleza, la ley natural lockeana tiene que
poder ser aplicada (ibidem), por lo que, en tal condición, rige in foro externo,
y no tan sólo, como es el caso para Hobbes (cf. Leviatán, XV), en el fuero in-
terno de la conciencia.
21 La ley de naturaleza, al decir de Locke, prescribe la paz, exactamen-
te lo que prescribe la primera ley de naturaleza de Hobbes (para ser más
precisos, su primera cláusula). Cf. Leviatán, XIV.

21
JOHN LOCKE

otro, lo que uno cualquiera puede hacer en aras de aplicar esa


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ley, todos deben necesariamente tener derecho a hacerlo.22

§ 8. Y [es] así como, en el estado de naturaleza, un hombre ad-


quiere poder sobre otro. [No se trata], sin embargo, de un po-
der absoluto o arbitrario, [que lo autorice a] valerse de un
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criminal, cuando lo tiene en sus manos, conforme al calor de


sus pasiones o a la extravagancia sin límites de su propia vo-
luntad, sino sólo [del poder] de infligirle, hasta donde dicten
la calma razón y la conciencia, un justo castigo, que guarde
proporción con su transgresión, lo que [es decir]: [una pena]
tal que pueda servir para reparación [del daño cometido] y
disuasión. Pues éstas dos son las únicas razones por las que un
hombre puede dañar legítimamente a otro, que es a lo que lla-
mamos “castigo”.23 Al transgredir la ley de naturaleza, el mis-
mo infractor declara vivir bajo otra regla que la de la razón y
la equidad común, que es aquella medida que Dios les ha im-
puesto a las acciones de los hombres en aras de su mutua se-
guridad; y, así, al desatender y quebrantar las obligaciones
[destinadas a] protegerlos de daño y violencia, [tal indivi-
duo] se vuelve peligroso para la humanidad. Al constituir [su
acto] una transgresión [que atenta] contra la especie toda y
[contra] su paz y seguridad, que la ley de naturaleza garan-
tiza, todo hombre puede, sobre la base de esa razón [y] mer-
ced al derecho que tiene de preservar a la humanidad en su
conjunto, refrenar o, si es necesario, destruir [aquellas] cosas
que le son nocivas y, así, le es lícito infligirle un mal a cual-
quiera que haya transgredido esa ley, [uno] de tal magnitud
que haga que se arrepienta de haberlo realizado y, consecuen-
temente, lo disuada, y por su ejemplo a otros, de producir el
mismo daño. Y en este caso, y sobre la base de tal fundamen-
to, todo hombre tiene derecho a ser ejecutor de la ley de natu-
raleza y a castigar al que la transgrede.
22 La igualdad natural constituye, como se observa, una de las razo-
nes justificatorias de la universalización del poder ejecutivo de la ley de
naturaleza.
23 La teoría lockeana del castigo posee, puede advertirse, un carácter
prevencionista.

22
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL
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§ 9. No dudo de que esta doctrina les parecerá muy extraña24


a algunos hombres.25 Pero antes de que la condenen, querría
que me aclararan en virtud de qué derecho puede un prínci-
pe o un Estado dar muerte a un extranjero, o castigarlo, por
algún crimen cometido fuera de su país de origen. Es induda-
ble que, en virtud de la sanción que reciben de la voluntad
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promulgada del Legislativo, las leyes [de ese Estado] no tie-


nen jurisdicción sobre un extranjero. Dichas leyes no están
dirigidas a él ni, si lo estuvieran, se hallaría obligado a hacer
caso de ellas. La autoridad legislativa, merced a la cual tienen
vigencia sobre los súbditos del Estado en cuestión, no posee
poder alguno sobre tal sujeto. Los que detentan el poder su-
premo de legislar en Inglaterra, Francia u Holanda son para
un indio, así como para el resto del mundo, hombres sin au-
toridad. Y, por tanto, si cada hombre no tiene, por ley de na-
turaleza, poder para castigar las infracciones [cometidas] en
contra de ella, según juzgue desapasionadamente que el caso
lo requiera, no veo de qué modo pueden los magistrados de
una comunidad determinada castigar a un extranjero, puesto
que, en referencia a él, no pueden poseer más poder que el que
cada hombre puede tener naturalmente sobre otro.26

24 Esta “muy extraña doctrina” (calificativo que, atenuado por la elimi-


nación del adverbio, el autor repite en § 13) no es, en modo alguno, una ex-
trañeza. Laslett (1960: 110, n. 5) encuentra su antecedente inmediato en
Pufendorf y Cumberland, Aarsleff (1969: 268), en Hooker, y Skinner (1978:
2, 119), en “sorbonistas” como Almain.
25 ¿Quiénes son los que han de extrañarse con esta “extraña doctrina”?
Los tomistas. Tomás, por cierto, rechaza que los particulares posean el po-
der de castigo, que es monopolio de quien tiene a su cargo el bienestar de la
comunidad (Summa Theologica II-II Q 64 A 3). Entre los teóricos de la “se-
gunda Escolástica”, ha sido Suárez el continuador más consecuente de esta
línea de pensamiento: la potestad de punición corresponde a la comunidad
institucionalizada bajo la forma de un cuerpo político, no a los miembros in-
dividuales de ella. Cf. De Legibus, III.iii.3. Un tratamiento extensivo del
asunto puede encontrarse en Zuckert (1994: 222-240).
26 Este segundo argumento en favor de la universalización del poder
ejecutivo de la ley natural (un ejemplo harto ilustrativo de la sobredetermi-
nación probatoria en que, al decir de Simmons (1992: 11-12), Locke incurre
recurrentemente) se contradice abiertamente con la tesis del consentimien-

23
JOHN LOCKE

§ 10. Además del crimen, que consiste en violar la ley y en


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desviarse de la recta regla de la razón, y por la comisión del


cual un hombre se convierte eo ipso en degenerado y declara,
él mismo, que se ha apartado de los principios de la naturale-
za humana y que es una criatura nociva, [el criminal] le cau-
sa, por lo común, un perjuicio a alguna persona, la cual sufre
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un daño como producto de dicha transgresión, en cuyo caso


el que ha sufrido un daño, además del derecho de castigo, que
le es común con los demás hombres, tiene un derecho priva-
tivo a buscar reparación del que se lo ha provocado. Y cual-
quier otra persona que lo encuentre justo puede asimismo
unirse al que ha sufrido un daño y asistirlo en [su intento de]
recobrar del transgresor tanto como pueda darle [a aquél]
satisfacción por el daño que ha sufrido.

§ 11. De estos dos diferentes derechos, el de castigar el cri-


men a fin de impedir y prevenir transgresiones similares
–derecho de castigo que reside en todos– y el de obtener re-
paración –que pertenece solamente a la parte damnificada–,
resulta que el magistrado, que, por ser magistrado, tiene en sus
manos el derecho común de castigo, a menudo puede, en los
casos en que el bien público no exige la aplicación de la ley,
eximir, en virtud de su propia autoridad, del castigo [co-
rrespondiente a] los delitos penales;27 no puede, sin embar-
go, eximir [al agresor] de [ofrecer] la satisfacción debida al
particular [damnificado] por el daño que ha sufrido. Quien
ha sufrido el daño tiene derecho a demandar [reparación] en
su propio nombre, y solo él puede eximir [a su agresor] de
ella. La persona damnificada posee, en virtud de su derecho

to tácito que el autor expone en § 121 y en la que se sustenta, en opinión


de nuestro autor, la obligatoriedad de las leyes positivas dictadas en el ám-
bito jurisdiccional de una sociedad civil determinada para quienes no son
miembros plenos de ella (aunque sí usufructuarios de beneficios que sólo
están disponibles merced a la vigencia del orden jurídico que rige en dicho
dominio).
27 El magistrado en cuestión es el detentatario del poder Ejecutivo, y
la potestad de dispensa aludida aquí corresponde a su “poder de prerrogati-
va”. Cf. cap. XVI.

24
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

de autopreservación, el poder de apropiarse para sí misma de


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los bienes o del servicio del transgresor, así como todo hom-
bre posee, en virtud del derecho que tiene de preservar a to-
da la humanidad, el poder de castigar el crimen, a fin de
prevenir que se lo cometa nuevamente, y de hacer todas las
cosas razonables que pueda en aras de tal finalidad. Y es así
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que todo hombre posee, en el estado de naturaleza, el poder28


de matar a un homicida, para disuadir a otros, por medio de
un castigo que sirva de ejemplo a todos, de causar un daño del
mismo tipo, que ninguna reparación puede compensar, y tam-
bién para proteger a los hombres de las acometidas de un cri-
minal, el cual, habiendo renunciado a la razón, la regla y
medida común que Dios le ha dado a la humanidad, les ha de-
clarado la guerra a todos los hombres al haber [ejercido]
violencia injusta y dado muerte a uno de ellos y, por tanto,
puede ser muerto como [si se tratara de] un león o un tigre,
o una de esas bestias feroces [y] salvajes con las que el hom-
bre no puede tener ni sociedad ni seguridad. Y en esto se ba-
sa la ley fundamental de naturaleza:29 “Quien así derrame la
sangre de un hombre, por otro hombre será su sangre derra-
mada”.30 Y Caín estaba tan plenamente convencido de que
todos tenían derecho a matar a un criminal de tal clase que,
tras el asesinato de su hermano, exclamó en voz alta: “Cual-
quiera que me encuentre, me matará”;31 tan claramente es-
taba escrita [esa máxima] en los corazones de todos los
hombres.

28 Quien posee tal derecho de castigo, ¿está obligado a ejercerlo, aun en


el caso de que la agresión cometida haya afectado intereses críticos de ter-
ceros, mas no los suyos propios? Uno tendería a pensar que sí, dado que, de
no intervenir, estaría contribuyendo, por omisión, a que la probabilidad de
que el criminal permanezca impune –y, concurrentemente, reincida en su
conducta homicida– sea más alta, lo que reduciría en el margen las perspec-
tivas de supervivencia de la especie humana –con lo que incumpliría la se-
gunda cláusula de la ley natural fundamental–.
29 Un error categorial de Locke: presenta como ley de naturaleza una
que, propiamente, constituye una ley positiva de Dios.
30 Génesis 9. 6.
31 Génesis 4. 14.

25
JOHN LOCKE

§ 12. Por la misma razón, un hombre puede, en el estado de


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naturaleza, castigar las infracciones menores a dicha ley. Qui-


zá se pregunte: “¿con la muerte?”. Respondo que cada trans-
gresión puede ser castigada en un grado tal, y con tanta
severidad, como sea suficiente para hacer de ella un mal ne-
gocio para el transgresor, darle motivo para arrepentirse e
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infundir temor en otros, [de modo de disuadirlos de] hacer


lo mismo. Toda transgresión que puede ser cometida en el es-
tado de naturaleza puede ser también castigada en el estado
de naturaleza, de igual modo y hasta tal punto como puede
serlo en un Estado. Pues, aunque iría más allá de mi actual
propósito adentrarme en las particularidades de la ley de na-
turaleza, o en sus grados de castigo,32 es indudable, sin em-
bargo, que tal ley existe y, también, que [es] tan inteligible y
evidente33 para una criatura racional y para un estudioso de
la misma como las leyes positivas de los Estados, posiblemen-
te aún más evidente, en la medida en que la razón es más fá-
cil de ser comprendida que las invenciones y los intrincados
artificios de los hombres, que persiguen intereses contra-
puestos y ocultos expuestos en palabras. Pues, en verdad,
[las leyes naturales] constituyen hasta tal punto la parte más
importante de las leyes internas34 de los países que [éstas]
sólo son justas en la medida en que se fundamentan en la ley
de naturaleza, por referencia a la cual deben regirse y ser in-
terpretadas.35

32 En rigor, y pese a haber escrito ocho ensayos breves dedicados al tó-


pico de la ley natural (cf. n. 12), Locke no se ha adentrado jamás en “las par-
ticularidades de la ley de naturaleza, o en sus grados de castigo”. Ha
centrado su atención, en cambio, en la autoridad de norma de tales leyes, en
el basamento y alcance de su obligatoriedad y en el modo de conocer su con-
tenido prescriptivo.
33 La idea de que la ley natural es inherentemente cognoscible para to-
do agente racional “estudioso de la misma” se retoma en § 124, sólo que allí
Locke, interesado en mostrar la necesidad de la constitución de un gobierno
civil y de la institución de un poder Legislativo, subraya que dicha prescrip-
ción resulta de hecho desconocida por sus sujetos de norma, dado el influjo
distorsivo del autointerés y “la falta de estudio” de sus estipulaciones.
34 “Municipal laws” es la fórmula lockeana.
35 Toda una declaración de principios de teoría jurídica iusnaturalista:

