Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Jesús calla
Acaba el día y Jesús desanda el camino de Jerusalén a Betania. El silencio
llena los corazones. Alegría por los hosannas, pero sorpresa por la vuelta
silenciosa. Jesús calla. Durante aquella noche seguirá hablándoles del sentido
de todo lo que está pasando, para que entiendan. Pero entender no era fácil.
Va a ocurrir aquellos días el misterio más grande de la historia, el misterio de
un amor de verdad.
La preparación de la cena pascual
La Pasión de Jesús. Llegó el día de los Ázimos, en el cual había que
sacrificar la Pascua.
"Llegó el día de los Ázimos, en el cual había que sacrificar la Pascua. Envió
a Pedro y a Juan, diciéndoles: Id y preparadnos la Pascua para comerla.
Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos? Y les respondió: Mirad,
cuando entréis en la ciudad, os saldrá al encuentro un hombre llevando un
cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y decid al dueño de
la casa: el Maestro te dice: ¿dónde está la estancia en que he de comer la
Pascua con mis discípulos? El os mostrará una habitación superior, grande,
aderezada. Preparadla allí. Marcharon y encontraron todo como les había
dicho, y prepararon la Pascua"(Lc).
Juan y Pedro llegan a la ciudad antes que los demás. Entran por la puerta
de Siloé. Allí les sale al encuentro un hombre con un cántaro de agua,
acción que solían realizar las mujeres. Es alguien previamente avisado para
prepararles el lugar. La cantidad de gente en Jerusalén hace casi imposible
encontrar una casa adecuada para trece personas si no se ha previsto
mucho antes. Aquel hombre sabía como solucionar el problema. La casa era
grande, en la mejor zona de la ciudad, alfombrada, con todo lo necesario
para la pascua: mesas, divanes, iluminación, alimentos. Todo esto requiere
mucha preparación. No se improvisa. Jesús, con el dueño de la casa que
desconocemos, lo ha preparado todo, de modo que los agentes del sanedrín
no puedan detenerle en aquel momento tan solemne.
La tradición judía
La tradiciones rabínicas precisaban más el modo de celebrar la fiesta. No se
debía romper ni un hueso del cordero, que se cocería al fuego vivo,
ensartado en una varilla de granado, se bendecían cuatro copas de vino rojo
mezclado con agua. Se cantaban diversos himnos llamados los del hallel.
La cena
Al anochecer del jueves, pasadas ya las cinco y media de la tarde, se
sentaron en la mesa. En un principio la cena se comía de pie. En aquellos
momentos, era ya costumbre comerla recostados como expresión de que el
pueblo elegido era ya libre después de la salida de Egipto. Jesús preside, y
todos se sientan alrededor. Juan a su derecha, Pedro a su izquierda. En la
mesa están los corderos asados y preparados, la salsa llamada harroset
para mojar el pan, las copas para el vino y las hierbas amargas que
recuerdan su antigua esclavitud.
Al situarse ya hay una pequeña contienda entre ellos. Todos quieren estar
cerca de Jesús. "Entonces se suscitó entre ellos una disputa sobre quién
sería tenido como el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones las
dominan y los que tienen potestad sobre ellas son llamados bienhechores;
no seáis así vosotros, sino que el mayor entre vosotros hágase como el
menor, y el que manda como el que sirve. Porque ¿quién es mayor: el que
está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Sin embargo,
yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. Vosotros sois los que
habéis permanecido junto a mí en mis tribulaciones. Por eso yo os preparo
un Reino como mi Padre me lo preparó a mí, para que comáis y bebáis a mi
mesa en mi Reino, y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus
de Israel"(Lc).
"Cuando llegó la hora, se puso a la mesa y los Apóstoles con Él. Y les dijo:
Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de
padecer"(Lc). Jesús está lleno de deseos de entrega. Su corazón vibra de
amor a los hombres. Sabe que dentro de unos momentos se va a hacer
realidad el gran invento divino de la Eucaristía. Va a poder entrar en
comunión íntima de alma y cuerpo con los que le quieran. El amor no puede
hacer más, pues siempre busca el bien del y la unión con el otro. "Sabiendo
que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos en el mundo, los amó hasta el fin"(Jn) Su mirada recorre
los rostros de todos. Todos le observan con atención y en silencio
expectante. Ha pensado mucho en este momento. Sabe que podrá amar de
un modo aún mayor que antes. Y el amor le llena el espíritu, sin olvidar lo
que va a suceder, y lo que va a padecer. Quiere y quiere querer, arde en
deseos de entrega. Está con el alma en vilo. Por fin ha llegado el momento,
aunque sea tan difícil. Sabe que es la última cena con ellos. Por eso
añade "porque os digo que no la volveré a comer hasta que tenga su
cumplimiento en el Reino de Dios"(Lc). La plenitud de la salvación llegará al
final de los tiempos cuando Jesús vuelva glorioso a vencer el último
enemigo que es la muerte y funde unos nuevos cielos y la nueva tierra. El
reino de Dios llegará, pero de un modo bien distinto a como podríamos
imaginarlo los hombres, será toda la plenitud y toda la belleza, pero vencido
el mal en su más íntima raíz.
