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E
J O H N
CIVIL
L O C K E
EL GOBIERNO
NSAYO SOBRE
Este material es para uso de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines son exclusivamente didácticos.
Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial.
Rector
Vicerrector
Mario E. Lozano
Gustavo Eduardo Lugones
UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES
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JOHN LOCKE
SEGUNDO TRATADO
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Un
E N S A Y O
concerniente al verdadero origen,
alcance y finalidad del
GOBIERNO CIVIL
Colección Política
Serie “Clásica”
Dirigida por Claudio Amor
Locke, John
Ensayo sobre el gobierno civil - 1a ed. 1a reimp. - Bernal:
Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial.
1. Ciencias Políticas.
2. Ensayo Inglés.
I. Amor, Claudio Oscar, trad.
II. Stafforini, Pablo, trad.
III. Título
CDD 320
1ª edición, 2005
1ª reimpresión, 2010
ISBN: 978-987-558-058-9
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
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ÍNDICE
Presentación ...................................................................................................... 9
CAPÍTULO I ....................................................................................................... 13
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CAPÍTULO II
DEL ESTADO DE NATURALEZA
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4 “Lord and Master”: Locke se muestra aquí ambiguo en torno del esta-
tus normativo peculiar que le cabe al Creador en relación con sus criaturas
humanas, lo que no deja de llamar la atención, teniendo en cuenta que, co-
mo el autor deja sentado en § 2, un propósito declarado del Segundo Tratado
es diferenciar taxativamente distintas especies de dominación cualitativa-
mente diversas (entre ellas, las que ligan, respectivamente, a amos y esclavos
y a señores y siervos). Cf. cap. I, n. 14.
5 Literalmente, indisputado (undoubted). El contexto inclina la balanza
por la variante más fuerte, “indisputable”.
6 Una de las contadísimas ocasiones en que Locke usa el término “sove-
raignity”, tan caro a Hobbes.
7 “Juicioso” es el epíteto encomiástico que, cada vez que lo cita en el Se-
gundo Tratado, Locke le endilga a Hooker (a quien había adjetivado como
“docto” y “reverendo” en sus escritos políticos juveniles, el “Ensayo inglés”
y el “Ensayo latino”).
8 Richard Hooker (1654-1600), el teórico de la polity eclesiástica del an-
glicanismo político, sienta las bases doctrinarias sobre las que se asienta la
estructura institucional del Estado confesional unitario (Lessay, 1998: 4)
que cobra forma en la Inglaterra Tudor de Isabel I.
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los otros deban mostrar hacia mí más amor que el que yo les
haya demostrado. Por tanto, mi deseo de ser amado, tanto co-
mo sea posible, por quienes son mis iguales por naturaleza,
me impone el deber natural de sentir por ellos exactamente
el mismo apego. Ningún hombre ignora las diversas reglas y
cánones que la razón natural ha extraído, para el gobierno de
la vida, de esta relación de igualdad entre nosotros y los que
son como nosotros”. Política Eclesiástica, Libro I.9
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nos que sea para hacer justicia con quien haya cometido una
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los bienes o del servicio del transgresor, así como todo hom-
bre posee, en virtud del derecho que tiene de preservar a to-
da la humanidad, el poder de castigar el crimen, a fin de
prevenir que se lo cometa nuevamente, y de hacer todas las
cosas razonables que pueda en aras de tal finalidad. Y es así
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38 Locke empuña aquí por vez primera la que será su arma letal contra
la monarquía absoluta (que empuñará nuevamente en §§ 90 y 137): el pro-
blema con ella no es que constituya un régimen político desviado o impuro
(como la tiranía para Aristóteles) sino que, al no haber juez imparcial que
dirima las controversias entre el monarca absoluto y sus súbditos, no con-
figure, strictu sensu, un régimen político. Peor aun: en la medida en que sólo
uno está en posesión de hacer justicia manu propria, representa un statu quo
de rango inferior al del estado de naturaleza, en que cada quien está autori-
zado a hacer valer su derecho.
39 Una réplica iusnaturalista típica a la objeción de facticidad (de la que
Locke se ocupará nuevamente en §§ 100 y ss.). Cf. Hobbes, Leviatán, XIII.
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CAPÍTULO III
DEL ESTADO DE GUERRA
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mo caiga en su poder.4
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§ 18. Esto hace que sea lícito para un hombre matar a un la-
drón que no lo ha dañado en lo más mínimo ni manifestado
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privado de aquélla, pierde, eo ipso, toda certidumbre sobre que no será des-
pojado de ésta.
6 Que alguien no tenga razón para suponer que quien lo ha privado de
la libertad no le quitará la vida no implica que tenga razón para suponer que
habrá de quitársela. Para Locke, para que sea lícito matar, en legítima de-
fensa, a un asaltante o a un secuestrador basta con que se cumplimente la
condición negativa, más débil que la positiva.
