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LOS INDIOS DE TIERRA DEL FUEGO

PLAN DE LA OBRA

TOMO 1°: Los Selk'nam


TOMO 2°: Los Yámana
TOMO 3°: Los Halakwulup
TOMO 4°: Antropología física
LOS INDIOS DE
TIERRA DEL FUEGO
RESULTADO DE MIS CUATRO EXPEDICIONES
EN LOS AÑOS 1918 HASTA 1924, ORGANIZADAS
BAJO LOS AUSPICIOS DE MINISTERIO DE
INSTRUCCION PUBLICA DE CHILE

EN CUATRO TOMOS
POR
MARTIN GUSINDE
PROFESOR DE ANTROPOLOGÍA GENERAL DE

LA UNIVERSIDAD CATÓLICA Y EX JEFE DE

SECCIÓN DEL MUSEO DE ETNOLOGÍA Y


ANTROPOLOGÍA DE SANTIAGO, CHILE.

MIEMBRO DE LA ACADEMIA IMPERIAL DE

NATURALISTAS DE HALLE, MIEMBRO DE

LA ACADEMIA DE CIENCIAS NATURALES

DE LA REPÚBLICA DE CHILE.

Traducido de la edición austríaca


bajo la dirección del Dr. Wemer
Hoffmann y con la revisión técnica
del Dr. Olaf Blixen.

CENTRO ARGENTINO DE ETNOLOGIA AMERICANA

Buenos Aires
1990
Esta obra constituye la primera traducción directa completa de la edición original, DIE
FEUERLAND INDIANER (Módling-Wien, 1937).

01980, Verlag St. Gabriel, Módling-Wien, editorial de la revista internacional ANTHROPOS.

1' edición argentina en idioma castellano.


CAEA, Buenos Aires, 1982
l a reimpresión, 1990
I.S.B.N. 950-9252-00-7

Impreso en la Argentina - Printed in the Argentine.

Hecho el depósito que marca la ley 11.723.

Traducción del alemán por HERBERT WOLFGANG JUNG y un equipo de traductores: CARLOTA
ROMERO y TERESA DE BADE, bajo la dirección del Dr. WERNER HOFFMANN. Revisión técnica: Dr.
OLAF BLIXEN.

Este tomo se publica merced a un subsidio otorgado por la FUNDACION ANTORCHAS.

La presente edición de LOS INDIOS DE TIERRA DEL FUEGO, con 90 ilustraciones, más 2
fuera de texto y un mapa, se terminó de imprimir el 30 de mayo de 1990. Fue compuesto en los ti-
pos: Ionic (texto), cuerpo 10/11, (notas) 8/9; Excelsior (títulos) cuerpo 12 negra y titulares de partes
cuerpo 24.
Impresión y encuadernación por GRAFFIT S.R.L.. Avenida Belgrano 430, Buenos Aires. Se uti-
lizó papel de 80 grs.
Diseño de tapa: Graffit + Sergio Manela.
LOS INDIOS DE
TIERRA DEL FUEGO

TOMO PRIMERO

LOS SELK'NAM

De la vida y del mundo espiri-


tual de un pueblo de cazadores.
Padre Martín Gusinde 1886-1969
Dedicado a la memoria de mis dos hermanos

Profesor Francisco Gusinde y

Federico Gusinde, Estudiante de Medicina

Víctimas de la Primera Guerra Mundial


Prólogo a la edición argentina

Martín Gusinde, el autor de la obra "Die Feuerland-Indianer"


(Wien-Módling 1931-1974) no es solamente uno de los más importan-
tes etnólogos alemanes de este siglo, sino una personalidad notable,
de una autodisciplina y una energía ejemplares y de una integridad
absoluta. Como investigador reunía el talento observador con el don
de compenetración con el alma de los pueblos que estudiaba. A pesar de
que pertenecía, por su formación en San Gabriel, establecimiento de la
Congregación de los Hermanos del Verbo Divino, a la Escuela de
Etnología (Viena) —cuyo representante principal, el P. Wilhelm
Schmidt, desarrolló las teorías de las áreas y ciclos culturales y del
monoteísmo de los pueblos primitivos—, sabía conciliar la orientación
religiosa con el enfoque de un naturalista. Su obra maestra "Die Feuer-
land-Indianer" es de un interés particular para la Argentina porque
—además de ser un modelo de monografía etnológica— se refiere a
pueblos llamados primitivos que viven (o, mejor dicho, vivían), en
gran parte, en suelo argentino y cuyo estudio es una contribución
valiosa a la historia nacional.
Gusinde desciende de una familia alemana radicada en Silesia,
donde sus antepasados ya vivían cuando el país pertenecía todavía a
Austria. Fue bajo el gobierno de María Teresa cuando el cura párroco
de un pueblo silesiano anotó en el registro de bautizos el nacimien-
to de un nuevo "Gusinde", equivocándose en la ortografía del apellido
que originariamente se escribía "Gesinde" (palabra que significa en
án "servidumbre").
Martín Gusinde era de origen modesto: su padre tenía una pequeña
fábrica de embutidos en Breslau; pero debió cerrar su negocio y tra-
bajó en adelante de obrero, mientras la madre se dedicaba á trabajos
de modista. Su hijo mayor, Martín, nacido el 29 de octubre de 1886,
cursó la escuela primaria del "Oclertor", donde tuvo entre sus maes-
tros al poeta regional Hermann Bauch, fervoroso católico, y al coad-
jutor Josef Kuhnert, que fue el consejero del chico en materia de
orientación profesional.
Como sucede a menudo, fueron impresiones recibidas en
cia las que hicieron surgir los primeros proyectos del porve 1
muchacho: la imagen de los balseros del Oder que llevaban madera
de la Alta Silesia al Mar Báltico, desde el alto puente de Lessing, o las
exhibiciones de tribus africanas en el Jardín Zoológico cuyo director,
el antropólogo Hermann Klaatsch, hizo llegar grupos de indígenas del
Togo y del Sudán (por ejemplo ewes), para fomentar en los silesianos
el interés por la política colonial del imperio alemán.
Un día preguntó el joven Martín a su profesor de religión cómo
podía llegar a ver y conocer pueblos extraños en países lejanos. "Si
lo deseas en serio", contestó el coadjutor Kuhnert, "debes inscribirte
en el instituto de las misiones Heiligkreuz en Neisse. Ahí puedes cur-
sar los seis años de enseñanza secundaria y luego debes adherirte a
una congregación misionera. Mientras tanto, tienes tiempo suficiente
para reflexionar qué país te atrae tanto como para consagrarle tu
porvenir."
Heiligkreuz era un excelente colegio particular en el cual los alum-
nos preparaban en seis años el examen final del bachillerato. Los
muchachos que querían ingresar eran seleccionados según severos prin-
cipios, y sometidos a rigurosas pruebas durante el primer año. Entre
los compañeros de clase de Gusinde se encontraban dos futuros etnó-
logos famosos: Paul Schebesta, que más tarde conquistó fama por sus
trabajos sobre los pueblos de pigmeos de África, y Paul Arndt.
Después del bachillerato, el grupo silesiano se matriculó en el Liceo
San Gabriel en Módling, cerca de Viena para estudiar, en nivel univer-
sitario, ciencias naturales, lenguas antiguas y modernas y filosofía. Con
los tres futuros etnólogos de Silesia se reunió aquí Wilhelm Koopers,
futuro profesor de etnología de la Universidad de Viena, y como tal
colaborador del P. Wilhelm Schmidt. Como estudiante del Liceo, novi-
cio de la Congregación del Verbo Divino y candidato de teología, Gu-
sinde no se había decidido todavía por la etnología. Se interesaba por
las ciencias naturales y la medicina, pero no tenía inclinación hacia la
especulación filosófica y dogmática. Sin embargo, leía con gran interés
la revista "Anthropos", fundada por el padre Wilhelm Schmidt en el
año 1906, que lo ponía en contacto con los pueblos primitivos de todos
los países, como dice en un trabajo autobiográfico.
Después de recibir las órdenes sacerdotales en 1911 y terminar el
último año de estudio de teología, debía decidirse por una carrera de
misionero en el país que más le atraía. Se ofreció para la misión en
Nueva Guinea o en el Togo alemán donde los misioneros debían cola-
borar con la administración sanitaria en la lucha contra la lepra. Pero
sus superiores creían que a causa de una bradicardia, provocada por
una intoxicación por gases en el año 1907, no servía para una actividad
en un país tropical y lo destinaron a la carrera de profesor de ciencias
naturales en el Liceo Alemán de Santiago de Chile.
Gusinde dice, en el mencionado trabajo autobiográfico, que obe-
deció la orden de mala gana. Más tarde comprendió que su traslado a
Chile fue obra de la Providencia, pues los doce años, de 1912 hasta
1924, que pasó en Chile y en los territorios chilenos y argentinos del
sur del subcontinente fueron tal vez la época más fértil de su vida. Aquí
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descubrió su vocación por la etnología y realizó las investigaciones en


los territorios de los selk'nam, yámana y halakwulup que constituyen
la base para su obra maestra "Die Feuerland-Indianer".
Al principio no fue nada más que un modesto profesor de historia
natural en la primaria del Liceo Alemán de Santiago de Chile, que de-
bía iniciar en idioma castellano, a los chicos de ascendencia alemana
o chilena en el conocimiento de la fauna y flora de su país, que él mis-
mo hasta entonces no conocía. Pronto llegó a dominar la materia per-
fectamente, mejorando, al mismo tiempo, su castellano que había apren-
dido en el colegio. Se acostumbró a hablar libremente, sin manuscrito,
y se ganó en poco tiempo las simpatías de sus alumnos. Cuando fue
ascendido a profesor de la secundaria, hizo de la colección de objetos
de enseñanza del gabinete de historia natural una atracción para la
ciudad entera. La mesa de examinadores estatales que tomaba los exá-
menes de fin de curso cada año, reconoció su trabajo ampliamente.
Fue considerado uno de los mejores profesores del Liceo.
Sus primeras largas vacaciones de verano las pasó en la costa del
Pacífico, donde descubrió una nueva especie de planta que bautizó con
los apellidos de su profesor de botánica en Santiago, Joho, y el del
descubridor: Joho-Gusinde.
En su segundo año de profesor tomó una decisión significativa:
empezó a trabajar en el Museo de Antropología y Etnografía, recién
instalado por el arqueólogo alemán Max Uhle. Había allí una colección
de objetos de la Isla de Pascua. El primer trabajo del futuro etnólogo
consistía en su estudio y catalogación; también compiló una lista de los
libros y artículos referentes a la Isla de Pascua. El segundo trabajo ya
fue una investigación etnológica basada en la bibliografía correspon-
diente: un estudio sobre la institución de los hechiceros entre los arau-
canos, que contenía una lista de las enfermedades más frecuentes que
los hechiceros debían curar, con indicación de las plantas medicinales
que usaban en cada caso.
Este trabajo, que presentó el Congreso de etnología araucana en
Chile, llamó la atención sobre el joven profesor del Liceo Alemán, y el
Museo le dio la orden de hacer una excursión al territorio araucano
para estudiar sus costumbres y su cultura, y reunir objetos para la
colección del Museo. En los dos meses que pasó entre los araucanos
pudo ampliar su trabajo sobre la institución de los hechiceros; aplica-
ba de este modo por primera vez el método de combinar la investiga-
ción de campo con el estudio de la bibliografía.
Cuando en el año 1916 Aureliano Oyarzún tomó posesión del cargo
de Director del Museo, premió los méritos del joven colaborador con el
nombramiento de empleado oficial y más tarde de jefe de sección del
Museo. En el mismo año empezaron a aparecer las "Publicaciones del
Museo de Etnología y Antropología de Chile", cuyos primeros anuarios
contenían, en su mayor parte, artículos del nuevo jefe de sección, entre
otros su trabajo sobre "La medicina de los araucanos".
Sus investigaciones entre los araucanos le habían hecho ver que su
cultura estaba aún intacta y se mantendría probablemente todavía mu-
cho tiempo. Otras tribus de indios, en cambio, que conocía por relatos
de viaje y por unos pocos objetos en el Museo, los fueguinos, parecían
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encontrarse ya en pleno proceso de degeneración, de modo que un es-


tudio detallado de su cultura reclamaba prioridad. Tal vez contribuyó
también a su decisión de emprender en las próximas vacaciones un
viaje a Tierra del Fuego, el hecho de que el Superior de los Salesianos
le hizo saber que el Vaticano tenía sumo interés en una investigación
científica de los pueblos primitivos de Tierra del Fuego. También su
maestro P. Wilhelm Schmidt esperaba de un estudio de los pueblos
fueguinos una confirmación de su teoría del monoteísmo de los pue-
blos primitivos.
La Isla Grande y el Archipiélago de Magallanes no eran más tierra
incógnita. Los indios que vivían ahí no eran tribus salvajes, mucho
menos caníbales, como Darwin había afirmado. Su territorio había
sido explorado, tanto geográficamente como en su fauna y flora. Los
blancos habían tomado posesión de la tierra utilizable para cría de
ovejas, y .había misioneros protestantes entre los yámana, y católicos
entre los selk'nam.
Gusinde quería conocer todos los aspectos de la vida de los indios
fueguinos. Se interesaba por su nomadismo, por su economía y sus
fuentes de alimentación, no menos que por su mundo sociológico y
espiritual que eran hasta entonces muy poco conocidos. Como supo
conquistarse su confianza, logró explorar su vida exterior e interior.
Su primer viaje a Tierra del Fuego lo hizo autorizado por el Minis-
tro de Educación de Chile y por orden del Museo, provisto de los me-
dios necesarios por el Gobierno y por familias generosas de la Capital
de Chile. Cuando se despidió de sus amigos en la estación de ferrocarril
de Santiago trataron ellos de convencerlo todavía en el último momen-
to de desistir de su viaje. "Padre Martín", le pidieron, no vaya a estos
antropófagos horribles, quédese aquí".
Un barco lo llevó de Valparaíso a Punta Arenas, donde llegó el día
20 de diciembre de 1918. Allí se dirigió a la sede de la misión salesiana.
El Vicario Apostólico y los misioneros lo recibieron cordialmente. Tan-
to sus informaciones como las ricas colecciones de su Museo fueron la
mejor iniciación del joven investigador para el trabajo que habría de
encontrar en Tierra del Fuego. A principios de enero visitó la isla Daw-
son, donde adquirió cuarenta cráneos y tres esqueletos de indios de la
tribu halakwulup. De vuelta a Punta Arenas, tomó un pequeño barco
que le llevó a Puerto Río Grande, en la costa oriental de la Isla Grande,
donde fue huésped del P. Zanchetta. De allí siguió a caballo a la estan-
cia Viamonte, de la familia Bridges, y a la estación misionera del P. Ze-
none, donde vivían doscientos dieciséis selk'nam, los cuatro quintos
de la tribu entera. Aquí se hizo amigo de los niños y se granjeó así la
confianza de los padres, a los que ayudó también con sus medicamentos.
A mitad de febrero visitó otro grupo mucho menos numeroso, a
orillas del Lago Fagnano, cuyos integrantes simpatizaron en seguida
con él de tal manera que creyó haber encontrado el lugar ideal para
penetrar más profundamente en la cultura de los selk'nam.
A causa de una lesión en una pierna debió volver a Punta Haberton,
otra estancia de los Bridges, donde se curó. El 24 de febrero fue a
Ushuaia, para visitar desde este centro del territorio argentino de la
Isla Grande la estancia Punta Remolino de la familia Lawrence, el pun-
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to de reunión de los yámana, de los cuales sólo vivían todavía unas


sesenta personas de sangre pura. Uno de los dos hermanos Lawrence
se había casado con una yámana. Fue Nelly Lawrence que introdujo
a Gusinde durante sus próximas visitas en el grupo de yámana que
acampaba en la estancia. En el primer viaje no le quedó tiempo para
acercarse a los indios. A causa de las malas combinaciones de los bar-
cos volvió solo el día 30 de marzo de 1919 a Santiago, unos cuantos
días después de la apertura de las clases.
En su segundo viaje, que emprendió a principios de diciembre de
1919, volvió a Punta Remolino, con la intención de dedicarse, ante todo,
al estudio de los yámana. Nelly Lawrence le ayudó a conseguir el per-
miso para tomar parte en las ceremonias de la iniciación a la pubertad.
Gusinde tuvo que someterse a las duras pruebas que los jóvenes de la
tribu fueron obligados a sufrir. Le quedaba todavía tiempo para visitar
los dos grupos de selk'nam que había conocido en su viaje anterior.
A principios de marzo de 1920 volvió a Santiago.
En el año 1920 se festejó el cuarto centenario del descubrimiento
del Estrecho de Magallanes. El gobierno de Chile dispuso que una par-
te del dinero previsto para la organización de la fiesta conmemorativa
fuera destinado para investigaciones científicas y Gusinde logró que
un escampavías de la marina fuera puesto a su disposición para su
tercer viaje al sur, en el cual pensaba visitar a los halakwulup. Pero a
último momento el barco recibió la orden de cumplir otra tarea. Como
era demasiado tarde para organizar otra excursión aprovehó Gusinde
una ocasión que se le ofreció de acompañar a dos naturalistas argenti-
nos de origen alemán, Cristóbal Hicken y Federico Reichert, que que-
rían explorar una zona poco conocida de la cordillera del sur. Los
argentinos le habían invitado a tomar parte en su excursión como
zoólogo y fotógrafo. Los tres investigadores pasaron por montes inex-
tricables y pantanos peligrosos y llegaron finalmente al inlandeis pata-
gón, donde subieron al glaciar de San Rafael.
De vuelta a Santiago empezó Gusinde en seguida a preparar el viaje
postergado al Sur. Después del segundo viaje había escrito a su viejo
maestro, P. Wilhelm Schmidt, comunicándole los resultados de sus in-
vestigaciones entre los selk'nam y yámana. Schmidt le contestó entu-
siasmado, y mostró interés por acompañarle en su próxima excursión.
Pero después abandonó la idea y envió a Santiago como reemplazan-
te a su colaborador P. Wilhelm Koppers, ex compañero de clase de
Gusinde.
Junto con Koppers viajó Gusinde a principios de 1922 a Punta Re-
molino. Otra vez sirvió Nelly Lawrence de intermediaria para conse-
guir el consentimiento de los yámana para la participación de los dos
misioneros en las ceremonias de iniciación a la pubertad y en la kina,
las ceremonias masculinas que se celebraron a continuación. Gusinde
pudo confirmar en la conversación con los indios, cuya confianza había
conquistado, la convicción a la cual había llegado ya anteriormente de
que los yámana creían, como los selk'nam, en un ser supremo. Fue
una prueba más de la teoría de Wilhelm Schmidt de que los pueblos
primitivos son monoteístas.
XVI

Bastante atrasado, seis semanas después de la apertura de las cla-


ses, volvió Gusinde a Santiago. Pero el P. Wilhelm Schmidt había in-
tercedido por él, logrando que los Superiores de la Congregación lo li-
beraran de la obligación de tener que enseñar en el Liceo Alemán, tarea
de la cual los Superiores locales no le querían eximir. De este modo
Gusinde pudo renunciar a fines del año escolar 1922 a su cargo de pro-
fesor del Liceo.
El cuarto viaje a Tierra del Fuego, en 1923/1924, se extendió así a
un lapso de quince meses. Gusinde volvió a visitar a los yámana, par-
ticipando en la escuela de hechiceros y en los funerales de una mujer
que murió durante su presencia en la tribu. En el territorio de los
selk'nam fue admitido al Klóketen, una combinación entre las ceremo-
nias de iniciación a la pubertad y las masculinas. Cuando estas cere-
monias terminaron se dio cuenta de que tenía los síntomas de escorbu-
to, y se decidió a volver a Punta Remolino, atravesando con peligro de
su vida la montaña nevada acompañado de dos fieles amigos de la
tribu de los selk'nam.
Hasta entonces no había llegado a visitar el tercer pueblo fueguino,
los halakwulup. Después de curarse del escorbuto viajó con un barco
de la marina chilena al canal Smith, donde podía ponerse en contacto
con un grupo de halakwulup. Quedó cuatro meses en su compañía, par-
ticipando también de las ceremonias de iniciación a la pubertad y de
las masculinas.
Después de descansar unos meses en la estancia de un amigo volvió
en el mes de abril de 1924 a Santiago. Sus investigaciones de campo en
Tierra del Fuego habían terminado. Tenía que poner ahora en orden
el extenso material recogido, darle una forma literaria y hacerlo acce-
sible al mundo científico y a los aficionados de la etnología.
La Universidad Católica de Santiago le nombró profesor, pero Gu-
sinde dictó sólo algunas conferencias y pidió luego licencia para viajar
a Europa donde debía representar a la República de Chile en el Con-
greso Internacional de Americanistas en La Haya.
Después del Congreso, en el cual tuvo una actuación que llamó la
atención del auditorio internacional, se decidió a prolongar su licencia
de profesor de la Universidad Católica de Santiago para inscribirse
como estudiante de etnología en la Universidad de Viena, con el objeto
de doctorarse. En 1926, después de estudiar solamente , cuatro semes-
tres, se graduó de doctor con una calificación honorífica. Durante sus
dos años universitarios había ayudado a su maestro P. Wilhelm Schmidt
a preparar la Exposición Misionera Internacional en Roma y había co-
laborado con él también en la instalación del Museo Misionero Etnoló-
gico en el Palazzo Laterano. P. Schmidt quería ahora ayudarle a con-
seguir de la congregación el permiso de volver a Chile para poder seguir
desde su posición de profesor universitario con sus investigaciones en-
tre los indios americanos; pero los Superiores en Chile asintieron a su
pedido solamente bajo la condición de que Gusinde siguiera con su
actividad de profesor universitario en el Liceo Alemán. Bajo estas cir-
cunstancias, prefirió Gusinde trabajar en la redacción de la revista
"Anthropos", cuyo director era Koppers, pues esta ocupación le dejaba
tiempo para la recopilación de sus notas tomadas en sus cuatro viajes
a Tierra del Fuego.
La asistencia al Congreso Internacional de Americanistas de Nueva
York, en 1928, le dio una oportunidad de visitar las reservas de in-
dios en Estados Unidos, sobre todo las de los sioux, que encontró ocu-
pados en ensayar su grandiosa ceremonia del baile del sol, las de los
cheyenes, pimas, papagos, pueblos y zuñis; también pudo hacér un breve
viaje a México para visitar a los yaquis.
En 1930 terminó el manuscrito del primer tomo de su obra "Die
Feuerland-Indianer", dedicado a los selk'nam. En el mismo año solicitó
su admisión al cuerpo docente de la Facultad de Filosofía de la Univer-
sidad de Viena como catedrático de Etnología de los pueblos indígenas
de América. A pesar de que ya figuraban dos Padres del Seminario
Misionero de San Gabriel entre los docentes de su especialidad —W.
Schmidt y W. Koppers— las perspectivas de su admisión como docente
parecían favorables, pero inesperadamente intervinieron sus, colegas
Schmidt y Koppers. Tanto su viejo maestro como su acompañante en el
tercer viaje a Tierra del Fuego opinaban que Gusinde debía dedicar-
se a la investigación de campo y no a la docencia. Como los Supe-
riores de la congregación se adhirieron a su opinión, Gusinde retiró
su solicitud.
Por segunda vez sus planes habían sido contrariados: primero cuan-
do la Congregación no le envió a África tropical sino a Chile, y ahora
cuando se le negó una posición académica firme. En ambos casos
no se desanimó. Conformándose con la situación, trató de aprovechar
las posibilidades que se le ofrecieron y salió, finalmente, ganando.
Como profesor del Liceo Alemán en Santiago descubrió en los inhós-
pitos parajes de Tierra del Fuego un campo de actividad sumamente
fértil, y como etnólogo sin cátedra quedó libre para la investigación
de campo.
Ante todo debía publicar el primer tomo de su obra sobre los pue-
blos fueguinos. La impresión del gigantesco manuscrito fue financiada
por suscripciones y subvenciones de instituciones de fomento de la
ciencia de Alemania y Austria. Gusinde mismo controlaba la impresión.
El tomo de 1.200 páginas, noventa ilustraciones en el texto y una carpe-
ta con cincuenta reproducciones de fotografías y cuatro mapas fue ter-
minado en 1931 y puesto en venta en 1932. A fines del año 1933 quedó
terminado el manuscrito del segundo tomo.
Algo más tarde salió a luz la publicación del diccionario de la

tw a yámana de Thomas Bridges, editado por Gusinde y F. Hester-


, con signos fonéticos del sistema propio de la revista "Anthropos".
En el mes de marzo de 1934 emprendieron Gusinde y el P. Paul
Schebesta una expedición a los pigmeos del Congo. Schebesta, que ya
conocía estos pueblos en un viaje anterior se reservó en la distribución
de las tareas la investigación de la lengua y la cultura, y dejó las me-
diciones antropológicas y el estudio del medio ambiente a cargo de Gu-
sinde. Después de medir a novecientos pigmeos, tomar impresiones di-
gitales, improntas de manos y pies y fotografiar a los indígenas en
varias posiciones, se separó Gusinde de su acompañante para seguir
investigando por su propia cuenta.
En mayo del año siguiente volvió a Viena donde debía ocuparse
de la impresión del segundo tomo de su obra sobre los indios fuegui-
nos, "Die Yámana", que fue subvencionada por la Congregación del
Verbo Divino, el Seminario Misionero de San Gabriel y el Gobierno
de Austria. El volumen de 1.500 páginas, subtitulado "Die Yamana.
Vom Leben und Denken der Wasser-Nomaden am Kap Hoorn", apa-
reció en 1937.
La publicación de los dos primeros tomos de su opus magnum
fue suficiente para conquistar a Gusinde un lugar en las primeras filas
de los etnólogos de su tiempo. Uno de los más fervientes admiradores
de su obra fue el gran etnólogo norteamericano Robert Harry Lowie,
famoso por sus estudios sobre los indios de América del Norte. En su
"History of Ethnological Theory" llama al primer tomo sobre los selk'
nam "a magnificent monograph". Según su opinión, Gusinde es, al
mismo tiempo, en el sentido norteamericano, un investigador ideal de
campo, exacto y eficiente, y en el sentido europeo un perfecto conoce-
dor y crítico concienzudo de la bibliografía sobre el tema que trata.
Otras reseñas destacan que Gusinde no es un representante unila-
teral de la escuela de Viena como Koppers que, en su libro sobre el
viaje que había hecho junto con Gusinde a Tierra de Fuego, hace del
monoteísmo de los fueguinos el punto central de su estudio etnográ-
fico, sino que trata con la misma exactitud y comprensión la economía,
la técnica y el orden social de los fueguinos como su mundo espiritual.
Konrad Theodor Preuss, director del Museo Etnográfico y profe-
sor de la Universidad de Berlín, resumió así su juicio crítico sobre la
obra de Gusinde: "una de las más importantes contribuciones a la
literatura etnológica". Las revistas etnológicas del extranjero publica-
ron reseñas detalladas de los dos tomos, resumiendo los más impor-
tantes resultados de las investigaciones de Gusinde para hacerlos acce-
sibles a los etnólogos que no dominaban el alemán. En "American
Anthropologist" apareció una reseña de ocho páginas de Lowie. En
vista de la importancia que la prensa científica atribuyó a la obra,
la UNESCO subvencionó la publicación de una traducción inglesa del
segundo tomo ("The Yámana: The Life and Thought of the Water
Nomands of Cape Horn", 5 vls, New Haven 1961).
Quedaban por publicar de la obra en su versión original el tomo
sobre los halakwulup y las investigaciones antropológicas de Gusinde:
mediciones de cráneos y esqueletos, improntas de manos y pies, im-
presiones digitales, etc. En 1939 apareció el tomo "Anthropologie der
Feuerland-Indianer" que figura en el orden de los tomos como segunda
parte del tercer tomo; contiene colaboraciones de los antropólogos Sa-
ller, Klimek y Lebzelter. El manuscrito de la primera parte del tercer
tomo "Die Halakwulup" se terminó durante la Segunda Guerra Mun-
dial; cuando los rusos ocuparon Austria destruyeron la mayor parte
del texto y el material fotográfico. En los últimos años de su vida es-
cribió Gusinde un nuevo manuscrito que se publicó después de su
muerte en 1974.
En los años anteriores a la guerra se le habían ofrecido varias po-
sibilidades de ser contratado como profesor en una universidad ex-
tranjera o austríaca. Si bien rechazó los ofrecimientos de China y Hon-
duras, habría tenido interés en aceptar una cátedra de etnología en la
Universidad Católica de Salzburgo, que el arzobispo le ofreció. Pero
no consiguió el beneplácito de la congregación.
En 1948 publicó Gusinde los resultados de su expedición al Congo
("Urwaldmenschen am Ituri", Wien 1948). Von Eickstedt llamó al libro
"una publicación standard de la antropología". Un año más tarde apa-
reció su monografía sobre los pigmeos Twa en Ruanda, en la Editorial
San Gabriel de Módling que había sido también la editora de la obra
sobre los indios fueguinos.
Durante el invierno 1947/1948 era Gusinde huésped del Gobierno
de Suecia en Stockholm, Upsala y G$teborg. Aquí pudo orientarse, des-
pués de casi diez años de aislamiento por la guerra y la postguerra
respecto de las investigaciones etnológicas de los últimos tiempos. Tam-
bién pudo reanudar sus relaciones con el extranjero sin que la censura
de las potencias ocupantes que controlaban Austria le molestara.
Un resultado de la reanudación de su correspondencia con institu-
ciones de otros países fue en 1949 la invitación de la Universidad Ca-
tólica de Washington de hacerse cargo de la cátedra de etnología, va-
cante después de la muerte de Monseñor Cooper. Esta vez P. Wilhelm
Schmidt intercedió en su favor frente a los Superiores de la Congre-
gación y consiguió que se declararan conformes. Para Gusinde mismo
fue la razón principal para la aceptación del ofrecimiento el hecho de
que su puesto académico le diese la posibilidad y los medios para or-
ganizar excursiones a todos los continentes. De 1949 hasta 1957 fue así,
al mismo tiempo, docente e investigador de campo.
Como leía sin dificultades la literatura inglesa y norteamericana
de su ramo no le costaba mucho perfeccionarse en el uso oral del
inglés; sin embargo no llegó a dominarlo con la misma maestría que
el español. El número de estudiantes de su especialidad no fue muy
grande y había pocos doctorados, de modo que tenía suficiente tiempo
para preparar sus expediciones cuidadosamente y redactar después
detallados relatos de viaje.
Desde 1947 planeaba una investigación antropológica de los bos-
quimanos de África del Sudeste. Entonces le concedió la Wenner-Gren-
Foundation los medios para la expedición y la Universidad le dio la
licencia que había solicitado para el año académico 1950/51. Desde
Windhoek donde se alojó en la sede de la misión de los oblatos hizo
varios viajes a las zonas pobladas por bosquimanos y hotentotes, reu-
niendo un gran material antropológico que completó en el año 1953
con investigaciones etnológicas sobre la cultura de los bosquimanos.
No llegó a escribir una monografía sobre los bosquimanos, com-
rabie con sus trabajos sobre los indios fueguinos o los indígenas del
Congo, pero publicó una serie de artículos notables en revistas como
"Anthropos" o "Anthropological Quarterly" y en las "Actas del Con-
greso Antropológico y Etnológico de Viena" en el año 1952 (T. 1, Vie-
na, 1954, págs. 257-277).
En 1954 combinó la participación en el Congreso de Americanistas
en Río de Janeiro con la visita de la misión de los capuchinos en Los
Ángeles, de Tucucu en Venezuela, donde pudo hacer mediciones de los
indios yupa, llegando al resultado de que no se trataba de pigmeos.
4alue,
Como ya estaba en Sudamérica volvió también a Chile, después de
una ausencia de treinta años, donde algunos de sus alumnos de antes
ocupaban entonces cargos de ministros. Gobierno y universidades le
rindieron homenaje. En Caracas, Bogotá, La Paz y Buenos Aires, dictó
conferencias.
A pesar de que se acercaba a los setenta años descubrió en 1955 to-
davía un nuevo campo de trabajo. Habiendo aceptado una invitación
a dar conferencias en el Japón aprovechó el viaje a Tokio para hacer
escala en las Filipinas; visitó ahí unas tribus de negritos y dictó con-
ferencias en Manila. En el Japón fue a ver a los últimos ainos.
En las vacaciones del verano de 1956 emprendió una de las excur-
siones más aventureras de su vida: a los montes Schrader en Nueva
Guinea donde, en una zona inexplorada, vivían pigmeos que ningún
antropólogo hasta entonces había visitado. Su territorio era poco me-
nos que intransitable y se encontraba a una altura entre 800 y 1.200
metros sobre el nivel del mar. Como se trataba de una zona prohibida
había que solicitar un permiso especial del Gobierno de Nueva Guinea
Australiana. Las autoridades pusieron a disposición del visitante un
destacamento policial. Gusinde debía además, contratar a un intérprete
que encontró en el misionero Stimmler de su congregación. Los ex-
cursionistas se pusieron en dos lugares en contacto con grupos de alre-
dedor de trescientos pigmeos que pudieron medir. Gusinde comprobó
que la estatura de los hombres era en término medio de 145 cm, la
de las mujeres de 140, de modo que el pueblo era, después de los pig-
metos del Ituri, el más chico del mundo. Aparte de las mediciones se
estudiaron también las viviendas, la vestimenta, la alimentación, las
armas y herramientas de los pigmeos. Gusinde celebró en su compañía
su septuagésimo cumpleaños.
A pesar de que su contrato con la Universidad Católica de Washing-
ton terminaba en el verano de 1957, mantenía Gusinde su domicilio
en la ciudad, usándola como base para viajes a Europa, India y el Ja-
pón, donde ayudó a organizar la Graduate School of Ethnology, junto
con una ayudante japonesa que se había graduado de doctora en la
Universidad Católica de Washington.
En 1961 volvió finalmente a Austria para dedicarse en San Gabriel
a la redacción del material todavía no publicado de sus excursiones.
Ya anteriormente había aparecido en Anthropos un relato detallado de
su viaje a Nueva Guinea (tomo 53, págs. 497-574 y 817-863 de 1958).
Entonces se ocupó de temas especiales como "La somatología de
los pigmeos de Nueva Guinea" o "La religión de los bosquimanos",
escribió el artículo "Pygmy" para la Encyclopedia Britannica y trabajó
en el último tomo de su obra sobre los indios fueguinos, "Die Halak-
wulup". En 1966 aparecieron dos libros suyos: "Von gelben und schwar-
zen Busch mánnern. Untergehende Altkulturen im Süden Afrikas" (De
bosquimanos amarillos y negros. Viejas culturas en el sur de Africa
que se extinguen), Graz 1966, y "Nordwind-Südwind, Mythen und
Márchen der Feuerlandindianer" (Viento norte-Viento sur, mitos y
cuentos fueguinos), Kassel 1966.
Nunca se restableció del todo de un ataque de apoplejía que sufrió
a los 79 años. Murió el 18 de octubre de 1969, después de haber en-
tregado a la imprenta el último tomo de la obra de su vida "Die
Halakwulup".
Consideramos un honor para nuestro país el ser los primeros en
publicar una traduccción completa de esta obra, modelo para la etnolo-
gía, y queremos dejar constancia de nuestro reconocimiento al doctor
Fernando Pagés Larraya quien, desde la dirección interina del Centro
Argentino de Etnología Americana, en 1979, realizó el notable esfuerzo
de promover y concretar la materialización de la misma.

WERNER HOFFMANN
Prólogo a la edición austríaca

Obstáculos de diversa índole han demorado la publicación de esta


obra que contiene la primera parte de los resultados de mis investi-
gaciones en Tierra del Fuego. Presentarse al público con un trabajo
de esta extensión que necesita una confección tipográfica cuidadosa,
grabados y una encuadernación sólida, se puede llamar con razón, en
nuestra época de miseria, una empresa arriesgada, sobre todo porque
la crisis repercute particularmente en empeños científicos. Sin em-
bargo me parecía el importante gesto, no sólo justificado, sino nece-
sario, porque esta obra se puede considerar como la última palabra
sobre los indios selk'nam. En el futuro una monografía parecida ya
no será posible, por la sencilla razón de que los pocos sobrevivientes
de esta tribu habrán desaparecido dentro de unos años. Cuando em-
pecé mis investigaciones, a principios del año 1919, conté todavía unos
doscientos setenta y nueve selk'nam, sin tomar en cuenta los mestizos.
Desde entonces la mayoría de aquellos con los cuales convivía y a los
que debo mucho, la mayor parte de estos amigos sinceros, ha perecido
y apenas ochenta y cuatro selk'nam existen hoy, en condiciones la-
mentables.
Desde mi partida de Tierra del Fuego y durante mi trabajo en
esta obra, la idea de que estos hombres vitales y alegres estaban con-
denados a un ocaso inevitable y a corto plazo no me abandonaba, y
me entristeció muchas veces. Mi compasión por su destino ha influido,
como es natural, en la redacción de muchos capítulos. Como hombre
me aproximé a estos indios de Tierra del Fuego, no apreciados debida-
mente, y como llegué a conocer y estimarlos como hombres auténticos
tuve que describirlos como tales. Admito de buen grado que habría
podido disminuir la extensión de este libro por un estilo más conciso
y descripciones menos detalladas. Pero ciertas repeticiones eran útiles
para recopilaciones sistemáticas y en otros casos debía esforzarme en
conseguir la mayor exactitud en vista de que en el futuro no se podría
esperar ningún informe suplementario: es el caso de los capítulos
sobre las reuniones secretas de los hombres, que tuvieron lugar por
última vez en esta tribu en el invierno del año 1923. Finalmente que-
ría presentar todo el patrimonio cultural de este pueblo, sobre todo
el concreto, para demostrar su tan feliz y eficaz adaptación a las po-
bres condiciones de su ambiente. Al mismo tiempo fue necesario seña-
lar, a grandes rasgos, mi modo de trabajar en Tierra del Fuego y mis
relaciones con los indígenas.
Al presentar los resultados de mis cuatro viajes en forma defini-
tiva, me alegro de tener la oportunidad de agradecer cordial y sincera-
mente a cada una de las personas que me tendieron la mano durante
esta empresa científica. Son muchos los que manifestaron su buena
voluntad y me prestaron ayuda valiosa, no sólo por consideración a
mi persona, sino para fomentar las Ciencias del Hombre. Por eso me
cuesta mucho renunciar a la publicación de la larga lista completa de
los nombres de estos nobles protectores. Espero que se den por satis-
fechos al haber contribuido a una gran obra científica de gran trascen-
dencia. Sin embargo no puedo sino agradecer una vez más al Ministerio
de Instrucción Pública de Chile por haber confiado la investigación de
los indios de Tierra del Fuego bajo aspectos, hasta ahora, poco cono-
cidos y por haber patrocinado esta empresa, gracias a su comprensión
por investigaciones históricas imprescindibles.
A esta Alta Autoridad corresponde el mérito honroso de haber sal-
vado el conocimiento de la cultura de estas tribus antiguas en pro-
vecho de la ciencia.
Un fiel consejero e incansable colaborador fue mi jefe durante
muchos años el doctor Aurelio Oyarzún, Director del Museo Histórico
de Chile, al cual estoy muy agradecido. Su Excelencia Reverendísima
el Arzobispo de Chile, Monseñor Dr. Crescente Errazuriz me -ha favo-
recido, gracias a su plena comprensión de la importancia de mis planes
para la historia de Chile, con ayuda financiera tan generosa, que pude
dar comienzo a mis prolongadas investigaciones y llevarlas a un feliz
término; merece, por eso, el reconocimiento del mundo de la ciencia.
Me ayudaron, además, con donaciones la Cía. Braun y Blanchard,
Soc. Anón. Menéndez-Behetty, Mr. Hobbs y Casa Stubenrauch en Punta
Arenas: Sr. Germán Eberhard en Puerto Consuelo, Sras. C. de Ureta,
Loreto Cox Méndez, Teresa C. de Ossandon, Ana Swinburn y Sres.
Richard Cox M., Oscar Dávila, Javier Eyzaguirre, M. Ureta, Luis A. Undu-
rraga y Dr. Vicente Izquierdo en Santiago. Finalmente recuerdo con
la mayor gratitud el apoyo múltiple y el fomento complaciente reci-
bido de parte de los Padres Salesianos y de las autoridades civiles y
militares de Chile y de la Argentina en todo el territorio de Maga-
llanes. Incluso a todos aquellos a quienes no puedo nombrar aquí
particularmente en mi agradecimiento.
El profesor P. Wilhelm Schmidt, fundador de "Anthropos" y di-
rector del Museo Misionero Etnológico en Roma, tomó en cuenta a
los indios de Tierra del Fuego en su amplio plan de apoyo de la inves-
tigación de los más antiguos pueblos primitivos, en una época en la
cual yo mismo era todavía estudiante. Cuando, a fines de la primera
guerra mundial, pude informarle que yo había empezado la difícil
tarea en dos expediciones por encargo del gobierno de Chile y que
tenía la intención de seguir, me alentó con entusiasmo y me prestó
un auxilio que le agradezco de todo corazón. Con especial satisfacción
le entrego esta obra.
Menciono, muy reconocido, los esfuerzos de la gerencia de la im-
prenta misionera de San Gabriel, en Módling, Viena, que respondió
con la mayor complacencia a mis deseos durante la impresión de la
obra. Debo dar las gracias, por fin, al señor Eduard Sander, de Viena,
por la exactitud de los dibujos para las ilustraciones intercaladas en el
texto, y a los talleres gráficos de Max Jaffe en Viena que confeccio-
naron las planchas de fototipía con su reconocida capacidad, así como
también al Rey. Cura Párroco Karl Streit, del Instituto Fotográfico de
San Gabriel, que colaboró en este libro con tres mapas, y al doctor
W. Hirschberg que elaboró el índice de nombres y materias. Mis gra-
baciones de canciones de los selk'nam y de textos lingüísticos son anali-
zadas por el profesor Erich M. von Hornbostel en Berlín. El resultado
de sus investigaciones será publicado en el tercer tomo de esta obra.
Me desprendo ahora de este libro, sabiendo que tiene deficiencias
y lagunas. Mi trabajo en Tierra del Fuego fue duro y penoso y fue poco
agradable la estadía en esta tierra inhóspita, fatigosa la investigación
y ansiosa la convivencia con los indígenas que no comprendieron mis
fines científicos y me hicieron sentir a veces amargamente su mal hu-
mor. Todo eso está olvidado; muchas experiencias tristes con ciertas
personas y decepciones dolorosas fueron compensadas con otras tan-
tas pruebas de fiel colaboración y sincero afecto de aquellos indios.
Sea esta obra un saludo perpetuo a mis amigos en Tierra del Fuego
cuyas tumbas pronto darán testimonio del ocaso de su pueblo.

Feci quod potui, faciant meliora potentes.

Viena, Pascua de 1931.

MARTÍN GUSINDE SVD


Agradecimiento

Esta obra pudo ser publicada gracias a la Organización de Socorro


a la Ciencia Germano-Austríaca de Berlín y a la cooperación de los
siguientes suscriptores:

Ministerio Federal de Instrucción Pública de Viena


Su Eminencia Cardenal Friedrich Gustav Piffl, Arzobispo de Viena
Su Eminencia Cardenal Adolf Bertram, Arzobispo de Breslau
Su Eminencia Cardenal Karl Joseph Schulte, Arzobispo de Colonia
Prof. Dr. Friedrich Andres, Bonn
Instituto Antropológico de la Universidad de Kiel (Director: Profesor
Dr. O. Aichel)
Biblioteca del Estado, Munich
Reverendísimo Padre Provincial G. Bram, Buenos Aires
Prof. Dr. W. T. Bush, Columbia University, Nueva York
Biblioteca Comercial de Hamburgo (Director: Dr. E. Rosenbaum )
Rev. P. Fierre Delattre, Instituto Superior de Teología, Enghien, Bélgica
Prof. Dr. Constantin Freiherr von Economo, Viena
Museo Etnográfico de la Universidad de Góttingen
Museo Etnográfico, Góteborg, Suecia (Director: Barón Erland Nor-
denskióld)
Prof. Benigno Ferrario, Montevideo, Uruguay
Ilustrísimo y Reverendísimo Obispo Auxiliar de Manila, D. Guillermo
Finnemann
Instituto Geográfico de la Universidad de Helsinki
P. Rector G. Grenz, Heiligkreuz, cerca de Neisse, Silesia
Prof. Emanuel Gusinde, Glogau, Silesia
Rey. P. Provincial Bruno Hagspiel, Techny, Illinois, U.S.A.
Prof. Dr. Ferdinand Hestermann, Münster
Prof. Dr. Cristóbal Hicken, Buenos Aires
Sr. Karl Hiersemann, Leipzig
Su Excelencia Dr. Antonius Hilfrich, Obispo de Limburg
Dr. Martín Hürlimann, Editorial Atlantis, Berlín
Kaiser Wilhelm Institut für Anthropologie Berlin-Dahlem (Director:
Prof. Dr. R. Fischer)
Rev. P. Provincial Hubert Karthaus, St. Agustín, Siegburg, Renania
Director F. P. Kenkel, Central Bureau of the C. V., St. Louis, Mo., U.S.A.
Director F. Ch. A. Kierdorf, O.M.I., Winnipeg, Man., Canadá
1111111 111~1111

Director Franz Klein, Niederlahnstein, Renania


Ingeniero Karl Klinger, Módling, Viena
Library of Congress, Washington, D.C.
Liceo Alemán de Santiago, Chile (Director: José Schmidt)
Prof. Dr. phil. et jur. Julius Lips, Director del Museo Etnológico
Rautenstrauch-Joest, Colonia
Dr. Hans Litz, Viena
Su Excelencia Conde Ladislau Mailath, Móding, Viena
Rev. P. Provincial Alois Marquardt, Heiligkreuz, Neisse, Silesia
Instituto de las Misiones St. Rupert, Bischofshofen, Salzburg (P. Rec-
tor A. Lux)
Missiehuis St. Willibrordus, Uden, Holanda (P. Rector P. van Es)
Wilhelm Moock, Lippstadt-Mentzelsfelde, Westfalia
Museo de Historia Natural, Instituto de Etnología, Tucumán (Direc-
tor: Dr. M. Lillo)
Museum of the American Indian, Heye Foundation, Nueva York (Chair-
man: Dr. George Heye)
Museo de Etnología de Hamburgo (Director: Prof. Dr. G. Thilenius)
Museo de Etnología de Viena (Director: Prof. Dr. Fritz Róck)
Biblioteca Nacional de Viena
osterreichische Leo-Gesellschaft, Viena
Rev. P. Provincial de la Orden de Hermanos de Caridad F. S. Wunder,
Breslau
Roomsch-Katholike Universiteit, Nijmegen, Holanda
Dr. Franz Sacher, Breslau
Biblioteca Nacional de Sajonia, Dresde
Prof. Dr. Menandro Sánchez V., Guayaquil, Ecuador
Sr. Emil Schmidt y María Schmidt-Gusinde, Breslau
Dr. Michele Schulien, Museo Missionario-Ethnologico, Roma
Scuola di studi storico-religiosi della Universitá di Roma (Direttore:
Prof. Dr. R. Pettazoni)
Su Excelencia Prelado Prof. Dr. Ignaz Seipel, Viena
Seminár pro srovnávaci vedu nábozenskon v. Praze, C.S.R.
Sociedade de Geographia do Rio de Janeiro, Brazil
St. Louis University, St. Louis Mo., U.S.A.
Prof. C. W. von Sydow, Lund, Suecia.
Rev. P. Provincial A. Tellkamp, Steyl, Holanda
Dr. Luis María Torres, Director del Museo de La Plata, Argentina
Universidad Católica de Santiago de Chile (Rector: Dr. Carlos Ca-
sanueva )
Biblioteca de la Universidad de Halle
Biblioteca de la Universidad de Leipzig
Biblioteca de la Universidad de Viena
Instituto de Etnología de la Universidad de Viena (Director: Profesor
Dr. W. Koppers)
Wihelmstift, Tübingen (Director: Dr. Stauber )
Su Excelencia Obispo Dr. S. Waitz, Feldkirch, Voralberg
Prof. Fritz Wittkopf, Valdivia, Chile
Zaklad misyjny, Rybnik, Sl. Polskp (Rector: P. Puchalla)
Notas al texto

Para la representación de todos los sonidos de la lengua selk'nam


he utilizado el alfabeto Anthropos. Una descripción minuciosa ya
ha aparecido como artículo separado (ver GUSINDE [s]: 1002). Aquí
sólo doy una breve explicación, porque, para mayor sencillez, he escrito
algunos signos fonéticos en forma diferente del alfabeto Anthropos.
a = como en francés madame; aquí no se escribe con punto de-
bajo.
= como en el inglés cat.
e = como en alemán See.
e = como en inglés pity.
i = como en alemán del norte Fisch; aquí no se usa raya debajo.
a = como en inglés not.
o = como en alemán yoll.
o = como en alemán so.
u = como en alemán Mutter; aquí no se escribe con raya debajo.
= sonido faríngeo sonoro, como en el árabe hamdu.
h = peculiar nasalización de la h, que sólo se encuentra en unión
con m, n y w.
p = como en alemán Paz.
w = como en inglés war.
gutural fuerte posterior, como en árabe.
= gutural fuerte posterior, como en alemán ach.
x = como en alemán ich.
y = como en alemán ja [y en inglés yes]; aquí se escribe sin
dos puntos encima.
t = dental posterior [dental-alveolar] , aquí escrita sin punto de-
bajo.
s = dental posterior [dental-alveolar], aquí escrita sin punto de-
bajo.
s = como sonido fricativo cerebral, ptóxima acústicamente 57 -1T
1 palatalizada.
= como en alemán eng [y en inglés long].
n = dental cerebral; aquí escrita sin punto debajo.
m 77..- como en alemán man.
r = escrita así, como gutural velar.
III.= escrita así, como gutural velar vibrante.
1 = escrita así, como gutural media.
é = como en español chileno (o como en alemán tsch).
g = como sch del alemán schon, o sh del inglés short ; escrita
sin punto debajo.
k' = k
t' = con ruidosa oclusión laringes. El fin de la oclusión de las cuer-
das vocales tiene lugar después de la explosión de la oclusión
bucal.

Lo longitud vocálica, como en á, se designa mediante una raya encima


de la letra.
La acentuación vocálica se expresa mediante el acento dinámico, como
en kánken, pero no se escribe en palabras monosilábicas como wax.
En los diptongos, tanto ascendentes, como en emiél, como descendentes,
como en llémwo, sólo se señala la vocal asilábica mediante un
arco debajo de la letra, independientemente de si la vocal silábica
que en esta unión siempre es larga, sea o no acentuada. Así, alná,
en lugar de eilná, koliót en lugar de kollot.
Dos vocales de igual valor son separadas por el apóstrofe, como en

Los sonidos susurrantes son señalados por un pequeño cero debajo


de la letra, como en 'd'ano- o en el alemán go/c/Ingn.
En los nombres propios que comienzan con una vocal acentuada, se
omite el acento dinámico, así Ulen en lugar de (len
Todos los nombres de personas, tanto de origen europeo como indí-
gena, con excepción de los mitológicos, aparecen en el texto en
mayúscula. En el índice de personas * al final del libro los nom-
bres indígenas se reproducen en grafía fonética; así por ejemplo,
HOTEX como "látex.

En cada indicación de fuentes la cifra que sigue al nombre del autor


significa el número de página de su obra. Por lo tanto CALLAR-
Do: 99 equivale a: ver GALLARDO, Los Onas, página 99. Por otra
parte (pág. 99), a diferencia de ello, significa "página 99 de la
presente obra". Para mayor sencillez se menciona sólo la página
en que comienza la cita, aun si ésta se extiende a lo largo de va-
rias páginas.

* Se omite en la presente edición. (N. E.)


Reproduzco los nombres geográficos en la forma comúnmente utili-
zada en el lugar en que se encuentran. La capital del Territorio
de Magallanes, situada en el Estrecho de Magallanes, se llamó
desde su fundación P u n t a Arenas. Durante la impresión
de esta obra el gobierno chileno dispuso el reemplazo de este
nombre por el de M a g a 11 a n e s. Para no crear confusiones se
conservó el nombre primitivo de aquella ciudad "Punta Arenas"
en todo el texto.
Indice

Prólogo a la edición argentina xI


Prólogo a la edición austríaca xxiii
Agradecimiento xxvii
Notas al texto XXIX
Indice XXXII I
indice de ilustraciones XLVII

Primera Parte: Patria e historia de los selk'nam 1

A. La patria 2
a. La configuración geográfica 2
1. Situación y forma 3
2. El paisaje 4
3. El clima 6
b. La flora 8
c. La fauna 10

B. Historia del estudio de los selk'nam 18


a. Valoración de los informes anteriores 18
b. Los informes de los tiempos antiguos 21
c. Los trabajos de investigación de los últimos cincuenta
años 41
d. Mis cuatro viajes 59
1. Mi primer viaje 62
2. Mi segundo viaje 86
3. Mi tercer viaje 89
4. Mi cuarto y último viaje 93

C. Los selk'nam antes y ahora 108


a. El nombre de la tribu 111
b. Los grupos tribales 113
1. El grupo septentrional 114
AMO/ -4
2. El grupo m eridional 15
3. El grupo oriental 116
c. Su procedencia 120
1. Ponderaciones históricas 121
2. Alusiones mitológicas 122
3. Las posibilidades geográficas 124
d. Las relaciones con las tribus vecinas 125
1. Los selk'nam y los yámana 126
2. Los selk'nam y los halakwulup 129
e. Estadística demográfica 131
1. Estimaciones de épocas anteriores 131
2. Censos recientes 132
3. La antigua población 134
f. Bajo la influencia aniquiladora de los blancos 135
1. Los selk'nam según antiguos viajeros 136
2. Según la opinión de viajeros recientes 137
a. Los indios ayudan a los náufragos 137
13. Testimonios de observadores fidedignos 138
y. Actitud de europeos codiciosos 139
3. La lucha por su tierra 140
a. Los buscadores de oro 141
P. Los estancieros 143
y. Los cazadores de indios 144
4. Destrucción de la nacionalidad indígena 147
5. Vejaciones bajo el pretexto de la ciencia 152
6. Los blancos según el juicio de los selk'nam 153
a. Calificativos para los europeos 154
P. Su profundo desprecio por los blancos 155
7. La situación actual de los selk'nam 156
a. Se planearon reservas 157
R. Los indios fueron sistemáticamente perjudicados 158
y. La europeización embruteció al indio 159
g. La obra de los misioneros 163
1. Actividades de los misioneros protestantes 164
2. La obra misionera católica 166
h. El destino de un pueblo 171

Segunda Parte: La vida económica 175

A. La vivienda 176
1. La ausencia de asentamientos estables 176
2. La choza 177
3. El paraviento 180
4. La permanencia dentro de la vivienda 182
5. El campamento estable 185
6. El fuego 187
B. El vestido 190
1. La función del vestido 191
2. La preparación de las pieles 193
3. El vestido del hombre 195
4. El vestido de la mujer 199
5. El vestido de los niños 200

C. Higiene personal y adorno del cuerpo 201


1. El aseo personal 202
2. La higiene en la choza 205
3. La pintura del cuerpo 206
4. Objetos de adorno 209

D. Armas, instrumentos y utensilios 211


1. El arco 212
2. La flecha 216
3. La aljaba [o carcaj] 221
4. El tiro de arco 223
5. La honda 224
6. El venablo [o azagaya] de pesca 226
7. El venablo para leones marinos de los haus 227
8. El gran arpón de los haus 227
9. El cuchillo 228
10. El formón 229
11. El raspador 230
12. La lezna 231
13. Objetos de cuero 231
14. El cesto 237
15. Las habilidades técnicas 239
16. Hallazgos de instrumentos líticos prehistóricos 240

E. La obtención de alimentos 250


1. La caza del guanaco 250
2. Cómo se cazan y capturan cururos 258
3. La caza de leones marinos y zorros 259
4. La caza de aves 262
5. Cómo pescan los hombres con red y con sedal 266
6. Cómo buscan alimentos las mujeres 268

F. El modo de alimentación 272


1. Diversas limitaciones 272
2. Cómo preparan sus alimentos 276
3. Cómo conservan sus alimentos 277
4. Son selectivos 279
G. La inquieta vida nómada 282
1. ¿Por qué son un pueblo en constante movimiento? 282
2. El indio en camino 284
3. El selk'nam en perfecta adaptación a su medio
ambiente 285

Tercera Parte: orden social y costumbres tribales 287

A. Organización del matrimonio 287


a. La preparación y celebración del matrimonio 288
1. La edad para contraer matrimonio 288
2. El cortejo 291
3. Visión idealizada de la persona amada 295
4. Cooperación de los parientes 296
5. Exogamia 298
6. Libertad en la elección del cónyuge 300
7. La petición de mano propiamente dicha 305
8. La boda 309
9. Comportamiento hacia los suegros 311
b. La vida conyugal 313
1. Monogamia 314
2. Poligamia 315
3. Obstáculos para el matrimonio y divorcio 321
4. El levirato 326
5. División del trabajo 327
(t. La ocupación del hombre 328
B. La ocupación de la mujer 330
y. El trabajo conjunto de ambos esposos 331
6. Soltería 332
7. Relaciones entre los cónyuges 334

B. Padres e hijos 340


a. El lactante y su cuidado 340
1. El deseo de tener hijos 341
2. Origen del niño 342
3. El parto 343
4. La primeriza 346
5. El comportamiento del marido 348
6. Prescripciones alimentarias para los cónyuges 349
7. Tratamiento del recién nacido 349
8. Alimentación del lactante 356
9. Otorgamiento de nombres 359
10. Cómo se aprende a hablar 362
11. Juegos y juguetes 363
12. Valoración del niño 364
13. Infanticidio 366
14. Estadística infantil 367
b. El niño mayor y su educación 368
1. Separación de los sexos 369
2. La relación entre hermanos 371
3. Los juegos de las niñas 372
4. Cómo juegan los niños 376
5. Trato educativo de la juventud 378
a. Idea rectora de la educación 379
p. Los educadores 380
y. Contenido de las instrucciones 382
h. Medidas educativas 384
E. Niños de mala índole 386
C. El éxito general 387
6. Las niñas con motivo de la primera menstruación 388
a. Manera de tratar a las niñas 389
(3 Las mujeres durante la menstruación 391
y. Origen de la menstruación 391
7. La relación entre padres e hijos 392

C. Parentesco y comunidad tribal 394


a. El parentesco 394
1. Los integrantes de la familia (biológica) 395
2. Los lazos de sangre 395
3. Vocabulario de parentesco 396
b. La comunidad tribal 397
1. Los grupos regionales 397
2. El jefe de un grupo regional 399

D. El sistema de la propiedad 401


a. Los distintos bienes de propiedad 401
1. La propiedad comunitaria 401
a. El concepto de propiedad 402
p. La subdivisión de la tierra en propiedades de
los linajes 402
y. Formas especiales de propiedad 406
2. La propiedad privada 408
a. La propiedad individual 408

111
1
P. La propiedad de la familia
b. Los títulos de propiedad
1. Entrega de la Isla Grande por mandato (del Alto
409
410

Dios) 411
2. La toma de posesión 411
3. Elaboración propia y recolección 412
4. El trueque 413
5. Regalos 414
6. Préstamos y herencia 415
7. Infracciones al derecho de propiedad 415
all 11.11.1
E. Guerra, venganza de sangre y duelos 417
a. Causas y frecuencia de los asaltos 417
1. La frecuencia 418
2. Los motivos especiales 419
b. Los preparativos para el combate 421
c. La forma de combate 424
d. El botín 426
e. La venganza de sangre 428
f. El duelo
1. La lucha de los hombres 429
2. El duelo a flechazos 430
3. Las disputas verbales entre las mujeres 431

F. Los deberes sociales y generales 434


a. Derecho y costumbres 435
b. Virtudes sociales 438
1. Modales indígenas 438
2. Las relaciones privadas 440
3. Desprendimiento y generosidad 448
c. Cuidado del bienestar común 449
1. El orden general 450
2. La previsión social 451

Cuarta Parte: El mundo espiritual de los selk'nam 457


A. Religión y moralidad, Más Allá y duelo 458
a. Los conceptos y las actividades religiosas 459
1. Crítica de los informes 460
a. Publicaciones relativamente antiguas 460
3. Informes de los misioneros 462
y. Mis propias observaciones 465
2. Personalidad y propiedades del Ser Supremo 470
a. Rasgos característicos personales 470
13. Forma de existencia y propiedades 473
y. Su relación con todo lo creado 477
3. La veneración tributada al Ser Supremo 482
a. Veneración religiosa y actos cúlticos 483
13. La actual superficialización de la antigua creen-
cia en Dios 487
4. Originalidad de la creencia de Dios 489
a. Credibilidad de los informantes 490
P. Argumentación negativa 490
y. Credibilidad interna 492
b. La situación en cuestiones de moral 493
1. La efectividad de la conciencia moral 493
a. Aptitud para los juicios valorativos morales 494
P. La conciencia 494
y. El compromiso interior 495
h. Influencia sobre la juventud 496
2. El autor del orden moral 496
a. La transmisión de la ley moral 496
P. La autoría 497
3. Premio y castigo 498
a. Sin compensación en el Más Allá 499
P. La voz de la conciencia 499
y. Penitencia por las faltas 499
i. Sin compensación terrenal especial 501
4. Contenido de la ética selk'nam 501
«. Obligaciones religiosas 502
P. Obligaciones de la persona individual 503
y. Obligaciones de ambos cónyuges 504
h. Obligaciones de los padres y de los hijos 505
F. Preceptos generales 507
5. Originalidad y decadencia actual de la moral 510
c. Alma y Más Allá 512
1. El alma humana 512
a. El concepto del alma humana 512
p. Esencia y propiedades 513
y. Origen y continuación de la vida 514
2. El Más Allá 515
a. La representación del Más Allá 516
P. El destino en el Más Allá 517
d. Muerte, sepultura y duelo 518
1. La muerte 518
(1. Conducta del moribundo 518
fi. Conducta de los circunstantes 520
y. El causante de la muerte 521.
2. El sepelio 522
u. Preparación del cadáver 522
(3 . Sepultura 524
y. Los bienes del difunto 527
3. Manifestaciones de duelo 529
a. Duelo en presencia del cadáver 529
P. La conducta personal 530
y. Honras fúnebres comunitarias 536
h. Motivos de duelo y de consuelo 539

B. Mitología y cosmogonía 543


a. Las personalidades importantes 545
1. Kenos 545
(x. Su procedencia 546
13. Su actuar 548
y. El salvador 554
2. Cenuke 555
3. Kwanyip 556
11111111111 11~1 41~---41•11~111114~11

a. Su familia 556
P. Sus esposas 557
y. Su patria 558
5. Su nacimiento 559
E. Sus hazañas 559
t. Abandona este mundo con su familia 566
n. Su retrato moral 567
4. easkels 568
a. Su patria 568
P. El gigante y devorador de hombres 568
y. Mata mujeres y niños 569
5. Sus perros 569
E. Cómo se viste 570
t. Mantiene prisioneros a los dos Sasán 570
n. Su pedernal 571
O. Es ultimado por Kwányip 572
5. Sol y luna 576
a. El hombre-sol mayor y el hombre-sol menor 577
P. Sol y luna se enemistan 574
y. La mujer-luna odia a los seres humanos 575
b. Las manchas de la luna a p77
E. Las fases de la luna 41178
t. El eclipse lunar 579
Es peligroso mirar fijamente a la mujer-luna 580
b. Otros mitos y leyendas 581
1. Mitos que se refieren a particularidades geográficas
de la tierra de los selk'nam 582
a. La lucha del sur contra el norte 582
p. Cómo Táiyin vino en ayuda de la gente 588
y. Cómo el pájaro carpintero ultimó a la mujer
egoísta 592
5. Cómo se distribuyó la tierra 594
E. La historia de los delfines 598
2. Un mito acerca del diluvio 600
3. Mitos que realzan hazañas de los antepasados 601
a. Cuán astuto fue Kaákoyuk 601
P. Kaákoyuk y Soikáten se hostilizan 604
y. Cómo O'táéix atrapaba los zorros 605
5. La primera guerra 607
e. La historia del poderoso Oixála 607
Z. Del bello Alekspo'ot 608
n. Cómo vivía Elkotélen 608
O. Todo lo que inventó Kokpomec 608
t. Una mujer devora a su pequeño cuñado 610
x. Cómo se vengó Kwaiyul 611
La venganza de Kwaiyul 612
4. Narraciones que tienen por tema la acción de los
hechiceros 614
a. La venganza de Elánkaiyink 614
p. Cómo se vengó Hacamses 617
y. Cómo Onkolxón refutó a su adversario . . .... 622
5. Historias dedicadas al guanaco 624
a. El hombre-guanaco y sus dos hijas 624
P. Por qué el hombre-guanaco vive con sus hijas 625
y. Cómo Sakanusoyin cazaba los guanacos 627
8. La guanaca del norte 628
e. Cómo el guanaco obtuvo su color 629
S. Por qué Xó'olce no se convirtió en guanaco 630
n . El zorro y el guanaco 630
O. El consejo que el zorro dio al guanaco . . 631
6. Mitos de animales con idea central específica 631
a. La historia del albatros grande 632
P. La historia de Emienpó'ot 636
y. De cómo un león marino se enamora de una
muchacha 640
h. El león marino y su mujer 642
E. La competencia entre el piojo y la lagartija 646
t. La historia Kokat 646
TI. Por qué se mantiene oculto el verderón 646
O. Cómo el autillo ultima a su cuñada 647
El carancho y el cormorán en lucha 649
x. Cómo el chingolo y la loica lucharon entre sí 649
c. Una cosmogonía 650
1. Cielo y Tierra 651
a. El comienzo del mundo 651
P. Conformación del aspecto de este mundo 652
y. Fenómenos atmosféricos 653
2. Los antepasados y su época 660
a. Delimitación de la época de los antepasados 660
R. Animación integral del mundo visible 661
y. Parentesco de los antepasados 664
Característica individual de los antepasados 665
3. Una cronología original (primaria) 669

C. Creencia en espíritus y superstición 672


a. Los yosi 672
1. Su naturaleza y su origen 672
2. Su conducta frente a los seres humanos 675
3. Tres historias de Yosi 677
a. Cómo un hombre lucha con un Yosi 677
P. Un hombre reconoce en un Yosi muerto a su
hermano 67Z1
y. Cómo una mujer se defiende del Yosi 678
b. Superstición e interpretación de sueños 680
1. El animal en la superstición 681
2. Otras costumbres supersticiosas 686
3. Interpretación de sueños 690
mea
D. La institución de los hechiceros 692
a. Posición social del hechicero 693
1. No forman una asociación o gremio 694
2. Al servicio de la comunidad 696
3. Prerrogativas durante las ceremonias de los Kló-
keten 699
4. El recuerdo de los hechiceros famosos 699
5. Venganza del pueblo contra un hechicero desa-
gradable 705
b. Personalidad del hechicero 708
1. La participación de ambos sexos 708
a. Los xon masculinos 708
P. Los xon femeninos 709
2. La disposición anímica del hechicero 710
a. ¿Los xon están mentalmente sanos? '710
P. ¿Creen ellos mismos en sus facultades? 712
y. ¿Qué es lo que lleva al individuo a dedicarse a
esta profesión? 715
3. La conformación física del hechicero 716
a. ¿Cómo está conformado un xon plenamente des-
arrollado?
p. Cómo se realiza la transformación 717
c. La actuación profesional de los hechiceros 719
1. Algunas aclaraciones de conceptos 719
a. El kwáke 720
P. El wáiyuwen 722
y. El há'hmen '724
h. El canem 726
E. El yauater 726
S. El sueño 727
1. El canto 729
2. Proceso y pormenores de una curación 731
a. El "estar enfermo" 731
p. Preparativos 733
y. La curación 733
S. Si el mal regresa 739
3. El daño a otro 740
a. Cómo produce el kwáke 740
P. Cómo opera con el canem 741
y. Cómo causa la muerte 741
S. Cómo causa daño a los presentes 743
F. Cómo utiliza su poder de visión 744
4. Su forma de actuar durante conflictos y guerras 745
5. La facultad de influir sobre el tiempo 748
6. Conducta ante la mujer-luna 749
7. Pruebas de fuerza especiales 751
8. La retribución para los hechiceros 754
d. Determinación y preparación de los que tienen vocación 755
1. La vocación 755
a. Vocación extraordinaria 756
P. Vocación disimulada 757
2. La preparación especial 758
a. Adaptación profundizada 759
p. Pruebas individuales 760
e. La reunión festiva 762
1. Motivo y finalidad 762
2. Desarrollo de la celebración 764
3. La conclusión mediante obsequios recíprocos 774
4. Algunos conceptos complementarios 776
f. El hechicero en la cosmovisión selk'nam 777
1. Origen de la institución de los hechiceros 777
2. Posición del hechicero respecto del Ser Supremo 778
3. El alma del hechicero 779
4. Muerte y sepultura del hechicero 781