26
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

§ 13. No dudo de que se objetará a esta extraña doctrina –a


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saber: que en el estado de naturaleza cada uno tiene el poder


ejecutivo de la ley de naturaleza– que es irrazonable que los
hombres sean jueces en sus propias causas, [ya que] el egoís-
mo los hará ser parciales [en favor de] sí mismos y de sus
amigos y, por otro lado, la malevolencia, la pasión y la ven-
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ganza los llevarán demasiado lejos al castigar a otros. [Se ob-


jetará asimismo] que de ello no se seguirá otra cosa que
confusión y desorden y que, por ende, Dios, indudablemente,
ha instituido un gobierno para poner freno a la parcialidad y
violencia de los hombres. No tengo problemas en conceder
que el gobierno civil36 es el remedio apropiado para los in-
convenientes del estado de naturaleza,37 que deben cierta-
mente ser grandes en los casos en que los hombres pueden
ser jueces en sus propias causas, puesto que es fácil imaginar
que quien fue tan injusto como para hacer daño a su prójimo,
difícilmente sea tan justo como para condenarse a sí mismo
por ello. Pero querría que quienes formulan esta objeción re-
cuerden que los monarcas absolutos no son más que hom-
bres. Y me gustaría saber, si [es que] el gobierno ha de ser el
remedio de aquellos males que necesariamente se siguen de
que los hombres sean jueces en sus propias causas y el estado
de naturaleza, consiguientemente, no ha de ser soportado, qué
clase de gobierno es y cuánto mejor es que el estado de natu-
raleza aquél en el cual un hombre que tiene poder de mando
sobre una multitud tiene la libertad de ser juez en su propia
causa y puede hacer con todos sus súbditos cualquier cosa
que le plazca, sin que ninguno tenga la menor libertad para
cuestionar o controlar a quienes llevan a cabo su designio, y
en el que, sea lo que fuere que haga [y esté] movido por la

las leyes naturales proporcionan standards de legitimación e interpretación


de las leyes positivas.
36 Tenga presente el lector que, en la jerga iusnaturalista, “civil” y “po-
lítico” son expresiones intercambiables.
37 Inconvenientes (¿por qué no, para hacer que la metáfora médica sea
perfectamente simétrica, enfermedades?)/remedios: esta secuencia binaria
atraviesa, a lo largo de todo el texto, el par estado de naturaleza/estado civil.

27
JOHN LOCKE

razón, el error o la pasión, se le debe sumisión. [La situa-


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ción] es mucho mejor en el estado de naturaleza, en el que los


hombres no están obligados a someterse a la voluntad injus-
ta de otro y [en el cual], si el que juzga en su propia causa o
en alguna otra juzga mal, es responsable por ello ante el res-
to de la humanidad.38
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§ 14. Se ha preguntado a menudo, como [si ello configurara]


una objeción poderosa: “¿Dónde hay, o hubo alguna vez,
hombres en estado de naturaleza?”. A lo que puede bastar por
el momento como respuesta que, ya que todos los príncipes y
mandatarios de los gobiernos independientes de un extremo
al otro del mundo se hallan en estado de naturaleza,39 es evi-
dente que el mundo nunca estuvo, ni estará jamás, sin [un
cierto] número de hombres en ese estado. He hecho referen-
cia a todos los gobernantes de comunidades independientes,
estén o no coligados con otros: pues no todo pacto pone fin
al estado de naturaleza entre los hombres, sino sólo aquel por
el que, conjuntamente, acuerdan mutuamente conformar una
única comunidad y constituir un único cuerpo político. Los
hombres pueden celebrar entre sí otras promesas y pactos y,
con todo, hallarse aún en estado de naturaleza. Las promesas
y los convenios de trueque entre los dos hombres en la isla
desierta mencionados por Garcilaso de la Vega en su Historia
del Perú, o entre un suizo y un indio en los bosques de Amé-
rica, son obligatorios para ellos, aunque se encuentren plena-
mente, uno en referencia al otro, en [la condición propia del]

38 Locke empuña aquí por vez primera la que será su arma letal contra
la monarquía absoluta (que empuñará nuevamente en §§ 90 y 137): el pro-
blema con ella no es que constituya un régimen político desviado o impuro
(como la tiranía para Aristóteles) sino que, al no haber juez imparcial que
dirima las controversias entre el monarca absoluto y sus súbditos, no con-
figure, strictu sensu, un régimen político. Peor aun: en la medida en que sólo
uno está en posesión de hacer justicia manu propria, representa un statu quo
de rango inferior al del estado de naturaleza, en que cada quien está autori-
zado a hacer valer su derecho.
39 Una réplica iusnaturalista típica a la objeción de facticidad (de la que
Locke se ocupará nuevamente en §§ 100 y ss.). Cf. Hobbes, Leviatán, XIII.

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

estado de naturaleza. Pues la honestidad y el cumplimiento


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de la palabra dada atañen a los hombres como hombres y no


como miembros de la sociedad.40

§ 15. A aquellos que afirman que nunca hubo hombres en es-


tado de naturaleza, no sólo opondré la autoridad del juicioso
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Hooker, Política Eclesiástica, Libro I, Sección 10, donde dice:


“Las leyes que han sido mencionadas hasta aquí, i.e., las leyes
de naturaleza, obligan a los hombres absolutamente, en tan-
to son hombres, aunque no hayan establecido nunca asocia-
ción alguna [ni celebrado] jamás ningún acuerdo solemne
entre ellos sobre lo que [deben] hacer o no hacer. Pues en la
medida en que no somos capaces de proporcionarnos, por
nuestros propios medios, un abasto suficiente de las cosas ne-
cesarias para una vida como la que anhela nuestra naturale-
za, una vida adecuada a la dignidad humana, por tanto, para
suplir estos defectos e imperfecciones que se encuentran en
nosotros en tanto vivimos aisladamente y solamente por
nuestros propios esfuerzos, estamos naturalmente inclinados
a buscar el trato y la compañía de los demás. Ésta fue la cau-
sa de que los hombres se unieran en un principio en socieda-
des políticas”. Sostengo, además, que todos los hombres se
hallan naturalmente en ese estado y permanecen en él hasta
que, por su propio consentimiento, se hacen miembros de al-
guna sociedad política. Y no dudo de que dejaré [este punto]
muy en claro en lo que sigue de este tratado.

40 Una marca de anti-hobbesianismo: hay pactos válidos –y que, subsi-


guientemente, generan obligaciones– en el estado de naturaleza.

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CAPÍTULO III
DEL ESTADO DE GUERRA

§ 16. El estado de guerra es un estado de enemistad y des-


trucción. Y, consecuentemente, poner de manifiesto, por me-
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dio de palabras o acciones, no un designio impulsivo y


precipitado, sino uno sereno [y] persistente,1 contra la vida
de otro hombre, pone [a quien obra de tal modo] en estado
de guerra con aquel en contra de quien ha manifestado tal
intención y, consiguientemente, [dicho sujeto] ha expuesto
su vida al poder de otros –[al albur] de que se la quite [su
enemigo] o cualquiera que se alíe con él en su defensa y
abrace su causa–, ya que es razonable y justo que uno tenga
derecho a destruir lo que amenaza con destruirlo. Pues dado
que, según la ley fundamental de naturaleza,2 el género hu-
mano debe ser preservado tanto como sea posible, cuando
todos no pueden ser preservados, ha de preferirse la salva-
ción del inocente.3 Y uno puede matar a un hombre que le
hace la guerra o que ha manifestado enemistad contra su vi-
da, por la misma razón por la que puede matar a un lobo o a
un león; debido a que tales hombres no se hallan bajo las
obligaciones de la ley común de la razón, no tienen ninguna
otra regla que la de la fuerza y la violencia y, así, pueden ser
tratados como bestias de presa, esas criaturas peligrosas y

1 La dimensión temporal –da a entender Locke hobbesianamente (cf. Le-


viatán, XIII)– es constitutiva de la naturaleza de la guerra.
2 Para ser más precisos, según la segunda cláusula de la ley fundamen-
tal de naturaleza.
3 Para establecer que la preservación de quien ha sido víctima de agre-
sión tiene primacía sobre la de su agresor (un precepto de second-best que
entra en juego cuando el estado de cosas óptimo, la preservación de la hu-
manidad en su conjunto, no es alcanzable) no es necesario presuponer pre-
misa retribucionista alguna; basta con dejar sentado, tal como el autor hace
en este mismo apartado, que aquel que ha intentado matar a otro ha dejado
de pertenecer, como resultas de ello, a la especie humana, con lo que su pre-
servación queda fuera del maximanda de la segunda cláusula de la ley fun-
damental de naturaleza.

31
JOHN LOCKE

nocivas que es seguro que lo matarán [a uno] tan pronto co-


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mo caiga en su poder.4

§ 17. Y de aquí resulta que quien intenta poner a otro hom-


bre bajo su poder absoluto se coloca, consiguientemente, en
un estado de guerra con él, debiendo [ello] entenderse como
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la manifestación de un designio contra su vida. Pues tengo


razón en concluir que quien se propusiera tenerme en su po-
der sin mi consentimiento, me usaría como le diera en gana
cuando me tuviese a su merced y, además, me mataría cuando
se le antojase hacerlo: pues nadie puede desear tenerme bajo
su poder absoluto, a menos que sea para compelerme por la
fuerza a aquello que va contra el derecho que me da mi liber-
tad, i.e., convertirme en esclavo. El hallarme libre de tal fuer-
za es lo único que asegura mi preservación, y la razón me
obliga a considerar [a quien la utiliza] un enemigo de mi pre-
servación, dispuesto a privarme de esa libertad, que es la va-
lla [que protege mi vida]. De modo tal que quien hace el
intento de esclavizarme, se pone con ello en estado de guerra
conmigo. Aquel que, en el estado de naturaleza, se propusie-
ra privar [a alguien] de la libertad que pertenece a cada
quien en ese estado, debe necesariamente suponerse que tie-
ne el designio de quitarle todas las demás cosas, ya que tal li-
bertad es el fundamento de todo el resto;5 de igual forma,
aquel que, [hallándose] en la condición propia de la sociedad
[civil], se propusiera privar a los miembros de la sociedad o
del Estado en cuestión de la libertad que les pertenece, debe

4 La equiparación entre criminalidad y animalidad es un locus del dis-


curso lockeano. Cf. § 172, donde los hombres que hacen uso de fuerza ilegí-
tima en contra de sus congéneres son tratados de “bestias salvajes” y
“animales nocivos”.
5 En este apartado y en el siguiente, Locke confiere a la libertad un
rango superior al de aquel ítem de propiedad que, prima facie, uno tendería
a considerar primario. Si es cierto que la vida es condición (ontológica, po-
dría decirse) de la libertad –una vez que su cabeza fue seccionada, nadie
sostendría que Carlos I sigue siendo libre, por lo menos en alguna acepción
políticamente relevante del término–, también lo es que la libertad es con-
dición (epistémica, cabría afirmar) de la vida, en el sentido de que quien es

32
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

suponerse que tiene la intención de quitarles todas las demás


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cosas y, consecuentemente, será considerado en estado de


guerra [con ellos].

§ 18. Esto hace que sea lícito para un hombre matar a un la-
drón que no lo ha dañado en lo más mínimo ni manifestado
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designio alguno contra su vida, limitándose a retenerlo en su


poder mediante el uso de la fuerza, a fin de quitarle su dine-
ro o alguna otra cosa de su agrado. Ya que [cuando alguien]
se vale de la fuerza, sea cual fuere el pretexto [que invoca],
para tenerme en su poder, siendo que no tiene ningún dere-
cho [a ello], no tengo razón para suponer que, una vez que
me haya privado de mi libertad, no me habrá de quitar, al te-
nerme en su poder, todas las demás cosas.6 Y, por tanto, me
está permitido tratarlo como a alguien que se ha puesto a sí
mismo en estado de guerra conmigo, i.e, matarlo, si puedo
[hacerlo]; pues a tal albur se expone, con justicia, quien de-
sencadena un estado de guerra y es agresor en él.

§ 19. He aquí [expuesta] la diferencia palmaria [que existe]


entre el estado de naturaleza y el estado de guerra, que, a pe-
sar de que han sido confundidos por algunos hombres,7 son
tan distintos [el uno del otro] como [lo son] un estado de
paz, buena voluntad, ayuda mutua y preservación y un esta-
do de enemistad, malevolencia, violencia y destrucción mu-
tua.8 Hombres que viven juntos con arreglo a la razón, sin un
superior común sobre la tierra con autoridad para juzgar en-
tre ellos: en esto consiste, propiamente, el estado de natura-

privado de aquélla, pierde, eo ipso, toda certidumbre sobre que no será des-
pojado de ésta.
6 Que alguien no tenga razón para suponer que quien lo ha privado de
la libertad no le quitará la vida no implica que tenga razón para suponer que
habrá de quitársela. Para Locke, para que sea lícito matar, en legítima de-
fensa, a un asaltante o a un secuestrador basta con que se cumplimente la
condición negativa, más débil que la positiva.
7 Por Hobbes y los hobbesianos, sin dudas. Cf. Leviatán, XIII.
8 Este pasaje es una cita obligada toda vez que, de modo canónicamen-
te escolar, se presenta a Locke como la contrafigura de Hobbes.