7 Por Hobbes y los hobbesianos, sin dudas. Cf. Leviatán, XIII.
8 Este pasaje es una cita obligada toda vez que, de modo canónicamen-
te escolar, se presenta a Locke como la contrafigura de Hobbes.
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guerra entre los que viven en sociedad, y todas las partes se ha-
llan [entonces] igualmente sujetas a la justa decisión de la ley;
ya que, en tal caso, está disponible el remedio de apelar por el
daño pretérito y de prevenir el perjuicio futuro. Pero en los ca-
sos en que, como [ocurre] en el estado de naturaleza, no exis-
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de escaso valor, por el otro, mientras que, allí, uno y otro perjuicio se justi-
precian en contante y sonante (12 peniques vis-á-vis 100 libras)–.
12 Lo que hace que, en el estado de naturaleza, el estado de guerra, una
vez comenzado, perdure, ¿no es más bien que todos son jueces autorizados
(particularmente, el que lo sean aun en causa propia), antes que la falta de
jueces con autoridad?
13 “[...] en el estado de naturaleza [...] el estado de guerra, una vez co-
menzado, perdura”: esta cita (juntamente con otras que oportunamente se-
ñalaremos) da letra a las lecturas hobbesianas de Locke (cuyo primer lecturer
fue Richard Cox y su Locke and War and peace de 1960): basta establecer que,
en el estado de naturaleza, es inevitable que dé comienzo el estado de gue-
rra para que muchas páginas del Segundo Tratado no sean más que una pa-
ráfrasis del Leviatán.
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CAPÍTULO V
DE LA PROPIEDAD
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5 La mención de Adán deja en claro (por si, a esta altura, era necesario
esclarecerlo) que la contratesis de la tesis lockeana es la postura filmeriana
de que la apropiación humana del mundo se inicia, privadamente, con un
hombre en particular, en vez de, en común, con la humanidad. Locke ensaya
una reductio ad absurdum de esta posición (un solo propietario allá y otrora, un
solo propietario aquí y ahora), análoga a la expuesta en § 113 (cf. cap. VIII, n.
57) en referencia a las implicancias políticas de la concepción adánica.
6 El vocablo inglés es “commoners”. Hemos optado por “copropietarios”
para evitar paráfrasis barrocas y no enteramente precisas como “los que po-
seen los mismos derechos en común”. Con todo, ha de hacerse esta reserva:
“copropietarios” mienta “propiedad”, y la cuestión de si, para Locke, la expre-
sión “propiedad común” (que nunca utiliza) encierra o no, como es el caso en
Pufendorf y Grotius, una contradictio in adjecto (toda vez que, para ambos au-
tores, la propiedad, al implicar la posesión exclusiva de algo, es necesariamen-
te privada) es materia abierta de controversia entre los schollars lockeanos.
7 La tesis de que la apropiación privada no tiene un basamento consen-
sual constituye un componente estructural del modelo lockeano de justifi-
cación de la propiedad privada (Sreenivasan, 1995: 5)
8 Preservación y confort: los dos parámetros teleológicos lockeanos
que sirven de standards para especificar en qué casos el uso de los recursos
naturales es apropiado. El primero de ellos, es obvio decirlo, es deducible de
la ley natural fundamental. No se ve, empero, cómo podría inferirse de di-
cha norma el segundo.
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9 “La tierra” (o “el mundo”), “los frutos que produce” y “las bestias que
alimenta” (los animales no humanos, véase § 27): la comunidad originaria de
bienes engloba, como puede verse, el conjunto de recursos naturales (entre
los que se cuenta un activo productivo, bienes de consumo y materias pri-
mas, véase § 43).
10 Sobre la expresión “dominio privado”, que opera, en el texto de Loc-
ke, como una marca de intertextualidad filmeriana (cf., v.g., §§ 1 y 39), véa-
se cap. I, n. 11.
11 Dado que el acto de consumo es privado, su materialización requie-
re de una apropiación igualmente privada.
12 “Criaturas inferiores” (énfasis añadido): sobre el especieísmo antropo-
céntrico lockeano, véase cap. II, n. 17.
13 Locke presenta en sociedad su celebérrima tesis de la autopropiedad:
cada quien es propietario de sí mismo, de su persona, y de sus poderes sub-
jetivos (su trabajo, sus dotes). Mas, ¿no ha dicho en § 6 que todo hombre es,
como criatura, propiedad del Creador (cf. cap. II, n. 15)?