E. La ceremonia del Klóketen 785


a. Toma conocimiento de la ceremonia por parte de los
europeos 785
1. Las primeras noticias de la celebración del Klóketen 786
2. Los informes existentes hasta ahora 787
3. La participación directa de europeos 789
4. Mi acceso al conocimiento de estos secretos 791
b. Introducción y preparativos 797
1. Motivo y duración 798
a. La época del año más adecuada 798
P. Los distintos motivos 798
y. Su extensión temporal 800
2. El derecho de participación 801
a. Reglamento general 801
p. Participación efectiva 802
y. Cuestiones de propiedad 803
S. Exclusión de las mujeres 804
3. Preparativos mediatos 805
a. Primeros acuerdos 805
p. Los iniciandos 806
y. El inspector 807
h. La elección del lugar 809
E. El día de la inauguración 810
4. Preparativos inmediatos 8_2
a. El levantamiento del antiguo campamento 812
P. El nuevo campamento 813
y. La construcción de la Choza Grande 814
h. Los participantes activos 819
e. Estados de ánimo de la comunidad 820
c. Desarrollo de la ceremonia 821
1. Inauguración y presentación de los iniciandos 821
a. Los hombres se reúnen 822
P. Los candidatos son preparados 823
y. Los iniciandos son trasladados 827
h. Recepción en la Choza Grande 829
e. Las primeras instrucciones 832
t. La primera noche en el bosque 834
2. El mito del origen 836
(a) El mito que narra el origen del Klóketen de las
mujeres 836
a. El narrador y su técnica narrativa 836
P. Texto del mito 838
(b) El mito que narra el origen del Klóketen de los
hombres 849
a. El narrador y su técnica narrativa 849
P. Texto del mito 849
(c) El mito de la difusión del Klóketen 853
a. Cómo se relata este mito 853
P. Texto del mito 854
y. Algunos conceptos complementarios ,:859
(d) Las consecuencias de este mito 862
a. Para los hombres 862
P. Para los iniciandos 867
y. Para las mujeres 869
h. Para los niños 882
3. Apariciones de espíritus y juegos (actuaciones) 886
a. Esencia y representación de los espíritus 887
p. Los diferentes espíritus y sus actuaciones 894
4. El orden del día 984
a. Algunas consideraciones de orden general 984
P. Orden del día para los hombres 986
y. Orden del día para los candidatos 991
h. La participación de las mujeres 1013
E. Participación de la madre del Klóketen mayor 1018
5. Clausura de la ceremonia 1022
a. Causas para la finalización 1022
p. Se da a conocer la clausura 1026
y. El abandono de la Choza del Klóketen 1027
h. La conducta posterior de la gente 1028
E. Algunas observaciones complementarias 1030
d. Desarrollo de las ceremonias en el invierno de 1923 1033
e. Evaluación histórico-cultural de la ceremonia del
Klóketen 1051
1. La parcialidad de la meta contenida en la celebra-
ción del Klóketen es un cuerpo extraño en el pano-
rama cultural de los selk'nam 1052
2. Considerada según su aspecto educativo, la institu-
ción del Klóketen es una verdadera escuela de ini-
ciación de la pubertad 1056
3. Las deducciones más importantes 1058

F. La aptitud espiritual 1059


1. Fuerza espiritual y agudeza de los sentidos 1060
a. Inteligencia y razón 1060
P. Memoria y facultades de imitación 1063
y. Desarrollo de la fantasía y de los sentidos 1066
S. Adaptación al europeísmo 1073
E. El lenguaje 1077
2. El saber básico 1078
a. Las facultades de justipreciar y contar 1080
13. La división del tiempo 1082
y. Astronomía y meteorología 1084
S. El conocimiento geográfico 1087
E. El conocimiento de plantas y animales 1090
C. El arte de curar 1092
3. El sentido de la belleza y la actividad artística 1097
a. La aptitud artística 1097
P. Los adornos del cuerpo 1099
y. La belleza física 1102
4. Diversión y juego 1105
a. Sociabilidad y diversión 1106
(3. Juegos y acontecimientos deportivos . . 1108
5. El carácter del pueblo selk'nam 1116
6. Carácter general de la cultura selk'nam 1126

Bibliografía 1131
Indice de ilustraciones

Fig. 1. Primera representación geográfica del Monte Sarmiento 6


Fig. 2. Haya de hoja caduca 8
Fig. 3. Haya siempreverde 9
Fig. 4. Haya de hoja caduca 9
Fig. 5. Guanaco en la nieve 13
Fig. 6. El guanaco 13
Fig. 7. Berberis con frutos 16
Fig. 8. Fueguinos del grupo haus entre págs. 32 y 33
Fig. 9. Los "hombres con cola" 40
Fig. 10. TOIN, el hombre que me salvó la vida 106
Fig. 11. Las armas más importantes son el arco y la flecha ... 109
Fig. 12. Migración de la familia selk'nam " 174
Fig. 13. Pernettya pumila 784
Fig. 14. Choza del grupo meridional 178
Fig. 15. Choza del grupo septentrional 180
Fig. 16. El paraviento 181
Fig. 17. Planta de una choza 183
Fig. 18. Choza en la releve 186
Fig. 19. Tenaza paya el fuego 187
Fig. 20. Arbusto de matanegra en flor 189
Fig. 21. Pieles tendidas a secar 192
Fig. 22. Corte de las sandalias 195
Fig. 23. Una sandalia 196
Fig. 24. Adorno frontal de los hombres 197
Fig. 25. Cubresexo de niña 199
Fig. 26. Visera para niños de pecho 201
Fig. 27. Peine de barba de ballena 204
Fig. 28. Hueso maxilar del delfín usado como peine 204
Fig. 29. Collar de trocitos de hueso 209
Fig. 30. Pulsera fabricada con juncos 210
Fig. 31. Arco y flecha 213
Fig. 32. Piedra arenisca para alisar el astil de la flecha 217
Fig. 33. Varillas de hueso para trabajar las puntas de flecha 219
Fig. 34. Retalla de la punta de flecha 220
Fig. 35. Diversas formas de puntas de flechas 221
Fig. 36. Flecha para ejercicio y para cazar aves 221
Fig. 37. La aljaba 222
Fig. 38. Posición de las manos al tender el arco 222
Fig. 39. La honda 225
Fig. 40. La azagaya de pesca 226
Fig. 41. El cuchillo 228
Fig. 42. El formón 229
Fig. 43. El formón 229
Fig. 44. El raspador 230
Fig. 45. La conformación del raspador 230
Fig. 46. El raspador 231
Fig. 47. Lezna con punta de hueso 231
Fig. 48. Lezna con clavo de hierro 231
Fig. 49. Bolsa de cuero de hombre 232
Fig. 50. Bolsito para guardar los utensilios para hacer fuego . 233
Fig. 51. Correa portadora de la mujer 234
Fig. 52. Este junco sirve para trenzar cestos 236
Fig. 53. La técnica del trenzado 238
Fig. 54. Borde superior y sección inicial de una canasta pequeña 238
Fig. 55. Cuchillo de piedra de esquisto negro, hallado al norte
del río Grande 240
Fig. 56. Cuchillo de jaspe verde y raspador de esquisto negro,
hallados junto al río Chico 241
Fig. 57. Instrumentos de piedra de la costa de Bahía Inútil 242
Fig. 58. Hallazgos de superficie de la región entre río Chico y
río Grande 244
Fig. 59. Cuchillo sobre lasca de esquisto rocoso negro, hallado
junto al río Chico 245
Fig. 60. Hoja maciza y fragmento de lasca 246
Fig. 61. Hacha de mano ovalada de esquisto rocoso negro 247
Fig. 62. Hojas de piedra. Halladas junto al río del Fuego 248
Fig. 63. Utensilios de piedra de la estancia Viamonte 248
Fig. 64. Utensilios de piedra de la estancia Viamonte 249
Fig. 65. Gran trampa de lazos para aves 263
Fig. 66. La antorcha 265
Fig. 67. La gran red 267
Fig. 68. Agracejo con bayas 269
Fig. 69. La raíz comestible 270
Fig. 70. Jaramago antártico 271
Fig. 71. Concha de Voluta 274
Fig. 72. Bolsa de cuero para agua 275
Fig. 73. Caminan por el agua baja de la orilla 283
Fig. 74. Ranunculus peduncularis 1129
Fig. 75. El brazalete del novio 308
Fig. 76. Pintura nupcial del novio 310
Fig. 77. Correa que sostiene al niño 354
Fig. 78. Muñeca sencilla 374
Fig. 79. Muñeca completa. Vista de frente y de atrás 375
Fig. 80. Aro de pasto donde los muchachos practican tiro al
blanco 377
Fig. 81. Empetrum rubrum 455
Fig. 82. Corte de cabello en forma de tonsura como señal de luto 534
Fig. 83. Ribes Magellanicum 558
Fig. 84. La Constelación: &nuke 1111 654
Fig. 85. Disposición del campamento en la ceremonia Klóketen 811
Fig. 86. Plano de la Choza Grande con los siete pilares principales 817
Fig. 87. Posición de los iniciandos durante el pintado de sus
cuerpos 826
Fig. 88. Danza masculina para la magia del tiempo 977
Fig. 89. Un pequeño cesto bien trabajado 1098
Fig. 90. Cordoncitos de tendón como collares 1101
LOS INDIOS DE TIERRA
DEL FUEGO

TOMO PRIMERO

VOLUMEN I

Primera parte: Patria e historia de los selk'nam.


Segunda parte: La vida económica.
Tercera parte: Orden social y costumbres tribales.
PRIMERA PARTE

Patria e historia de los selk'nam

La Tierra del Fuego gozó durante mucho tiempo, y en parte aún


hoy en día, de una temible celebridad. Su posición aislada en el remoto
extremo sur del continente sudamericano, que se angosta en dirección
al polo, despierta sensaciones de temor en cualquiera que la observa
en el mapa. Este pedazo de tierra es, en efecto, inamistoso e inhóspito,
aunque los antiguos navegantes lo han pintado con tintas excesiva-
mente cargadas. Uno se siente casi tentado a poner en duda que
sea realmente habitable y capaz de dar vida a algunos miembros muy
desplazados de la familia humana.
La "Tierra del Fuego" de ninguna manera resulta geográficamente
determinada de manera exacta. Por lo general se designa con este nom-
bre al, extenso mundo insular que se extiende desde el Cabo de Hornos
hasta el Estrecho de Magallanes, y más hacia el norte aún en la costa
occidental del continente. Esta extensa circunscripción geográfica con-
tiene por cierto a las tres tribus indígenas que allí viven, y que se cono-
cen con el nombre de "fueguinos". Pero ya la Mission Scientifique du
Cap Horn había propuesto designar a ese extenso imperio de innume-
rables islas como "grupo insular magallánico", pues mucho tiempo
antes ya se hablaba en Chile del 'Archipiélago de Magallanes". No
obstante ello, siguió rigiendo una denominación variable. Con suficiente
justificación se reserva el nombre de 'Tierra del Fuego' para la Isla
Grande que, por ser la isla mayor de ese archipiélago, aparece como
la continuación directa del continente sudamericano al sur del Estre-
cho de Magallanes. Esta Isla Grande es la patria de los selk'nam, mien-
tras más al sur de ella, en el archipiélago del Cabo de Hornos, viven
los yámana, y en la región insular occidental hasta el Golfo de Peñas
habitan los halakwulup 1 .
.Este libro se ocupará exclusivamente de los selk'nam. El conoci-
miento de su patria es una condición ineludible si se pretende com-

Algunos adjuntan este territorio a la Patagonia. Ver NORDENSKJOELD (e):


663, SKOTTSBERG (f): I, 3 y STEFFEN (b): 3.
2 En GUSINDE (h) se han delimitado exactamente las fronteras de las tribus
y de los subgrupos dialectales.

iimillwww av
prender la forma de vida y la organización económica de estos indí-
genas. Con la expresión "Tierra del Fuego", en sentido estricto, me
refiero de aquí en adelante siempre a la Isla Grande. Las primeras no-
ticias de los aborígenes de aquellos lugares llegaron a Europa hace
400 años, y desde entonces fueron descriptos cada vez con mayor exac-
titud por viajeros posteriores, hasta que yo mismo los visité detenida-
mente en los últimos años. El completo éxito del estudio científico
recién se produce al final de aquella larga e incompleta historia de la
investigación. Paralelamente con ello se d rolló el destino de
pueblo sufrido que hoy, mie as escribo e ya no alcanza a un
tenar de sobrevivientes.

Las frías corrientes provenientes del polo sur, las rudas y fre-
cuentes tormentas, el fuerte y elevado oleaje de aquellas lejanas regio-
nes hacían estremecer a los antiguos navegantes 3 Acerca de ellas emi-
.

tían los juicios más desfavorables y hasta hoy en día se mantienen


',

vigentes graves prejuicios al respecto. Ciertamente, aquellas aguas, aún


desconocidas, eran más peligrosas para las pequeñas carabelas que se
balanceaban por su camino, que para el merodeo de los indígenas por
su áspero terruño. Hoy en día, el europeo explota también las muy
escasas posibilidades de la tierra fueguina, y lo hace con buen éxito.
Miles y miles de ovejas pastan ahora pacíficamente donde desde hace
siglos, y hasta muy poco tiempo atrás, el indígena perseguía al gua-
naco en libertad irrestricta. En apenas cuatro siglos, esta región al-
canzó un progreso económico inmenso 5, pero dentro de pocos años se
buscará allí en vano al aborigen. Hoy el aspecto de esa isla es total-
mente distinto de lo que fue en siglos pasados cuando ningún extraño
hubiera osado avanzar hacia el interior.

a. La configuración geográfica
La particularidad del paisaje de la Isla Grande fue investigada en
estos últimos tiempos a fondo y exhaustivamente por investigadores
de las más; diversas nacionalidades, comenzando por Jumo POPPER,

3 Con más razón se alabaron sus intrépidas empresas. Citamos aquí a Go-
MARA, un contemporáneo de los primeros descubridores: "Los esfuerzos y peligros
a que fue sometido Ulises no fueron nada en comparación con aquello que Ma-
CALLANES, SEBASTIÁN ELCANO y sus compañeros sufrieron y superaron. El barco
de Jasón, "Argos", tantos veces nombrado por los historiadores y los poetas, ca-
rece de interés en comparación con la "Victoria". Grandes eran los viajes que
realizaron los barcos del rey Salomón, pero aquellos que realizó la "Victoria"
de Carlos V eran inmensamente más significativos y magníficos, y en conmemo-
ración eterna de sus triunfos tendría que haber sido guardada en el Arsenal de
Sevilla..." (según Kom: 351).
4 Muchos de ellos se leen en la recopilación de FALCALDE, Kom. y KOELLIKER,
y últimamente en BARCLAY (a): 78 y (d).
5 El progréso y la riqueza de la región Magallánica es narrado extensamente
por: FUENTES, GUERRERO, BASCUÑÁN, HERRERA (a), NAVARRO, VERA, ZORRILLÁ y otros.
pasando por OTTO NORDENSKJOELD 6 y sus coterráneos suecos, hasta lle-
gar al misionero salesiano DE AGOSTINI. También los primeros nave-
gantes realizaron estudios útiles sobre la geografía de estas costas y la
ubicación de los puertos, lo que proporcionó seguridad y alivio a sus
sucesores de la época actual. Con cada siglo los conocimientos acerca
de aquellas regiones avanzaron a pasos agigantados'.
Con breves rasgos pintaré el panorama de la patria de los selk'nam
y solamente en la medida necesaria para facilitar la comprensión de
su forma de vida.

1. Situación y forma
Claramente se reconoce la Isla Grande como un trozo de tierra
desprendido del continente. En la Primera y en la Segunda Angostura
ambos se acercan a sólo muy pocos kilómetros. Las olas del Atlántico
y del Pacífico bañan las costas de esta isla, y ambos océanos conflu-
yen en el Estrecho de Magallanes y en el Canal de Beagle.
Las costas de la Isla Grande podrían inscribirse en un triángulo
cuya base estaría formada por el casi rectilíneo Canal de Beagle, en
tanto su cúspide se ubicaría en la Punta Anegada, cerca de la Primera
Angostura. Su superficie es de 48.110 km cuadrados S .

Esta tierra resulta abundante en contrastes. La conforma-


ción de las costas ya evidencia dos formas diferentes. Toda la costa
oriental atlántica, incluyendo la costa sur del Estrecho de Magallanes
hasta el borde inferior de la Bahía Inútil, muestra la estructura uni-
forme de la costa patagónica. Las restantes costas del sur y el occi-
dente están intensamente fragmentadas y desgarradas profusamente.
En la mitad superior de la isla la Bahía Inútil y la Bahía San Sebas-
tián se acercan profundamente una a otra, de modo que algunos de
los primeros' navegantes consideraron a esta última como salida de
un brazo/de mar 9 J. LADRILLERO descubrió en julio de 1558 la Bahía
.

Inútil y el Seno del Almirantazgo, a los que dio el nombre de "Los


Boquerones", pues creyó que ambos eran canales. Las costas de la
región septentrional están muy suavemente inclinadas en algunas par-
tes, pero en otras forman acantilados de una altura de sesenta metros
e incluso hasta de noventa y cinco, como cerca del Cabo Domingo.

6 Sus trabajos son los más voluminosos y tienen en cuenta anta todo la geo-
logía y geografía del país. SKOTTSBERG y REICHE han descrito con exactitud la flora,
y otros especialistas, como BANKS, BARCLAY y DABBENE, lo hicieron con la fauna.
Sólo puedo remitirme a los exhaustivos estudios de estos autores, sin mencionar
las muchas publicaciones individuales, fácilmente accesibles.
7 Ver a ese respecto la valiosa recopilación Los descubridores del Estrecho
de Magallanes i sus primeros esploradores, en: Anuario Hidrográfico de la Marina
de Chile, año V, VI, VII, Santiago 1879, 1880, 1881; y además, VARGAS y PONCE.
8 Corresponde casi exactamente a la extensión territorial de Württemberg,
Baden y Alsacia-Lorena en conjunto, o a la de Costa Rica.
9 Le dieron el nombre de "Estrecho de San Sebastián". Puede verificarse
en el mapa en Beschreibung der Spanischen Macht in America, Sorau 1771; y en
el mapa, más antiguo aún, de los dos NODALFS Ver MARKHAM: Early Spanish
Voyages to the Strait of Magellan, The Hakluyt Society, S. II. N? 18; London 1911.
VIMIWN‘lw 1".1, MIZPV :(K4 E‘ mimagaiwask wrigiap:

A este acantilado se antepone una franja de terreno de unos cien a


ciento treinta metros de ancho, que avanza con una muy leve inclina-
ción hacia el lecho del mar. En estos lugares, la marea baja retrocede
en algunos puntos más de dos kilómetros mar afuera. Las restantes
costas en el sudoeste se asemejan a la costa acantilada andina, con
sus incontables bahías y canales semejantes a fiordos, de los que emer-
gen islas y rocas multiformes. De todos éstos, el que más profunda-
mente penetra en la Isla Grande es el Seno del Almirantazgo. El Lago
Fagnano 10 de unos 8 km de ancho y aproximadamente 90 km de larko,
,

aparece como la prolongación natural de aquel seno hacia el este. El


límite hacia el sur está formado por el Canal de Beagle, con costas
menos abruptas y desgarradas en el este que en el oeste. Por supuesto
que los canales semejantes a fiordos ya tienen considerables profun-
didades a muy poca distancia de la tierra firme, contrariamente con
lo que sucede en las costas suavemente inclinadas en el norte y el este.
Solamente en estas últimas costas recoge el indígena algunos frutos
del mar.
Políticamente, esta isla se divide en dos partes, que desde el punto
de vista de la economía tienen valor diferente. El laudo arbitral de la
reina de Inglaterra, del año 1881, señaló como límite fronterizo una
línea exactamente meridiana que arranca en el Cabo Espíritu Santo en
la entrada del Estrecho de Magallanes, y desemboca en el Canal de
Beagle, pocos kilómetros al oeste de Ushuaia ". Precisamente la sec-
ción oriental resulta mucho más propicia para la cría de ovinos que,
junto con la cría de algunos bovinos, se realiza aquí con exclusividad.
El territorio montañoso del sur, en la parte chilena, carece completa-
mente de valor.

2. El paisaje
La recién descrita configuración de la costa según dos formas com-
pletamente diferentes refleja exactamente la conformación del suelo
en el interior del territorio. Aquí como allá prevalecen los ya men-
cionados tipos antagónicos del paisaje. "Pocas comarcas hay en el
mundo que —como la Tierra del Fuego— merezcan con toda justicia
la denominación de 'Tierra de Contrastes'. En el estrecho marco de
unos 50.000 km cuadrados es posible hallar en esta isla una repro-
ducción de toda la parte meridional de la América del Sur. Esto se
aplica al menos al tremendo contraste existente entre las cumbres
cubiertas de nieve de una cadena montañosa externa sobre la costa
del Pacífico, formada de rocas cristalinas, y una tierra baja, despro-
vista de bosques y de contornos suaves" (NORDENSKJOELD [Cl: 664)".
1 " Los oficiales argentinos MONTES y O'CONNOR "lo designaron así en honor
del misionero FAGNANO • ", como dice NORDENSKJOELD (c): 669. El primero de ellos,
el verdadero descubridor, lo fundamenta en una Carta abierta al limo Sr. Dr. A.
Aguilera, Obispo y Vicario Apostólico de Magallanes; Buenos Aires, diciembre 20
de 1921 (ver Boletín del Centro Naval, Año XXXIX, Isl9 432).
11 Los trabajos preparatorios de mensura obligaron a un estudio exacto de
la situación geográfica. Véanse los trabajos, fácilmente accesibles, de Houncx,
QUESADA y VERA.
12 Este geógrafo sueco ha estudiado con exactitud toda la geografía de aque-
llas tierras, por lo que me atengo a su relación.
Los geógrafos diferencian tres y hasta cuatro zonas. Para nues-
tros fines resulta suficiente la distinción entre la meseta septentrional
y el sur montañoso, a pesar de la zona de transición existente entre
ambas, conformada de manera diferente. El norte, por estar des-
provisto de bosques, se asemeja de algún "modo a la pampa y posee
una superficie ondulada. "El territorio podría considerarse como una
superficie baja, relativamente plana, sobre la que se hallan emplaza-
das colinas de diferente forma en una mezcla confusa. Estas colinas
tienen ora una configuración irregular y son extensas y desgarradas,
ora forman elevados conos aislados y regulares, o también colinas alar-
gadas y sencillas, ora también adquieren una conformación elíptica, o
de cráter, o hemisférica. Por doquier se caracterizan por tener lade-
ras relativamente escarpadas" (ibid., 665). Sea como fuere, este pai-
saje de serranías puede ser considerado como meseta. Ocasionalmente
se encuentran yacimientos terciarios al descubierto, u otros sepulta-
dos bajo grava de morena o de cantos rodados. Las alturas más ele-
vadas de esta meseta alcanzan en el sudoeste solamente los trescien-
ims metros. Pequeños ríos y arroyos serpentean hacia el mar en todas
clii ficciones. Nacen por lo general en lagunas o lagos pocio profundos,
que se encuentran en gran cantidad y se distribuyen irregularmente.
Especialmente en la costa noroccidental se los puede ob.ervar distri-
buidos en hileras interminables.
Poco más hacia el sur, las dos bahías que avanzan profundamente
tierra adentro encierran una amplia depresión. Aquí solamente sub-
siste una escasa vegetación, aunque abundan las plantas halófilas. Las
muchas lagunas poco profundas de aguas salobres se secan por lo ge-
neral en verano. A pesar de que esta planicie se separa en forma casi
rectilínea y muy marcada de la región norteña de colinas, estas dife-
rencias no significan un obstáculo para el indígena errante.
Más hacia el sur, el paisaje se modifica nuevamente. A partir del
Río Chico, llamado también Río Carmen Silva, que es con sus 30 km
de longitud el segundo en importancia de los ríos de Tierra del Fuego,
y que desemboca junto al Cabo Domingo, se extienden hacia el inte-
rior varias series de colinas bajas con forma de cono o de mesas.
Esta región se presenta entonces como una zona de transición hacia
la meseta verdadera al sur del Río Grande. Entre ellas hay muchos
valles profundos, que a menudo se ensanchan para formar superficies
bajas y pantanosas. Aquí comienza el bosque propiamente dicho, pri-
mero como parque y luego en extensas zonas cerradas.
Río Grande, de bierto en 1886 por LISTA y bautizado Río
' sistem fluvial más importante. Su desembocadura
-11"re, hasta- 10 km tierra adentro, el vaivén de la marea alta y baja.
Para la geografía fueguina separa el abierto paisaje septentrional des-
provisto de bosques y de aspecto pampeano de la región boscosa sure-
ña.. Dicho río ha contribuido a separar a los selk'nam en un grupo
septentrional y otro meridional.
Cuanto más se avanza hacia el s u r, tanto más se cierra el bosque,
que pronto se convierte en una selva de difícil acceso. Algunas elevacio-
nes aisladas permiten apreciar un amplio panorama hacia el norte so-
bre la depresión lentamente ascendente, cuyos bosques de hayas (Nota
111111111 11.111111 41~ 1111~111111~11111
del Traductor: lengas) verdinegras son interrumpidos por las anchas
y más claras cintas de los bajos pantanosos y las turberas. Aquí se
cuentan muchas menos lagunas y lagos, y también los ríos en la costa
sudeste recorren trechos muy cortos.
Y he aquí que se alzan escarpados e imponentes los afilados picos
de la Cordillera de Darwin y de la Sierra Valdivia (Nota del Traductor:
Según Carta General de la República Argentina —A.C.A.— Sierra Val-
divieso), con alturas mayores de 2.000 metros. Audaces fan " • s
estas dos cadenas dominanérterritorio, pér pen marnente s es-
ploman en las aguas del Canal de Beagle. Como la montaña más alta
se menciona alMonteSarmiento,con 2.400 metros (ver Fig. 1)",

Fig. 1. Primera representación geográfica del Monte Sarmiento, extraída de "Viaje


al Estrecho de Magallanes", por el Capitán PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA, Madrid
1768; Lámina II, Núm. 7

que está ubicado en el alejado extremo occidental, pero aún sobre el


territorio de la Isla Grande. Este monte es visible desde muy lejos. Las
comarcas montañosas al sur y al oeste del Lago Fagnano son recorridas
muy raras veces por los indígenas. Dejando de lado las sierras propia-
mente dichas, el terreno libre al norte del Río Grande sigue siendo muy
diferente de la comarca boscosa que se extiende entre este río y las
cumbres montañosas, de laderas escarpadas " (ver el mapa adjunto).

3. El clima

Los primeros navegantes ya habían señalado que el clima, de la


Tierra del Fuego es mucho más des fa v o r a b l e que el que co-
13 Su punta característica está casi siempre cubierta de espesa niebla, por
lo que ya SARMIENTO DE GAMBOA creyó que se trataba de un volcán. "Llegó hasta
los 54 grados, donde ingresó por el Canal S. Isidori... Allí se vió una montaña
cubierta de nieve que arrojaba fuego" (según BROSSES-ADELUNG: 133). En el mapa
de ROBERT DE VAUGONDY del año 1756 se encuentra registrado como "montaña que
arroja fuego".
14 Para la denominación geográfica de ríos, lagos, colinas, valles, cabos y
peñas sigue rigiendo una tremenda confusión, pues gente comedida les dio nom-
bre por su cuenta, y los gobiernos nunca realizaron luego una unificación de dicha
nomenclatura.
rresponde a la misma latitud geográfica en el hemisferio norte. En su
detallada "Descripción del Estrecho de Magallanes, división en tierras
altas y bajas. Temperatura, Suelo y productos del mismo. Animales"
(pp. 83 a 115) dice CóRnovA: 91: "Todos los autores de relatos de viaje
coinciden en que en el hemisferio sur hace el doble de frío que en el
septentrional, si tomamos puntos de la misma latitud". Según la ubi-
cación por latitud geográfica, nuestra región se situaría aproximada-
mente en Dinamarca, pues se extiende desde los 52°20' hasta los 55°
de latitud sur. Es que aquí se hace sentir la corriente marina fría pro-
veniente de la región del Polo sur, que arrastra consigo masas de aire
que avanzan del sudoeste y se hallan saturadas de humedad. A éstas
"se opone una corriente subtropical proveniente del noroeste, que se
desvía más hacia el oeste a medida que se aproxima al archipiélago
fueguino. Dado que ambas corrientes prevalecen alternativamente, se
produce el juego cambiante de los vientos predominantes en esta re-
gión, que oscilan entre noroeste y sudoeste. Estas masas de aire, una
vez que han descargado su humedad en las cumbres nevadas de la cor-
dillera, se precipitan como un torbellino sobre la zona pampeana de
la costa atlántica, adonde llegan secos y relativamente cálidos" (Acos-
TINI: 26 y POPPER [d] : 147).
Durante el verano, los vientos aparecen con mayor fuerza y a
veces soplan por varios días por la región montañosa. Las muchas
arboledas y bosques, las elevadas colinas y los valles de diferente
orientación que predominan en el sur protegen contra estos vientos,
de modo que en los rincones abrigados casi siempre reina un silen-
cio profundo, que aumenta la insondable solemnidad del paisaje.
Las lluvias son abundantes y frecuentes por todas partes, y en el
norte son azotadas fuertemente por el viento huracanado. El sur bos-
coso goza, sin embargo, de cantidades mucho mayores de precipitación.
Los vientos amainan ciertamente durante el invierno, pero al menos
durante cuatro meses hay elevadas acumulaciones de nieve
en los bajos, y por más tiempo aún en sitios cerrados. En determina-
dos valles encajonados y en algunas laderas los indígenas encuentran
buena protección.
Como consecuencia de lo dicho, no puede establecerse mediante
cifras la temperatura media en la Isla Grande, pues de región
en región se producen considerables contrastes. Con intervalo de po-
$ák, horas de marcha yo mismo he observado caídas de temperatura
4.4.10° o más, según sf eel lugar era abierto o estaba protegido contra
las frías corrientes de aire. Pero durante varias semanas se pueden
experimentar allí temperaturas de 15 a 25 grados bajo cero. Por su-
puesto que en la región meridional las masas de nieve se acumulan a
mayor altura que en el norte, y también permanecen allí por más tiem-
po. De la misma manera, los contrastes entre ambas regiones rigen
también durante el verano. El norte tiene aire más seco y uniforme-
mente caliente, mientras que el sur más húmedo parece, según la zona,
o más cálido o más fresco. POPPER (d): 151, por ejemplo, registró du-
rante cuatro años en su Páramo una vez como máximo + 28° (en enero
de 1890) y como mínimo dos veces sólo —15° (en junio de 1888). En
145i ~ir $440
plena temporada de verano, el 16 de enero de 1769, vivió BANKS: 54 una
nevada en la Bahía Buen Suceso 15 . Esto demuestra los cambios a que
se ve expuesto el tiempo allí, y que los diferentes lugares se hallan su-
jetos a influencias de muy diverso tipo 16. Las tempestades son muy ra-
ras y por lo general graves.
Helado y duro se presenta el invierno, y los días cálidos de verano
son escasos, sobre todo en el sur. Es cierto que el clima es sano y fres-
co, pero no todos soportan la tajante aspereza helada, las acumulacio-
nes de nieve y el fuerte viento.

b. La flora
Si la conformación del suelo y el clima difieren uno de otro entre
la región norteña y sureña de la Isla Grande, también debe mostrar
similares diferen-
cias la flora de am-
bas regiones.
El norte, prepon-
derantemente seco,
muestra la típica ve-
getación de estepa.
A ésta se agrega una
región intermedia
semihúmeda con
formación de par-
ques compuestos en
su mayor parte de
Notho/agus antarcti-
ca (ver Fig. 2). Esta
zona de transición
cede poco a poco
al húmedo bosque
Fig. 2. Haya de hoja caduca siempreverde del sur
y de las regiones
montañosas, donde predomina la Notho/agus betuloides (ver Fig. 3).
Esta división en tres regiones fitogeográficas resul-
ta claramente reconocible y, al mismo tiempo, permite ver la enorme
pobreza en géneros y especies. Ello confiere al paisaje cierta aburrida
monotonía y una desagradable uniformidad. Repentinamente disminu-
yen las especies de fanerógamas del norte seco, al avanzar hacia el
sur húmedo, donde abundan las criptógamas. Incluso los géneros antár-
ticos Acaena y Azorella tienen aquí algunos representantes endémicos.
Sólo muy pocas especies son comunes a las tres regiones fitogeográfi-
cas. En estos últimos tiempos la flora de la Isla Grande fue estudiada

Observaciones meteorológicas llevadas a cabo por unos pocos días, como


lo hicieron algunos viajeros como LISTA (b): 151, MARGUIN: 492 y otros, sólo pro-
porcionan una idea inexacta de la realidad.
16 Ver W. KNOCHE: Karten der Januar- und Junibevffilkung in Chile, Zeit d.
Ges. 1. Erdkunde zu Berlin, 1927, N" 4.
exhaustivamente por DUSEN y SKOTTSBERG 17 . En este trabajo sólo puedo
mencionar sus valiosos estudios, pues debo limitarme a un esquema
sucinto de las tres regiones principales.
Más sencilla aún y no menos justificada es la separación de la es-
tepa herbácea seca
del norte de la hú-
meda zona boscosa
del sur. El suelo
arenoso-arcilloso del
norte estepa-
r i o da vida a una
vegetación fuerte-
mente xeromorfa,
de baja altura.
nas especies de
z.„7------■ tos cubren esporádi-
camente el suelo,
J7' Arolholagris
betufordeb pastos entre los cua-
les sobresale Festu-
ca gracillima. Casi
exclusivamente en
laderas de colinas y
Fig. 3. Haya siemprevérde en agostas depresio-
nes se encuentran
densas acumulacio-
nes de arbustos ba-
jos, formados por
Baccharis, Berberis
y Chiliotrichum. A
lo largo de la costa
se puede encontrar
densas formaciones
de Baccharis cupres-
siforme. Toda la re-
gión seca aparece en
un color verde te-
nue, y al indígena
sólo le ofrece esca-
samente ramitas del-
gadas para el im-
prescindible fuego
Fig. 4. Haya de hoja caduca de la choza.
Al sur del Río
Grande comienza la región boscosa propiamente dicha, como zona
semihúmed a, que se extiende hasta las cadenas montañosas. La
especie más abundante es la Nothofagus antarctica de hoja caduca,
que en el otoño cambia el color de sus hojas a un maravilloso púr-
17 Este último ha clasificado y descripto el herbario recogido por mí. (Ver
Meddelanden f. Gateborgs Botaniska Traggard, II, 27; 1925/26.)
ain
pura. Entre ellos se observan las restantes especies de hayas, sobre
todo Nothofagus pumilio (ver Fig. 4), que junto con Maytenus mage-
llanicus [el `maitén1 y Drimys winteri forman el grupo de árboles de
tronco medianamente grueso. Todos ellos están rodeados de arbustos
tales como Chiliotrichum, Berberis y Fucsia, como si fueran setos. En
las turberas, a veces muy extensas, prolifera una abundante flora de
hidrófitas.
En la restante región húmeda de la Isla Grande predomina
la siempreverde Nothofagus betuloides, que forma bosques cerrados y
va acompañada de Maytenus y Drimys. En los claros y lindes del bos-
que se acumulan arbustos de Berberis, Pernettya y Fucsia, que consti-
tuyen verdaderas malezas. Esta vegetación incluso torna al bosque
parcialmente intransitable en su interior. La más hermosa de las flores
que brillan aquí es la Philesia buxifolia, de color rojo claro. Los mus-
gos forman, por así decirlo, una única alfombra. "No hay probablemen-
te ninguna región de la tierra —sin excluir tampoco las regiones húme-
das del trópico— que pueda exhibir una vegetación de líquenes más
frondosa que las partes de nuestro territorio abundantes en precipita-
ciones" (DusEN [b] :190). El guanaco encuentra aquí un jugoso pasto-
reo y el indígena tiene la leña bien a mano. Durante el invierno, la
densa cúpula del follaje de las hayas de hoja perenne ofrece una buena
protección contra la abundante nieve.
Más allá del límite de la zona forestal que, por lo general, ya se
ubica en los 300 metros de altura, predomina exclusivamente una flora
alpina. Durante el verano, el cazador encuentra allá a los guanacos que
forman manadas de muchas cabezas.
Cuando se cruza la Isla Grande de norte a sur cambia constante-
mente el paisaje. En la estepa herbácea la mirada vaga a lo lejos, en
tanto el bosque permanece oscuro y sombrío.

c. La fauna
Por más tentador que resulte desarrollar exhaustivamente la situa-
ción especial de la fauna fueguina, o recorrer el devenir de la significa-
tiva historia de la investigación de esta fauna, la consideración del apro-
vechamiento que el pueblo selk'nam hace de los animales existentes
nos impone limitaciones. En rasgos generales las especies se asemejan
a uno y otro lado del Estrecho de Magallanes, pero, de todos modos,
no faltan algunas diferencias llamativas. Aquel brazo de mar que en
su parte más angosta sólo tiene 4 km de ancho forma de hecho una
barrera zoogeográfica. Los animales propios de la pampa [patagónica] ,
como el ñandú (Rhea darwini), el puma (Felis concolor), el huemul
Cervus chilensis) (Nota del Traductor: Nuevo nombre científico: hip-
pocamelus bisulcus), el zorro gris (Canis griseus) y el zorrino (Conepa-
tus humboldtii) avanzan ciertamente hasta la costa norte del Estrecho
de Magallanes, pero no lo han cruzado. Las serpientes y los batra-
cios faltan completamente, al igual que muchos insectos que abundan
en el continente. Como en principio ni el clima ni las condiciones de
vida pueden ser responsables del contraste existente, NORDENSKJOELD
(i): II,7 considera "que circunstancias climáticas u otros impondera-
bles sólo han permitido muy tardíamente una inmigración de las for-
mas norteñas". De acuerdo con esto, menos aún puede situarse la co-
lonización de la Isla Grande por los indígenas en fecha anterior a
ese hecho.
En líneas generales la fauna es pobre en especie s, muestra
color mate y escasamente llamativo, y formas poco elegantes. Se mi-
metiza adecuadamente con la estepa herbácea casi por completo des-
provista de flores, y con el sombrío verde de los bosques antárticos
de hayas. Esta fauna complementa acertadamente la imagen gris opa-
ca e inamistosa de la lejana Tierra del Fuego, junto con los amenaza-
dores cúmulos de nubes en un cielo gris, los alargados bancos de niebla
y las raras ocasiones en que resplandece el debilitado sol, los gé-
lidos huracanes y las pesadas ráfagas de lluvia, y los paisajes yertos
de playas, turberas y nieve.
Los vertebrados e invertebrados de la fauna marina se hallan pre-
sentes en enorme cantidad y variedad, tanto de especies como de indi-
viduos. En algunas pocas regiones costeras privilegiadas pululan real-
mente las aves de mar y los mamíferos marinos, en tanto que en tierra
adentro la vida animal parece extinguida en algunas regiones. Llama-
tiva es la diferencia cuantitativa entre las aves terrestres, que práctica-
mente no se encuentran en el interior de la Isla Grande durante el in-
vierno, y las aves costeras y de alta mar, que durante todo el año están
presentes en número aproximadamente igual. Aquéllas ciertamente vi-
sitan durante el verano los pantanos y las lagunas incrustadas en los
valles sureños, pero emigran a comienzos del otoño hacia los pastos
del norte. Aquí el suelo resulta más fértil y el territorio más expuesto
a los rayos del sol. Por consiguiente, las posibilidades de caza para los
indígenas norteños y sureños también son diferentes. De todos modos,
dentro de la familia de los vertebrados, las aves representan una pro-
porción exageradamente grande, mientras los mamíferos terrestres con-
forman un grupo muy modesto. Entre los invertebrados predominan
los moluscos y los artrópodos.
Entre todos los animales de caza es el guanaco (Lama huana-
chus Mol., ver Fig. 5) (Nota del Traductor: nombre científico actual:
Lama guanicoé) el que resulta vital para la economía de estos fuegui-

allik II
nos. De sus parientes sudamericanos, los camélidos, sólo él alcanzó el

in
mo sur, llegando *luso hasta la Isla Navarino. Por su estatura
formación física, comparable sobre todo al ciervo real centroeuro-
peo 18, vive casi exclusivamente en manadas mayores o menores de
variable composición. Hay grupos compuestos exclusivamente por hem-
bras jóvenes, otros sólo de hembras y un macho adulto y algunos ma-
chos que aún no han alcanzado la edad de reproducción. Pero una vez
que estos últimos han crecido, se producen entre ellos graves luchas;
el macho más fuerte se afirma en medio de algunas hembras, en tanto

18 Tanto en tamaño como en color el guanaco patagónico difiere un poco


del guanaco fueguino, lo que puede considerarse probablemente como una variante
local (ver FiTz-Roy: 122).
los animales masculinos más débiles vencidos o bien forman un rebaño
separado, o bien alguno se agrega a una pequeña manada de hembras.
El guanaco nunca permanece detenido en un lugar. Cuando no co-
rre, camina con mucha lentitud paciendo constantemente. Incluso la
manada cerrada cambia continuamente su posición bajo la atenta mi-
rada del macho-guía. Éste se encuentra parado a pocos metros de la
despreocupada manada, y con el cuello alzado domina un amplio te-
rritorio a su alrededor. Si amenaza un peligro, este animal-gua,,pro-
duce un balido medroso, que suena como un relincho. Todos los del'
más animales levantan la cabeza y, estirando el cuello, giran la vista
hacia la dirección de la que puede esperarse algún peligro; si el macho
relincha nuevamente, toda la manada huye con rapidez. Corren consi-
de'rables distancias sin detenerse ni mirar hacia atrás, cuando empren-
den de improviso la fuga. El guanaco trepa muy hábilmente y supera
con agilidad soberana las laderas más escarpadas. En la llanura, y des-
pués de una prolongada carrera, lo alcanza un caballo grande. Se mue-
ve con paso corto y pesado, con el cuello inclinado hacia adelante.
El guanaco llama mucho la atención por su curiosidad. Cuántas
veces habré escuchado, al marchar por un suelo cubierto de arena o
grava, el relincho de un macho, atraído por mis pisadas regulares.
Desde su posición elevada, el guía gusta seguir atentamente los iiitiid-
mientos de un jinete en el valle. Su curiosa actitud de observación in-
cita a todo el rebaño a seguir su ejemplo, y uno tras otro los animales
se acercan al borde de la ladera, para mirar con ojos saltones y asom-
brados hacia abajo: ¡Un cuadro sorprendente para el viajero! En la
llanura es fácil acercarse a los animales jóvenes, siempre que se evite
hacer ruido y se los distraiga con algún tipo de movimiento. Una vez
bajé del caballo y, sacudiendo levemente mi pañuelo, me acerqué a una
hembra con su crío, hasta que pude poner mis manos sobre el cuello
de ambos. Si, en cambio, se simula no prestar atención al animal que
alza la vista manteniéndose a la expectativa, y al mismo tiempo se
aminora la marcha, entonces aquél se acerca por propia iniciativa, co-
mo si se sintiera ofendido. Alguna particularidad en la vestimenta y
en los movimientos a veces excita al guanaco de manera tal que sigue
los pasos del hombre durante largos trechos 19 Silbando a media voz
.

y uniformemente es fácil atraerlo. El cazador se sirve ocasionalmente


de este ardid cuando no dispone momentáneamente de sus perros.
Esta predisposición del guanaco hacia la curiosidad y su escasa in-
teligencia facilitan al selk'nam arrearlos de los lugares de pastoreo
abiertos hacia angostos desfiladeros, y ultimarlos allí cómodamente. En
la llanura los cazadores se acercan desde varios ángulos al mismo tiem-
po. La elevada cantidad de hombres que se acercan confunde a todos
los animales de la manada, que no se deciden a huir rápidamente, si no
se detienen. Cuando los primeros disparos de flechas han herido a uno
que otro de los animales, de modo que éste patalea convulsivamente en
su dolor y trance de muerte, los demás le observan curiosos. De este
modo constituyen un blanco más seguro aún para los tiradores. Por
19 Estas observaciones mías confirman lo que dicen CRAWSHAY: XXVI y
otros.
lo tanto, el éxito de la cacería en la llanura estará más seguro y será
más abundante si varios hombres atacan una manada desde varios
puntos simultáneamente.
En el bosque, en cambio, y en las sierras, los cazadores saben que
en ningún caso pueden prescindir de la ayuda de sus perros. En primer
lugar, localizan una huella fresca que van siguiendo, el perro desde
luego más rápidamente que su amo. Cuando el veloz ayudante del ca-
zador se ha acercado suficientemente a su presa, se le adelanta sin

Fig. 5. Guanaco en la nieve Fig. 6. El guanaco

ser visto dando un pequeño rodeo. Así se coloca en forma transversal


a la dirección de marcha de aquélla, para evitar que siga avanzando,
o al menos para detenerla hasta que llegue el cazador. El perro no
deja de rodear en un círculo estrecho al guanaco, ladrando furiosamen-
te, y deteniéndolo así. A pesar de ello, el guanaco macho intenta esca-
par, y el perro lo persigue. Puesto que durante la huida el guanaco
mantiene constantemente la cabeza inclinada hacia adelante, el perro
se aferra con sus dientes a sus orejas o a la trompa, y lo molesta de
tal manera que resulta muy entorpecido en su desplazamiento; tarde
o temprano cae en manos del cazador que lo persigue.
El cazador aprovecha para la caza otra costumbre del guanaco.
Desde las alturas los guanacos bajan habitualmente a los llanos para
beber, y lo hacen por lo general de mañana y al atardecer, por los
• s senderos trilljgb. Estos animales prefieren el agua salobre
. océanos y lagun agua dulce de los arroyos. El cazador espera
wooscado su rápido paso.
Sólo durante la época más templada se mantiene el guanaco en
las regiones más altas, pues las plantas aromáticas le gustan más que
los jugosos pastos del valle. Casi nunca cruza amplias superficies ne-
vadas en las alturas. El invierno lo impulsa a las llanuras, donde • se
reúnen pequeñas manadas, dejando huellas bien visibles en la nieve,
lo que simplifica la caza al indígena. Para éste el guanaco es ineludi-
blemente necesario y lo aprovecha totalmente. La inequívoca silueta
12 -1«.1111t1100++m++,1, a ^^. ~111
. 1

de su noble estampa 20 pertenece al paisaje fueguino como accesorio im-


prescindible de la misma manera como el búfalo pertenece a la pradera
norteamericana (ver Fig. 6).
La cantidad de cabezas en los rebaños que se encuentran hoy en
día es escasa. Antiguamente la cantidad total seguramente era mayor.
En la actualidad han quedado más animales en el sur, pues los bos-
ques y montañas ofrecen una mejor protección. Hoy los intrusos blan-
cos realizan verdaderas cacerías en masa, de la misma manera que
antiguamente daban caza a los aborígenes. No está lejos el día en que
el último de los selk'nam baje a la tumba; para ese entonces también
será, seguramente, una curiosidad en la Tierra del Fuego este animal
de caza que le ha posibilitado la existencia. Extraña coincidencia del
destino: ¡Así como en la vida, también están unidos en la suprema
condena a la extinción y desaparecerán simultáneamente de su terruño
natal el cazador y su presa! 21
El león plateado patagónico, el puma (Felis puma) (Nota del Tra-
ductor: nuevo nombre científico: (Puma concolor), un enemigo natural
del guanaco, no pudo alcanzar la Isla Grande, de modo que el mayor
de los carnívoros es el zorro grande (Canis seu Cerdocyon mage-
llanicus) (Nota del Traductor: nuevo nombre científico: Dusicyon cul-
paeus). Su exacta coordinación zoológica aún está en discusión. F,11 su
desarrollo físico se asemeja al lobo norteño; es grande y fuerte y lleva
una piel tupida, que resulta apropiada para la confección de abrigos
para niños. Actualmente vive en cantidades mucho menores que anta-
ño ". La nutria (Lutra felina) casi nunca es cazada por los selk'nam.
Aún no estoy en condiciones de decir nada concreto sobre el
perro fueguino 23, que nuestros indígenas tenían como único
animal doméstico. Este perro era más grande y fuerte que el zorro
autóctono, poseía una trompa fina y alargada, ojos rasgados oblicuos,
orejas erguidas de zorro, y un cráneo alargado y pesado. La densa
pelambre bien pegada al cuerpo era preferentemente de color oscuro
aherrumbrado y de un blanco sucio en la región ventral. Los viajeros

20 Con admirable precisión lo describe CRAWSHAY: XXVI: "The guanaco is


in appearance the very personification of gentleness — with his innocent-looking
form possessed of no apparent means of offence, its lustrous gazelle-like eye, and
its soft wooly fleece. No animal could be more deceptive". Incluso el selk'nam
dice compasivo: "El guanaco llora cuando cae bajo la flecha certera y con ojos
bañados en lágrimas lamenta la vida que se le va".
21 PIGAFETTA, cronista de la flota de MAGALLANES, mencionó en el año 1521
por primera vez al guanaco. Viajeros posteriores, desde KING y DARWIN hasta
CRAWSHAY y FURLONG le dedican mucha atención.
72 Véanse las descripciones detalladas de DABBENE (c): 349, GALLARDO: 71, QUI-
JADA: 175 y otros. R. PHILIPPI clasificó por primera vez exactamente este hermoso
animal, en el año 1886.
73 De este modo LISTA (b): 63 habla de "perros de pelo lanudo y largo, muy
parecidos a los zorros y de colores oscuros"; SPEGAZZINI (a): 176 a su vez de "des-
cendientes directos del zorro-colorado... Son altos, delgados, con ojos muy feos,
pelo largo y cola voluminosa; predomina el color amarillo oscuro, pero he visto
negros y overol". PHILIPPI clasificó esta especie como Canis (Pseudalopex) lycoi-
des. Véase al respecto BANKS-HOOKER: 61, GALLARDO: 71, POPPER (d): 138 y MARGUIN:
494. Este último diferencia injustificadamente dos razas. LOENNSERG se ha ocupado
exhaustivamente del tema. En el volumen III incluiré una descripción sintética
del perro fueguino.
antiguos sólo mencionan ocasionalmente sus particularidades físicas.
Para el selk'nam resulta imprescindible.
En la economía de los selk'nam septentrionales adquieren impor-
tancia dos roedores (Ctenomys fueguinus y Ctenomys magellanicus),
conocidos como tucutuc o y cur ur o. Se trata de habitantes
de la estepa, del tamaño de la rata gris, pero más delgados que ésta
y de cuerpo cilíndrico. La piel aterciopelada tiene en la región dorsal
un color gris-negruzco en invierno, y gris-amarronado en verano. Más
aún que los topos europeos, estos pequeños roedores construyen in-
numerables cuevas subterráneas que ocupan como viviendas, de las
que parten radialmente largos túneles que desembocan en la super-
ficie. En determinadas partes el suelo resulta tan socavado, que el
caminante y más aún el caballo se hunden peligrosamente. Durante el día
los cururos duermen, y, al comenzar la oscuridad, pueblan por mi-
llares la estepa. Si no sopla viento, se escucha por toda la comarca
su laborioso roer, como si fuera un serruchar amortiguado. Sólo ahora,
desde que los inabarcables rebaños de ovejas se desplazan por allí,
este pequeño roedor se ha extendido también más al sur del Río
Grande.
Los múridos, representados por siete géneros, no son numerosos.
El más frecuente representante de los pinnípedos es el "lobo de un
pelo" (Otaria jubata), que puebla la playa en rebaños numerosos. El
indígena confecciona con su piel el carcaj. Menos frecuente era el "lobo
de dos pelos" (Artocephalus australis), que fue cruelmente perseguido
por los cazadores de focas a causa de su valiosa piel, y hoy casi no se
lo ve. De la misma manera han desaparecido totalmente los elefantes
marinos y los leopardos marinos. Ocasionalmente surca aquellas aguas
una ballena, pero hace mucho tiempo que ninguna de ellas queda varada
en la playa 24 . Sólo los delfines autóctonos juguetean ahora como antes en
esas aguas. De las tres especies de murciélagos predomina el Ves-
pertilio magellanicus. Con esto se termina la breve lista de mamíferos
de la Isla Grande y sus extensas aguas costeras.
De los multicolores representantes del reino de las aves
más de cien especies visitan, aunque sea temporalmente, esta región.
Sólo muy pocas de ellas, es decir, las ocas silvestres y algunos patos
suministran ocasionalmente al indígena su carne para un asado.
Del orden de los Accipitres cito al cóndor (Cathartes aura) (Nota
del traductor: cóndor = nombre científico: Vultur gryphus; el rathar-
tes aura' es el así denominado buitre conejero, o también gallinazo) y
al águila gris grande (Geranoaétus melanoleucus), los tres halcones
(Circus cinereus, Milvago chimango y Buteo poliosomus), al elegante
gavilán (Tinnunculus cinnamominus) y los zopilotes (Polyborus). Vi-
ven allí seis especies de aves rapaces nocturnas, comenzando por el
imponente búho (Bubo magellanicus) hasta llegar al pequeño autillo
YGIfttitidii5n nanum).""tos gorriones están representados en buena
cantidad, entre los cuales los pequeños trepadores (Pygarrhicus albi-
gularis) son los más confianzudos. Podría sorprender la presencia del

24 La excelente narración de GEORG FORSTER (a): 389 nos de. una idea del nú-
mero de ballenas que antiguamente poblaban estas aguas.
colibrí chileno, el más grande de su
especie (Eustephanus galeritus), y del
loro verde-claro (Microsittace ferru-
gineus), que en grandes bandadas
ruidosas recorre el bosque. Continua-
mente martilla el hacendoso carpin-
tero negro (Ipocrantor magellanicus)
los troncos descompuestos de Ja sel-
va. Además de los sisones pequeños,
pueblan la playa los ostreros negros
(Haematopus ater). En los pantanos
no falta ni el frailecillo (Belonopterus
chilensis) ni la bandurria (Theristi-
cus melanopsis), cuyo grito chillón
se oye desde lejos. En las rocas cos-
teras anidan los pingüinos (ante todo
Spheniscus magellanicus) y los cor-
moranes. El indígena persigue a la
oca silvestre (Chloé-
phaga) y menos fre-
cuentemente a los
patos. Las lagunas
del norte están ro-
deadas de garzas y
flamencos. Todos es-
tos huéspedes mul-
ticolores del verano
traen vida y alegría
a la región, que du-
rante el largo invier-
no permanece en un
silencio sepulcral.
Hay tres peque-
ñas lagartijas, pero
raras veces se las
puede ver; serpien-
tes y batracios fal-
tan totalmente. Los
indígenas atrapan y
recogen ocasional-
mente algunos tipos
de peces en la pla-
ya y en las lagunas
y ríos. No consumen
la araña de mar
grande (Lithodes an-
tarctica), pero la
gente del norte en
cambio hace uso oca-
Fig. 7. Berberis con frutos. Tamaño natural. sionalmente de los
numerosos moluscos y caracoles (Voluta magellanica, Fissurella, Pa-
tella, Mactra, Mytilus y Pecten).
Existen algunas especies de arañas, pero en general pocos insec-
tos. Excepto densos enjambres de una pequeña mosca negra, que en
días calurosos resulta muy molesta, no hay allí otros insectos fasti-
diosos. Los escarabajos y las mariposas tienen formas y colores poco
llamativos. Tan pobre como el reino vegetal es también el reino animal
de la Tierra del Fuego. Ninguno de los animales y ninguna planta son
peligrosos para el hombre.

Muy a menudo y con placer vagan mis pensamientos hacia la le-


jana Tierra del Fuego. Entonces todo renace a mi alrededor y reper-
cute en el alma como antes. El gélido viento me hace temblar nueva-
mente, y con avidez busco los lugares iluminados por el sol durante
los escasos días de cielo descubierto, con el fin de disfrutar de la debi-
litada fuerza del astro diurno. Casi siempre veo sobre mí el cielo cu-
bierto de gris, o los formidables nubarrones sobre un fondo azul pro-
fundo. Compite con el tenue brillo del sol durante el día la radiante
aureola de la luz lunar durante las noches de invierno, y sobre el quieto
paisaje flota una sensación de pesar y de cansancio. La nieve eterna
en las escarpadas cumbres hiere la vista, que se aparta de allí y en-
cuentra el estéril páramo en la playa, la uniformidad de la pampa, el
verde oscuro y profundo del bosque antártico de hayas. De su interior
surge un aire pesado, cargado con los vahos de los árboles gigantes en
descomposición. Cuando susurran los pequeños arbustos de berberís
(ver Fig. 7), entonces un frío viento azota desde el océano. A menudo
oigo el silbar y aullar del huracán; una que otra brisa acerca a mi oído
el graznido de las ocas silvestres, y el relincho de los guanacos. El
argentino "piyí" del ostrero en la playa, el vivaz gorjeo de los pinzo-
nes en la llanura abierta, el breve y metálico trino del trepador en el
sombrío bosque, y el penetrante grito —"tink-tink"— de la bandurria,
mezclado con el prolongado y estridente grito del frailecillo y el seco
graznido del chimango, todo eso da vida, de alguna manera, a cada día.
Una vez que el alegre mundo de las aves se pone a descansar y allá en
el extremo austral del mundo comienza a reinar el silencio, cierta-
mente suena de vez en cuando el hueco grito del búho grande por la
noche, cuando el• , epitar de algújiluego de campamento lo mo-
11111»
/111, Tímida y cuidaalamente busca su camino la azulada columna
de humo, saliendo de la choza y atravesando las silenciosas hayas. Un
débil resplandor surge del fuego y cae fugazmente sobre los grupos
de árboles circundantes. Envueltos en pieles, recostados sobre la tierra,
los indígenas se abandonan al merecido descanso después de una larga
caminata, y, en sueños, aún ven las conocidas figuras mitológicas que
un anciano narrador les ha presentado a guisa de saludo nocturno.
Nadie vigila. También el fiel perro duerme despreocupado a los pies
del amo. A través de la silenciosa paz de la noche brilla la Cruz del
Sur, anunciando buenos auspicios para la mañana en cierne.
B. Historia del Estudio de los Selk'nam
A través de un lapso de exactamente cuatrocientos años es posible
seguir la escasa historia de la Isla Grande y de sus habitantes. El pri-
mero en ver la costa norte de aquella isla fue FERNANDO DE MAGALLANES,
y los fuegos de las chozas observados por él fueron las primeras infor-
maciones sobre los selk'nam dirigidas a los europeos. En las épocas
siguientes aquel estrecho en el extremo sur del Nuevo Mundo y las
costas que lo rodean fueron escenario de ingentes expediciones de di-
versas naciones europeas y de incursiones de los blancos en el terri-
torio de los indígenas. Durante los cinco últimos decenios comenzó
allí un desarrollo que transformó mucho de lo autóctono para ade-
cuarlo al modelo europeo.
Fue un español, SARMIENTO DE GAMBOA, el que llevó al Viejo Mun-
do las primeras noticias auténticas sobre los aborígenes. Después de
este primer encuentro pasaron unos cuantos decenios, hasta que nave-
gantes posteriores pudieron ocasionalmente ver otra vez a varios indí-
genas, y divulgaron en su patria breves relatos sobre su aspecto o su
manera de vivir. Quedó, empero, reservado a los últimos cincuenta
años descorrer el velo que se extendía por todo el interior de la Isla
Grande. Se inició entonces una diligente exploración de toda la región,
y, paralelamente con ella, el estudio etnográfico de los indígenag ."`Si
bien estas comarcas, que parecían hasta entonces inútiles, fueron por
fin puestas al servicio de la economía mundial, el avance de los euro-
peos condujo a una pronta extinción de los aborígenes. Un puñado de
sobrevivientes se encuentra en la actualidad inevitablemente ante su
cercana extinción.
Si escasas son las fuentes de las épocas antiguas, y poco frecuen-
tes las noticias acerca de los aborígenes mismos, tanto más numerosos
se manifiestan los apuntes publicados en los últimos decenios. Por lo
general eran otras —casi siempre de carácter político— las intenciones
que dieron origen a los viajes durante la época de los descubrimien-
tos. Nuestra era tampoco puede vanagloriarse de haber dedicado espe-
cial atención al pueblo de los selk'nam. Recién en estos últimos años
comenzó una investigación planificada.
Nuestra misión no es la de describir los acontecimientos históricos
que están en relación con los significativos viajes de descubrimiento,
y tampoco las metas y los éxitos de estas ingentes empresas tienen
mención aquí 25. Entre todos sólo extraemos aquellos informes más
antiguos que nos saben decir algo acerca de los aborígenes fueguinos.
A ello se agrega un juicio crítico de los informes de fecha reciente.

a. Valoración de los informes anteriores


Numerosos son los barcos cuyos velámenes fueron henchidos por
los temporales del Cabo de Hornos, y las naves de todos los pueblos
europeos han pasado en aquella alejada puerta del mundo por la an-
gosta vía de agua en que se encuentran dos océanos. Muchos viajeros
2-5 Un breve panorama de los viajes de descubrimiento hacia las tierras maga-
Ilánicas puede encontrarse en HYADES (q): 1 a 7, FACALDE y otros.
y navegantes han narrado diversas cosas sobre los indígenas del lugar,
pero sus cuadernos de bitácora no pocas veces han sido desfigurados
por una cierta intención. Fue realmente nefasto para la investigación
científica que los aventureros de la época de la conquista y de los pe-
ríodos subsiguientes carecieran de los recursos que apareja un trabajo
rigurosamente metódico. En su lugar casi siempre estuvieron dotados
de un excelente don de observación. Sea como fuere, el lector crítico de
sus informes se dará cuenta fácilmente si rebajan o enaltecen las si-
tuaciones observadas y las numerosas experiencias vividas.
En cuanto a los relatos más antiguos sobre. los indígenas fuegui-
nos, no había verdaderamente razón alguna que justificara modifica-
ciones del auténtico estado de cosas. Sólo aisladamente surge de
tal o cual relación la intención de magnificar la estatura física de los
patagones, o dar una visión lo más miserable posible de la mezquindad
con que aquellos seres canoeros se ganaban la vida. A pesar de que
nadie ha realizado observaciones metódicas, casi todos los relatos an-
tiguos proporcionan al etnólogo indicios sumamente valiosos sobre la
existencia desde mucho tiempo atrás de todas aquellas costumbres e
instituciones autóctonas, con las que los estudiosos se encontraron to-
davía en estos últimos años. Por otra parte, una valoración correcta
de sus relatos sólo puede deducirse de la conducta de los blancos y del
tiempo durante el cual convivieron con aquellos cándidos hombres pri-
mitivos. Un mero contacto fugaz de pocas horas o días no puede ni
remotamente proporcionar a los juicios sobre las instituciones reli-
giosas o sociales y sobre el carácter de los indígenas la misma eficacia
que el que se puede atribuir a las descripciones sobre sus vestimentas,
viviendas, utensilios y anatomía. Resulta incomparablemente más sen-
cillo captar y reproducir sin prejuicios lo que llama la atención, que
penetrar en el mundo de la vida espiritual a través del cuerpo que a
guisa de velo cubre todo lo personal y espiritual.
Los informes salidos de la pluma de los viajeros de la Tierra del
Fuego de estos últimos tiempos tal vez exijan más aún una revisión
crítica, pues los recursos científicos de que disponían era de diferente
jerarquía, y multifacéticas las intenciones que cada uno traía consigo
a esas alejadas regiones. Un misionero estará en condiciones muy dife-
rentes para describir a los indígenas que un buscador de oro o un tu-
rista; debe darse mucho más peso al juicio de un hombre que durante
muchos años ha mantenido relaciones amistosas con los nativos, que
al de un rudo estanciero, interesado solamente en la adquisición de
tierras, o al de un locuaz periodista que, a lomo de caballo, recorría
raudamente grandes extensiones del territorio. Por últiMo, las obser-
vaciones de un especialista bien adiestrado serán más conformes a la
realidad que las ocasionales manifestaciones de un naturalista o las
de un oficial de marina. Aquí debe contarse con la heterogeneidad
más llamativa en materia de informantes: todos ellos han querido pro-
porcionar alguna noticia sobre los fueguinos.
Al hojear los de ninguna manera escasos escritos que han sido
dedicados a los selk'nam, llama poderosamente la atención la coinci-
dencia a veces casi textual de algunas frases y afirmaciones. Una expli
cación de ello está dada por la circunstancia de que los hermanos
41.1 11111W MEI
BRIDGES fueron, para la inmensa mayoría de los autores, una fuente
importante de información, y, en repetidos casos, incluso la única
fuente. Tales trabajos no pueden entonces reclamar para sí el valor
de observaciones independientes, y de la misma manera su recopila-
ción no significa entonces una mayor cantidad de testimonios. Desde
el punto de vista de la crítica de fuentes creo necesario asignar pre-
cisamente a este hecho una importancia relevante, con el fin de en-
frentar anticipadamente una objeción en ese sentido, como si el mayor
número de testigos ya debiera garantizar por sí mismo una mayor
credibilidad para cualquier fenómeno, frente a la afirmación de un
único observador cuyo método de trabajo e investigación puede de-
mostrarse como absolutamente inobjetable.
En cada caso individual adquiere una importancia fundamental la
aclaración necesaria para el crítico acerca de la ejecución del trabajo
de investigación, así como sobre la manera como determinado infor-
mante ha obtenido su material. Como ya se dijo más arriba, muchas
narraciones permiten reconocer indudablemente que proceden de los
datos comunicados por los hermanos BRIDGES. En otros trabajos, que
con seguridad han surgido de la misma fuente, esta circunstancia sólo
se manifiesta débilmente o con escasa claridad. Tampoco faltan ciertos
escritos de los que de ninguna manera puede deducirse el método de
trabajo del autor ni la duración de su estadía en territorio indígena.
De muy diferente valor documental resultan por lo tanto los informes,
y por consiguiente deberán ser sometidos a una verificación exacta de
su contenido.
Pero los principios de crítica de fuentes fugazmente señalados no
deben llevar a la convicción de que la confiabilidad de un testigo au-
mente aritméticamente con la duración de su estadía en la Tierra del
Fuego. Porque hubo y hay colonos blancos que, a pesar de una pro-
longada permanencia —incluso de muchos años— no han mostrado ni
la más mínima comprensión por el indígena, y están entonces total-
mente descalificados para una evaluación de sus particularidades. De
la misma manera, incluso algunos misioneros no han logrado sobre-
pasar lo meramente exterior, de modo que no llegaron a entender la
vida espiritual de los salvajes confiados a ellos, simplemente porque
descuidaron las observaciones necesarias para lograr ese resultado.
No faltan ejemplos ni para una, ni otra variante 26 Nadie querrá negar
.

entonces la necesidad de una evaluación crítica de los informes. No


se crea que me mueven dudas acerca de la credibilidad del narrador,
pero el error de los relatos tiene su origen en causas diversas. Dejo
de lado opiniones puramente personales, ajenas al verdadero estado de
cosas. A continuación de los informes anteriores describo mis propios
métodos de trabajo y la forma de obtención del material que sirvió
de base para el presente volumen.