33
JOHN LOCKE

leza. En cambio, la fuerza, o la intención declarada de [em-


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plear] la fuerza contra la persona de otro, [allí] donde no


hay un superior común sobre la tierra al que apelar en busca
de reparación, configura el estado de guerra. Y es la falta de
tal [instancia de] apelación lo que da a un hombre un dere-
cho de guerra en contra de su agresor,9 aun cuando éste viva
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en sociedad y sea conciudadano [suyo].10 Así, si bien no pue-


do infligir daño a un ladrón que me ha robado todo lo que
tengo más que recurriendo a la ley, me está permitido matar-
lo, cuando me asalta para robarme, aunque más no sea el ca-
ballo o el abrigo;11 pues [la misma] ley que fue hecha para
[garantizar] mi preservación me permite, cuando no puede
interponerse para proteger mi vida de una fuerza presente
–[vida] que, si se pierde, no es susceptible de reparación al-
guna–, [acudir en] mi propia defensa, y [me confiere] el de-
recho de guerra, la libertad de matar al agresor, a causa de
que éste no me da tiempo para apelar a nuestro juez común
ni a la decisión de la ley en busca de reparación, en un caso
en que el daño puede ser irreparable. La falta de un juez co-
mún con autoridad pone a todos los hombres en estado de na-
turaleza; la fuerza sin derecho sobre la persona de un hombre
produce un estado de guerra, tanto donde hay un juez común
como donde no lo hay.

9 En rigor, lo que confiere a un sujeto un derecho de guerra en contra


de otro es que éste lo ha hecho objeto de una agresión ilegítima. El que no
exista una instancia de apelación sobre la tierra a la que pueda recurrir an-
tes de que el daño sea irreparable lo autoriza a ejercer tal derecho por cuen-
ta propia.
10 El estado de guerra puede desencadenarse en el estado civil (sea en-
tre súbditos, sea entre éstos y quienes cumplen funciones gubernativas): lo
que es un sinsentido conceptual para Hobbes –para quien “estado de natu-
raleza” y “estado civil” son términos complementarios, cuyos dominios no
se superponen–, resulta una posibilidad real para Locke.
11 El caso es análogo –se trata, aquí, de un asaltante y de un ladrón, allí,
de un asaltante y de un custodio de valores que no los restituye, y, en am-
bos pasajes, de la cuestión de si tengo o no derecho a matar a tal o cual se-
gún incurra o no en privación ilegítima de la libertad– al que se presenta en
§ 207 con ligeras variantes –aquí, los términos de comparación son la pér-
dida total del patrimonio, por un lado, y la de tal o cual bien específico

34
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

§ 20. Pero cuando esta fuerza presente acaba, cesa el estado de


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guerra entre los que viven en sociedad, y todas las partes se ha-
llan [entonces] igualmente sujetas a la justa decisión de la ley;
ya que, en tal caso, está disponible el remedio de apelar por el
daño pretérito y de prevenir el perjuicio futuro. Pero en los ca-
sos en que, como [ocurre] en el estado de naturaleza, no exis-
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te tal [instancia de] apelación, por falta de leyes positivas y de


jueces con autoridad a quienes recurrir,12 el estado de guerra,
una vez comenzado, perdura,13 teniendo la parte inocente el
derecho de matar a la otra [parte] en cuanto pueda [hacerlo],
hasta que el agresor ofrezca la paz y desee [alcanzar] la recon-
ciliación sobre la base de términos que posibiliten reparar los
daños que hubiera ya producido y dar seguridad al inocente
para el futuro. Más aun: en los casos en que está abierta una
[instancia de] apelación a la ley y [existen] jueces constitui-
dos, pero el recurso es denegado debido a una manifiesta per-
versión de la justicia y a una tergiversación descarada de las
leyes, [conducentes a] dar protección a la violencia o las agre-
siones de algunos hombres o facciones o a conferirles inmuni-
dad, es difícil imaginar otra cosa que un estado de guerra. Pues
siempre que se emplee violencia y se cometa una agresión, in-
cluso cuando sea [perpetrada] por las manos [de quienes han
sido] designados para administrar justicia, se trata, aun, de
violencia y agresión, por más que estén coloreadas con el nom-
bre, el ropaje y los formalismos de la ley, cuyo fin es proteger

de escaso valor, por el otro, mientras que, allí, uno y otro perjuicio se justi-
precian en contante y sonante (12 peniques vis-á-vis 100 libras)–.
12 Lo que hace que, en el estado de naturaleza, el estado de guerra, una
vez comenzado, perdure, ¿no es más bien que todos son jueces autorizados
(particularmente, el que lo sean aun en causa propia), antes que la falta de
jueces con autoridad?
13 “[...] en el estado de naturaleza [...] el estado de guerra, una vez co-
menzado, perdura”: esta cita (juntamente con otras que oportunamente se-
ñalaremos) da letra a las lecturas hobbesianas de Locke (cuyo primer lecturer
fue Richard Cox y su Locke and War and peace de 1960): basta establecer que,
en el estado de naturaleza, es inevitable que dé comienzo el estado de gue-
rra para que muchas páginas del Segundo Tratado no sean más que una pa-
ráfrasis del Leviatán.

35
JOHN LOCKE

y resarcir al inocente por medio de la aplicación imparcial de la


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misma a todos los que se hallan bajo su [jurisdicción]. Cuan-


do no se [administra justicia] bona fide, se les hace la guerra a
los que sufren el perjuicio [resultante]; [y] al no tener ningu-
na [instancia de] apelación sobre la tierra donde obtener jus-
ticia, sólo les queda a éstos el único remedio [disponible] en
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tales casos: la apelación al cielo.14

§ 21. Evitar este estado de guerra15 (en el que no hay adon-


de apelar excepto al cielo y en el que, al no haber ninguna au-
toridad que pueda fallar entre los litigantes, es probable16
que desemboque toda diferencia menor) es una de las razones
principales17 por las que los hombres se agrupan en socieda-
des y abandonan el estado de naturaleza. Pues allí donde hay
una autoridad, un poder sobre la tierra, del que pueda obte-
nerse reparación por vía de apelación, la [posibilidad de que]
el estado de guerra se continúe en el tiempo queda excluida,
y la controversia es resuelta por ese poder. Si hubiera habido
una corte de ese tipo, una jurisdicción superior sobre la tie-
rra, en posición de dictaminar justicia entre Jefté y los amo-
nitas, éstos no habrían llegado nunca a un estado de guerra;
mas vemos que aquél fue forzado a apelar al cielo. “Sea el Se-
ñor, el Juez”, dice, “quien juzgue en este día entre los hijos de
Israel y los hijos de Amón” (Jueces 11. 27). Y entonces, prosi-
guiendo la marcha y confiando en su apelación, condujo su
ejército a la batalla.18 Y, por tanto, en controversias de la cla-

14 Otra innovación de Locke respecto de Hobbes: puede haber estado


de guerra entre gobernantes y súbditos.
15 Otro rasgo de hobbesianismo lockeano: la razón motivacional para
abandonar el estado de naturaleza es abandonar el estado de guerra.
16 ¿Es sólo probable que una diferencia menor desencadene, en el estado de
naturaleza, un estado de guerra (lo que deja abierta la eventualidad de que tal
cosa no ocurra), o, habida cuenta del modo disfuncional como opera el sistema
ampliamente descentralizado de administración de justicia destinado a arbitrar
los conflictos que se suscitan en tal condición, es seguro que ha de suceder?
17 ¿No es, más bien, la única razón?
18 El caso de Jefté ilustra de modo ejemplar que apelar al cielo y tomar
las armas en defensa del propio derecho son una y la misma cosa.

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

se en que se plantea la cuestión “¿quién será el juez?”, ello no


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puede significar “¿quién decidirá la controversia?”; cualquie-


ra entiende que lo que Jefté nos dice aquí es que “el Señor, el
Juez”, [es quien] decidirá. Donde no hay ningún juez sobre
la tierra, la apelación se dirige a Dios en el cielo. La cuestión,
entonces, no puede significar “¿quién habrá de juzgar si otro
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se ha puesto en estado de guerra conmigo y si me está per-


mitido, como a Jefté, apelar al cielo?”. De ello, soy yo el úni-
co que puede ser juez en su propia conciencia, [y] en el día
del Juicio Final responderé por [mi decisión] al Juez Supre-
mo de todos los hombres.

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CAPÍTULO V
DE LA PROPIEDAD

§ 25. Sea que consideremos la razón natural, que nos mues-


tra que los hombres, una vez nacidos, tienen derecho a su pre-
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servación y, consecuentemente, a comida y bebida, y a las


demás cosas que la naturaleza provee para su subsistencia, o
la revelación,1 que nos da cuenta de la cesión que Dios hizo
del mundo a Adán, y a Noé y sus hijos,2 es palmario que Dios,
como afirma el rey David, “[les] ha dado la tierra a los hijos
de los hombres” (Salmo 115. 16),3 [se la ha] dado, en común,
a la humanidad. Mas, supuesto esto, les parece a algunos una
dificultad muy grande [explicar] cómo podría jamás un indi-
viduo llegar a tener la propiedad de alguna cosa.4 No me con-

1 El intertexto bíblico comprende Génesis 1. 26 y 28-30; 6. 19; 9. 2 y


7. 14; el lockeano, Primer Tratado, § 21 y siguientes.
2 Otro ejemplo de sobredeterminación argumentativa (cf. cap. II, n. 26).
Locke traza aquí dos vías epistémicas alternativas que dan acceso al statu
quo inicial, el estado de cosas en que ha de asentarse la base justificatoria úl-
tima de la propiedad privada y que posee, según el autor, el estatuto de una
comunidad de bienes cuya titularidad reside en la humanidad en su conjun-
to. Por un lado, la razón natural nos permite conocer la ley de naturaleza.
La que resulta aquí relevante es la ley natural fundamental (en particular,
su primera cláusula), que, al imponer a cada hombre la obligación de preser-
varse, le confiere (¿so pena de inconsistencia pragmática, o de violación del
principio de que “deber implica poder”?) tanto el derecho a la subsistencia co-
mo a los medios de manutención que proporciona la madre natura. Cf. Pri-
mer Tratado, §§ 86 (en que la adscripción del derecho a preservarse se funda
en el “fuerte deseo” de mantenerse en la existencia, no en el imperativo de
hacerlo), 87 y 91. Por otra parte, la revelación nos devela la ley divina posi-
tiva (cf. cap. I, n. 7), que da cuenta de la cesión gratuita del mundo efectua-
da por el Creador en beneficio de las criaturas humanas.
3 “Los hijos de los hombres”: fórmula bíblica para “los hombres, en ge-
neral”. La misma cita de Salmos se encuentra, sin mención de fuente, en el
Primer Tratado, § 31.
4 La dificultad les parece “muy grande” tanto a Filmer (cf. Patriarcha, VIII)
–que, puede conjeturarse, descree de que un estatuto de propiedad común su-
ministre una base suficientemente sólida para la institución de la propiedad
privada– como a los levellers –que rechazan la privatización de lo común–.

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JOHN LOCKE

formaré con responder que si es dificultoso dar cuenta [del


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surgimiento de] la propiedad a partir de la suposición de que


Dios [les] dio el mundo, en común, a Adán y a su descenden-
cia, es imposible que un hombre, excepto un monarca univer-
sal, posea alguna propiedad, dada la suposición de que Dios
[les] dio el mundo a Adán y a sus herederos, con exclusión
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del resto de su posteridad.5 [No me conformaré con esto], si-


no que intentaré mostrar cómo podrían los hombres llegar a
detentar [un título de] propiedad sobre distintas partes de lo
que Dios le dio a la humanidad en común, y ello sin ningún
pacto expreso por parte de todos los copropietarios.6, 7

§ 26. Dios, que [les] ha dado el mundo a los hombres en co-


mún, les ha dado también la razón, para que hicieran uso de él
en aras del mayor beneficio y provecho de su vida. La tierra y
todo lo que hay en ella les fue dado a los hombres para el sus-
tento y la comodidad de su vida.8 Y aunque todos los frutos

5 La mención de Adán deja en claro (por si, a esta altura, era necesario
esclarecerlo) que la contratesis de la tesis lockeana es la postura filmeriana
de que la apropiación humana del mundo se inicia, privadamente, con un
hombre en particular, en vez de, en común, con la humanidad. Locke ensaya
una reductio ad absurdum de esta posición (un solo propietario allá y otrora, un
solo propietario aquí y ahora), análoga a la expuesta en § 113 (cf. cap. VIII, n.
57) en referencia a las implicancias políticas de la concepción adánica.
6 El vocablo inglés es “commoners”. Hemos optado por “copropietarios”
para evitar paráfrasis barrocas y no enteramente precisas como “los que po-
seen los mismos derechos en común”. Con todo, ha de hacerse esta reserva:
“copropietarios” mienta “propiedad”, y la cuestión de si, para Locke, la expre-
sión “propiedad común” (que nunca utiliza) encierra o no, como es el caso en
Pufendorf y Grotius, una contradictio in adjecto (toda vez que, para ambos au-
tores, la propiedad, al implicar la posesión exclusiva de algo, es necesariamen-
te privada) es materia abierta de controversia entre los schollars lockeanos.
7 La tesis de que la apropiación privada no tiene un basamento consen-
sual constituye un componente estructural del modelo lockeano de justifi-
cación de la propiedad privada (Sreenivasan, 1995: 5)
8 Preservación y confort: los dos parámetros teleológicos lockeanos
que sirven de standards para especificar en qué casos el uso de los recursos
naturales es apropiado. El primero de ellos, es obvio decirlo, es deducible de
la ley natural fundamental. No se ve, empero, cómo podría inferirse de di-
cha norma el segundo.