La tristeza
"Entonces llegó Jesús con ellos a una finca llamada Getsemaní, y dijo
a los discípulos: Sentaos aquí mientras voy allá a orar". Parecía como
de costumbre, pero tiene el alma en tensión. Las emociones de la
cena le llevan a una vigilia de alma que quiere entregarse del todo.
Ocho de los discípulos se quedan en una cueva, resguardados del
relente de la noche. El Señor se aleja de ellos llevándose sólo a Pedro
y a los dos hijos de Zebedeo, Juan y Santiago. Son los mismos que
estuvieron en la transfiguración del Tabor contemplaron su gloria, y
los que vieron con sus ojos la resurrección de la hija de Jairo. Ahora
van a ser testigos de algo mucho más difícil de entender: la agonía
de Cristo, que quedará reducido a un hombre despojado de gloria y
esplendor, como si estuviese derrotado. Y tienen que seguir creyendo
que es Dios y hombre verdadero contemplándolo inerme, humillado,
derrotado, sufriente. Es una situación que sólo se puede superar el
escándalo con una fe nueva.
Jesús ora
A Jesús se le hace presente todo el sufrimiento de la crucifixión. De
esto se trata. De amar a pesar de los pesares. Y viene la angustia, el
desasosiego, las lágrimas, el desaliento. Experimenta los efectos del
pecado en su alma, especialmente la separación de Padre, que es lo
más difícil, es un comienzo del descenso a los infiernos que ocurrirá
después de la muerte. Es un anonadamiento en su alma. Ha
comenzado la Pasión cruenta en su alma. Pero no cede, sigue
rezando, y sigue amando la voluntad del Padre que también es la
suya, y ama a los hombres todos, que son los causantes de ese dolor.
Hágase Tu voluntad
Ya muy entrada la noche Cristo se retira durante un tiempo largo, y
se repite la oración, la agonía que no puede superar a pesar del
consuelo del ángel. Y "de nuevo se apartó por segunda vez y oró
diciendo: Padre mío, si no es posible que esto pase sin que yo lo
beba, hágase tu voluntad. Volvió otra vez y los encontró dormidos,
pues sus ojos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se apartó
una vez más, y oró por tercera vez repitiendo las mismas
palabras" (Mt). La insistencia es amor que no cede; es una verdadera
pasión en el alma, y también en el cuerpo. Parece un desecho de los
hombres, está humillado y parece derrotado; supera una y otra vez la
tentación y la oración -vida de su vida- se hace más intensa.
Camino a la Cruz
La Pasión de Jesús. Jesús va recorriendo con amor el camino.
Prendimiento de Jesús
Un error lleva a otro error, una mala elección a otra, a un pecado sigue
otro. Eso es lo que le sucedió a Judas. Quizá pensaba que bastaba con la
delación para finalizar sus planes de entregar al Maestro; pero no era así.
Cuando manifestó a los reunidos el lugar idóneo para prender a Jesús sin
alboroto quedó prendido en una red, y, una vez atrapado, le será imposible
la escapatoria. Primero le comprometerán para que conduzca a los soldados
y criados que acudirán aquella noche a prender a Jesús y le ordenarán que
les señale exactamente quién es, para que no pueda escaparse en el
tumulto, y ¿qué mejor saludo que un beso para que el perseguido quede
señalado? Los hijos de las tinieblas son astutos y despiertos para sus
maldades, más que los hijos de la luz.
Judas va al huerto
Judas también está activo, pero para acabar su obra perversa. Los que le
pagan su sacrílega venta le exigen que acuda al huerto. Juntan los
soldados, se une un grupo heterogéneo de soldados y gentes armadas con
palos que descienden también por el torrente del Cedrón, por donde poco
antes pasó el Señor; suben al huerto guiados por Judas que conoce bien el
lugar. Ahora toca el turno de encararse con Jesús y los demás.