26 Al respecto sólo me remito a mi participación en la ceremonia de inicia-


ción a la pubertad entre los yámana, durante mi segundo viaje. Como primer
europeo pude participar de esta ceremonia secreta, obligatoria para todo adoles-
cente y acontecimiento especial para toda la tribu. El meritorio pastor J. LAWRENCE
no tuvo conocimiento de esta significativa institución, no obstante su trato con los
indígenas durante más de 50 años. Ver GUSINDE (b): 146 y sigs.
Consecuentemente, sólo citaremos a los navegantes e investiga-
dores antiguos, a los viajeros y oficiales de marina y a los estancieros
y misioneros en la medida en que nos ofrecen informes acerca de la
constitución física, la forma de vida primitiva y los usos y costumbres
de los selk'nam.

b. Los informes de los tiempos antiguos


Si hago aquí una separación de los informantes en testigos de pe-
ríodos antiguos y testigos de los últimos cincuenta años, soy plena-
mente consciente de lo arbitrario de esa división. Razones objetiva-
mente fundadas me han motivado, sin embargo, a ello, y trataré de
justificarlo.
Es de capital importancia que los informes antiguos provienen ex-
clusivamente de navegantes que, con el fin de completar sus diarios de
viaje, solían mencionar algún ocasional encuentro con los aborígenes.
La veracidad natural del contenido de tales observaciones espontáneas
adquiere para nosotros tanta más importancia, cuanto menor haya sido
el contacto que los indígenas tenían en aquel entonces con los euro-
peos. Por esta razón se manifestaban en su originalidad auténtica, libre
de influencias ajenas. Por otra parte, el lenguaje llano y sencillo de los
narradores exhibe tanta franqueza natural, que en lo posible citaré
textualmente sus palabras. También pienso en la dificultad que más
de un lector tendrá para acceder a tal o cual informe original. Una
relación coherente que provenga de la pluma de viajeros antiguos se
lee con mucho mayor placer que frases aisladas, extraídas del contexto.
En los últimos decenios el trato entre indígenas y blancos fue
mucho más activo. Desde entonces también se han iniciado estudios
especiales sobre la manera de ser y la vida de los aborígenes. La in-
clusión consciente de nuestros selk'nam en el ámbito de observación
de los europeos equivale a la renuncia a la manera de informar usual
hasta ese entonces, o sea a la observación ocasional. Esta nueva orien-
tación, precisamente, justifica suficientemente la separación de los in-
formes en fuentes de tiempos antiguos y fuentes de tiempos recientes,
separación que ayudará al lector a orientarse más fácilmente.
MAGALLANES: Al cabo de arduas luchas contra las olas y a
pesar de serias divergencias en el seno de la tripulación, la inflexible
osadía del almirante portugués FERNAO DE MAGALHAES alcanzó por fin
el brazo de mar que une dos océanos, tan largamente buscado. Las
fuertes corrientes y las escasas variaciones de las mareas despertaron
en él las más vivas esperanzas. "El día de Santa Ursula (21 de octubre
de 1520) luego de pasar un cabo a los 52 grados, al que se llamó
Cabo de las V í r genes, vimos que el mar entraba entre dos
orillas, una de las cuales estaba ubicada al sur y la otra al norte"
(según PIGAFETTA en BROSSES: 86). Luego de difíciles deliberaciones y
rigurosas instrucciones a la tripulación "toda la escuadra ingresó en
el pasaje" el 19 de noviembre de 1520. Continuando viaje "nos encon-
tramos en una amplia bahía cubierta de islas; anclamos en una de ellas
(= Elisabeth-Island). Con el fin de explorar esta región áspera y fría,
se envió a la costa una barcaza, cuya tripulación encontró, aproxima-
1111~.
damente a una milla de la costa, un cementerio con más de doscientas
tumbas; en la playa misma había una ballena muerta de extraordina-
rio tamaño, y una cantidad de huesos de estos animales, todo lo cual
hacía pensar en frecuentes e intensos huracanes. MAGALLANES ViÓ al
sur del estrecho muchos fuegos durante la noche, por lo que designó
aquella tierra con el nombre de 'Tierra del Fuego' (según el cuaderno
de bitácora de FRANCISCO ALBO. Ver KoELLIKER: 115)". La primera na-
vegación por este pasaje de unos seiscientos kilómetros de largo y cuatro
a treinta y tres de ancho, y dotado de innumerables recodos, bahías y
canales laterales, exigió del almirante la mayor atención. "Este solo
hecho ya representa un glorioso testimonio para el arte náutico de
MAGALLANES 28 ." En justo reconocimiento y admiración por aquel nota-
ble hecho, la posteridad ha dado el nombre de su descubridor a esta
tan importante vía de comunicación ". Después de veinte días de nave-
gación hacia occidente, la escuadra alcanzó la salida hacia el "Mar
del Sur".
Los breves registros de bitácora de PIGAFETTA " y FRANCISCO ALBO
informan por primera vez que en aquel mundo insular tan alejado
habitaban seres humanos. El cementerio descrito brevemente podría
asignarse tanto a los patagones como a los halakwulup. La cuestión
de la identidad de los autores de los muchos fuegos no se soluciona
tan fácilmente. Que éstos, o más exactamente las columnas de humo
que ascendían, indicaban actividad humana, no lo ponía en duda el
mismo MAGALLANES. Las escuetas referencias permiten señalar como
autores sea a los halakwulup, sea a los selk'nam; no interesa si se tra-
taba de los fuegos de las chozas mantenidos encendidos también du-
rante la noche, o de señales de fuego propiamente dichas, que ambas
tribus utilizaban. Personalmente me inclino a pensar que el atento
MAGALLANES haya observado las hogueras de las chozas o las señales
de humo tanto de los selk'nam como de los halakwulup, pues no es
imposible que su flota se haya acercado mucho a la costa septentrio-
nal de la Isla Grande. De todos modos, con el hallazgo de este estrecho
también se hicieron conocer a esos europeos los aborígenes que allí
vivían, aunque su descubridor no haya visto a ninguno de ellos en
persona.
A MAGALLANES se remonta la denominación de "Tierra del Fuego"
y, por consiguiente, la designación de "fueguinos" 3' derivada de aquélla.
27 HERRERA (Dec. II, Lib. IX, Cap. XV, pág. 237) escribe: "Y aquí se notó bien,
que era esta tierra mui aspera, y fria; y porque vian de noche muchos fuegos, la
llamó (MAGALLANES) la Tierra del Fuego".
28 OBERHUMMER: Ferdinand Magellan und die Bedeutung der ersten Weltum-
segelung Mitt. der Georg. Ges. Wien, 1921. Ver PLISCHKE: Magalhaes, die erste
Weltumsegelung; Leipzig 1922.
29 Él mismo le dio el nombre de "el 'Canal de Todos los Santos', por haberlo
embocado el 1 de noviembre". PleAFETTA lo nombró "streto patagonico". Pero ya
entre los participantes de esa expedición se hizo común el nombre de "Estrecho
de Magallanes". Véase por más detalles acerca de ésta y otras designaciones, FA-
CALDE: 39. BROSSES: 86 dice en una nota al pie: "los aborígenes lo llaman K a i k a".
Véanse Les voyages de Pigafetta. Navigation et découverte de linde supe-
rieure d'Anthoyne Pigaphéte. Relation du premier voyage autour du monde (1519-
1522), publié par J. DENUCE, París 1924.
31 BARROS ARANA, MEDINA, PASTELLS y otros informan acerca del destino ulte-
rior de este audaz navegante.
JUAN LADRILLERO: Al exitoso logro del almirante MAGA-
LLANES, que se hallaba al servicio de España, se agregaron prontamente
nuevas expediciones. Estos viajes aportaron un conocimiento cada vez
más cabal de aquella región. En el año 1558 tomó posesión de todo el
territorio, en nombre de la corona de España, el navegante JUAN LA-
DRILLERO. "El martes 9 de agosto de 1558, habiendo llegado al golfo
que el canal forma después de la llamada Primera Angostura, el capi-
tán Juan Ladrillero tomó posesión, con las formalidades usadas por
los españoles, del estrecho y de las tierras colindantes en nombre del
Rey de España, del Virrey del Perú y del Gobernador de Chile don
García Hurtado de Mendoza" (FACALDE: 61). Poco después regresó
al Perú.

SARMIENTO DE GAMBOA: Veinte años después, y con el


fin de poner coto nuevamente a las piraterías del temido filibustero
FRANCIS DRAKE en la costa pacífica, el entonces virrey del Perú FRAN-
CISCO DE TOLEDO envió hacia el Sur al piloto PEDRO SARMIENTO DE GAM-
BOA, hombre digno de confianza, con la misión específica de destruir
posibles asentamientos del corsario inglés erigidos en el Estrecho de
Magallanes. En octubre de 1579 este emprendedor español 32 abandonó
el Puerto del Callao, y luego de importantes viajes de exploración a
través de la región insular patagónica occidental, alcanzó sin tropiezos
la lejana vía de navegación. Cruzándola de oeste a este y revisando
cuidadosamente la costa, llegó a mediados de febrero de 1580 a una
amplia bahía, ubicada en la costa norte de la Isla Grande, a la que
llamó "Bahía Gente Grande". Le dio este nombre en vista de la ele-
vada estatura de los aborígenes que se le presentaron en ese lugar.
Aquí se produjo entonces el primer encuentro de los
selk'nam con los europeos ". El 5? capítulo "Relación
y derrotero del viage" de la obra 34 Viage al Estrecho de Magallanes,
por el capitán PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA narra el descubrimiento
de los selk'nam de la siguiente manera (op. cit.: 242 y sigs.).
"Pasada la Punta dicha, que llamamos P u n t a de Gen te
Grande ... hace la tierra una Ensenada . .. Y en surgiendo pareció
Gente en la Costa y nos dió voces: y para ver qué era y para tomar
alguno de esta Provincia para lengua, Pedro Sarmiento embió allá al
Alférez y á Hernando Alonso con algunos alcabuceros en el batel; y lle-
gados á tierra, los Naturales de aquella Provincia, que era Gente
Grande comenzaron á dar voces y saltar acia arriba las manos altas
y aleando y sin armas, porque las habían dexado allí junto; y el Alfé-
rez hizo las mesmas señas de paz, y los Gigantes se llegaron á la
playa cerca del batel, y el Alférez saltó en tierra con quatro hombres,

31 ADELUNG lo describe de la siguiente manera: "SARMIENTO era un hombre


vanidoso y mentiroso, y su historiador ARGENSOLA no sólo publica como ciertos
todos los cuentos narrados por aquél, sino que agrega a ellos muchos otros inven-
tados por él mismo" (3RossEs: 127).
33 Pues no surge de los informes de los anteriores visitantes de la reciente-
mente descubierta vía de navegación, GARCÍA JOFRE DE LOAYSA, LADRILLERO y FRANCIS
DRAKE, que éstos hayan tenido encuentros con los aborígenes.
34 La obra contiene un prefacio del editor, que valora los logros de SAR-
MIENTO, y otros importantes documentos con las anotaciones de ARGENSOLA.
y los Naturales les hicieron señas que dexase el Alférez la gineta, y se
fueron retirando acia donde habían dexado sus arcos y flechas. Y visto
esto el Alférez dexó la gineta y les mostró rescate que llevaba para
darles: lo cual visto, los Gigantes se detuvieron y volvieron, aun-
que rezelándose. Y como los nuestros vieron que se iban, apercivié-
ronse para que arremetiesen, y asi arremetieron diez hombres que
habian salido del batel con uno de los Indios, y asiendole, apénas le
podian tener; y entre tanto los demas arremetieron donde habian dexa-
do los arcos y flechas, y volvieron con tanta presteza contra los nuestros
flechándolos, que no se habian podido meter en el batel, y al final los
nuestros se embarcaron con el preso, y aron con muchos flecha-
zos sobre ellos y los hicieron echarse á r; y ayudándole á
entró en el batel, y los nes desta paraban much
chas, y con una hirieron ojo al or-de-bastimentos: y a
embarcarse cayeron dos arcabuces á la mar. Y trahendo al preso se
volvieron á la Nao, y el preso aunque lo regalamos (que él recibia de
buena gana) no se podia asegurar, ni quiso comer ese dia, ni noche.
Es crecido de miembros.
Esta tierra es llana y sin monte: barrial mui poblado de esta gen-
te que á lo que entonces vimos. Desde aquí hallamos la Gente G r a n-
d e . Vieron los nuestros en tierra madrigueras de conejos como los de
Castilla, y los naturales trahian unas mantas de pellejos de Vicuñas,
que son las del Pirú que se llama en lengua natural N e u x o, y calza-
dos abarcas ... Es gente temida de la gente que está mas acia la Mar
del Sur, y como gente valiente tiene la mejor tierra de la que hasta aqui
vimos. Tiene el gesto y apariencia de la tierra del C o 11 á o : pare-
ce mui buena para ganado, hai lomas, y entre ellas valles donde vi-
mos muchos humos por estar allí la poblazion y debe allí ser lo más
templado."
De esta narración se desprende la enorme impresión que causó la
estatura de los selk'nam entre los españoles. Ante ellos se presenta-
ban seres humanos de elevada estatura, bien desarrollados; que sólo
eso quiere decir la denominación de "gigantes". Se mencionan como
sus armas el arco y flecha y como vestido el manto de piel 35 . Resulta
lamentable un hecho de consecuencias graves y duraderas: ya en su
primer encuentro con los aborígenes, los europeos se hicieron culpa-
bles de una pérfida violencia contra aquéllos. ¡He aquí el primer esla.
bón de una larga cadena de crueles injusticias con que los blancos
encadenaron al ingenuo pueblo selk'nam para llevarlo a su calvario!
El juicio sobre la posibilidad de aprovechar económicamente aquel
territorio 36 es sorprendentemente exacto. En el mismo informe del
viaje (ver GUERRERO VERGARA: 497) se encuentra otra referencia a lod
", grandes hombres" y al "humo de la gente grande", aunque es posible
que se refiera a los tehuelches más bien que a nuestros selk'nam.
Cuando más tarde regresó al estrecho, notó SARMIENTO que " los

35 El pequeño error acerca del origen de la piel no interesa para nada, pues
vicuña, guanaco, llama y alpaca pertenecen a la subfamilia de los camélidos sud-
americanos.
36 Ultimamente, la parte norte de la Isla Grande fue extensamente aprove-
chada para la cría de ovinos, como ya lo había insinuado SARMIENTO.
yndios que nos bieron hizieron tantos humos que cubrían la mar y tie-
rra" (PASTELLS: 261). Una prueba de que la región estaba abundante-
mente poblada y de que los aborígenes acostumbraban usar sus seña-
les de humo tanto entonces como ahora.
O L I V I E R VAN NOORT: En los años siguientes se inició una
viva competencia por la posesión definitiva de la tierra más austral
del Nuevo Mundo. Los saqueos de los corsarios ingleses en la costa
chilena habían alcanzado un punto culminante, y llegaron entonces a
la región también los holandeses. Luego de un primer intento poco
feliz de alcanzar la región magallánica ", condujo O. VAN NOORT una
segunda flota holandesa hacia las tierras del sur. Poco después de pe-
netrar en el Estrecho de Magallanes, observó sobre la "costa sur", es
decir, sobre la costa norte de la Isla Grande, la presencia de un abo-
rigen. El holandés narra el encuentro de la siguiente manera: "El 22
de noviembre, y 14 millas dentro del estrecho, se observó sobre el
lado sur a un hombre que corría hacia el barco. Este nativo estaba
vestido, según parecía a la distancia, con un abrigo al estilo europeo.
Rápidamente se envió a la costa la barcaza, pero cuando se llegó más
cerca se pudo ver que se trataba de un salvaje, vestido con una especie
de túnica de piel con el pelo hacia afuera. Este hombre bailaba y brin-
caba, tenía el rostro pintado, era de estatura normal y, a pesar de
todas las señas que se le hizo, no quiso aproximarse. A continuación
aparecieron otros salvajes más, contra los cuales la gente de nuestra
barcaza disparó cinco o seis escopetazos. El primero de los salvajes
no se inmutó por ello, pues no sabía de qué se trataba. Por fin se fue
caminando lentamente tierra adentro . ." (según BROSSES: 185).
Ya debo señalar en este lugar una malvada costumbre de los nave-
gantes europeos, que habían convertido —por así decirlo— en una re-
gla, de disparar sus toscas armas de fuego contra los aborígenes,
ni bien lograban ver a alguno. Es entonces muy comprensible que la
actitud
41, Y
de los nativos hacia los blancos no se haya visto favorecida
por ello.
Diversos relatos de viaje dejan entrever que las tripulaciones euro-
peas que navegaban por el lugar contemplaron a menudo a los habi-
tantes de Isla Grande, aunque sin entrar en contacto con ellos. De
este modo', a fines de marzo de 1615, comenzó a remontar el Estrecho
de Magallanes el almirante holandés GEORGE SPIELBERGEN, y expresa en
su diario: "Se observó en la Tierra del Fuego ( = Isla Grande) a un
hombre muy alto que se hizo ver varias veces, y que de vez en cuando
ascendía a una colina o a un cerro, con el fin de vernos" (según
BROSSES: 213).
LE MAIRE y W. SCHOUTENS: Una sociedad comercial
holandesa envió en el año 1615 una nueva expedición bajo el mando
de LE MAIRE y W. SCHOUTENS, con la misión de encontrar otro pasaje
mejor hacia las Indias Orientales. Durante su viaje, esta expedición
dejó a propósito a su derecha el Estrecho de Magallanes y, con la
37 FACALDE: 87 y BROSSES: 172 aportan las noticias más importantes sobre esta
expedición holandesa bajo el mando de Altos MAHU o bien SIMÓN DE CORDES y
SEBALD DE WERT, realizada entre los años 1598 y 1600.
quilla puesta al sur, recorrió la costa oriental de la Isla Grande, para
entrar luego a un brazo de mar que fue llamado "Estrecho de LE MAIRE"
en honor al comandante. Luego esta flotilla, impulsada por vientos
favorables, fue la primera en alcanzar aquella roca tan temible que
inmediatamente recibió el nombre de "Kap Hoorn" (Cabo de Hornos).
Durante este viaje rápido y favorecido por la suerte se había descu-
bierto una nueva ruta hacia el Océano Pacífico 38 .
L o s NORAL: El temor de los españoles, que podían perder
nuevamente las ventajas recién ganadas, hizo que inmediatamente en-
viaran a la zona una expedición de exploración. Se pusieron bajo el
mando de los hermanos BARTOLOMÉ y GONZALO NODAL, hombr uy
capaces, dos navíos que. ncieron a kilLnar el 27 Mi setie
1618 desde Lisboa. A niaillos de enedillie 1619 Ale ha
la desembocadura oriental del Estrecho de Magallanes, e inmediata-
mente pusieron proa hacia la costa oriental de la Isla Grande, que
exploraron con tanta minuciosidad como nunca antes se había inten-
tado 39 . Varias bahías o ensenadas, puertos y sierras costeras fueron
registrados en los mapas y dotados de nombres que aún hoy siguen
vigentes. Ambos NODALES consideraron erróneamente a la Bahía de
San Sebastián como un ancho pasaje de mar que desemboca en el
Estrecho de Magallanes, engañados tal vez por la profundidad de la
bahía. Después de navegar un buen trecho, "se tomó el altura en
54 grados escasos: a la tarde junto a la marina hizieron los Indios
una humada °...: anocheció antes de llegar al cabo de santa Ines,
que por ser éste su dia se le puso este nombre ..." (Relación del via-
je: 30). Después de superar la Punta de San Vicente, navegaron a lo
largo de las escarpadas costas de la Isla de los Estados, para anclar
poco después "en una muy buena ensenada o baia, que se llama poerto
del Buen sucesso... " (ibid., 31). En este lugar, en enero de 1619, se
encontraron los primeros europeos con los indígenas de la zona, sin
lugar a dudas pertenecientes al grupo haus. El miércoles 23 de enero
de 1619, mientras la tripulación estaba dedicada a la pesca y a la reco-
lección de leña, "baxaron ocho Indios; y así como los vimos, nos reti-
ramos a nuestra gente: tomamos las armas. A este tiempo vieron de
los nauios los Indios, y el Capitan Bartolome Garcia de Nodal disparo
vna pieza para que nos recogieramos: toda via los Indios se llegaron
a nosotros, y como vimos que no traian armas ningunas, y que venian
en cueros, desnudos: algunos traian bonetes de plumas blancas de
paxaros, y otros algunos pellejos de carneros, con lana larga como los
de España, y vn pellejo de venado que trocaron por vn capote, y hilo de
lana de carneros, y correas de cuero adouadas con almagre 41 : vinie-
39 FACALDE: 95 y BROSSES: 216 relatan los detalles de esta expedición.
39 La expedición de los hermanos NODAL "es, por increíble que parezca, el
primer viaje de exploración a lo largo de esta parte de la Tierra del Fuego, cuya
realización podemos demostrar fehacientemente" (Kom.: 452).
40 Es ésta una nueva prueba del uso de señales de humo por parte de los
selk'nam.
41 "Almagre" es definido por el Diccionario Enciclop. J. I. (Barcelona 1925)
como: "Oxido rojo de hierro, más o menos arcilloso, que suele emplearse en la
pintura". Se trata entonces de la tierra colorante tan apreciada por nuestros
indígenas.
ron abriendo los brazos, y dando vozes a su modo, a, a, a, y arrojando
los bonetes que traia [n] en señal de amistad, con esto nos llegamos
a ellos y de allí a vn rato llegaron otros tres juntos: todos nos mira-
ron muy de proposito los vestidos, y vimos que se aficionauan a los
que tenian ropillas coloradas, y pedian por señas. Dimosles cuentas
de vidrio, y agujetas, y otras niñerias. Eran muy apersonados, sin bar-
bas ningunas, y pintados todos las caras de almagre y blanco: pare-
cian muy ligeros en correr y saltar: no se fiauan mucho en nosotros,
porque no se llegauan sino a tomar algo, y luego se desuiauan, en
particular los mas mozos...
Salimos otra vez a tierra, con pensamiento de ver si podiamos
coger algunos. Lleuamos algunas niñerias, y dos frascos de vino, y
pan que les dimos, y ellos lo tomaron: pero por ningun caso han co-
mido ni han querido beuer de lo que les dauamos: que deuian de en-
tender que les dauamos alguna ponzoña. Tomauan de buena gana cual-
quier cosa de fierro, y otro qualquiera metal, hasta lleuar los brocales
de los frascos, que eran de plomo, y todo cuanto podian auer. Aqui
tratamos como podiamos coger algunos, y consideramos que si enton-
ces les escandalizauamos, despues conuocarian mas, y [no] tendriamos
lugar para hazer agua y leña... Al fin determinamos de dexallos por
entonces, y assegurallos con los dixes que les dauamos. Cogimos un
poco de agua y leña, y nos embarcamos con orden: porque assi como
ellos no se fiauan de nosotros, que se velauan como aguilas, assi noso-
tros no nos fiauamos dellos, muy espantados de vernos. lamas deuie-
ron de ver gente por alli: ...Y porque no supiessen las armas que
eran, se dio orden que por ningun caso ninguno disparasse arcabuz,
por no espantallos, como se hizo. Con esto nos fuymos a bordo de las
carabelas, y se quedaron saltando con los brazos abiertos, dando mues-
tras de plazer. Es de considerar, que este gentio dexaba por la playa
el pan blanco que les dimos, y en nuestra presencia arrancauan las
yemas del campo, y comian dellas, como bueyes o cauallos, y lo mis-
mo hizieron comiendo sardinas crudas, que hallauan por la playa sin
quitalles corsa alguna: cosa de saluajes...
Iueues 24 y Viernes 25 de Enero, ya traían los Indios arcos y
flechas ... Dexamosles entrar sin armas, que las dexauan escondidas.
Aqui quisieramos coger algunos, pero teniamos las chalupas tan car-
gadas y embarazadas de agua y leña que casi para lleuar la gente que
teniamos en tierra no cabia: guando vimos que vno, o dos se salie-
ron, y llamaron otros que quedauan atras con sus arcos y flechas, y
como nosotros nos alborotamos, se retiraron, y porque las postas no les
querian dexar passar, empezauan a subir por los montes como cabras,
demanera que aunque quisieramos, no podiamos assir dellos... El
Sabado 26 de Enero, hizo mal tiempo, y mucha mar, y no se pudo yr
a tierra: y antes de medio dia passaron de vna parte la otra mas de
veynte o treynta Indios..."
Así como en este informe satisface la postura algo tímida pero
pacífica de los indígenas, tanto más ofende la artera intención de los
navegantes españoles''-. Favorecidas por la suerte, las dos carabelas

42 DE BROSSES (Tomo I, p. 423 de la edición francesa) parafrasea excelente.


alcanzaron el Cabo de Hornos, que bautizaron "San Ildefonso". Des-
pués navegaron hasta la boca occidental del Estrecho de Magallanes y
lo recorrieron en dirección al este. Los aborígenes avistados junto al
Cabo Vírgenes deben haber sido patagones.
La "Relación" agrega en las páginas 50 a 51 un pequeño
aditamento sobre el primer encuentro de los españoles con los indí-
genas cerca del "Estrecho Nuevo" (= Bahía San Sebastián.) Se deduce
de él la buena disposición de los navegantes hacia las necesidades reli-
giosas de los aborígenes, pero también la total inutilidad de sus inten-
tos de conversión por la falta de conocimiento de la lengua nativa:
"...los primeros dias tuu . comunicacion con los Indios de e-
ra. Como no les entendia ni ellos a nosotros, los sacerdo
yuan en nuestra compañia iendo como:11111es su oficio, les d
y propusieron los nombres dulcissimos de Iiesus, Maria, y la oracion
que Christo enseño a los suyos del padre nuestro, los Indios mostran-
do perzibian lo que dezian los nuestros, repetian las mismas palabras
y unos con mas blandura, otros con mas aspereza, y en dias siguien-
tes venían saltando y brincando a su costumbre, repitiendo los nom-
bres de Iesus Maria, duplicando algunos dellos la r, de Maria, mos-
trando que nos dauan gusto en ello, cosa que nos causo marauilla, oyr
pronunciar tan delicadamente aquellos barbaros los nombres sobera-
nos, y diuinos deste Señor y Señora, y como el piloto Iuan Nuñez vio
que no le entendian, se boluio a bordo..."
Luego de un viaje de sólo nueve meses, ambas naves llegaron
nuevamente al puerto de partida, el 6 de julio de 1619. Por primera
vez había sido circunnavegado todo el archipiélago fueguino. La em-
presa de los dos NODAL despertó la admiración general, y tuvieron
que informar personalmente al mismo rey. En esta oportunidad entre-
garon, como menciona FACALDE: 106, "al soberano muchas pieles de
lobos marinos, algunas aves vivas y las armas y adornos que habían
obtenido de los salvajes de la Tierra del Fuego". Se trata aquí de la
primera colección de objetos etnológicos fueguinos que lle-
garon a Europa. Nada pude averiguar sobre el destino de estos valio-
sos objetos ".
L 'HERMITE: Sólo cinco años después, la orgullosa flota ho-
landesa bajo el mando del almirante JAKOB L'HERMITE —por su impor-
tancia para la historia de los Países Bajos denominada simplemente
"la flota de Nassau"— navegó por las aguas fueguinas. Después de
una travesía de nueve largos meses ", ancló a 'principios de febrero

mente al texto original y subraya la buena disposición de los aborígenes y su trato


amistoso.
43 KOHL: 452 suministra otra información extraña: "El piloto holandés de la
expedición JUAN DE MOORE comerció en la costa con los nativos y por unos pocos
objetos de metal adquirió entre otras cosas un trozo pesado de metal amarillento,
que creyó era oro, pero cuya existencia quedó en secreto para la tripulación.
Moore lo llevó inmediatamente a su camarote y lo encerró en su cofre bajo can-
dado. Más tarde reveló el 'secreto' al Rey Felipe de España..." Más tarde se
encontraron allí ricos yacimientos de oro.
44 El mejor informe acerca de esta empresa ha sido publicado por ADoLF
DECKER, capitán alemán de Estrasburgo, "un homme intelligent, de bon sens et qui
écrit mieux que ne font d'ordinaire les marins" (13HossEs: I, 437).
de 1624, según el informe del capitán VERSCHOOT, en la bahía que los
dos NODAL habían bautizado "Bahía del Buen Suceso", y que ellos
rebautizaron dándole el nombre de "Valentin-Bay". "Su gente había
remontado un pequeño río... Habían comerciado con los aborígenes,
obteniendo de ellos cueros de foca, pero no otros animales ni refres-
cos..." (según BBossEs: 237). Otra cosa no ha quedado registrada.
Una tras otra, las expediciones fueron atraídas por las traicioneras
olas hacia aquella vía de comunicación con el Mar del Sur, el inter-
cambio entre las colonias españolas y Europa se hizo más intenso de
década en década.
GENNE S: El 3 de junio de 1695 una flota francesa bastante
grande, bajo el mando de M. DE GENNES, zarpó del puerto de Rochelle
con la misión de llevar la guerra al Mar del Sur. El informe de FRAPER
dice lo siguiente: "El 4 de febrero divisamos el Cabo Sta. Inés ... Allí
observamos una gruesa columna de humo, de la que dedujimos la pre-
sencia de habitantes en ese lugar. La mayoría de los que llegaron a
estas costas, y las han descrito, informaron que si los salvajes ven
tocar tierra allí a un navío, encienden grandes hogueras y ofrecen sa-
crificios al diablo, para que éste mande una tempestad que haga zozo-
brar la nave". Pero sin desembarcar prosiguió el viaje a través del
Estrecho de Magallanes hasta la Isla Pingüino. "En la Isla del Fuego
vimos grandes hogueras. Parecía como si los salvajes quisieran hablar
con nosotros, pero la mar excesivamente bravía no lo hizo posible ..."
(según BROSSES: 347). Sin lugar a dudas, estos breves comentarios se
refieren a los selk'nam.

LABBE: El informe que cronológicamente sigue al precedente


proviene de la pluma del padre jesuita LABBE, escrito el año 1711 45 "En :

allant au Chili je passai cinq jours dans la baye de Bon Succés, au mois
de novembre 1711 ... La veille de notre départ, comme nous étions á
terre, un sauvage sortit du bois voisin: on lui fit signe d'approcher. Il
s'approcha en effet, mais toujours en défense, tenant son arc prét á tirer.
On lui présenta du pain, du vin et de l'eau-de-vie; mais á peine l'avoit-il
jettées á sa bouche qu'il la rejettoit [sic] . On lui fit faire le signe de la
croix; on lui mit un chapelet au col. Comme nous entrions dans le canot
pour retourner á bord, il jetta un cri semblable á un hurlement mélé
de je ne scai quoi de plaintif: il parut aussitót une trentaine d'autres
sauvages, á la téte desquels étoit une femme tout courbée de vieillesse.
Ils s'aprochérent du rivage poussant de semblables cris, et tachant par
signes de nous engager á les aller joindre: on ne le jugea pas á propos.
Ils etoient tout nuds á la réserve d'un morceau de peau de loup marin
pendu sur leur ceinture: leur visage étoít peint de rouge, de noir et
de blanc: ils portoient au col un collier fait de coquilles, et aux poignets
des bracelets de peau. Ils ne se servent que de fléches, au bout des-
quelles, au lieu de fer, il y a une pierre á fusil taillée en fer de pique.
Ces gens-lá me parurent assez dociles, et je crois qu'il ne seroit pas

45 Esta carta fue publicada por primera vez en las Lettres édijiantes et cu-
rieuses. Utilizo la transcripción de BROSSES: II, 434 (de la edición francesa).
4W1115 Zet.
difficile de les instruire." — Esta narración describe al grupo haus, del
sudeste.

FsEziss: El 23 de noviembre de 1711 (según FACALDE: 138


el 6 de enero de 1712), zarpó de puerto la nave "Saint Joseph" al mando
de DUCHESNE BATTAS. Entre la tripulación se encontraba también el
joven ingeniero A. F. FREZIER, de cuyas excelentes narraciones de viaje
se han extraído las siguientes frases: "Aproximadamente a mitad de
recorrido del Estrecho de [Le] Maire ... hacia el sur se vislumbraba
una bahía, ... que algunos suponen es el puerto de Bon Succes, otros
la Valentins-Bay ... El capitán BRUNNET ingresó en ella el 6 de no-
viembre de 1712 ... De un pequeño río interior a mano izquierda se
proveyó de agua ... ; también hicieron leña y vieron árboles que
resultaban apropiados para hacer vergas superiores. Los salvajes no les
hicieron daño al desembarcar. Aunque dichos salvajes viven en un
territorio sumamente frío, van completamente desnudos. Sólo algu-
nos cuelgan delante de la región púbica una piel de pájaro, otros
llevan una piel sobre los hombros, tal cual FROGER pintó a los habitantes
de Magallanes. Son casi tan blancos como los europeos (FREZIER: 44).
JAMES COOK: Puesto que el comodoro BYRON en el año
1764 y los dos capitanes WALLIS y CARTERET en el año 1766 habían sido
enviados al Mar del Sur con la misión de efectuar un relevamiento
geográfico, el gobierno inglés pensó en la posibilidad de enviar una
expedición a Tahiti (que en aquel entonces se llamaba Otahite), con
el fin de observar el pasaje de Venus, esperado para el 3 de junio de
1769, expedición que estaría al mando del teniente JAMES CooK. Cuando
el plan hubo de ponerse en práctica, se le unió el naturalista JOSEF
BANKS, con un equipo propio de colaboradores 47 . Por cierto que la gente
de aquellos tiempos no estaban aún en condiciones de valorar debida-
mente la importancia de esa empresa, con la que se inició la era de
los viajes de descubrimiento e investigación de carácter científico. La
atención no sólo estaba dirigida a aumentar las posesiones de ultra-
mar, sino también al descubrimiento geográfico y etnográfico de te-
rritorios desconocidos 48 .

46 Sólo puede referirse a la Bahía Buen Suceso (ver BROSSES: 434).


47 "Mr. BANKS decided to avail himself of this opportunity of exploring the
unknown Pacific Ocean At his own expense, Stated by Etzis to be & 10.000,
he furnished all the stores needed to make complete collections in every branch
of natural science, and engaged Dr. Solander, four draughtsmen or artists, and a
staff of servants (or nine in all) to accompany him..." (HooKER: Journal of
XXV).
48 Que la doble circunnavegación de la tierra, realizada por JAMES CooK fue
considerada una empresa científica tanto por él mismo como por sus acompa-
ñantes, puede deducirse de las palabras finales de GEORG FORSTER (a): II, 455:
"Y así concluimos (el 29 de julio de 1775) un viaje que había durado tres años
y diez y ocho días, después de haber vencido un sinnúmero de peligros y penu-
rias... La meta principal había sido lograda: habíamos establecido fehaciente.
mente que dentro de la franja templada del globo no había tierra firme en el
hemisferio sur. Incluso habíamos recorrido el mar polar más allá del círculo an-
tártico, sin encontrar tierras tan importantes como se había supuesto debían exis-
tir allí. Al mismo tiempo habíamos hecho el importante descubrimiento científico
La goleta de comercio "Endeavour" había abandonado Plymouth
el 26 de agosto de 1768, y había alcanzado directamente la costa orien-
tal de la Isla Grande cerca del Cabo San Vicente. BANKS y SOLANDER
herborizaron aquí durante algunas horas y vieron dos chozas abando-
nadas, "l'une dans un bois épais et l'autre sur le bord de la cóte"; pero
no vieron a ningún indígena. Cuando a la madrugada del 15 de enero
llegaron a un puerto que tuvieron "pour le port Maurice", vieron que
"deux des naturales du pays vinrent sur le rivage attendre notre dé-
barquement". Pero puesto que un desembarco en ese lugar no parecía
conveniente, el viaje siguió inmediatamente, "et les Américains se
retirent [sic] dans les bois" (HAWKESWORTH: II, 267). Recién en la
Bahía Buen Suceso la flota se detuvo varios días. CooK bajó a tierra
en compañía de los dos naturalistas. Su deseo era entrar en contacto
con los aborígenes, que en buen número ya se había hecho presentes
( ver Fig. 8). Los indígenas no se mostraron inhibidos e incluso se llegó
a una cierta familiaridad entre los dos grupos, hasta que éstos se se-
pararon la noche del 15 de enero de 1769. Por la mar gruesa, BANKS
y sus acompañantes desembarcaron nuevamente recién a la tarde del
20 de enero, y se acercaron a un campamento mayor caminando largo
trecho por un terreno pantanoso. Este naturalista ha anotado con ad-
mirable claridad sus valiosas observaciones.
CooK en persona había entrado menos en contacto con los nativos,
y sus anotaciones contienen más de una idea de los naturalistas " que
lo acompañaban. Por lo tanto, las observaciones de BANKS se prestan
más para una reproducción completa. Pero todas las consideraciones
que expuso acerca de la forma de vida de aquellos salvajes tienen un
sabor altamente expresivo en boca de un marinero curtido por el mar,
de flema inglesa. ¿Será lo inquietante de la soledad de aquellas regio-
nes, lo alejado de todo el bagaje cultural, lo que incita especialmente
a formular observaciones sagaces y melancólicas? De todos modos,
están concebidas totalmente en el estilo de los románticos de la época.
"Du reste, ces hommes, les plus misérables et les plus stupides des
créatures humaines, le rebut de la nature, nés pour consumer leur vie
á errer dans ces déserts affreux oil nous avons vu deux Européens
perir de froid au milieud de l'été 50 ; sans autre habitation qu'une malheu-
reuse hutte formée de quelques bátons et d'un peu d'herbes séches, oú
le vent, la neige et la pluie pénétrent de toutes parts, presque nuds,
destitués méme des commodités que peut fournir l'art le plus grossier,
es de tout moyen delfrarer leur nourriture; ces hommes, dis-je,

de que en medio del mar polar, la naturaleza forma témpanos que no contienen
partículas de sal, sino tienen todas las características del agua pura y saludable.
Durante otras estaciones habíamos navegado por el gran mar pacífico dentro de
los círculos tropicales, y allí recogimos para los naturalistas nuevas plantas y aves,
para los geógrafos descubrimos nuevas islas, y para los estudiosos del ser humano
visitamos lugares donde existían diferentes y aún desconocidas variantes de la
naturaleza humana . "
49 COOPER: 79 señala que también "Hawkesworth's narrative incorporates
many data from the Banks and Solander journals into Capt. Cook's".
S° Se refiere aquí a dos de sus marineros que, durante una marcha a través
de aquella región, sucumbieron en la nieve.
11111- -11111
étoient contents; ils sembloient ne désirer rien au-delá de ce qu'ils
11111
pessédent ... Nous n'avons pas pu savoir ce qu'ils souffrent pendant
la rigueur de leur hyver; mais il est certain qu'ils ne sont affectés
douloureusement de la privation d'aucune des commodités sans nombre
que nous mettons au rang des choses de preiniére nécessité. Comme
ils ont peu de desirs, il est probable qu'ils les satísfont tous" (HAwicEs-
WORTH: II, 288).
J O S E F BANKS: Pocos días después Com( abandonó este - puer-
to y navegó hacia el sur. Su acompañante BANKS era un, excelente
observador y un activo recolector; no sorprende entonces que haya
logrado magníficas descripciones de la flora, de la fauna y de la po-
blación fueguinas y que, además, regresara en julio de 1771 con un
botín inesperadamente rico 51 Su certera caracterización de los grupos
.

vegetales y animales en las costas de la Bahía del Buen Suceso —la


organización biológica de los primeros ha causado en él una impresión
profunda (HooxER: 48-49)— debe dejarse de lado aquí. La ventaja
especial de aquella región, la ausencia de la plaga de los insectos, es
alabada por él con agradable sensación de bienestar ". Por último tam-
poco deja en dudas al lector de su diario acerca de la gran variabilidad
de las condiciones meteorológicas.
Con realismo ejemplar describe el desarrollo físico, el uso dj izco
y flechas, la vestimenta y adornos, forma de 'alimentación y recolección
de los peces por las mujeres, exigüidad de utensilios, forma de las
chozas, efecto de los fonemas sobre un oído extraño y muchas otras
cosas por el estilo. Durante la lectura de algunas de las partes de este
informe tuve una sensación de que hubiera sido escrito recién ayer;
tan auténtica es la impresión y tan poco han cambiado los indígenas
desde entonces.
"(15 de enero de 1769) We came to an anchor in the Bay of
Good Success: several Indians were in sight •near the shore. After
dinner, went ashore Before we had walked a hundred yards, many
Indians made their appearence on the other side of the bay; but on
seeing our numbers to be ten or twelve they retreated. Dr. Solander
and I then walked forward a hundred yards before the rest, and two
of the Indians advanced also, and sat down fifty yards from their
companions. As soon as we carne up they rose, and each of them threw
a stick he had in his hand away from him and us: a token, no doubt, of
peace. They then walked briskly towards the others, and waved to
us to follow, which we did, and were received with many uncouth signs
of friendship. We distributed among them a number of beads and
ribbons, which we had brought ashore for that purpose, and at which
they seemed mightly pleased, so much so that when we embarked again
on our boat three of them came with us and went aboard the ship.

51 En su diario se enumeran 104 fanerógamas y 41 criptógamas, todas reco-


lectadas en la Tierra del Fuego.
52 Escribe que: "Insects are very scarce, and not one species hurtful or
troublesome: during the whole of our stay we saw. neither gnat-nor mosquito, a
circumstance which few, if any, uncleared countries can boast of..." (HomEs: 157).
One seemed to be a priest or conjuror, at least we thought so by the
noises he made, possibly exorcising every part of the ship he carne
into u, for when anything new caught his attention, he shouted as
loud as he could for some minutes, without directing his speech either
to us or to any one of his countrymen. They ate bread and beef which
we gave them, though not heartily, but carried the largest parts away
with them. They would not drink either or spirits, but returned the glass,
though not before they had put it to their mouths and tasted a drop.
We conducted them over the greater part of the ship, and they looked
at everything without any remarks of extraordinary admiration. After
having been aboard about two hours, they expressed a desire to go
ashore, and a boat was ordered to carry them.
(20 de enero de 1769) ... We afterwards went about two miles into
the country to visit an Indian town ... The town itself was situated
upon a dry knoll among the trees, which had not been at all cleared;
it consisted of not more than twelve or fourteen huts or wigwams of
the most unartificial construction imaginable; indeed, nothing bear-
ing the name of a hut could possibly be built with less trouble. A hut
consisted of a few polen set up and meeting together at the top in a
conical figure, and covered on the weather side with a few boughs and
a little grass; in the lee side about one-eight part of the circle was left
open, and against this opening a fire was made. Furniture, I may justly
say, they had none; a little, a very little, dry grass laid round the edges
of the circle furnished both beds and chairs, and for dressing the shell-
fish (the only provision I saw them make use of) they had no one
contrivance but broiling them upon the coals. For drinking, I saw in
a comer of one of their huts a bladder of some beast full of water;
in one side of this near the top was a whole through which they
drank by elevating a little the bottom, which made the water spring
up into their mouths.
In these few huts, and with this small share, or rather none at
all, of what we call the necessaries and conveniences of lif e, lived about
fifty men; women and children, to all appearance contented with what
they had, not wishing for anything we could give them except beads.
Of these they were very fond.
The inhabitants we saw here seemed to be one small tribe of
Indians consisting of not more than fifty of all ages and sexes. They
are of a reddish colour, nearly resembling that of rust of iron mixed
oil; thé men are ukely built, but very clumsy, their height being
five feet eight intr!ts to five feet ten inches, and all very much
the same size. The women are much smaller, seldom exceeding five
feet. Their clothes are nothing more than a kind of cloak of guanaco
or seal skin, thrown loosely over their shoulders, and reaching nearly
to their knees; under this they have nothing at all, nor anything to
cover their feet, except a few who had shoes of raw seal hide drawn
loosely round their instep like a purse. In this dress there is no
" HAWKESWORTH: 269 dice al respecto: "...un d'eux que nous primes pour
un Prétre, fit les mémes cérémonies que décrit M. de Bougainville et qu'il regarde
comme un exorcisme".
distinction between men and women, except that the latter have their
cloak tied round their waist with a kind of belt or thong.
Their ornaments, of which they are extremely fond, consist of
necklaces or rather solitaires, of shelis, and bracelets, which the women
wear both on their wrists and legs, the men only on their wrists; but
to compensate for this the men have a kind of wreath of brown worsted
which they wear over their foreheads, so that in reality they are more
ornamented than the women.
They paint their faces generally in horizontal lines, just under their
eyes, and sometimes make the whole region round their eyes white,
but these marks are so much varied not two we saw were alike.
Whether they were marks of distinction or mere ornaments I could
not at all make out. They seem also to paint themselves with something
like a mixture of grease and soot on particular occasions, for when
we went to their town there carne out to meet us two who were daubed
with black unes in every direction so as to form the most diabolical
countenance imaginable.
Their language is guttural, especially in particular words, which they
seein express much as an Englishman when he hawks to clear his
throat. But they have many words which sound soft enough
Of civil government I saw no signs; no one seemed to be more
respected than another; nor did I ever see the least appearance of
quarreling between any two of them. Religión also they seemed to be
without
Their food, so far as we saw, was either seals or shell-fish. How
they took the former we never knew, but the latter were collected by
the women, whose business it seemed to be to attend at low water
with a basket in one hand, a stick with a point and a barb in the other,
and a satchel on their backs. They loosened the limpets with the stick,
and put them into the basket, which, when full, was emptied into the
satchel. Their arms consisted of bows and arrows, the former neatly
enough made, the latter more neatly than any I have seen, polished to
the highest degree, and headed either with glass or flint; this was the
only neat thing they had, and the only thing they seemed to take any
pains about.
That this people have before had intercourse with Europeans
commodities, of which we saw sail-cloth, brown wollen cloth, beads,
nails, glass, etc., especially the last (which they used for pointing their
arrows in considerable quantity), and also from the confidente they
immediately put in us at our first meeting [sic] . They probably travel
and stay a short time in a place, so at least it would seem from the
badness of their houses Boats they had none with them " (según
HOOKER: 55 a 61).

GEORG FORSTER: No bien regresó JAMES COOK a su patria


el 1° de junio de 1771, ya se hizo a la mar para un segundo viaje
alrededor del mundo, partiendo el 15 de julio de 1772. Llegando esta
vez desde Nueva Zelandia, estuvo anclado varios días en el Seno Na-
vidad. Poco antes de arribar a la Bahía Buen Suceso, su flota fue dete-
nida por una calma chicha. "A las dos de la tarde (del 29 de diciembre
de 1774) el capitán ... envió una chalupa para verificar si la 'Adven-
ture' había estado anclada en esta bahía ... " (GEORG FORSTER [a] : II,
389). Esta pequeña delegación de marineros tuvo aquí un encuentro
con los aborígenes. El propio Coox 54 sólo le dedica unas pocas pala-
bras, y casi lo mismo dice GEORG FORSTER (a): II, 390: "Alrededor de
las seis de la tarde regresó la chalupa despachada hacia la Sucess-Bay .

El teniente informó que una cantidad incontable de focas lo había


seguido hasta dentro de la bahía, y que allí las ballenas eran tan nu-
merosas que la chalupa casi chocaba con ellas. En el lugar en que el
capitán Coox había repostado agua durante su primera circunnavega-
ción al globo no encontró la más mínima señal de nave europea alguna
que se haya hecho presente recientemente. Al desembarcar lo recibie-
ron algunos nativos, vestidos con pieles de guanaco y largos mantos
de piel de foca. Parecían mucho más amables, más alegres y conten-
tos que aquellos miserables que habíamos encontrado en el Seno Navi-
dad. Algunos incluso tenían brazaletes de junco recubiertos con alambre
de plata, y los mostraban a menudo diciendo la palabra 'pesseráh' (ver
GUSINDE [lo] : 59).. Todo lo que nuestros hombres les ofrecían lo mi-
raban con indiferencia y sin ninguna avidez. O bien han recibido los
brazaletes de navegantes españoles o a través de esta misma vía indi-
rectamente de pueblos más septentrionales. Nuestros hombres sólo
estuvieron dos o tres minutos con ellos, y se embarcaron luego para
regresar rápidamente a bordo ... "
Los escasos adornos de plata en poder de los indígenas demues-
tran nuevamente que navegantes anteriores y posteriores han anclado
reiteradamente en este puerto seguro, entrando en fugaz contacto con
los nativos, aunque no hayan informado de ello. Al respecto, resultan
características las palabras del capitán francés LA PEROUSE: "Junto
a Tierra del Fuego (= el extremo oriental de la Isla Grande) navegamos
tan cerca de tierra, que con nuestros catalejos podíamos ver clara-
mente cómo los salvajes encendían grandes hogueras, la única manera
que conocían para expresar el deseo de que los navegantes pusieran
allí pie en tierra ... Desembarcar en la Tierra del Fuego me interesaba
tanto menos, cuando esta región ya estaba suficientemente explorada
y descrita, de modo que ni siquiera podía abrigar la esperanza de agre-
gar algo a esas noticias, que no fuera ya de conocimiento general y
lio . '1(Magazin ... XVI, 155 a 158).
Cincuenta largos años transcurrieron antes de que la atención de
los europeos se centrara nuevamente en los indígenas de la lejana
Tierra del Fuego, y ello ocurrió a través de las extensas descripciones
de CHARLES DARWIN. Como miembro de la "Expedición Beagle", co-
mandada por Frrz-RoY, tuvo contacto con los aborígenes el 17 de di-
ciembre de 1832, en la Bahía Buen Suceso, y trazó de dichos nativos
una muy extensa semblanza. Pero antes de referirme a DARWIN, re-

54 J. Coox: Voyage dans l'Hénzisphere austral et autour du Monde, fait...


en 1772/75, Tome IV. D. 49-51: París 1778.
ea AM III 1111 1
produciré algunas importantes impresiones del propio comandante de
la escuadra.
FiTz-RoY: Cuando sus barcos navegaron hacia el sur junto
a la costa oriental de la Isla Grande, observó el 13 de diciembre de
1832 "a group of indians near Cape Peñas, who watched our motions
attentively. They were too far off for us to make out more than that
they were tall men, on foot, nearly naked, and accompanied by several
large dogs. To those who had never seen man in his savage statene
of the most painfully interesting sights to his civilized brother — even
this distant glimpse of the aborigines was deeply engaging, but York
Minster and Jemmy Button 55 asked me to fire at them, saying that
they were 'Oens-men' very bad men ..." (FiTz-Roy: 119) (NdT: Pro-
bablemente corresponda la cita: FiTz Roy: II, 119). Durante su entrada
-

a la Bahía Buen Suceso el 17 de diciembre de 1832, los aborígenes


"were seen waving skins, and beckoning to us with extreme eagerness.
Finding that we did not notice them, they lighted a fire, which instantly
send up a volume of thick white smoke. I have often been astonished
at the rapidity with which the Fuegians produce this effect (meant
by them as a signal) in their wet climate..." (Frrz-RoY: II, 120).
Al día siguiente, FiTz-Rov desembarcó en compañía de CH. DARWIN
y algunos otros compañeros de viaje. Lo indígenas le causaron una
muy buena impresión: "Theí4 were five oT blix stout men, half-clothed
in guanaco-skins, almost like the Patagonians in aspect and stature,
being near six feet high, and confident in demeanour. I can never forget
Mr. Hamond's earnest expression: 'What a pity such fine feliows
should be left in such a barbarous state!' "...
They expressed satisfaction or good will by rubbing or patting
their own, and then our bodies One of the Fuegains was so like York
Minster that he might well have passed for his brother. He asked
eagerly for "cuchillo". About his eyes were circles of white paint, and
his upper lip was daubed with red ochre and oil. Another man was
rubbed over with black. They were (apparently) very good-humoured,
talked and r.)layed with the younger ones of our party... " (Fm-
ROY: II, 129).
PARKER KING: Del diario que el capitán P. PARKER KING
preparó sobre la primera expedición de 1826 a 1830, y que fue publica-
do por Frrz ROY, quisiera intercalar aquí las frases escritas el 12 de
mayo de 1830:
"In the north east comer of Valentin Bay, we found some Indians,
living in one large wigwam, without any canes. There were eight men,
each of whom had bow and a few arrows in the hand, and all, except
one, were clothed in guanaco-skins hanging down to their heels, the
wooly side being outwards. We obtained several bows from them, by
barter, but they were reluctant to part with many arrows. One of the
number wore a large seal-skin, that I purchased with a knife, which to

SS Estos dos indígenas pertenecían a la tribu de los yámana y habían que-


dado un tiempo prolongado en Inglaterra. Volveré sobre ello en el Volumen II.
my surprise, he distintly called 'cuchillo'. They had some fine dogs 5*
one being much like a young lion, but nothing we could offer seemed,
in their eyes, to be considered an equivalent for his value" (KiNc: 448).

CHARLES DARWIN' Desde su publicación, la exposición de


DARWIN ha sido considerada la casi única fuente para las particulari-
dades culturales de los fueguinos, alcanzando por ello gran fama. Gra-
cias al espléndido don de observación de este naturalista, sus palabras
resultan mucho más cercanas a la realidad indígena que tantas otras
interpretaciones imprecisas ampliamente difundidas ".
"17 de diciembre de 1832. Ahora describiré nuestro arribo a la
Tierra del Fuego ... A la tarde echamos ancla en la Bahía Buen Suceso
(Good Success Bay). Cuando ingresamos a la misma, fuimos saludados
a la manera de los habitantes de esa tierra. Un grupo de fueguinos,
escondidos en parte tras el tupido bosque, estaban acurrucados en
un punto agreste, que dominaba el mar y, cuando pasamos, los hom-
bres se pusieron de pie, agitaron sus mantos harapientos y lanzaron
gritos fuertes y sonoros. Los salvajes siguieron al navío, y aún antes
de anochecer vimos sus hogueras y (oímos) sus salvajes griteríos ... De
noche se levantó un fuerte viento, y ásperas ráfagas provenientes de las
montañas pasaron encima de nosotros ...
A la mañana el capitán despachó una partida con el fin de comu-
nicarse con los fueguinos ... Cuando llegamos a tierra, los indígenas
parecían intranquilos, pero siguieron hablando permanentemente y ges-
ticulando con gran velocidad. Fue sin duda el espectáculo más singular
e interesante que jamás haya visto; no me había dado cuenta hasta
entonces de cuán grande puede ser la diferencia entre gente salvaje
y civilizada ... El vocero principal era anciano y parecía ser el jefe de
la familia. Los tres restantes eran jóvenes fuertes de unos seis pies
de estatura.* Las mujeres y los niños habían sido enviados a otro lugar.
Estos fueguinos constituyen una raza muy diferente de las atrofiadas,
miserables e infelices criaturas que encontramos más al oeste. Daban la
impresión de estar emparentados de cerca con los famosos patagones
del Estrecho de Magallanes. Su única vestimenta consiste en un abrigo
fabricado con piel de guanaco que se usa con los pelos hacia afuera.
Llevan este abrigo echado sobre el hombro, por lo que cubren y descu-
bren alternativamente su cuerpo. Su piel es de un color rojo-cobrizo
sucio ( =- a dirty coppery red colour).
El anciano tenía atada alrededor de la cabeza una cinta frontal
° --- fillet) con plumas blancas, que en parte mantenía recogido su tosco
pelo negro y enmarañado. A través de su rostro corrían dos anchas
rayas transversales. Una de ellas, de tonalidad roja-clara, alcanzaba de
una oreja a la otra e incluía el labio superior; la otra, blanca como la

56 Esta es la mención más antigua del perro fueguino, y por lo tanto resulta
de interés.
57 A raíz de los afortunados resultados de la South American Missionary
Society de la iglesia protestante entre los yámana, DARWIN reviso más tarde su
juicio desfavorable acerca de la capacidad intelectual de los fueguinos.
* Aproximadamente 1,80 metros. (N.d.T.)
1,11it 211111~,
1J

tiza, corría paralelamente y por encima de aquélla, de modo que in-


cluso sus cejas estaban teñidas de ese color. Los otros dos hombres
estaban adornados con rayas negras confeccionadas con polvo hecho
de carbón de leña.
Toda su actitud era despectiva y la expresión de sus rostros des-
confiada, sorprendida y espantada. Después que les obsequiamos algo
de tela roja, que inmediatamente ataron alrededor de su cuello, hici-
mos buena amistad, que expresaron de la manera siguiente: el hombre
anciano nos golpeaba el pecho y producía al mismo tiempo una especie
de cloqueo, parecido al que hace la gente cuando da de comer a las
gallinas. Seguí caminando junto a este viejo, y estas muestras de amis-
tad se repitieron varias veces.
Poseen un excelente don de imitación. Cada vez que tosíamos o
bostezábamos o hacíamos algún movimiento particular, nos imitaban
inmediatamente. Uno de nuestro grupo comenzó a bizquear y a mirar
de soslayo; pero uno de los fueguinos jóvenes (cuyo rostro estaba
totalmente pintado de negro a excepción de una raya blanca transver-
sal a la altura de los ojos) lo superó y produjo muecas más repulsivas
aún. Podían repetir con absoluta corrección cada palabra en cualquier
frase que les dirigíamos, y se acordaban de estas palabras por un tiem-
po ... Cuando nuestro grupo entonó una canción, creí que nuestros
fueginos caerían de espaldas a causa de la estupefacción. Con idéntica
sorpresa observaron nuestras danzas ... Nos pidieron cuchillos, dán-
doles el nombre español 'cuchilla'. También nos explicaron por qué los
necesitaban, haciendo como si tuvieran en la boca un trozo de tocino
y trataran de cortarlo en lugar de desgarrarlo ... 58 ".
Después del informe de DARWIN quisiera trazar el límite más o
menos arbitrario de la primera y más antigua fase en la historia de la
investigación de los selk'nam. Las expediciones que seleccionamos para
caracterizar la primera parte han sido organizadas casi exclusivamente
para cumplir fines geográficos e hidrográficos. Los expedicionarios
sólo tuvieron ocasionalmente la oportunidad de celebrar encuentros
fugaces con los habitantes de aquella tierra alejada e inhóspita.
Prescindiendo de lo señalado por SARMIENTO y por LA PEROUSE so-
bre los indígenas de la costa norte de la Isla Grande, fueron los habi-
tantes de las costas de la Bahía Buen Suceso el objeto de todas las
noticias posteriores. Nadie se aventuró a penetrar en el verdadero in-
terior del territorio, y ni siquiera se expresa la idea de que aquella
extensa isla pudiera estar poblada por seres humanos. Esto no debe
llamar la atención, pues ¡cómo habrían de mostrar aquellos navegantes
algún entusiasmo por esos "salvajes" que aparecían tan poco atractivos
a causa de su descuidado exterior! La falta de comprensión por las
costumbres exóticas y los juicios preconcebidos explican suficientemen-
te el muy escaso número de observaciones que nos han sido transmi-

58 C. DARWIN: Reise eines Naturforschers um che Welt. Autorisierte deutsche


Übersetzung von V. CARUS; Vol. 1, pág. 234 a 237; Stuttgart 1875. El informe origi-
nal se encuentra en el Journal of Researches in Geology and Natural History;
Londres 1839.
tidas. Por otra parte no era de esperar otra cosa. Además, no es de
extrañar que solamente hayan sido registrados por los informantes
ciertos aspectos exteriores. BANKS, por ejemplo, a quien debemos la
descripción más detallada, sólo tuvo ante sí a los indígenas por el térmi-
no de dos días. Si, a pesar de ello, en su diario aparecen esporádicas
referencias a la concepción ético-religiosa de esos indígenas, significa
que tales suposiciones nacen indudablemente del sentir subjetivo de
su autor.
En tanto los nativos, bajo la impresión que les causaban esos ex-
traños blancos que, con formidables navíos de jarcias entrelazadas y
singular centelleo, aparecían inexplicablemente en sus costas, sólo se
acercaban a los forasteros con tímidos tanteos, prevalece en éstos el
vivo deseo de atrapar sin contemplaciones a algunos de estos "sal-
vajes", para exhibirlos en Europa. Se hizo casi una costumbre dispa-
rar sobre los nativos no bien éstos se presentaban a la vista. Como
puede deducirse de todos los informes, la actitud general adoptada
por los indígenas desde un principio nunca fue inamistosa; pero la
conducta injustificada de algunos navegantes hizo que aquellos seres
inocentes dejaran de lado su candidez, y fundamentó su desconfianza
contra todos los blancos, desconfianza que creció con el tiempo hasta
convertirse en lucha abierta contra él. Para la valoración del auténtico
estado de ánimo que entonces tenían nuestros aborígenes, y de su pa-
trimonio material, no quisiera prescindir de las anotaciones contenidas
en los diarios antiguos.
Antes de ceder la palabra a los informantes más recientes, recor-
demos brevemente la TABULA GEOGRAPHICA REGNI CHILE. Ésta no lleva
ni la fecha ni el nombre del autor, y sólo en un pequeño recuadro in-
corporado se lee el siguiente indicio: "Studio et labore Patris Procura-
toris Chilensis Societatis Jesu". Impreso en el año 1646 en Roma, por
comisión del padre ALONSO DE OVALLE, fue incluido en su obra: "Histo-
rica relacion del reyno de Chile" ". La mencionada TABULA GEOGRAPHICA
importa para nosotros en la medida en que en la "Tierra del Fuego"
propiamente dicha aparece dibujado un aborigen desnudo, provisto
de arco y flechas, aborigen al que, extrañamente, aparece añadida una
corta cola. Para que en el lector no surjan dudas acerca de la intención
del dibujante, se leen al lado del dibujo las siguientes palabras explica-
tivas: "Caudati homines hic" (ver Fig. 9). Sin lugar a dudas se trata
de una de aquellas creaciones de la fantasía europea, que gustaba po-
las regiones más a tadas con sem de formas fabulosas, y nues-
Tierra IXFuego c hombres caudados. "En algunos libros anti-
guos", dice tibr vía de Ixplicación BARROS ARANA (b): 43, "sobre todo
en los españoles, se encuentran las noticias más absurdas sobre estos
salvajes, lo que deja ver la propensión que estos autores tenían en
aceptar lo maravilloso." No obstante, creo probable que tal represen-
tación gráfica tenga su origen en una defectuosa observación, pues

9 En KoHL: 457 y sigs. se encuentran valiosos indicios acerca de la vincu-


lación de este mapa con un original que muestra los mismos territorios sudame-
ricanos guardado en la Biblioteca Nacional de París. En esta obra también se
emiten juicios acerca del valor geográfico del referido mapa.
ri1,1~ rasaic er e.141111112111

el manto de piel, única vestimenta del indígena, puede provocar fácil-


mente en un observador alejado la ilusión del papel de un hombre pro-
visto de cola, si la posición de aquél es favorable y el manto se encuen-
tra algo hinchado por el viento.
La figura de otra persona, que
seca al sol su 'vestimenta' con-
feccionada de lodo y lleva ad-
junta la explicación: "Ex luto
confecta vestimenta exicat ád
solem", no es de ninguna mane-
Caudati„ homines hir ra tan alejada de la realidad co-
mo parecería a primera vista. Re-
sulta demasiado poco conocido
que los yámana se untaban, du-
rante el crudo invierno, todo el
cuerpo con aceite de foca, mez-
ex Tabula geograpfiica regni chile ciado a veces con tierras coloran-
Fig. 9. Los "hombres con cola" tes, a fin de protegerse del frío,
y que los selk'nam, a su vez, usan
con la misma finalidad una arcilla. Carece de importancia si el secado
se realizaba efectivamente al sol; pero que nuestro dibujo se haya de-
rivado de esta costumbre es algo que no puede descartarse sin más.
Cerca del Estrecho de Magallanes aparece dibujado un loro, sen-
tado en una rama. SARMIENTO ya había observado allí en 1580 esta
especie de ave, pero, a pesar de ello, se ponía en duda incluso a fines
del siglo xviit que ese pájaro de vida tropical hubiera alcanzado las ás-
peras tierras magallánicas. Densas bandadas de Microsittace ferru-
gineus se encuentran incluso en ambas costas del Canal de Beagle.
También están representados los animales característicos de las
pampas argentinas, el quirquincho, el puma, el huemul y el guanaco.
Junto a un grupo de estos últimos se lee la leyenda: "Vocantur Guanaci
et faciunt Belzuaros". Esta explicación se refiere a ciertas concreciones
que se forman en el estómago de esos camélidos 60 Además, la repre-
.

sentación de perros señala una verdadera crianza de este animal do-


méstico por los patagones, mucho antes de la visita de los primeros
europeos; por consiguiente, sería aceptable suponer que existía la
misma costumbre entre los selk'nam. Por último, la diferencia de es-
tatura entre aborígenes y europeos, registrada en el mapa dentro del
territorio de la Isla Grande propiamente dicha, ha de demostrar la
existencia de un mayor desarrollo físico de los selk'nam. En resumen,
puede extraerse de esta antigua TABULA GEOGRAPHICA mucho de cierto
(ver el mapa adjunto).

60 Estos cálculos duros como piedras son utilizados como remedio por los
selk'nam, así como por los indígenas araucanos.
c. Los trabajos de investigación de los últimos cincuenta años
La Isla Grande, la patria de los selk'nam, con sus puertos que casi
no merecen ser llamados así, y su costa noreste poco profunda, no ha
podido proporcionar a los antiguos navegantes ni puntos de atracción
especiales, ni suficiente protección a sus naves. Principalmente por esa
razón los europeos no prestaron atención especial a los indígenas que
habitaban allí, y ambos grupos se encontraron sólo ocasionalmente en
la Bahía Buen Suceso. Incomparablemente más abundantes son las
fuentes antiguas en relación con los halakwulup, de los que casi cada
flota, desde el descubrimiento del Estrecho de Magallanes hasta la
formal anexión 6' del territorio por parte de Chile el 21 de setiembre
de 1843, trajo a Europa abundantes noticias y detalladas descripciones.
Desde ese momento los informes comenzaron a ser menos frecuentes.
Algunos decenios después, en cambio, la atención de los blancos co-
menzó a centrarse cada vez más en los selk'nam. Una vez que se hizo
probable para los habitantes de aquella poco conocida región la aptitud
de algunas comarcas de la Isla Grande para la cría de ovinos, más de
uno arriesgó salud y energía vital en aras de una empresa aventurada.
Casi a diario se aventuraban arriesgados juegos de azar para enrique-
cerse, desde que fueron descubiertos rendidores yacimientos de oro,
y gente de los más diversos orígenes fue víctima de una verdadera fie-
bre del oro; todo ello a despecho de las inquietantes noticias que se
tuvieron con respecto a los indígenas.
El misionero protestante THOMAS BRIDGES apenas había logrado un
acercamiento aún poco satisfactorio con los selk'nam (ver pág. 44),
cuando fluía ya desde el norte una corriente de esperanzados colonos,
atraídos por los prometedores informes del oficial de marina chileno
RAMÓN SERRANO M., informes que databan del ario 1879 (ver pág. 51).
Mediante las informaciones recogidas por la expedición argentina del
año 1886. baio el mando de RAMÓN LISTA, se conoció parcialmente la
región oriental (ver pág. 52). Se abrieron entonces las puertas para los
criadores de ganado y los estancieros, para los buscadores de oro y
los aventureros, todos los cuales se derramaron sobre el territorio de los
selk'nam hasta entonces intacto. Todos ellos estaban animados del de-
seo de enriquecerse rápidamente.
De un día para el otro se vieron enfrentados indígenas y europeos.
Éstos extendieron la mano para apoderase del territorio de aquéllos
enzo errible 111 que tuvo su rápido fin en la total elimina-
tiguos propietarios de esta isla. Las noticias sobre el te-
orio y s gente se multiplicaron sorprendentemente en estos pocos
decenios, y también comenzó el estudio científico. Como consecuencia
de la actividad económica que desarrollaron los europeos intrusos, la
superficie de la Isla Grande adquirió entonces una nueva fisonomía 62 ,

y el inevitable ocaso del pueblo selk'nam es de esperar para dentro de


unos pocos años, cuando desaparezca el último de sus representantes.