44
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL
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que naturalmente produce y las bestias que alimenta9 perte-


necen, en la medida en que son producidos por la mano espon-
tánea de la naturaleza, a la humanidad en común, y nadie tiene
originalmente un dominio privado,10 que excluya al del resto
de la humanidad, sobre ninguno de ellos, tal como se encuen-
tran en su estado natural, sin embargo, al haber sido conferi-
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dos para usufructo de los hombres, tiene que haber


necesariamente algún medio de apropiárselos de un modo u
otro antes de que puedan ser de algún uso o [resulten] siquie-
ra beneficiosos para algún individuo.11 El fruto o el venado
que alimentan al indio salvaje, quien nada sabe de cercamien-
tos y es aún un poseedor en común, deben ser suyos, y a tal
punto suyos, i.e., una parte de él mismo, que [ningún] otro
puede ya tener derecho alguno sobre ellos, antes de que pue-
dan ser de algún provecho para el sustento de su vida.

§ 27. Aunque la tierra, y todas las criaturas inferiores,12 son


comunes a todos los hombres, cada hombre detenta, sin em-
bargo, la propiedad de su propia persona. Sobre ella, nadie,
excepto él mismo, tiene derecho alguno.13 El trabajo de su
cuerpo y la obra de sus manos son, podemos afirmarlo, pro-
piamente suyos. Por ende, cualquier cosa que ha sacado del
estado en que ha sido suministrada por la naturaleza y en el

9 “La tierra” (o “el mundo”), “los frutos que produce” y “las bestias que
alimenta” (los animales no humanos, véase § 27): la comunidad originaria de
bienes engloba, como puede verse, el conjunto de recursos naturales (entre
los que se cuenta un activo productivo, bienes de consumo y materias pri-
mas, véase § 43).
10 Sobre la expresión “dominio privado”, que opera, en el texto de Loc-
ke, como una marca de intertextualidad filmeriana (cf., v.g., §§ 1 y 39), véa-
se cap. I, n. 11.
11 Dado que el acto de consumo es privado, su materialización requie-
re de una apropiación igualmente privada.
12 “Criaturas inferiores” (énfasis añadido): sobre el especieísmo antropo-
céntrico lockeano, véase cap. II, n. 17.
13 Locke presenta en sociedad su celebérrima tesis de la autopropiedad:
cada quien es propietario de sí mismo, de su persona, y de sus poderes sub-
jetivos (su trabajo, sus dotes). Mas, ¿no ha dicho en § 6 que todo hombre es,
como criatura, propiedad del Creador (cf. cap. II, n. 15)?

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JOHN LOCKE

que ésta la ha dejado, [y] con la que ha mezclado su trabajo


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y a la que le ha añadido algo que es suyo propio, la convierte,


consecuentemente, en su propiedad.14 Al haberla sacado del
estado [de posesión] común en el que la naturaleza la puso,
le ha anexado, por medio de dicho trabajo, algo que excluye
el derecho común de otros hombres. Pues al ser este trabajo
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la incuestionable propiedad del trabajador, ningún hombre,


excepto él, puede tener derecho sobre aquello a lo que, pre-
viamente, le ha añadido [su trabajo], al menos allí donde se
ha dejado suficiente y tan bueno en común para los demás.15

§ 28. El que se alimenta con las bellotas que recogió bajo un


roble, o con las manzanas que recolectó de los árboles, en el
bosque, indudablemente se las apropió para sí mismo. Nadie
puede negar que el alimento es suyo. Pregunto, entonces,
¿cuándo comenzaron a ser suyas [estas bellotas y manza-
nas]?: ¿cuándo las digirió?, ¿o cuándo las comió?, ¿o cuándo
las coció?, ¿o cuándo se las llevó a casa?, ¿o cuándo las reco-
gió? Es evidente que si el primer [acto de] recolección no las
hizo suyas, ningún otro podría [haberlas hecho].16 Esta la-
bor estableció una distinción entre ellas y lo común, les aña-

14 Primera respuesta de Locke a la pregunta de qué es lo que hace que


el trabajo legitime la apropiación privada: al entrar en contacto con lo co-
mún, lo individualiza. Mas, ¿cómo es que entra en contacto?: el trabajo, ¿se
mezcla con los “materials” que aporta la naturaleza, o se le añade a ellos? La
diferencia no es trivial (cf. Nozick, 1974: 175): de optarse por la primera for-
mulación, el trabajador deviene propietario de la totalidad del producto; de
preferirse la segunda, sólo de su surplus.
15 “Suficiente y tan bueno” (¿por qué no “tanto y tan bueno”?): Locke
enuncia una primera condición limitativa de la apropiación privada, que No-
zick, el neolockeano más afamado, ha hecho famosa como la “estipulación
lockeana” (“lockean proviso”, 1974: 174-182). Cf. Gauthier (1994), cap. VII.
16 Luego de haber presentado el argumento de la mezcla en el aparta-
do anterior, Locke ofrece aquí lo que parece constituir una variante del mis-
mo. Admitido que, v.g., la manzana que un individuo ha incorporado a su
organismo, una vez que la digirió, es parte de él (mas, ¿lo es en algún sen-
tido normativo relevante?), y siendo que el acto de incorporación es el extre-
mo de un continuum de acciones entre las que no es posible trazar diferencia
relevante alguna, debe aceptarse que el fruto en cuestión llegó a ser de su
propiedad desde el momento en que tuvo inicio tal secuencia, esto es, en la

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dió algo más que lo que les había dado la naturaleza, la ma-
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dre común de todo, y, así, llegaron a constituir su derecho pri-


vativo. ¿Habrá alguien que diga que [quien efectuó dicha
tarea] no poseía derecho alguno sobre las bellotas o manza-
nas de las que se apropió de esa manera, a causa de que no te-
nía el consentimiento de toda la humanidad para hacerlas
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suyas?17 ¿Constituyó un robo que se arrogase de esa manera


lo que pertenecía a todos en común? Si un consentimiento co-
mo ese hubiera sido necesario, el hombre habría muerto de
hambre, a pesar de la abundancia con que Dios lo había pro-
visto.18 Observamos en las [tierras] comunales, que perma-
necen en tal condición por pacto, que es el [hecho de]
apoderarse de una parte de lo que es común y de sacarlo del
estado en el que la naturaleza lo ha dejado lo que da origen a
la propiedad, sin lo cual lo común en modo alguno es utiliza-
ble. Y [el que uno] se apodere de tal parte o de tal otra no
depende del consentimiento expreso de todos los copropieta-
rios.19 Así, la hierba que mi caballo ha mordido, el césped que
mi sirviente ha cortado y el mineral que he extraído de la tie-
rra, en cualquier lugar en el que tenga derecho a ellos en co-
mún con otros, se convierten en mi propiedad, sin [que se
requiera] la concesión o el consentimiento de nadie. El tra-
bajo, que era mío, sacándolos del estado [de posesión] común
en el que se encontraban, ha fijado mi propiedad en ellos.20

instancia de recolección (y siguió siéndolo en las de transporte, elaboración


e ingesta).
17 Quienes lo han dicho, por cierto, son Grotius y Pufendorf, cuyas teo-
rías de la propiedad poseen un carácter contractual. Cf., respectivamente,
De iure belli ac pacis, 2, 2, 1, 5, y De iure naturae et gentium, 4, 9, 2.
18 Tal como el rey de Borges, que “muere de hambre y sed entre fuen-
tes y jardines”. Véase Borges, J. L., “Poema de los dones”, en El Hacedor,
Obras Completas (1974), Buenos Aires, Emecé, p. 809.
19 En “las [tierras] comunales, que permanecen en tal condición por
pacto”, sí se requiere el consentimiento expreso de todos los copropietarios
para que alguno de ellos se apodere para sí de una parcela. El propio Locke
lo reconoce en § 35 (cf. n. 36).
20 Los dos primeros ejemplos no están en línea con el tercero (ni con el
principio que Locke busca ilustrar). Mientras he sido yo quien ha mezclado

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JOHN LOCKE

§ 29. Si se estableciese como necesario, para que uno se apro-


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pie para sí mismo de una parte de lo que ha sido dado en co-


mún, [el] consentimiento explícito de cada copropietario, los
niños o los sirvientes no podrían cortar la carne que su padre
o su señor les ha provisto en común, sin asignar a cada uno
su porción propia. Aunque el agua que mana de la fuente sea
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de todos, ¿quién puede dudar, sin embargo, de que la del cán-


taro es sólo de quien la ha extraído [del manantial]? Su tra-
bajo la ha arrancado de las manos de la naturaleza, en donde
era común y pertenecía igualmente a todos sus hijos, y, de es-
te modo, se la ha apropiado para sí.21

§ 30. Así, esta ley de [la] razón establece que el venado perte-
nece al indio que lo ha matado; aunque constituyera antes el
derecho común de todos, se admite que, [al] haber invertido
su trabajo en [cazarlo], configura su propiedad. Y entre aque-
llos que se cuentan entre la parte civilizada de la humanidad,
los que han instituido y multiplicado leyes positivas para de-
terminar [los derechos de] propiedad, esta ley primordial de
naturaleza relativa al origen de la propiedad en lo que era an-
tes común todavía tiene vigencia. Y, en virtud de ella, el pesca-
do que alguien captura en el océano, ese gran [reservorio]
común de la humanidad que aún permanece [en ese estado], o
el ámbar gris que recoge en él, se convierten, merced al traba-
jo que los despoja de [la condición] de bienes comunes en que
la naturaleza los ha dejado y al esfuerzo que se toma en ello,22

su trabajo con la tierra, adquiriendo de tal suerte, sin requerir el consenti-


miento de nadie, un título legítimo sobre el mineral extraído, el que ha mor-
dido la hierba ha sido mi caballo (mío, debe sobreentenderse, porque, v.g., fui
yo quien lo domó), y el que ha cortado el césped, mi sirviente (que, hay que
presuponer, ha asentido convertirse en tal y, concurrentemente, cederme, al
firmar el contrato de servidumbre –§ 85–, el usufructo de su actividad.). Por
lo demás, obsérvese que Locke presenta un caso de compra-venta de servi-
cios laborales nueve apartados antes de hacer referencia a la invención de la
moneda (en la interpretación macphersoniana estándar, la llave que abre las
puertas al desarrollo de un mercado de trabajo more capitalista).
21 La madre natura es poco maternal: sus hijos (que ganarán el pan con
el sudor de su frente) tienen que arrancarle el alimento de las manos.
22 Locke desliza al pasar una segunda respuesta a la pregunta de qué

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

en propiedad suya. Y aun entre nosotros se piensa que la liebre


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que alguien caza es suya, ya que la persigue durante la cacería.