El beso
Las mentiras
Amigo
Jesús espera
"En aquel momento dijo Jesús a las turbas: ¿Como contra un ladrón habéis
salido con espadas y palos a prenderme? Todos los días me sentaba a
enseñar en el Templo, y no me prendisteis. Todo esto sucedió para que se
cumplieran las escrituras de los Profetas"(Mt). Era de noche, muy entrada la
madrugada. No quieren los conspiradores la luz del día, quieren la sorpresa,
como si pudiesen sorprender a Jesús, que les espera consciente del peligro
y entregándose a él.
La soledad de Judas
Judas Iscariote está solo. Providencia de Dios es que no se encuentre con
sus antiguos amigos, los discípulos de Cristo, pues quizá no hubiesen
podido contenerse, y entonces no es impensable que corriese su sangre.
Pero un extraño miedo les ha dispersado a todos. No conocían las tinieblas
y la fuerza de la tentación diabólica que ahora muestra todo su poder -
limitado, pero terrible-. Sus nuevos amigos también le abandonan. Lo han
usado, les ha servido, y le abandonan. Es lógico, pues ¿quién va a confiar
en un traidor? Conocido es que quien traiciona una vez, ciento puede
reincidir. Las alianzas de los perversos duran el tiempo que les atan sus
intereses; después se desatan incluso con odios antes inexistentes. Y Judas
está solo.
Solo, pero con la voz de la conciencia que parecía acallada por la intensa
actividad de las últimas jornadas y las justificaciones que ha ido elaborando
en los tiempos de su vocación malvivida. Ahora, en el silencio de la noche
nada puede acallar el grito potente de la voz de Dios que grita desde lo
hondo: “Has entregado al Inocente”. Con fuerza vendrían a su memoria las
delicadezas de Jesús con él, el perdón repetido, los milagros, la sabiduría,
su mirada fuerte y amorosa. Además... incluso al final le dijo "Amigo". "Sí,
es cierto, en toda su vida Jesús ha sido el único Amigo, el que más le ha
querido de verdad"; "y, ¿con qué moneda le he pagado? con la traición". Y
el horror de su acción se hace evidente a sus ojos.
El arrepentimeinto de Judas
Y se arrepintió... pero sin esperanza. La respuesta de los que debían ser los
religiosos en Israel debió ser como un puñal en su alma: "¿Qué nos importa
a nosotros? Tú veras". Y vio la mirada torva, sonriente, de engaño
triunfante, y se sintió duramente humillado. Entonces "él arrojó las
monedas al templo y se ahorcó"(Mt).
Cuando Judas llega acompañado por una turba numerosa para detener a
Jesús, Pedro se despierta. Su primera reacción es la de tomar la espada
lleno de ira. Los discípulos dicen a Jesús, quizá por boca de
Pedro: "¿acometemos con la espada?. Entonces Simón, que tenía una
espada, la desenvainó e hirió al siervo del pontífice, cortándole la oreja
derecha"(Jn). Jesús cura al herido y rechaza la violencia, le detienen
y "todos los discípulos huyeron". Pedro también, a pesar de las promesas.
La huída dura poco. Se dispersan los discípulos. Juan y Pedro permanecen
juntos y hablan con agitación sobre los hechos. Juan debió proponer acudir
a la casa de Caifás donde sabían estaba Jesús. Y van allí. ¿Para qué? Ni
ellos mismos lo sabían muy bien. Al menos pueden acompañarle lo más
posible. Su irreflexión bienintencionada les lleva a ponerse en una situación
peligrosa.
Tres negaciones
Canta el gallo
"Y enseguida cantó por segunda vez un gallo, y se acordó Pedro de la
palabra que Jesús le había dicho: ´antes de que el gallo cante dos veces me
negarás tres´. Y recordándolo, lloraba". Cantó el gallo, y Pedro volvió en sí.
Jesús sale entonces de la casa de Anás a la de Caifás, y en el revuelo de la
salida, sus miradas se cruzan. Jesús le mira con compasión. Pedro se da
cuenta de lo que ha hecho y "salió fuera y lloró amargamente"(Mt).
El pecado de Pedro
La mirada de Jesús
Jamás olvidaría Pedro esa mirada: el relámpago de aquellos ojos le dijo más
que mil palabras. Y, probablemente, recordó al mismo tiempo, otras
palabras recientes de Jesús: "Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha
reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no
desfallezca tu fe, y tú cuando te conviertas, confirma en la fe a tus
hermanos"(Jn). Ahora entiende los avisos del Señor: la tentación era
superior a las fuerzas humanas, era una tentación diabólica. No eran las
criadas, o los soldados, los que le han asustando, sino el mismísimo
Satanás con la colaboración de su imprudencia y su presunción. La oración
de Cristo ha impedido que el diablo lo destrozase, y, gracias a eso, en
medio de su pecado conserva la fe y se arrepiente.