61 VERA: 25 y QUESADA describen los antecedentes jurídico-internacionales de


este acontecimiento político.
A continuación mencionaré los inforrn que, direc 0411Nm me
mente, tienen por objeto a nuestros nativos, y me limito a lo más im-
portante. Me referiré brevemente a la personalidad y profesión del in-
formante, a los motivos y a la duración de su estadía en la Tierra del
Fuego, a la forma de su trato habitual con los indígenas y al método
mediante el cual obtuvo sus conocimientos. Todo ello hace posible una
valoración de las noticias transmitidas y de las afirmaciones dadas a
conocer.
Prescindo de una clasificación de las numerosas fuentes según el
valor intrínseco de los conocimientos que pretenden transmitir. Se pue-
den así evitar fácilmente muchos inconvenientes. Por otra parte, la
imagen de la transformación impuesta paso a paso a la tierra fueguina
se traduce con mayor fidelidad si los testigos individuales tienen la
palabra según el orden cronológico de los informes. Las noticias sur-
gidas en la época de los primeros contactos de los blancos con los in-
dígenas son comprensiblemente superficiales y fragmentarias; aquéllas
de contenido más completo tienen origen sólo en los últimos años.
Con el mayor énfasis quisiera recalcar que europeos y aborígenes se
enfrentaron en abierta pugna durante un tiempo relativamente breve,
tanto individual como colectivamente. Por este tan exiguo lapso de
contacto no pudo verificarse una transformación esencial de los carac-
teres culturales de los indígenas hasta los años en que yo mismo inicié
mis estudios entre ellos. De la misma manera los esfuerzos de los mi-
sioneros no pudieron influir sensiblemente sobre el mundo espiritual
indígena en un plazo tan corto. La actitud defensiva de los indígenas,
tan despiadadamente perseguidos, se constituyó en una barrera infran-
queable para la asimilación del patrimonio cultural europeo.
En cuanto a la valoración de la credibilidad mediante la crítica
general e individual 63 prefiero acentuar las circunstancias de la época
,

en que nacieron los informes. En aquel entonces los europeos casi sin
excepción enfrentaban hostilmente a los nativos y, por lo tanto, reinaba
una irritabilidad máxima en ambos bandos. Se carecía tanto de una
concepción espiritual desprovista de apasionamientos y prejuicios, co-
mo del tiempo necesario para que los blancos realizaran observaciones
dignas de fe y los indígenas carecían de los presupuestos naturales para
un modo de vivir sin trabas y un normal desarrollo de la economía, lo
mismo que de un apropiado acceso para ello.
¿Era realmente tan vigorosa y amplia la influencia de aquellos in-
trusos europeos, como para transformar la manera de pensar de los
nativos y condenar a la desaparición el contenido de su memoria? ¿Que-
dó destruida sin más ni más, con la apropiación por los europeos de
sus cotos de caza al mismo tiempo el mundo propio de sus represen-
taciones e ideas, de sus personalidades mitológicas y de sus concep-
ciones religiosas? ¡De ninguna manera! Pues ningún buscador de oro
estanciero, aventurero o policía, y ni siquiera la labor de los misione-

62 BECERRA: 1737 narra muy certeramente el cambio fundamental registrado


en la situación de aquella limitada región.
63 Los informes comentados son valorados según los criterios que ha reco-
pilado FEDER en su Lehrbuch der geschichtlichen Methode, Regensburg 1924.
ros, puso en práctica —y menos aún logró— una influencia que pudiera
alcanzar las profundidades espirituales y anímicas de los selk'nam,
hecho que resulta a nuestro juicio, decisivo. Es que ambas partes tra-
taban de evitar incluso la aproximación puramente física, y ninguna de
ellas ha buscado acercarse a la otra como para que una asimilación
espiritual fuera posible. Al evaluar con exactitud las circunstancias de
esa época se descubre fácilmente la barrera invisible que separaba al
acobardado aborigen del brutal blanco; aquéllos estaban demasiado
dominados por el miedo que reinaba en sus corazones, como para que
pudiera producirse una corriente de transformación de influencia euro-
pea, digna de mención, hacia el mundo espiritual de los indígenas. La
aversión y el odio contra el asesino de tantos miembros de su tribu
les hacía rechazar sin distinción todo lo que aquél trajera consigo. Un
efecto muy extraño han tenido ciertamente sobre nuestros inofensivos
hijos de la naturaleza aquellos conceptos de dignidad humana y de
moralidad y aquel singular manejo de la exigencia universal del dere-
cho sobre vida y propiedad, que los blancos invasores llevaron a su pa-
tria hasta entonces intacta.
Tampoco ninguno de los misioneros reclama para sí el éxito de
haber modificado la manera unilateral de pensar de los indígenas, ni
de haber exterminado las antiguas ideas ético-religiosas y mitológicas
de aquéllos. Sería una monstruosidad psicológica si el patrimonio cul-
tural hubiera sufrido una merma esencial en el lapso de pocos decenios
de extrema agitación y bajo las condiciones vigentes para los selk'nam,
esto es, con sólo muy esporádicos contactos individuales con los euro-
peos y la siempre abierta posibilidad de regreso a la forma de vida se-
gún las costumbres tribales; con el intercambio sólo parcialmente in-
terrumpido de grupos mayores entre sí y sin la más mínima limitación
en el uso del lenguaje propio. En ningún momento los europeos inten-
taron influir sobre todo el pueblo indígena, ni tal influencia resultó
duradera en los casos individuales. Sólo los hermanos BRIDGES conocen
suficientemente el idioma indígena, y sólo desde hace unos pocos años
algunos jóvenes selk'nam se sirven aceptablemente del español. Todas
estas circunstancias aseguraron la subsistencia genuina hasta hoy en
día de las particularidades indígenas, y algunos rasgos exteriores adop-
tados permiten reconocer fácilmente su origen europeo. Por consiguien-
te, durante mis pocos años de permanencia en la Tierra del Fuego pude
en claro con la mayor exactitud los elementos culturales esen-
s de los selk'nam. Por más valiosas que sean las observaciones de
epocas antiguas, no en todos los casos les corresponde una fuerza pro-
batoria más intensa sólo por su mayor antigüedad; el acercamiento ac-
tual a los indígenas, hoy más cómodo, permite captar con facilidad
incomparablemente mayor su concepto de la vida y su orden social,
su mitología y su religión.
A pesar de que más arriba los informes de los viajeros antiguos
fueron reproducidos en lo posible en conjunto, quisiera poner en un
primer plano, respecto de los investigadores e informantes de las últi-
mas décadas, una crítica individual de su credibilidad. Las circunstan-
YY

cias puramente personales bajo las que se realizaron las investigacio-


nes, así como las relativas al tiempo y al lugar deben verificarse ahora,
aunque su contenido objetivo sea en cambio, aprovechado en el lugar
adecuado del propio texto.
Los primeros intentos de lograr un acercamiento pacífico con los
selk'nam fueron planificados y ejecutados por el misionero inglés Tilo-
MAS BRIDGES. Su principal ámbito de trabajo se encontraba en el terri-
torio de los yámana, más exactamente en la parte media de la - región
del Canal de Beagle. En tanto el más tarde obispo STIRLING 64 eligió en
enero de 1869 la actual Ushuaia como primer emplazamiento de una
misión, y comenzó allí su actividad el joven T. BRIDGES, ordenado el
domingo de la Santísima Trinidad, abandonó su patria inglesa, el 9 de
agosto y desembarcó en octubre en Keppel Island con la orden de ha-
cerse cargo de la nueva fundación en el Canal de Beagle. "It was the
beginning of 1870 that Mr. Bridges paid his first visit to Oshooia after
his ordination" (MARsH: 117), y relevó a su antecesor MR. STIRLING,
que fue llamado para recibir su consagración episcopal 65
No puedo relatar aquí la actividad de los misioneros ingleses entre
los yámana; sólo menciono su intención de incluir también a los selk'
nam en sus intentos de cristianización, luego de los primeros éxitos
visibles entre los yámana 66 . Ya habían comenzado los primeros inten-
tos de los blancos destinados a limpiar de indígenas extensas regiones
de la Isla Grande. Desde un principio las perspectivas eran muy des-
favorables para los indígenas, y con plena justificación creyeron los
misioneros que su deber era intervenir lo más rápidamente posible.

THOMAS BRIDGES: Entró en 1875 por primera vez en con-


tacto con gente selk'nam " más por casualidad que por intención pre-
meditada. Poco a poco maduró su plan de realizar un viaje de ex-
ploración al interior de la Isla Grande, pero recién a fines de enero de
1878 la nave misionera "Allen Gardiner" navegó hacia el norte. A bordo
se encontraban el obispo STIRLING y TH. BRIDGES, acompañados de al-
gunos hombres yámana. Entre ellos también se encontraba el joven
DATAMINICK. "Who is the partly Ona we obtained at Spaniard Harbour",
como señaló el capitán del barco, WILLIs (MM: XII, 128; 1878). En la
Bahía Gente Grande debía comenzar la marcha, y el plan preveía nada

64 La obra de este hombre singular será apreciada en el volumen II, por lo


que aquí me limito a lo más indispensable. Right Rev. WAITE HoCKIN STIRLING
D.D. nació el 14.01.1829, ingresó en 1857 a la S.A. Miss. Society, que en aquel
entonces llevaba el nombre de "Patagonian Mission", llegó como misionero en
1862 a Sudamérica, y en 1869, procedente de Keppel Island, fundó la estación de
Ushuaia. Pocos meses después fue consagrado primer obispo de las Islas Malvi-•
nas. Después de haber dedicado toda su vida a esta región, falleció a avanzada
edad el 19 de noviembre de 1923 (ver MM: LVIII, 2; 1924).
65 Ver "Consecration of the Rev. W. H. STIRLING to be the first Bishop of
the Falklands", en MARSH: 72-77.
66 Como breve panorama del trabajo inicial de esta misión protestante se
recomienda JoHN W. MARSH: Narrative of the Origin & Progress of the South
American Mission, or, First Fruits Enlarged, Londres 1883.
67 Ver el informe del 1? de marzo de 1875 en The voice of pity for South
America, pág. 60, Londres 1876.
menos que atravesar la parte nordeste de la isla. El joven DATAMINICK
debía servir de negociador con los selk'nam. Los valerosos misioneros
lograron cumplir su cometido. Luego de su regreso BRIDGES envió un
detallado informe a Londres 68 (publicado en MM: XII, 102 y sigs.;
1878). Entre otras cosas puede deducirse de esta carta que los misio-
neros intentaron repetidamente acercarse a los indígenas, pero éstos
se mantuvieron en todos los casos alejados.
Por más ventajosa que haya sido esta marcha de siete días para
demostrar el espíritu emprendedor de los misioneros y por más valio-
sas que sean las descripciones del paisaje, la flora y la fauna de esta
región que se intercalan en el informe, lamentablemente no se produjo
un entendimiento con los indígenas, por culpa de éstos mismos. En sus
Remarks o BRIDGES expresa con toda franqueza su decepción, pero no
se dejó desanimar por ello.
Cuando regresó en marzo de 1881 de Inglaterra a Punta Arenas
(ver MARsx: 132), le inquietaron los rumores circulantes sobre la fun-
dación de ciertos establecimientos rurales en la Isla Grande. Ni él ni
su obispo dudaron de la urgencia de poner en práctica el plan anterior-
mente concebido. "The Bishop urges the need of opening up intercourse
by us with them and this I am resolved to attempt vigorously by the
employment of native agents" (MM: XV, 255; 1881).
Dos intentos de reunirse con los selk'nam orientales junto al Canal
de Beagle no tuvieron éxito, como lo demuestran las cartas del 5 de
enero y del 16 de julio de 1882 (MM: XVI, 102 y 223). Poco después,
BRIDGES mismo viajó hacia el este, y en la bahía Sloggett se reunió con
un grupo de aborígenes: "We found them a very tractable company,
family by family, and we found these fifty persons having vine different
fires and hearths. These hardy people are content in ordinary weather
numbering about fifty persons. Unlike the Yahgans, they live apart,
with the shelter of a few guanaco skins to shut off the wind, and
nothing overhead of to leeward save the foliage of the trees These
people largely live on fish, shellfish, and seals, and half vegetable, they
find washed up on their coast. As in former time, so now, we find
among these Eastern and Southern Ona a large mixture of Yahgan
women, who were very apparently shorter than the Ona women. I
encouraged the Ona to pay us a visit ot Osshooaia, and promised them
a warm welcome and assistance to como and go. They are resolved
to come. We visited their camp, and their whole company visited ours,
we hac,1 no troubleltith them It was evident to us all that
lead a hard live. Their bows and arrows, though not in the least
o amented, are perfect; they could not be made better" (MM: XVI,
'

224; 1882). Esta primera visita allanó el camino para un trato posterior
con los aborígenes ".

68 Esta carta lleva como título "Dawson Island, in voyage to Sandy Point,
March lst, 18'78".
69 También describen el programa de trabajo para la cristianización de los
selk'nam, programa muy bien pensado (MM: XII, 125 y sigs.; 1878).
" El capitán WILLIS (MM: XVI, 231) testimonia el efecto favorable que la
prudente actitud de BRIDGES tuvo sobre los indígenas.
1111 4011 11111140$
-XV

Entretanto, los misioneros se dedicaron al estudio de las lenguas 71 .

Pero los indígenas no aparecieron, no obstante haberse comprometido


a concurrir a breve plazo, lo que generó variadas dudas (ver MM: XVII,
273; 1883). La tormenta persecutoria contra los selk'nam arreciaba
cada vez más, y los temores alimentados por BRIDGES pronto se con-
virtieron en amenazadora realidad. Hasta qué punto estaba empeñado
en el asunto este hombre temperamental lo demuestra su carta del
8 de noviembre de 1884: "The Ona land will soon be occupied,and it
is very necessary we should open, without loss of time, communication
with the Ona We must bring the Ona from the South and through
them begin our intercourse with the Ona of the North" (MM: XIX,
36; 1885).
A fines de julio de 1885, BRIDGES salió por segunda vez con la nave
misionera "Allen Gardiner", rumbo a la costa norte de la Isla Gran-
de. En este viaje lo acompañaba para servirle de intérprete el joven
ANACI, que poco antes había sido enviado desde Keppel Island. Pero,
puesto que los acobardados aborígenes acostumbraban esconderse de
cualquier blanco desconocido. BRIDGES sólo pudo acercarse ocasional-
mente a algún individuo aislado. Además, fracasaron los conocimientos
de la lengua selk'nam de su acompañante indígena 72, por lo que el éxito
buscado no se alcanzó. Solamente trajo consigo una apreciación super-
ficial del número de individuos que formaban aquellaAribu, y kucon-
firmación de la existencia de dos dialectos (MM: XIX, 247; 1885).
No se puede establecer con seguridad si los misioneros ingleses
continuaron dedicando su atención a los selk'nam. Pero si se tiene
en cuenta que BRIDGES solía informar con esmerada prolijidad de todo
lo que acontecía ", se puede deducir de su silencio absoluto que desde
entonces ya no se ocupó más de la cultura, la lengua y las condiciones
de vida de los selk'nam, si bien confeccionó una lista de vocablos de
la lengua haus. Los bien intencionados propósitos y los esfuerzos rea-
lizados por estos misioneros para ayudar a los selk'nam merecen pleno
reconocimiento.
Hasta comienzos de la década del 80 sólo se sabía de los selk'nam
que habitaban la Isla Grande, que se dividían lingüísticamente en dos
grupos y que su bagaje cultural era muy rudimentario.
Pero entonces se precipitaron sobre la Isla Grande acontecimien-
tos de profunda significación para la transformación de su imagen y
para el destino de sus habitantes. La Tierra del Fuego pareció haberse
convertido repentinamente para todos en un Perú. La noticia de la
existencia de yacimientos auríferos corrió como reguero de pólvora.
Bandadas de buscadores de oro y aventureros acudieron con inespe-

71 Con inteligencia y celo había distribuido BRIDGES las fuerzas disponibles,


elaborando el 4 de agosto de 1882 el siguiente programa: "We decided that
Mr. Bartlett should devote himself to the acquirement of the Ona, and Mr. Law-
rence in learning Alaculoof, I am to revise and arrange the words so collected.
We find our vocabularies of these two languages, compiled years ago, fairly ac-
curate. There is no similarity between them..." (MM: XVI, 253; 1882).
72 Este indígena pertenecía al grupo haus y no estaba por lo tanto familia.
rizado con el dialecto selk'nam propiamente dicho.
73 Todos los que lo conocían atestiguan su escrupulosa exactitud y esmero,
llevados al máximo, en todos sus registros y escritos.
rada rapidez. No sólo la Isla Grande fue invadida por ellos, sino que
también clavaron sus palas en la Isla Picton y en la Isla Nueva. En
su carrera por la fortuna se agregó a ese grupo una multitud de gana-
deros y estancieros que con ambas manos se adueñaron de las tierras
ofrecidas por el gobierno. Pulperos y comerciantes de todo tipo siguie-
ron las huellas de aquellas dos grupos de pioneros. El ir y venir de
esa multitud barrió la Isla Grande, y empujó a los sorprendidos indí-
genas, rodeados por todos lados, a un rápido y terrible ocaso.
El pastor THOMAS BRIDGES también renunció a la actividad apos-
tólica que ejercía hasta entonces al servicio de la S. A. Miss. Society, y
se convirtió en estanciero independiente. Se le asigna el mérito de ser
el primero en transplantar las manadas de ovejas desde las Islas Malvi-
nas al Canal de Beagle, cuando fundó su estancia en Puerto Harberton,
a unos 65 km al este de Ushuaia. Su renuncia a esa sociedad misio-
nera sólo puede haberse producido en el año 1886, año en que adquirió
la ciudadanía argentina para aspirar a obtener aquellos territorios
licitados en ese entonces ". Con muchos esfuerzos instaló su estancia.
Con habilidad supo convertir en su propio monopolio el abastecimiento
de todos los buscadores de oro establecidos en la boca oriental del Ca-
nal de Beagle, ya que en aquella región desprovista de habitantes no
había en aquel entonces ningún otro punto de reaprovisionamiento.
Personalmente no tomó parte en el lavado de oro, pues aquello a me-
nudo era un gran caos 75 .

La precipitada concurrencia de tantas dudosas existencias europeas


al ámbito territorial de los yámana y de los selk'nam causó en los abo-
rígenes la mayor consternación. Amenazados por todas partes, acep-
taron la segura protección que BRIDGES, y sólo él, les ofreció en su
extensa estancia. Ciertamente, aquí estuvieron a salvo de la violencia
de los blancos, pero en cambio tuvieron que realizar por un pobre
salario toda clase de trabajos a los que no estaban acostumbrados.
Cuando pasaban los meses de verano, y los buscadores de oro se reti-
raban de sus yacimientos, casi todos los selk'nam regresaban también
a sus bosques desde Puerto Harberton. Recién cuando nuevos peligros
se cernían amenazadoramente sobre ellos, regresaban a la seguridad de
la estancia de BRIDGES.
Entretanto, los dos hijos menores de THOMAS BRIDGES se habían
acostumbrado a las circunstancias reinantes hasta tal punto que, con
la guía de algunos selk'nam de confianza, intentaron un primer avance
hacia los cotos de caza de éstos, al norte de la cadena montañosa.
' o ofreCieron
r a los Wenazados indígenas protección y ayuda en

yita ncia en el Canal elleagle, estos desamparados aceptaron la in-


ión. Desde entonces cruzaron repetidamente la sierra en ambos

74 Obtuve este dato de una carta de ASP1NALL del 1? de marzo de 1888 en


MM: XXII, 101, y de otra carta del 10 de octubre de 1888 a la "Unita Cattolica
in Buenos Aires", publicada en BS: XI, 14 y sigs.; 1887.
75 LAWRENCE narra el estado de cosas imperante en una carta del 6 de mayo
de 1889: "Mr. Bridges is making a grand place Down-East. I hope He get a return
for his trouble. The gold-fever is over. We hear but little of it, only that men
kill each other, and die in each other embrace; ships are wrecked and all hands
perish; men tied up, and their gold taken from them, and have to return penniless.
So I thank God that I am what I am " (MM: XXIV, 33; 1890).
•■• ~1111~1~,
:"'"•!!T”""

sentidos, de modo que en ciertos períodos Puerto Harberton resultaba


densamente poblado por ellos. Familias de yámana y de selk'nam con-
vivieron entonces a menudo y sin fricciones por tiempo relativamente
prolongado, aunque hasta entonces habían evitado todo contacto. Pero
los aborígenes tuvieron que aceptar que los emplearan para la cons-
trucción de un ancho camino desde Puerto Harberton hasta la sierra,
y para otros trabajos en la estancia, de los que tampoco quedaron
exceptuados mujeres y niños. Ciertamente recibieron vívere now1574_,
jamiento provisorio a cambio de su esfülrz"o, pero nunca sé 'sintié-
ron plenamente cómodos bajo estas nuevas condiciones de vida que
les fueron impuestas. Por lo general se iban gustosamente al cabo
de un tiempo mayor o menor 76 .
Los hijos de BRIDGES se familiarizaron entretanto con la forma de
vida, el mundo espiritual y la lengua de los selk'nam. Su contacto
con ellos durante años les permitió acumular ya aquí una inmensa
cantidad de observaciones, que fue ampliada en su posterior contacto
con los indígenas en la estancia Viamonte. THOMAS BRIDGES no tuvo
ni tiempo ni ganas de dedicar una atención especial a las costumbres
de esos indios, a pesar de lo cual tuvo noticias de muchas de sus
particularidades ". Las ocasionales referencias a ellas de sus infor-
mes son dignas de crédito, aunque de todos modos no mención , pe-
culiaridades a las cuales hubiera sido difícil acceder.
THOMAS BRIDGES falleció el 16 de agosto de 1898 en Buenos Aires,
dos años después de haber sido el primero en haber agregado a su pro-
piedad en Puerto Harberton una concesión chilena, la Isla Picton,
"cuyos beneficios no alcanzó a obtener" (FUENTES: II, 139).
Durante la década del 90 huyeron muchos indígenas a la estancia
de Puerto Harberton en busca de protección, en tanto los yámana se
retiraron más y más de ella. Las relaciones de los hermanos BRIDGES
con los selk'nam se hicieron cada vez más íntimas. Organizaron cazas
en común, y, con el fin de explorar la parte meridional de la Isla Gran-
de, los hermanos BRIDGES, disfrazados de selk'nam, cruzaron repetida-
mente la sierra en compañía de indígenas de confianza.
Cuando los hermanos BRIDGES se instalaron a fines de 1908 en su
gran estancia en la desembocadura del Río del Fuego'', utilizaron tam-
bién aquí exclusivamente a los selk'nam como empleados y obreros,
como pastores y esquiladores; durante años explotaron con la sola
ayuda de estos indígenas el inmenso territorio. Los indios son una
fuerza laboral barata: se alimentan a su manera y construyen su pro-

76 Es cierto que Sir T. H. Hounew evalúa la utilización de selk'nam en esta


estancia como "thoroughly congenial" por parte de BRIDGES, "and well suited" para
los indígenas (MM: XXXVIII, 151; 1904); pero pierde de vista la circunstancia de
que estos aborígenes sólo llegaron a la finca en busca de protección contra la
persecución a la que fueron sometidos, y debieron aceptar realizar su trabajo
diario a cambio de escasa retribución.
77 Por esta razón resulta errónea la opinión de BEAUVOIR (b): 218 de que
"el Sr. Tomás Bridges muy poco había estado con los Onas..."
78 Al respecto escribe el padre J. ZENONE, que en marzo de 1909 estuvo allí
por trece días: "Las familias BRIDGES, compuestas de diez personas, y que hace
cinco meses viven en carpas, están ocupadas actualmente en la edificación de una
nueva factoría junto al Río del Fuego..." (SN: XV, 281; 1909).
pio alojamiento. Cerca de los edificios de la estancia levantaban sus
chozas a la usanza tradicional, y permanecían aquí principalmente
para la esquila.
Durante todo este tiempo la influencia de los BRIDGES sobre sus
aborígenes creció hasta adquirir el carácter de un cierto feudalismo.
Oficiaban de árbitros en los litigios, les ayudaban a hacer valer sus
derechos frente a europeos inescrupulosos; en todos sus problemas y
peticiones, en sus desavenencias y en todo lo que correspondía a su
tribu y a su familia, los indios recurrían a los hermanos BRIDGES, que
una y otra vez debían intervenir mediando y conciliando. No sólo
conocían a grandes y chicos, jóvenes y viejos por su nombre y carác-
ter, sino que entraron en el más estrecho contacto con cada uno de
ellos. Creciendo entre el grupo de los selk'nam, conviviendo con ellos
y dominándolos más tarde totalmente como estancieros, los hermanos
BRIDGES adquirieron un total dominio de la forma de vida y del len-
guaje de los indígenas; su absoluta credibilidad como testigos se basa
en este desarrollo y en una experiencia de varios decenios. En vista de
ello, no puede extrañar que los BRIDGES se hayan convertido para
la inmensa mayoría de los viajeros fueguinos posteriores en la casi
exclusiva fuente de noticias 79 .

Ellos se dedicaron a sus aspiraciones económicas, razón por la cual


nunca se esforzaron por lograr elaborar y coleccionar material etno-
gráfico. Sólo conocieron fragmentariamente la vida espiritual de los
indios y, por ello, no pudieron informar a viajeros posteriores sobre
el tema; contrariamente a su padre, a quien debemos anotaciones su-
mamente valiosas sobre la lengua y la cultura de los yámana. De LUCAS
BRIDGES sólo existe un "Vocabulario y frases de la lengua de los Onas",
manuscrito, de treinta y dos páginas w.
De mayor importancia para nuestros fines es la cuestión de si los
BRIDGES ejercieron una influencia europeizante sobre los indios. Se
ha comprobado, sin embargo, que, no sólo en general han dejado sin
restricciones a los selk'nam su modo de vivir vernáculo, sino particu-
larmente a la gente que trabajaba en sus campos. Los visitantes pue-
den cerciorarse de que todavía hoy perduran las viejas tradiciones. Se
trata, por ejemplo, de hechos superficiales de escasa significación, como
cuando los indios agregan hoy a las estructuras de sus chozas pedazos
de chapa ondulada o de arpillera "; y sin interrupción se han encon-
trado, como antes, para celebrar juntos las secretas fiestas Klóketen.
Sin duda, al comienzo de los últimos veinte años, aumentó con-
blem el afán transformad la juventud de entonces se
elto ~ vivaz y h opiado bast de los europeos. Hoy reina
en la Isla Grande y el progreso económico es extra-

" Acertado es el juicio de COOPER: 72: "The Bridges brothers are the best
living first-hand authorities on Ona culture; ...their intimate knowledge has been
drawn upon extensively by Barclay, Cojazzi, F. A. Cook, Furlong, Gallardo, Holm-
berg, O. Nordenskjoeld, Tonelli".
8° Lo he examinado en el Museo Mitre de Buenos Aires, pero sólo le corres-
ponde poca importancia. Véase Museo Mitre: Catálogo razonado... I, 164.
81 Vignati (a) habla con cierta razón de un "tipo moderno" de construc-
ción de las chozas. En el sur todavía no se encuentran tirados por ahí tales restos
de basura cultural europea, por lo que el estilo original todavía no sufrió deterioro.
ordinario en todo sentido. De allí también el gran contraste entre los
selk'nam jóvenes y los más viejos de la tribu; porque los indios de
más edad no pudieron adaptarse a la vertiginosa carrera transforma-
dora del desarrollo exterior; y ya fuera por oposición al detestado euro-
peo, se retiraron, aislándose, para persistir con mayor firmeza en las
costumbres de sus padres. La nueva generación busca, por el contra-
rio, imitar la forma de vida de los blancos, y la permanencia continua
en las estancias interrumpió el intercambio continuo de ideas con los
demás integrantes de la tribu; •por lo cua~árrti~rannliariZanns -4...
con la cosmovisión de sus padres. Esto significa la decadencia lenta
de la vida espiritual anterior indígena, que ha afectado a la gente jo-
ven; los BRIDGES nunca aspiraron a ejercer una influencia consciente
a través de ideas modernas 82 Además, sólo pocos indios buscaron
.

permanecer por un lapso mayor o menor en los campos de los BRID-


GES o de otros colonos. Lo que aceptaron del patrimonio cultural
europeo se limitó a algunos elementos insustanciales que pronto des-
aparecían cuando los indios reanudaban la vida con su tribu en los
bosques natales.
Aprovechando bien la mano de obra indígena barata, los BRIDGES
aumentaron tanto sus propiedades que hoy los llaman "los reyes de
Tierra del Fuego" ". Cuando, a mediados de 1907, J. ZENONE, viniendo
por primera vez desde el Norte, avanzó hasta su estancia, LUCAS
BRIDGES se ofreció para construir una iglesia de madera ". En ella ese
misionero impartió más tarde enseñanza y catequesis a muchos niños
y adultos.
Es, entonces, imposible que lo primordial de la cultura selk'nam
se haya transformado o modificado hasta quedar desfigurada en la
estancia Viamonte o en Puerto Harberton por la acción de la familia
BRIDGES. Las circunstancias de la época y el conservadorismo de los
indios han sabido asegurar al antiquísimo patrimonio tribal.
Regresemos a los informes de otras plumas. La conjetura formu-
lada anteriormente tiene fundamento, porque esas fogatas que MAGA-
LLANES había visto iluminar la noche, pueden haber sido encendidas
por los selk'nam en la costa Norte de la Isla Grande. Poco después,
la pequeña flota de SARMIENTO DE GAMBOA navegaba por las anchas
ensenadas de la región de la Bahía Gente Grande, donde fueron avis-
tados por europeos los primeros selk'nam (pág. 23). Desde este
encuentro los navegantes que llegan a estas regiones guardan un silen-
cio de tres siglos sobre nuestros nativos del Norte de la Isla Grande.
MARGUIN: Este autor trae, por fin, la primera noticia. Como
acompañante de E. PERTUISET recorrió a caballo afines del año 1873 y a
principios de 1874 la costa Noroeste de la Isla Grande. En su Com-
munication dirigida a la Société de Géographie de Paris faltan datos
sobre la duración de su estadía en el archipiélago, la finalidad y cir-

82 Una carta del Pastor LAWRENCE del 1° de mayo de 1909 parece dar a en-
tender que LUCAS BRIDGES "conducts Divine Service" para los selk'nam (MM:
XXXIV, 112). Pero se trataba sólo de una prueba ocasional.
83 Véase el censo realizado en 1893 por el gobernador G. GODOY: 379.
U Este plan se discute en las SN: XIV, 141 de 1908.
cunstancias de su viaje y las personas que lo acompañaron. Sin em-
bargo, en el mapa adjunto, se puede ver que salió el 30 de diciembre
de 1873 de Bahía San Felipe, avanzó luego por las costas de la Bahía
Inútil para después cruzar el 13.12.1874 desde Punta Nose a la Isla
Dawson. Expresa que: "Il ne nous fut donné que deux fois de sur-
prendre des campements de Fuéguiens" y estos pocos indígenas tam-
bién se ocultaron por temor. De los indios sabe informar muy poco,
pero su cabalgata fue el primer avance realizado hacia el Sur por la
ruta de la costa occidental.
A fines de 1880 colonos chilenos trataron de arraigarse en la zona
de la Bahía Gente Grande. Circulaban los rumores más extraños sobre
los indios "chonquis", por lo que los blancos sólo se aventuraban a
penetrar fuertemente armados en la región. La primera expedición
de reconocimiento chilena les había proporcionado el incentivo para
instalarse en la isla.
RAMÓN SERRANO M.: Para sustituir los rumores circulan-
tes por la realidad, las autoridades chilenas ordenaron una expedición
que investigara detenidamente el problema. El oficial comisionado re-
cibió la cañonera "Magallanes" con una pequeña dotación y quince
caballos. Abandonando la punta Sur de la Bahía Grande el 5 de enero
de 1879, la tropa avanzó en dirección Sudeste hasta el paralelo 54,
para acercarse luego a la Bahía San Sebastián y alcanzar, después de
atravesar la Isla Grande en dirección Noroeste, el punto de partida el
12 de febrero. El itinerario fue registrado en un mapa propio. Aun-
que unos pocos indios observaron la llegada de estos blancos, se man-
tuvieron temerosos a distancia; probablemente porque los soldados ni
podían alejarse del grupo ni dispersarse. Se recogieron algunos pocos
utensilios indígenas ya conocidos, pero faltó la oportunidad para hacer
observaciones generales. SERRANO: 204 opina, con acierto, que los abo-
rígenes son "de un carácter suave i faciles de civilizar" y que en la
parte norte de esta isla se encuentran buenos campos de pastoreo para
ovejas. LISTA (b): 42 califica a dicho oficial chileno como el "primer
explorador de la parte chilena del País de los Onas".
FENTON : Cuando COPPINGER : 36 arribó, en enero de 1879, a
Punta Arenas, se le ofreció este médico residente local —"the Govern-
ment (Chilian) surgeon of the settlement"— como acompañante para
algunas excursiones por la región. Según me aseguró J. LAWRENCE ver-
nte, N posn conoci muy limitado de los indí-

GIAC BOVE Este oficial 'inglés emprendió, por orden


gobiern argentino, dos viajes de exploración al Canal de Beagle.
Después de visitar la misión protestante de Ushuaia, su goleta "San
José" zozobró en la Bahía Sloggett, el 31 de mayo de 1882. Antes de
que los veleros de la misión pudieran llevar ayuda, los náufragos reci-
bieron una corta visita de varios selk'nam, o haus, cuya robusta talla
sorprendió a todos. No se pueden esperar informaciones detalladas
de BOYE sobre esta tribu y él mismo reconoce abiertamente que "the
short time that I passed among the Alacalufs and the Onas does not
admit of my speaking of the tribes in detail" (MM: XVIII, 187, 1884).
Durante su segunda estadía, de febrero a abril de 1884, no tuvo con-
tacto con nuestros indígenas, pero sí con los yámana. Tanto mejor
exploró las condiciones geográficas de esa región as.
Su acompañante, el geólogo LOVISATO, permaneció en el Sur desde
el 1° de mayo hasta el 17 de junio de 1882, pero tuvo tan poca relación
con los selk'nam como BOYE. También el botánico SPEGAZZINI fue
miembro de esta expedición y no se demoró más en este territorio-r'^'
que los demás. Pero fue suficientemente sincero como para admitir
su incapacidad para aportar informaciones útiles sobre los selk'nam.
MISSION SCIENTIFIQUE DU CAP HORN: Lo que
publicaron los miembros de esta expedición sobre los selk'nam se de-
bía enteramente al misionero TH. BRIDGES, cuyo manuscrito HYADES
reproduce (q): 8ss. Quedó frustrado el intento de visitar a estos in-
dios en su propia región.
PAZ: A mediados de 1886 el gobernador argentino PAZ empren-
dió una expedición desde Ushuaia hacia el interior de la Isla Grande
para tomar contacto con los selk'nam. La misión le asignó como tra-
ductor a un yámana que, sin embargo, no eminaba el idioma de msus
vecinos. Se encontraron con un grupo de treinta selk'nám , y se comu-
nicaron por señas, sin alcanzar otros resultados (MM: XXI, 29; 1887).
En 1884 se instaló aquí en Ushuaia una subprefectura; en 1889
otra en la Bahía del Buen Suceso, en el Estrecho de Le Maire, y, junto
con ésta, un puesto militar en la Bahía Sloggett. Todos estos lugares
se encuentran en territorio argentino.
RAMóN LISTA: La empresa de este oficial no es una página
de gloria en la historia militar argentina. A esta segunda expedición
se le había encomendado la misión de atravesar la desconocida costa
oriental desde el Cabo Espíritu Santo hasta la Bahía Aguirre. La tropa
de veinticinco soldados estaba a las órdenes del capitán José Marzano;
como médico los acompañaba POLIODORO SEGERS y como capellán el mi-
sionero salesiano GIUSEPPE FAGNANO. A su disposición estaba la goleta
"Santa Cruz". Apenas habían desembarcado el 21 de noviembre de
1886 en la Bahía de San Sebastián, cuando ocurrió un sangriento cho-
que con indígenas, cuyo triste desenlace se debió a la falta de tacto
del jefe militar. Porque, al ver a los numerosos indios, comenzó a per-
seguirlos al instante para capturar a algunos que pudieran servirle de
guías. Mientras los indios trataban de rechazar a los agresores con sus
débiles flechas, éstos cargaron con sus fusiles. Pronto se revolcaban
en su sangre veintiocho aborígenes. Cayeron además en manos de los
soldados "algunos prisioneros, mujeres en su mayor parte", de las cua-
les nueve fueron llevadas a Buenos Aires. Contra este horroroso hecho
de sangre se rebelaron con la mayor franqueza FAGNANO 'I y SEGERS,

85 En un artículo necrológico del Instituto Geográfico Argentino (Boletín del


Inst. Geogr. Argent.: VIII, 255 ss; 1887) se reconoció su obra. Comparar AGOSTINI:
223 y HOLMBERG (a): 12.
86 Con mayor detalle en CARBAJAL: 111 y Anosrmi: 259.
pero sus esfuerzos fueron estériles. Cuando estos dos se acercaron
más tarde con demostraciones de amistad a otro grupo de indios,
éstos superaron su temor.
LISTA (b): 63 tuvo en la Bahía Thetis repetidos contactos con los
haus, pues permaneció aquí durante tres semanas. Trató de tomar
mediciones corporales "pero ningún salvaje se prestó"; solamente pudo
medir la altura de cuatro jóvenes. Además anotó sendas listas de
palabras de los habitantes del Norte y del Sur. Las anotaciones reco-
piladas desde noviembre de 1886 hasta enero de 1887 tienen cierto
valor para la evaluación etnográfica de los haus, pero carecen de pro-
fundidad pues faltó la comunicación lingüística. HOLMBERG (a): 13
comenta acertadamente que "no es su libro de gran utilidad por la
poca preparación de su autor".
Los prisioneros arriba mencionados fueron llevados primeramente
a Puerto Gallegos. Allí los embarcó en su vapor "Villarino" el capitán
SPURR el 5 de diciembre de 1886 para su transporte a Buenos Aires.
Durante el viaje murió una mujer de sus heridas. No se lee nada
sobre la suerte que corrieron las otras desgraciadas. Pronto levantó
su voz el "Buenos Aires Standard" contra la brutal violación: "They
comprise only women and children — a poor compliment to the bra-
very of the men who fought the Ona tribes of Tierra del Fuego...
If we are to judge the results of Mr. R. Lista's expedition through
Tierra del Fuego by the sabre cuts inflicted on the heads of Indian
babies and the bullet-pierced lungs of infants, we may say that these
suffice to brand the expedition as barbarous, and its members far
more barbarians than the Indian they are contending against... We
wonder why men were not captured to travel behind the triumphal
car of civilised warfare, instead of weeping women and maimed infants.
The Argentine Government ought to look into this and soundly rate
the Lista expedition for its barbarity..." n Al mismo tiempo remito
al valioso informe de FAGNANO sobre la expedición aparecido en el
Bollettino Salesiano XI, 1887, y que es tan difícil de conseguir.
POLIDORO S E G E R S: Nuevamente volvió al Sur este médico
militar y permaneció aquí ininterrumpidamente por tres años, tiempo
en el que juntó ricas observaciones. Lamentablemente se perdieron en
un naufragio muchas anotaciones y su gran colección de objetos. A
pasar de todo, pudo presentar un trabajo que eclipsa a todas las pu-
blicaciones anteriores.
NET L I. E M : gobierno francés envió a es-
ros para ar a cabo ajos científicos en Tierra del
lo cual peianecieron e ws 1 Norte los últimos dos meses
..ele 1890 y en el Sur los cuatro primeros del año siguiente. Su com-
portamiento con los indígenas fue impropio. La esperanza de obte-
ner de ellos alguna información útil resulta vana, pues A. POLERO EsCA-
mILLA ea demostró que la exposición que presentaron en el Bulletin de

87 Reproducido en MM: XXI, 37; 1887. Allí también está el informe del capitán
SPURR sobre el secuestro de aquellos prisioneros.
88 £1 examinó los hechos por orden del Instituto Geográfico Argentino y su
la Société de Géographie de Paris era un plagio hecho y derecho de un
trabajo de POPPER publicado en 1887. Éste comenta el caso con cáus-
tica burla: "Últimamente los dos sabios franceses Willems y Rousson
recorren las playas de Tierra del Fuego, y exploran no el territorio,
sino los cuadernos 4 y 5 del Boletín del Instituto Geográfico Argen-
tino de 1887; hacen un extracto literal de la conferencia y una mala
copia del plano que he publicado hace cuatro años y lo envían,'como
digno fruto de los 5000 francos que recibieron del gobierno francés,
al Ministro de Instrucción Pública de Francia, quien lo transmitrlo: 1"-1"
lemnemente a la Sociedad Geográfica de París, la que toma nota de
ella, dando publicidad al estupendo fiambre en su sesión del 21 de
Marzo del presente año" (POPPER [d] : 149). Cualquier comentario está
demás.
JULIO POPPER :Tenemos ante nosotros el tipo del aventu-
rero violento y codicioso. Rumano de nacimiento, se había estable-
cido inicialmente en Buenos Aires y, en 1886, en un primer viaje al
Estrecho de Magallanes había oído hablar de los yacimientos de oro
recientemente descubiertos en la región. Con el consentimiento del
Ministro del Interior juntó una tropa de dieciocho hombres "dispues-
tos todos a no retroceder ante ninguna dificultad" (a: 76). Corno
podemos ver en el mapa, este grupo recorrió todas las costas destr'
Bahía Gente Grande hasta cerca del Cabo Peñas, y luego se dirigió
directamente al oeste, desde el Cabo San Sebastián, hacia la Bahía
Inútil. Encuentros repetidos con indígenas tuvieron graves consecuen-
cias. En este viaje de reconocimiento POPPER obtuvo un excelente cono-
cimiento del territorio.
Más tarde estableció un poblado en Páramo para los muchos bus-
cadores ávidos de oro que se le adhirieron a; pues vagabundeaban por
allí individuos de la peor calaña y existencias perdidas de diversas
nacionalidades. Cuando su megalomanía y tiranía desagradaron a los
peones que tenía bajo sus órdenes y la búsqueda del oro produjo me-
nores ganancias, se hizo contratar por ciertos estancieros para la cace-
ría de indios. En sus correrías por la Isla Grande se encontró con
gran cantidad de indígenas, muchos de los cuales cayeron por las balas
de la salvaje banda que él capitaneaba. Cuando, después de un corto
período en que se dedicó a esas andanzas, el gobierno argentino ines-
peradamente lo enfrentó, tuvo la desfachatez de intervenir, con hipó-
crita verborrea, en favor de los indios ", cuyo asesino acababa de ser,
mediante un discurso público que se llevó a cabo en Buenos Aires
en 1891. Murió el 5 de junio de 1893.
Este hombre cruel y violento causó desgracias sin medida a los
indígenas. Extraña cómo el Instituto Geográfico Argentino pudo dedi-

demostración documentada consta en el Boletín del Inst. Geogr. Argent.: XII,


118; 1891.
a Así pudo escribir (d): 152: "Desde hace seis años, hasta la fecha, he ocu-
pado sucesivamente ... 540 obreros en mis exploraciones y en mis estableci-
mientos".
°9 Véase POPPER (e), HOLAIBERG (a): 17,. 48, AGOSTINI: 248 y PUENTES. II,
139, 179.
carie una necrología tan favorable. El carácter salvaje de este desen-
frenado aventurero se trasluce en esas líneas. Allí se dice de él (Bole-
tín del Inst. Geogr. Argent.: XIV, 218; 1893): "Ardiente, con nervios
de titán, impetuoso y tenaz, su vida fue una tormenta... Su ejemplo
lo mostrarán ante las generaciones venideras como un precursor en
las victorias de la civilización contra la barbarie". ¡Linda civilización
ésta, la que apila los cadáveres de indefensos indios para servir a la
codicia de bandidos y negociantes!
Pero POPPER tiene el mérito de haber proporcionado la mayoría
de las denominaciones geográficas y a él se deben también los pri-
meros datos orográficos, hidrográficos y meteorológicos anotados so-
bre todo en (a). Son además aprovechables sus observaciones etno-
gráficas, pero su juicio sobre los indígenas se mueve entre el elogio
exagerado y el más vil salvajismo. La naturaleza le negó la capacidad
de apreciar al indígena con objetividad.
O T T O NORDENSKJOELD: Bajo la dirección de este califi-
cado geólogo, la "Expedición Sueca a las Tierras Magallánicas" pro-
dujo entre 1895 y 1897 excelentes trabajos sobre las condiciones geo-
lógicas, botánicas y zoológicas. El mismo sólo publicó un informe
con datos generales sobre los indígenas con los que tropezó al reco-
rrer la Isla Grande y más tarde en la misión de la Isla Dawson. Su
juicio merece consideración por provenir de un investigador serio,
aunque se dedicó poco a los aborígenes. "Permanecí unos tres meses en
el norte de Tierra del Fuego —escribe (f) 214— y nuestra estadía
en la zona montañosa duró dos meses, pero bajo condiciones muy
difíciles."
MANUEL SEÑORET: Al hojear la Memoria que este gober-
nador chileno envió en 1896 a su gobierno, se reconoce fácilmente su
juicio injusto sobre el trabajo misionero de los salesianos y su tole-
rancia hacia la salvaje guerra de exterminio desatada contra los in-
dios. Su deber hubiera sido impedir estos graves crímenes. Fue rele-
vado de su puesto antes de concluir su período. "¡Si, entonces, un
hombre más justo hubiera ocupado su lugar, seguramente se habría
evitado el derramamiento de tanta sangre inocente!" El párrafo sobre
la etnografía de los selk'nam está muy bien escrito, pero no se des-
prende de qué fuente proviene.
DE LA "ÉLGICA'': Después de
l a "Bélgica" dejó atrás, el 29 de noviembre de 1897, el Cabo Vír-
la
genes, ancló en Punta Arenas. Los investigadores emprendieron ini-
cialmente pequeñas incursiones a las inmediaciones y a la Isla Daw-
son. Poco después circunnavegaron la Isla Grande y el 19 de enero
de •898 el vapor encalló en una roca cerca de Puerto Harberton. Esta
avería fue rápidamente subsanada y el viaje siguió rumbo al Polo ".
A su regreso del Sur, el 28 de marzo de 1899 la "Bélgica" arribó nue-
vamente a Punta Arenas, en donde se disolvió la comisión.
91 Con el mayor detalle describe LECOINTE: 54 este accidente.
1LO

ARCTOWSKI, que anteriormente ya había visitado la Isla Daw-


son junto a F. A. Coox y RACOWITZA, emitió un juicio anticipado tan
injusto para con la misión como inexacto sobre las condiciones etno•
gráficas de los indios. Con ayuda de un muchacho —que debe haber si-
do J. KALAPAKTE (pág. 56)— pudo "réunir un vocabulaire de plus de 100
mots"; pero hizo sus notas en "l'orthographie polonaise", por lo que
el vocabulario careció de valor. La estadía de los tres nombrados se
extendió desde la mañana del viernes hasta el atardecer del sábado
11 de diciembre de 1897 ". Más adelante visitaron todavía lOs dos
pequeños poblados selk'nam en Puerto Harberton (LEconTrE: 61).
Al disolverse la expedición, Coox se decidió "a retomar sus estudios
sobre los onas de Tierra del Fuego" (ib. 209). Pero en ninguna parte
se encuentran hidicaciones exactas sobre su permanencia allí. Sus
descripciones demuestran superficialidad y poco contenido. Las opi-
niones de BRIDGES y LAWRENCE sobre su persona son negativas. En el
informe final de esta expedición, cuyo médico y antropólogo fue él,
prometió otros tres trabajos especiales. El capitán G. LECOINTE me
informó, contestando mi expresa pregunta, que los estamos espe-
rando en vano.
BECERRA: Su detallado ensayo contiene, aparte de referencias
históricas, datos sobre flora y fauna; mas la parte etnográfica es in-
suficiente e incompleta. Su vocabulario de 150 palabras y algunas
oraciones, no son aprovechables por la ortografía deficiente.
BEA,u v ot R : Este misionero es uno de los fundadores de la
misión en el Río Grande. Llegó aquí a fines de 1898. Pronto se dedicó
al estudio del idioma; KALAPAKTE, que había retornado de Europa, le
sirvió de traductor. En 1901 apareció su primer pequeño diccionario.
Pero al poco tiempo se le asignó un trabajo fuera de Tierra del Fue-
go. Al redactar su obra Los Shelknarn pudo utilizar las nutridas notas
del P. ZENONE; pues su segunda estadía en la Isla Grande fue, nueva-
mente, de corta duración ". Así se explican las imperfecciones de sus
dos trabajos sobre el idioma de los selk'nam. Los datos etnológicos
son de todos modos relativamente escasos.
EDUARDO A. HOLMBERG: Este botánico, acompañado
por LEHMANN-NITSCHE, recorrió en 1902 a caballo el archipiélago fue-
guino en una travesía de cuatro meses de duración. Él mismo visitó
algunas aldeas indígenas, pero los hermanos BRIDGES y los misioneros
le proporcionaron mucho mayor cantidad de información. Por ello,
sólo pudo dedicar un breve ensayo a los selk'nam. En 1909 hizo un
llamado para estudiar la tribu de los haus que se estaba extinguiendo.
LEHM..NN-NITSCHE, por el contrario, se dedicó solamente a estu-
dios antropológicos, para los que tuvo oportunidad en la misión y en
e] establecimiento policial del Río Grande.

Véase BS: XXII, 177, 1898 y BORGATELLO (c): 236.


92
Injustificadamente COOPER: 69 prolonga la relación de aquél con el intér-
93
prete durante catorce años.
BARCLAY, DABBENE, GALLARDO: En las anotaciones
de DABBENE (a): 3 leo que, a mediados de enero de 1902, el Ministerio
del Interior le había confiado a GALLARDO una misión política en la
Patagonia y Tierra del Fuego. Por propia iniciativa lo acompañó DAB-
BENE. El largo viaje desde Montevideo a la Isla Grande, por las Mal-
vinas, la Isla de los Estados y la Isla Dawson hasta Punta Arenas,
tuvo lugar entre el 19 de enero y el 26 de febrero. Sólo en Puerto
Harberton DABBENE (a: 78) avistó varios selk'nam. Él admite que "la
mayor parte de estos datos sobre las costumbres de los indios me
fueron suministrados por mi apreciado amigo y compañero de viaje
Sr. W. S. BARCLAY, el cual a su vez los obtuvo del señor LUCAS BRIDGES".
Poco después, DABBENE (b): 168 elaboró sus dos escritos útiles, eva-
luando los "numerosos datos suministrados por los distintos viajeros
que han visitado el archipiélago fueguino". Que BARCLAY haya perma-
necido allí mismo más tiempo que sus acompañantes y haya llevado
a cabo estudios propios, no es probable, pues no se menciona en
ninguna parte.
Como da a entender HOLMBERG (a): 14, GALLARDO sí emprendió un
segundo viaje a aquella región, según me confirmaron los hermanos
BRIDGES. rstos habían comunicado complacientemente a los tres viaje-
ros sus ricas experiencias referentes a la etnografía de los selk'nam.
GALLARDO acentúa muy poco esta circunstancia. Únicamente en un lu-
gar poco visible lo confiesa: "Sólo con la ayuda de L. BRIDGES he podido
realizar esta obra. Un cariñoso recuerdo también para el indio Pedro;
mucho fue lo que él me enseñó" (364). Durante cierto tiempo GALLAR-
DO disfrutó de la hospitalidad de la estancia Viamonte; lo que apren-
dió en las conversaciones diarias sobre los selk'nam, lo fue anotando
poco después en su habitación. Así nació su obra, en su mayor parte
fidedigna, cuyo valor creció con la gran cantidad de fotografías cedidas
también al autor por L. BRIDGES.
Si se comparan las exposiciones de los tres viajeros entre sí, llama
la atención la exacta concordancia que guardan los textos también en
los errores. Un buen ejemplo nos lo proporciona la descripción de los
espíritus Klóketen. Así vemos, por lo menos, la fidelidad con que cada
uno de ellos reprodujo las informaciones recibidas.
S IEGFRIED B E N I G N U S: Pude averiguar con certeza que
a este hombre, que había sido profesor particular en casa de un gene-
ral en jefe en Wurtemberg, se le ofreció la oportunidad de hacer un
viaje por Sudamérica. El 6 de mayo de 1905, permaneció durante una
escala obli• e dearco cinco horas en Punta Arenas. Probable-
mente, a s w> > eso de Chile por la región Magallánica, haya hecho,
más tarde, • corto viaje a Ushuaia. Sus notas no lo indican clara-
mente. Siempre resulta sospechoso cuando los investigadores, en viaje
de estudios, ahorran referencias sobre la fecha y lugar exactos de sus
observaciones. El énfasis con que este viajero presenta sus asevera-
ciones raya, a veces, en atrevido descaro.
CHARLES W. FURLONG: Más de una docena de publi-
caciones fluyeron de la pluma de este "Artist, Author, Scientist and
Explorer", como él mismo se justiprecia. A fines de 1907 y principios
de 1908 estuvo aproximadamente tres meses en el archipiélago fueguino.
Este corto período no fue suficiente para que pudiera producir
un trabajo etnográfico profundo sobre los selk'nam y los yámana.
Supo adornar con muchas palabras y pocas observaciones propias el
material proporcionado por BRIDGES y LAWRENCE. Los indígenas lo des-
cribieron como hombre de preguntas importunas e insistentes, fácil
de irritar cuando no se complacían inmediatamente sus deseos impe-
tuosos. En sus descripciones tiende a exagerar y generalizar. Con-
vierte acontecimientos comunes y trivialidades en aventuras o en cos-
tumbres extrañas. Su énfasis persuasivo podría engañar al lector sin
espíritu crítico.
ANTONIO COJAZZI: Inmediatamente después de que se
publicó la monografía de GALLARDO en el año 1910, apareció en 1911
otra de la misma magnitud escrita por COJAZZI. ANTONIO TONELLI: (IV)
había visitado "brevemente nel 1910" en misión especial la Isla Gran-
de, dedicándose a observaciones propias y a juntar muchas experien-
cias de los misioneros y de los hermanos BRIDGES. Estos datos, ade-
más de las publicaciones en el Bollettino Salesiano y algunos informes
manuscritos de los misioneros y, finalmente, la rica colección etno-
gráfica del museo de Valsalice, fueron evaluados y ordenados por Co-
JAzzi 94 . Esta obra es equivalente a la de,,,QALLAsuo. Comparándolas
se reconocen fácilmente los datos proporcionados por los BRIDGES.
Aquí se estudia por primera vez y con bastante detenimiento a los haus.
MAGGIORINO BORGATELLO: Este misionero relató en
numerosos ensayos sus observaciones y experiencias adquiridas du-
rante largos años. Compiló inicialmente estas informaciones algo dis-
persas en el año 1921, en su obra en dos tomos Nozze d'Argento, que
reeditó ampliada en 1924 bajo el título Nella Terra del Fuoco. Aquí
están reunidos casi todos los informes de algún modo aprovechables,
también de otros misioneros, que en su mayoría habían aparecido en
el Bollettino Salesiano. Falta, lamentablemente, un índice.
ALBERTO DE AGOSTINI: A este misionero se le deben
meritorias exploraciones geográficas en la región meridional del archi-
piélago. En su obra original, excelentemente ilustrada, I miei viaggi
nella Terra del Fuoco y, hay un capítulo especial sobre los fueguinos,
en el que se considera principalmente a nuestros selk'nam. Pienso que
visitó esta tribu en los veranos de 1910 y 1913. Además mantenía con-
tactos con los indígenas durante su actividad en Ushuaia y Punta Are-
nas entre 1910-1918 y durante un viaje en 1922/23. Para sus trabajos
se sirvió de sus "propias observaciones personales y de testimonios
exactos de los misioneros salesianos BORGATELLO, ZENONE y BEAUVOIR" 96 .

94 COJAzZi: 9 mismo menciona estas fuentes. En Salesianische Nachrichten,


año XVII y XVIII (1/11/12) apareció su obra en traducción alemana con algunas
modificaciones. La versión española que apareció en la Revista Chilena de Historia
y Geografía N° 13, Santiago, 1914, se basó en esa adaptación.
95 La traducción alemana lleva el desconcertante título Diez años en Tierra
del Fuego.
96 Véase mi reseña y su réplica en Anthropos: XX, 368; 1925 y XXI, 718;
1926. Como complemento sirve su articulo en la Rivista ,111. della Expos. Miss.
Vatic.: Anno II, N' 26, p. 813; 1925.
ARTURO FUENTES RABE: A este capitán chileno le im-
portó, ante todo, hacer una detallada descripción geográfica de la región
occidental de la Isla Grande, que atravesó apresuradamente en 1918.
Apenas son dignas de mención sus observaciones etnográficas. Hizo
uso de algunas descripciones anteriores, parafraseándolas con profu-
sión de bellas palabras.
MILCÍADES A. VIGNATI: En su corto viaje de 1921,
este etnólogo registró con una minuciosidad hasta entonces nunca am-
bicionada, los "conchales" en la costa oriental de la Isla Grande.
ANTONIO TONELLI: Después de una permanencia de
veintiocho años en la región magallánica, el P. JUAN ZENONE, bien cono-
cido por todos los viajeros y estimado por los indios, regresó a su
patria italiana. También yo le debo la primera introducción al idioma
de los selk'nam, que él conoció mejor que cualquier otro misionero.
Junto con el P. TONELLI (pág. 58) dio a la estampa sus experiencias,
explicando allí mismo brevemente en un "Glossario" conceptos etno-
gráficos.
SAMUEL KIRKLAND LOTHROP: En el mismo año 1924,
cuando yo ya había abandonado la Tierra del Fuego, después de mi
cuarta estadía, arribó a la misma este etnólogo norteamericano. Con
ayuda de la familia BRIDGES consiguió "much information about the
Indians and carne into contact with them in the most advantageous
manner" 97 . Su estadía sólo duró medio mes. En su libro dedica un
amplio espacio a la economía de nuestros selk'nam, indicando que yo
mismo me había concentrado principalmente en la investigación de su
mundo espiritual. Consultó ampliamente la totalidad de la bibliografía.
Aquí concluye la enumeración de los informantes que entraron en
contacto con los indígenas de la Isla Grande y publicaron luego sus
observaciones. Exceptuando algunos pocos, estos escritores habían
atravesado la Isla Grande como viajeros o investigadores ocasionales.
Su permanencia fue demasiado corta para acercarse a los indios con
eI fin de conocer su vida espiritual. Desde los fines de la década del
80 casi todos ellos utilizaron el saber y la experiencia de los hermanos
BRIDGES; de allí la gran concordancia en sus informes.

d. Mis cuatro viajes


Cuando en 1912 llegué a Chile y elegí a los aborígenes de esta Repú-
blica como objeto de mis investigaciones etnográficas y somatológicas,
encontré en abundancia informaciones y observaciones científicas so-
bre los fueguinos. Habían manado de la pluma de navegantes, viaje-
ros y expertos de diversos países europeos desde el descubrimiento
de aquellas regiones hasta esos últimos años. El análisis crítico valora
aquellas numerosas publicaciones de manera muy diferente. No puede

97 Véase su corto informe de viaje titulado "Museum Expedition to Tierra del


Fuego" en Incitan Notes, vol. II, pág. 322 ss; New York, 1925.
VI/

ser de otra manera, ya que surgieron en condiciones tan dispares; de-


mostrando en cuanto a la capacidad o finalidad de cada autor contra-
posiciones extremas. Así y todo predominan aquellos juicios que, por
falta de conocimientos, o de comprensión y por interpretaciones arbi-
trarias de las condiciones de vida de los indios, presentan a nuestros
selk'nam bajo un aspecto desfavorable. En general infieren de su triste
existencia material su bajo nivel cultural y moral, su frugalidad y falta
de necesidades comparables a las de los animales, por las que se resig-
nan apáticamente a lo que ninguna persona civilizada y auténtica acep-
taría. Entre líneas dan a entender, en forma más o menos encubierta,
que los fueguinos demuestran un atraso económico y espiritual tan
poco común, que difícilmente se los puede incluir entre los seres que
cumplen con los requisitos de lo humano. Gran cantidad de rumores
cargados de juicios desventajosos sobre los selk'nam han sido difun-
didos por estancieros y buscadores de oro mal intencionados, que nece-
sitaban hacer pasar su salvajismo y sus asesinatos metódicos ante la
concienciapública por legítima defensl contra "salvajes peligrosos".
Los indios no contaban con defensores de su causa que hicieran valer
su situación desesperada. ¡Finalmente todo el mundo llegó a creer que,
siempre y en todo lugar, ellos eran los culpables, los perturbadores de
la paz y hasta los enemigos declarados 411 europeísmo! Así surffion
las ideas más extrañas y corrieron de boca en boca las habladurías
más peculiares.
Estos juicios despectivos sobre los fueguinos recibieron un gran
incremento a causa de las ideas erradas que circulaban sobre su terri-
torio. Sin lugar a dudas, la región es inhóspita y salvaje, azotada por
vientos glaciales y de una productividad muy baja. Aquí un europeo,
acostumbrado a pretender cierta forma de vida, jamás se sentiría có-
modo. Por largos meses el duro invierno cubre la naturaleza con un
grueso manto de nieve; en verano la tierra es azotada por fuertes vien-
tos y frecuentes lluvias. Pocos representantes del reino animal se han
instalado en esta región y la diosa Flora ha dejado de su rico tesoro
de flores sólo algunas pobres formas para la infecunda Tierra del Fue-
go. Su mala fama se basaba en su clima áspero, húmedo y tormen-
toso, por lo que la región era evitada y temida. A causa de estos
prejuicios, ninguno de los superficiales observadores que habían visi-
tado las islas había podido comprender que existe ahí una forma de
adaptación total, sorprendentemente perfecta del indio a su desolada
patria. A pesar de todo, allí la relación entre el hombre y la natura-
leza es tan íntima, que, efectivamente, se ha formado un modo de
vida agradable. De lo contrario, tampoco el modesto aborigen que,
como el hombre civilizado, también tiene sus exigencias hacia la natu-
raleza que lo circunda, jamás hubiera mantenido ocupado, a la larga,
un territorio que no hubiera correspondido a sus más elementales de-
mandas. Recién una compenetración más profunda con la forma de
vida del indio permite que el europeo comprenda en qué forma ven-
tajosa éste se ha acomodado a su tierra y lo que ésta le ha ofrecido
para suplir ampliamente los modestos requerimientos de sus necesi-
dades físicas y espirituales. De esta manera, el europeo ha proyectado
su temor a la Tierra del Fuego también hacia sus primitivos habitantes.
Como esta opinión despreciativa era un fenómeno general, y no
solamente difundido entre algunos estratos sociales durante los últi-
mos cuatro siglos, no debe sorprender que en la Argentina y Chile in-
clusive se desconocieran las reales formas de vida y las peculiaridades
culturales de los fueguinos. Estos indios estaban demasiado alejados
del horizonte de los círculos dotados de poder decisorio de estas dos
repúblicas como para que éstos aclarasen su identidad por medio de
investigaciones profundas y para que tales conocimientos ingresasen
en la conciencia nacional. En vano se habría buscado una información
satisfactoria sobre ellos en instituciones públicas o privadas; sólo se
habrían escuchado historias extrañas sobre peculiares hábitos y cos-
tumbres espeluznantes de aquellos "salvajes", consideradas como ve-
races y auténticas.
Cuando yo tuve la certeza, en mi primer viaje por la región de
los araucanos en el Sur de Chile, hecho en 1916, de que este grupo
indígena, especialmente numeroso y con gran fuerza y capacidad para
la subsistencia, conservaría también en los arios venideros la origina-
lidad de su carácter primitivo, y que su investigación no requería una
urgencia especial, maduró en mí la decisión de investigar metódica y
universalmente a los aborígenes poco conocidos y muy incomprendi-
dos del Sur. Su número decreciente y el avance inconsiderado de los
blancos me apremiaban con urgencia a comenzar la obra inmediata-
mente. La gran importancia de aquellas tribus en el desarrollo histó-
rico del mundo indígena de América del Sur en general, era fácilmente
discernible para el especialista. La guerra mundial, cuyas consecuen-
cias conmocionaron hasta la distante Sudamérica, había desviado la
atención de los investigadores competentes de sus fines y sus trabajos
que, ceñidos sólo al servicio de la improductiva ciencia pura, hubieran
tenido relativa importancia. Todo esto me impresionó tan poderosa
y persistentemente, que me decidí a comenzar aquella gran obra lo
antes posible. Con empeño me esforcé por juntar todo tipo de infor-
maciones, pero, lamentablemente, sin éxito alguno. La vida errante que
llevan los fueguinos dificulta la determinación más o menos exacta de
su paradero, así como una averiguación de las posibilidades de inves-
tigación sobre ellos. Más de uno cabeceaba, desaprobando mi osadía
de querer dedicar mi trabajo, durante un tiempo prolongado, a una
empresa aparentemente sin sentido. En general defiendo el principio
de que la mitad de los resultados de una investigación científica está
asegurada desde el comienzo si sus preliminares fueron buenos. Pero,
esta vez, a pesar de mi mejor voluntad y esfuerzo, los trabajos pre-
rios fueron incom~os y no produjeron resultado alguno.
o obstante, quise Nresgarme a un primer viaje para obtener
personalmente un cuadro general realista, para aclarar mis nociones
sobre esas tribus, y para decidir in situ si hoy todavía valdría la pena
comenzar una investigación metódica con posibilidades de éxito. Lo
que hasta ahora se sabía sobre esas tribus resultó ser sumamente frag-
mentario e inexacto. De allí el llamado urgente de los hombres com-
petentes del ramo etnológico para estudiar cuanto antes la cultura y
el idioma de los fueguinos. Poco antes de la guerra mundial, el pro-
fesor Dr. P. Wii.xer.ra SCHMIDT, S.V.D., se había esforzado diligente-
Oh

mente por encauzar el estudio de aquellas tribus. La Academia Vie-


nesa de Ciencias había destinado generosamente una importante suma
de dinero a este fin cuando la gran guerra frustró también ese plan.
Poco después, el profesor Dr. FRANZ BOAS consideró dicha investiga-
ción como una de las exigencias más perentorias de la actualidad, y
varios indicios dejaban entrever que más de un hombre de ciencia
tenía sus ojos puestos en la región más austral de América del Sur,
pues de allí esperaban la solución de problemas de suma importancia.
Se aguardaba con razón que círculos chilenos llevaran a cabo tan tras-
cendental tarea, ya que los fueguinos están ubicados, en su mayoría,
dentro de los límites políticos de la República de Chile. El gobierno
chileno respondió, en efecto, a esa esperanza largamente alimentada,
puesto que la dirección del Museo de Etnología y Antropología de
Chile me confió esta investigación tan extensa, llevando la misma a
un resultado fecundo por haberme brindado siempre su total apoyo
y asistencia.
Consideraba que una de las tareas más importantes consistía en
aclarar totalmente la peculiaridad etnográfica de los fueguinos y las
diferencias concretas entre las tres tribus independientes. Informacio-
nes abundantes, aunque fragmentarias, existían sobre la economía de
los yámana; la forma de vida de los selk'nam, como también de los
halakwulup, se había descrito con tanta precisión, que se sabía a cien-
cia cierta que los selk'nam eran cazadores nómades y las otras dos
tribus pescadores errantes. Pero faltaban investigaciones serias sobre
el orden social, las prácticas religiosas, la mitología y sus reuniones
secretas. Todo esto prometía, aparte de estudios más exactos de an-
tropología y lingüística, la posibilidad de una comparación fecunda
en resultados, es decir, una conexión entre estos aborígenes y otros
grupos sudamericanos que tomara en cuenta su evolución histórica.
La conjetura de que las tres lenguas fueguinas se diferenciaban fun-
damentalmente entre sí exigía una revisión exacta, que resultaba tanto
más urgente cuanto más estas lenguas parecían perder, bajo la in-
fluencia del español y del inglés, no solamente cada vez más su forma
original, sino que tampoco dejaban ya reconocer las diferencias entre
los dialectos del mismo tronco lingüístico, debido a la estrecha con-
vivencia de los diferentes grupos de una misma tribu. Finalmente, la
arqueología esperaba una reactivación una vez que se revisaran los
numerosos e importantes conchales que se encuentran en la costa este
de la Isla Grande y en la región del Canal de Beagle, y que tienen la
apariencia de ser muy antiguos. Estas urgencias del momento me in-
dujeron a hacer caso omiso de todas las imperfecciones e insuficien-
cias en mis preparativos durante los años 1917/18, y me impulsaron a
partir para ver la realidad presente y decidir sobre el terreno qué se
podía esperar de una continuación del trabajo.