Pues, tratándose de un animal que es considerado todavía [un
bien] común –[esto es, que no es considerado] la posesión pri-
vada de ningún hombre–, cualquiera que haya empleado tanto
trabajo en algo de esa especie como para encontrarlo y perse-
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guirlo lo ha sacado, de ese modo, del estado de naturaleza, en


el que era común, y ha dado origen a [un título de] propiedad
[sobre él].23

§ 31. Tal vez se objete a esto que si recoger bellotas, u otros fru-
tos de la tierra, genera un derecho sobre ellos, cualquiera pue-
de acaparar tanto como desee. A lo que respondo que no es así.
La misma ley de naturaleza que, por este medio, nos confiere
propiedad, de igual modo limita también esta propiedad.24
“Dios nos ha dado en abundancia todas las cosas”, (1 Timoteo 6.
17), es la voz de la razón confirmada por la inspiración.25 ¿Pe-
ro en qué medida nos las ha dado? [En la medida en que] las
usufructuemos. Uno puede fijar su propiedad, por medio de su
trabajo, en tantas cosas como pueda utilizar, antes de que se
echen a perder, en beneficio de [su] vida.26 Todo lo que sobre-
pasa [este límite], excede su porción y pertenece a otros. Na-
da fue creado por Dios para que el hombre lo desperdicie o lo

es lo que hace que el trabajo legitime la apropiación privada: al entrañar es-


fuerzo (“pains”), comporta alguna clase de mérito moral. Cf. §§ 34, 42-43.
23 ¿La liebre es del que la encuentra y la persigue, o de quien le da el
tiro de gracia (no necesariamente el mismo)?
24 Cual las categorías kantianas en relación al conocimiento, la ley na-
tural lockeana valida la apropiación privada y, concurrentemente, demarca
el dominio en que dicha validación tiene lugar. Otro tanto ocurre, según el
autor, con el trabajo (§ 36).
25 La ley divina natural es confirmada por la ley divina positiva (la “ins-
piración” de Dios en el espíritu del hombre). Cf. cap. I, § 1 y n. 7.
26 Se enuncian en esta oración dos de las condiciones limitativas de la
apropiación privada lockeana: la del uso propio y la del no desperdicio. Se-
gún se verá (cf. n. 72), la primera es subsidiaria de la segunda –la cual con-
tribuye (en circunstancias de escasez al menos –cf. n. 27–), a maximizar la
preservación distributiva y colectiva de la humanidad, que es lo que prescri-
be la ley fundamental de naturaleza–.

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JOHN LOCKE

destruya. Y así, considerando la abundancia de provisiones na-


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turales que hubo por largo tiempo en el mundo y la escasez de


consumidores,27 y [teniendo en cuenta] cuán pequeña era la
fracción de ese abasto que la industriosidad de un hombre po-
día abarcar y acaparar en perjuicio de otros, especialmente si se
mantenía dentro de las limitaciones, fijadas por la razón, [que
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le permitían apoderarse solamente de] lo que pudiera servir


para su provecho, había entonces poco espacio para querellas o
contiendas sobre la propiedad así establecida.28

§ 32. Pero como la cuestión principal concerniente a la pro-


piedad no versa hoy en día sobre los frutos de la tierra ni so-
bre las bestias que se alimentan en ella, sino sobre la tierra
misma, la cual contiene y da sustento a todo el resto,29 juzgo
evidente que la propiedad sobre ella también se adquiere de
la misma forma que sobre las cosas anteriores. Tanta tierra
como un hombre labre, plante, mejore, cultive y cuyo produc-
to pueda usar, así de extensa será su propiedad. Por medio de
su trabajo, por así decir, la cerca, [cercenándola] de lo co-
mún. Y no invalidará su derecho el que se afirme que todos
los otros tienen un título igual sobre [dicha tierra] y que, por
tanto, él no puede apropiársela, no puede cercarla, sin el con-
sentimiento de todos sus copropietarios, de toda la humani-

27 En condiciones de superabundancia, el que alguien desperdicie un


bien del que se apropió ¿comporta, como Locke sostiene aquí, la sustracción
a terceros de algo que les pertenece (¿tiene alguno, en el estado de posesión
común, un derecho privativo sobre tal o cual porción de recursos?), o invo-
lucra solamente una ofensa contra Dios, que no quiere que nada de lo que
creó se destruya?
28 Dadas condiciones de superabundancia, no hay bases para que se
susciten conflictos en torno de la adquisición de recursos, por lo que, cabe
colegir, cualquier teoría de la apropiación privada (incluyendo, por cierto, la
lockeana) carecería, pragmáticamente, de toda razón de ser.
29 En una economía de base agraria, como la inglesa del siglo XVII, la
tierra constituye el principal activo productivo, por lo que no llama la aten-
ción que Locke considere que su adquisición configura el asunto central de
la teoría de la propiedad. Por lo demás, en el contexto de época, los cerca-
mientos de terrenos comunales eran moneda corriente, lo que ponía a la pri-
vatización de la tierra en el centro del conflicto social y del debate político.

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

dad. Dios, cuando le dio el mundo en común a la humanidad


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en su conjunto, también le ordenó al hombre que trabajara,30


y la penuria de su condición [así] se lo demandó. Dios y su
razón le ordenaron dominar la tierra, i.e., mejorarla para be-
neficio de su vida, y derramar sobre ella algo que fuera suyo,
su trabajo.31 El que, en obediencia a este mandato de Dios,
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preparó para el cultivo, labró y sembró una parcela, le anexó,


de tal suerte, algo que constituía su propiedad [y] sobre lo
cual otro no tenía título alguno ni podía quitárselo, sin
[perpetrar] una injusticia [en contra de él].

§ 33. Y esta apropiación de una parcela de tierra, por medio


de la introducción de mejoras, no representaba perjuicio al-
guno para ningún otro hombre, ya que quedaba todavía [tie-
rra] suficiente y tan buena, y más que la que podían usar
quienes estaban aún desprovistos [de ella]. De modo tal que,
en realidad, nunca quedaba menos para los demás a causa de
que [uno] cercara [un lote] para sí. Pues quien le deja a otro
tanto como [éste] pueda usar es como si no tomara nada en
absoluto.32 Nadie que tuviera un río entero para calmar su
sed podría considerarse perjudicado por el hecho de que otro
hombre bebiera de la misma agua, aun cuando tomase un
buen trago. Y el caso de la tierra y el agua, [allí] donde hay
suficiente de ambos, es exactamente el mismo.

30 El trabajo es un mandato divino: así lo dicta el Génesis –“someted la


tierra”, 1. 28–, así lo dictamina la ley natural (cf. § 35) –si cada hombre es-
tá obligado a preservarse, tiene el deber de subvenir a su subsistencia aran-
do, cazando, etc., etc.–. ¿Es el ocio, consecuentemente, un pecado –o, peor
aún, un crimen–?
31 La voluntad de Dios, la razón humana y las necesidades de los hom-
bres y mujeres trabajan por el mismo fin. Cf. § 35.
32 En rigor, una vez que alguien cerca una parcela, sí queda menos pa-
ra los demás; empero, dado el hecho de que, en las circunstancias en que se
produce el cercamiento, la oferta de tierra sobrepasa la demanda, es como si
sobrara tanto como antes. Con su “argumento retrospectivo”, Nozick (1974:
176) llama la atención sobre el que la superabundancia actual no es más que
escasez potencial: basta que uno diga “esto es mío” (Rousseau dixit) para que
se ponga en marcha una secuencia de apropiaciones que, alcanzado cierto
punto, dejarán a tal o cual con menos que lo que desea obtener.

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JOHN LOCKE

§ 34. Dios [les] dio el mundo a los hombres en común. Pero


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puesto que se los dio para beneficio de ellos y para que [ob-
tuviesen] la mayor cantidad de cosas útiles para su vida que
fuesen capaces de extraer de él,33 no puede suponerse que ha-
ya tenido la intención de que permaneciese siempre [en esta-
do de posesión] común y sin cultivar.34 [Dios] hizo entrega
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del [mundo] para el usufructo de los industriosos y raciona-


les (y el trabajo había de ser el título [que les diera derecho]
a él), no para el capricho y la avaricia de los pendencieros y
contenciosos.35 Aquél a quien le ha quedado, para su propio
progreso, una [parcela] tan buena como la que ya había sido
ocupada, no tiene necesidad de quejarse ni debe inmiscuirse
en [la tierra] que ya había sido mejorada por el trabajo de
otro. Si lo hace, es evidente que [lo que] desea es el beneficio
[resultante] del esfuerzo de otro, a lo que no tiene ningún
derecho, y no la tierra, que Dios le ha dado en común con los
demás para que la trabaje, y de la que quedaba [una frac-
ción] tan buena como la [que] ya [había sido] poseída y
[de] más [extensión] que la que sabe cómo usar o que la que
su industriosidad puede abarcar.

§ 35. Ciertamente, nadie puede cercar ni apropiarse, sin el


consentimiento de todos los copropietarios, de una fracción
de la tierra común, sea en Inglaterra o en cualquier otro país
en el que haya una gran población bajo [jurisdicción de] un
gobierno [y] [un sistema] monetario y comercial, ya que
[esa tierra] permanece [en la condición de acervo] común

33 “Cosas útiles para la vida”: “conveniences of life”, en la formulación de


Locke.
34 “Común” e “improductivo” parecen ser, para Locke, expresiones in-
tercambiables. Cf. §§ 37 y 42, en que el autor endosa la caracterización de
“baldía” que se aplica a la tierra no cultivada.
35 ¿Dios les dio el mundo a todos los hombres, o sólo a algunos? Se lo
dio a todos los que actúan según su genus (lo que, en el diccionario antropo-
lógico lockeano, significa: que se comportan racional e industriosamente),
no a aquellos cuyas acciones ponen de manifiesto que se trata de degenera-
dos –§ 10– (los “pendencieros y contenciosos”, siempre prestos a infringir
los derechos de propiedad de los demás).

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

como producto de un pacto, i.e., de la ley de la tierra, que no


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debe ser violada. Y aunque sea común con respecto a algunos


hombres, no lo es [en relación con] toda la humanidad, sino
que es la propiedad conjunta de tal país o de tal condado.
Además, con posterioridad a dicho cercamiento, el remanen-
te no sería tan bueno para el resto de los comuneros como lo
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era la totalidad, cuando todos podían hacer uso de ella. Mien-


tras que, en los comienzos, cuando el mundo, la gran [tierra]
común, se pobló por vez primera, [la situación] era entera-
mente distinta.36 La ley por la que el hombre se regía [lo
obligaba] antes bien a apropiarse. Dios le ordenaba trabajar
y sus necesidades lo forzaban a hacerlo. Sea lo que fuere aque-
llo sobre lo que hubiese aplicado [su trabajo], constituía su
propiedad, la que no podía serle quitada. Y, por ende, prepa-
rar o cultivar la tierra y detentar el dominio [de ella] vemos
que iban siempre juntos. Lo uno daba título a lo otro. [Fue]
así que Dios, ordenando dominar [la tierra], dio con ello au-
torización para apropiársela. Y la condición de la vida huma-
na, que requiere trabajo y materiales a los que aplicarlo,
introduce necesariamente posesiones privadas.

§ 36. La naturaleza ha dejado bien establecidos los límites de


la propiedad por referencia al alcance del trabajo de los hom-
bres y al provecho [resultante para] su vida.37 No sería fac-
tible que un [solo] hombre pusiera bajo su dominio,
mediante su trabajo, todas [las cosas] ni que se apropiara de
ellas,38 ni [tampoco] que su [capacidad de] usufructo consu-
miera más que una pequeña parte. De modo que era imposi-

36 Sin contar con el aparato analítico adecuado, Locke vislumbra que el


estado de posesión común definitorio del statu quo inicial es conceptualmen-
te diverso del que corresponde a lo que Roemer (1985) llamará “propiedad
colectiva”, una forma de apropiación conjunta en la que todo copropietario
es dueño de la enésima fracción de cada bien apropiado, y cuya privatización
requiere, consecuentemente, el consentimiento unánime de quienes inte-
gran el grupo de referencia. Sobre la índole peculiar de la posesión común
lockeana, cf. Tully (1980), cap. I, y Waldron (1990), Segunda Parte, 6.
37 Nueva condición limitativa: la aportación de trabajo personal.
38 Ello, si por trabajar no se entiende señalar con el dedo y proclamar

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JOHN LOCKE

ble que un hombre cualquiera infringiese, por esta vía, el de-


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recho de otro, o que adquiriera para sí mismo una propiedad


en perjuicio de su prójimo, el cual tendría aún espacio (des-
pués de que aquél hubiera tomado la suya) para [hacerse de]
una posesión tan buena y tan extensa como la que había sido
previamente apropiada. Este límite circunscribió la posesión
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de todo hombre a una magnitud muy moderada y [acorde a]


lo que era capaz de apropiarse [en beneficio de] sí mismo, sin
[acarrear] perjuicio [alguno] para nadie. [Ello fue así] en
los primeros tiempos del mundo, cuando los hombres se ha-
llaban en mayor peligro de perderse, apartándose de su gru-
po en la por entonces vasta soledad de la tierra, que de verse
constreñidos por falta de lugar en donde afincarse. Y el mis-
mo límite puede ser reconocido todavía [hoy], tan atiborra-
do como el mundo parece, sin [comportar] perjuicio para
nadie. Pues imaginemos a un hombre, o a una familia, en el
estado en el que se encontraban en [el tiempo en que] el mun-
do se pobló por vez primera con los hijos de Adán, o con los
de Noé.39 Figurémonos que [este hombre] se establece en al-
gún paraje despoblado de América, tierra adentro.40 Encon-
traremos que las posesiones que podría haber hecho suyas,
sobre la base de la unidad de medida que hemos propuesto, no
habrían sido muy extensas ni, inclusive hoy en día, aunque la
raza humana se haya desperdigado actualmente por todos los
rincones del mundo y exceda infinitamente el pequeño núme-
ro [que] constituía en un comienzo, [representarían] un
perjuicio para el resto de la humanidad ni [les] darían [a los
demás] razón para quejarse o para considerarse perjudicados
por la [presunta] intrusión de dicho hombre. Más aún, la ex-
tensión de la tierra es de tan poco valor, sin [la anexión de]
trabajo, que he oído decir que en la misma España suele per-
mitirse a un hombre que labre, siembre y coseche, sin ser mo-

“esto pertenece a la Corona de Castilla”. Cf. Rousseau sobre Núñez de Bal-


boa en Del contrato social, I, ix.
39 Cf. cap. VIII, § 109 y n. 45.
40 ¿América, la tierra prometida para los hijos de los hijos de los hijos...
de Adán y Noé?

