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7.

IMPORTANCIA DE LA RETÓRICA EN
LAS TEORÍAS Y EN LA PRÁCTICA
DE LA ARGUMENTACIÓN

La importancia de la retórica en las teorías y en el ejercicio de la


argumentación resulta patente si se reflexiona que la lógica es
la hija de la retórica e instrumento de la ciencia. No puede existir
ninguna teoría de la argumentación y menos aún ejercitarla con
éxito si no se contempla una estructura lógica, este término, como
se verá más adelante, admite una pluralidad de significados, y no
necesariamente se refiere sólo a la lógica formal.

En el examen de los tipos de argumentos más usuales en el derecho


y en especial, en las resoluciones jurisdiccionales, se observa con
claridad el ingrediente retórico de muchos de ellos, máxime si se
entiende la retórica como la ciencia del discurso que nos permite
estructurar los argumentos para persuadir o, en su caso, convencer
a un auditorio determinado.

Esto repercute, de modo necesario, en el planteamiento de los pro-


pios argumentos.109

109
No sin razón se ha notado que: "Los argumentos de mayor alcance suelen estar con frecuencia
tan mal planteados y tan negligentemente defendidos, que pierden toda su fuerza." Cfr. Hamilton
G.G., Lógica parlamentaria, México, Colofón, 1990, p. 45.

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100 I NTRODUCCIÓN A LA RETÓRICA Y LA ARGUMENTACIÓN

Al respecto debe recordarse que:

Aristóteles distingue claramente, como buen platónico, entre el


discurso que tiene como objeto la verdad, lo que es, al que llama
ciencia (epistéme, ‹pistÉmh), y el discurso que se contenta con
producir convicción (pístis, pístiV), para el que no usa un nombre
especial, pero que considera objeto de la retórica, o ciencia de
la persuasión.

Ahora bien, también la ciencia, por más que descanse sobre el


fundamento objetivo de la realidad «extradiscursiva», debe mediarse,
para ser comunicada, a través del vehículo de la persuasión.

Ello lleva a Aristóteles, y con posterioridad, según parece, a sus


trabajos de retórica, a la elaboración de un conjunto de
«instrumentos» (órgana, ªrgana) de análisis y exposición que
sirvan por igual a dar cauce al discurso meramente retórico y al
estrictamente científico. De ahí surgen los Tratados de lógica,
entre los que los Tópicos están más cerca de la técnica de la
persuasión y los Analíticos, de la técnica de la demostración.

Lógica que Aristóteles, por cierto, nunca designó así, sino, en todo
caso, con nombres más precisos, que los editores antiguos reco-
gieron (aunque no todos figuren en el cuerpo de los textos
conservados), a saber: hermenéutica, tópica, analítica. Y que la
tradición agrupó (con total fidelidad, por esta vez, a la explíci-
ta terminología aristotélica) bajo el epígrafe común de dialéctica,
de tan amplia resonancia en toda la historia de la filosofía,
especialmente en el siglo XIX.

En realidad, Aristóteles distingue dentro del conjunto de esos


instrumentos de análisis y exposición que constituyen su «lógica»,
R ETÓRICA Y LINGÜÍSTICA 101

entre formas de argumentación dialécticas (basadas en enun-


ciados plausibles, pero no necesariamente verdaderos) y formas
de argumentaciones apodícticas o demostrativas (basadas en
enunciados de veracidad garantizada). Sólo estas últimas for-
mas corresponden al discurso científico. Pero ello no obsta para
que, como reconoce Aristóteles, tanto en Tópicos I 2 de ma-
nera explícita como en Analíticos segundos II 19 de manera
implícita, haya que considerar el discurso dialéctico epistemológi-
camente anterior y fundante respecto al apodíctico, pues la demos-
tración, propia de la ciencia, debe partir necesariamente de
principios indemostrados, so pena de quedar suspendida de una
cadena infinita de presupuestos sin asidero alguno.

Esa génesis –hoy prácticamente aceptada por todos los espe-


cialistas– de la lógica o dialéctica a partir de la retórica explica
la configuración y ordenación cronológica con que surgen los
diversos tratados del Órganon.110

De esta cita se desprende la trascendencia que tiene la retórica en


las distintas teorías de la argumentación, desde el punto de vista
estrictamente lógico, a ello debe agregarse que el derecho se expre-
sa por medio del lenguaje, que dista mucho de ser claro y libre de
ambigüedades en los textos legislativos y en las propias resoluciones
jurisdiccionales. Situación que añade una dificultad no pequeña rela-
tiva a la semántica, a la sintaxis de los textos y en general a la inter-
pretación.

Un argumento, ya científico, ya de cualquier otra materia reviste


cierto tipo de lógica, y ésta tiene su fuente última en la retórica.