1. Mi primer viaje

Aunque me decidí por propia iniciativa a emprender esta investi-


gación, más tarde me obligó a ello una orden expresa del Ministerio de
Instrucción Pública de Chile. El gobierno chileno siempre estuvo inte-
resado en estudiar las características y la historia de sus aborígenes
mediante estudios científicos. Lo mismo valía, sin restricciones, para
los fueguinos. Por decreto N? 868, Sec. del 7 de noviembre de 1918
dirigido al director del Museo de Etnología y Antropología, el minis-
tro de Instrucción Pública de entonces ordenó lo siguiente:
"Este Ministerio autoriza a Ud. para comisionar al Jefe de Sec-
ción del Museo a su cargo, don Martin Gusinde, a fin de que se tras-
lade a efectuar estudios etnológicos i antropológicos en la Tierra del
Fuego entre las tribus Onas, Yagahanes i Alacalufes. — Queda Ud. auto-
rizado, asimismo, para invertir hasta la suma de mil pesos en el pago
de los pasajes por vapor i los gastos de trasporte del material que
coleccione el señor Gusinde; suma que se pagará por este Ministerig
con cargo a los fondos que al efecto consulte la Lei de Presupuestos
del año próximo. — Dios gu a Ud. — Alcibíades Roldán."
Junto con la orden que me fue dada de llevar a cabo la investiga-
ción sobre los fueguinos, y de coleccionar objetos etnológicos para el
Museo de Santiago, el mencionado Ministro de Instrucción Pública im-
partió órdenes especiales a las autoridades civiles, militares y de la
marina del Territorio de Magallanes para apoyarme de la manera más
amplia. Asimismo, muy dignas personalidades y funcionarios de los
rangos más altos me entregaron valiosas cartas de recomendación.
Éstas no fueron necesarias, pues para las autoridades de Punta Arenas
y todos los funcionarios de gobierno de esa región, así como para in-
fluyentes personalidades, fue un placer especial patrocinarme con todas
sus fuerzas. Todos los chilenos distinguidos apoyan magnánimamente
una seria investigación científica, especialmente cuando ha sido ordena-
da por el gobierno mismo. El Señor Director Dr. AURELIANO OYARZÜN,
quien me envió bajo orden del Ministro de Instrucción Pública, era
bien conocido por sus trabajos científicos, y sólo la mención de su
nombre me introducía fácilmente en todos lados. Por último, el reve-
rendísimo Señor Arzobispo de Santiago Don CRESCENTE ERRÁZURIZ, cuya
larga vida estuvo dedicada al estudio de la época de la conquista en
Chile, aprobó con aguda comprensión totalmente mis planes y alentó
mis trabajos con generoso apoyo. Todo esto constituyó un auxilio su-
mamente valioso, que resultó ser una gran ventaja en esas regiones tan
solitarias, donde no se puede prescindir de la ayuda de los pocos po-
bladores y donde uno depende de su buena voluntad. Las dificultades
de tránsito son tan grandes, las oportunidades de encontrar alojamien-
to tan escasas y el aprovisionamiento tan difícil, que, una y otra vez,
hay que molestar a unos u otros con deseos y pedidos para salir del
paso y poder seguir adelante. Afortunadamente las autoridades, los co-
lonos, los estancieros y los negociantes de la zona conocen todas esas
barreras que casi a diario obstruyen el camino del viajero. Nadie con-
sidera extraño, por lo tanto, cuando se le pide auxilio y apoyo en una
situación precaria. Lamentablemente, ha habido vagabundos, holgaza-
nes o ex presidiarios que se han aprovechado miserablemente de la
generosidad de los colonos. Es por eso que los estancieros exigen aho-
ra, con buena razón, documentos de identidad para no ser objeto de
viles engaños. De todos modos, las excelentes recomendaciones y, ante
JOB ite~
todo, la recomendación ministerial que pude presentar fueron de gran
valor para mí. Nunca podré expresar suficientemente ante la opinión
pública mi agradecimiento a las autoridades chilenas y argentinas, así
como a los comerciantes y hacendados del territorio magallánico que
han promovido mi trabajo con tan buena disposición.
Cuando salí de Santiago, a principios de diciembre de 1918, para
embarcarme en Valparaíso, no fui a descubrir territorios desconocidos,
puesto que las condiciones geográficas de las islas fueguinas ya habían
sido ampliamente exploradas. Tampoco pude nutrir la esperanza de
encontrar una tribu desconocida o un nuevo tipo de aborígenes. Antes
bien, veía que mi cometido era fijar, en el último momento, antes del
ocaso de aquellos indios, los límites de su patria y las características
de su cultura, llenar los vacíos en la información existente y completar
las cortas alusiones de exploradores anteriores o profundizarlas por
observaciones propias.
Esta vez me decidí por un viaje que bordearía la costa chilena.
Al sur de las Islas Guaitecas el vapor atravesó los estrechos canales
Messier y Smith, tan ricos en paisajes y formas, rodeó la isla Tamar
para penetrar en el Estrecho de Magallanes, y arribó el 20 de diciembre
a Punta Arenas. Aquí deseaba ultimar los preparativos para el viaje al
territorio indígena propiamente dicho. Ningún otro lugar hubiera sido
más apropiado para ello que este puerto, pues es la capital del extenso
territorio y, además, la sede de las autoridades.
El excelentísimo señor obispo ABRAHAM AGUILERA, Vicario Apostó-
lico de Magallanes, me recibió con suma cordialidad. Los padres sale-
sianos me ofrecieron solícitamente alojamiento en su hospitalaria casa.
No pude haberme encontrado mejor alojado, pues nadie hubiera com-
prendido mejor mis planes que los misioneros salesianos, a cuyo cui-
dado y asistencia estaban confiados los indígenas de esa región. En la
misma casa hay una colección completa e insuperable, de incalculable
valor, de objetos etnográficos de los indios fueguinos. Al tocar tierra,
circulaban serios rumores de una huelga de los trabajadores portuarios.
Muy pronto, efectivamente, se declaró la misma y tomó en poco tiem-
po formas amenazadoras. Así aproveché los pocos días de mi obligada
permanencia en la casa de los Padres para un examen minucioso de su
colección. En mis preparativos adicionales me favorecieron, de la me-
jor manera, el gobernador civil coronel CONTRERAS y el comandante de
la base naval almirante FUENZALIDA. Puesto que disfrutaba del apoyo
de estas respetables personalidades, tenía asegurada la ayuda de per-
sonas particulares, y en especial, la de los grandes hacendados.
La intranquilidad entre los portuarios no parecía sosegarse. Por
ello hice uso de la cordial invitación del señor HOBBS para un viaje a la
Isla Dawson, en donde, hasta el año 1912, los misioneros salesianos
habían tenido reunidos durante veinte años bajo su amparo a unos
cuantos selk'nam y halakwulup. De antemano no calculé encontrar,
todavía hoy, muchos indígenas; mi deseo era más bien encontrar restos
de esqueletos para poder coleccionarlos. Aquí vi el sitio donde obraban
antaño los misioneros; recorrí la isla en todas direcciones y regresé a
Punta Arenas a los pocos días con cuarenta cráneos y tres esqueletos
completos de indígenas. Inmediatamente me equipé para mi viaje a la
Isla Grande misma. El vapor "Juanito" me tomó a bordo. Mantenía su
quilla dirigida hacia el Este, atravesó la segunda y luego la primera
angostura del Estrecho de Magallanes, virando hacia el Sur en el Cabo
del Espíritu Santo. Ancló en el Puerto Río Grande. Poco después nau-
fragó en un viaje de regreso a consecuencia de una colisión.
¡Por fin tenía a la verdadera Tierra del Fuego bajo mis pies!
¡Cuántas veces han vuelto mis pensamientos a este pedazo de tierra
desde que bordeé en 1912, por primera vez, la costa septentrional de
la Isla Grande! Aquí, en Puerto Río Grande, vi también, por primera
vez, auténticos fueguinos. ¡Qué sorpresa, pero, al mismo tiempo, qué
desilusión! ¡Eran hombres grandes y hermosos pero cubiertos con
andrajosa ropa europea! Inmediatamente comprendí que a estos hijos
de la naturaleza no les queda bien nuestra ropa de fábrica sin estilo,
que les da en verdad la apariencia de miserables vagabundos. Me dio
pena verlos así, pues su agradable e innato sentido de belleza es violado
por la imposición del mal gusto europeo.
Me hice acompañar por dos muchachos jóvenes a la misión que
quedaba 14 km hacia el Norte. Al llegar, cerca de medianoche, me re-
cibió cordialmente el anciano misioneso P. ZANCHETTA. Al día siguiente
vi los amplios edificios que hasta hace pocos años habían albergado a
muchos indios bajo la custodia paternal de su gran apóstol, Monseñor
JOSÉ FAGNANO. Las pequeñas casitas de chapa acanalada estaban aban-
donadas. Quedaba un solo matrimonio: Tobías, cargado de años, junto
a su mujer de la misma edad, figuras ambas que parecían surgir de la
época de los patriarcas. Eran los únicos que restaban de los muchos que
antes habían otorgado a la estación el aspecto de una pequeña aldea. En
las habitaciones de las religiosas todavían vivían cinco indias ancianas,
que como antes, se dedicaban en los talleres a livianos trabajos ma-
nuales. Por último dos jóvenes atendían los establos junto a varios
trabajadores chilenos.
Al ver esta desolación el espanto se apoderó de mí ante la devas-
tación que había asolado las vidas de esta magnífica tribu de indios.
¡Hoy queda una decena de sobrevivientes en el lugar que había sido
refugio y abrigo al que antes acudían varios cientos de indios! ¿Dónde
han quedado todos ellos, esa gente hermosa, sencilla y recia, endure-
cida por la inclemencia del clima?; ¡Ellos, los legítimos hijos de esta
tierra, habían tenido que ceder sus praderas a los millares de ovejas
que pacíficamente pastan en la amplia estepa! . .. Hacia la tarde, mis

ir sos me llevaron a la playa cercana y tuve que pasar por el pequeño


nterioquí descansan muchos indios, que han perdido anticipa-
ente sus vidas por el avance de los europeos! Apoyado sobre la
cerca caída, reflexionaba sobre el destino de estos indios. De repente
me pareció que con ellos también se habían enterrado mis esperanzas
de hacer un buen trabajo de investigación; pues con este pueblo que
desaparece se pierde irrecuperablemente en el olvido el carácter de su
tribu; en el lugar que había ocupado entre la maraña de los pueblos
del mundo hay para siempre un vacío. ¡De la noche a la mañana, la
pacífica tierra natal fue el escenario de salvajes asesinatos y los pocos
sobrevivientes intuían con temor el pronto ocaso de su raza! . .. Con es-
fuerzo sacudí estas inútiles cavilaciones de mi mente, pues quería apre-
surarme para poder salvar para la ciencia lo poco que había escapado
a la destrucción de los blancos.
Exploré en amplio círculo las inmediaciones de esta misión a ori-
llas del Río Chico y al hacerlo, llegué a sentir los persistentes y fuertes
vientos que barren la estepa sin árboles. Actualmente la parte norte
de la Isla Grande alberga sólo algunos indios que viven aislados y que
trabajan en distintas haciendas, durante cortas semanas del verano.
Los amplios campos aprovechables para la cría de ovejas están total-
mente en manos de los blancos. Hoy los indios aparecen en la misión
sólo en muy raras ocasiones, pues los del grupo septentrional son ya
menos de media docena y la gente del sur casi nunca cruza el Río
Grande. Las condiciones geográficas los detienen, especialmente la falta
de leña: este pueblo silvestre no puede prescindir de una buena fogata.
Realmente fue mal elegido este sitio como punto de concentración para
los indígenas.
En los pocos días de mi estadía en este lugar aprendí las formas
elementales del trato de estos seres tímidos y desconfiados, gracias al
contacto diario con ellos. Están acostumbrados a mirones groseros y a
juicios desdeñosos. Ahora ya no se dejan intimidar por europeos presu-
midos, que desprecian su subdesarrollo indígena. Por ello es increíble-
mente difícil sonsacarles una sola palabra, despertándoles de su tieso
estupor, para iniciar una ligera conversación familiar. Yo comprendo la
razón de su actitud: están hartos de los blancos curiosos y presumidos.
Una vez que hube estudiado la pequeña y valiosa colección de ob-
jetos indígenas que se guardaban aquí en la misión, empaqué rápida-
mente mis escasas pertenencias y me dirigí hacia el Sur. Si uno quiere
cruzar el Río Grande hay que tener suerte pero, en todos los casos,
hay que esperar la bajamar. Si, por ventura, no se encuentra un em-
pleado del frigorífico de la costa sur, con un bote en la orilla norte,
hay que esperar durante dos o tres días a que se presente una oportu-
nidad para poder cruzar, a no ser que se prefiera cabalgar largo trecho
río arriba hasta encontrar un vado poco profundo. Se pueden utilizar
cómodamente caballos para atravesar la estepa sin árboles que se ex-
tiende a lo largo de la orilla oriental hasta algo más al sur del Río del
Fuego. Entonces los caminos se hacen más arduos, a través de exten-
sos pantanos y cenagales, bosques y cerros. Lo mejor es entonces ir
acompañado de un indio baqueano. Por más desagradable que sea verse
sorprendido en campo abierto por las continuas y abundantes preci-
pitaciones, no significan nada en comparación con la verdadera lucha
que, de tanto en tanto, hay que librar contra los recios vientos, pues a
veces no permiten ni al caballo ni al jinete avanzar un solo paso. Así
pasé acostado, durante horas, pegado contra la tierra y mis caballos
se acurrucaban también lo más bajo posible, mientras el viento hura-
canado nos azotaba furiosamente con nubes de arena. Recién cuando
al atardecer el viento amainaba un poco, podía continuar mi camino a
paso reducido. Todo tipo de fatigas e incomodidades se prenden a los
talones a aquel que atraviesa esas soledades inhóspitas para sus traba-
jos de investigación.
A pesar de inconvenientes de toda índole llegué por fin a las casas
de la estancia Viamonte, en la desembocadura del Río del Fuego.
Ya desde muy lejos se escuchaba el interminable ladrido de los perros,
que provenía del campamento indígena. A mi llegada, busqué al P. JUAN
ZENONE, a quien encontré en medio de un alegre grupo de niños. ¡Él sí
que era un sincero amigo de los indios!, me decía en voz alta esta pri-
mera imagen que tuve de él. En una casa de madera de techo bajo
tenía su sala de estar y, a continuación de la misma, un aula. En esta
última instalé provisoriamente mi lecho; como ya atardecía, desempa-
qué en seguida mis instrumentos y mis regalos, pues aquí pensaba
quedarme un tiempo más prolongado. Con curiosidad observaban los
despiertos y negros ojos indios mis quehaceres y algún pilluelo vivara-
cho ya tocaba valientemente uno u otro objeto. Mientras parloteaban,
traté de imitar alguno de sus fuertes sonidos. ¡Qué risas y qué cháchara
entre la pequeña reunión, pues yo no podía lograr esos fuertes sonidos
guturales! Cuando luego despedí a cada uno con un pequeño regalo,
ya casi me los había conquistado. Alegremente daban vueltas por el
campamento comentando por todos lados mis pertenencias, cómo los
había obsequiado y que hasta había repetido algunas de sus palabras
y, además, les había dado a entender que permanecería un tiempo más
entre ellos. Poco después aparecieron algunas caras curiosas de adul-
tos, que también querían ver al blanco recién llegado. No los ahuyenté
sino, por el contrario, fui sumamente amable y lleno de confianza.
A fin de enero, en pleno verano, en Tierra del Fuego la claridad del
día se mantiene hasta altas horas de la noche. A pesar de mi gran can-
sancio después de la dificultosa cabalgata de ese día, no me pude reti-
rar a descansar, según mi deseo, pues continuamente aparecían nuevos
mirones tímidos para conocerme. ¡A esta gente agreste no le impresio-
na ni el tiempo ni la hora! El padre ZENONE les contó que yo había
venido desde muy lejos hasta aquí, que amaba particularmente a los
selk'nam y que deseaba quedarme con ellos. ¡De nuevo se reflejó sobre
estas caras morenas el mayor asombro al oír que un europeo pudiera
amar a los selk'nam! Confiados, aunque incrédulos, aceptaron esta ase-
veración del misionero y luego se retiraron de nosotros. Cuando estos
importunadores e infatigables indígenas por fin nos dejaron en paz,
todavía le manifesté al amable Padre todos mis deseos y planes hasta
bien pasada la medianoche, aunque sólo con dificultad pude sobrepo-
nerme a mi gran cansancio. Él me dio valiosas indicaciones para mi
relación con los indios y me aseguró su ayuda para el inmediato estu-
dio de su idioma.
Seguramente me encontraba aquí, en el lugar que, mejor que cual-
otro, prometía éxito para mis trabajos. Cerca de las casas de la
la habían otorgado una gran superficie de terreno para el empla-
zamiento de la toldería india. A buena distancia las unas de las otras
se levantan aquí las chozas cónicas para cuya construcción habían em-
pleado todo tipo de cachivaches europeos, tales como tablas de cajones,
chapa acanalada y arpillera. El aspecto de estas chozas es, a la vez,
ridículo y repugnante, porque el material original indígena queda des-
figurado por la basura de procedencia europea 98 . Entre estas chozas,
de un estilo de construcción que proviene de tiempos remotos, se ven

98 Véase la descripción detallada de VIGNATI (a).


II Alat. ~Ah
algunas casitas de chapa acanalada erigidas por el hacendado por indi-
cación del gobierno, cada una de las cuales está destinada a una familia
indígena. Lo inadecuado de esta disposición se evidencia claramen-
te por la conducta general de los indígenas: al lado de cada casita
de chapa han construido, según sus hábitos ancestrales, sus chozas de
tronquillos de haya, en medio de las cuales encienden su fuego, a cuyo
alrededor reposan sobre una cama de desbrozo, hojas y pieles, mien-
tras el humo se riza en pequeñas nubes y sale por la abertura de la
parte superior. Este es su ideal de vivienda y así se sienten bien?• La
conveniencia del fuego abierto no la pueden disfrutar en la casa de
chapa acanalada. ¿Para qué sirve entonces? Ocasionalmente, el indio
arroja en su interior algunos objetos para protegerlos de la lluvia, o
encierra en ella algún perro obstinado. Se contenta con su choza, que
es la única que permite que el fuego abierto arda y se desarrolle bien.
Varias veces me sobresalté esa noche por el ladrar de los perros
pero el suave y rítmico juego de las olas me ayudó a volver a conciliar
pronto el sueño. Era indeciblemente rara la sensación de hallarme en
la cercanía inmediata de la toldería indígena: ¡ahora me sabía real-
mente entre los tan temidos y tan despreciados fueguinos que ya en mi
juventud habían tomado parte de mis sueños! Eran de aspecto un poco
distinto de aquel con que los muestran algunas ilustraciones muy di-
fundidas. Lo que casi desfigura a esta gente es la ropa europea de mal
gusto, que cuelga de sus espléndidos cuerpos. Es absurd" repugnikte
ver la mezcla trivial de banales y vulgares mercaderías europeas con la
exquisita individualidad de un grupo de aborígenes. Esta sensación es
tanto más intensa cuando el indio se presenta, en ciertas ocasiones,
con su vestimenta, adorno y porte auténticamente originales. Sólo así
se gustan a sí mismos e incluso al exigente ojo europeo. Dejo de lado
la cuestión de la practicidad. Este hermoso mundo se torna indecible-
mente aburrido con los pantalones y vestidos europeos de todos los ta-
maños y colores que, para su ventaja económica, unos pocos fabrican-
tes han distribuido a los cuatro vientos entre los aborígenes. Me costó
continuo y repetido esfuerzo resignarme a esta mezcla caricaturesca.
A la mañana siguiente, el P. ZENONE me invitó a dar una vuelta por
la toldería. Quería hacerme conocer entre la gente y presentarme al
mismo tiempo a aquellas personas cuya ayuda sería más útil para mis
fines particulares. También tenía que aprender a enfrentarme a los
perros indios, que son peligrosos ladradores que se lanzan contra todo
europeo con sus hocicos puntiagudos semiabiertos, erizados de afilados
dientes. Hay por lo menos cuatro de estos gozques mordaces en cada
choza y, cuando el visitante está todavía a muchos pasos de distancia,
ya salen ladrando en dirección al forastero e inducen a todos los miem-
bros de su sociedad perruna a ocasionar el mayor escándalo posible.
Cada uno trata, además, de aventajar al otro; son por añadidura, su-
cios, llenos de pulgas, descuidados y sarnosos. El indio los valora por-
que los necesita y ellos le son leales con devota fidelidad. Por ello no
hay que acercarse nunca a una choza indígena sin llevar un palo fuerte;
también se puede ahuyentar a pedradas a estos molestos ladradores.
Algunas pocas familias poseen en ese amplio terreno una especie
de vivienda permanente. Aunque emprendan varias veces al año, du-
rante algunas semanas, sus correrías, siempre vuelven al lugar como
si pertenecieran a la estancia. Nadie permanece durante todo un año
sin interrupción en el mismo sitio: su condición nómade no se lo per-
mite. Permaneciendo cierto tiempo aquí, se puede observar un conti-
nuo ir y venir, a pesar de que la mayoría se torna sedentaria durante
los dos meses de esquila. Como también esta vez se había reunido
aquí mucha gente para esta tarea, pude conocer la mayor parte de la
población selk'nam. Justo en este verano el P. ZENONE, que era el más
indicado para ello, se esforzaba por realizar un censo exacto, tentativa
para la que pude ofrecerle mi ayuda. Aquí sobre el Río del Fuego
acampaba en el año 1919 la totalidad de 27 familias con 216 individuos;
con lo que era casi un grupo importante considerando su inclinación
a cambiar domicilio continuamente y su bajo número total.
Una impetuosa curiosidad me impulsaba de toldo en toldo, dentro
de los cuales veía la confusión de los sencillos enseres domésticos y a
las gentes de distintas edades dedicadas a su tarea o al tedio. A pesar
de que me sometía penosamente a estricta discreción, mi persona pa-
recía despertar cierta confianza entre ellos. A veces rompían a reír
abiertamente cuando el P. ZENONE les describía, con gracia, que yo
quería estudiar exactamente su forma de hablar, observar sus activi-
dades y medir sus cabezas con mis extraños y relucientes instrumentos.
¿Presentían ya lo que más tarde a menudo me dirían ingenuamente,
esto es, que yo era "un buen europeo"?
En esta primera ronda común no dejamos ninguna choza de lado,
ni siquiera la del tan odiado MINKIOL. Yo mismo quería ver a todo el
mundo y ponerme ya en contacto con todos. Con gusto me dejaba con-
vidar aquí y allá con un trozo de asado de guanaco, que más tarde
muchas veces tuve que comer con ellos. Aquí también recibí el primer
impulso de seguir su ejemplo y librarme del horario diurno y noctur-
no; pues el indio no se atiene a la hora, sino depende de las exigencias
del momento. Quedé, pues, hasta muy tarde en el campamento, aunque
hacía ya tiempo que mi guía se había retirado. ¡Me sentía sinceramen-
te muy a gusto en el círculo de esta gente morena a pesar de lo poco que
podíamos hacernos entender! Me encontraba entre estos intimidados
hijos del bosque, ante todo, como ser humano y supe apreciar lo que
les pertenecía y lo que honraban desde remotas épocas: su patrimonio
cultural, sus objetos de uso cotidiano, su organización, sus costumbres,
su ideario y los productos de su imaginación. Todo lo indígena era va-
y p 'ad° por deseaba conocerlo en todos sus detalles y
arme ello co i mejor comprensión. Sabía que sólo podía
ar eta amoldándome totalmente a la forma de vida, al com-
portamien e los indios, compenetrándome penosamente de su mun-
do espiritual, de sus deseos e ideas. Siempre consideré errado, por in-
justo y lesivo emitir opiniones altaneras sobre los aborígenes. ¡Qué
huecas suenan algunas habladurías en boca de ciertos investigadores
que creen tener que rebajarse desde las celestes alturas de su jactan-
ciosa sapiencia moderna hasta la indecible bajeza del subdesarrollo de
los primitivos, antes de poder empezar sus observaciones! Indudable-
mente, más de un agreste hijo de la selva tiene más profundidad y ri-
queza espiritual que la larga fila de estúpidos, abúlicos y dependientes
11•1111 11111111W. .4111111111111111111111111111111111
espíritus gregarios de las grandes urbes. Yo mismo sentía que una gran
brecha se abría entre mí y esta gente. Llevan otra vida y llenan su inun-
do interior con otros pensamientos, pues son el producto de una evo-
lución extraña para nosotros. Pero esta heterogeneidad sólo se com-
prende y aprecia con intuición y reflexión, y el investigador europeo
debe estar capacitado para medir con la escala de valores que corres-
ponde al mundo indígena. Porque quien de entrada considera al indio
como un ser inferior, rudimentario y subdesarrollado, quien npjlene
comprensión de la utilidad de sus enseres, ni' valora la fidelidad dé los
esposos y el amor filial, o cualquier forma de moral o actividad reli-
giosa, ese, a mi juicio, no es un buen investigador y nunca puede reali-
zar un trabajo exacto o completo.
Día a día me esforzaba por introducirme en el alma de cada uno
y por comprender las fuerzas motivadoras de toda la vida tribal. De-
seaba saber la causa y el origen de cada fenómeno relevante y su signi-
ficado en relación al conjunto; quería, ante todo, conocer el contenido
del alma y las conmociones íntimas de estos individuos aparentemente
enigmáticos para nosotros. Me adapté a ellos en todo lo posible y, al
hacerlo, comencé a amarlos; nos acercamos con respeto mutuo y final-
mente nos unimos en una incondicional confianza. Cuando ellos com-
prendieron mi estima hacia su pueblo y hacia cada uno de ellos, cuando
estuvieron seguros de que yo nunca pronun'élaría untftalabra despre-
^iativa o desdeñosa para con ellos mismos o lo que les tocaba, enton-
ces del alma sensible de esta gente salvaje brotó algo como el agra-
decimiento mostrado por una opinión justa. De allí en adelante sus
corazones se abrieron para mí. Siempre me acerqué a esas criatu-
ras de la estepa como ser humano y sobre esta base desarrollé mi méto-
do de trabajo, al que le debo el favorable resultado final de mis cuatro
viajes. Viví entre los indios, pero mucho más viví con ellos, porque
tomaba parte de sus trabajos y de sus horas de ocio, de sus fiestas
y entretenimientos, de sus reflexiones y relatos. De semana en semana,
de año en año me sumergía más en las almas indígenas, de modo que,
al cabo de mi cuarto viaje, conocía a fondo el mundo espiritual fue-
guino. No podía contentarme con la descripción seca de ciertos aspec-
tos externos de su civilización porque viajeros anteriores ya lo habían
hecho de manera más o menos completa; yo quería, más bien, abarcar
la propiedad cultural de los selk'nam en su armoniosa totalidad y com-
prender su derivación y su utilidad, pero ante todo quería descubrir
los principios fundamentales y los impulsos de su vida espiritual. Como
quiera que se juzgue lo que he descubierto con este método, he logra-
do para mí mismo una cosa: he reconocido a los selk'nam como hom-
bres cabales, con todas las pasiones, méritos y debilidades inherentes
a la condición humana, sin distinción alguna. Por ello me he sentido
tan bien entre ellos; sí, mucho mejor que entre ciertos europeos, por-
que son auténticos, porque con ingenuidad exponen lo natural de su
ser. ¡Así llegamos a ser amigos sinceros!
El camino que me condujo hasta ello fue largo y tortuoso; porque
tuve que desmontar en ellos montañas de preconceptos y desconfianza
hacia el odiado blanco antes de que los indios, amedrentados y, tantas
veces, desilusionados, aprendieran a entender que también existen al-
gunos europeos justos y de buenas intenciones. ¡Cuántas veces fueron
engañados por los visitantes de sus campamentos, cuántas promesas
quedaron sin cumplir y cuántas veces los tomaron por tontos! Quien
se atreve a atravesar esas regiones lejanas, lógicamente viene equipado
con una máquina fotográfica y no deja escapar ocasión alguna de tomar
muchas fotografías de "esos salvajes habitantes de esta región inhós-
pita". Para ello persiguen a los aborígenes y dan caza a sus rostros.
Yo mismo presencié extraños incidentes, como cuando un blanco sigue
con su cámara a tal o cual indio que se defiende con uñas y dientes.
Cuando después de largas negociaciones se llega, por fin, a un arreglo
entre el fotógrafo y el modelo, siempre es en base a la promesa de en-
viarle pronto una foto. ¡Tantas veces se ha hecho la promesa como ha
quedado sin cumplir! Así nació la desconfianza general de los indios
cuando los blancos aseguran algo enfáticamente.
Tampoco faltaron aquellos viajeros que, sin rodeos, querían des-
fogarse a fondo con una india en un lugar discreto. Estaban conven-
cidos de que, por una baratija, cualquier mujer iba a doblegarse inme-
diatamente. Pero como los seductores eran rechazados enérgicamente,
se desquitaban con imprecaciones violentas y con amenazas repugnan-
tes contra aquellas que no dejaban pisotear su honor. Así se explica
que todo viajero era inmediatamente rechazado si, de entrada, dejaba
entrever que molestaría a las mujeres. ¡El iridio tiene una aguda sen-
sibilidad para ello y con el tiempo se hizo prudente!
Estas y otras circunstancias eran desfavorables para mis trabajos
que tenían que ser minuciosos. A pesar de ello, mi intención de per-
manecer por más tiempo entre ellos había sorprendido a esta gente. En
los próximos días yo fui el tema de sus conversaciones y no podían
comprender qué me había atraído tanto hacia ellos.
Hacia el atardecer, varios hombres jóvenes habían vuelto de la es-
quila a sus hogares. Más de uno sabía expresarse bastante bien en cas-
tellano de modo que me quedé sentado junto al fuego porque siempre
volvían a formularme preguntas nuevas. ¡Qué no querían saber! Pero
yo contestaba y contaba con gusto, pues éste era el mejor modo de
familiarizarlos con mi persona y con mis intenciones. Recién a la hora
del crepúsculo volví apresurado a la pequeña aula donde estaban todas
mis cosas. Mi primera visita al campamento había sido bastante satis-
factoria; pero volvió a atormentarme la inquietud de si yo podía lograr
mi objetivo científico con estos indios tan desconfiados y reservados.
Esta preocupación no me ha abandonado hasta el último día en que

1111 espedí de ellos. ¡Stift tan informales en sus promesas y veleidosos


s planes y decisiones como el clima de su patria!
Más tarde, durante nuestra plática vespertina, el P. ZENONE me
llenó de esperanzas, sin ocultarme empero, cómo otros ya se habían
esforzado logrando poco o ningún resultado. ¡Pero con bastante tiempo
podía llegar a sacar a la luz mucho de lo que pudiera saber, colmar
mis deseos poniendo de mi parte mucha paciencia!
Al día siguiente ya ensayaba los primeros sonidos lingüísticos de
los indígenas. Un joven no pudo presentarse al trabajo en la estancia
y con gusto se sentó a estudiar conmigo. El P. ZENONE había puesto a
mi disposición sus propios apuntes y me ayudaba complacientemente.
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I

Aunque el campamento estuviera casi vacío yo siempre me hallaba


ocupado. Además, la casa de madera del misionero era un constante
punto de atracción para grandes y chicos. Los niños se llegaban hasta
allí para jugar en los mecedores y en los aparatos de gimnasia. Tam-
bién los adultos venían a charlar y a pasar el rato durante el día. ¡Pero
el indio carece totalmente del sentido de regularidad!
Cuando los jóvenes llegaban al atardecer de la esquila, yo mante-
nía con ellos fructíferas conversaciones sobre mis impresiones y sobre—.10-9 ,
losacnteimdí.Alpoctiem,arunódlste
se hizo costumbre y a menudo llamaban también a algún viejo. A veces
nos reuníamos en el aula, pero cada vez más seguido, y luego única-
mente, en la choza del viejo SAIPOTEN, o de KEITETOWH o de LOYUX,
según se daba el caso. La fogata me atraía cada vez más y aquí pasaba
muchas horas del día. La noche me volvía a ver en la rueda de esta
gente morena, que empezaba a querer un poco a este blanco extraño,
y ya no se hacían los sordos a sus preguntas. Poco a poco se acostum-
braron a mi persona, porque no estorbaba a nadie, porque para cada
uno tenía una ligera sonrisa y una palabra amable. Cuando los perros
también dejaron de ladrarme, vieron en ello un signo propicio.
Ya a los pocos días sentí cómo comenzaban a deponer su descon-
fianza inicial y cómo descubrían una especie de inclinación hacia mí.
Este cambio tan temprano en su actitud era indudablemente el restiP
tado de mi evidente preferencia por sus niños. Una circunstancia par-
ticular contribuyó a que fuera muy bien recibido. Cuando llegué aquí,
a orillas del Río del Fuego, una epidemia de tos convulsa torturaba a
los niños más pequeños. Los indios asustados no sabían qué hacer
y ellos mismos sufrían al ver a sus tesoros enfermos, pues los síntomas
poco comunes de una enfermedad desconocida los preocupaban mucho.
Los indios me pidieron por intermedio del P. ZENONE que ayudara a sus
hijos. Aunque siempre llevo en mis viajes algunos medicamentos, al
elegirlos pienso solamente en mis propias necesidades más comunes
y me equipo con abundantes aspirinas. Dada esa situación crítica en
la que era imposible llevar a cabo una atención eficaz de los niños
enfermos, pensé en ofrecerles siquiera un alivio, y les administré media
aspirina. Efectivamente, los pequeños durmieron en general muy bien
y la tos disminuyó. La gente me lo hizo saber ya temprano al día si-
guiente y pidió más de "esa cosa blanca", pues esperaban una cura-
ción total de los niños. Pero recién a la noche repartí nuevamente la
misma medicina. Cualquiera haya sido la causa que decidió la mejo-
ría —probablemente una fuerte transpiración— en todos los casos se
notó un considerable alivio, para alegría de todos. Esto sólo, unido
a mi trato cariñoso con los niños, me ganó los corazones de los indios.
El hombre primitivo valora mucho más el sincero afecto que se brinda
a sus hijos que el que se le ofrece a él mismo.
Yo amo mucho a los niños. Las horas más felices en Tierra del
Fuego fueron las que pasé junto a esos seres encantadores y cariñosos
y con añoranza recuerdo a veces, desde aquí, esa relación tan natural.
"Era indecible la mugre de estos pequeños! Más de un pilluelo estaba
cubierto con una gruesa corteza de roña en brazos y piernas que los
adultos veían pero que nadie creía que fuera oportuno quitar de en
medio. Yo, olvidando totalmente mis años, correteaba con ellos por
la suciedad y el lodo, pues no nos observaba ningún severo inquisi-
dor de higiene lleno de alienadas ideas europeas. Nuestras prácticas
no eran muy pulcras, pero sí muy cándidas.
En realidad no me costó mucho esfuerzo ganarme las simpatías
de estos niños inicialmente tan ariscos. Curiosos como los nuestros
también lo son allá en Tierra del Fuego. Se mantuvieron tímidamente
en reserva por un breve tiempo, pero apenas pudieron aguantar hasta
que los llamé. Aquí en el aula y, más adelante, en mi propia choza
de estilo indígena, había tantas cosas extrañas desparramadas, que no
se les escapaban a sus agudos ojos negros. Al principio observaban
interesados mis movimientos y mi tarea desde una distancia segura,
comentando en voz baja sus observaciones. Se fueron acercando des-
pacio y, en cuanto los tuve cerca, les puse algunos higos secos en sus
manitas sucias. Los mordisqueaban con la usual timidez pero no po-
dían disimular que el bocado les sabía a gloria. Así como uno atrae a
un pájaro silvestre, hasta que come de la mano, así tuve que acer-
carme cuidadosamente a estos pequeños salvajes. Cuando por segunda
vez hube llenado sus manos, los dientes ya molían con mayor viva-
cidad. Desde entonces, mi reserva de higos siempre disminuía rápi-
damente. Apenas se enteraron los demás niños de que yo repartía
higos y que todavía poseía una gran cantidad de ellos, se abalanzaron
con tanta confianza, como si me conocieran desde mucho tiempo
atrás. Las barreras de la timidez avergonzada habían caído para siem-
pre; desde entonces fuimos los mejores amigos y nos mantuvimos bien
unidos.
Estos alegres pájaros de ojos avizores pasaban la mayor parte del
día sentados al lado de mi fuego u holgazaneaban en mi choza. Que-
rían ver, tocar e imitar todo lo que yo tenía en mis manos, todo lla-
maba su atención y, sobre todo, tenían algo que comentar. Nunca
me molestaron. Esperaban hasta que yo los mirara o llamara. Pronto
se dieron cuenta de que yo no deseaba ser interrumpido al escribir o
al hacer otro trabajo serio; una mirada furtiva dentro de mi choza
les indicaba si me podían hablar o no y nunca me estorbaron. El que
no podía hacer valer sus deseos ahora, venía más tarde. ¡Cómo les
gustaban las caricias y las bromas! Una y otra vez me desafiaban a
juegos atrevidos, a dar vueltas carnero sobre el musgo suave, a corre-
tear ruidosamente, a competencias de trepar a los árboles o a largas
carreras. Siempre andaba con ellos cuando había ruido y diversión.
Y si a veces no podía tomar parte en sus empresas, sentían el vacío.
A cada uno tuve que explicar una y otra vez mis relojes, instrumen-
tos y aparatos; luego intercambiaban sus opiniones y se sentían ani-
mados para formular nuevas preguntas. Todo lo que yo hacía, también
,,que probar ellos. ¡Cuántos ojos maravillados o escépticos
meneos de cabeza! La juventud fueguina es ávida y despierta, aun-
que lo nuevo y exótico no les preocupe demasiado ni despierte en ellos
el deseo de poseerlo. Lo que uno había visto en mi choza, rápidamente
se lo comunicaba a sus camaradas que, con la vivacidad típica de los
varones, emitían sus opiniones sobre el tema. A los pocos días gran-
des y chicos sabían exactamente cómo me ocupaba yo de momento a
momento, qué cosas eran mías y qué características evidenciaba yo
cuando hablaba, estaba de pie o caminaba. ¡Nada escapa a los ojos
agudos de los indios!
Yo también buscaba con el mismo gusto a la alegre gente menuda
metiéndome en su grupo. Una vez que superaron su timidez ante el
extranjero actuaban con la espontaneidad típica del niño. Yo amaba
muy especialmente su manera de ser confiada y franca. Sé que difiero
en esto de otros viajeros, que no vieron su fresca naturalidad sino
que la interpretaron erróneamente. Los varones son guapos
ces; las niñas, más reserv•as, pero desea eltas y vivarachas` é
bien nos llevábamos! C correr del po retri eron
mente mi afecto. Pronto ofreciero presta
y actuaban con diligenc o yo pe que m
go me traían sus mode etes pa yo lo
damente. Uno me daba su honda, otro su pequeño arco con los que
tenía que probar mi puntería. Cuando, al principio, no tenía éxito,
reflejaban noble descontento; más adelante cuando me hice algo más
diestro elogiaban abiertamente mi habilidad. Jamás se reirían o mo-
farían de un adulto. Muchas veces me desafiaban a concursos y prue-
bas de fuerza. Así me familiaricé con sus juegos y sus utensilios. Las
niñas preferían actuar como público silencioso. Les encantaba acu-
rrucarse a mi lado para hojear algún libro ilustrado, para probar este
o aquel objeto que les prestaba y para observarme mientras escribía,
hasta que, después de un tiempo, su temperamento intranquilo las
movía a invitarme a correr y a jugar afuera al escondite detrás de
los gruesos árboles. Les encantaba jugar a la mancha, pero eran mu-
cho más calladas que los varones, que, ocasionalmente, armaban reales
escándalos. Alguna niña se empeñaba en mantener el fuego de mi
choza bien alto y entre todas soplaban las brasas hasta que sus cari-
tas se acaloraban y luego abandonaban mi choza satisfechas con su
obra. Los niños corrían y saltaban así todo el día alrededor de mí, si
no me hallaba ocupado en otra cosa. No me hubieran dejado tiempo
para cavilaciones tétricas o disgustos desesperanzados cuando mis tra-
bajos no se desarrollaban como yo quería. Me sentía feliz como un
niño entre aquella juventud fresca y alegre. A menudo me encuentro
en mis recuerdos en aquella lejanía y aunque palidezcan otras cosas
agradables en mi memoria ¡nunca podré olvidar la Tierra del Fuego
por sus niños adorables! En mis más osados sueños juveniles jamás
imaginé que la vida de los indios fueguinos fuera de colorido tan vivo
y agradable, porque, era tan humana y natural, que para participar
libremente de ella y sentirme perfectamente bien al hacerlo, tuve
antes que deshacerme dificultosamente de nuestra oprimente civiliza-
ción hipócrita.
Sin darme cuenta perdí poco a poco todo lo que una buena edu•
cación me había enseñado. Si a veces me miraba, tenía que asustarme
al verme así; pues ya había olvidado la más estricta higiene personal,
aunque no me sentía más sucio que un nativo. Con el monótono asado
de guanaco, que uno mismo se asaba sobre las brasas, me había con-
tentado fácilmente, porque no había otra cosa. Sabía sostener el pe-
dazo caliente con las manos como cualquier otro indio, separando
grandes bocados con los dientes, pues platos y cubiertos todavía no
se usan en Tierra del Fuego. Rápidamente me acostumbré también a
la irregularidad total de la vida del indio ¡para quien las campanas
no dan la hora! Sus decisiones cambian según sus caprichos o el tiem-
po. Viene una visita, abandonan todos sus ocupaciones y vienen a
escuchar sus palabras. Alguien vio una manada de guanacos en las
cercanías, y los hombres se lanzan a la cacería. Cualquier incidente
nimio reúne a la gente en el campamento. Así nunca se sabe qué va
a traer el momento y dónde se estará en el próximo. Es un saltar
intranquilo de una determinada situación a otro estado de ánimo, de
un trabajo a otra ocupación totalmente distinta, siempre en depen-
dencia del instante. Así lo exigen las condiciones de vida del indio.
Él no puede actuar de otro modo ni atarse al tiempo o a una pro-
mesa. Tiene que ser un hombre del momento.
Yo no me había dado cuenta —aunque mis observadores sí— de
cuán estrechamente me había familiarizado ya con la vida de los indios.
Siempre me encontraba sentado en sus chozas junto a sus fogatas o
acompañaba a los hombres a cumplir alguna tarea. Trataba de reali
zar sus trabajos y pedía que me enseñaran a hacer lo que ellos hacían
en ese momento. Con buena voluntad me ayudaban en mis primeros
intentos de hablar su idioma, y se alegraban de mis adelantos. Pronto
contaban con mi presencia, como si fuera lo más natural, en sus reunio-
nes de todas las tardecitas y en la cacería de ocas silvestres o guana-
cos. Se habían acostumbrado a mí y a mi presencia. y ya no querían
prescindir de ella. Yo era "un blanco diferente" e los que aparecían
aquí en el campamento demasiado frecuentemente y a su disgusto, di-
ciendo obscenidades o haciendo alarde de sus habilidades. Esta esco-
ria de la civilización europea no sospecha siquiera cómo los indios la
desprecian y reniegan de ella. Tienen una mirada aguda y un buen
juicio. No lo dijeron abiertamente, pero me hicieron sentir lo mucho
que me apreciaban. Me gané su confianza y estima porque me com-
portaba como ellos, porque me gustaban sus costumbres e historias,
su asado de guanaco y las brasas bienhechoras, porque tomaba parte
de sus trabajos y cacerías, porque reía y me divertía con ellos y, ante
todo, porque sabía jugar alegre y animadamente con sus hijos. Sin-
ceramente me agradecían que hubiera aliviado la tos convulsa de sus
hijos y, a menudo, me presentaban a los pequeños para demostrarme
que la fea tos se les había pasado. ¡Los fueguinos, tan endurecidos, son
gente sensible y, si uno quiere ganárselos, tiene que asegurarse pri-
mero el favor y cariño de sus hijos!
Día a día llevaba yo la vida de estos "salvajes". Era tan agrada-
ble y libre, decente y natural, que me había acostumbrado a ello sin
darme cuenta y no extrañaba todo lo europeo de que tuve que des-
prenderme. Me había vuelto muy modesto en lo que se refería a ves-
timenta y alimentación, vivienda y sueño; me contentaba con lo míni-
mo y con lo más simple, pues los que me rodeaban eran felices así, y
no deseaban otra cosa. Por el contacto con estos indios me había for-
mado ya una idea muy exacta de su forma de vida, de sus enseres, de
su sentir y pensar. También podía hacerme entender algo en su idio-
ma. Para profundizar más en su mundo no me alcanzaría esta vez el
tiempo, de modo que decidí continuar mi viaje. Estaba convencido
de que esta gente no olvidaría nuestra prolongada vida común, y de
que, en el próximo año, podría contar probablemente con un recibi-
miento favorable. A propósito había evitado la relación con la familia
BRIDGES y con otros europeos, para que opiniones ajenas no influyeran
en mi propio juicio y observación. Después de la primera semana
tampoco había recurrido a la experiencia o los apuntes del P. ZENONE,
sino que me dediqué completamente a trabajo propio. os
hombres de mediana eda e demostra una confi esp de
los cuales PAREN y sobre •do Tom m restaron adel er-
vicios de valor incalcula. Algunos os como TETO a AI-
POTEN y Loabían o algo ración
habían con etalles sos de .logia.
sistían en rva, a no m an má
temerosa que me habían demostrado inicialmente, como lo hacen con
cualquier europeo. Todas las señales indicaban que nos habíamos
comprendido y acercado mutuamente. Por ello no me equivocaba al
esperar buenos resultados para mis trabajos después de mi futuro re-
greso. Los indios no me creyeron mucho cuando les prometí volver
para el verano siguiente. Con cuentos parecidos ya se habían despe-
dido muchos europeos, por lo que persistían en sus dudas. Deseaban
que me quedara no más. Pero fiel a mis planes de trabajo tenía que
recorrer sin falta la extensa región, si quería llevar a buen fin mi em-
presa. Me habían contado mucho acerca de otro grupo de selk'nam
que habitaba junto al Lago Fagnano, pues se habían retirado de los
blancos a aquel rincón de tan difícil acceso. Quizás podría llevar a
cabo allí mis observaciones y estudios con mayor tranquilidad.
Aquí en el gran campamento junto al Río del Fuego yo me había
formado una idea más concreta de la civilización original y de las con-
diciones de vida actuales de los selk'nam. Como mi estadía había pro-
ducido resultados excelentes, me decidí a proseguir pronto mi viaje
hacia el Sur. En la pequeña aula del P. ZENONE me rodearon los pillue-
los indios y no se cansaban de tenderme sus sucias manos abiertas,
que yo llenaba una y otra vez con higos. Querían aprovechar esta
última oportunidad pues también ellos se habían enterado de mi pró-
xima partida. Con el tiempo había llegado a juntar una buena colec-
ción de antiguos enseres indígenas que ya había empacado y enviado
a Puerto Río Grande para su transporte a Punta Arenas. Reducí al
mínimo mi equipaje, pues cuanto menos lastre uno acarrea, con tanta
mayor facilidad es posible atravesar la mitad meridional de la Isla
Grande. Uno mismo debe cargar su equipaje durante las inevitables
y continuas caminatas. No siempre es posible servirse de una cabal-
gadura. También los indios recorren largos caminos a pie. Como
cada cual va cargado con sus propios bultos, nadie puede llevar en-
cima además cosas ajenas. Las circunstancias me enseñaron a equi-
parme con el mínimo indispensable.
Mientras ultimaba los detalles para mi partida, inesperadamente
fui testigo de un raro incidente. La hijita de tres años de edad de
ALEKOTGN, casada con el indio MARTÍN, que tenía aproximadamente
treinta años, padecía desde hacía tiempo de un doloroso mal de estó-
mago y lloraba mucho de día. Toda la aldea sufría con ella. Por más
que me esforcé, no pude mejorar el estado de la criatura. Todavía a
la mañana visité a la niña y vi que pronto iba a morir, lo que no
comuniqué a los padres. Prudentemente no le administré ningún re-
medio. Por la tarde, un inesperado alboroto en el campamento se es-
cuchó desde la escuela, en donde yo estaba ocupado escribiendo. Inme-
diatamente me precipité hacia afuera y vi que el gentío descargaba su
ira contra el odiado MINKIOL. MARTÍN había culpado a este temido
hechicero de la reciente muerte de su hijita golpeándolo con un grueso
palo. Él, a su vez, había recibido un violento garrotazo en la cara y
sangraba profusamente. Cuando llegué al campamento la agitación
era amenazante, pero a las pocas horas se fue calmando porque MIN-
KIOL permaneció dentro de su choza. Lógicamente, MARTÍN acudió a
mí para que le curara la herida y detuviera la hemorragia. Pero los
vecinos furiosos no me hubieran dejado acercarme a la choza de Mnsr-
Kim., que yacía en ella con una costilla quebrada, pues estaban con-
tentos que hubiera recibido el merecido castigo. Para mí fue muy ins-
tructivo tomar parte en los rituales fúnebres para la niña muerta, que
en seguida comenzaron. Tuve así una valiosa recompensa por haber
diferido mi viaje por un día.
El 9 de febrero ya había alquilado caballos, y me había asegu-
rado el concurso del joven FEDERICO como acompañante. Su padre, a
quien él nunca había visto, era un europeo. En una estancia, en donde
su madre había permanecido durante mucho tiempo, había adquirido
cierto conocimiento de la lengua española. Me lo habían descrito como
cumplidor y pronto demostró serlo. El 11 de febrero en la madrugada
ensillamos. Para este trecho se calculan de doce a catorce horas. Si
se quiere alcanzar temprano la pequeña chacra junto al Lago Fagnano,
hay que apresurarse y cabalgar sin descanso.
Durante la velada de ayer, cuando por última vez compartía el
fuego con estos indios, cuando les di a entender que efectivamente
partiría al día siguiente, manifestaron su sincero afecto hacia mí e
insistentemente me pidieron que el año siguiente volviera a visitarlos.
Entonces me contarían y enseñarían muchas cosas que esta vez toda-
vía no podían confiarme. También me pidieron que les trajera muchas
medicinas y collares y que me quedara con ellos para siempre si fuera
posible; pues por entonces se enfermaba un niño tras otro, y como
estas enfermedades provenían de los blancos, sólo éstos podían influir
sobre ellas. Al tercer día de mi estadía, cuando apenas había repar-
tido las primeras medicinas, ya me nombraron xonkoliót, esto es, "cu-
randero europeo", y desde entonces conservé esa designación en el
grupo norteño por los próximos años.
Aunque deseos y promesas ocasionales expresados por los indios
no valen mucho, me contenté con sus palabras, de las que pude dedu-
cir que, afortunaaamente, había encontrado el tono adecuado en mi
relación con ellos y que, de esta manera, nos acercaríamos mutua-
mente en el futuro. Esta esperanza era alentadora, porque me pre-
ocupaba, al despedirme, la idea del triste destino de estos pocos sobre-
vivientes de la tribu, otrora tan numerosa, de los selk'nam. Con honda
preocupación abandoné el campamento, como si no volviera a ver a
muchos de sus queridos habitantes; ¡sentía el vivo deseo de sentarme
nuevamente en su círculo para comprenderlos y para conocerlos me-
jor! Cuando el P. ZENONE me extendió la mano en despedida no calló
sus impresiones, y, abiertamente, me dijo: "Muchos viajeros ya han
pasado por aquí y han mirado boquiabiertos a nuestros indios; pero
ninguno se les ha acercado con tanta sinceridad como Ud. Incluso
algunos ancianos taciturnos se alegraron por su visita y me rexffllaron
que quieren verlo el año que viene. ¡Usted nos es a todos biertsiénido
y el resultado de su trabllo será feliz . Era más bien una' dispo-
sición natural la que mlnabía acercado a estas p'lonas ta foco
accesibles. La manera estos velei os hijo la za
reciben a un investigad en princi incierta ro I
impresión generalmente ecisiva par esarro e su
para el resultado definitivo del mismo.
Desde la lomada del Cabo Viamonte, en la desembocadura del
Río del Fuego, envié en aquella temprana mañana mi último adiós al
campamento indígena que se iba despertando lentamente. Mi guía
indio y yo adelantábamos con un buen trote. Un cómodo camino sigue
durante dos horas sobre el acantilado y la vista es libre sobre la vas-
tedad del Océano Atlántico Más adelante las mesetas, con sus típicas
estepas, van dejando lugar al parque fueguino. Los magníficos paisa-
jes se van sucediendo. La región es ondulada y, más al sur, las arbo-
ledas se van cerrando en extensos bosques. Entre ellos hay frescas
praderas y peligrosos cenagales y, en las extensas llanuras cubiertas
de pasto, pastorean miles de ovejas. Las vistas, siempre nuevas, van
fascinándome y yo me voy embebiendo en esta riqueza de paisajes.
La clara luz del sol se derrama sobre estas tierras que recorremos
hasta cerca de las dos de la tarde. Eran valles apacibles y bosque-
cillos luminosos, lomas y lagos numerosos que pasábamos apresura-
dos. Jamás pude imaginar la mágica belleza de esta naturaleza; todas
las descripciones no llegan ni de lejos a la realidad. Es especialmente
agradable que la fuerza del viento ya se quiebra aquí, de modo que
muchas especies de pájaros pueblan las hondonadas, tan silenciosas
en otras partes. De día el tiempo es más fresco y las noches siempre
son frías. En el norte, por el contrario, en la región de las pampas,
desde mediados de enero hasta mediados de febrero, el sol calienta
agradablemente en las tardes calmas de verano. El invierno es muy
desagradable en el sector septentrional, abierto y desprotegido de la
Isla Grande. Aunque los vientos no soplen tan seguido como en vera-
no, a menudo las tempestades glaciales del Sur barren la pampa, ha-
ciendo bajar la temperatura del aire hasta —30°. Esta temperatura
tan baja se mantiene, por lo general, sólo pocos días y cede casi brus-
camente a los templados vientos del norte o el noroeste que traen
abundantes nevadas. De todos modos, en el norte se siente el frío
más intensamente que aquí en el sur, que presenta muchos lugares
protegidos en los cuales nuestros indios buscan refugio, con prefe-
rencia para pasar el invierno.
Cuando cerca de las dos mi guía y yo ensillamos los caballos, des-
pués de un corto descanso, por el sur se acumulaban amenazantes
nubarrones. Temimos lo peor. Mientras cabalgábamos al encuentro
de la tormenta, oscurecía cada vez más, y, poco antes de las tres,
caían las primeras gotas. Inmediatamente se descargó una lluvia tan
intensa que nos faltó el tiempo para buscar un poco de protección
entre los matorrales. Era impensable prender un fuego. ¡Yo era toda-
vía totalmente inexperto como viajero en Tierra del Fuego! Ni siquiera
tenía una manta o un pedazo de lona. Apoyado contra el tronco de
un árbol trataba en vano de mantener seco mi equipaje y en veinte
minutos quedé empapado hasta los huesos. Durante una hora y media
permanecí de pie allí, junto a mi indio, para quien esta lluvia era
molesta, pero que no tiritaba de frío como yo. Imprudentemente, sólo
habíamos llevado un pequeño trozo de carne de cordero asado que
ya habíamos comido. Sentí hambre y debilidad sin poder remediarlo.
Cuando la lluvia disminuyó volvimos a montar. Los aperos también
estaban empapados y no era de esperar una mejoría del tiempo, por
lo que vi nuestra única salvación en la continuación del viaje. Hacía
apenas una hora que nos habíamos puesto en marcha a paso lento
cuando, todavía a tiempo para deslizarme de mi cabalgadura, sufrí
un desvanecimiento y perdí el conocimiento con escalofríos convul-
sivos. Mi comprensivo guía tuvo la suficiente presencia de ánimo para
prender mi fuego sobre el terreno húmedo y me acostó bien cerca de
las brasas; luego secó precariamente su chaqueta y cubrió con ella mi
cara. Después de unos treinta minutos desperté y me sobresalté por
el fuego tan cercano. Nos envolvía una profunda oscuridad. En se-
guida me despojé de toda mi ropa y me incliné sobre el fuego hasta
que calenté bien mi cuerpo. Sequé la ropa superficialmente y volví a
vestirme. No debíamos demoramos más aquí y, en el acto, nos pusi-
mos en camino para alcanzar nuestra meta. Avanzábamos sólo lenta-
mente por los senderos resbaladizos y barrosos y la noche negra nos
obligaba a extremas precauciones. Esta cabalgata fue indeciblemente
aburrida. Por fin, a la una de la mañana, llegamos hasta la pequeña
casa de madera de la estancia junto al Lago Fagnano. La tienen arren-
dada los misioneros salesianos 99 El mayordomo era el lego DALMAZZO,
.

a quien tuvimos que arrancar del sueño, y que, de inmediato, nos dio
albergue. Mientras él desensillaba los caballos, mi guía preparaba
café en la pequeña cocina. Con la bebida caliente y algo de pan nos
repusimos de nuestro agotamiento. Junto a la estufa extendieron para
mí algunas frazadas sobre las tablas sueltas del piso, me cobijé bien
y rápidamente me hundí en un profundo sueño.
En la madrugada, cuando me despertaron, me sentí repuesto.
Recién entonces me di cuenta de que mucha gente había debido pasar
la noche bajo este techo. Una comisión argentina de agrimensores
con la que ya me había encontrado en los edificios del frigorífico junto
a Puerto Río Grande, también fue sorprendida por la lluvia y había
buscado amparo aquí. Cuando hay tormentas, los viajeros se reúnen
con rapidez en las casas más próximas y los propietarios o mayordo-
mos ya cuentan con huéspedes no anunciados. El encuentro con aque-
lla comisión me vino muy a propósito, pues algunos de sus integrantes
querían visitar, incluso esa misma mañana, el cercano campamento in-

" Esta pequeña fundación fue creada como punto de reunión para los sea'
nam meridionales que, como es sabido, nunca llegan hasta la región del norte.

Taff ir 110 IV
dígena. Estaban bien os; pusie mi disposición un ca allo~
ensillado y emprendí la jornada inmediatamente con ellos.
Manteniendo la dirección Sudoeste alcanzamos, después de dos
horas, avanzando por huellas en el monte, la angosta margen oriental
del alargado Lago Fagnano. Nuestro guía era un indio. Luego cabal-
gamos otra hora y media por la arenosa orilla meridional del lago
hasta encontrarnos sorpresivamente en el pequeño campamento que
había sido nuestra meta"Hacía rato quedos indios-nos hatffittraVii1~-h4lik- ,
tadoyseprbncios.Alguepníaro-
pea, probablemente para causar buena impresión. TENENESK, el más
influyente, había dispuesto que todos nos aguardaran fuera de sus tol-
dos. Todos nos contemplaban curiosos y esperanzados. Hacía tiempo
que se habían enterado que gente del gobierno, expresamente enviada,
atravesaba la Isla Grande. Esperaban de ellos ciertos favores, que
muchas veces se les habían prometido, y que casi nunca se habían
cumplido. ¡Para este territorio que no es aprovechable para otros fines
y, en realidad, había sido declarado parque nacional, últimamente el
gobierno exige de estos aborígenes desheredados un impuesto especial
aunque sólo poseen unos pocos yeguarizos!
A los dos miembros de la comisión sólo les interesaba echar una
mirada superficial al campamento. Después de una hora montaron otra
vez con sus acompañantes. Rápidamente me decidí a permanecer aquí,
al ver el gran interés que en ello tenían los indios, pites consideraban
que yo formaba parte de la comisión argentina y exigían exponer
detalladamente sus deseos y esperanzas. Su equivocación me vino muy
bien. Por precaución, ya había traído mis pertenencias más indis-
pensables.
Apenas se alejaron los otros cuando la gente me rodeó con atenta
amabilidad. CIKIOL, un hombre inteligente, se preocupó principalmente
por mí; era superior a los demás, aproximadamente de mi edad, y
además, podía hacerse entender en español. Yo le debo incalculables
servicios tanto con respecto a la introducción a su grupo como a la
cooperación más fiel para alcanzar mis objetivos. Los hombres, en
su celo, ya habían construido para mí una pequeña casa de madera.
Hacia allí me condujeron y pronto ardía el imprescindible fuego. Al-
gunos muchachos fueron enviados a buscar leña menuda que espar-
cieron sobre el suelo húmedo como cama para mí. Esa mañana me
había comprado apresuradamente dos mantas, pero consideré que era
poco y busqué un gran abrigo de piel indígena, que rinde servicios
mucho mejores que los productos europeos. Cixioi. me invitó ama-
blemente a comer en su choza que distaba solamente diez pasos de
mi cabaña. Cada palabra que allí se pronunciaba se podía oír bien
en mi habitación. Sintiéndome bien protegido comencé a instalarme có-
modamente en mi pobre albergue. El viento silbaba alegremente a
través de las maderas, cuyas junturas no habían sido cerradas. Tam-
bién habían dejado abierta una gran entrada en la que faltaba la puer-
ta; más tarde colgaron allí una piel. Pronto sentí la incomodidad y
escasa practicidad de esta cabaña y, al tercer día, me mudé a la choza
de la madre de INxioL, después de que ésta abandonó el poblado.
Mi introducción a este pequeño grupo fue muy favorable. Se su-
puso que yo era un hombre influyente y, sin resistencia, actuaba según
mi voluntad. Por ello nunca hubiera podido engañar a esta gente tan
confiada; todos los deseos y esperanzas con que se habían dirigido a
mí, los comuniqué más tarde fielmente a aquella comisión, apoyando
las peticiones con mis propias recomendaciones. Se había dado el
comienzo más ventajoso para mi trabajo. Aparte de eso, me veía solo
con los indios, sin ser estorbado por nadie. Un macizo de hayas ex-
tendía su alto techo de follaje protector sobre nosotros; el bosque
tupido y la orilla del lago nos encerraban de todos lados y, hacia el
Sur, se erguían empinadamente los montes Heuwépen. Es cierto que
este campamento sólo constaba de cinco familias; pero en vista del
bajísimo número total de los selk'nam, ésta era una buena cantidad ".
El alma del grupo era TENENESK, el mejor hechicero en aquella época,
que fue desplazado hasta aquí por continuos disturbios y disputas que
él había causado en el gran campamento junto al Río del Fuego. Su
capacidad era muy superior a la de HALEMINK. A los dos los separaba
una antigua enemistad.
Los indios día a día pusieron más confianza en mí porque rápi-
damente me las supe arreglar en estas frugales condiciones de vida.
Me sentaba en sus chozas, tomaba parte de sus ocupaciones y de sus
ocios, y los acompañaba a cazar ocas silvestres y guanacos. Ciertas
noches TENENESK era muy comunicativo, y nos contaba mucho de sus
amplios conocimientos. Por su ascendencia no era un selk'nam puro,
ya que su madre pertenecía al grupo haus. De estos últimos sólo él
podía decir algo auténtico, porque ya entonces ningún representante
masculino puro de los haus quedaba con vida. Me llamó la atención
la actitud general de los integrantes de este campamento por la natu-
ralidad con que se conducían, probablemente porque se sabían lejos
de los molestos e indiscretos europeos. Aparte del ineludible anta-
gonismo entre aquellos dos viejos, se llevaban bien entre ellos. De tal
modo me encontraba en medio de la auténtica vida de los indios, y
eso era justo lo que yo necesitaba para mis estudios. Este grupo era
toda mi esperanza y no me defraudó. En mi último viaje hasta me
permitieron asistir a las secretas ceremonias masculinas.
Me acerqué a ellos con cuidado y delicadeza. Mi manera de alter-
nar con ellos, simple y familiar, los sorprendió agradablemente y ya
el primer día nos hicimos amigos. Aunque los observaba aguda y con-
tinuamente, jamás les caí pesado. Se sentían satisfechos, pues eviden-
temente me encontraba muy a gusto en su compañía. También aquí
conlikocijo corles niños y logii1 una íntima amistad con los
osos retoños de TALAS, que ya entonces se convirtieron en mis
favoritos. Para mi gran asombro, algunas personas se ofrecieron para
mediciones antropológicas. Tomar fotografías resultó ser más compli-
cado. Ya en el campamento junto al Río del Fuego había visto el te-
mor de los indios a la cajita negra; tal temor era mayor cuanto mayor
era la persona. Aquí mi cámara era directamente un objeto de terror
para grandes y chicos; al mostrarla, ya la reunión se desbandaba. Más
tarde me explicaron que estaban convencidos de que yo capturaba con

100 Más detalles sobre el censo de enero de 1919 en GUSINDE (a): 27.
esa cajita sus almas o sus espíritus vitales que luego perecían en la
misma, de modo que ellos mismos también tenían que morir. A pesar
de ello yo sacaba continuamente fotos del paisaje para ir acostum-
brándolos de a poco a esa peligrosa cosa negra. Una noche saqué el
libro de GALLARDO Los Onas y les mostré un retrato después del otro.
Entonces se les iluminaron los ojos y comenzaron a charlar porque
reconocieron a todas las personas y TENENESK e INxzoL se vieron a sí
mismos '°'. Por las actitudes y el entorno que los retratos revelaron
se acordaban de las circunstancias bajo las cuales fueron hechas las
tomas y admitieron que LUCAS BRIDGES se había servido de la misma
cajita que yo 102. A continuación ridiculicé su antiguo temor; pues a
pesar de las fotografías no había muerto ninguno de ellos, sino, al
contrario, disfrutaban todos mucho de los hermosos retratos hechos
en una ocasión que se remontaba a varios años atrás. ¡Ahora yo tam-
bién quería llevarme fotos de ellos para mis amigos y enviarles copias
también a ellos, para que más adelante pudieran disfrutar de ellas!
Finalmente desempaqué una pequeña colección de fotografías, en parte
de mis parientes y mías y, en parte, de indios araucanos. Debí acom-
pañar cada una con diversas explicaciones que, por lo general, eran
inventadas, pero siempre indicaba claramente que esas personas vi-
vían todavía. Luego permití a algunos niños que miraran por offilrio
esmerilado. Esto originó grandes risas cuando vieron a las personas
apostadas delante del vidrio al revés, siguiendo exactamente sus mo-
vimientos. Durante este juego coloqué disimuladamente algunas pla-
cas fotográficas y las expuse a la luz. Había traído conmigo lo indis-
pensable para la revelación y con la oscuridad de la noche terminé
las placas y a la mañana siguiente dejé que los curiosos vieran los
negativos. Se veían muy raros por el cambio entre lo claro y lo oscuro
y el grupo, gracioso en sí, los divertía. Con eso al menos había que-
brado su temor a los fantasmas, y, en los días siguientes, fueron más
accesibles. Con las personas mayores tuve que desarrollar gran elo-
cuencia persuasiva, pero sólo se decidieron a posar cuando les expli-
qué que la comisión que estaba de paso necesitaba esas fotos para
conseguir ayuda para los selk'nam. Aún así, algunos seguían mos-
trando una tímida reserva y, por prudencia, no insistí mucho más.
Pronto me llamaron por el nombre Mánk'déen y desde entonces no lo
perdí más. Éste se deriva de inIn -= imagen, figura, sombra, y de
k'áéen = asir, tomar, recoger. Lo que da el sentido de "el cazador
de sombras o de imágenes" como perífrasis de "fotógrafo".
Paso a paso me iba acercando a estos hijos de la naturaleza y de
a poco desaparecía su temor. Para ellos era algo inaudito que un
blanco conviviera aquí, en su mismo campamento, que alternara natu-
ralmente con ellos y que tuviera un placer incondicional en ellos mis-
mos y en sus sistemas de vida. Su agudo poder de observación les
garantizaba la sinceridad de mi ser y de mis intenciones. De aquí en
adelante el camino a su confianza estaba abierto.