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

lestado, un terreno sobre el que no tiene más título que el


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[que le otorga] el hacer uso de él. [Antes que culparlo de al-


go], los pobladores, por el contrario, se consideran en deuda
con aquél que, merced a su industriosidad, [aplicada sobre]
una tierra abandonada y, consecuentemente, baldía, ha incre-
mentado las existencias de trigo, del que tenían necesidad.41
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Pero sea como fuere, no haré hincapié en esto. Me atrevo a


afirmar, temerariamente, que la misma regla de propiedad
–a saber: que todo hombre debería poseer tanto como sea ca-
paz de usar– seguiría aún teniendo vigencia en el mundo, sin
[implicar] una restricción para nadie –puesto que hay tierra
suficiente en el mundo como para abastecer al doble de habi-
tantes–, si la invención del dinero y el acuerdo tácito entre los
hombres para asignarle un valor no hubieran dado lugar (por
consenso) a posesiones más vastas y a un derecho a ellas. En
lo que sigue, mostraré con mayor detalle cómo ha ocurrido
[semejante cosa].

§ 37. Es indudable que, en los comienzos, antes de que el de-


seo de tener más que lo que los hombres necesitaban hubiera
alterado el valor intrínseco de las cosas, el cual depende sola-
mente de su utilidad para la vida humana, o [con anterioridad
a] que hubieran acordado que una pequeña pieza de metal
amarillo, susceptible de conservarse sin echarse a perder o de-
teriorarse, tendría el valor de un gran trozo de carne o de una
parva entera de trigo,42 aunque los hombres tenían derecho a

41 Una breve noticia histórica puede encontrarse en Laslett (1988: 293).


42 Dando por sentado que la “o” que precede a “[con anterioridad]”
introduce una aposición, de la lectura del pasaje resulta que, para Locke,
la monetización repercute sobre las condiciones subjetivas bajo las que tie-
ne lugar la apropiación privada (aviva el “amor sceleratus habendi” –§ 111–,
inflamado por la ruptura de las barreras morales al atesoramiento, y, con-
secuentemente, sustituye el valor de uso por el valor de cambio como pau-
ta de valuación de los bienes), de igual modo que lo hace sobre las
condiciones objetivas (crucialmente, provocando escasez de tierra: cf. n.
60). Repare el lector en la equiparación de valor de uso y valor intrínseco
(cuyo complemento parece ser la de valor de cambio y valor ¿extrínseco o
adventicio?).

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JOHN LOCKE

apropiarse, por medio de su trabajo, cada uno para sí, de tan-


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tos recursos naturales como fueran capaces de usar, ello, sin


embargo, no podía ser mucho ni [redundar] en perjuicio de
otros, toda vez que un abasto similar estaba aún disponible pa-
ra quienes emplearan la misma industriosidad. Permítaseme
agregar a esto que el que se apropia de tierra para sí mismo
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por medio de su trabajo no reduce sino que incrementa el


acervo común de la humanidad.43 Pues las provisiones que
sirven al sustento de la vida humana, producidas por un acre
de tierra cercada y cultivada, representan (para hablar más es-
trictamente) diez veces más que las que son producidas por un
acre de tierra de igual fecundidad que ha sido dejada, baldía,
en [estado de posesión] común. Y, por tanto, el que cerca la
tierra y obtiene, de [la explotación de] diez acres, una mayor
profusión de cosas útiles para la vida que la que podría haber
obtenido de un centenar abandonados [a la mano] de la natu-
raleza, puede decirse, propiamente, que da noventa acres a la
humanidad.44 Pues su trabajo le suministra ahora, a partir de
[la explotación de] diez acres, tantas provisiones como las
que eran, apenas, el producto de un centenar dejadas en [es-
tado de posesión] común. He justipreciado aquí en muy poco
[el incremento de valor derivado de] la mejora de la tierra
[en relación al de la tierra sin cultivar], al calcular que su pro-
ducto era solamente de diez a uno, cuando se aproxima mucho
más a cien a uno. Pues pregunto si en los bosques agrestes y
en la [tierra] baldía y no cultivada de América abandonada [a
la mano] de la naturaleza [y] carente de toda mejora, cultivo
o labranza, mil acres rendirán a los pobladores necesitados e
indigentes tantas cosas útiles para la vida como diez acres de
tierra igualmente fértil plantados en Devonshire, donde son
cultivados de modo intensivo.
Con anterioridad a la apropiación [privada] de la tierra, el
que recogía tantos frutos silvestres o mataba, capturaba o

43 Los cercamientos no sólo no hacen decrecer (en condiciones de supe-


rabundancia) la tierra disponible (cf. § 33), sino que, además, acrecientan (in-
cluso bajo circunstancias de escasez) la disponibilidad de frutos de la tierra.
44 Noventa no representan diez veces más que diez.

56
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

amansaba tantos animales salvajes como era capaz, el que de-


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dicaba sus esfuerzos a transformar de algún modo los produc-


tos espontáneos de la naturaleza respecto del estado en el que
la naturaleza los dejó, invirtiendo su trabajo en ellos, adquiría,
consecuentemente, propiedad sobre [esos bienes]. Pero si
[estos] se deterioraban en su posesión, sin [que se les diera]
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su debido uso, si los frutos se echaban a perder o el venado se


pudría, antes de que pudiera consumirlos, atentaba contra la
ley común de la naturaleza y se exponía a ser castigado: se
apoderaba de la porción de su vecino,45 más allá de [lo] que
requería su [necesidad de] consumo e [independientemente
de que ello] pudiera servir para proporcionarle productos úti-
les para la vida, cosa a la que no tenía ningún derecho.

§ 38. Las mismas unidades de medida regulaban también la


posesión de tierra. Cualquier [parcela] que alguien cultivara
y cosechara, [y cuyos frutos] almacenara y consumiera antes
de que se echasen a perder, constituía su derecho privativo.
Cualquier [solar] que cercara, cuyo ganado pudiera alimen-
tar [y cuyos] productos [fuera capaz de] usufructuar era,
asimismo, suyo. Pero si el forraje se secaba en el suelo de su
coto, o si los frutos de su plantío se pudrían sin [haber sido]
cosechados y almacenados, esa parcela, no obstante haber si-
do cercada, debía ser considerada aún como tierra baldía y
podía llegar a ser la posesión de cualquier otro. Así, en los co-
mienzos, Caín podía tomar [para sí], y hacer suya, tanta tie-
rra como fuera capaz de labrar; [fue posible], sin embargo,
que dejara, [a disposición de] Abel, una extensión de terre-
no suficientemente [grande] como para que las ovejas de és-
te pastaran en él. Unos pocos acres habrían bastado para que
cada uno [tuviera] su posesión. Pero a medida que las fami-
lias se agrandaron y que [su] industriosidad incrementó el
abasto de provisiones, sus posesiones se acrecentaron, con-
juntamente con su necesidad de ellas. Con todo, ello ocurrió,
por lo común, sin que se estableciera, en la tierra de la que ha-
cían uso, una propiedad permanente, [por lo menos] hasta

45 Los dilapidadores, ¿han de recibir el mismo castigo que los ladrones?

57
JOHN LOCKE

que [las familias] se conformaron legalmente, se afincaron


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juntas y erigieron ciudades, y entonces, andando el tiempo,


llegaron a trazar, por consenso, las fronteras de sus distintos
territorios y convinieron los límites [que las separarían de]
sus vecinos, y, mediante leyes [acordadas] entre [las fami-
lias] en cuestión, delimitaron las propiedades de quienes per-
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tenecían a la misma sociedad.46, 47 Pues observamos que, en


aquella región del mundo que fue habitada en primer térmi-
no y que, por consiguiente, fue probablemente la más pobla-
da, desde tiempos [tan] primitivos como los de Abraham
trashumaban libremente de un lugar a otro con sus ovejas y
vacas, las que constituían su patrimonio. Y Abraham hacía es-
to en un país en el que era extranjero. A partir de lo antedi-
cho es manifiesto que una gran parte, al menos, de la tierra
permanecía [en la condición de acervo] común [y] que quie-
nes habitaban en ella no le asignaban valor ni reclamaban
propiedad más que sobre la [fracción] de la que hacían uso.
Y cuando [ya] no hubo espacio suficiente en la misma co-
marca para que sus [respectivos] rebaños pastaran juntos, se
separaron y, por consentimiento, extendieron sus tierras de
pastoreo hasta donde les pareció mejor, tal como hicieron
Abraham y Lot –Génesis 13. 5–. Y, por la misma razón, Esaú
se marchó de lo de su padre y de lo de su hermano, y se afin-
có en el monte Seir –Génesis 36. 6–.

§ 39. Y así, sin presuponer ningún dominio privado ni la


propiedad de Adán sobre todo el mundo, con exclusión de
todos los demás hombres –lo cual de ningún modo puede
ser probado48 ni establecerse, a partir de ello, propiedad al-

46 ¿Un cuerpo extraño positivista jurídico-convencionalista en un cor-


pus iusnaturalista-no consensualista? Es lo que afirma Tully (1980: 164-172)
y lo que, a partir de la exploración del campo semántico de los términos cla-
ve (“settle”, que tradujimos aquí y en § 45 como “delimitar”, “determinate” –en
§ 30–, y “regulate” –en § 50–), niega Waldron (1990: 232 y siguientes).
47 La conjunción que precede a “mediante” sugiere una sincronía entre
el proceso interestatal de delimitación territorial y el proceso intraestatal de
demarcación de tierras.
48 A tenor de la batería de objeciones exegéticas desplegadas en el Pri-

58
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL
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guna–,49 sino partiendo del supuesto de que el mundo [les]


fue [dado] en común, como lo fue, a los hijos de los hom-
bres,50 vemos de qué modo pudo hacer el trabajo que los
hombres [adquirieran] títulos diferenciales sobre diversas
partes [del mundo], para su uso privado; sobre esto no po-
dría haber ninguna duda de derecho ni [existir] espacio al-
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guno para querellas.

§ 40. Y no es tan extraño, como podría quizá parecer antes


de [someter el asunto a] consideración, que la propiedad del
trabajo sea capaz de contrabalancear la comunidad de la tie-
rra. Pues, verdaderamente, es el trabajo lo que les confiere a
todas las cosas su valor diferencial.51 Considere cualquiera la
diferencia [que existe] entre un acre de tierra plantado con
tabaco o azúcar, [o] sembrado con trigo o cebada, y un acre
de la misma tierra que se halla en [la condición de posesión]
común, sin [que se haya practicado en él] ninguna [tarea de]
labranza, y encontrará que [es] la mejora [resultante] del
trabajo lo que constituye por lejos la mayor parte de su valor.
Creo que configurará un cómputo muy modesto afirmar que,
de los productos de la tierra útiles para la vida del hombre,
9/10 son el efecto del trabajo; más aún, si estimamos con pre-
cisión, [en] las cosas tal como llegan a nuestro uso, qué se

mer Tratado, §§ 21 y ss., resulta extraño que Locke sostenga aquí que no
puede probarse que Adán detentó un dominio privado sobre el mundo: uno
esperaría que afirmara que es posible demostrar que no lo tuvo.
49 Aun admitiendo, ex hypotesi, que Adán sí tuvo tal dominio privado,
no se sigue que, aquí y ahora, haya alguien (sea Su Majestad, sea John Doe)
que esté en posición de acreditar que su presunto título deriva del de aquél:
¿qué notario certificará que es el único heredero legítimo? (cf. cap. I, n. 9).
50 Este pasaje deja ver con claridad que “los hijos de los hombres” (cf.
n. 3) configura el antónimo lockeano de “Adán, el padre de los hombres”.
51 Tercera respuesta a la pregunta de qué es lo que hace que el trabajo
legitime la apropiación privada: valoriza todo aquello a lo que se aplica (en
una medida tal que representa, “por lejos, la mayor parte de su valor”). Afa-
narse en algo, replica Nozick (1974: 175), puede hacerlo menos valioso: un
piromaníaco que le ha prendido fuego a un bosque de arrayanes, tomándo-
se el trabajo de rociar el combustible y encender la cerilla, ha depreciado,
por cierto, el stock de recursos forestales.

