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Ana, esposa de Simeón No sólo confesó a Cristo, sino que comenzó también a
expresar su reconocimiento a Dios y a hablar de él a todos los que aguardaban la
redención en Jerusalén
Ana, la profetisa
Sin embargo, Jesús vino para todo Israel, y más que para Israel, para ser luz a los
gentiles. Los magos vinieron como representantes de los países paganos, para
rendir tributo al nuevo Rey. Y Ana, la profetisa del Templo, vino a confesar la
esperanza de sus padres por parte de Israel, que se hallaba fuera de los dominios
propios de Judá.
Ahora vemos que Ana aparece en el Templo, junto a la figura de Simeón, para
saludar al Rey de la Casa de David. Parece como si Ana viniera a llamarle a que
fuera al Lago de Genezaret y a la despreciada Galilea, a fin de que pudiera
recoger un pueblo rebelde a su Reino.
Simeón y Ana eran los dos ancianos. Ana tenía ochenta y cuatro años. No
representaba pues, ni tampoco Simeón, a la nueva generación. No pertenecían al
círculo del cual el Señor escogió sus discípulos, ni al grupo del que escogió a
María y Marta.
Ana trajo esta ofrenda como mujer, después que Simeón lo había hecho como
hombre. Así, observamos que los dos sexos, juntos e individualmente, son
llamados a glorificar al Dios de Israel. Junto a Abraham hallamos a Sara, junto a
Barac a Débora, junto a Moisés a Sípora. Y a Ana, de Aser, junto a Simeón. No
era su mujer, sin embargo.
Su relación era intensamente espiritual, que trasciende toda diferencia de
sexos. Se había casado, ya hacía sesenta años, y vivió siete años con su
marido. No se nos dice qué fue de él, y ella no se había casado otra vez.
¡¡IMPORTANTE!!
Además de lo dicho, era profetisa, y queda incluida en la larga serie de los que
habían sido heraldos del Profeta y Maestro venidero a lo largo de los siglos.
Cristo representaba a una tribu de reyes. Zacarías y Elisabet a una tribu de
sacerdotes. Ana representaba a los profetas.
Esta última profetisa viene a confirmar lo que habían anunciado los que la
habían precedido, especialmente Isaías y Malaquías. No sólo confesó a Cristo,
sino que "comenzó también a expresar su reconocimiento a Dios y a hablar de él
a todos los que aguardaban la redención en Jerusalén.»