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SAQUE AL TIBURÓN DE SU PECERA

EPÍGRAFE

Una persona que efectuaba un recorrido por un hospital mental,


se sorprendió al advertir que solamente tres cuidadores vigilaban
a más de cien pacientes que allí se alojaban.

- ¿No le da un poco de miedo que se pongan de acuerdo para


asaltarlos y escaparse?, preguntó el visitante a uno de los
vigilantes.

- No, repuso el guardia: los locos nunca se unen.

Prólogo

La historia de este libro comienza con una fábula que le hubiera podido
servir de título. Es esta:

Como es bien sabido, los japoneses, como los españoles, son


extremadamente consumidores de pescado, de pescado fresco. No obstante, hubo
una época en la cual las aguas cercanas al Japón habían perdido lentamente su
caudal de peces. Así que, para alimentar a la población japonesa, en especial a los
consumidores de sushi, los barcos pesqueros se fabricaron de mayor tamaño y así
pudieron ir, mar adentro, todavía más lejos.(1)

Mientras más lejos iban los pescadores, más tiempo les tomaba regresar a
la costa a entregar su producción. Si el viaje redondo tomaba varios días, el
pescado ya no estaba fresco; y a los japoneses no les gusta el sabor del pescado
cuando no está fresco...

Para resolver este problema, las compañías pesqueras instalaron


congeladores en los barcos pesqueros. Así podían pescar y poner los pescados en
refrigeración. Además, esos congeladores facilitaban que los barcos pudieran ir a
pescar aún más lejos y por un tiempo más largo.

Sin embargo, los restaurantes japoneses percibieron la diferencia entre el


pescado congelado y el pescado fresco, y definitivamente no les gustó el pescado
congelado. Por lo tanto, el pescado congelado se tenía que vender más barato...

Entonces las compañías decidieron instalar grandes tanques para los peces
en los barcos pesqueros. Así podían pescar los peces, meterlos vivos en los
tanques, y mantenerlos así hasta llegar a la costa de Japón. Esa parecía ser la
solución.

Pero, después de un tiempo de navegación, los peces dejaban de moverse o


se movían perezosamente en el tanque. Seguramente estaban ?aburridos y
cansados?, pero vivos. Por desgracia, los japoneses también notaron la diferencia
del sabor: pues cuando los peces dejan de moverse por días, pierden el sabor de
fresco-fresco. Los japoneses prefieren el sabor de los peces bien vivos y frescos, no
el de los peces aburridos y cansados que los pescadores les traían... La demanda
empezaba a descender de nuevo.
¿Cómo resolvieron entonces este problema las compañías pesqueras
japonesas? ¿Cómo consiguieron traer pescado con sabor de pescado fresco? Pues
de una manera muy simple: para mantener el sabor fresco y firme de los peces, las
compañías pesqueras los colocaban dentro de los tanques en los botes pesqueros,
solo que ponían adentro de los tanques ¡un tiburón pequeño!

Claro que el tiburón se almuerza algunos peces, pero los demás llegan muy,
pero muy vivos... Esta amenaza aleteando a su alrededor desafía a los peces que
tienen que nadar frenéticamente durante todo el trayecto dentro del tanque si
quieren mantenerse vivos y no ser sacrificados.

***

Como es obvio, esta historia genera una moraleja casi elemental: si las
personas en las organizaciones caen en el letargo, se vuelven mediocres y es
necesario empujarlas enérgicamente para que hagan las cosas; un depredador
como el tiburón es el acicate adecuado. Algunos gerentes pueden encontrar en esa
figura el pretexto para decir que esta es una forma de motivación: con un jefe
embestidor, crítico e intolerante ellos suponen que, a dentelladas, el desempeño de
los empleados en el trabajo será óptimo.

Pero esta parábola retadora trajo para nosotros un nuevo y diferente


significado: en vez de alojar un tiburón para que nos empuje a trabajar, es mejor
quitar esa provocación de la pecera y volvernos amos de nuestro propio destino.
Así le dijimos a un amigo que ascendió súbitamente a la gerencia general cuando
el dueño principal, un jefe agrio, difícil, exigente se iba de vacaciones por cuatro
semanas al Caribe: sea creativo, aproveche el grupo ejecutivo, asuma decisiones
críticas que muestren verdaderos adelantos en la producción y las ventas, cree
confianza; hágalos sentir que el estilo tiburón no es necesario. Los resultados
fueron asombrosos.

Los jefes o líderes depredadores que muestran los dientes a su gente, que
no confían en los demás y suponen que la creatividad sólo está en su cabeza,
además de otras fallas, no son propicios para el crecimiento de los colaboradores;
ellos limitan a las personas con su despotismo y las hacen sentirse siempre mal
cuando las ponen en condiciones de inferioridad.

Un líder dentro de un grupo o equipo no puede ser un tiburón amenazante:


muy al contrario, debe ser un impulsor de las mejores actitudes, destrezas y
conocimientos de sus colaboradores; debe ser un motivador que, sin
intimidaciones, extraiga de sus miembros toda la creatividad que ellos tienen, que
utilice sus específicas capacidades para las tareas y los convierta en empleados
autónomos, ingeniosos y serios.

Dadas esas circunstancias, el titulo original del libro "sugerido por la historia
japonesa" ya no cabía. Este es un libro sobre equipos que no necesitan tiburones.
El acuario de los equipos de trabajo es un espacio para la creatividad, el
empoderamiento, el autocontrol, la responsabilidad, las relaciones interpersonales y
el análisis reflexivo de las decisiones, no para las intimidaciones. Es, en resumen,
un mensaje sobre el equipo como una oportunidad de crecimiento propio y
autónomo, lo que implica eliminar el tiburón de su pecera.

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