59
JOHN LOCKE

debe en ellas puramente a la naturaleza, y qué, al trabajo, y


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sumamos los diversos gastos [desembolsados] en ellas, en-


contraremos que, en la mayoría, 99/100 han de cargarse en-
teramente en la cuenta del trabajo.

§ 41. No puede haber demostración más clara de algo que la


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que varias naciones de América [proporcionan de lo que afir-


mo]. [Las mismas] son ricas en tierra y pobres en lo que res-
pecta a todas las comodidades de la vida; y, pese a que la
naturaleza las ha provisto, con la misma liberalidad que [ha
prodigado] a otros pueblos, de los elementos [imprescindi-
bles para la] riqueza –i.e., de una tierra fértil, capaz de pro-
ducir en abundancia lo que pueda servir de alimento [y]
vestimenta y [procurar] deleite–, no tienen, con todo, por
falta de las mejoras [resultantes del] trabajo, ni una centési-
ma parte de las comodidades de que nosotros gozamos. Y el
rey de un territorio vasto y fértil se alimenta, se aloja y se
viste allí peor que un jornalero en Inglaterra.52

§ 42. Para hacer esto un poco más claro, no tenemos más


que trazar la secuencia [que recorren] algunas de las pro-
visiones usualmente [necesarias] para la vida hasta [estar
en condiciones de que] las consumamos, y comprobar cuán-
to de su valor procede de la industriosidad humana. El pan,
el vino y el lienzo son cosas de uso cotidiano y [que exis-
ten] en gran abundancia; no obstante, si nuestro trabajo no
nos hubiera suministrado estos productos [tan] útiles,
nuestro alimento, [nuestra] bebida y [nuestra] vestimenta
estarían constituidos, [respectivamente] por bellotas, agua

52 La comparación entre el rey americano y el jornalero inglés su-


giere que el hecho de que el trabajo incremente exponencialmente el va-
lor de las cosas (o, de otro modo, que acreciente a la enésima potencia la
productividad: § 37) permite que se satisfaga, en condiciones de escasez
de tierra, el requerimiento de suficiencia, debilitado a la manera nozickia-
na (1974: 176): quienes no pueden ya hacerse de su lote son suficiente-
mente compensados en términos de su cesta global de consumo –la que
contiene, entre otros bienes, trigo, madera y lana (para ilustrar la tríada
de Locke)–.

60
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

y hojas o pieles. En efecto, sea cuanto fuere que el valor del


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pan sea mayor que el de las bellotas, el del vino que el del agua
y el del lienzo o el de la seda que el de las hojas, las pieles o
el musgo, se debe enteramente al trabajo y la industriosi-
dad. Las cosas enumeradas en primer término son el ali-
mento y la vestimenta que la naturaleza nos suministra por
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sí sola; las restantes, provisiones que están disponibles para


nosotros merced a nuestra industriosidad y a [nuestro] es-
fuerzo. Cuando se haya computado en qué medida el valor
de éstas sobrepasa al de aquéllas, se comprenderá entonces
hasta qué punto es el trabajo lo que constituye, por lejos, la
mayor parte del valor de los bienes de que disfrutamos en
este mundo. Y [lo mismo cabe en relación con] la tierra que
produce las materias primas, [cuyo aporte], [si contribuye]
en algo [al referido valor], representa, a lo sumo, una vez
contabilizado, una fracción muy pequeña –tan ínfima que,
incluso entre nosotros, la tierra que queda abandonada en-
teramente a las manos de la naturaleza, la cual no ha recibi-
do ninguna mejora destinada al pastoreo, la labranza o la
siembra, es llamada “un baldío”, [y] verdaderamente lo es–;
y encontraremos que el beneficio [resultante] de ella as-
ciende a poco más que nada. Esto muestra cuán preferible es
[contar con] una población numerosa a [tener] vastos do-
minios,53 y que la expansión de las tierras [de cultivo] y [el
reconocimiento] del derecho a explotarlas es el principal
arte del gobierno. Y aquel príncipe que sea tan juicioso y de
condición divina como para brindar protección, por medio
de la promulgación de leyes [que garanticen] la libertad, a
la industria honesta de los hombres contra la opresión del
poder y la estrechez de partido, y como para [darle] alicien-
tes, se volverá pronto demasiado fuerte para sus vecinos.54
Mas esto [dicho] al pasar. Retomemos el argumento que
[tenemos] entre manos.

53 “Gobernar es poblar”, instará Alberdi lockeanamente.


54 Un príncipe “juicioso” (“wise”) y “de condición divina” (“godlike”) pro-
mueve la libertad económica, garantiza la seguridad jurídica y da incentivos
a la actividad productiva, pontifica el príncipe del liberalismo.

61
JOHN LOCKE

§ 43. Un acre de tierra que rinde aquí veinte fanegas de tri-


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go, y otro [situado] en América, que, si se lo cultivara con la


misma intensidad, produciría otro tanto, son, sin duda, del
mismo valor natural, intrínseco. Sin embargo, el beneficio
que la humanidad recibe del primero, en el curso de un año,
vale el equivalente a cinco libras, mientras que el del segun-
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do, si todo el beneficio que un indio [pudiera llegar a] obte-


ner de él fuese justipreciado y vendido aquí, posiblemente no
valga ni un penique; a decir verdad, estoy en condiciones de
afirmar que no [equivaldría] siquiera a una milésima parte.55
Es, pues, el trabajo lo que le confiere a la tierra la mayor par-
te de su valor; sin [la aportación de trabajo], no valdría casi
nada. Es al trabajo a lo que debemos la mayor parte de los
productos [de la tierra] que nos son de utilidad. En efecto, lo
que [hace] que la paja, el afrecho y el pan [que rinde] un
acre [sembrado con] trigo tengan más valor que el produci-
do de un acre de una tierra de igual calidad [aunque] sin cul-
tivar es, enteramente, el efecto del trabajo. Pues, [al calcular
el valor] del pan que comemos, no se ha de contabilizar, so-
lamente, el esfuerzo del [que empuñó] el arado, el trajín del
que cosechó y trilló [el trigo] y el sudor del panadero; el tra-
bajo de los que domaron los bueyes, el de los que extrajeron
y moldearon el hierro y las piedras, el de los que talaron y
dieron forma a la madera empleada en el arado, el molino y el
horno, o en cualquier otro de los utensilios que, en gran nú-
mero, se requieren para sembrar una semilla de trigo y trans-
formarla en pan, todo ello debe ser cargado en la cuenta del
trabajo y considerado como efecto suyo. La naturaleza y la
tierra suministran, [tan] sólo, las materias primas,56 que, en
sí mismas, carecen casi de valor. Si pudiéramos reconstruir

55 Como advertirá cualquier lector atento, Locke se muestra vacilante


en torno de la relación existente entre el valor “natural” o “intrínseco” de
los bienes y el que les añade el trabajo: la ratio fluctúa entre 10/90 (en §
37), 1/10 (en §§ 37 y 40), 10/110 (en § 37), 1/100 (en los mismos aparta-
dos), 10/1000 (en § 37), 1 – n/240 (menos de un penique cada cinco libras
esterlinas de oro, en el pasaje que estamos comentando) y 1 – n/1000
(ibid.).
56 “Materials”, en el original.

62
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

[el listado] de las cosas que la industria [humana] ha pro-


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visto y utilizado [para producir] una hogaza de pan, antes de


que estemos en posición de consumirla, constituiría un catá-
logo singular: hierro, madera, cuero, corteza, vigas, piedra,
ladrillos, carbón, cal, lienzo, tinturas, resina, brea, mástiles,
sogas y todos los materiales usados en [la construcción] del
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barco que transportó las mercancías consumidas por los ope-


rarios que [realizaron] alguna parte del trabajo. Sería casi
imposible, [o], por lo menos, [llevaría] demasiado tiempo,
enumerar todas estas [cosas].

§ 44. A partir de todo lo [dicho] es evidente que, aunque los


bienes naturales [le] fueron dados en común, el hombre, con
todo (siendo dueño de sí mismo y propietario de su propia
persona y de sus acciones y trabajo), tenía aún, en sí mismo,
el principal fundamento de la propiedad,57 y que la mayor
parte de lo que [el hombre] destinó a [proveer] sustento o
confort a su existencia, una vez que las invenciones y las ar-
tes hubieran hecho progresar las comodidades de la vida, es-
taba constituido por algo que era enteramente suyo y no
[les] pertenecía a otros en común.

§ 45.58 [Fue] así como, en un comienzo, el trabajo confirió,


sea en lo que fuere que a alguien se le ocurriera aplicarlo, un
derecho de propiedad sobre lo que era común,59 lo cual per-
maneció por largo tiempo, en su mayor parte, [en tal condi-
ción], y, sin embargo, sobrepasa [aún hoy] lo que la
humanidad [puede] usufructuar. Los hombres, al principio,
se conformaban con lo que una naturaleza virgen [les] brin-
daba para [la satisfacción de] sus necesidades. Y, aunque ul-

57 El principal fundamento de la propiedad, ¿no el único? Cf. n. 59.


58 Locke prosigue en este punto la línea argumentativa que quedó
trunca en § 36, in fine.
59 “En un comienzo”: cf. § 51, in principio. El trabajo confiere un dere-
cho inicial de propiedad sobre recursos naturales previamente no poseídos.
Ulteriormente, se abren otras vías, no laborales, de adquisición legítima: la
herencia (cf. Primer Tratado, §§ 79-81, 84, 88, 93-103), la interacción de
mercado y la caridad (cf. Primer tratado, § 42).

63
JOHN LOCKE

teriormente, en algunas regiones del mundo, en las que el in-


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cremento de la población y de [las existencias de] ganado,


conjuntamente con la utilización del dinero, han vuelto la tie-
rra escasa y, subsiguientemente, de algún valor,60, 61 las di-
versas comunidades trazaron las fronteras de sus distintos
territorios y, por medio de leyes [promulgadas al interior de
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cada una de ellas], establecieron regulaciones sobre la pro-


piedad de los particulares pertenecientes a sus respectivas so-
ciedades y, así, delimitaron, por medio de pactos y convenios,
[sus derechos de] propiedad, la que tuvo origen en el traba-
jo y la industriosidad.62 Y los diversos Estados y reinos que
han concertado alianzas entre sí, al negar, de modo expreso o
tácito, [que poseían] algún reclamo [valedero] sobre el te-
rritorio en posesión de los demás [firmantes], o un derecho
[a él], han renunciado, de mutuo acuerdo, a [toda] preten-
sión al derecho natural común que tenían originariamente
sobre esas tierras y, consecuentemente, han delimitado, me-
diante pactos positivos, sus respectivos dominios sobre dis-
tintas partes del orbe. Existen todavía [hoy], sin embargo,

60 La introducción de la moneda alimenta, junto con el crecimiento de


la población humana y pecuaria, la escasez de tierra, en la medida en que, al
posibilitar el atesoramiento en contante y sonante del excedente de produc-
ción, crea incentivos positivos para la acumulación de ese activo productivo
crítico.
61 Este pasaje es crucial para dar apoyo a la interpretación de Olivecro-
na (1974: 220), según el cual la introducción de la moneda marca el fin de
la “era de la abundancia” (“la Edad de Oro” –§ 111–, la fase inicial del esta-
do de naturaleza datada en “los primeros tiempos del mundo” –§ 36–) y el
comienzo de la “era de la escasez” (la segunda etapa de lo que, en esta lec-
tura, constituye, antes que un statu quo estático, un proceso).
62 El pasaje tiene un paralelo casi estricto con el comentado en § 38,
con dos salvedades: en primer término, los sujetos de las convenciones in-
ter e intraestatal de referencia son aquí las comunidades, no las familias; en
segunda instancia, a la afirmación de que las leyes positivas delimitan de-
rechos de propiedad, se añade la de que aquéllas regulan ¿el ejercicio de?
éstos (aserción ésta última que, al no convalidar forma alguna de redistri-
bución o confiscación de títulos preestatales –§ 139–, no posee un efecto de-
sestabilizador, como sí lo tiene la precedente, sobre la estructura de ius
naturale en que se sostiene el entramado teórico de la concepción lockeana
de la propiedad).

64
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

grandes extensiones de tierra por descubrir, las que (al no


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haber participado sus habitantes, juntamente con el resto de


los hombres, en el acuerdo en torno de la utilización de una
moneda común)63 permanecen sin cultivar y exceden la
[porción] que, [de hecho], la población afincada en ellas ex-
plota, o es capaz de explotar, y, así, permanecen aún en [la
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condición de acervo] común. Aunque difícilmente pueda su-


ceder esto entre [quienes integran] aquel sector de la huma-
nidad que ha dado su consentimiento a la utilización del
dinero.