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dió algo más que lo que les había dado la naturaleza, la ma-
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§ 30. Así, esta ley de [la] razón establece que el venado perte-
nece al indio que lo ha matado; aunque constituyera antes el
derecho común de todos, se admite que, [al] haber invertido
su trabajo en [cazarlo], configura su propiedad. Y entre aque-
llos que se cuentan entre la parte civilizada de la humanidad,
los que han instituido y multiplicado leyes positivas para de-
terminar [los derechos de] propiedad, esta ley primordial de
naturaleza relativa al origen de la propiedad en lo que era an-
tes común todavía tiene vigencia. Y, en virtud de ella, el pesca-
do que alguien captura en el océano, ese gran [reservorio]
común de la humanidad que aún permanece [en ese estado], o
el ámbar gris que recoge en él, se convierten, merced al traba-
jo que los despoja de [la condición] de bienes comunes en que
la naturaleza los ha dejado y al esfuerzo que se toma en ello,22
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§ 31. Tal vez se objete a esto que si recoger bellotas, u otros fru-
tos de la tierra, genera un derecho sobre ellos, cualquiera pue-
de acaparar tanto como desee. A lo que respondo que no es así.
La misma ley de naturaleza que, por este medio, nos confiere
propiedad, de igual modo limita también esta propiedad.24
“Dios nos ha dado en abundancia todas las cosas”, (1 Timoteo 6.
17), es la voz de la razón confirmada por la inspiración.25 ¿Pe-
ro en qué medida nos las ha dado? [En la medida en que] las
usufructuemos. Uno puede fijar su propiedad, por medio de su
trabajo, en tantas cosas como pueda utilizar, antes de que se
echen a perder, en beneficio de [su] vida.26 Todo lo que sobre-
pasa [este límite], excede su porción y pertenece a otros. Na-
da fue creado por Dios para que el hombre lo desperdicie o lo
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puesto que se los dio para beneficio de ellos y para que [ob-
tuviesen] la mayor cantidad de cosas útiles para su vida que
fuesen capaces de extraer de él,33 no puede suponerse que ha-
ya tenido la intención de que permaneciese siempre [en esta-
do de posesión] común y sin cultivar.34 [Dios] hizo entrega
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mer Tratado, §§ 21 y ss., resulta extraño que Locke sostenga aquí que no
puede probarse que Adán detentó un dominio privado sobre el mundo: uno
esperaría que afirmara que es posible demostrar que no lo tuvo.
49 Aun admitiendo, ex hypotesi, que Adán sí tuvo tal dominio privado,
no se sigue que, aquí y ahora, haya alguien (sea Su Majestad, sea John Doe)
que esté en posición de acreditar que su presunto título deriva del de aquél:
¿qué notario certificará que es el único heredero legítimo? (cf. cap. I, n. 9).
50 Este pasaje deja ver con claridad que “los hijos de los hombres” (cf.
n. 3) configura el antónimo lockeano de “Adán, el padre de los hombres”.
51 Tercera respuesta a la pregunta de qué es lo que hace que el trabajo
legitime la apropiación privada: valoriza todo aquello a lo que se aplica (en
una medida tal que representa, “por lejos, la mayor parte de su valor”). Afa-
narse en algo, replica Nozick (1974: 175), puede hacerlo menos valioso: un
piromaníaco que le ha prendido fuego a un bosque de arrayanes, tomándo-
se el trabajo de rociar el combustible y encender la cerilla, ha depreciado,
por cierto, el stock de recursos forestales.
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pan sea mayor que el de las bellotas, el del vino que el del agua
y el del lienzo o el de la seda que el de las hojas, las pieles o
el musgo, se debe enteramente al trabajo y la industriosi-
dad. Las cosas enumeradas en primer término son el ali-
mento y la vestimenta que la naturaleza nos suministra por
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63 Siempre que Locke hace referencia a los sujetos que prestan su asen-
timiento tácito a la introducción del dinero, alude a “los hombres”, no a los
ingleses, los franceses, ... (cf. §§ 47 y 50). ¿Significa ello que la adopción de
un patrón monetario es producto del consenso del género humano? Es exac-
tamente lo que el autor da a entender al final del apartado que comentamos
(en donde menciona a “la humanidad”), y lo que sostiene en la Introducción
de sus Considerations of Interest and Money, publicadas en 1692 (aunque escri-
tas allá por 1668). Cf. Works, (1801), v. 22.
64 Cf. § 49.
65 La mayor parte de los bienes útiles son perecederos: esta generaliza-
ción empírica no parece ser aplicable a la tierra (¿o sí lo es, desertización de
por medio?).
66 “De fantasía o convencional”: “fancy or agreement”. Locke remarca el
punto en § 184.
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§ 47. Fue así como se introdujo el uso del dinero, una cosa
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§ 50. Mas, puesto que el oro y la plata, al ser poco útiles pa-
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