101 Les gusta ver fotos de sus compañeros de tribu (ver GALLARDO: 130), pero
a ellos mismos no les gusta posar ante el aparato fotográfico.
102 Aunque GALLARDO omite mencionarlo, la mayoría de las fotos en su libro
fueron puestas a su disposición por LUCAS BRIDGES.
Aunque había hecho muchas observaciones y también progresos
en la lengua selk'nam, valoraba más que eso la amistosa relación que
se había desarrollado entre mí y este grupo. Aquí estaban las mejores
condiciones para la continuación de mi trabajo. Pero sólo pude per-
manecer durante ocho días junto a estos indios. Repentinamente tuve
que abandonarlos, pero prometí a esta gente que regresaría el año
siguiente. La razón de esta partida fue que, en un descuido mío, un
caballo me pisó el pie izquierdo. No había dado importancia al suceso
hasta que, inesperadamente, mi pie se hinchó fuertemente y empecé
a tener fiebre. Como, con razón, temí una septicemia general, aban-
doné el campamento inmediatamente para buscar la comisión argen-
tina que estaba a punto de cruzar la cordillera. En su compañía po-
día aventurarme a esa jornada difícil. Ya no podía usar zapatos ni
botas por la singular hinchazón de mi pie. Lo envolví con un grueso
trapo y durante la extensa cabalgata tuve que mantenerlo fuera del
estribo. Pude soportar el esfuerzo a pesar de la alta fiebre.
Partimos cerca de las seis. Durante horas el camino serpenteaba
entre el ralo bosque de hayas; en ocasiones, desembocaba en abras o
atravesaba arroyos y pasos estrechos. Subiendo por una suave y ape.
nas perceptible pendiente, llegamos al pie de las montañas. Antes ha-
bía que superar algunos pantanos traicioneros que, por suerte, cruza-
mos fácilmente, pues hacía cuatro días que no llovía.
Penosamente ascendimos la empinada colina, arrastrando el caballo
por las riendas. Sólo hacia las dos alcanzamos las sueltas piedras pla-
nas que cubren la cumbre. Hemos llegado a la cima. ¡Una vista extra-
ordinaria nos rodea! Detrás de nosotros sigue el bosque que bordea
el alargado Lago Fagnano. A nuestros pies la Sierra Sorondo ante-
puesta al Canal de Beagle, sobre la que se levanta la cadena monta-
ñosa en la costa norte de la Isla Navarino. La nieve eterna sobre los
riscos salvajes brilla bajo los claros rayos del sol de la tarde, pero
el verde oscuro de los valles ondulados y de los precipicios profundos
nos apremia a seguir. El aire es helado; estamos a 800 metros sobre
el cercano nivel del mar. Más que por el frío tiemblo por la fiebre
alta. Descendemos en fila india por el irregular lecho del arroyo. Los
caballos no encuentran sostén suficiente sobre las grandes piedras ali-
sadas por el agua y el viento. Cuando llegamos a donde comienzan
las ciénagas puedo volver a montar. Los otros siguen a pie, llevando
los caballos de las riendas. La ruta del descenso es sólo algo menos
ada el otro que acaba rK; i de vencer. La jornada nos
a m fácil por egión de loslEatorrales achaparrados. Por
encont• mos un ca tuno cómodo, que THOMAS BRIDGES construyó
su épo con peones indígenas, por orden del gobierno argentino.
`Continuamos la bajada; el paisaje cambia constantemente en los ata-
jos que a menudo se abren. Atravesamos el ancho Río Mayor sin pro-
blemas, porque esta vez lleva menos agua. Este único sendero que
atraviesa la cordillera nos lleva, en la última etapa de nuestro viaje,
por praderas suculentas y extensos pantanos para alcanzar por fin,
poco antes de las nueve, las casas de la estancia de los hermanos
BRIDGES en Puerto Harberton.
11111 1111 11111L~Ila
Llego a salvarme gracias a las amplias comodidades que encuen-
tro aquí para aliviar mi peligroso estado de salud. Cuando, al medio
día siguiente, la comisión continúa su camino, todavía me debato con-
tra el ardor febril. Recién al tercer día encuentro el tan deseado alivio.
Cuando, después de otros tres días, se presentó la oportunidad,
partí en un pequeño cúter con destino a Ushuaia. Sólo podía moverme
con una especie de muleta, pero la fiebre había desaparecido y la su-
puración abundante disminuyó. Siempre recordaré agradecido.4_19-__
lícitos cuidados que me dispensaron el mayordomo de Harberton,
Mr. NILSON y su mujer.
El viaje en la pequeña embarcación de motor fue para mí fácil y
hasta agradable, ya que, excepcionalmente, el Canal de Beagle perma-
neció en calma. Después de dos horas de navegación en dirección oeste
alcanzamos Punta Remolino, y yo no quería pasar por aquí sin haber
buscado algunas informaciones sobre los yámana. Esta estancia per-
tenece a la familia LAWRENCE y, en cierto sentido, es el punto de re-
unión para los aborígenes locales, como lo es Río del Fuego para los
selk'nam. La familia, extremadamente complaciente, me aseguró apo-
yo total para mi trabajo y en aquella época no tuve ni siquiera idea
de qué logros excedentes alcanzaría aquí más adelante. Fue para mí
grandísima sorpresa ver aquí a los primeros yámana. La impresión
general era totalmente distinta de lo que yo había leído en mi juven-
tud en el "Viaje de un naturalista alrededor del Mundo" de DARWIN,
porque estaban desfigurados por la ropa europea que vestían y que
les quedaba mal. Sus rostros, sin embargo, coincidían con los retra-
tos que tantas veces había visto. Como no tenía justificativo para ex-
tender mi estadía, me pareció aconsejable hacer primero lo necesario
para mi curación. Me despedí entonces con la esperanza de volver
a los pocos días. Continuando nuestro viaje, arribamos a Ushuaia dos
horas más tarde. Ahora las aguas del canal sí estaban intranquilas.
Dos días más tarde ya podía calzar zapatos anchos y caminar con
ayuda de un bastón aunque con una casi imperceptible renguera. Inme-
diatamente hice mi visita al gobernador argentino que, con deferen-
cia, escuchó mis pedidos especiales. Más tarde fui a ver la gran cárcel
y, al regreso, vi sorprendido el pequeño bote del indio ALFREDO, que
acababa de amarrar junto con su esposa. Este buen hombre me fue
sumamente útil en lo sucesivo y bajo su guía cumplí con mi período
de prueba para la ceremonia secreta de iniciación a la pubertad. A la
mañana siguiente fui a la pequeña península, que durante muchos años
fue el centro de la actividad misionera protestante y el punto de re-
unión de tantos indios. Hoy existen aquí talleres para los diferentes
oficios, una carnicería y edificios de explotación. De los antiguos
pobladores no queda ni uno. Casi todos han muerto ya. Y de los vale-
rosos y veteranos misioneros sólo sigue con vida el reverendo JOHN
LAWRENCE. Los últimos restos de la antes numerosa tribu de los yá-
mana no llegan a los sesenta 103 . ¡Otra vez me encontraba frente a la
obra destructora de la civilización europea, que penetró hasta el último
confín del nuevo mundo!

103 Censos exactos de esta tribu realizados en decenios pasados se encuentran


en GUSINDE (a): 35.
Nada me retenía aquí en Ushuaia. Aunque sólo podía usar mi pie
.

con dificultad, decidí conseguirme un caballo con el que volví a Punta


Remolino después de siete horas de marcha. El fatigoso camino que
me llevaba a través del bosque inextricable por la costa norte del Ca-
nal de Beagle, se había convertido en un barrial, en algunas partes
peligroso, a causa de la torrencial lluvia de la última noche.
Junto a la familia LAWRENCE me sentí como en casa, pues me aco-
gieron y dieron la bienvenida con extrema cordialidad. En ese mo-
mento había sólo seis yámana viejos en ese campo, porque al finalizar
la esquila muchas familias ocupadas en el campo habían viajado a las
Islas Wollaston, donde querían permanecer durante muchas semanas.
Al menos pude aprovechar bien mi tiempo con esas pocas personas.
Aparte de las mediciones antropológicas que pude llevar a cabo, me
informé sobre sus usos y costumbres, su forma de vida y su mitolo-
gía. Pronto comprendí que estos indios exigen una forma de trato
totalmente distinta de la empleada con los selk'nam. Tenía a mi favor
grandes ventajas: los hermanos LAWRENCE hablaban el yámana a la
perfección. En su vida junto a los aborígenes habían adquirido mu-
chas experiencias e innumerables conocimientos. Su influencia sobre
los indios es, todavía hoy, determinante, y éstos nunca olvidan todo el
bien que recibieron de toda la familia y especialmente del venerable
Reverendo JoHN LAWRENCE. A esas circunstancias favorables hay que
añadir la ventaja de que la gentil esposa de FRED LAWRENCE era una
yámana de pura cepa que amaba, con todas las fibras de su corazón,
el patrimonio cultural de su pueblo y que expresaba abiertamente su
disgusto por lo europeo. Cuando ella captó mi sincero interés por la
auténtica herencia de sus padres, no escatimó esfuerzos para procu-
rarme todo lo que estuviese a su alcance, e incluso utilizó toda su
influencia sobre sus compatriotas y sobre su marido para que yo ave-
riguara cuanto deseaba saber o lograr. Esta mujer merece mi sincero
agradecimiento, pues fue la clave de los magníficos resultados que
logré en el estudio de los yámana nunca justamente apreciados.
Día a día sentí, con mayor claridad, que mi trabajo de investiga-
ción propiamente dicho debía comenzar aquí, en Punta Remolino, y
que el estudio de los yámana se podría efectuar con más facilidad que
el de las otras dos tribus. Como el conocimiento perfecto del patri-
o cultrwal de los yámana prometía influir positivamente en la
stigación de los demás fueguinos, decidí comenzar mis trabajos
e aquéllos, a mi regreso en el año próximo. Experiencias poste-
=res confirmaron que esta decisión fue la más afortunada. La hos-
pitalaria familia LAWRENCE también deseaba mi retorno, y no fueron
vanas las palabras que me aseguraron su total colaboración para mis
investigaciones. Me preocupé asimismo por conseguir informaciones
importantes que me parecían necesarias para organizar mi próxima
expedición, a fin de volver con la mejor preparación posible. Había
comprendido también cuál era la manera de tratar a esta gente más
accesible y alegre. NELLY LAWRENCE me prometió convocar, para el
próximo verano, una gran cantidad de sus congéneres para que yo pu-
diera verlos. Me despedí con las mejores esperanzas. Por esta vez
0W
1~1,1W-- • in!~ —swk maii~~~~
desistí de visitar a los halakwulup, a los que es tan difícil llegar, y
volví a Santiago en cuanto se me presentó la oportunidad.
Poseía ya conceptos suficientemente claros sobre las condiciones
de vida de los selk'nam y los yámana y sobre el mejor método para
llevar a cabo su investigación. Dediqué los próximos meses al exa-
men del material obtenido y a la preparación de un nuevo viaje a
Tierra del Fuego ".
~7,21~901 09,1,1110!TemMISit,
2. Mi segundo viaje
A veces no podía creer lo que veía y oía, pues los rumores más
increíbles circulaban ampliamente sobre los temibles fueguinos. Cuan-
do podía, me esforzaba por corregir los errores más garrafales, pero
con poco éxito. Para esto yo debía, en primer lugar, aportar una can-
tidad substancial de datos antes de poder divulgar una opinión nueva
y justa.
En el año 1920 se cumplían cuatrocientos años del descubrimiento
del Estrecho de Magallanes. Me pareció propicia la oportunidad para
recalcar la imperiosa necesidad de una investigación a fondo de los
aborígenes de aquellas regiones australes que están bajo sobentrila
chilena (GUSINDE [b] : 133). Mis sugerencias fueron escuchadas com-
prensivamente por el gobierno y por la dirección del Museo de Etno-
logía, y, nuevamente, el ministro de Instrucción Pública me envió a
Tierra del Fuego para proseguir mis investigaciones.
El 5 de diciembre de 1919 partí de Santiago, por segunda vez, a
bordo del buque de cabotaje "Chiloé", hacia Punta Arenas. Nueva-
mente fui huésped de los complacientes padres salesianos, y tanto el
Ilustrísimo Obispo AGUILERA como las autoridades civiles y navales
me demostraron activamente su apoyo. Gracias a la ayuda recibida
de diversos lados pude embarcarme sin pérdida de tiempo en un bu-
que de reconocimiento de la Marina chilena que estaba a punto de
partir hacia la región del Cabo de Hornos. Mi intención era buscar
directamente a los yámana para comenzar entre ellos mi investigación.
Con profunda alegría atravesé nuevamente los canales Magdalena
y Cockburn, donde vi cómo se estrellan las olas poderosas contra la
Península de Brecknock. En el brazo Noroeste del Canal de Beagle
conté, uno tras otro, los glaciares que, extendidos como abanico, hun-
dían en el mar sus masas heladas de rico colorido. Después de una
corta estadía en Ushuaia, último y más austral punto de la tierra habi-
tada, en donde más de una expedición se despidió con rumbo al Polo
Sur, navegamos a través de la Angostura Murray hacia Wulaia, donde
en diciembre de 1859, hacía exactamente medio siglo, fue asesinada
por los indios toda la tripulación del "Allen Gardiner", al servicio de

104 Con toda intención he omitido descripciones exactas de las particulari-


dades del paisaje de mis lugares de trabajo y de las múltiples impresiones de
viaje, para no extenderme demasiado; viajeros anteriores ya incluyen detalles de
este tipo en abundancia. Además sólo he querido retener algunos episodios impor-
tantes, porque ya escribí detenidamente sobre la primera expedición en (a): 10 -45
y en (k): 15-30.
la Sociedad Misionera Anglicana. Nuestro viaje siguió rumbo al Sur.
¡Sensación extraña, ésta que sentí a la sombra del Cabo de Hornos,
última estribación meridional del Nuevo Mundo y perdición de tantos
barcos, que quiebra impertérrito las formidables olas del Mar Antár-
tico! A lo largo de las costas de las numerosas islas, se ven inconta-
bles restos de naufragios que continúan hablando un mudo e intenso
lenguaje. Pero aquí se buscan indios en vano. Los últimos sobrevi-
vientes aparecieron recién en Punta Remolino, donde esta nave de la
Marina me desembarcó, de acuerdo con mi deseo.
Fiel a sus promesas, NELLY LAWRENCE había juntado una buena
cantidad de yámana y los había preparado muy bien para mi llegada.
Mi trabajo, por consiguiente, no sólo fue agradable sino también tuvo
inesperadamente mucho éxito. Pude trabajar ininterrumpidamente, y
a diario lograba datos nuevos gracias a la colaboración de mis com-
placientes anfitriones. No me costó mucho esfuerzo ganarme a los
yámana presentes. Pronto reconocieron mis buenas intenciones y se
alegraron por la naturalidad de mi trato con ellos. Pero tuve que
hacer un gran esfuerzo para acostumbrarme al repugnante olor a aceite
de pescado que no sólo impregnaba sus ropas y utensilios, sino ema-
naba de sus cuerpos. En general eran mucho más sucios y dejados
que los selk'nam. Su menú era más variado que el monótono asado
de guanaco de los selk'nam, pero me costó toda mi fuerza de voluntad
acostumbrarme al ineludible aceite de lobo marino.
Sin intención de los ancianos, surgió, durante el relato de cierto
mito, el tema de las ceremonias secretas de iniciación a la pubertad.
Considero que fue un éxito especial de este viaje el haber vivido las
ceremonias en calidad de aspirante, con todo su rigor. Decidí conti-
nuar mi viaje recién cuando las incansables criaturas de la naturaleza
volvieron a dispersarse, después de tan largas semanas de inmovili-
dad. Mientras estaba plenamente ocupado aquí, había dejado de lado
otros planes, pero ahora estaba libre otra vez. Nunca podré agradecer
suficientemente a la familia LAWRENCE el enérgico apoyo que me brin-
dó. Otra vez me despedí. Todavía no había rescatado en su totalidad
el patrimonio de los yámana, y todos me presionaban para que vol-
viera el próximo verano. Especialmente los indios ancianos me acon-
sejaron someterme por segunda vez a las ceremonias de iniciación a
la pubertad para adquirir el derecho de asistir a las ceremonias
masculinas. Estas ofertas eran demasiado interesantes como para de-
sestimarlas, y prometí volver para fines de ese año 1920. Logré un
éxito e descr In el segundo tomo de esta obra 105.
Puerto recorrí a o la distancia que separa Punta Remolino
Puerto Harberton. A pasé la noche y crucé al día siguiente la
Cordillera, con mejor án o y en mejor estado de salud que el año
pasado. Para mi gran decepción, encontré totalmente desierto el cam-
pamento que los selk'nam tenían junto al Lago Fagnano. ¡Con estas
sorpresas hay que contar cuando se visita a nómades errantes! En
la estancia más próxima me enteré de que los indios se habían ido
de cacería a las montañas con todas sus familias. Esta mudanza sig-
105 Resumí el resultado de esta segunda estadía más prolongada en mi infor-
me oficial (b): 133-154.
SJIJ ~Ir 411111.11111~~

nificaba que se habían retirado a un sitio inalcanzable, y sólo el cielo


sabe por qué. Hubiera sido un grave error esperarlos aquí, de modo
que decidí proseguir el viaje sin más pérdida de tiempo.
La amable recepción que me prodigaron los selk'nam junto al Río
del Fuego me resarció ampliamente. Mi llegada fue para esta gente
una verdadera sorpresa; ¡parecía que por primera vez un blanco ha-
bía cumplido con su palabra! Eso me dio tal ventaja, que no sólo
algunas personas se ofrecieron -eh-posar partrque los fotogratigill~«~lowel~
también para mediciones antropológicas. Esta vez fue el viejo SAIP0-
TEN quien, por mediación del joven PAREN, me acercó al mundo mito-
lógico levantando el velo bajo el cual habían mantenido estrictamente
escondidos los ritos Klóketen. Me sumergí en el mundo espiritual y
en la lengua de estos indios pero no quise permanecer más entre ellos,
para aprovechar el tiempo estival reinante, a fin de penetrar en el
propio corazón de la Isla Grande. Entre otras cosas, buscaba restos
y rastros del viejo perro indígena que esperaba encontrar en regiones
muy apartadas.
Haciendo un rodeo por Puerto Río Grande y por la estación misio-
nera ubicada sobre el Río Chico, me dirigí a la Sección Castilla, en la
zona de la gran Estancia Segunda. Con tiempo seco y buenos caballos
se avanza rápidamente sobre la pampa abierta. Después de un corto
trecho en dirección al Oeste, el terreno se ondulaba y la vegetación
era del tipo parque; los senderos eran, en unas partes, muy peligrosos
por el suelo pantanoso. Acababa de cruzar el límite entre Argentina y
Chile. Quería llegar a las casas de la Estancia Vicuña, a 54A ° de
latitud y 68.51° de longitud. Muchos perros salvajes se habían refu-
giado en este rincón perdido, y el mayordomo actual de la estancia
les había declarado una enérgica guerra de exterminio. Había guar-
dado muchos cueros de los animales cazados. De tal modo pude con-
vencerme de que la mayoría de ellos resultaba ser evidentemente una
mezcla con el perro indígena originario, pero ya no pude encontrar
ningún ejemplar de pura raza ".
Para realizar otras investigaciones, emprendí continuas incursio-
nes por las inmediaciones. Rectifiqué un error considerable referente
a la ubicación y tamaño del gran Lago Blanco (GUsINDE [b] : 157);
encontré familias indígenas aisladas y, dirigiéndome luego constante-
mente hacia el oeste, alcancé por fin la costa oriental de la Bahía
Inútil. Esta región tiene un atractivo especial por sus formaciones
geológicas y por la gran cantidad' de fósiles vegetales. Un selk'nam
muy anciano, que sobrevivió las terribles persecuciones, habita a cierta
distancia de las casas de la Estancia Bahía Inútil y vive de la caridad
de los dueños. Más al norte ya no existe ni un solo indio. Después de
atravesar los Altos del Boquerón, exploré la zona de la costa norte
de la Isla Grande y luego, en el pequeño poblado chileno Porvenir,
tomé el vapor para cruzar a Punta Arenas.

106 Recién podré presentar informaciones completas sobre el perro fueguino


originario en el tercer tomo de esta obra. Por ahora véase EINAR LOENNBERG:
Remarks on some South American Canidae, Arkiv fOr Zoologi, Tomo 12, N? 13,
Stockholm, 1919 y GURINDE (b): 156.
Durante mi estadía en Tierra del Fuego en ese año, dediqué la
mayor parte de mi tiempo al estudio de los yámana. Trabajé menos
junto a los selk'nam, pero considero que tenía mucha más importan-
cia aumentar nuestra confianza mutua; más tarde coseché de ello
buenos resultados. Por ahora había llegado a firmes conocimientos
e ideas sobre los campamentos de estos aborígenes y, en el futuro,
podía dedicarme a las zonas del Río del Fuego y del Lago Fagnano.
Accediendo a una amable invitación del señor GERMÁN EBERHARD
todavía me dirigí a la región de última Esperanza, donde visité la
famosa Caverna del Mylodon y reuní valiosos datos sobre los halak-
wulup. Todavía algunas familias acostumbraban aparecer por - estos
canales en estos últimos años. Desilusionado, tuve que aceptar la idea
de que no podía llegar hasta esta tribu desde aquí con tanta seguri-
dad como pudiera hacerlo directamente desde el Estrecho de Maga-
llanes en vista de que hacía mucho que no había aparecido ningún
indio por estos lados. Mi investigación de ese año había concluido'''.

3. Mi tercer viaje
Antes de dedicarme a profundizar mis investigaciones junto a los
yámana y a los selk'nam, me pareció que era aconsejable emprender
un viaje de reconocimiento al territorio de los halakwulup. El extenso
grupo de islas de la Patagonia occidental es la patria de estos ariscos
nómades pescadores. Era generalmente conocido y exacto que quedan
sólo pocos (?). Pero parecía difícil encontrar a estas aisladas fami-
lias en este amplio laberinto de canales y escondrijos, porque se mue-
ven intranquilamente de un lugar a otro. Recorrer en su busca, durante
varios meses, esa gran región en una embarcación propia hubiera sido
el mejor método. Pero desde un principio eso no era factible, porque
nunca hubiera podido reunir los fondos necesarios para ello.
Cuando los dos científicos argentinos F. REICHERT y C. HICKEN
me cgmunicaron, a mediados de 1920, su plan de explorar una parte
de ra Cordillera Central Patagónica, todavía desconocida, creí poder
~binar con_ este proyecto mis propias intenciones y traté de con-
. seguir de la marina chilena un barco apropiado. La idea era desem-
barcar a este grupo de investigadores geográficos en el Istmo Ofqui,
donde querían escalar por primera vez los glaciares del Cerro San
Valentín, en tanto que yo deseaba proseguir mi viaje hacia el sur para
a loljolakwuluala los canales Messier y Smith. A mi regreso
ería a aquella comisión y haríamos juntos nuestro viaje de re-
o. Una necesidad inesperada obligó al Alto Mando de la marina
chilena a destinar la embarcación mayor, que se había puesto a nues-
tra disposición, a un servicio más importante, de modo que tuvimos
que contentarnos con un barco más pequeño. Dicho barco servía muy
bien para el viaje hasta el Istmo Ofqui, para lo que nos proporcionaba

107 He resumido los resultados de esta visita en (b): 160 y más detalladamen-
te en el trabajo: Estado actual de la Cueva del Mylodon (última Esperanza - Patz •

gonia austral): Rey. Chil. de Historia Natural, Tomo XXV, pp. 406-419, San-
tiago, 1921.
•••••■••••".~~~~~~~1 1~.
todo tipo de comodidades, pero no podía cargar la cantidad necesaria
de carbón para completar el viaje que yo tenía previsto por los cana-
les del sur. Por lo avanzado del verano y por la imposibilidad de
cambiar mis planes a tan corto plazo, decidí acompañar a esa comi-
sión geográfica obedeciendo a su amable insistencia, en vista de que
podía resultarle útil prestándole servicios como zoólogo y fotógrafo.
La primera escalada del magnífico y desconocido glaciar San Rafael 'w
fue para mí una experiencia extraordinaria; no me arrepiento de ha-
ber tomado parte en ella. Más adelante supe" que desde e Jórerqurzas :"-"*"."""
nunca hubiera podido llegar hasta los halakwulup, porque durante
los primeros meses del año, éstos sólo visitan las islas exteriores a las
que este barco de la marina no hubiera podido llegar por el fuerte
oleaje.
El hecho de que el viaje se hubiera malogrado no significó una
pérdida para mi programa científico. Este pequeño fracaso me enseñó
una regla fundamental, a saber, que sólo tanteando se puede adelantar
en empresas como la mía. Durante los meses siguientes del año 1921
apuré con especial ahínco los preparativos para mi regreso al terri-
torio de los yámana en el Canal de Beagle. Chile todavía estaba bajo
el signo de la celebración del centenario del descubrimiento del Estre-
cho de Magallanes, y mis investigaciones realizadas hasta esa echa
eran reconocidas en los círculos competentes y nadie podía negar que
la continuación de mis trabajos era de suma urgencia. Pero una gran
crisis financiera impidió poner a mi disposición el dinero necesario.
Sin embargo, se salvó la situación gracias a la generosidad del Reve-
rendísimo señor Arzobispo de Santiago, que no quería dejar incom-
pleto ese capítulo de la investigación histórica de Chile, y que me
otorgó un amplio subsidio. Gracias a su ayuda, pude iniciar el tercer
viaje a Tierra del Fuego.
Después de firmada la paz, se había regularizado el servicio postal
entre Chile y los Estados de Europa Central, de modo que envié un
corto informe por carta, así como algunas publicaciones mías sobre
los dos primeros viajes y sobre el proyecto del tercero, a mi venerado
antiguo maestro señor P. WILHELM ScHMIDT, S.V.D., el meritorio funda-
dor de Anthropos. Su sorpresa fue mayor porque no sabía nada de
mis investigaciones; me felicitó por los resultados obtenidos y me
aconsejó con insistencia que prosiguiera con estos trabajos tan im-
portantes que prometían tener un buen éxito final. Como él planeaba
un viaje a los Estados Unidos de Norteamérica para fines de 1921, me
permití, por iniciativa de mi director, señor Dr. AURELIANO OYARZÚN,
invitarlo a Chile. Al mismo tiempo le propuse que me acompañara
en mi tercer viaje a Tierra del Fuego. Como, lamentablemente, no
pudo él después alejarse de Europa, transfirió la invitación al señor
P. WILHELM KOPPERS, S.V.D. Sin detenerme continué mis preparativos
haciendo el plan de viaje para ese año. Por consideración a mi acom-
pañante, tuve que limitarme a los yámana, entre los cuales, de todos
modos, me esperaba un gran trabajo. Como el P. KOPPERS llegó a

" Véase el gráfico informe de nuestro jefe de expedición F. REICHERT: La


exploración de la Cordillera Central Patagónica desconocida ..., Cerro San Va-
lentín; Gaea, Buenos Aires, 1923/24, 1, pp. 3-23.
Santiago con atraso, sólo a fines de diciembre pudimos tomar el vapor
en Puerto Montt para nuestro viaje a Punta Arenas. Aunque esta vez
me faltaba todo apoyo económico del gobierno chileno, éste me enco-
mendó el viaje por decreto oficial Ny 6046 del Ministerio de Instruc-
ción Pública.
Como conocía por los dos años anteriores las condiciones ahí rei-
nantes y porque disfrutaba del creciente favor de las autoridades y
personas influyentes en Punta Arenas, pudimos proseguir sin demora
nuestro viaje a Ushuaia. De acuerdo con lo convenido entre nosotros,
nos esperaba ahí el cúter "Garibaldi", propiedad de los hermanos LAW-
RENCE, que, sin perder tiempo, nos llevó hasta su estancia de Punta
Remolino, centro de reunión de todos los yámana. La confianza de que
yo disfrutaba entre estos indios fue transmitida sin problemas a mi
acompañante, pudiendo él así tomar parte en todos mis trabajos. Los
aborígenes estaban un poco resentidos por mi ausencia del año pasa-
do, pero pronto se animaron contagiados por mi entusiasmo, de modo
que pude llevar a cabo sin tropiezos mi plan de trabajo. Había mu-
chos indios reunidos y eso me alegraba mucho.
Quise someterme otra vez a los ritos de iniciación a la pubertad,
para obtener el derecho de participar de la secreta ceremonia mascu-
lina. Hubo antes largas conversaciones con cada uno de los viejos
amigos, pues ambas partes teníamos mucho que contar y muchas pre-
guntas que hacer. Mientras los hombres se dedicaban de día a sus
ocupaciones en la estancia, con las mujeres más viejas estudiaba la
lengua y dejaba que me introdujeran en los detalles de su vida eco-
nómica. A la noche me sentaba horas enteras en el círculo de los hom-
bres, y conversábamos ante todo sobre sus instituciones sociales. Tra-
taba, en lo posible, de abordar el tema de las ceremonias de iniciación
de los jóvenes a la pubertad para averiguar si todavía tenían inten-
ción de llevarla a cabo. Mucho contribuyeron seguramente las instan-
cias de NELLY LAWRENCE para que, después de finalizada la esquila,
todas las familias fueran a la Isla Navarino para solazarse con la bella
ceremonia. Todos deseaban que yo estuviera con ellos. Más tarde pude
conseguir permiso para que asistiera también mi compañero, pero li-
bre del estricto orden del día al que los primeros aspirantes son some-
tidos y que yo mismo había experimentado en todo su rigor dos años
atrás. A continuación se iniciaría la secreta ceremonia masculina.
Pensé que con todo esto mi plan de trabajo para ese año estaría
asegurado. Como los hombres todavía estarían ocupados por doce
ro mente, aproveche tiempo para efectuar una
isita s selk'n norte de ontañas. Además tenía in-
en pr tarle esa u a mi comp ero. Pronto maduró el plan
nos deci unos a partir. ¡Con el tiempo se llega a conocer el
o repentino de obrar de los indios! Con su acostumbrada com-
placencia, FRED LAWRENCE puso a nuestra disposición caballos y algu-
nos hombres como acompañantes y partimos de inmediato. Por tercera
vez cruzaba la Cordillera hacia el norte. Nos retrasamos sensible-
mente porque mi compañero no tenía práctica como jinete y por-
que poco antes había caído una gran lluvia que había ablandado el
camino. Lamentablemente no pudimos alcanzar el Lago Fagnano en
92
Ailk".1.11~1
una jornada —como habíamos planeado— para llegar desde allí al cam-
pamento de los selk'nam, donde habríamos pasado una noche más
agradable que en un lugar cualquiera del bosque. Deploraba más toda-
vía la pérdida de tiempo, porque, cuando a la mañana siguiente en-
contramos a mi amigo TENENESK, no tuve oportunidad para averigua-
ciones más detalladas. Con todo, el anciano se alegró sinceramente al
verme. Algunas semanas después, conversamos cuanto quisimos (pá-
gina 93).
Después de permanecer una hora en la chacra sobre el Lago Fag-
nano, insistí en partir, pues sabía qué largo se hace el camino a través
dé los bosquecillos y los extensos cenegales; además, uno no se puede
fiar aquí del buen tiempo. Con gran retraso, por el cansancio de mi
compañero, alcanzamos el puesto de Nueva Harberton, perteneciente
a la gran estancia Viamonte, donde acampaba buena cantidad de jó-
venes selk'nam junto a las manadas de ovejas. Entre ellos encontré
varias caras conocidas y queridas y todavía me quedaba suficiente
ánimo para intercambiar ideas. No podía dejar pasar la oportunidad
de refrescar nuestra vieja amistad, porque, a la mañana siguiente, sin
falta, tenía que proseguir mi camino. Finalmente llegamos a las casas
de la estancia junto al Río del Fuego en la tarde del 4 de febrero.
Consternado, me vi inesperadamente ante una gran desilusión: en ,
el antes populoso campamento no encontramos más que cinco fami-
has. ¿Qué había pasado? ¡El motivo era difícil de imaginar, en vista
de sus fatales consecuencias! Algunos peones blancos habían provo-
cado entre los indios, unas semanas atrás, una agitación tan violenta
contra sus patrones y habían demostrado tal descontento y desgano
en el trabajo, que incluso los fieles selk'nam olvidaron todo y se deja-
ron inducir unánimemente con los europeos amotinados a una especie
de declaración de huelga. BRIDGES despidió entonces a todos los que
querían irse. Me enteré entonces de que los indios se habían despa-
rramado a los cuatro vientos para las pocas semanas del verano. Pero
habían quedado dos amigos y valiosos colaboradores muy queridos: el
viejo SAIPOTEN y el prudente Cmion. Con ellos pasé casi todo el tiem-
po en los ocho días que permanecí allí y, también esta vez, conseguí
informaciones tan valiosas que me compensaron por hacer un viaje
tan incómodo. Durante un ratito hablé con el P. ZENONE que había
venido por un tiempo desde el norte.
Para no dejar esperar a los yámana, preparé el regreso para el
11 de febrero. No pude haber elegido un guía peor que el estúpido
Navioi., cuya terquedad festejó verdaderos triunfos durante el largo
viaje. Siempre es bueno conocer también estos caracteres extraños,
que nos hacen llegar a la sana conclusión de que también la sociedad
india es pintoresca, pues, al igual que la europea, está integrada por
todo tipo de personajes. El mayordomo de la pequeña chacra sale-
siana ubicada junto al Lago Fagnano era GARIBALDI, quien contaba
unos treinta años aproximadamente, y cuya madre era una india de
la tribu de los haus. Su padre, de ascendencia española, trabajaba
en una estancia, razón por la cual este hijo había aprendido muy poco
sobre los usos y costumbres del grupo haus. De él esperé más de lo
que él sabía y casi lamenté haberle dedicado muchas horas de con-
versacion. Entonces nos apresuramos para cruzar la coraniera, y, en
un día más, llegamos a nuestro lugar de partida, Punta Remolino.
Los yámana estaban alegres por la próxima fiesta de iniciación
a la pubertad. Mientras continuaban con los últimos trabajos en la
estancia, me preocupé por conseguir muchos alimentos y regalos, me
equipé lo mejor que pude y preparé mis instrumentos. El cúter "Ga-
ribaldi", que LAWRENCE nos había cedido amablemente, nos trasladó
el 1? de marzo junto con toda la muchedumbre india a Puerto Meji-
llones, del otro lado del Canal de Beagle. Allí se llevó a cabo la cere-
monia de iniciación a la pubertad y a continuación la secreta ceremonia
masculina.
Cuando aquellos confiados indios se despidieron de mí para dis-
persarse nuevamente, pude sentirme contento del gran éxito que ha-
bía logrado también en este viaje. Cuando ya había organizado todo
para que un barco de la marina chilena nos viniese a recoger, apareció
inesperadamente el viejo TENENESK en Punta Remolino con seis hom-
bres más jóvenes de su grupo, y se quedó dos días completos. Iba
en camino a Ushuaia. Nuestra conversación larga y familiar culminó en
una invitación para que volviera con ellos al Lago Fagnano, para asis-
tir con ellos a la próxima fiesta Klóketen. Esta invitación era muy
tentadora, porque todavía ningún europeo había visto esta extraña
festividad desde el principio hasta el fin, y hasta ahora, nadie la ha
descrito en todos sus detalles. Pero lamentablemente no estaba pre-
parado para permanecer más tiempo aquí. Había gastado todos mis
fondos con la asistencia a las dos ceremonias de los yámana. Además
me sentía obligado a acompañar a mi camarada de regreso a Santiago
Aseguré a aquellos selk'nam de mi retorno para principios del pró-
ximo año y dejé que continuaran su camino.
Gracias a una afortunada casualidad, se habían refugiado en la
estancia dos mujeres de los halakwulup poco antes de mi regreso a
Punta Remolino. Me supieron dar informaciones valiosas sobre la ex-
tensión geográfica de su tribu y sus desembarcaderos predilectos, so-
bre cuya base confeccioné el plan de mi próximo viaje. También fue
de gran valor la primera introducción en su idioma casi desconocido .

El minador de la marina chilena "Orompello" vino a buscarnos, como


habíamos convenido, el 7 de abril, y, en un crucero favorable, nos llevó
a Punta Arenas. Otra vez tuve que recurrir a la complacencia de las
autoridades para transportar mi rica colección etnológica. Afortuna-
ente tt.yimos prona conexión para Santiago 109.

4. Mi cuarto y último viaje


Duró e diciembre de 1922 hasta abril de 1924. En mis viajes ante-
riores, no sólo me había ganado la plena confianza de los selk'nam y
yámana, sino que había logrado con todos una relación de amistad y ha-
bía aprendido a tratar a cada uno de acuerdo con su carácter. Cada
indio tiene una individualidad marcada con rasgos de índole muy espe-
cífica y está dotado, además, de un natural sentido de independencia,

109 Otros detalles de este viaje se encuentran en mi informe oficial (c) 417-
436, así como en (k): 20.
~IP

Después de observarlos detenidamente, y después de algunas equivo-


caciones, he comprendido a cada uno en su real forma de ser y en
la forma corno quiere ser comprendido por los demás. Estos hijos de la
naturaleza no sólo depusieron el temor y timidez que les inspiraba mi
persona, sino que se sentían como impulsados a hacerme participar
de todo lo que pensaban, sentían y poseían, y a dejarme tomar parte
en todas sus fiestas. ¡Todo estaba a mi disposición! Esta había sido
mi meta cuando prepaaMlplan de tr~ara 1~ 10111111~1~1111111011
pos, después de mi primer viaje de exploráción. De año en año traté
de captar la modalidad de aquellos hombres para poder acercarme
espiritualmente a ellos a fin de comprender su mundo anímico y su
patrimonio cultural como unidad global.
Con el tiempo había seleccionado a aquellas personas que, según
sus compatriotas, eran los más seguros portadores de la vieja tradi-
ción, y que estaban capacitados para transmitírmela. Porque hablaba
con todos y porque discutía los detalles repetidamente en gruP6 de
varios individuos y porque, en fin, volvía a revisar a solas las expe-
riencias y los datos obtenidos en el trabajo con el grupo, conseguí,
año tras año, mejorar y aclarar esos detalles al máximo. En esto me
ayudó la gran ventaja de que algún joven —entre los yámana fueron
los hermanos LAWRENCE mismos— hablaWien el español o el inglés,
aparte de la lengua indígena. De este modo era posible encontrar la
denominación exacta para tal o cual fenómeno. Nunca me apresuré
en mis trabajos, ni tampoco dejé valer opiniones particulares como
generales. Sin herir al que me confió alguna información, disimula.
damente la controlaba con otras personas en un momento oportuno.
Por ello, mi descripción refleja la convicción y el pensamiento de to-
dos. Todo esto me insumió mucho tiempo.
Nadie se debe extrañar, , por lo tanto, de que mi trabajo de inves-
tigación haya requerido tanto tiempo. Estos nómades, errantes por
vocación, no siempre están dispuestos o en condiciones de concentrar
sus pensamientos para exponer su antiquísimo patrimonio de tradi-
ciones. A veces me contaban una hermosa leyenda, pero ya en el pri-
mer tercio la historia quedaba trunca porque afuera reñían los perros,
o porque uno volvía de la caza o porque comenzaba a llover, motivos
que desconcertaban al relator y al auditorio de modo que la par-
te que faltaba del cuento seguía sólo algunos días más tarde, si yo no
lo perdía de vista. El relator nunca se sentía compulsado a seguir
contando por su propia iniciativa. Además yo debía tener un conoci-
miento exacto de las predisposiciones individuales y de las particula-
ridades del carácter de quien me servía para mis fines. Siempre
recordaba la advertencia de que muchos viajeros no sólo fueron amar-
gamente decepcionados, sino cite habían llegado a una interpretación
falsa de sus observaciones porque no se habían esforzado por com-
penetrarse de las modalidades del alma y del carácter particular de
aquellos primitivos, cuya forma de vida y patrimonio cultural que-
rían estudiar. De acuerdo con mis experiencias es imprescindible que
un etnólogo no sólo tenga capacidad de adaptación y noble aprecio
de lo heterogéneo en general, sino también fina sensibilidad para el
trato y agudo sentido psicológico.
En mi último viaje quería finalizar mi empresa con un trabajo
sintético y exhaustivo. Todavía había vacíos sensibles en el conjunto
de mis investigaciones. Esta vez tenía que llegar a conocer la escue-
la de hechiceros de los yámana y la fiesta Klóketen de los selk'nam y,
por fin, debía internarme en el territorio de los halakwulup. Para
realizar este extenso plan, me propuse pasar el invierno en Tierra del
Fuego. Contaba con tiempo indefinido para investigar a los halak-
wulup, tan difíciles de encontrar.
Mi especial agradecimiento es para los que me liberaron de mis
compromisos con el Liceo Alemán de Santiago, así como para el señor
director A. OYARZÚN que gustoso me dio nuevamente licencia para ese
trabajo. Por el Ministerio de Instrucción Pública recibí el 18 de di-
ciembre de 1922 el decreto oficial N? 4503 que decía así: "Vistos estos
antecedentes, decreto: Comisiónese al Jefe de Sección del Museo de
Etnolojia i Antropolojia, don Martin Gusind, para que por el término
de seis meses i sin derecho a mayor remuneración, se traslade a la
Patagonia i Tierra del Fuego a fin de que continúe sus estudios etno-
lójicos sobre los habitantes primitivos de esas regiones. — Tómese
razón i comuníquese. — ALESSANDRI, ROBINSON PAREDES". Por un de-
creto posterior N° 4396 se prolongó la licencia que me habían otor-
gado. Otra vez fue el Ilustrísimo señor Arzobispo de Santiago don
CRESCENTE ERRA'ZÚRIZ quien me apoyó generosamente. También otros
patriotas, sinceros y comprensivos protectores de la ciencia en Chile,
me brindaron su valiosa cooperación.
A fines de diciembre me dirigí presuroso a Punta Arenas por
Puerto Montt. Cerca de Puerto Bueno el vapor encontró otra vez dos
botes de indios halakwulup, pero no se detuvo. No fue fácil para mí
pasar de largo junto a estos hombres cuya investigación conformaba
una importante parte de mi plan de trabajo de este año. Nuevamente
tengo que agradecer sinceramente a las autoridades de Punta Arenas
que, por su deferencia, hicieron posible que yo tomara el buque de
lujo "Cap Polonio", con 500 pasajeros a bordo y que recién había
arribado, para proseguir mi viaje, dos días después, a Ushuaia. Aquí, en
el puerto de la ciudad más austral del mundo, trasbordé de este ma-
jestuoso milagro de la técnica moderna de construcción naval para
embarcarme en la modesta canoa de una familia yámana. Por cierto
sentí hasta lo más profundo de mi ser q aquí se tocaban polos opues-
a franqtí ste abismo, preciso una secuencia casi
mab
ero,fde reflexí s.
Durante los meses de enero y febrero tenía la mejor probabilidad
de juntar un buen número de los pocos sobrevivientes de esta tribu
en el Canal de Beagle, mientras que los selk-nam se reúnen más bien en
invierno, cuando se hacen un poco sedentarios. No bien pisé Punta
Remolino, la noticia de mi llegada se extendió con la rapidez del rayo
por todo el archipiélago del Cabo de Hornos, y ya después de dos
cortas semanas se habían juntado cerca de cincuenta individuos en
Puerto Mejillones, sobre la costa norte de la Isla Navarino. Vinieron
con gusto, seguramente más por amistad y simpatía que porque tu-
ama ami 11~.~ffis
vieran la esperanza de recibir regalos o ventajas, ya que nos enten-
díamos muy bien. Sólo seis personas que se encontraban en las Islas
Wollaston a las órdenes de unos cazadores europeos de lobos marinos,
no pudieron venir. En todo caso se habían congregado a mi alrededor
casi todos los restantes yámana, cuyo número total, incluyendo a los
mestizos, ya no llegaba a setenta. De inmediato nos reunimos para el
lóima-yékamus, una especie de escuela de hechiceros,"° ocasión en que
me brindaron complementos de suma ihwtancia sobrelkr igaiwpIpsw,,...„00.,
1
masculina del año anterrá 1 A continuación se dio 11' muy . deseada
oportunidad de asistir a unas grandes exequias, lo que me permitió
profundizar en la conciencia y el sentir religioso de esta tribu. Pude
juntar todavía muchos otros datos y concluir así mi investigación
allí. En el próximo tomo de esta obra están recopiladas estas nutri-
das observaciones. Lamentablemente el número de los pocos sobre-
vivientes de esta tribu, otrora numerosa, que constaba en la primera
mitad del siglo XIX, según cálculo, de 3.500 individuos se ha reducido
ahora, cuando escribo esto, a unos cuarenta. Dentro de dos decenios
aproximadamente habrán enterrado al último yámana de pura cepa "I.
Así ha desaparecido prematuramente más de un pueblo primitivo bajo
la influencia de la europeización.
Me despedí con pena de esta gente tan confiada. Bien sabía yo
que no vería más a muchos de ellos, pero disimulando este presenti-
miento prometí volver a visitarlos una vez que hubiera terminado mis
estudios entre los selk'nam. Debía apresurarme. El otoño había avan-
zado mucho durante mi estadía de dos meses en la Isla Navarino, y
en las cumbres ya había nevado abundantemente. En cualquier mo-
mento quedaría interrumpido el paso de la Cordillera. Por eso sólo
podía dedicar unos pocos días al descanso y a la preparación de mi
próximo viaje en la hospitalaria casa de los LAWRENCE. Luego partí
otra vez por el mismo y único camino vía Puerto Brown a Harberton,
sobre la costa norte del Canal de Beagle, siempre en dirección al este.
Luego me dirigí directamente al norte para cruzar la Cordillera. A unos
trescientos metros de altura ya avanzábamos muy lentamente. El te-
rreno estaba cubierto con una lisa capa de hielo que la helada noc-
turna había producido. En una de las pendientes resbaló mi animal
de carga. y se precipitó varios metros por la pendiente. Sólo con difi-
cultad pudo levantarse sobre la empinada cuesta. Yo me alegré de
que mis instrumentos no hubieran sufrido demasiado daño. A pesar
de la temprana oscuridad, mi indio y yo, todavía emprendimos el
descenso de la cuesta septentrional y pasamos la noche al pie de la
montaña. Hacia el anochecer del día siguiente nos encontramos nue-
vamente en el pequeño campamento junto al Lago Fagnano que los
indios habían trasladado un poco más hacia el este, por lo que era
más fácil de alcanzar desde la montaña. Este sitio estaba más pro-
tegido contra los vientos del sur y las nevadas.

110 Describí a grandes rasgos la esencia fundamental de esta institución en


(d): 9-15.
111 Véase GUSINDE (d): 19 y (h): 72 para lo que se refiere a la población
anterior.
Me recibieron como a un amigo bienvenido. Hacía tiempo que
estos primitivos no me consideraban como extraño. Yo les había de-
mostrado clara y decididamente mi afecto y podía, por lo tanto, espe-
rar también mucho de ellos. ¡El hombre primitivo tiene una sensi-
bilidad muy fina para estas exigencias! Aunque algunos hombres me
ofrecieron su choza para vivir por interés personal, también esta vez
me atuve a la hospitalidad del celoso e influyente TENENESK. Si yo
lo hubiera dispuesto de otra manera, éste inevitablemente se habría
resentido, y, probablemente, hubiera imposibilitado mis investigacio-
nes. Además, todavía tenía mucho que comunicarme, y, considerándolo
bien, debía quedarme cerca de él. Unos días más tarde él mismo me
propuso la construcción de una choza propia, en la que alojé a su
sobrio TON como compañero, pues él esperaba el pronto regreso de
su hij TOMÁS KNOSKOL, por lo que el espacio en su choza no hubiera
alca ado para todos nosotros. Con la ayuda de TOIN él mismo cons-
truy mi choza al modo indígena. Así yo era más independiente y
estaba más tranquilo aunque vivía en medio de ellos. Cuando sentía
hambre iba junto a la buena K.AuxiA, pero pronto aprendí a prepa-
rarme el monótono asado yo mismo.
Ya conocía la forma de vida de los selk'nam, pero ahora tenía
que familiarizarme con todas sus ventajas y con sus más numerosos
inconvenientes. Para mi estómago de europeo, era demasiado grande
la diferencia entre la cocina acostumbrada y la forma de alimentación
indígena como para adaptarme rápidamente. La sola carne de gua-
naco asado a las brasas, sin condimento ni acompañamiento alguno,
resulta, con el tiempo, bastante aburrida. Todos los santos días y
semana tras semana, no había otra cosa que el ineludible asado de
guanaco con agua fría extraída de un charco cercano o, en invierno,
con un puñado de nieve. A pesar de ello, nunca sentí necesidad de sal
y nuestros selk'nam tampoco la extrañan. Cuando, después de sema-
nas, hice una corta visita a la cercana chacra de los salesianos y el
amable mayordomo me atendió con sopa de arroz, pan y café, tuve
que tomarme tiempo para volver a encontrarle el gusto a estas cosas.
También mi lecho concordaba con las costumbres locales: una
capa de leña menuda .esparcida sobre el suelo desnudo, por encima
musgo y pedazos de cuero, y, de almohada, un grueso tronco. El col-
chón no era blando, pero se dormía al menos en seco. Me acostum-
bré a las goteras que se formaban cuando llovía mucho. Durante el
invierno, excepcionalmente riguroso, me despertaba de mañana cu-
bierto con una capa de nieve del grosor de un dedo que tenía que
lir demla,s l que rvían de frazadas, antes de
larlaWufría se emente dell porque, por naturaleza, ten-
'temperatura subfebril y baja frecuencia del pulso. Pero el perpetuo
fuego abierto tiene un efecto indeciblemente bienhechor. Cuando uno
no se siente muy bien y tiene frío, cuando está empapado por la lluvia
o ha traspirado después de andar por la nieve espesa, entonces hay
que arrimarse al fuego, aflojarse o quitarse las ropas, y dejarse tras-
pasar y secar por el agradable calor que despiden las brasas. El fuego
abierto tiene una primordial importancia para el indio, pues man-
tiene su salud y su vida, y, a mi juicio, no podrían existir sin él en
esa región tan fría y húmeda. No haría resaltar tanto su importancia
si no la conociera por larga experiencia propia.
El sacrificio más grande fue para mí tener que prescindir total-
mente de la higiene más elemental. Si en las cercanías había un hilo
de agua, ocasionalmente me lavaba un poco la cara y las manos; a
más no llegué nunca. Los indios ni siquiera hacen eso y, para un baño,
esa agua era demasiado fría. En el invierno tomaba, como los indios,
un puñado de nieve y con es4) me refregába un poco los ojos. ¡Más
no se puede hacer! Lógicamente, faltaba toda posibilidad dé -lavar lá"-"""'''
ropa interior que yo usaba hasta que después de cuatro a cinco sema-
nas, se deshacía en jirones y ya no valía la pena lavarla. A pesar
de todo, era necesario economizar porque de ningún modo podía car-
gar con más equipaje.
Una real plaga eran los innumerables piojos a los que estaba ex-
puesto sin poder defenderme. Hoy predominan exclusivamente el piojo
de cabeza europeo (Pediculus capitis), así como el piojo de ropa (Pe-
diculus vestimentorum). Antes existía en Tierra del Fuego una especie
más pequeña y oscura. La primera originaba principalmente en varo-
nes descuidados la formación típica de la plica polonesa en toda la
cabeza. Por el contrario, nunca observé la presencia del Pediculus pu-
bis. Como los selk'nam no practican ninguna higiene corporal, , per-
manecen cubiertos día y noche con los árrigos de piel, estas saban-
dijas se multiplican ilimitadamente. Muchas personas presentan una
pigmentación gris en la piel, con abundantes pústulas de impétigo. Yo
también estaba cubierto de ellas desde los hombros hasta la región
lumbar. Muchas noches me agitaba en la cama sin poder conciliar el
sueño por la terrible comezón, sin poder remediarla. En medio de
esa aflicción me consolaba el hecho de que en Tierra del Fuego no
existen pulgas ni chinches, ni mosquitos ni otros insectos molestos,
pues para estos huéspedes desagradables hace demasiado frío allí.
Sólo durante las pocas semanas templadas del verano aparecen algu-
nas moscas y tábanos molestos.
Considerando además la intranquilidad nómade, el tedio del que-
hacer cotidiano, el inevitable y penetrante olor grasiento a lana de
guanaco, la lentitud a veces fastidiosa de los indios en lo relativo a
mis intereses y fines, el constante aislamiento sin la posibilidad de un
intercambio de ideas con gente de la misma condición, entonces no
exagero diciendo que esos meses de ininterrumpida vida de indio some-
tieron mi salud y mi fuerza espiritual a una dura prueba. ¡Tuve que
comprar el éxito con grandes sacrificios!
Siempre consideré que una condición elemental para trabajar con
éxito entre tímidos pueblos primitivos es el hecho de que el inves-
tigador esté en lo posible solo, o a lo sumo acompañado de una se-
gunda persona en el campamento indígena. ¡Mis propias experiencias
confirman este principio ampliamente! Esta condición es especial-
mente importante al investigar el patrimonio cultural de los llamados
pueblos primitivos que, por lo general, son muy inabordables. De en-
trada se saca un gran provecho cuando uno se presenta ante los abo-
rígenes sin una protección ominosa, y se entrega más bien incondi-
cionalmente a ellos. Los indígenas no pueden dudar entonces, en lo
más mínimo, de las intenciones pacíficas del huésped, que se anima a
penetrar en su territorio solo y sin amparo. Una situación así exige,
por supuesto, del científico una buena porción de valor y abnegación;
pero así lo requiere su oficio. Por otra parte, los indígenas se condu-
cen con más naturalidad cuando están con un científico solo que
cuando hay dos o más acompañantes junto a él. Porque éstos con-
versan en un idioma para ellos incomprensible y están a menudo so-
los; por eso su conducta tiene un efecto inquietante sobre los sensi-
bles aborígenes. De esto me di cuenta claramente durante mi tercer
viaje cuando W. KOPPERS era mi acompañante, a pesar de que evité
todo tipo de secreteo. Incluso yo mismo me sentí algo inhibido y
turbado en mi trato, normalmente desenvuelto y familiar, con los
nativos.
Para lograr exactitud objetiva en la valoración del patrimonio cul-
tural indígena, es además importante evitar en la propia forma de vida
todo lo que llama la atención y molesta, y adaptarse totalmente al
ambiente. Sólo bajo estas condiciones se desarrolla la vida en el cam-
pamento libremente y sin obstáculos. Cada aborigen, sea cual fuere
su edad o sexo, se da como lo exigen su carácter y personalidad y las
actividades cotidianas engranan sin el menor obstáculo. Así pasa ante
el ojo del investigador la auténtica realidad, el alma del pueblo, y la
predisposición de cada uno exterioriza sus sentimientos íntimos con
una libertad tan natural como si el extranjero no estuviera presente.
Recién entonces es posible investigar y observar objetivamente. Por
ello me adapté en todo a ésta mi gente. Los pocos alimentos europeos
que traía conmigo cada vez que venía, al poco rato se habían distri-
buido, porque a los indios no se les escapa nada, y tampoco se quedan
tranquilos hasta que no se han comido hasta el último bocado, ya
que desean participar de todo. Pero cuando había repartido todo y que-
daba con las manos vacías, se sentían obligados a cuidar de mí y
a darme de su carne en abundancia. Seguramente se hubieran ofen-
dido y hubieran desconfiado de mí si hubiesen encontrado el revólver
que yo siempre llevaba conmigo, porque no quería andar desarmado
en esta Tierra del Fuego tan insegura. Esto, no por temor a los indios,
que jamás tocarían a un blanco decente, sino para el caso de encon-
trarme con un europeo vagabundo.
También la elección del hombre de cuya hospitalidad hará uso y
a cuyo cuidado se entregará el investigador es de vital importancia.
Siem re me incliné po anciano di o e influyente que gozara de
o en sus semej s, por su ca er formal y su rectitud, aun-
uera stinado o accesible. Las divergencias de opinión, los
ictos odo tipo de dificultades son inevitables durante una larga
rmanencia entre gente primitiva, susceptible e impetuosa. En estos
casos el científico tiene a ese anciano de su lado. Lo tiene también
a mano para informaciones imprescindibles y le puede pedir que in-
fluya sobre sus paisanos de una u otra manera.
Para llevar apuntes lingüísticos hacen falta, sin embargo, varios
informantes. Es increíble qué distinta suena la pronunciación de una
misma palabra por distintas bocas. Para mis anotaciones elegía siem-
pre aquella representación fonética en que varias personas coincidían
como la más fiel. Tieisibilidad s t o yao411111Lilib
una pronunciación exacta. Aquí tuve que luchar contra una enorme
dificultad. Cuando deseaba .que me repitieran palabras nuevas para
anotar las particularidades fonéticas, el indio, molesto, me decía: "Esa
palabra te la acabo de decir. ¿Por qué me la vuelves a preguntar?"
Y cuando yo le explicaba que me la aclarara para que yo la pudiera
imitar, se burlaba de mí diciendo: "¡Igual no vas a acertar la primera
vez!" O se ponía impaciente y agregaba: "¡No te voy a decir más
nada!" ¡Qué desgaste de energías en vende repetir .rápidarnente- la
palabra!
Al preguntar a un indígena no hay que perder de vista el peligro
fatal de que el indio no permite que se le pongan trabas a su libertad
personal. Ante todo, nunca se muestra dispuesto a contestar exhaus-
tivamente y de inmediato a un europeo molesto superficiales pregun-
tas sobre su mitología, religión e instituciones sociales. Tampoco le
gusta verse obligado a hablar, con lujo de detalles, sobre las costum-
bres de su pueblo. Esto demuestra nuevamente que sólo la observa-
ción silenciosa y persistente lleva a buen fin.
Por ello adapté mi vida diaria exactamente al modo de vida de los
indígenas. Participé de su vida económica, de sus cacerías, de sus
largas y cansadoras marchas, estuve presente casi todas las noches
cuando los hombres se sentaban en círculo alrededor del fuego y a
menudo pernocté con ellos a la intemperie. También jugué con los niños
más de lo que lo hacen los mayores. Necesitaba hacerlo para mante-
nerme intelectualmente fresco. Además, quieren a sus hijos por sobre
todas las cosas, y, por eso, me gané la confianza de la gente. Su fina
sensibilidad en tal sentido quedó demostrada con las palabras que
una mujer mayor dirigió a sus vecinas, que me observaban jugar con
los divertidos niños: "¡Debe ser bueno el que juega tan cariñosamente
con los niños!"
No era de extrañar que todos me observaran de cerca, porque jos
europeos no les habían hecho mucho bien hasta ahora. El blanco que
molesta a las mujeres ha perdido de antemano sus simpatías. Por
principio, me mantenía totalmente alejado de las indias. No visitaba
nunca una choza cuando una mujer estaba sola y, sin excepción, me
dejaba acompañar por hombres adultos o por niños a todos lados.
Por ello, al despedirme después de mi segundo viaje, el influyente
INxioi. me dijo muy serio, expresando la convicción general de su
gente: "Puedes volver y quedarte el tiempo que quieras con nosotrcs.
Te hemos observado muy de cerca: ¡nuestras mujeres e hijas están
seguras contigo!" Como todos me conocían por soltero los habitantes
del campamento del Lago Fagnano querían obligarme a permanecer
junto a ellos, con todo tipo de ruegos y promesas, indicándome una
joven inteligente para que me casara con ella. Ninguna de mis razones
contrarias los pudo convencer; fue doloroso para ellos verme partir
de nuevo. ¡Los selk'nam son sinceros, sensibles y agradecidos! 112
No bien me había instalado en el campamento, comencé a esfor-
zarme decidida, pero disimuladamente, por conseguir autorización para
112 Complementos a mi método de trabajo se encuentran también en GUSINDE
(d) y (e) así como en distintos párrafos de este libro.
tomar parte en la fiesta Klóketen. ¡Pero era increíble ver cómo los
indios se hacían los sordos! A mis instancias respondían con creciente
indiferencia y sus promesas anteriores parecían haber desaparecido
de sus memorias. Esta amenazante desilusión me ocasionaba terribles
angustias que no me dejaban dormir de noche. A toda costa yo tenía
que asistir a esa ceremonia secreta; de lo contrario se perdería irre-
mediablemente para la ciencia esa parte esencial de la imagen cultu-
ral de los selk'nam. A menudo temblaba de excitación cuando mi
insistencia quedaba sin respuesta y, a pesar de ello, tenía que contro-
larme para no incurrir en una falta de tacto o en un error de proce-
dimiento, con lo que se desvanecería totalmente mi última esperanza.
Por fin la gente se decidió a trasladar su campamento. La prolongada
reunión en la choza ceremonial y la obligación de mantenerse seden-
tarios, en cierta forma, propició una fecunda conversación durante la
cual aparecieron tesoros insospechados de la mitología y del orden
social de esta tribu. Contribuyeron a completar, a explicar y a corre-
gir mis observaciones anteriores. Mi permanencia en la choza común
de los Klóketen fue para mí el tiempo más productivo de mi trabajo.
Aparte de esto, también asistí en este año al llamado Pesére, una
solemne ceremonia de los hechiceros.
La constante ansiedad por el resultado favorable de mi viaje de
este año, el trabajo intenso, la frugal y miserable forma de vida y el
invierno excepcionalmente riguroso habían minado mis fuerzas pre-
maturamente. Mi larga permanencia entre los yámana, que tampoco
me pudieron ofrecer comodidad alguna, también tiene que haber in-
fluido en ello. Ya a fines de junio se presentaron los primeros sínto-
mas de escorbuto, y, poco después, una anemia crónica que me atacó
de repente. Sabía claramente la seriedad que para mí tenían estas
dolencias. De inmediato tenía que cambiar las condiciones de vida.
¿Pero cómo podía conciliar esto con mis investigaciones? Afortunada-
mente había estudiado a fondo y en todos sus detalles la ceremonia
Klóketen y el rico patrimonio cultural restante parecía agotado. Como
tenía que reservar todavía fuerzas para el estudio de los halakwulup,
saqué fuerzas de flaquezas y me decidí a abandonar pronto este cam-
pamento porque aquí no podía procurar alivio para mis males, cada
vez peores. (GusimE [d] : 37.) Mi resistencia física no aguantaría has-
ta la primavera. Tenía que reservar mis últimas fuerzas para el arduo
*ino hasta el Canal Beagle. ¿Hacia adónde podía haber ido si-
acia allá? Camina hacia el noir habría podido llegar a Puer-
í o Grande, después de seis a siete días por un camino más cómo-
dp, pero allí quedaría varado, puesto que, en invierno, no hay tráfico
marítimo con Punta Arenas y la pampa abierta, por cierto, no ofrece
ninguna comodidad. Tampoco podía contar con albergue alguno, por-
que los edificios del frigorífico están cerrados en invierno, y en la
orilla norte del río sólo hay un destacamento policial y un almacén.
Más prometedor, aunque más difícil y peligroso, me parecía el camino
al sur. Porque desde Puerto Harberton podía llegar a Ushuaia, y des-
de allí era más fácil conseguir un medio de transporte hasta Punta
Arenas. Estaba decidido a arriesgarlo todo, porque así lo exigían mi
salud y mi plan de trabajo.
--"■••••••••••~•~«,..-