§ 46. La mayor parte de los bienes realmente útiles para la vi-


da humana y que la necesidad de subsistencia hizo que los
primeros copropietarios del mundo, como ocurre hoy en día
con los americanos,64 trataran de procurarse, son general-
mente cosas de corta duración, tales que, si no se las consu-
me, se deterioran y se echan a perder.65 El oro, la plata y los
diamantes son objetos que tienen un valor de fantasía y con-
vencional,66 el cual no es producto de su utilidad real ni de su
necesidad como medios de subsistencia. Ahora bien, con rela-
ción a aquellos bienes que la naturaleza ha provisto en co-
mún, cada uno tenía derecho (como se ha dicho) a una
fracción tan grande como pudiera usufructuar y poseía la
propiedad de todo aquello que pudiera transformar mediante

63 Siempre que Locke hace referencia a los sujetos que prestan su asen-
timiento tácito a la introducción del dinero, alude a “los hombres”, no a los
ingleses, los franceses, ... (cf. §§ 47 y 50). ¿Significa ello que la adopción de
un patrón monetario es producto del consenso del género humano? Es exac-
tamente lo que el autor da a entender al final del apartado que comentamos
(en donde menciona a “la humanidad”), y lo que sostiene en la Introducción
de sus Considerations of Interest and Money, publicadas en 1692 (aunque escri-
tas allá por 1668). Cf. Works, (1801), v. 22.
64 Cf. § 49.
65 La mayor parte de los bienes útiles son perecederos: esta generaliza-
ción empírica no parece ser aplicable a la tierra (¿o sí lo es, desertización de
por medio?).
66 “De fantasía o convencional”: “fancy or agreement”. Locke remarca el
punto en § 184.

65
JOHN LOCKE

su trabajo: todo lo que su industriosidad pudiera abarcar y re-


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mover del estado en que la naturaleza lo había dejado, era su-


yo. El que recolectaba cien fanegas de bellotas o manzanas,
adquiría, consiguientemente, propiedad sobre ellas; se con-
vertían en sus bienes en el preciso instante en que eran reco-
gidas. Sólo debía procurar consumirlas antes de que se
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echaran a perder; de otro modo, tomaba más que su porción


y les robaba a los otros.67 Y, por cierto, era insensato,68 tan-
to como deshonesto,69 que acaparara más que lo que podía
llegar a consumir. Si regalaba parte [de las manzanas o be-
llotas] a algún otro, de modo que no se echaran a perder inú-
tilmente en su posesión, hacía también uso de ellas. Y,
asimismo, si trocaba ciruelas que se hubieran podrido en una
semana por nueces que podrían conservarse en buen estado
un año entero, no perjudicaba [a nadie]:70 en la medida en
que no había nada que se echara a perder inútilmente en sus
manos, no dilapidaba el acervo común [ni] destruía parte al-
guna de la porción de bienes que pertenecía a los demás. En
igual sentido, si cambiaba sus nueces por un trozo de metal,
porque le agradaba su color, o intercambiaba sus ovejas por
conchillas o [su] lana por un diamante o alguna otra piedra
preciosa,71 y los conservaba toda su vida, no infringía el de-
recho de otros. Podía acumular, de estos bienes durables, tan-

67 Lo deshonesto del acaparamiento no consiste, en sí mismo, en que se


acopie más que lo que se puede consumir, sino en que ello acarree desperdi-
cio y, subsiguientemente, se prive a otros potenciales consumidores de los
medios de subsistencia sobre los que la ley natural fundamental les confie-
re derecho, haciéndolos, así, víctimas de “robo”.
68 Lo insensato del acaparamiento que involucra desperdicio reside en
que comporta un despilfarro de trabajo.
69 Cf. § 51, en que el par “insensato”-“deshonesto” reaparece como “inú-
til”-“deshonesto”, y en que se traza una línea de convergencia entre lo co-
rrecto y lo conveniente.
70 Como se observa, la definición lockeana de “uso propio” no lo res-
tringe al consumo: la misma comprende transferencias unilaterales (como
regalos) y multilaterales (como intercambios de mercado).
71 Nueces, conchillas, diamantes (y oro y plata): Locke traza aquí una
suerte de secuencia evolutiva de instrumentos monetarios.

66
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

to como quisiera, ya que la superación de los límites de la


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propiedad justa no residía en la magnitud de su posesión, si-


no en el hecho de que alguna cosa se echara a perder inútil-
mente [en su poder].72

§ 47. Fue así como se introdujo el uso del dinero, una cosa
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durable que los hombres podían conservar sin que se echara


a perder y que, por consentimiento mutuo, estarían dispues-
tos a intercambiar por [bienes] verdaderamente útiles para
el sustento, aunque perecederos.73

§ 48. Y así como sus diferentes grados de industriosidad pro-


porcionaron probablemente a los hombres posesiones en dife-
rentes magnitudes, la [referida] invención del dinero les dio
la oportunidad de seguir acrecentándolas.74 Pues supóngase
una isla, privada de todo posible comercio con el resto del
mundo,75 en la que hubiera sólo unas cien familias pero en
donde hubiese ovejas, caballos y vacas, además de otros ani-
males de utilidad [para el hombre], frutos nutritivos y tierra
suficiente para alimentar a grano a cien mil familias más. [Su-
póngase, asimismo], que en la isla no [se encontrase] nada
apropiado que sirviera como sustituto del dinero, sea a causa
de la abundancia [de los recursos disponibles], sea [debido]
a su carácter perecedero. ¿Qué razón podría tener alguien allí

72 Este pasaje deja en claro que la condición de uso propio es subsidia-


ria de la de no desperdicio (por lo que resulta dudoso que tenga sentido co-
mo requerimiento independiente).
73 En las Considerations...(cf. n. 63), Locke caracteriza al dinero, en aten-
ción a su valor de cambio, como una “commodity”. Cf. Laslett (1988: 300).
74 La monetización no genera desigualdad (ya existente en la fase pre-
monetaria, como producto de las diferencias de industriosidad), sino que in-
crementa el grado de la misma, dando lugar a “posesiones más vastas” (§ 36)
–tanto más extensas que la asimetría se torna desproporcionada: § 50–.
75 La práctica de experimentos mentales insulares se encuentra entre
los deportes favoritos de los neolockeanos. Cf., v.g., las peripecias de Joanna
y Jonathan narradas por Gauthier (1986: VII, 3.1), o el caso de los diez Cru-
soe de Nozick (1974: 185) que Gauthier (1986: VII, 4. 2), llevando su núme-
ro a dieciséis, reexamina.

67
JOHN LOCKE

para acrecentar sus posesiones más allá de lo que su familia


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[pudiese] usufructuar y de lo que le [suministrase] una provi-


sión copiosa de [bienes de] consumo, trátese de lo que produ-
jera la propia industriosidad [de sus miembros] o de lo que
éstos pudieran intercambiar con otros por mercancías similar-
mente perecederas y útiles? [Allí] donde no hay nada a la vez
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duradero y escaso, y tan valioso como para ser acumulado, no


habrá hombres dispuestos a acrecentar sus posesiones de tie-
rra, por más que ésta nunca sea tan fértil ni jamás les resulte
tan sencillo apoderarse de ella. Pues pregunto: ¿qué valor les
[asignaría] un hombre a diez mil o a cien mil acres de exce-
lente tierra, recién cultivada y, además, con muchas cabezas de
ganado, [ubicada] en medio de las zonas interiores de Améri-
ca, [y] en la que no abrigara esperanza alguna de comerciar
con otras regiones del mundo a fin de obtener dinero con la
venta de la producción? No valdría la pena que cercara [un te-
rreno] de mayor extensión que [la necesaria] para abastecer
a él y a su familia con las cosas de utilidad para la vida, y, [si
lo hiciera], pronto veríamos cómo restituye [la fracción so-
brante] al basto acervo común de la naturaleza.76

§ 49. Así, en los comienzos, todo el mundo era América,77 y


[ello] en mucho mayor medida que lo que lo es ahora, pues
en ninguna parte se conocía una cosa similar al dinero.78 [Pe-
ro tan pronto como un hombre] descubre entre aquellos a
quienes frecuenta algo que tiene la utilidad y el valor del di-
nero, se verá79 que el mismo comienza de inmediato a acre-
centar sus posesiones.

76 La inexistencia de dinero, o de un sustituto apropiado, eliminaría in-


centivos para la acumulación aun de no verificarse condiciones de aislamien-
to. No se advierte qué relevancia argumentativa posee el que se delimite el
contexto de referencia como una “isla privada de todo posible comercio con
el mundo”.
77 Cf., más adelante, cap. VIII, § 108 y n. 44.
78 Léase: “en los comienzos, todo el mundo era una América más ame-
ricanizada que la América de hoy en día, esto es, una América en la que no
circulaba la libra esterlina (ni moneda alguna)”.
79 Literalmente, “verás”.

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

§ 50. Mas, puesto que el oro y la plata, al ser poco útiles pa-
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ra la vida del hombre en comparación con la comida, la ves-


timenta y el transporte, adquieren su valor, solamente, merced
al consentimiento de los hombres, –cuyo trabajo constituye,
sin embargo, en gran parte, la medida de [tal valor]–,80 es
evidente que los hombres han dado acuerdo a una posesión
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desproporcionada y desigual de la tierra.81 [En efecto], por


medio de un acuerdo tácito y voluntario, dieron con un modo
de que un hombre pudiera poseer legítimamente más tierra
que [aquélla] de cuyo producto él mismo fuese capaz de ha-
cer uso: recibir, a cambio del excedente, oro y plata, los que
pueden ser atesorados sin perjuicio para nadie, [al] [tratar-
se de] metales, que no se estropean ni se deterioran en ma-
nos de [su] poseedor.82 Los hombres han hecho posible esta
repartición de las cosas en posesiones privadas desiguales,
fuera de los límites de la sociedad,83 y sin [la mediación de
un] pacto, con sólo asignar un valor al oro y a la plata y dar
acuerdo tácitamente a la utilización del dinero.84 Pues bajo
[la jurisdicción] de los gobiernos, las leyes regulan el dere-
cho de propiedad y la posesión de la tierra es determinada
por estatutos positivos.85

80 El valor del oro y de la plata qua medios de cambio, ¿es puramente


imaginario (cf. §§ 46 y 184), o se corresponde con un parámetro no conven-
cional –el plus de trabajo contenido en los bienes que son objeto de inter-
cambio–?
81 En virtud de lo apuntado en n. 74, Locke debería decir aquí “a una
posesión desproporcionadamente desigual”, en vez de “a una posesión despro-
porcionada y desigual” (énfasis añadido).
82 La desigualdad lockeana no se refrenda, como la rousseauniana, me-
diante un pacto inicuo, sino a través de un acuerdo que no acarrea el menor
“perjuicio para nadie”. Cf. J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los funda-
mentos de la desigualdad entre los hombres.
83 “Fuera de los límites de la sociedad”: léase “antes e independiente-
mente de la conformación de la sociedad civil”. Toda una rareza: hay mone-
da sin un Estado que la acuñe.
84 “Es evidente”, “con sólo”: el acuerdo que convalida desigualdades
desproporcionadas parece estar implicado, (cuasi)deductivamente, en el que
da valor monetario al oro y a la plata.
85 Cf. § 45.

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JOHN LOCKE

§ 51. Y así, creo, es muy fácil comprender, sin dificultad al-


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guna, cómo pudo el trabajo, en un comienzo, dar origen a un


título de propiedad sobre los bienes comunes de la naturale-
za, y de qué modo el consumo [de estos para] nuestro pro-
vecho le puso límites [a tal derecho]. De modo tal que no
podía haber entonces ninguna razón para [que se suscitaran]
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querellas en torno del título ni ninguna duda sobre el alcan-


ce de la posesión que [dicho título] confería. Lo correcto y lo
conveniente iban juntos; pues, así como un hombre tenía de-
recho a todas [las cosas] sobre las que pudiera aplicar su tra-
bajo, no tenía ningún incentivo para trabajar en aras de
[obtener] más que lo que pudiese utilizar. Esto no dejaba
ningún espacio para controversias sobre el título ni para que
se infringiera el derecho de terceros. Era fácilmente recono-
cible de qué porción se adueñaba un hombre para sí mismo,86
y era inútil, tanto como deshonesto, que se adueñara de de-
masiado o que tomara para sí más que lo que necesitaba.

86 Si es cierto que, “en un comienzo” (lo que es decir, en el estado de


naturaleza más primitivo), no entrañaba dificultad alguna delimitar los de-
rechos de propiedad respectivos, ¿por qué se requiere, entonces, de leyes po-
sitivas que sirvan de base para demarcar dichos títulos (§§ 38 y 45) y
determinar “la posesión de la tierra” (§ 50, in fine)?

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