110
Candel Sanmartín, Miguel, en su introducción a los Tratados de lógica (Órganon) de Aristóteles,
vol. II, Madrid, Gredos, 1988, 2 vols. (Biblioteca Clásica Gredos, No. 51 y 115), p. 8 y ss.
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Respecto al papel que tiene la retórica en la actualidad se sostiene que:

La retórica tradicionalmente se ha dedicado tanto al arte de cons-


truir los discursos, como a proponer una teoría sobre éstos. Si bien
la retórica ha dejado de ser enseñada como un mero conjunto de
preceptos, no es menos cierto que, en gran parte sigue estando
disponible, debido tanto a la extensión del sistema al que ha
dado lugar, como a sus muchas proposiciones, buena prueba de
esta vigencia, la encontramos en el interés que suscita en la actua-
lidad en las teorías de la argumentación.111

El origen jurídico-político del arte que comporta una dimensión


agonal y sirve para regular los conflictos y las disputas (esta dimen-
sión está presente en la nueva etapa que está viviendo la retórica
en los últimos cuarenta años). La retórica se impone en las disciplinas
prácticas de la ética y de la política (con la acción, el habla se
convierte en una actividad política): Las elecciones y los pleitos en
este campo son inevitables; se necesita, por lo tanto, recurrir a la
argumentación.

La retórica es el equivalente, en el campo de la persuasión, a lo que


es la dialéctica en el campo de la demostración. Mientras que la
demostración tiene como punto de partida los conocimientos verdade-
ros, la argumentación, por el contrario, tiene como sus principales
premisas las opiniones no probadas, pero admitidas por todos.

111
Ducrot, Oswald y Jean Marie Schaffer, Nuevo diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje,
Madrid, Arrecife, 1998, p. 152.
Asimismo debe tenerse presente que, prácticamente, la mayoría de las nuevas teorías de la argu-
mentación parten, de un modo u otro de los trabajos de Viehweg y Perelman, autores cuya lectura
no puede concebirse sin una amplia noticia previa y veraz sobre la retórica, en su sentido estricta-
mente técnico.
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El objeto de la deliberación (o de la acción) no es un objeto de ciencia


y no puede dar lugar más que a opiniones. La retórica es una fuerza y
una técnica, tan distinta de la filosofía como de la ética (sin pasar por
alto las implicaciones que una y otra tienen en la retórica) como de
la sofística.

Sin embargo, al igual que la ética y la política, la retórica es una


disciplina práctica. Se interesa por los instrumentos materiales de la
práctica argumentativa, esto es, de los contenidos argumentativos,
fenómenos relacionados con el contexto de enunciación y con la
naturaleza del público.

La retórica extiende el dominio del lógos, (lógoV), a la esfera de los


valores, de las creencias, de las apariencias, de lo verosímil. En suma,
la retórica propone una teoría de la argumentación como eje prin-
cipal, una teoría de la elocución y una teoría de la composición del
discurso.

En el siglo XX se ha producido un renacimiento de la retórica,


sobre todo a partir de los estudios de Perelman, que han recuperado
el concepto aristotélico de argumentación y han vuelto a elaborar
una teoría del discurso basada en los esquemas argumentativos de
la retórica grecolatina. Así, contamos ya con los elementos necesarios
para entender que:

Hoy día reaparece la retórica como teoría de la argumentación,


en la segunda mitad del siglo XX (con las obras de Anscombre
y Oswald Ducrot, de Perelman y Olbrechts, de van Eemeren y
Grootendorst, y, entre nosotros de García Berrio y Albaladejo).
Al mismo tiempo, pervive el interés por la antigua retórica, como
atestigua la Enciclopedia Histórica dirigida por Ueding. Lejos del
rechazo que ha cuajado en el vocabulario general de la lengua
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(el adjetivo retórico designa también al modo de expresarse vacío


y ampuloso), hoy se entiende la retórica como «comunicación
persuasiva».112

Como puede observarse, en la actualidad, y en especial referida al


derecho y a las teorías de la argumentación, la retórica tiene una
preponderancia extraordinaria que exige el olvido, al menos en
este ámbito determinado, del significado peyorativo con el que se le
ha querido identificar, sobre todo por parte del hablante común de
la lengua, significado, que por la fuerza del uso, da una idea equi-
vocada que no puede admitir ningún profesional del derecho. Tal
opinión, la que da un sentido peyorativo de la retórica

Responde al clima de ignorancia o de hostilidad hacia la retórica.