Pero me
me entristecía tener que abandonar a estas excelentes perso-
nas con quienes me había instalado tan agradablemente en la choza
ceremonial de los hombres. Apesadumbrado traté por fin de comu-
nicarle al viejo TENENESK mi propósito. Una tarde le pedí que vinie-
ra a verme a mi choza. Después de muchos rodeos le expliqué que era
imprescindible dejarlos, y, además, le hice saber mi decisión de cru-
zar la Cordillera. Sorprendido, el viejo me declaró loco y no quiso
seguir tratando el tema porque mi plan absurdo lo había tomado des-
prevenido. Desde entonces lo veía pensativo, riñendo consigoinTsTno.
Pero yo tenía que acostumbrarlo a la idea y poco después volví a
hablarle de mi malestar que empeoraba día a día. Entonces TENE-
NESK se puso muy serio y me dijo: "Ni siquiera un selk'nam ha cru-
zado la Cordillera en invierno y tú, mucho menos que ellos, podrás
soportar ese esfuerzo. ¡Mira cómo está todo nevado! Quédate con
nosotros, y en la primavera podrás arriesgar ese camino tan peli-
groso". Pero yo pensaba que no podía justificar una mayor demora.
Por ello, comuniqué mi plan al fiel Tom. Él no quiso tampoco saber
nada, pero luego, por mi constante insistencia y la perspectiva de una
generosa recompensa, mas ante todo, por su sincera amistad se deci-
dió, tras mucha reflexión, a acompañarme. Como tercero deseábamos
llevar a HOTEX, que era el málzincero amigo gge ambos. los dos h.
bres opinaban que la empresa era atrevida y peligrosa, pero yo ni
podía ni quería comprenderlo. A decir verdad, yo no conocía los peli-
gros de la alta montaña; si no, seguramente, hubiera sido más pru-
dente. Por mi insistencia, también esos dos hombres perdieron el
juicio y se dispusieron a partir.
TENENESK estaba fuera de sí porque esperaba lo peor; era leal
con cada uno de nosotros y juzgaba la situación de acuerdo con su
gravedad. Estaba casi furioso por mi insensatez, tratando de hacerme
entrar en razón, y me gritó: "¡Así no se juega con la vida! ¿Qué es
lo que quieres hacer? ¡Vosotros tres vais a morir! ¡Quedaos aquí!"
Con gusto le hubiera evitado el disgusto al viejo, pero pensaba que
tenía que mantener y ejecutar pronto mi decisión, o de lo contrario
me habría hecho perder a mis acompañantes. Otros hombres ya ha-
bían dicho, en voz alta, que a toda costa había que impedir nuestra
empresa temeraria. Mientras tanto, nos fabricamos fuertes tablas de
80 x 20 cm, a las que colocamos tiras. de cuero para atarlas a nuestros
pies. Queríamos llevar una vieja escopeta para cazar algún animal por
el camino, porque no deseábamos cargar con demasiadas provisiones.
Convencidos de la necesidad de prender una fogata en cada estación
de descanso para protegernos del enfriamiento, cada uno se ató varias
bolsitas de cuero alrededor del cuello como las que el selk'nam usaba
antiguamente para guardar su pedernal y su yesca y, en cada bolsita,
colocamos una cajita de fósforos. Había que llevarla sobre el pecho
desnudo porque a toda costa teníamos que protegerlas contra la hume-
dad. Ni siquiera ese pequeño bulto debía incomodarnos en ese trecho
extremadamente difícil. Pensaba dejarle a TENENESK mis instrumen-
tos, manuscritos, libros y el equipo fotográfico, por más difícil que
me resultaba separarme de estos objetos valiosos y del fruto de tantas
semanas de trabajo.
jueriamos partir nos mas aespues osen temprano. r_Ji mi penui-
tima noche en el campamento, tuve una larga conversación con TENE-
NESK. Noté que todavía tenía mucho que decirme y sufría por mí
mucho más que yo. Mi partida inesperada también detuvo el desarro-
llo ordenado de las ceremonias Klóketen para las que nos habíamos
reunido entonces. No era nuestra separación lo que lo afligía, sino
que veía claramente la desgracia que nos esperaba. Estaba sentado
en su choza pensativo y silencioso. Yo le hablé así: "Mi buen amigo,
sólo porque estoy tan enfermo no puedo permanecer aquí por más
tiempo. ¡Aunque me vaya pasado mañana, puedes estar seguro de que
pronto volveré!" Con los ojos empañados me miraba este hombre
rudo meneando la cabeza por un largo rato, de modo que me sobre-
vino una extraña emoción. Luego habló en tono plañidero y a media
voz, apartando la cara de mí, como si ya no tuviera ninguna espe-
ranza: "¡Ya te lo he repetido bastantes veces! Si te vas de aquí, no
nos volveremos a ver más... Mira la enorme cantidad de nieve que
hay por todos lados. ¡Eso no lo hace nadie, cruzar las montañas
ahora! Quédate aquí porque ese camino tan difícil es superior a tus
fuerzas; te va a sorprender la tormenta y te vas a quedar atascado
en la nieve... ¡Déjate prevenir! ¡Quédate con nosotros...! ¡Piensa
cómo llorará tu padre si no vuelves más a tu casa! Te va a esperar
durante mucho tiempo y luego recibirá la noticia de que has muerto
de frío allá arriba en la Cordillera. ¡Cómo llorará entonces! Y más
tarde me lo reprochará a mí y dirá: `Mi hijo vivía en la choza de TE-
NENESK. ¡Este viejo tendría que haber sabido que no se cruzan las
montañas en pleno invierno con esas tremendas masas de nieve! ¿Por
qué no se lo dijo a mi hijo reteniéndolo en el campamento ...?' En-
tonces llorará por ti, recriminándome por haber permitido que te fue-
ras... ¡Quédate, pues, con nosotros, porque temo mucho por ti!" El
querido viejo era sincero. Yo traté de tranquilizarlo con el argumento
de que me acompañarían dos hombres de confianza, pero él objetó:
"Una densa tormenta de nieve y un viento huracanado los sorpren-
derá. Si además perecen tus compañeros, entonces, ¡ay de nosotros!
¡Todos te haremos responsable sólo a ti porque no has querido escu-
char mi advertencia! ¿No piensas ni en tu padre ni en tu madre que
desean volver a verte...? Tu obstinación me duele mucho. Te lo ad-
vertí. ¡No nos volveremos a ver ... !"
No pude lograr un entendimiento entre nosotros. Volviendo a mi
choza, encontré a TOIN y a HOTEX conversando en voz baja y con el
- •• Gante preocupado o temáis;u bagIvaremos los obstáculos del
o. Ayer y hoy 1Ws tenido baniempo, y si sigue así, llega-
os pronto al otro lado de los cerros y allí descansaremos!" Para
distraerlos dejé que me ayudaran a embalar mis cosas. Confiaba ple-
namente en que TENENESK guardaría todo bien y que me lo haría lle-
gar oportunamente. ¡Lo que envolvía aquí en grandes pedazos de cuero,
valía oro para mí! En la primavera el buen viejo entregó todo a un
estanciero, que me lo envió por el camino más seguro.
Me invadió una extraña angustia. ¿Era la premonición del peligro
que me acechaba y con el cual me iba a enfrentar o era el dolor de
la partida? Con especial afecto conversé durante todo el día con los
A. AAAVI.r..nr1 A. mn

indios tratando de levantarles el ánimo con la promesa de mi pronto


regreso. Pero todos mis esfuerzos fueron vanos y la gente del cam-
pamento estaba deprimida. Hacía tiempo que me había desprendido
de todos los regalos, pero repartí todavía entre ellos todo lo que po-
día servirles. Nadie me hizo encargos para mi futuro regreso. ¿Adi-
vinaban realmente que és ra la última vez en .que nos veríamos?
Cuando a la noche formá os otra vez gran rueda en to
fuego cuyo resplandor il ba nuestro dos se tes,
quien tuvo que tomar la abra porque aba un encio
razoso. Les agradecí afe mente la olencia a co
toda la ayuda y la buena ión que bían b
placenteros y teresa remonia que
tir con ellos. to bi hacían abras,
honrados por mi juicio justo! Cuando les aseguré que comunicaría a
mis compatriotas blancos lo buenos que eran los selk'nam, se sintie-
ron reconfortados y reanimados.
Esa noche nos separamos con muy pocas palabras. Había sido
nuestra última reunión. Rápidamente me retiré a descansar pues que-
ríamos partir temprano a la mañana. Intranquilo me revolvía en el
austero lecho reviviendo mi vida y mi trabajo entre estos sencillos
indígenas. Me dominó la idea de que me quedaba una sola y última
noche entre esta gente humilde que parecía que no hacía mucho pro-
cediera de la mano del Creador y de lo que nada saben las acosadas
masas de nuestras grandes ciudades. ¡Cuánta confianza y auténtica
humanidad me confortó en estas modestas chozas, con qué afecto y
simpatía se preocuparon por mí estos indios tan injustamente perse-
guidos y, ante todo, cómo me alegraron cada día los niños ingenuos
y cariñosos! A todos ellos tendría que abandonar, y casi me espan-
taba la idea de tener que regresar a la civilización desamorada y
egoísta. Sentía sincero agradecimiento por estos hombres buenos. Me
trataron y me asistieron como a su mejor amigo, me Confiaron su
mejor patrimonio tribal y me dejaron participar en sus fiestas más
hermosas. No me había dado cuenta de que me había convertido así
en uno de ellos, por mi compenetración en su pensar y sentir. Lógica-
mente tuve que soportar también horas sombrías, y más de una amar-
gura. El camino que lleva a una mutua comprensión es largo, y más
largo todavía el que nos une en una confianza total. ¿Puedo repro-
charles que muchas veces no me hayan comprendido, porque no aco-
gieran favorablemente mis planes o que lo hicieran sólo con lentitud,
o porque se dedicaran obstinadamente al ocio y se mostraran moles-
tos por mis preguntas, o porque no pudieran comprender que yo que-
ría aprovechar todos los días íntegramente? Todas estas experiencias
negativas, incluso los recuerdos desagradables de algunos malinten-
cionados y de mis muchas preocupaciones, hoy se desvanecen a la luz
de los logros obtenidos y por la convicción de que esos indios des-
preciados me conocieron como a una buena persona. No olvidaré nunca
su fidelidad y la ayuda que me dispensaron.
Temprano, en la madrugada del 13 de julio de 1923 me despedí
de este campamento miserable, en el que me sentí tan bien; eché una
última mirada a mi indigente choza, en la que viví experiencias inol-
vidables, y me separé de los hombres rudos y de sus benévolas muje-
res a los que me había asimilado en todo, y consolé a los niños en-
cantadores que tristes me rodeaban. Mis dos guías se pusieron en
marcha y yo los seguí. "iMÁNKAUN se va!", decían y me seguían con
la mirada. Los árboles pronto me impidieron la vista. Ahora la vida
entre los indios se había terminado.
Esforzadamente avanzábamos por la nieve espesa. Cada uno to-
maba un rato la delantera y los otros dos pisaban sus huellas. Pasaban
las horas, y nuestro paso se hacía cada vez más lento. íbamos derecho
hacia la Cordillera. Hacia las cuatro la oscuridad y el cansancio nos
obligaron a descansar. Pronto ardía un buen fuego. Envuelto cada uno
en su abrigo de piel, yacíamos sobre la nieve endurecida y reponíamos
nuestras fuerzas con el asado caliente. Pero al rato el fuego comenzó
a derretir la nieve que lo rodeaba hundiéndose cada vez más en un hoyo
mientras nosotros estábamos arriba, en el borde, recibiendo bien poco
del calor de las brasas, que estaban debajo de nosotros, en la profun-
didad del agujero. La noche era muy fría y nos acurrucamos unos con-
tra otros. Como nadie podía dormir por el frío y la incomodidad, nos
volvimos a poner en marcha antes de aclarar. Avanzábamos con len-
titud, porque el terreno tenía una suave pendiente ascendente y la capa
de nieve era cada vez más gruesa. El mayor inconveniente fue que,
hacia las once, comenzó una fuerte nevada. Dos horas más tarde, al
avanzar por la nieve recién caída, nuestras fuerzas se agotaron hasta
tal punto que nos detuvimos, bajo tupidos matorrales, para esperar
a que aclarara el tiempo. Durante la noche, sin embargo, la nevada fue
aún más intensa y cuando, muy temprano el frío me despertó, la nieve
me cubría totalmente. Al tercer día no se podía pensar en proseguir
el camino, porque densos remolinos de nieve bajaban furiosamente
desde las montañas. Pero a la tarde el tedio nos impulsó a continuar
por tres horas más. Antes de salir del bosque volvimos a parar otra
vez. Nuestra reserva de carne había disminuido considerablemente y
hasta ahora no habíamos visto ningún guanaco. ¿No era mejor regresar?
La contestación la traería el próximo día. Así pensábamos mientras
los copos de nieve remolineaban en derredor de nosotros. El fuego
daba poco calor. La nieve fresca era una cama blanda, pero tan fría
como incómoda. Por más que uno se sacudía la nieve, al rato nos vol-
vía a cubrir hasta dejarnos irreconocibles. Cuando, antes del amane-
cer, la nevada paró y el viento amainó mucho, rápidamente nos pusi-
mos en marcha. Al salir del bosque comenzamos a escalar la empinada
cuesta hacia la cumbre de los cerros. Me sentía tan hambriento, can-
sado y débil, que apenas pude seguir a los dos indios. Enormes masas
de nieve se habían amontonado aquí abajo y caminábamos sobre las
altas copas de los árboles que apenas sobresalían. Con pena, pero sin
parar, poníamos un pie delante del otro. Quien iba delante se hundía
en la nieve hasta bastante más arriba de la rodilla a pesar de las tablas.
¡Ese día teníamos que vencer la cumbre porque allí no había ni
leña, ni protección alguna! Por fin nos acercamos a la cima sudorosos
y rendidos; nos faltaba trepar otro poco y habíamos alcanzado la
cresta. Un nuevo esfuerzo nos ayudó a alcanzar la roca más alta.
4111g1, .14911111111111~:

Pero no bien nuestras figuras


traspusieron esa roca y pasamos
del lado norte, se apoderó de nos-
otros un viento tan helado y recio
que apenas pude tenerme en pie.
La nieve recién caída había sido ba-
rrida, y la vieja capa era hielo liso,
de modó'"que quedamos —eijuinos
con toda la superficie de nuestros
cuerpos a la furia del viento sur.
¡Como no había defensa por ningún
lado, tuvimos que avanzar rápida-
mente! Los latigazos del huracán
nos castigaban sin piedad. Varias
veces caí y al rato ya no pude abrir
"--5 los ojos. A los cinco minutos tras-
TO'in tabille y caí inconsciente contra un
montículo de nieve. HOTEX también
perdió la seguridad. Más tarde me
Fig. 10. TOIN, el hombre que me salvó
contó TOIN lo que sucedió después.
la vida. En esta necesidad extrema, que él
reconoció de inmediato, se decidió
al instante a un salvamento intrépido. "¡Hay que protegerse ante todo
de este viento glacial!" pensó. Llamó con urgencia a HOTEX. Los dos
me agarraron y me lanzaron al abismo a la blanda nieve recién caída,
saltando ellos detrás. La caída fue de unos cuarenta metros aproxima-
damente. Abajo nos encontramos bien cubiertos por un risco. Penosa-
mente se liberaron los dos de la nieve; a mí me arrastraron con ellos.
Cuando salieron de esa hondonada, siguieron por superficies heladas
y lisas, de modo que no fui una carga demasiado pesada para ellos
durante los próximos setenta minutos de descenso hasta el límite de
los árboles. Aquí prendieron un fuego; me acostaron junto a él, dán-
dome vuelta a menudo y frotando mi cuerpo entero enérgicamente con
las dos manos. El calor de la lumbre me hizo despertar de mi incons-
ciencia después de unos minutos. Aflojé mis ropas, dejando que el
calor me penetrara uniformemente, recuperando así mis fuerzas espi-
rituales. ¡Pero cuál era nuestro aspecto! El pie de HOTEX sangraba
abundantemente; yo me despojé de mi ropa interior para vendarlo pro-
visionalmente. A Ton,' se le había quebrado la escopeta y tenía además
graves desolladuras en una mitad de la cara. La nieve dura me había
raspado cruelmente mis manos y brazos; la carne que llevaba atada
a la espalda había desaparecido hasta el último pedazo. A todos se nos
caía la ropa en jirones. A pesar de todo los dos suspiraron alivia-
dos cuando abrí los ojos. Yo estaba contento porque nos encontrábamos
fuera de peligro y del otro lado de la Cordillera. Saqué del bolsillo un
poco de azúcar y un último pedacito de chocolate, que yo guardaba des-
de hacía meses. Era nuestra única provisión con la que nos confortamos
para poder seguir caminando. Hacía un frío glacial aquí en la altura,
pero algunas estrellas, con su brillo, nos daban valor.
El hambre nos echó ya bien temprano de nuestro refugio. El des-
censo era relativamente fácil, pero nos paralizaba el cansancio. Al poco
tiempo mis compañeros me tuvieron que tomar entre ellos y me arras-
traron más de lo que caminaba. Otra vez pernoctamos a la intemperie.
Cuando al día siguiente llegamos al río fue bastante más fácil caminar
sobre su superficie helada. El agotamiento apenas me permitía hablar
y mantenerme derecho. Por fin divisamos los edificios de la Estancia
de Puerto Harberton, lo que nos animó 'a realizar un último esfuerzo.
Hacia las tres de la tarde nos detuvimos frente a la casa. El amable
mayordomo, el noruego NnsoN, no podía creer lo que veía: ¡Un ser
humano jamás había bajado de las montañas en" invierno! Extenuado
y temblando de frío en mis ropas congeladas caí frente a la puerta de
la casa al tratar de balbucear algunas palabras. Me llevaron a una ha-
bitación caliente, haciéndome tomar leche caliente y me frotaron el
cuerpo con alcohol alcanforado observando luego mi profundo sueño,
ininterrumpido hasta después del mediodía siguiente. Mis dos guías
ya se habían reanimado en la mañana con una abundante comida.
Yo recién pude levantarme al tercer día. ¡Qué contentos estábamos
todos de haber escapado del peligro! El mayordomo no podía concebir
cómo nos habíamos podido decidir a una empresa tan arriesgada.
Parecía imposible encontrar aquí un barco para seguir viaje. Por
lo tanto mis dos acompañantes se ofrecieron a llevarme a Punta Re-
molino, siguiendo la orilla norte del Canal de Beagle, esperábamos lle-
gar ahí en un día. Me dejé persuadir; nos aprovisionamos de víveres
y partimos. Pero yo sentía todavía en todo el cuerpo el cansancio de los
últimos días, de modo que era ya pasada medianoche cuando llegamos.
Los dos próximos días fueron de estricto descanso. Mis vigorosos
compañeros no tenían coraje para volver con los suyos ese mismo in-
vierno; yo nunca se lo hubiera permitido. Conseguí, pues, para ellos
alojamiento en la estancia de los hermanos LAWRENCE hasta la próxima
primavera. ¡Los tres acordamos no cruzar nunca más la Cordillera en
invierno! Muy seriamente dijo TOIN: "TENENESK nos lo advirtió. Él es
un gran xon y sabía que nos iba a sorprender esa tempestad. ¡Nunca
hubiera sido tan audaz si yo hubiera anticipado ese peligro!".
Me embarqué poco tiempo después en un vaporcito para Punta
Arenas. Desde allí me dejé llevar al territorio de los halakwulup. Más
tarde visité todavía un campamento tehuelche al pie de la Cordillera
argentina. En abril de 1924 regresé a Santiago. Con esto concluyó mi
larga empresa de investigación. Lo que pude lograr con ella, lo des-
cribo en este libro y en los otros dos tomos que están en preparación.
Agradezco sinceramente a todos los que me han ayudado a lograr este
buen resultado. Nunca olvidaré que el valiente Tom (Fig. 10) me arran-
có...11,1as heladas garras, de la muerte por congelación.

113 Los resultados de este viaje están reunidos en (d): 22, en (o): 522 y en
(k): 20. Como ya describí en informes anteriores mi método de trabajo y como
oportunamente vuelvo a tocar el tema, pienso que puedo ser breve aquí.
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1110IPPIII 1111"1
C. Los Selk'nam antes y ahora
En los primeros tiempos de la historia de los descubrimientos, po-
co a poco se revela el reconocimiento de que los aborígenes en el ex-
tremo sur de América no son un grupo uniforme. Las diferencias fí-
sicas llamaron la atención de los navegantes. Estas nociones se iban
completando con la observación y diferenciación de las particularida-_
des culturales visibles de -cada grupo, como los utensilios y la vesti-
menta; hasta que se distinguieron finalmente las diferencias entre las
lenguas de estas tribus. MAGALLANES los dividió, generalizando, en in-
dios continentales e insulares. Es decir, distinguió entre la patria de los
patagones, que se encontraba al norte del Estrecho de Magallanes y
la Tierra del Fuego propiamente dicha, al sur del mismo. Más tarde,
ocasionales menciones recordaban las diferencias étnicas que existen
entre aquellos indios; pero recién FITZ ROY realizó observaciones más
exactas que evaluó luego para su amplia clasificación de aquellos abo-
rígenes.
Como es sabido, MAGALLANES pasó el invierno en la Bahía de San
Julián. Por las huellas extraordinariamente grandes que descubrieron
una mañana en la nieve, denominaron a esos aborígenes "patagones"
que quiere decir "de pies grandes". De allí se deriva la Palabra "Pata-
gonia", que, no sólo se aplicó a la parte sur de la Argentina continen-
tal, sino también a todas las islas que desde allí se extienden hacia
el sur. Mucho tiempo después de que MAGALLANES descubriera ese es-
trecho tan intensamente buscado, que inmortalizó su nombre, los na-
vegantes consideraron la tierra que se extendía al sur del mismo, y que
en realidad se compone de islas, como la costa septentrional de un
gran continente austral, que sólo estaba separado del continente del
norte por dicho estrecho. A todos los aborígenes, habitantes de esas
latitudes, los llamaron sin distinción "Patagones", sea que se tratase
de "indios canoeros" o de "indios terrestres". Ni siquiera DARWIN, que
había visto muchos "indios de a pie" en el rincón sudeste de la Isla
Grande, distingue claramente entre éstos y los de las canoas. Esta de-
nominación tan general hasta el día de hoy sigue en uso entre los co-
lonos locales, así como en descripciones de viaje y textos geográficos.
Habría que designar hoy, sin embargo, a las islas del sur del Estrecho
de Magallanes "Archipiélago Fueguino". La "Patagonia" se encuentra
al norte.
Era inevitable que el uso desordenado de los nombres geográficos
y etnográficos causara confusión. Hay que añadir todavía las interpre-
taciones personales de algunos navegantes, y también la distorsión in-
tencional de la realidad hecha por algunos autores con la clara inten-
ción de describir aventuras e historias horripilantes. ¡La crítica de
fuentes tiene aquí mucho trabajo!
De nuevo ha sido sólo en los últimos tiempos cuando se han acia-
1 ado también estos malentendidos y errores y se han separado a los

114 En el tomo III hablaré del esquema de pueblos de la región más austral
de Sudamérica confeccionado por FITZ ROY (a): 129-133.
indígenas en tribus y delimitado además su territorio. Apreciando jus-
tamente lo que investigadores anteriores han logrado para dilucidar
estos conceptos, he hecho más arriba (pág. 18) reseña de sus obras.
Aquí sólo menciono lo que yo mismo he podido averiguar in situ con la
ayuda de informes útiles. 15
Los selk'nam son hombres de hermoso desarrollo corporal y talla
elevada. Deben ser cónsiderados, en el sentido antropológico, como
una raza alta. Consideran como su patria la "Isla Grande de la Tierra
del Fuego". Allí se dedican a un nomadismo de cazadores inferiores,
por lo que son llamados "indios de a pie". Los selk'nam del norte con-
sideran como propia la llanura abierta entre el Estrecho de Magalla-
nes y el Río Grande, mientras que el territorio de los selk'nam del sur
se extiende desde dicho río hasta el Canal de Beagle. En el sudeste,
principalmente sobre la Península Mitre, se mantuvieron hasta estos
tiempos recientes los últimos representantes de los haus. Creo haber
demostrado claramente la unión lingüística, racial y cultural de estos
tres grupos (Fig. 11).

Fig. 11. Las armas más importantes son el arco y la flecha.


Hacia el sur siguen los yámana. Son los fueguinos más retirados
y, por lo tanto, los habitantes más australes del mundo. Les pertenece
todo el archipiélago del Cabo de Hornos, vale decir, ambas orillas del
Canal de Beagle, con todos los estrechos y canales que se ramifican ha-
cia el sur y con sus islas. Su denominación de "indios canoeros" o nó-
mades de agua indica su sistema económico. Están obligados a cambiar
constantemente de lugar si es que quieren encontrar las especies de
mar que necesitan para su sustento. Al méritísimo Pastor THOMAS
BSIDGES no se le habían escapado ciertas diferencias lingüísticas, entre
ellos, pero recién yo logré descubrir, en la última hora de la existencia
amenazada de estos escasos restos de tribu, étnicos, que ese pequeño
115 Véase la síntesis en (h): 70.
pueblo se divide en cinco distintos grupos dialectales. Cada uno de
ellos habitaba una región insular claramente definida, y se dedicaba
a la caza dentro de esos límites. Algunos miembros de estos grupos
se visitaban ocasionalmente y no faltaban casamientos entre ellos; pe-
ro en general cada grupo se limitaba a su propia región, de modo que
aparte de las mencionadas particularidades del idioma, pudieron des-
arrollarse algunos otros usos y costumbres que se conservaron por mu-
cho tiempo. Me excedería si definiera aquí esas cinco regiones.!1' Sólo
quiero precisar el límite occidental, que todavía no fue determinado
claramente. Sin duda pasa por la Península de Brecknock, tan difícil
de circunnavegar. Las mismas fuerzas de la naturaleza lo trazaron. A
pesar de que el mar está raras veces tranquilo, es posible avanzar des-
de estas rocas con las frágiles canoas de corteza hacia la región de los
halakwulup. Éstos se aventuraron también excepcionalmente a navegar
hacia allá en dirección sur. Los yámana tenían posibilidades de con-
tacto con los selk'nam sobre un corto trecho de la costa norte del
Canal de Beagle, precisamente desde Puerto Harberton hacia el este
por la costa, hasta donde se llegaba desde el norte por algunos pasos
de la montaña.
Los yámana son de poca estatura y el halakwulup medio es sólo
un poco más alto; ambas razas se consideran como de baja estatura.
Sus sistemas económicos coinciden, pero hablan lenguas totalmente
diferentes. Comparando las tres lenguas fueguinas, es asombroso que
no sólo no se haya podido encontrar ningún parentesco entre ellas, sino
que haya que considerarlas como lenguas aisladas en el sentido más
estricto de la palabra, porque, hasta hoy, no se ha podido descubrir
ningún nexo con otros troncos lingüísticos sudamericanos."' El exten-
dido laberinto de islas de la Patagonia occidental, desde la Península
de Brecknock hasta el Golfo de Peñas, incluyendo el Estrecho de Ma-
gallanes y todas las profundas bahías adyacentes, es territorio de los
halakwulup. Las poderosas fuerzas de la áspera naturaleza, el viento
y las olas, dividieron esta extensa región en tres subregiones natura-
les, en las que cada grupo individual desarrolló su propio dialecto,
amén de algunas costumbres típicas (GusINDE [di : 48). Sólo en el ex-
tremo sur de esta cadena de islas se ofrecía a los halakwulup una opor-
tunidad, aunque rara, de comunicación con sus vecinos del sur. En
cambio, tuvieron un contacto más seguido con los selk'nam del norte,
favorecido por las playas de la costa norte de la Isla Grande y de la
Bahía Inútil. 11 '
Límites naturales, franqueables sólo con dificultad, separaban ín-
tegramente a estas tres tribus fueguinas. Los grupos dialectales se di-

116 Véase provisoriamente GUSINDE (d): 17. Más datos en el tomo II de es-
ta obra.
117 Véase P. W. Schmidt: Die sprachen familien und Sprachenkreise der Erde.
Pág. 264; Winter, Heidelberg, 1925 y GUSINDE (s): 1000 ss. La explicación final apa-
rece en el tomo III de esta obra.
118 Todos los autores de los últimos tiempos coinciden más o menos en la
separación geográfica de estas tres tribus; especialmente BRIDGES (k): 233, COOPER:
52, HYADES (q): 7, SERRANO: 176 y SEÑORET: 14.
ferencian igualmente con suficiente claridad.'" Los yámana y los ha-
lakwulup disfrutaban de una libertad limitada, mientras que los selk'-
nam no podían abandonar la Isla Grande.
Los capítulos anteriores se referían a la fauna y flora de la patria
de los selk'nam, así como a la historia de la investigación. Ahora ca-
racterizaré a los indios mismos como una tribu independiente y como
los dueños de la Isla Grande, describiendo su modo de vivir, su poten-
cia numérica, su relación con las tribus vecinas y su terrible lucha
mortal contra los intrusos europeos demasiado poderosos.
Como un cántico fúnebre para un pueblo fatalmente arrinconado
finalizará esta descripción: Ante nuestros propios ojos se extinguen los
pocos sobrevivientes; dentro de unos años la tierra cubrirá inexora-
blemente al último de ellos. El grupo de indios selk'nam, pletórico, vi-
goroso y dichoso de vivir, dentro de diez años sólo sobrevivirá en re-
latos más o menos verídicos y en algunas ilustraciones amarillentas.
Resumo su trágico destino en estas pocas palabras: ¡Un pueblo capaz
de vivir y con las mejores predisposiciones fue víctima, sin defensa ni
protección, de la despiadada codicia y bárbara crueldad de violentos
hombres europeos! Nuestros contemporáneos han visto y vivido todos
estos acontecimientos: ¿No nos echarán en cara futuras generaciones
que no hayamos hecho nada por la seguridad y la conservación de ese
pueblo en agonía?

a. El nombre de la tribu

Estos indios se llaman a sí mismos "selk'nam". Para diferenciarse


de sus vecinos de menor talla y de los blancos en general, recalcan:
"Yíkwa ni sélk'nam = nosotros somos los selk'nam". Esta transcripción
fonética es la que encontré más a menudo, pero no faltan formas co-
mo: silk'nam, sélkenam, selk'ncímh. Ellos mismos consideran esta de-
signación como nombre propio, como los que utilizan para llamar a
personas, montañas personificadas o lagos. 120 No hay, por lo tanto,
palabras de significado común de las que se pueda derivar el nombre
selk'nam, y en vano se busca una traducción inspirada en el sentido.
Según GALLARDO: 97 "el ona se llama a sí mismo Shilkenam, es decir:
su raza".

119 Con motivo de las divergentes ortografías de los nombres de las tribus, así
como de las inexactas divisiones geográficas entre las mismas, Finu..oism (r): 172
propone unificar los criterios. Al mismo tiempo, propone denominaciones apro-
piadas para las tribus, para sus territorios y para su idioma conveniente, según

W n. EstosdivertinneXs. llegan un poco tarde, ya que los fueguinos están


ncrosé.Considero que es más importante averiguar el nombre exacto de
cada tribu y transmitirlo de acuerdo a un reconocido sistema fonético. Además
pude dividir cada pueblo en sus grupos dialectales, delimitando también su te-
rritorio geográfico.
120 La interpretación de BEAUVOIR (b): 202 del nombre "T shel-kenam=
hombres o Gente del Sur = Separados", es decir, separados de los Tehuelches, es
errónea.
Otros viajeros ya habían mencionado en tiempos recientes el mis-
mo nombre de tribu, aunque con diversas variantes fonéticas y ortográ-
finás. "' LEHMANN-NITSCHE (d): 233 afirma, sin embargo, recién en
1914 haber comprobado ya en 1902 en Bahía Inútil que el nombre de
la tribu era shilk'nam. Pero BECERRAS: 1750 ya había hecho conocer en
1898 la correspondencia "silknom = indio". Desde entonces se encuen-
tra más a menudo este nombre en los informes. Cito a TONELLI: 9, co-
mo fuente fidedigna, aunque él escribe lelknánz. Hace tiempo que esta
legítima denominación de la tribu de los habitantes de la Isla Grande
se tendría que haber generalizado, al lado del nombre específico haus
adoptado por los habitantes más australes de esta isla (pág. 115). So-
bre esta explicación fundamento mi propio proceder.
Todos nuestros "indios de a pie" han sido llamados hasta ahora,
en general "Ona". Esta designación se lee por primera vez en las ano-
taciones de viaje del Rev. THOMAS BRIDGES que informa a la S. A.
Missionary Society sobre su "late excursion in Onaland" 122 . Una
extraña coincidencia quiere que en el mismo año MORENO (b): 201
también hable de los O ' o n a, que, según él, son los habitantes de la
Isla Grande. Como BRIDGES sólo utilizó el nombre "ona" en sus cartas
posteriores, todos los demás viajeros siguieron su ejemplo, pero mu-
chos de ellos le deben todos sus conocimientos. Otra vez no faltan co-
loridas variantes como a o n a, a ó n a, o' n Ci, etc. 123
La derivación de esta denominación de los habitantes de la Isla
Grande tiene sus antecedentes históricos. Mucho antes de que europeos
pudieran entrar en contacto con los yámana, los misioneros ingleses
ya actuaban entre ellos y les sonsacaron informaciones sobre sus ve-
cinos del norte. BRIDGES, el más confiable de todos, dice en su Dictio-
nary, pág. 10: "ona = the foot-Indians. 5n'ísin = the main land of
Fireland. 5n'aIdgan = Beagle Channel, onaiyúk = the North Coast
of Beagle Channel ... ". En el año 1886 escribió en (h): 200: "La isla prin-
cipal denomínase O n i s i n, o tierra de O n a, del nombre de sus
principales habitantes, los O n a". Esta radical es también una voz yá-
mana; cona tiene el significado común de "hacia el norte, al norte, en el
norte". Esto resulta de las combinaciones de palabras recién mencio-
nadas, sobre todo de la denominación completa de sus vecinos de la
Isla Grande: Ona yámana = la gente del norte.
-

La etimología del nombre ona descubierta por mí debe conside-


rarse como segura. Ya SPEGAZZINI (a): 172 había mencionado que nues-
tros indios eran llamados "por los Jagan A o n a ". Evidentemente los
yámana no distinguieron entre los selk'nam y haus. Además sólo se
deben haber encontrado con estos últimos, de modo que, para ellos,
todos los habitantes de la Isla Grande eran, sin excepción, "gente del
norte".
Me encontré todavía con las siguientes expresiones entre los yá-
mana: Dicen gána yámana para sus vecinos altos del norte. A la pa-
-

122 La divertida variedad ortográfica para este nombre, fue coleccionada por
COOPER: 48.
122 Cité algunos pasajes en la pág. 46.
223 COOPER: 48 da una reseña de distintas obras.
tris de éstos la llaman qiin-ígin o si no también gána-yai, lo que acentúa
el carácter insular. Y, finalmente, al brazo este del Canal de Beagle lo
llaman aon-aságan, que quiere decir el "canal del norte" o el "canal de
aquella gente, nuestros vecinos al norte", porque allí se tocan las
dos tribus.
En la lengua de los selk'nam no existe una raíz gema; aunque
SEGERS: 63 se decida por "a o n a s, en vez de onas, porque así es como
ellos se designan". Lógicamente de ána, se formó el plural bizas, si-
guiendo las reglas de las gramáticas española e inglesa.
Hay pintorescas interpretaciones del nombre ona por escritores
que no conocían su origen yámana, y uno podría hacerse un pasatiem-
po juntándolas. Según BEAUVOIR (b): 202 se repite seguido la sílaba
on en la lengua selk'nam; como los indios del sur la escucharon tantas
veces, llamaron así a la tribu. Pero ni las sílabas ni los encuentros en-
tre las dos tribus eran tan seguidos como para que esa derivación sea
posible. Otros, como asegura este misionero, tratan de derivar el nom-
bre de "chon, quitando ch y añadiendo a al on = ona". Similares es-
fuerzos hicieron FURLONG (r): 183 y DABBENE (b): 117. LEHMANN-
NITSCHE (d): 232 repite que se trata de una "corrupción de Chon, cuyo
primer sonido explosivo (ch), habrá ofrecido dificultades invencibles
a la lengua del indio Yagan". Es cierto que nuestros selk'nam usan la
palabra é'on en el sentido de "hombre, ser humano"; pero el mismo
sonido de dos sílabas no demuestra un parentesco etimológico. Aparte
de otra tentativa de interpretación, FURLONG (r): 183, por su parte,
cree en la posibilidad de "Ona having been derived from Ts-on'aca",
que es como los Tehuelches se llaman a sí mismos. Las dos sílabas
enfáticas mediales fueron llevadas, después de una mutilación inevita-
ble, por los halakwulup a los yámana, siendo utilizadas desde entonces
por estos últimos para la denominación de los "indios de a pie". ¡Este
rodeo, es no sólo para mí, sino también para otros un poco grande!
Pienso que puedo dejar de lado otras tentativas etimológicas igualmen-
te audaces. Sólo quiero mencionar que el indio yámana JEMMY BUTTON
ya le había mencionado al comandante de flota FITZ R0Y (a): 205 la
denominación oens; lo que parece ser una mutilación de cjána con el
agregado de la terminación del plural inglés. BEAUVOIR (b): 178 carece
de fundamento para decir que "onas" es un apodo burlón.

b. Los grupos tribales


pa selk'nam Isla Grande de Tierra del
o en n. Como no ocen embarcaciones de nin-
gun tipo ni den alcanzar de otro o la tierra circundante, per-
mikanecen encerrados en su isla. No pueden salir de ella. Aunque se
an a sí mismos selk'narn, no poseen un nombre propio para esa
isla que consideran como su propiedad. Siempre hablan de yikwqk
háruwenh, "nuestra tierra, nuestra patria"; también dicen yikwqk hgru-
tognh ging "ésta es nuestra tierra, esta tierra es nuestra patria".
BEAUVOIR (a): 5 fue quien primero informó que los aborígenes
llaman a su patria Karu-kinká o Tkoyuská. BORGATELLO (c): 40 escribe
"AVEIPW 7~1111111,1111•4

Káru kinká (dolce gente), Tkeiuká, Kojókerén. ToNELLI: 9 ofrece a su


-

vez Conkujeká "uomini all ovest abitanti". Mis informantes no conocían


ni una ni otra denominación. Esta última expresión, además, me hace
suponer que se trate de una circunscripción adicional. Pero como yo
trataba casi exclusivamente con gente del sur, pues del grupo norte
ya no queda con vida una docena de individuos, es posible que éstos
hayan utilizado para su territorio la denominación Karu Kinká; aunque
-

la interpretación que BEAUVOIR se aventura a hacer_(b)- 201 me-parece---


arbitraria. Pero como ni los indios del sur ni los haus poseen un
nombre propio para su patria, como, además, representantes de am-
bos grupos coincidieron en negar que sus vecinos del norte hayan usa-
do un nombre así y, finalmente como el nombre por mí varias veces
repetido, sonaba extraño a sus oídos, supongo que se debe tratar de
algún error imposible ya de aclarar. Los indios no tenían un nombre
propio comprobable para la Isla Grande.
Mis esfuerzos in situ revelaron que los primitivos habitantes de
estas islas se dividen en tres grupos. Los tres hablan, con el mismo
significado, de los:
p'égitika, los del norte o de las llanuras;
hálnika, los del sur o de las montañas;
winteka, actualmente los del sudeste, que se mantuvieron hasta es-
tos últimos tiempos en la península Mitre. Ellos se autodeno-
minan haus y poblaron, en una primera ola inmigratoria, toda
la Isla Grande.

1. El grupo septentrional

Los indígenas mismos indican los límites geográficos correspon-


dientes. La gente del norte puebla la región que se extiende desde las
costas del Estrecho de Magallanes hasta el Río Grande l". El paisaje de
este territorio presenta las mismas características que las pampas en eI
continente que lo enfrentan. La planicie, generalmente de suelo arenoso,
está interrumpida por suaves ondulaciones y carece, sin embargo, de
bosque. Allí sólo prosperan los matorrales. La diversidad de pájaros
en las lagunas es extraordinariamente rica, y se ven principalmente án-
sares, patos silvestres, cisnes y flamencos. Los cururos removían la
tierra, con sus profundas galerías, hasta que llegaron los rebaños de
ovejas que los fueron desplazando hacia el sur. Constituyeron para el
indio alimento más frecuente que el guanaco. Todo esto contribuyó
a que se formaran particularidades culturales y hasta formaciones
dialectales.
Más que por las mencionadas condiciones naturales, los indios del
norte se distinguían de los del sur por marcadas diferencias sociales.

124 En SEGERS: 66 ya encontramos el nombre propio para este grupo. El habla

de los "aonas del norte o los par r iken s" como habitantes "de las praderas";
contraponiéndolos a los montañeses del sur.
Siempre existió una cierta tirantez e irritabilidad alevosa entre los dos
grupos. Aunque exteriormente pareciera existir afabilidad en el trato,
a menudo estallaban serias enemistades. De este antagonismo, que ha-
bía surgido por razones económicas, no eran del todo conscientes. Los
del norte se alimentaban principalmente de la carne de los cururos y
utilizaban las suaves pieles de estos animales para sus abrigos. Esto
era suficiente para que los del sur los calificasen despreciativamente
de "devoradores de cururos". Ocasionales incursiones de algunos in-
dios del sur en territorio de los del norte por lo tanto nunca ocurrían
con intenciones de caza y, mucho menos, como opina Tommi: 9, para
raptar mujeres; pero a menudo culpaban a un hechicero contrario de
causar enfermedades, desgracias o muertes. Es imposible determinar
la frecuencia de estas disputas, pues para ello faltan datos fidedignos.
Todo esto se ha desarrollado fuera de la vista de los primeros blancos
que empezaron a invadir la región, y de todos modos, desde entonces.
cambiaron las circunstancias. Así y todo, los misioneros se dieron to-
davía cuenta de estas desavenencias. Habían fundado su primera sede
en la zona de las gentes del norte, que seguían impidiendo que los del
sur acudieran a ella. BEAUVOIR (BS: XX, 37; 1896) se queja: "non si
presentarono pl.' in corpo di tribú intera, perché quelli del Nord impo-
sero loro con minaccie la partenza, e passato il Rio Grande, pare si
.siano scambiate alcune frecciate, lasciandovi alcuni anche la vita".
Durante mi estadía allí sólo vivían siete p'ápika adultos. En su
juventud se habían unido a los selk'nam del sur con lo que evitaron las
terribles persecuciones que asolaban su territorio. Es curioso que entre
ellos había dos ancianas que por nada se han dejado separar de su
antiquísimo patrimonio familiar situado dentro de los actuales límites
de la Estancia Carmen. Con tenacidad permanecen en el mismo lugar,
resistiéndose obstinadamente a las vejaciones de los blancos. Otro vie-
jo solitario volvió hace unos pocos años a su tierra ancestral y vive
cerca de las casas de la estancia Bahía Inútil, desde donde lo sostie-
nen con alimentos. HOTEX y la vieja CATALINA ALAMURKE se han unido
al grupo que habita junto al lago Fagnano. A ellos les debo valiosos
datos sobre sus paisanos del norte.

2. El grupo meridional
fá onoce ite septe al de su territorio, pues es
Gr mismo. a el sur, h una transición poco precisa
a los s, explicab or la histo misma (pág. 118).
La patria de los há ska es, en su mayor parte, boscosa. Poco des-
del Río Grande comienza el parque; más hacia el sur aumenta la
extensión de estos bosques y, sobre las montañas, que se elevan en
el fondo, ya se puede observar un monte denso e ininterrumpido. Den-
tro de éste se encuentran alargados pantanos y ciénagas. Los cerros
del Seno del Almirantazgo y los que están al sur del lago Fagnano
sólo son escalados por cazadores. Pero todos evitan la inaccesible ca-
dena montañosa de Darwin, con sus nieves y hielos perpetuos.
vive otra fauna. El guanaco, más que otros mamíferos, ofre-
Aquí vive
ció a nuestros indios lo necesario para sus necesidades vitales. Ade-
más del zorro, los indios del grupo sur cazaban también leones ma-
rinos, pero los ánsares eran aquí mucho menos numerosos que en
el norte.
Comprendemos ahora, por qué los indios del norte cazaban más
con honda en tanto que los del sur preferían arco y flecha. Mientras
que éstos vestían casi exclusivamente con abrigos de iel d,g, cururo,
aquéllos se cubrían con learguanaco:" v y e nd"
cía a qué grupo pertenecía cada individuo. En el norte se utilizaba con
mayor frecuencia el paravientos, en cambio los del sur encontraban fá-
cilmente tronquillos para sus chozas cónicas. A estas divergencias de
tipo económico se les agregaban otras referentes a la fiesta de los Kló-
keten y a otras instituciones. Las diferencias dialectales se reducen al
uso de distintas palabras para la misma cosa. Ciertos productos de la
naturaleza y el uso de diferentes enseres de uno u otro lado del Río
Grande originaron el comercio de canje entre los dos grupos. A ello
sólo se dedicaban en épocas de paz, pero no ha faltado tampoco du-
rante disputas '25 .

3. El grupo oriental
Un poco más acentuadas que las discrepancias culturales entre
estos dos grupos eran las diferencias entre ellos y los haus; las dife-
renciaciones idiomáticas también eran algo más pronunciadas. Todo
esto se debía a condiciones externas.
Ante todo no debe extrañar que la posición particular de este gru-
po recién haya sido descubierta hace poco. Como la apartada región
de la Península Mitre no prometía ningún provecho económico a los
europeos, estos indios pudieron mantenerse allí hasta el día de hoy.
A ellos se referían los informes que los antiguos navegantes dieron
sobre los fueguinos. En la Bahía del Buen Suceso ya habían anclado
los dos NODAL 1619 (pág. 26) y en 1769 el Capitán Coox (pág. 30).
También FITZ R0Y desembarcó allí. El asombrado joven DARWIN re-
produce en su autobiografía (GW: XIV, 1. Parte pág. 224) sus impre-
siones de la siguiente manera: "No creo que ningún espectáculo pueda
ser más interesante que una primera ojeada a hombres en su primi-
tivismo original. Es de un interés difícil de imaginar, hasta que uno
mismo lo ha experimentado. Nunca olvidaré el grito con que nos re-
cibió un grupo de fueguinos cuando entrábamos a la Good Success
Bay. Estaban sentados sobre un risco rodeados del oscuro bosque de
hayas y, con sus gestos salvajes, su manera de levantar los brazos y
el revoleo de sus largas cabelleras al viento, parecían ser espíritus in-
quietos de otro mundo".

125 SEM:AS: 67 exagera, sin embargo, al hablar de una enemistad irreconcilia-


ble entre ambos grupos tribales, por cuya causa durante las continuas luchas
habría quedado aniquilado totalmente el grupo sur, excepto unas pocas personas.
Cuando se escribieron los primeros informes sobre nuestros ha-
bitantes de la isla en la década del ochenta, los haus también apare-
cieron por sus fueros pero no se les reconoció Su papel particular.
De aquella época data la detallada descripción de RAMÓN LISTA
(pág. 52). Pero ya unos años antes THOMAS BRIDGES había descubierto
las diferencias idiomáticas existentes. Su intérprete entendía el dia-
lecto de los haus, pero grande fue el asombro del misionero cuando,
en territorio de los selk'nam, el mismo indio tuvo dificultades para
hacerse entender (pág. 45) 124. En sus viajes de reconocimiento LUCAS
BRIDGES aclaró el estado de cosas, dándole a ese grupo el nombre de
mánekenkn, que ya en 1882, probablemente en base a las informacio-
nes del viejo BRIDGES, había recibido de SPEGAZZINI (a): 72 el nombre
de mac'ck. En 1906 HOLMBERG tuvo noticias de una sola familia sobre-
viviente de "esta raza especial" de Tierra del Fuego y, en 1909, levantó
su voz para exigir una urgente investigación del "último representante
de una raza" que, desconocida hasta ahora, pronto desaparecería irre-
mediablemente. En 1911 COJAZZI: 100 usó por primera vez la denomi-
nación "hauss" como nombre propio de este grupo y, desde entonces,
el mismo se generalizó. Efectivamente, este grupo se nombra a sí mis-
mo haus. Los selk'nam los llaman wintqka, mientras que los haus
usan la palabra selk'nam para sus vecinos del norte. En ambos casos
se trata de nombres propios, por lo que no tienen sentido especial.
Interrogué entre otras a ELISA GASTELUMENDI cuya madre era del sud-
este, de donde también provenía la madre del viejo TENENESK. Ambas
confirmaron que este nombre propio era correcto. TONELLI: 8 pre-
fiere la forma inexacta aus.
Como ya lo mencioné, LUCAS BRIDGES fue el primero en nombrar
al grupo sudeste mánekenkn, denominación que luego fue adoptada
sin crítica por otros viajeros. Sólo LEHMANN-NITSCHE (d): 233 trató
de derivar la palabra etimológicamente. A varios informantes presenté
esta designación para su interpretación; pero cada uno de ellos me-
neaba la cabeza, insistiendo en que "aquella gente se llama a sí misma
haus; nosotros, los selk'nam, los llamamos wintgka". ¿No podría ser
que haya ocurrido una confusión —pensé yo— debido al escaso cono-
cimiento del idioma por un lado y a un entendimiento insuficiente por
el otro? Un día descompuse aquella palabra incomprensible también
para mí, diciendo: mak luink'en. Entonces el viejo TENENESK sonrió
aprobando: "¡Así hablamos nosotros los haus!" Esta frasecita signi-
fica en haus: ¡Tú hombre, tu persona, tus compañeros de tribu! Por
to, uviera q r una e ión útil para el mencionado
ken me decidi a suponer LUCAS BRIDGES, para quien el
ecto, s era extran , interrogo representante de este grupo
diciend Cómo se llama tu pueblo? ¿Cómo se llaman tus compa-
ñeros de tribu?" Y éste, quizás no comprendiendo totalmente la pre-
gunta, habrá respondido con la traducción de la misma, en vez de
contestarla diciendo mak 134nk'en, lo que literalmente significa: "tu
persona, tu gente". Esta interpretación es poco común, pero compren-

126 Según HOLMBERG (a): 51, THOMAS BRIDGES mismo se había dado cuenta de
que su reducido vocabulario del verdadero haus no le servía de nada cuando se
comunicaba con los selk-nam.
la
, K1MEKA 1-AK

411111111
sible, pues no encuentro ninguna mejor. Aquí tendríamos una forma-
ción idéntica a la conocida expresión tekenika.
Los dos grupos concordaban en lo que se refiere a la relación
existente entre los haus y los selk'nam. Decían que los haus habían
llegado primero desde el continente, del otro lado del Estrecho de Ma-
gallanes, y ocuparon la Isla Grande, que poblaron totalmente. Recién
mucho más tarde siguieron los selk'nam. £stos permanecieron inicial-
mente sólo en las regiones-del norte. Pertrcuando lue~terd/Trr~"
bando más selk'nam, los haus se fueron retirando cada vez más hacia
el sur, pues su lengua sonaba algo distinta de la de los últimos inmi-
grantes. Luego los selk'nam se multiplicaron haciéndose cada vez más
numerosos; algunos haus se mezclaron con ellos. De este modo los
selk'nam no tardaron en poseer la mayor parte del territorio, mien-
tras que los haus conservaron su raza pura sólo en el extremo sudeste.
Últimamente fueron disminuyendo cada vez más y los últimos habían
vivido junto con los selk'nam, especialmente desde que los blancos
comenzaron las grandes persecuciones. Al principio se hablaba haus
sin excepción en toda la isla; pero más tarde sólo se escuchaba hablar
en selk'nam.
Claramente se señalaban dos corrientes inmigratorias: primero la
de los haus y luego la de los selk'nam. Durante un proceso de asimi-
lación largo y pacífico los primeros fueron absorbidos por los últimos,
hasta su total desfiguración. En donde esta mezcla no se llevó a cabo,
es decir en el sudeste, los haus se conservaron puros. Pero la absor- .
ciónpaultdeoshrlk'namdetó ra
hasta nuestros días, que sólo unos pocos de aquéllos pudieron conser-
var su posición especial y sus modalidades, las que se dan en todos
los aspectos de su cultura general. Pero las diferencias son sólo un
poco mayores que las que encontramos al comparar a los selk'nam
del norte con los del sur. Por razones evidentes los haus se volcaron
con mayor dedicación a la caza de mamíferos marinos que sus veci-
nos. También comían con gusto todos los crustáceos que la cercana
costa les proporcionaba en abundancia. Ya desde lejos era fácil reco-
nocerlos por el habitual adorno frontal; pues éste no se hacía con la
piel gris de la cabeza del guanaco, como lo usaban los selk'nam, sino
con el pedazo de piel blanca del cuello de este animal o, con mayor
frecuencia, con la negra piel del lobo marino.
No vale la pena enumerar detalles secundarios de las pocas dife-
rencias que existen entre ellos, pues en todo lo esencial, ya sea en lo
económico o en lo espiritual, hay una analogía total. Por otro lado,
parece digno de fe que su estatura media era algo inferior a la de
los selk'nam; aunque autores incompetentes lo niegan. También eran
tenidos por gente tranquila y pacífica. Los perturbadores y aguerridos
pendencieros de la isla eran los selk'nam. En los primeros tiempos,
aparentemente, hubo muchas diferencias y guerras de mayor enver-
gadura, hasta que los haus, por su reducido número, evitaron toda
resistencia, esquivando cualquier roce.
Ya me referí a las principales diferencias en el lenguaje. Sólo
pudo ser rescatada una mínima parte de su dialecto, porque la con-
vivencia de los últimos representantes de este grupo con los bastante
más numerosos selk'nam ha tenido un muy rápido efecto unificador.
Por otra parte, los individuos de dicho grupo estaban totalmente sepa-
rados unos de otros, por lo que un intercambio de ideas en su dialecto
natal era imposible 121 .
Me conmueve profundamente, aún ahora al escribir estas líneas,
que yo haya conocido a una sola representante pura del grupo haus.
Era la vieja MANUELA YOIMOLKE, nonagenaria que vivía casi solitaria
en la Estancia Teresita. A menudo tendré que nombrar en las pró-
ximas páginas de este libro a mi confidente TENENESK, de cuya bene-
volencia yo he usado en forma especial. Era un hombre sumamente
influyente y además era el más renombrado hechicero de los últimos
tiempos. Su madre YUYUTA era una haus pura, su padre KAUKAIS era
selk'nam. De este último había recibido su nombre. Ni él, ni la algo
más joven K'oliNI pueden considerarse como haus puros. El padre de
ésta fue un haus, pero su madre una yámana. Hoy es una viuda de
unos 50 años aproximadamente y todavía vive en la zona de la Bahía
Moat. La situación familiar es parecida en el caso de ELISA HOUNTEN,
cuyo padre era un selk'nam, mientras que la madre, la arriba men-
cionada YOIMOLKE, era una haus. De su primera unión con un argen-
tino había nacido su hijo GARIBALDI, que se había criado casi exclu-
sivamente entre blancos y que, por ende, no estaba en condiciones de
proporcionarme datos seguros sobre sus antepasados indígenas. Tran-
sitoriamente fue administrador de la pequeña granja ubicada junto al
Lago Fagnano. A principios de 1920 ELISA, de 45 años de edad, con-
trajo nuevamente matrimonio con un español, y murió en 1921 de
sobreparto. A ella se le debe la lista de palabras confeccionada por
ToNELLI: 8 128 . Finalmente, también AK'NAIYEN, de 45 años de edad
aproximadamente, tuvo una madre haus, mientras que su padre fue
un selk'nam. Es la mujer de SALVADOR, que es un poco menor que ella.
Tomando esta estadística personal como base, las informaciones
de HOLMBERG (a): 51 y (b) quedan desvirtuadas, aunque sea lamen-
table ver tan poco del patrimonio cultural de los haus salvado para
el futuro.
De los recién nombrados ya han muerto TENENESK, YOIMOLKE 37
HOUNTEN, y de los otros no he sabido nada hasta fines de 1930. Para
profundizar nuestros conocimientos sobre los haus ya es tarde. Corno
no se ha reunido suficiente material para llenar una monografía con
la descripción del desarrollo especial de este grupo del sudeste, me
parece oportuno intercalar, en los próximos párrafos, en cada caso, las
correspondientes diferencias entre los haus y los selk'nam, aunque las
mismas no sean esenciales. Sólo la lista de palabras aparecerá como
un trabajo separado. Evito el nombre wínt9ka; pienso que en todo
caso es más justo denominar también a este grupo con el nombre
que él mismo se da, es decir el de haus, y que puede haberse desarro-
~"daligual que las demás particularidades dialectales. Al mismo tiem-
po se obtiene también la ventaja práctica de que las pocas diferencias

in Véase por ahora COOPER: 50 y GUSINDE (s): 1005 sobre el patrimonio lin-
güístico de los haus.
128 Publicada por primera vez junto con otros detalles etnográficos por
COJAZZI: 100 ES, y confirmada luego por TONELLI: 8. Véase BEAUVOIR (b): 171.
que unos tienen frente a otros se hacen más evidentes si se acentúa,
al mencionarlas, su origen haus.
Según el juicio apreciativo global de los selk'nam los haus son ver-
daderos selk'nam, pero no tan definidos y exclusivos como la propia
gente del norte y del sur. Con esto justifico el haber dado a esta obra
el título de "Los selk'nam", porque en ella quiero dar una descripción
gráfica de la vida de todos los aborígenes de la Isla Grande que, aunque
estén separados en tres grandes grupos 129 , son, en general, así como en
los pormenores, culturalmente idénticos. No considero que los haus sean
un pueblo o una tribu aparte de los selk'nam, pues para una se ara-
ción de este tipo faltan los requisitos en las áreas cul les, id
ticas y físicas. Si otros co FURLONG (10 34 y Lo P: 24
vienen en favor de la inde ncia de lo s com u, 1
sin presentar fundamento' retes y ndiend alm
similitudes esenciales entre aus y selk'nam.
Resumiendo someramente llegamos al resultado siguiente: los in-
dígenas de la Isla Grande se dividen en tres grupos, según diferencias
culturales y dialectales de poca importancia causadas por las condi-
ciones naturales de su territorio natal. A todos ellos se los puede
reunir bajo la denominación general de selk'nam, pues forman un
pueblo, una raza, un tronco lingüístico. No se puede demostrar que
alguno de los tres grupos sea una tribu (Stamm) independiente, aun-
que habiten en regiones geográficas distintas. El grupo sudoriental, que
se autodenomina haus, es considerado como la primera ola inmigra-
toria a la Isla Grande, a la que más tarde siguieron los más numero-
sos selk'nam. estos han hecho desaparecer casi totalmente a aquéllos,
mediante un gradual proceso de absorción, de modo que en los últi-
mos decenios los pocos haus sobrevivientes apenas pueden ser recono-
cidos como tales.

c. Su procedencia
Cualquier comparación superficial no deja duda alguna de que los
selk'nam conforman una unidad de pueblo y raza con sus vecinos del
norte del Estrecho de Magallanes "°. Sin embargo, existen ciertas difi-
cultades para explicar el pasaje de los indios patagónicos a la Isla
Grande, por la innegable circunstancia de que ni en un lado ni en el
otro se utilizaba embarcación alguna que hubiera podido servir para
cruzar el ancho estrecho. En la memoria y en los mitos de los selk'nam
no se alude en lo más mínimo al modo y al medio —ya fuera una
canoa u otro elemento con que los antepasados se aventuraron a na-

129 SEGERS: 81 cuenta "seis tribus", FURLONG (s): 186 once "clanes". En reali-
dad sólo puede referirse a pequeños grupos locales limitados a pequeños territo-
rios. Toda la Isla Grande estaba dividida en 39 zonas y cada una era propiedad
de un grupo familiar. TONELLI: 9, tan fidedigno, sólo conoce una tripartición de
los habitantes de la isla; pero separa más profundamente a los haus de los gru-
pos del norte y del sur, de lo que yo podría aceptar.
193 Debo dejar para el último tomo de esta obra la detallada demostración
de esto, así como las similitudes "somáticas y lingüísticas.
vegar aquellas aguas. Con todo, la llegada a su nueva patria no puede
haber ocurrido antes de que ésta hubiera alcanzado su carácter de
isla; pues "dicho Estrecho de Magallanes es más antiguo que la exis-
tencia del hombre en esas regiones" (NoaDENsmOLD [e]: 165). ¡Apa-
rentemente, el selk'nam tiene por naturaleza un poderoso terror al
agua! Basta haber observado con qué torpeza se preparan para cru-
zar un río vadeable '", con cuánto desagrado se atreven a internarse en
la orilla cuando la marea está baja, a pesar de la poca caída que tiene la
costa a lo largo de todo el lado oriental de la Isla Grande. Por consi-
guiente, se buscará en vano a alguien que sepa nadar.
No pocos navegantes antiguos habían señalado ya el extraño hecho
de que no habían podido descubrir el menor rastro de embarcacio-
nes, de cualquier tipo, pertenecientes a los patagones o a los selk-nam.
En cambio, han visto con frecuencia las frágiles canoas de corteza de los
indios canoeros. Esta divergencia sorprendente ya había dado mucho
que pensar. Sólo hay dos posibilidades para llegar a la Isla Grande.
Yo me inclino más por la última.

1. Ponderaciones históricas

Datos histórico-culturales dignos de consideración indican que los


halakwulup alcanzaron su actual territorio antes que los selk'nam.
Como los primeros acostumbraban visitar ambas costas del Estrecho
de Magallanes hasta su entrada oriental, no les faltaban contactos con
los habitantes de la Patagonia continental de entonces. Sea cual fuere
la razón, una vez sintieron los últimos el deseo de llegar a las tierras
que se extendían hacia el sur y que para ellos eran claramente visi-
bles. Según suponen NORDENSKJOLD (e): 163, LOTHROP: 200 y otros, el
cruce del ancho brazo de agua se llevó a cabo con las grandes canoas
de los halakwulup, donde a veces tienen lugar hasta veinte personas.
Contra esta teoría puede argumentarse, hasta cierto punto por lo
menos, señalando el temor al agua de nuestros indios, así como su
inexperiencia en la construcción de botes —rasgos característicos de
los cuales ya se habló anteriormente—. Pero si el traspaso a la isla
hubiera sido una tentativa de salvación ante un gran peligro, ¿por
qué los indios no pueden haberlo emprendido a pesar de todo? En-
trando en detalles, surgirían todavía las siguientes dudas: ¿de dónde
conseguirían los halakwulup tantas canoas para transportar tanta gen-
a vezQuién serle capaz de remar y navegar sin práctica alguna
4 ■146,
noas ,que con tannr facilidad puedrn zozobrar en esas aguas trai-
yeabñras éintranquilas?
., Con todo, OUTES (a): 270 sostiene incluso que hubo un tráfico
más o menos regular entre ambas orillas del Estrecho de Magallanes.
Éste se habría efectuado de tal manera "que los onas se valían de sus
vecinos (esto es, los halakwulup), que conocían el arte de navegar,
para trasladarse de continuo a las playas norte del estrecho". Para

131 LOTHROP: 201 confirma esto en base a experiencias que BRIDGES tuvo con
estos indios.
apoyar su opinión cita una información que dáta del único sobrevi•
viente de los primeros fundadores de la ciudad de San Felipe. Esta
población fue asentada por SARMIENTO en el año 1584 en el lugar don-
de está actualmente Puerto Hambre. En la "Declaración" que el cono-
cido TOME HERNÁNDEZ tuvo que hacer, se le preguntó también "si acia
la parte del Sur, viniendo por el Estrecho hai alguna gente; y si se
comunica con la de enfrente? Dixo: Que de la Tierra de los
Fuegos, que está a la parte
del Sur, pa.sal9a.n algM101
raguas, que son como Canoas, y se comunicaban de una banda a otra,
y así entiendo que usan de una misma lengua, y estos son Indios de
la tierra llana, que son Gigantes, y se comunican con la gente de la
tierra de los Fuegos, que son como ellos..." (SARMIENTO: Via-
ge. . XXIX). La descripción, algo seductora, a mi juicio no indica for-
zosamente que los "indios en piraguas" fueran selk'nam. Éstos eran
más bien verdaderos halakwulup y el propio OUTES también lo cree
así. No hay duda alguna de que éstos llegaron con sus canoas desde
la orilla norte de la Isla Grande hasta la costa sur de la tierra firme
para negociar con los patagones. Pero con esto no hay evidencia de
que los selk'nam hayan cruzado el Estrecho de Magallanes y ésa es
la que estamos buscando aquí. OUTES nos debe la prueba de que los
selk'nam cruzaron el estrecho en las canoas de los halakwulup. La
"Declaración" de HERNÁNDEZ sólo demuestra que en aquella época,
así como antes y después, los halakwulup estaban en relaciones con
los patagones "2 .
Con todo, permanece en píe la posibilidad de que nuestros selk'-
nam hayan atravesado el Estrecho de Magallanes en canoas de corteza
de los halakwulup, aunque ello sea poco probable.

2. Alusiones mitológicas
Según una tradición antigua, los primeros selk'nam llegaron del
norte a pie. BEAUVOIR (b): 201 también nos la comunica utilizando casi
las mismas palabras, con las que más tarde fuentes fidedignas me la
contaron en repetidas ocasiones. Esta historia, ampliamente conocida,
aparentemente nunca obtuvo un propio texto fijo, sino que cada uno
transmitía las ideas consecutivas con sus propias palabras. En ella se
decía: Nuestros antepasados siempre contaban que los primeros hom-
bres de nuestro pueblo llegaron desde el otro lado del estrecho, a la
costa norte de nuestra actual patria. Su patria estaba antes en el nor-
te. En aquel tiempo, todavía existían pasos angostos. Sobre ellos cual-
quiera podía llegar de una orilla a la otra. Cuando llegaron aquí los
primeros de nuestro pueblo encontraron esta amplia región totalmente
vacía de gente; ellos mismos fueron los primeros hombres que pisa-
ron esta tierra. Habían venido para cazar guanacos. Cada vez que
venían, permanecían varios meses aquí y después regresaban al norte "'.

132 Las informaciones que SEGERS: 64 proporciona con respecto a indios "que
veinte años atrás todavía cruzaban a menudo el Estrecho, de la costa Patagónica
a la costa Fueguina", se refieren claramente a los halakwulup.
133 Hay, además, una vieja leyenda que dice que Kenos, la primera y más
KWÁNYIP también llegó por primera vez a estas tierras procedente
de la tierra firme. Traía consigo un rebaño de guanacos amansados
y todos ellos pasaron por la angosta senda. Cuando se le acababan sus
animales, pues les servían de alimento a él y a su familia, volvía por
el mismo camino a su patria del norte para traer otra manada. Varias
veces había ido y vuelto. Hoy en día todavía se encuentran algunos
de esos guanacos cuya morada es la tierra firme del norte y que fue-
ron traídos por KWÁNYIP en aquel entonces; son más bajos y más
anchos que los que se crían en la Isla Grande.
Los primeros inmigrantes fueron los haus. Éstos se extendieron
en todas direcciones y en la Isla Grande sólo se hablaba su idioma.
En número mucho mayor llegaron más tarde los selk'nam. Los haus
disminuyeron cada vez más, y se mantuvieron principalmente en el
rincón sudeste. Los recién llegados —este es un informe particular
que TENENESK agregó— eran haus, pues vestían un kálel blanco. Para
hacerlo utilizaban la piel abdominal del guanaco. Los que llegaron
más tarde acostumbraban ataviarse con el ktZel gris; por él se reco-
noce al selk'nam. Como éstos se hacían cada vez más numerosos, se
generalizó junto con ellos el káZe/ gris. últimamente sólo quedaban
unos pocos haus que todavía mantenían su Iciiéel blanco (pág. 118).
Por ese paso se podía alcanzar desde nuestra isla el continente
del norte. Un día, cuando se había congregado otra vez mucha gente
en la Isla Grande para cazar guanacos, ocurrió inesperadamente una
poderosa conmoción en la naturaleza y, con violencia, se sacudió la
tierra, enormes olas se arrojaron contra la orilla penetrando profun-
damente en la tierra. La gente se recuperó de su pavor recién cuando
volvió a reinar la calma. Pronto quisieron regresar a su tierra. Pero
los pasos acostumbrados estaban ahora cubiertos por el agua. Así se
vieron impedidos de volver. Como no había modo de regresar, se dis-
persaron sobre la isla, que es similar al territorio del norte; también
encontraron en ella la misma fauna para su cacería y ante todo los
guanacos.
Como en este relato, existen en la historia de la familia de KWÁNYIP
y en el mito de la lucha del norte contra el sur otras referencias al
paso entre la actual Isla Grande y el continente, con más exactitud,
con el sur de la Patagonia. Lógicamente estoy lejos de atribuir valor
histórico a un motivo mitológico sin crítica alguna. Pero los hechos
sobre los que se basantas historias tfa deben ser barridos sin más
esa a discus del problem nto más que no contienen
tes adiccione temporales e incongruencias objetivas, ni
n de da •s contradictorios.
(:Qui ero intercalar aquí otro motivo legendario al que no corres-
pOnue la misma importancia en lo que se refiere a igualdades cultu-
rales comprobables, pero que puede valer como apoyo de la inmi-
gración selk'nam desde la Patagonia. En enero de 1919, GUILLERMO
BRIDGES me comunicó que un antiguo relato indígena menciona a un
vigoroso pájaro de patas largas, que aunque extiende sus alas, no

importante personalidad mitológica, asignó a los selk-nam estas tierras como pa-
tria y patrimonio.
124 PRIMERA PARTE

puede elevarse por los aires 134 Esta descripción se refiere sin duda
.

al avestruz patagónico (Rhea darwini). Nuestros selk'nam tienen que


haber traído el conocimiento del ave desde la Patagonia, pues es sa-
bido que siempre faltó sobre la Isla Grande, así como el puma y el
gran ciervo chileno. A pesar de mis esfuerzos personales tuve qué
constatar que mis informantes ni tenían memoria del avestruz ni re-
cordaban cuento alguno dedicado a él.