En la banda opuesta, en efecto, Perelman ha reivindicado a la retó-
rica como el modelo propio de una «lógica de lo preferible», que
debe decidir en materia de las opiniones éticas, [jurídicas] y políticas
y que ha de ser concebida, por lo tanto, con mayor extensión
que la lógica de las ciencias. Basta este cambio de coordenadas y
la óptica corrige estrictamente su sentido. El paradigma de tal
«lógica», dice Perelman, es la Retórica de Aristóteles. Su importan-
cia crece en el contexto del Corpus. Y la obra misma [se refiere
a la retórica] resulta ser ahora «una obra que se acerca extraña-
mente a nuestras preocupaciones actuales».113

Como se ha afirmado con anterioridad al referirnos a la importancia


y al nuevo impulso que hoy tienen los estudios sobre retórica, es ya
opinión común de los doctrinarios que:

112
Garrido Medina, Joaquín, Estilo y texto en la lengua, Madrid, Gredos, 1997, 291 pp. (Biblioteca
Románica Hispánica, 405), p. 25.
113
Racionero, Quintín, en la introducción a su traducción de la Retórica de Aristóteles, Madrid,
Gredos, 1990. (Biblioteca Clásica Gredos, 142), p. 10.
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En realidad, los movimientos favorables a una enérgica recu-


peración de la retórica en general y del análisis del modelo aristo-
télico en particular comienzan a ser hoy amplios y acreditados.
Incluso limitándose a investigaciones comunes del ámbito filosófico
(es decir, excluyendo parcelas más concretas, como las del análi-
sis estético o de la historia y crítica literarias, en las que el fenó-
meno es semejante, si no más fértil), el panorama que se ofrece
resulta significativo.

La reivindicación de Perelman se ha visto en parte atendida


por las reflexiones de teoría de la comunicación que, aplicando al
programa aristotélico los análisis semiótico-pragmáticos de Mo-
rris, pretenden introducir una «nueva retórica científica» en el
sentido, por ejemplo, en que la ha delimitado W. Schramm.
La propuesta de I.A. Richards de superar «la superstición del
significado propio» mediante un recurso a la retórica como «estu-
dio de las malas interpretaciones del lenguaje», caminaba ya de
hecho en esta misma dirección, si bien fijaba más su interés en el
carácter refutativo (igualmente aristotélico) de los razonamien-
tos retóricos. Y, por lo demás, ambas perspectivas han sido uni-
ficadas y sistematizadas en una serie de trabajos recientes, que
parten de S.E. Toulmin, y que coinciden en considerar a la retó-
rica, de nuevo y sin exclusiones, en el contexto de los «usos de
la argumentación».114

En la actualidad se insiste en que:

Desde otro punto de vista, la recuperación de la retórica se ha


hecho asimismo plausible. En Verdad y Método, de Gadamer, el

114
Ibidem. Racionero, Quintín, en la introducción a su traducción de la Retórica de Aristóteles,
Madrid, Gredos, 1990. (Biblioteca Clásica Gredos, 142), p. 9.
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análisis de la retórica aparece como un problema esencial para


la «historia de la recepción de las tradiciones». Y en la Metáfora
Viva de Ricoeur, como uno de los dos vectores de la transformación
del lenguaje natural en los lenguajes codificados de los distintos
saberes.

Ahora bien, si con ello el papel de la retórica ha crecido (como se


ve por Apel y Habermas) hasta el punto de convertirse en un nivel
de análisis necesario para el diálogo de las tradiciones ideológico-
culturales, por otra parte, el encuentro de la hermenéutica y el
estructuralismo ha traído consecuencias que explícitamente in-
cluyen la consideración del análisis retórico. 115

En términos estrictamente técnicos, Aristóteles distinguió entre razo-


namiento analítico, basado en proposiciones necesarias, pruebas
apodícticas, y el razonamiento dialéctico, fundado en proposiciones
probables, en pruebas verosímiles o en opiniones generalmente
aceptadas (éulogos e«logoV).

De acuerdo con la idea aristotélica de aceptar la validez cognosci-


tiva de una argumentación apoyada en el razonamiento dialéctico,
los partidarios de esta nueva retórica se oponen a los resultados
exclusivistas de la lógica formal (basada en el principio cartesiano de
identificación entre verdad y evidencia, según el cual sólo son "racio-
nales aquellas demostraciones que, partiendo de ideas claras y distintas,
propagan con ayuda de pruebas apodícticas la evidencia de los
axiomas a todos los teoremas") que reducían la lógica al estudio de
los procedimientos de prueba usados en las ciencias matemáticas.
A esto mismo se ha referido Wróblewski cuando menciona que:

115
Ibidem. Racionero, Quintín, en la introducción a su traducción de la Retórica de Aristóteles,
Madrid, Gredos, 1990. (Biblioteca Clásica Gredos, 142), pp. 10 y ss.
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Aquí los problemas técnicos e instrumentales (para la determi-


nación de una norma jurídica como instrumento para lograr la
finalidad propuesta, esto es, la elección de unos medios jurídicos
concretos) juegan un papel decisivo, pero también nos encon-
tramos con opciones que requieren consensos valorativos que
no pueden reducirse a "hechos puros" y, entonces, la lógica no-
formal relacionada con la persuasión y los acuerdos ha de explicar
la decisión o ayudar a tomarla.116

Esta lógica no-formal es la dialéctica y la persuasión es campo exclu-


sivo de la retórica.

116
Wróblewski, Jersey, Sentido y hechos en el derecho, México, Fontamara, 2001, p. 55 y ss.

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