3. Las posibilidades geográficas

Por fin se impone la justificada pregunta: ¿las condiciones geo-


lógico-geográficas de aquellas regiones presentan, en realidad, alguna
posibilidad para cruzar a pie el estrecho desde la Patagonia hasta la
Isla Grande? El período glacial del terciario queda excluido porque
en esa era la población indígena todavía no ppdía estar presente. Pero
las formaciones postglaciales 135 dejan reconocer desplazamientos de la
playa o también levantamientos del terreno de cierta importancia, por
lo que la línea de la costa debe haber tenido otro trazado, distinto
al de hoy. Llama la atención, en la topografía general de estas regio-
nes australes, la actual cobertura de hielo, pues en ningún lugar de
la tierra los glaciares alcanzan extensiones tales como aquí en lati-
tudes de tan baja graduación. Los fósiles indican variaciones del clima
durante el terciario. Hasta nuestra época la línea de la costa ha su-
frido muchas alteraciones, especialmente sobre los lados norte y este
de la Isla Grande. Llama la atención la pobreza de especies en la
flora y fauna fueguina, si tenemos en cuenta la riqueza de especies
que encontramos en la costa norte del Estrecho de Magallanes. Eso
no permite otra explicación sino que "los territorios magallánicos po-
seen desde hace poco su actual clima relativamente benigno" (NORDENS.
KJOLD (i): I, 60). Si relacionamos los desplazamientos de la playa y
los cambios en el nivel del agua durante el período postglacial con los
dos lugares en los que las costas norte y sur del Estrecho de Maga-
llanes se aproximan más, es decir en la Primera y en la Segunda An-
gostura, de las cuales la Primera sólo mide un ancho de 3,5 km a nivel
medio de aguas, entonces es difícil rechazar la posibilidad de un an-
gosto puente de tierra entre ambas orillas. Éste no necesariamente
debió emerger siempre del agua; para atravesarlo sería suficiente que
una ocasional bajante descubriera la zona de unión vadeable. En cierta
oportunidad sometí al investigador sueco OTTO NORDENSKJÓLD, excelente
conocedor de las formaciones geológicas de aquellas regiones del sur,
la antiquísima historia de los selk'nam, que cuenta la migración de
este pueblo a su actual territorio para pedirle luego su opinión al
respecto. Me dijo que indudablemente puede haber existido un paso
así; aunque todavía no fue claramente ubicado, habría que buscarlo
ante todo en la zona de las dos Angosturas.

134 LOTHROP: 200 informó más tarde lo mismo.


135 Éstas han sido minuciosamente investigadas, respetando otros observado-
res, por OTTO NORDENSKJÓLD (i): I, 13 ss quien las describió detalladamente.
Hace poco, he consultado todavía al experimentado geólogo HANS
STEFFEN, quien, en carta del 18 de noviembre de 1929, me proporcionó
amablemente la siguiente información: "En contestación a su reque-
rimiento me permito comunicarle que también comparto la idea de que
las tribus selk'nam y haus hayan llevado a cabo el cruce del conti-
nente a la principal isla fueguina sin la utilización de embarcaciones.
Yo me imagino que estas migraciones tuvieron lugar en el último
período de avance de los hielos de la Patagonia austral durante la
era glacial, cuando ciertas partes del Estrecho de Magallanes medio y
oriental todavía estaban cubiertas por los hielos, sirviéndoles éstos de
puente".
Para nuestros fines será suficiente que los datos de la antigua le-
yenda probablemente se basan en hechos históricos; es decir, que los
primeros indios que llegaron a la Isla Grande vinieron del norte, o sea
del sur de la Patagonia, cruzando por un angosto puente de hielo o
tierra. La inmigración debe haberse realizado por etapas; pero la dife-
renciación lingüística y cultural de los tres grupos se debe haber cris-
talizado recién en su nueva patria, en donde la geografía local fue la
causa de estas formaciones, es decir, la que creó separaciones que
originaron divergencias dialectales entre vecinos.
El viejo KEITETOWH, cuya opinión sólo pocos comparten, dice que
el primer grupo llegó formando una masa uniforme. "Antes no había
ningún hombre en la Isla Grande. Nuestros antepasados, los selk'nam,
fueron los primeros aquí. Muchos de los nuestros llegaron y se repar-
tieron hacia todas las direcciones; algunos se quedaron en el norte,
otros en el sur y otros en el sudeste. Como casi no alternaban entre
ellos, se distanciaron cada vez más. Más tarde hasta hubo guerras en-
tre la gente del norte y los del sur y entre éstos y los haus."
Existen algunas voces que dicen que la colonización de la Isla
Grande se realizó desde la costa sur de la Patagonia, pero nunca ana-
lizan en forma competente las condiciones geológicas. Las conjeturas
de WIEGHARDT: 5 no resisten la crítica. GALLARDO: 104 no hace llegar
a los selk'nam a la Isla Grande por un puente ni por embarcaciones;
deja que el lector se forme su propia idea sobre el origen de estos
indios.

d. Las relaciones con las tribus vecinas


En su isla, los selk'nam están tan estrictamente separados de las
otras tribus, que los encuentros con algunos representantes de las mis-
mas sólo tienen lugar cuando estos grupos visitan las costas de la Isla
Grande. Nuestros indios carecen de embarcaciones '"; pero como las
tribus vecinas las poseen, tienen la posibilidad de acercarse.
La naturaleza impuso estrechos límites a las relaciones con los
yárnana. Sólo en la costa norte del Canal de Beagle, aproximadamente

,16 La aislada afirmación de FURLONG (r): 181 de que los haus en parte
"during the quieter season of the year used canoes", carece totalmente de fun-
damento y contradice observaciones anteriores. Véase supra, pág. 121.
desde Puerto Brown hacia el este hasta Bahía Sloggett podían encon-
trarse los miembros de ambas tribus. Por su parte los yámana, en
sus frágiles canoas, no se animaban a adelantarse más hacia el oriente
sobre la costa sur de la Península Mitre y los selk'nam siempre evi-
taron cruzar las sierras de Sorondo y Valdivia. Los integrantes de la
familia LAWRENCE, basados en su competente e ininterrumpida expe-
riencia de sesenta años, me aseguraron que nunca habían visto que
los selk'nam se hubieran acercado, ni solos ni en grupos, desde las
montañas o los valles que quedan al oeste de Puerto Brown; tampoco
habían oído hablar de que en épocas anteriores hubieran tenido lugar
intentos de este tipo '". Considerando las condiciones geográficas de
la región, solamente se presta para contacto entre estas tribus la zona
de Puerto Harberton.
Entre los yámana nuestros isleños se llamaban simplemente czána-
yámana, "gente del norte", sin diferenciar entre los dos grupos selk'-
nam y los haus. Sólo estos últimos eran vecinos inmediatos de los
canoeros australes. Los habitantes de la isla denominaban a un hom-
bre yámana w6wen y a la mujer yámana áilenh. Las dos expresiones
se consideran nombres propios !".
Sobre la relación que existía entre las tres tribus, los distintos
viajeros emiten opiniones contradictorias al extremo, justamente por-
que son tan ajenos a la realidad. ¡Otra vez se demuestra la increíble
falta de espíritu crítico! BEAUVOIR (a): 6 escribe: "Los de una raza
odian y temen a los de las otras, creyéndolos monstruos feroces y
antropófagos sin entenderse entre sí". En aguda contraposición, BRID-
GER (k): 234 describe en general su relación como amistosa y con-
fiada 139

1. Los Selk'nam y los yámana


¿De qué modo eran, en particular, las relaciones entre los selk'-
nam 14° y los yámana? Si nos imaginamos la escasa extensión de la
costa norte del Canal de Beagle oriental 141 , en la que se encontraban

137 Véase las experiencias de LAWRENCE y BRIDGES en MM: XXX, 127; 1896, al
escalar una montaña cerca de Ushuaia.
138 Las denominaciones y ensayos etimológicos que FURLCING (r): 181, 183, pre-
senta son inexactos y constituyen construcciones especulativas.
139 Según F. A. Coox (a): 99 nuestros selk'nam otorgaban permiso a los yá-
mana y halakwulup para desembarcar en las costas de su isla natal. Sin embargo,
aquellas dos tribus consideraban que era su derecho amarrar a su gusto en las
costas de su elección.
140 Aquí hablo indistintamente de haus y selk'nam; pues es imposible trazar
límites territoriales entre ellos para los últimos siglos y para los tiempos de hoy
desaparecieron estas demarcaciones totalmente. Por ejemplo, es imposible de-
terminar cuántos haus puros todavía existían en el año 1900. Según MM: XLVI,
128, en el año 1912 sólo quedaban cinco o seis sobrevivientes. Véase mi propio
censo, pág. 119.
FURLONG (r): 185 extiende la propiedad territorial de los selk'nam más
hacia el sur: pues "those of Teninisk and Asnikin occupy territory on Navarin
Island", hacia donde se habrían retirado los grupos familiares mencionados. Este
miembros de ambas tribus, es evidente que lo estrecho de la zona de
contacto redujo considerablemente las posibilidades de acercamiento.
En esta región habitaban los yámana orientales, que se mantenían
distanciados de los otros grupos de su tribu. Por otro lado, circulaban
por esta angosta franja sólo algunos de los llamados grupos familiares
'Sippen) de los haus; pues también éstos se mantenían dentro de los
limites de su patrimonio familiar, igual que los selk'nam. WIEGHARDT:
5 dice, confirmando que los indios de a pie "raras veces han sido ob-
servados en las costas septentrionales del mismo Canal de Beagle"; lo
que coincide con la afirmación de DAEBENE (b): 218, de que "antes
llegaban sólo accidentalmente sobre los bordes de este canal". Con
esto también se rebaten las afirmaciones emitidas por FITZ ROY: 205
—basadas en las narraciones de JEMMY— cuando dice que en la época
otoñal los selk'nam avanzan con una fuerza de cincuenta a cien hom-
bres y amenazan a los yámana con violentos combates. En vano nos
preguntamos cómo se habrían llevado a cabo en la realidad estas lu-
chas entre indios de a pie sin experiencia en la navegación e indios
canoeros siempre dispuestos a una rápida fuga, y si, además, ambas
partes sólo acostumbraban encontrarse en muy pequeños grupos.
Las ocasiones para visitas recíprocas eran pocas. Ciertamente se
había desarrollado un limitado comercio de canje: los selk'nam daban
arcos y flechas contra adornos, pieles de lobos marinos o tierras colo-
rantes de los yámana. No tenían otras cosas para ofrecer. Además
era difícil manejar las armas mencionadas en las canoas. Efectivamen-
te, se veía que los yámana orientales las utilizaban más, pues rastrea-
ban al guanaco en la Isla Navarino; los yámana centrales se valían
algo menos de ellos, aunque cazaban este animal entre Ushuaia y Puer-
to Harberton, y los tres grupos occidentales hacían raras veces uso
de arco y flecha. Los haus cubrían casi totalmente las necesidades de
estos objetos, pero sólo se trataba de cantidades pequeñas. HAHN
45, que habla de este intercambio, dice que para este fin las tri-
bus se encuentran sólo una vez al año; durante el resto del tiempo
viven la una al lado de la otra "en bonne intelligence" 142.
Como las visitas eran entonces raras, los casamientos entre unos
y otros también eran muy ocasionales. Los selk'nam también se sen-
tían inhibidos por su sentido estético. La figura corta y desproporcio-
nada de las mujeres yámana les desagradaba. Como acostumbraban
mofarse de las mujeres de la tribu vecina, no cualquiera hubiera so-
portado la burla de su propia gente, en caso de que tomara como
esposa a una yámana. Está probado que matrimonios entre las dos
tribus tuvieron lugar, pero ocurrían con muy poca frecuencia. "Les
Ona de la baie Sloggett se marient quelquefois avec des femmes yah-
ganes" (HAHN di : 45); GALLARDO: 110, 216 también hace las mismas

tipo de afirmaciones queda desvirtuado de entrada. TENENESK nunca salió de


su isla natal. Es verdad que los BRIDGES llevaban ocasionalmente a uno u otro
selk'nam como acompañante, cuando con su bote a remo navegaban a la Isla
Navarino para cazar guanacos. Detalles así no forman parte de la descripción
de las instituciones originarias de nuestros indios.
142 Aunque los miembros de "La Romanche" lo deseaban ansiosamente, no
se les presentó oportunidad de ver a los selk'nam. Véase HAHN (d): 45.
limitaciones. Además nuestros selk'nam no se olvidan al buscar pareja
de la circunstancia fundamental de que su futura mujer representa
una fuerza irreemplazable en la distribución del trabajo dentro del
sistema económico de la familia; "por ello las mujeres yámana no
nos sirven", me repitieron a menudo; "¡porque ellas no viven ni tra-
bajan como nosotros!"
Si una mujer de la tribu vecina no tiene utilidad práctica para
nuestros indios, falta el motivo para incursiones cuya finalidad con-
siste en raptar mujeres del otro lado; tal afirmación ha sido difundida
por algunos viajeros '". Con seguridad ha habido ocasionales asaltos
de este tipo en los que se secuestraron mujeres y niños. Con el tiempo
estas mujeres se las arreglaban para huir, y nadie se lo impedía. Si
el rapto de mujeres hubiera sido un peligro realmente grande por
parte de los indios caminadores, entonces los yámana se podrían ha-
ber mantenido cómodamente alejados de ese borde sudeste de la Isla
Grande, ya que sus enemigos no los podrían haber seguido. Si se
producían matrimonios entre ellos, entonces, pues, era sólo por acuer-
do de ambos lados. En tiempos pasados eran de una extrema rareza,
pero en la última mitad del siglo, cuando ambas tribus se acercaron
más por la influencia de los europeos, sucedieron más a menudo.
Pero lo que antiguamente nunca hubiera sido posible lo ha traído la
época moderna, y es que un hombre yámana se case con una mujer
selk'nam. Existía, por ejemplo, un matrimonio entre KAUKONIMS, una
hermana de la vieja MANUELA YOIMOLKE, ambas haus puras, con el
varón yámana AIYELHAU.
Es sabido que los yámana vivían continuamente atemorizados por
sus gigantescos y rápidos vecinos '. En lo posible se mantenían alejados
' 4

de ellos, pues un encuentro casual podía resultarles desagradable y has-


ta casi inquietante. Todavía hoy los embarga esta sensación. No sólo yo
pude observar este hecho, sino que recibí la confirmación evidente por
ambos lados, cuando inesperadamente pequeños grupos de hombres
selk'nam marchaban a través de poblados de yámanas. Finalmente la
cantidad de voces que una tribu adoptó del léxico de la otra no es exi-
gua. Era muy raro que un hombre aprendiera algunos pocos vocablos
de sus vecinos y el intercambio comercial se llevaba a cabo mediante
signos. Cómo se transmitieron importantes partes del tesoro de la cul-
tura espiritual, sólo puede ser motivo de conjetura.
La antigua relación entre las dos tribus ha sufrido un cambio esen-
cial desde el inicio de la misión y el establecimiento de los europeos.
Apenas había instalado el misionero BRIDGES su estancia en Puerto Har-
berton, cuando atrajo algunos indios de a pie y trató de asentarlos allí,
junto con un gran número de yámana. En esta coexistencia, una tribu

143 Según F. A. Coox (d): 90 los raptos de mujeres fueron "tan frecuentes
antiguamente que en el sudeste de la isla floreció una tribu nueva mezcla de
Yahganes y Onas" ... ¡Ensayo poco feliz para demostrar la formación de los haus!
144 Las experiencias que LISTA (b): 132 tuvo con el jefe yámana NOHSTE, no
demuestran un tráfico frecuente entre representantes de ambas tribus sino, en
el mejor de los casos, relaciones favorables. Que éstas existieron lo admite abier-
tamente un conocedor mucho mejor de las circunstancias como J. LAWRENCE.
lo demuestra con el hecho de que se hayan consumado algunos matrimonios en-
tre las dos tribus. (MM: XXX, 127; 1896.)
aprendió algunas palabras de la otra, como JOHN LAWRENCE (MM:XXI,
174, 1887) pudo observar durante su visita en marzo de 1887, para su
mayor asombro. Pero, más tarde, en marzo de 1899, destaca que sólo
pocos haus aparecen transitoriamente por allí. Un adelanto interesante
en la asimilación recíproca se evidencia cuando "a young woman and
girl ... are now at the estancia; the young woman is married to a
Yahgan who workes the ..." (MM: XXXIII, 151; 1899). Por el año 1890
las furiosas persecuciones contra los selk'nam habían culminado de cier-
ta manera; acosados como ariscas piezas de caza buscaron protección
pasajeramente en territorio yámana. Algunos fueron encomendados al
amparo de los empleados del gobierno argentino en Ushuaia. Por este
motivo se juntaba esporádicamente en esta pequeña ciudad, la más aus-
tral del mundo, buen número de selk'nam. En marzo de 1896 fueron
casualinente más numerosos que los nunca sedentarios yámana. JoHN
LAWRENCE destaca expresamente este fenómeno como extraordinario
1MM: XXX, 12'7; 1896) "which has never been the case before, at least
not during our long residence in this country, and not very probable
that such a thing happened previous to that, or there would have been
some verbal tradition of it among the Yahgans".
Al amoldar su forma de vida a la europea, la economía doméstica
de la familia indígena sufrió grandes cambios; ahora era más fácil
para un hombre de una tribu formar un hogar con una mujer de otra y,
está probado, que de allí en adelante, matrimonios mixtos entre ellas
ocurrían con mayor frecuencia. Es difícil probar que entre los haus se
haya producido una mayoría de mujeres, como J. LAWRENCE (ib) supo-
ne; para nosotros es suficiente saber que, en aquellos años se realizaron
uniones entre jóvenes yámana y muchachas haus en el trayecto que se
extiende hacia el este de Puerto Brown. "These Ona wives seem to get on
fairly well among the Yaghan women; as a rule they are healthy, cleanly
and strong" (MM: XXXV, 318; 1901). Pero estos casamientos intertri-
bales se debían a la inseguridad general de los indios perseguidos.
Por lo tanto, en tiempos pasados, los habitantes más australes de
la Isla Grande tuvieron sólo escaso y ocasional contacto con los yá-
mana orientales; carecían de motivo para raptar mujeres de la otra
tribu. Las relaciones entre las tribus, no sólo eran indiferentes, sino que
los yámana evitaban expresamente encuentros con sus vecinos altos
y fornidos.

2. Los selk'nam y los halakwulup


Las largas y extensas costas de la Isla Grande que los halakwulup
bordeaban con sus canoas, los invitaban a un contacto comparativa-
mente mayor con los selk'nam. Pero estas dos tribus no se sentían
mutuamente atraídas por la simpatía. La razón más común de los ha-
lakwulup para desembarcar en la Isla Grande era algún rápido cambio
de tiempo que, en el Estrecho de Magallanes, con frecuencia sobreviene
muy sorpresivamente a los navegantes. Ni remotamente estas playas
los atraían para juntar leña, pues no la había; grandes provisiones de
la misma encontraban en el lado norte del Estrecho de Magallanes y
en las islas vecinas. Esta razón también los mantenía alejados de las
playas arenosas de la Bahía Inútil; pues algo más al sur, en el Canal
Whiteside y en el Seno del Almirantazgo, encontraban en abundancia
todo lo que necesitaban. Por esta parte sudoeste de la Isla Grande
nunca aparecían los indios de a pie. Para buscar alimento, nuestros
canoeros se llegaban hasta algunas zonas costeras de la Isla Grande,
en especial de la costa norte, que, con sus lagunas saladas, ofrecía una
gran riqueza de pájaros y, en algunas rocas bajas o bancos de arena,
no faltaban lobos marinos y moluscos. Al agudo observador CóRDOVA:
132 no se le había escapado que "el principal motivo que los indios
tenían para cruzar a la Tierra del Fuego... era la pesca del atún, de
lobos marinos y ballenas, que raras veces aparecen en la costa norte
del Estrecho". Que algunas familias halakwulup desembarcaban en la
Isla Grande no necesariamente suponía que miembros de ambas tribus
se encontrasen. Los primeros consideraban su desembarco en la isla
como un derecho consuetudinario.
En todos los casos, los encuentros entre los selk'nam y los halak-
wulup sólo eran posibles en la costa norte y parte superior de la costa
occidental de la Isla Grande. Aquí también se topaba una familia o
un pequeño grupo familiar con representantes de la otra tribu; nunca
una masa numerosa. El fin de estos contactos, que diferían según el
tiempo y el lugar, era un limitado intercambio comercial. Arcos y fle-
chas bien trabajadas, abrigos de piel de guanaco y los conocidos ador-
nos frontales: todos estos objetos, que algunos viajeros encontraron
en posesión de los halakwulup, son indudablemente de origen selk'-
nam. Los habitantes de la Isla Grande recibían, en cambio, de los
canoeros, pedernal, que en el norte de su patria es tan raro, así como
también algunos adornos y pieles de leones marinos que les servían
para fabricar aljabas. Según DAEBENE (a): 68 hasta canjeaban aceite de
ballena por grasa de guanaco. También AGosriNi: 288 menciona este
trueque.
Los sistemas económicos diferentes con su distribución fija de
ciertos trabajos entre el hombre y la mujer, impidieron matrimonios
con la otra tribu, igual que entre los selk'nam del sur y los yámana.
Extraordinarias condiciones individuales, seguramente, han permitido
raras veces uniones de este tipo. Pero es difícil probar que ellas sean
la causa de la estatura algo más alta de los halakwulup del sur a dife-
rencia de sus compañeros de tribu norteños, por más que la explica-
ción parezca guardar relación con estas uniones. Porque si no se pue-
de negar, además, que han tenido lugar casamientos esporádicos entre
los halakwulup y los tehuelches de alta estatura, ya en las primeras
generaciones se han involucionado las diferencias de altura, según las
leyes de Mendel.
Todos los selk'nam utilizaban la expresión a'áru para denominar
a los canoeros, sus vecinos del noroeste. Su relación recíproca no era
seguramente una constante hostilidad, como afirman BEAUVOIR (b): 29
y otros; sino más bien un distanciamiento indiferente. Si los halak-
wulup hubieran tenido razón para temer a sus vecinos, sólo habrían
tenido que evitar las costas de la Isla Grande.
De los anteriormente muy numerosos selk'nam del norte y halak-
wulup del sur hoy sólo queda apenas media docena de sobrevivientes
de uno y otro grupo, que sólo saben dar escasa información sobre la
relación que existió anteriormente entre ambas tribus.
La misión católica de la Isla Dawson reunía temporalmente varias
familias de las dos tribus logrando que vivieran en común sin turba-
dones. En tiempos del censo de noviembre de 1895, habitaban allí
101 individuos entre quince y cincuenta años de edad, y los selk'nam
eran bastante más numerosos que los halakwulup. Como me contaba
el experimentado P. ZENONE, los misioneros habían tratado de unir en
matrimonio a los solteros ahí algo más sedentarios de ambas tribus,
pero ni en un solo caso debe haberse tratado de una unión por amor,
de modo que las parejas se volvieron a separar en la primera opor-
tunidad. Lo más común era que una de las partes un día desapare-
ciera de la isla para no volver. "Otra cosa no era de esperar conside-
rando las diferencias de mentalidad y de sistema económico en los que
los esposos de las distintas tribus habían sido criados en su juventud;
y finalmente también porque no se podían comunicar ni en una lengua
ni en la otra." Estas experiencias de la misión iluminan claramente
las relaciones en épocas anteriores de completa libertad.
El trato de nuestros selk'nam con sus dos vecinos se caracterizó
entonces por un distanciamiento reservado, cuyo origen era las dife-
rencias existentes en los sistemas económicos y en los idiomas. Los
contactos ocasionales entre familias individuales no produjeron alte-
raciones culturales o raciales.

e. Estadística demográfica
Pienso que casi no vale la pena mencionar aquí las suposiciones
de viajeros anteriores sobre el número de los selk'nam, pues como, en
parte, ni siquiera han puesto su pie sobre la Isla Grande, no reunían
las condiciones requeridas para ello. El sistema económico de los abo-
rígenes en cuestión y la peculiaridad de su territorio juegan un papel
geimordial en las estimaciones estadísticas.

1. Estimaciones de épocas anteriores


Poca cosa es suficiente para demostrar que la mayoría de los datos
son imprecisos. FITZ Roy es uno de los primeros que ha dado una
cifra estimativa de los selk'nam, que calcula en 2.000. D'ORBIGNY sólo
llega a 4.000 para las tres tribus juntas. Las fluctuaciones en los infor-
mes del misionero BRIDGES (h): 203 sólo se explican porque, por un
lado, había visto las epidemias y sus estragos, y, por el otro, iba cono-
ciendo más a fondo las condiciones de vida de estos indios. En 1886
escribe que hace unos pocos años había calculado el número de per-
sonas en 2.000, pero que averiguaciones recientes reducían el .mismo
a 800, tomando en cuenta que la última epidemia de viruela había
bocho que sufrieran una baja de hasta 300 individuos aproximadamente.
Et "Boletín Salesiano" de 1887 también los estima en 2.000. ASPINALL
(MM: XXII, 99; 1888) transcribe, en su carta del 19 de marzo dna,
el juicio de dos europeos que, después de atravesar la Isla Grande
desde el norte, llegaron a Ushuaia diciendo que esta ciudad era virtual-
mente un hervidero de indios, "estimating their numbers at about
10.000". Pero aquellos dos no habían tomado contacto con los nativos,
sino sólo habían estado observando de noche sus numerosas fogatas
con sus binoculares. Por PER (d): 162 calcula su número, en el año 1891,
en 2.000; unos 600 llegó a conocer él mismo.
En mis propias tentativas de llegar a una apreciación aproximada
del número de este pueblo evito separar a los selk'nam de los haus,
puesto que es prácticamente imposible, y porque para los siglos pasa-
dos falta un punto de referencia para ello. Es cierto que BRIDGES hizo
algunos intentos, a los que alude en una carta del 15 de febrero de
1886, que sólo pueden valer como suposiciones (MM: XX, 217; 1886).
De los selk'nam, dice, que hasta entonces se dejaban ver en las orillas
de la península Mitre, no llegaban más noticias a Ushuaia desde hacía
quince meses. "It is the general opinion that they all perished in the
last outbreak of measles. This party of Eastern Ona consisted of 38
men with their wives and families." Esta cifra, la única de aquellos
decenios de los primeros encuentros de los europeos con los haus, no
garantiza que se comprenda en ella la totalidad de los haus ni se
basa en una diferenciación correcta entre los dos grupos dialectales.
Los misioneros católicos tampoco estaban seguros de sus estima-
ciones (CoJAzzi: 16). El recién mencionado "Boletín Salesiano" del
año 1887 indica 2.000; en una carta del 3 de diciembre de 1897 BORGA-
TELLO habla de dos a tres mil selk'nam (BS: 1898). Parece extraña la
opinión de DEL TURCO (SN: X, 147; 1904), de que "antiguamente habi-
taban esta isla cientos de tribus".
F. A. Cook (a): 102 habla, en enero de 1898, de "about sixteen
hundred" y BARCLAY (a): 68, unos años más tarde, de sólo 600, mien-
tras que el gobernador SEÑORET: 17 calcula no menos de 4.000 selk'nam
en el año 1896 en su "Memoria" oficial, basándose en un conocimiento
más exacto del territorio. Para el mismo año, WIEGHARDT: 8, que en
otros casos es poco de fiar, da el mismo número; L0THR0P: 25, por el
contrario, 3.600 selk'nam y 300 haus; GUNDERT: 13 habla de sólo "500
Ona". Las estimaciones intentadas por FURLONG (r): 184 también va-
rían; para 1916 cuenta aproximadamente 800 almas al sur del Río Gran-
de, pero da una cifra total de 2.000, que antes habría alcanzado los
3.000

2. Censos recientes

En la última década, una determinación numérica de los selk'nam


fue facilitada substancialmente por el hecho realmente muy triste de
que sólo quedaban unos pocos de ellos. Otra razón que simplificaba

145 La estadística hecha por FURLONG (r): 175 nos permite reconocer a pri
mera vista la inseguridad en las estimaciones de los viajeros anteriores.
el recuento era que las familias solían acampar en dos lugares deter
minados. Hacía tiempo que nuestros hombres encontraban trabajo
en la estancia de los hermanos BRIDGES, ya sea para todo el año o sólo
para los meses de verano. Sus familias acampaban, por lo general,
cerca de las casas de la Estancia Viamonte en la desembocadura del
Río del Fuego o más al sur, en el puesto Nueva Harberton. Otro grupo
menor se estableció casi sin interrupciones en la banda sudeste del
Lago Fagnano, en donde vivían recluidos en su aislamiento. Su alma
era TENENESK, que, como hechicero influyente, había causado, en otros
tiempos, tanta intranquilidad entre sus compañeros de tribu, que lo
obligaron a abandonar el campo de los BRIDGES, del que debía mante-
nerse alejado para siempre. Unas pocas familias aisladas o individuos
solteros vivían dispersos en otras estancias.
En enero de 1919 el misionero P. JUAN ZENONE, buen conocedor
de todos los indios, estaba realizando un censo a pedido de la Comi-
sión Argentina de Mensuras de Tierras, justo cuando yo era su hués-
ped allá junto al Río del Fuego. De nuestro trabajo en conjunto obtu-
vimos el siguiente resultado: en el gran campamento en la estancia de
los BRIDGES, donde se juntan muchas familias, naturalmente sólo du-
rante la esquila, vivieron, durante mi estadía, 216 personas, repartidas
en 27 familias, inclusive algunos pocos solteros. 60 de ellos eran hom-
bres y 58 mujeres, todos mayores de 17 años; 49 niños y jóvenes entre
los 8 y 17 años y 43 niños menores de 8 años. En este censo también
se ha incluido a aquellas personas que trabajaban en los puestos de
la estancia. Éstos acostumbran venir hasta el casco de la estancia los
sábados para dar cuenta de su trabajo, percibir su jornal y comprar
en el almacén víveres y otras mercaderías. De paso aprovechan para
visitar a los suyos en el campamento grande, ya que no todos tienen
oportunidad para intercambiar ideas durante la semana. A la mayo-
ría de ellos los he visto por primera vez aquí, junto al Río del Fuego.
Después de una fatigosa cabalgata a través de una región de pan-
tanos y cenagales alcancé, pocas semanas después, el campamento in-
dígena que se alza junto al Lago Fagnano. Aunque este grupo era bas-
tante menor, era hasta cierto punto sedentario. Sólo vi 5 familias que
se componían de 5 hombres, 8 mujeres y 19 niños, esto es, 32 perso-
nas en total. Con esta base era posible seguir completando la esta-
dística para una determinación exacta del número de selk'nam en enero
de 1919. Informantes anteriores en parte sobreestimaron esta tribu y
en parte la subestimaron. En el mencionado mes existían todavía,
aparte de aquellos dos campamentos, en la misión del Río Grande,
seis mujeres, un hombre y dos muchachos jóvenes. Cabe además men-
cionar a una mujer, casada con un sirio, en la desembocadura del Río
Grande y a otra casada con el chileno GÓMEZ en Puerto Harberton.
La primera tenía dos hijas grandes; pero la última once hijos que
dejó huérfanos en julio de 1923; yo estuve presente en su entierro.
A estos mestizos no los incluyo en mi cálculo. Los indios hasta aquí
mencionados habitan, casi sin excepción, en territorio argentino. El
límite con Chile está marcado claramente con pirámides de cemento
y es conocido por todos. Los pocos selk'nam que viven en territorio
991e5
chileno están ampliamente dispersos en distintos lugares. Nosotros
contamos veinte. Sólo sobre uno u otro no pudimos averiguar nada
seguro, pues se los tenía por desaparecidos. Excepto dos familias, cada
una de las cuales vivía unida, todas estas personas, en su mayoría
hombres, eran solteros y sin familia, trabajaban en estancias, y su
forma de vida no se distinguía de la de los otros trabajadores blancos.
Así obtuvimos, para enero de 1919, la exacta pero triste cifra de
sólo 279 indios puros, después de descontar aproximadamente 15 mes-
tizos, hijos de matrimonios con blancos.
Pero ya durante mis próximos tres viajes esta cifra se reducía
sin cesar; el número de nacimientos era menor que el de los casos
de muerte. Poco después de mi despedida una epidemia de gripe
tuvo un devastador efecto entre ellos, si bien ya en el año 1921 la
misma enfermedad había segado las vidas de catorce jóvenes adultos.
Me impresionaba como una sucia jugada del destino que justamente
este grupo con el que pude celebrar, en aquel invierno de abundantes
nevadas a mediados de 1923, la fiesta de los Klóketen y de los hechi-
ceros, en la próxima primavera fue casi totalmente aniquilada por la
misma epidemia. Gracias a la ayuda de algunos estancieros, pude se-
guir, por correspondencia desde Europa hasta fines de 1930, el curso
de la vida de los pocos sobrevivientes de la tribu. De esta espléndida
raza sobrevive ahora, cuando estoy escribiendo esto, apenas un cen-
tenar de representantes puros Su destino está sellado.

3. La antigua población
Habría que determinar ahora el número aproximado de habitan-
tes selk'nam para la época en que colonizadores europeos todavía no
se habían atrevido a penetrar en su inhóspita patria. Sólo intentaré
una estimación sobre la base de las condiciones naturales dadas y del
sistema económico nómade de nuestros indios.
El carácter insular de la patria de los selk'nam, y el hecho de que
desconocían la navegación, podrían posiblemente ser señalados como
causas de una eventual superpoblación, ya que imposibilitan la emi-
gración. Las difíciles condiciones de vida han mantenido, sin embargo,
el equilibrio entre las cifras de nacimientos y muertes. Si bien algu-
nos hombres y mujeres perdieron sus vidas en riñas y luchas, para
los demás, el continuo movimiento y la inseguridad en la obtención
de los medios de subsistencia tenía un efecto robustecedor y fortifi-
cante. No es posible alegar una sola prueba que sostenga la afirmación
de HOLMBERG (a): 56 de que una de las principales causas de su ex-
tinción fueron las hostilidades intertribales, porque estas contiendas y
luchas nunca fueron tan frecuentes. En cambio, una cierta selección
tenía lugar cuando un riguroso invierno, seguido de heladas tardías,

Comparar los detalles del censo de 1919 en GUSINDE (a): 21, 27. En 1926
TONELLI dice ambiguamente "menos de 300" para la población de los selk'nam.
LOTHROP: 25 que cuenta a fines del año 1924 solamente "de 60 a 70 onas y 2 ó 3
haus", los mestizos incluidos, fue mal informado.
provocaba hambrunas más o menos graves. Siempre fue alta la cifra
absoluta de mortandad infantil; pero, comparativamente, los acciden-
tes en cacerías sólo costaban la vida a pocos adultos.
En principio no había que temer entonces un crecimiento de la
población mayor que la capacidad productiva de la tierra. Un cambio
de territorio en mayor escala resultaba entonces, no sólo innecesario,
sino que de todos modos habría sido imposible de realizar. Tampoco
había que temer un pronto agotamiento de los alimentos. Si, ocasio-
nalmente, un duro invierno reducía excesivamente el número de gua-
nacos y cururos, las incansables olas arrojaban sobre las playas algún
mamífero marino vivo, o una ballena se acercaba a las costas. Ade-
más, siempre había pájaros marinos, peces y moluscos, por lo que los
que sufrían hambre nunca estaban librados irremediablemente a su
suerte. Epidemias y enfermedades frecuentes no existían para los
selk'nam como reguladores de la población antes de la llegada de
los blancos.
La Isla Grande, con su forma casi triangular, tiene una superficie
de aproximadamente 48.000 kilómetros cuadrados. De ella no es apta
para la caza de nuestros indios la saliente del sudoeste con sus ricas
ramificaciones y elevados macizos, de modo que, en realidad, sólo
atraviesan algo más de dos tercios de la superficie de la isla o sea
cerca de 35.000 kilómetros cuadrados. Ahora, concedo a cada habi-
tante una extensión de 10 km, es decir, para una familia de 10 per-
sonas unos 100 kilómetros cuadrados como valor medio. Es un área
que, en aquella zona, tiene que alcanzar para el mantenimiento y la
obtención de alimentos para el cazador nómade. La población anti-
gua se debe estimar entonces con la mayor exactitud posible en 3.500
o a lo sumo en 4.000 habitantes.

f. Bajo la influencia aniquiladora de los blancos

Debo revelar ahora la imagen repugnante de la matanza sistemá-


tica de esta magnífica tribu de indios llevada a cabo por blancos codi-
ciosos. ¡En verdad, no es un deber agradable! Tengo el coraje para
presentar los hechos manteniéndome fiel a la verdad. Todos pregun-
-san, asombrados, por las causas que han reducido en el lapso de cin-
cuenta años a este pueblo vital, de aproximadamente 4.000 personas, a
atiénas cien sobrevivientes. Como en otras partes del mundo extra-
europeo, también en este rincón de la tierra el "hombre civilizado",
ávido de riquezas, se ha abierto paso con armas de fuego y veneno
por los poblados de los desprevenidos indígenas, marcando ese paso
con torrentes de sangre y dejando las armas de lado sólo cuando se
había apoderado de la totalidad de las tierras ambicionadas. ¡Los dere-
chos humanos más sagrados fueron pisoteados con la más brutal vio-
lencia! Una fiera jamás actúa contra sus congéneres con la ferocidad
con la que aquellos blancos se comportaron con nuestros indios. Estas
lineas son una eterna acusación contra aquellos cazadores de hombres
que despiadadamente asesinaron al pueblo selk'nam.
411111111111».
1. Los selk'nam según antiguos viajeros
Para un conocedor de la historia, no necesito describir con más
detalle la valoración que recibieron los pueblos primitivos de los via-
jeros en la época de los descubrimientos. Los forasteros armados con-
sideraron a aquellos confiados y curiosos e, inicialmente, todavía tímidos
hijos de la naturaleza, como libres objetos de sus caprichos, des-
amparados de toda ley. Mientras los indios saludaban al hombre
blanco que venía en sus grandes embarcaciones de extraño aparejo,
con los signos de sentimientos amistosos y pacíficos, incitaban con su
peculiar exotismo tanto más el afán de aventuras de aquél. Sin escrú-
pulos, tiraban con sus pesados cañones sobre los aborígenes amonto-
nados en la orilla, para disfrutar del efecto de este juego atroz o ence-
rraban en sus barcos a los individuos cazados con artimañas y por la
fuerza, para presentarlos a sus compatriotas una vez regresados a su
país, como extraordinarios objetos de exhibición. En casi todos los
casos, el primer encuentro entre europeos e indígenas de cualquier
tribu tuvo un final sangriento. Está probado que casi siempre fueron
los blancos quienes comenzaron la violencia y, así, son culpables del
creciente resentimiento de los aborígenes contra los extranjeros recién
llegados. Al final los indios descargaron indiscriminadamente su ven-
ganza sobre cualquier europeo que trataba de acercarse a ellos.
También, en las relaciones de los blancos con nuestros selk'nam,
se va repitiendo esta forma generalizada en los encuentros entre los
europeos con los aborígenes. ¿No es característico que los asombra-
dos selk'nam trataran de acercarse a su. "descubridor" SARMIENTO DE
GAMBOA, después de que, ante sus ojos, habían depuesto sus armas, y
sin embargo él dejara desembarcar a sus soldados con la orden de
atrapar a uno de esos gigantes para llevarlo a su barco? (pág. 23). El
22 de noviembre de 1598, 0. VAN NOORT avistó a un indio en la costa
norte de la Isla Grande. Los marineros enviados no lograron atraerlo,
ni mucho menos a los compañeros que aparecieron junto a él; por lo
que los soldados "tiraron cinco o seis veces con su fusil que no mo-
lestó al primer salvaje porque no sabía lo que era" (pág. 25). Los
habitantes de la Bahía del Buen Suceso habían ido confiados y apre-
surados al encuentro de la tripulación de los dos NODAL, que tam-
bién trataron de capturar a algunos indios (pág. 26). Más adelante,
también pacíficos y confiados, estos indígenas fueron hacia el nave-
gante inglés JAMES COOK y su acompañante BANKS (pág. 31); "eran de
aspecto muy amistoso y más alegres y contentos" que los yámana del
Christmas Sound, como dijo G. FORSTER (pág. 35). Por más desagra-
dable que fuera, más tarde, la impresión que causaron al joven DAR-
WIN, nunca se mostraron hostiles (pág. 37).
Los distintos navegantes tienen innegablemente toda la culpa por
las diferencias con los aborígenes, porque éstos iban hacia los blancos
con la candidez de los primitivos. Pero las amargas experiencias que
hicieron cuando uno de los suyos era raptado o alcanzado por las
balas, los desconcertaron al principio y, más tarde, los impulsaron a la
venganza. Un episodio ocurrido durante el motín bajo CAMBIASO ilustra
la animosidad y el nerviosismo creado entre los aborígenes. En aquella
noche, algunos refugiados trataron de huir, en un bote, a la costa norte
de la Isla Grande "pero se les opuso una partida de indios, que les
disparó, hiriendo a uno de los soldados" (BitowN: 55). Los nativos,
probablemente asustados por el intento nocturno de un desembarco
en su territorio, se decidieron por la defensa armada.
Los aborígenes fueron cada vez más reservados en sus demostra-
ciones de amistad hacia los forasteros europeos. BRIDGES reconoció
claramente las bien fundadas razones para ello, cuando, en febrero
de 18'78, trató de acercarse por primera vez a los selk'nam. Cuando
ni un solo indio aceptó su compañía, se dijo: "It rather proves the
result of their past intercourse with foreigners to have engendered
fear and not confidence. Of course, we know this is largely owing to
their own conduct, wich leads to mutual hostilities" (MM: XII, 125;
1878). Los europeos mismos causaron una actitud cada vez más hos-
til de los fueguinos.

2. Según la opinión de viajeros recientes


Así como antes se dividió la historia de la investigación en dos
partes (pág. 18), separo aquí también las opiniones correspondientes
a antes y después del año 1876 ó 1880. Hasta el último cuarto del
siglo XIX los selk'nam fueron visitados por los europeos en muy raras
ocasiones. Sin embargo, hacia fines de la década del 70 los blancos
empezaron a inundar literalmente su tierra natal, y, en los años sub-
siguientes, la ocupación fue tan densa, que para los indios mismos
no quedó espacio suficiente. Ésos son los pocos decenios de despia-
dados intentos de exterminio por parte de los europeos.
Si nos fijamos en algún juicio de los blancos de esta época sobre
los indígenas fueguinos, se descubren las contradicciones más violen-
tas; porque desde un principio tomaban una actitud contraria frente
a los indios. Raras veces las opiniones son objetivas, sino más bien
son de una mezquina subjetividad. En cambio, siento mucho que no
dispongamos de una lista de los juicios que los indios habrían podido
emitir sobre cada uno de los europeos. Nuestros indios no sólo po-
seen buenos ojos, sino también una fina sensibilidad para el bien y el
mal, para la amabilidad y la grosería, para el aprecio o el desprecio
hacia su pueblo que tuvieron que soportar de los extranjeros. Sólo

Iír y
rdan su opinión frente al blanco mismo; por decencia, por un
por prudente
sufran
consideración, por el otro, aunque sufr amar-
nte por humillaciones y violaciones.

a. Los indios ayudan a los náufragos


De nuestros indios se dice que, también en esta época de mayor
tránsito naval, repetidamente han demostrado una sincera disposición
de ayudar a los náufragos en aquellas apartadas regiones 147 . PEDRO

147 Véase la confirmación oficial en el Boletín de Noticias Hidrográficas de


GODOY, el gobernador argentino del Territorio Magallanes, defiende
oficialmente a los selk'nam, como también a los yámana, contra calum-
nias de ciertos europeos y afirma que "en el territorio no hay peligro
por parte de los indígenas. Éstos, de naturaleza dócil, bondadosa y
sumisa, vagan en pequeños grupos cazando". Califica a los intrusos
blancos de perturbadores de la paz y, en un informe oficial, advierte
:388 a su propio gobierno contra ellos: "El gobierno no debe atender
a esos amansadores de indios, que vienen a pedirles grandes conce-
siones de tierras con el objeto de atraerlos a la vida civilizada, y que lo
que hacen es explotarlos en beneficio propio".
En dos cartas del 16 de agosto y del 5 de septiembre de 1893 el
pastor JOHN LAWRENCE informó a su S. A Missionary Society sobre el ve-
lero inglés "Duchess of Albany", que encalló en la costa nordeste de
la Isla Grande. La tripulación era de 28 personas de las que dieciséis
se dirigieron a la subprefectura en Bahía Tetis. Mientras atravesaban
esta región, vieron algunos indígenas; "but happily they were friendly,
though the sailors were in great fear, knowing that at any moment
they might be surrounded by a hostile band of uncivilised Indians. In
describing their manner and appearance the shipwrecked men spoke
of their feelings of gratitude when the natives showed signs of friend-
ship towards them" (MM: XXVII, 167, 183; 1893). Uno de los tri-
pulantes quedó para siempre con los indios, aprendió su lengtt, le
permitieron más tarde tomar parte de la fiesta klóketen y él murió tam-
bién aquí, como me contó TENENESK.
Dos años antes, POPPER recordaba un episodio similar en un in-
forme del 11 .6.1891 para el ministro argentino de Justicia, en el cual
dice que los indios mismos habían acompañado a un grupo de hom-
bres de mar, después de que ellos habían naufragado, desde el lugar
del accidente hasta la misión, junto al Canal de Beagle. En otro caso,
devolvieron a su propietario europeo un cargamento de víveres per-
dido y que, por casualidad, habían encontrado en la costa. De estas y
otras experiencias deriva un juicio muy favorable sobre los indígenas
y dice: "I have never found these Indians to display any hostility
either to shipwrecked sailors or expedition parties". También en otra
parte atestigua que "in spite of their savage mode of life, have repeat-
edly displayed the most humane feelings". Este mismo POPPER, sin
embargo, ha cometido impunemente salvajes abusos entre ellos. ¡Así
han sido pagados los que ayudaron solícitamente a los náufragos! De
especial valor es el juicio concluyente del misionero BORGATELLO (c): 47.

P. Testimonios de observadores fidedignos


Traeré a colación seguidamente una corta serie de opiniones de
hombres intachables sobre el carácter de los selk'nam. Por un lado,
creo que les debo la rehabilitación y, por otro, la brutalidad de los
europeos salta tanto más a la vista '".

diciembre de 1906, reimpreso en NAVARRO: Censo Jeneral de Magallanes, vol. II,


p. 293.
148 Si en lo sucesivo hablo aquí de europeos me refiero en general a repre-
El alférez de fragata chileno RAMÓN SERRANO M. fue el primero que
atravesó, en 1878, una parte de la Isla Grande (pág. 51). En esta opor-
tunidad logró atraer varios grupos de los tímidos fueguinos, y ganar
su confianza. Aunque una noche mataron a tiros algunos de sus caba-
llos, le parecieron "de un carácter suave i fáciles de civilizar; bastaría
hacerles comprender prácticamente las ventajas del comercio para
atraerlos i civilizarlos poco a poco". El gobernador chileno MANUEL
SEÑORET sintió, en esos tiempos de graves persecuciones, la obligación
de interceder ante su Gobierno por los indios totalmente desamparados,
a los que describió: 25 como "un pueblo interesante, intelijente y vigo-
roso". El investigador sueco OTTO NORDENSKJÜLD (e): 164 les atribuye
valiosas cualidades espirituales y de carácter, por lo que HULTKRANTZ:
127 los caracteriza como "un pueblo física y psíquicamente bien dota-
do". HOLMBERG (a): 55 dice que nuestro indio fueguino es "confiado y
bondadoso". Otros hombres de bien, testigos de las graves violaciones
a las que estaban expuestos los indios indefensos, reconocen las exce-
lentes virtudes del alma de esta tribu, y elevan su voz para incriminar
a sus acosadores europeos. Según DABBENE (a): 41 "esos indígenas
tienen un fondo bueno, y se hubieran civilizado fácilmente si de ma-
nera más humana hubiesen sido tratados por los primeros colonos,
en vez de haber sido presa de aventureros ávidos y crueles". F. A. CooK
Id): y da en la tecla diciendo: "Los indios desconocidos e inCompren-
didos, fueron expulsados de su antigua tierra natal".
Los misioneros católicos también justipreciaron a nuestros selk'-
nam objetivamente. Aunque alguno que otro utiliza aún para los abo-
rígenes la expresión "salvajes", quiere referirse con ella a la miseria
de su forma de vida exterior. En otras partes nos encontramos con
valoraciones inequívocas. DEL TURCO (SN: X, 143; 1904) escribe de la
"noble ráza de los Onas con sus costumbres relativamente suaves".
Y su gran protector FAGNANO de año en año los apreciaba más por las
altas cualidades de su alma.

y. Actitud de europeos codiciosos


En aguda contraposición aparecen las disposiciones de aquellos
europeos codiciosos y aventureros que penetraron en la tierra de los
selk'nam para buscar ventajas personales. Para ellos el indio valía
poco más que un animal, y no tenía derecho alguno a la tierra con la
staba íntimamente ligado desde siglos. Era un mero obstáculo
ali intento de acaparar tierras, que les producirían pingües ganan-
cias o abundantes pepitas de oro, por lo que se convirtió en el blanco
de sus armas de fuego.
En primer lugar señalo con el dedo el comportamiento cobarde y
sin honor del teniente RAMÓN LISTA que, por orden del gobierno argen-
tino, debía atravesar, a fines de 1886, el este de la Isla Grande. Ya, al

militantes de la cultura europea, hayan nacido éstos en Europa o consideren a la


Argentina o Chile como su patria. En estos tiempos se había reunido una mezcla
humana internacional multicolor en esta parte meridional del nuevo mundo.
desembarcar, se produjo un choque sangriento con los aborígenes. Más
tarde, para obtener baqueanos, algunos indios que pescaban en la costa,
fueron rodeados por soldados y llevados prisioneros. Contra otras vio-
laciones alzó su voz el capellán castrense FAGNANO. El médico militar
SEGERS informa: "Muchas veces se le escapaban quejas contra el mal
proceder de los soldados, que habían cometido tantos atropellos con-
tra gente indefensa y casi desnuda, que huía de ellos y que nada había
hecho contra la expedición" '". Ése fue el primer enfrentamiento de
una comisión argentina con los indios: ¡un presagio amenazador para
el futuro! Poco después aparecieron los franceses WILLEMS y RoussoN.
de triste memoria (pág. 53).
Con el tiempo, los blancos habían echado raíces a lo largo de toda
la costa norte de la Isla Grande. Querían aprovechar la tierra para la cría
de ovinos y también habían encontrado oro por primera vez. Un enjam-
bre de europeos codiciosos se lanzó entonces sobre la patria de los
selk'nam, como una gigantesca ola embravecida. Anunciando calami-
dad desde lejos, arrebataba sin piedad las vidas de los indios tomados
por sorpresa. ¡Qué terrible es, en sus consecuencias, el choque de
representantes de dos niveles culturales diferentes! Un vaho nausea-
bundo de pseudocivilización se extendió por la tierra hasta entonces
virgen, envenenando la vida local y manchando incluso a la naturaleza
inerte. Incontables son las fechorías y violencias más crueles, las fla-
grantes violaciones del derecho natural y los viles asesinatos perpetra-
dos sobre esta isla. ¡El afán de riquezas europeo ha aniquilado sin
piedad a toda la tribu!
Los blancos recién llegados forzaron su entrada y su avance por
la isla con armas de fuego. Junto a las minas de oro recientemente
descubiertas, se agolpó, de la noche a la mañana, una animada chusma
de aventureros, borrachos, dudosas existencias con oscuros pasados y
fugitivos de la ley. ¡Ojalá aquellos "salvajes" nos hubieran transmi-
tido su juicio sobre cada uno de los blancos "representantes de la
civilización"! Como las burbujas son atraídas por remolinos podero-
sos, así se junta con increíble rapidez la escoria de la humanidad y,
por donde pasa, obra desastres.

3. La lucha por su tierra


El brillo del oro y la posibilidad de ganar tierras productivas han
hecho que los blancos rapaces cayeran como buitres sobre la Isla
Grande, después de que las dos expediciones de reconocimiento de
SERRANO y LISTA atrajeron la atención de muchos sobre la isla, ante-
riormente desacreditada como inservible. Buscadores de oro y de aven-
turas y osados ganaderos se disputaban las presas. Cualquier medio
era bueno cuando había algo para arrebañar. El indio estorbaba esa
ilimitada codicia. En vano se defendió con sus armas débiles. Tenía

149 Ver detalles sobre esta expedición más arriba (pág. 52) y además Esplora
zione della Terra del Fuoco e D. FAGNANO, en Bollettino Salesiano: XI, 125, To
rino, 1887.
que sucumbir ante el más fuerte. Su tierra natal fue generosamente
regada con sangre de sus hermanos de tribu y, al retirarse a los bos-
ques de las montañas del sur, abandonó su ancestral patrimonio a los
desalmados emisarios de europeos ávidos de dinero. La violencia de
los blancos que aniquilaron la vigorosa tribu de los selk'nam en el
lapso de tres décadas, dejará para siempre una repulsiva mancha en
la historia de la humanidad.

a. Los buscadores de oro


La primera invasión de blancos codiciosos llegó a la Isla Grande
atraída por el oro. Se encontraron ricos yacimientos —unos más ricos,
otros menos— en distintos lugares del territorio magallánico. Los
descubrimientos de la gente de R. SERRANO, en su marcha de 1878/79,
hicieron que todos los ojos se volvieran a la gran isla del sur. En
el río, llamado por ellos Río del Oro 150, y que desemboca en la Bahía
de San Felipe, juntaron con facilidad una buena cantidad de pepitas,
que luego mostraron a quienes las querían ver en la orilla norte del
Estrecho de Magallanes. Así comenzó una agitación febril entre todos
los colonos. Cada uno quería enriquecerse rápidamente, antes que los
demás. Poco después de 1880, por primera vez, pequeños y osados
grupos trataron de penetrar en el interior de la Isla Grande.
Por esos años, no existían allí ni autoridades civiles ni policiales.
Nadie era observado en sus acciones y mucho menos llamado a res-
ponder por ellas. La fiebre del oro también atrajo a aventureros de
los bajos fondos de Europa. Cuando éstos se encontraban con indí-
genas, las consecuencias para los mismos eran funestas. El indio tenía
fama de ser un enemigo peligroso, en cuyo territorio no se había aden-
trado hasta entonces ningún europeo. Cuando se acercaba a tiro de
fusil lo mataban sin miramientos. Siempre luchaba en la defensiva
con desventaja. No faltaban las peores violencias contra las indias;
muchos ataques a las familias eran incitados por las bajas pasiones
de los buscadores de oro. Su salvaje proceder era tan conocido, que
el gobernador SEÑORET: 24 lo admite en un documento oficial, pero
no dispone medida alguna para remediarlo. Sus pocas palabras sobre
la situación de los indios son significativas: "¡Los mineros los habían
maltratado sin piedad, arrebatándoles las mujeres e hijos!" El lamento
de las víctimas indígenas se perdió en los bosques de su otrora pací-
atria.
uando también descubrieron oro en algunas cuevas costeras de
la entrada oriental del Estrecho de Magallanes, el audaz rumano JULIO
POPPER reunió una banda de cincuenta buscadores de oro, a los que se
unieron criminales, fugitivos y vagabundos de la peor calaña. Equipó
150 La Compañía Stuphen había instalado aquí grandes excavadoras, que no
produjeron las ganancias esperadas. También en otros lados hubo que paralizar
las obras y las costosas instalaciones se abandonaron. El viajero se encuentra
con estas ruinas de vanas esperanzas aquí, junto al Río de Oro, en el camino de
Caleta Discordia a Porvenir y en otros sitios en el norte de la Isla Grande. Véase
Pt-wrrEs: II, 13 y AGOSTINI: 250.
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a cada uno con buenas armas y marchó él al frente de esta turba


hacia la .costa este de la Isla Grande. "El desembarco lo hizo en son
de guerra y con su jente amunicionada y armada, estableció el cam-
pamento donde mejor le plugo" (FUENTES: II, 139). En sus salidas
de exploración siempre lo acompañó la suerte. Descubrió una vena
aurífera muy rendidora en la costa norte de la Bahía de San Sebastián
y levantó un poblado como centro de sus operaciones. Le dio el nom-
bre de Páramo. Los éxitos fomentaron el egoísmo y la ambición de
este hombre. Cuando el oro comenzó a amontonarse, lo atacó una
verdadera megalomanía, en combinación con un aprovechamiento des-
considerado de todos los medios que pudieran servir a sus deseos. Con
violencia tiránica mantenía reunidos a sus mineros, a los que explotaba
a fondo. Debían trabajar totalmente desnudos y tenían que entregar-
le la mitad del oro que encontraban. Hizo acuñar monedas "' pro-
pias, e introdujo sellos postales que sólo valían en su Páramo; man-
tenía, además, su propia guardia de seguridad. ¡Uno se pregunta
asombrado cómo el gobierno argentino permitió que actuase así a su
antojo! Desde Páramo se dispersaron mineros descontentos por toda la
Isla Grande, rumores sugestivos y posibilidades seductoras invitaban a
unos hacia aquí y a otros hacia allá. Los indios cayeron en una terri-
ble confusión cuando, desde todos los ángulos, tuvieron que sufrir los
asaltos de los blancos. Pobres de aquellos que se disponían para la de-
fensa con sus arcos y flechas de modesto alcance: ¡entonces sí que
no tenían perdón! Los hombres eran baleados sin reparos, y las mu-
jeres atrapadas para satisfacer las pasiones de estos asesinos. Pero peo-
res estragos causaba entre ellos el propio POPPER, cuando emprendía
nuevas excursiones de reconocimiento, con su turba armada, hacia el
lejano sur. Cadáveres de indios marcaban su paso; el temor y el pá-
nico empujaban a los aborígenes hasta los lugares más recónditos. Él
mismo cruzaba la isla como lo describió (d): 146, en una conferencia
pública que dio en Buenos Aires, "siempre en guardia, arma en mano,
acompañado por un pequeño grupo de hombres adictos y decididos".
Éstas eran las primeras lecciones de civilización europea para los
indios, hasta entonces abandonados a sí mismos. Su vida familiar y
tribal quedó inesperadamente desgarrada; se veían en constante peli-
gro de muerte. El odio y el encono hacia los asesinos y violadores de
mujeres los arrastró a una desesperada lucha defensiva, en la que,
finalmente, se desangraron. POPPER (d): 142 mismo admite que las re-
giones auríferas que él encontró se convirtieron inmediatamente "en
un campo de batalla, en un palenque de guerrillas salvajes, que durante
más de dos años se entablaron alrededor del vil metal". ¡Mucha san-
gre y perversión mancha aquel oro de Tierra del Fuego! 15 '

151 Éstas eran de distintos valores. Una moneda de oro mostraba en el an-
verso un guanaco y en el reverso un indio. También circulaba un grano de oro
de un gramo de peso; de un lado llevaba el martillo con la pala, rodeado de la
inscripción "El Páramo - Un Gramo"; del otro llevaba en el centro el nombre
POPPER, circundado por "Tierra del Fuego - 1889".
152 No puedo detenerme aquí en los efectos de la fiebre del oro, que convul-
sionó a toda la población más allá de la región magallánica. Me remito a la des-
cripción detallada del periodista neoyorquino Jourq R. SPEARS The Gold Diggings
R. Los estancieros
Aunque el descubrimiento del oro tuvo efectos tan desastrosos
sobre los primitivos habitantes, las salvajes orgías de los mineros cesa-
ron después de unos pocos años. Pero otros enemigos mucho más
poderosos se alzaron, intensificaron la guerra y lucharon hasta obte-
ner la victoria final: los ganaderos y los estancieros.
El año 1878 puede considerarse como el comienzo de la cría del
ganado lanar en el territorio magallánico, emprendida de manera ex-
tensiva y comercial. Apenas se habían formado las primeras estancias
al oeste y norte de Punta Arenas, cuando ya en 1884 se formaron, sobre
la costa septentrional de la Isla Grande, análogos establecimientos.
Un extraño destino dispuso que en la mencionada Bahía Gente Gran-
de, donde SARMIENTO DE GAMBOA, cerca de trescientos años antes, había
avistado al primer indio selk'nam, se levantara la primera estancia
para cría de ganado lanar en la Isla Grande. Pronto le seguirían otras.
Cuando estos ensayos prometieron buenos resultados, comenzó una
competencia despiadada en la repartición de las tierras aprovechables.
Un nuevo enjambre de europeos codiciosos se abalanzó sobre la
patria de nuestros selk'nam, matando y violando, quemando y aniqui-
lando a cualquier nativo que se le presentara. Con eso volvió a comen-
zar la furiosa lucha de exterminio de los superpoderosos europeos
contra indios indefensos, que encontró pronto fin con la disolución de
la unidad tribal y el ocaso de este pueblo. La consigna de los blan-
cos era ¡eliminar al indio a fin de liberar la tierra para las majadas
productoras de dinero! Significativamente, ya en 1882 "The Daily
News" mezcló su voz con el horroroso grito de guerra, aunque en un
tono que sonaba algo más suave: "It is thought that the country of
Tierra del Fuego would prove suitable for cattle breeding, but the only
drawback to this plan is that to all appearance it would be necessary
to exterminate the Fuegians . " 1"
Los selk'nam fueron presentados desde el principio como fantas-
mas que amenazaban a los intrusos europeos, y luego fueron decla-
rados obstáculos peligrosos para el aprovechamiento de la tierra. Con
el planteo de este dilema todos trataron de cohonestar, ante la opi-
nión pública, la brutal desposesión de derechos a la que era sometido
el aborigen y su alevoso asesinato. Los blancos levantaron alambrados
que cercaban vastas tierras para sus rebaños. Los peones espantaban
a tiros a los indios curiosos que se acercaban. Los indígenas, en-
colerizados, procedían a la venganza. De pequeños incidentes resultaban

la tos mayores a los que seguían violentas represalias. Avanzando


stantemente con armas de fuego los blancos fueron limpiando de
los indios que allí habitaban enormes áreas que luego se alambraron.
Rechazados así, los hijos libres de los antiguos propietarios de la isla
retrocedieron cada vez más al sur. Aparte de la inseguridad cons-

of Cape Horn. A study of Lije in Tierra del Fuego and Patagonia. New York, 1895,
así como a AGOSTINI: 248, 250, FUENTES II, 139, HOLMBERG (a): 48, NAVARRO: II, 166
y POPPER (d): 142-146.
153 Según The South American Missionary Magazin: XVI, 23'7; London, 1882.
nal mituwo
tante, la búsqueda de alimentos se había dificultado para ellos por-
que los blancos impedían su libertad de movimiento, espantaban sus
piezas de caza y las exterminaban masivamente con armas mucho
más potentes.
La situación crítica así creada tuvo consecuencias vitales para el
indio. "Al extenderse la propiedad del europeo, sus medios de vida
fueron siendo (sic) más escasos, porque disminuía su radio de acción,
y en el blanco tenía el principal destructor del guanaco, su principal
alimento" (HOLMBERG [a] : 53).
Su sentimiento natural le otorga el derecho a la vida y al alimento
necesario para ella en su propia patria, derecho del cual disfrutaba
desde épocas remotas. Ahora pastaban pacíficamente cientos y cientos
de "guanacos blancos", como llamaba a las ovejas, en sus dominios.
Hacia ellos extendió su mano cuando el hambre lo acosaba y se regaló
con ellas. Los estancieron montaban en cólera, exageraban sin medida
el hurto, inventaban todo tipo de cuentos espeluznantes, describían su
propia inseguridad y hablaban de espantosos ataques de aquellos peli-
grosos salvajes. Otra vez salían grupos de peones de los estancieros
en cuestión, armados hasta los dientes y apoyados por aventure-
ros vagabundos. En un amplio radio de la estancia baleaban a cada
indio que se acercaba a tiro de fusil.
De día en día se tornaba más crítica la situación de los aboríge-
nes. Si hasta entonces sólo habían tomado ovejas para saciar su ham-
bre, comenzaron ahora a perjudicar intencionalmente a los intrusos
europeos. Les cortaban los hilos de los alambrados, espantaban a los
animales, arreaban rebaños enteros de noche por las quebradas y los
pantanos para servirse de los animales que querían. Si los sorpren-
dían, cortaban los tendones de un gran número de ovejas para dejar-
las tiradas, y sus feroces perros destrozaban otras que luego se de-
sangraban. Se comprenderá la situación de los ganaderos que veían
peligrar o perdían el fruto de sus esfuerzos. ¿Pero no merece también
el indio que se tome en cuenta su situación? F. A. Coox (d): 93 se
refiere a ella diciendo: "Los muchos millares de guanacos blancos que
pastan pacíficamente en los cazaderos de los indios, son una tentación _
irresistible para los aborígenes, si ellos, hambrientos y medio desnu-
dos, miran desde los helados bosques de las montañas hacia la plani-
cie. ¿Hemos de llamarlos ladrones, si tienen que ver cómo sus muje-
res e hijos y todos sus seres queridos casi mueren de hambre y si, por
ello, bajan valientemente y toman ante los caños de los winchester lo
que consideran que es el producto de su propia tierra?"

v. Los cazadores de indios


Los blancos se hicieron cada vez más sedientos de sangre, la lucha
fue cada vez más ensañada, y se hizo cada vez más evidente que el fin
era la destrucción total de los indios. Para mayor calamidad, las mi-
nas de oro habían perdido mucho del rendimiento inicial ya a los
tres años de su caótica explotación. Figuras miserables, que vieron
frustradas sus esperanzas de una lluvia de riquezas, deseaban, aunque
fuera mediante un oficio horripilante, ver colmados de cualquier modo
sus deseos. Se ofrecieron a los estancieros para la lucha contra los
indios. También otros bandidos habían sido invitados a la Isla Grande
con el mismo objeto. Ahora comenzó una salvaje persecución de los
indefensos aborígenes. Eran rodeados por una línea de batidores que
avanzaban sigilosamente, y muertos a tiros bajo las risotadas escar-
necedoras de estos cazadores de hombres. Cuando una pequeña colonia
de selk'nam era descubierta, estos europeos armados caían también a
la luz del día sobre los desprevenidos indios. Mataban a todos los
hombres que intentaban defenderse y también a las mujeres que tra-
taban de huir. Si daban alcance a mujeres y niños, mejor todavía a
madre con niños de pecho, entonces, con saña, les clavaban largos
cuchillos o bayonetas en el vientre para disfrutar del placer de sus
muertes atroces. Algunas mujeres fueron estranguladas durante la vio-
lación en asaltos de este tipo 154 .

Aquí sólo mencionaré a los tres cazadores de indios más feroces


y temidos. Al rumano JULIO POPPER ya lo conocemos por sus correrías
en pos de nuevas minas de oro (pág. 54). Se interesó por esta san-
grienta ocupación cuando su empresa minera quedó estancada y quiso
resarcirse de sus fracasos con un trabajo remunerativo al servicio de
patrones cuyo vehemente anhelo era la eliminación de los indios. Cuan-
do los europeos hicieron su posición cada vez más insostenible, POP-
PER recurrió al gobierno de Buenos Aires. Entre otras cosas, tuvo la
osadía de defender con hábil charlatanería a los indios, para distraer
la atención de los graves cargos que se le imputaban por maltratar a
sus peones, durante una conferencia pública que tuvo lugar el 27 de
julio de 1891. En la misma oportunidad presentó, con espeluznantes
detalles, un cuadro de las violaciones, ultrajes y asesinatos que fue-
ron cometidos por la chusma europea. Es cierto que describió, sin
tapujos, la realidad de aquellos horripilantes acontecimientos que cla-
maban al cielo, y también es cierta su defensa de los aborígenes: "La
injusticia no está del lado de los indios... Los que hoy día atacan la
propiedad ajena en aquel territorio, no son los Onas, son los indios
blancos, son los salvajes de las grandes metrópolis". ¡Qué graves pala-
bras! A pesar de ellas, tuvo él considerable participación en la terrible
calamidad de que "el dominio absoluto del indio Ona se ha conver-
tido en recipiente de hombres arrojados de todos los países de Eu-
ropa, en teatro del vandalismo de grupos de desertores, deportados y
bandidos de todas las razas" (d: 139-142). No tuvo vergüenza de ha-
tografiar una matanza de indios durante la cual él, apuntando
fusil, capitaneaba a sus malandrines con idénticas intenciones:
rimer plano yace el cadáver de un hombre vencido, mientras que
rmas se dirigen contra las mujeres y niños que huyen; él mismo
oberva la caída de los mortalmente heridos. El aspecto de este grupo
causa estupor y espanto 155 .

159 Véase los informes de los misioneros católicos sobre asaltos y crueldades
de todo tipo en el Boletín Salesiano: XII, 142; XIII, 119; XXII, 176, etc. Coinciden
con ellos los relatos de los misioneros protestantes; cf. PRINGLE en MM: XXXI,
54; XXXIV, 49.
155 BORGATELLO (a): 221 y CanIzzi: 21 reimprimieron esta fotografía. Yo ten
go el original.
AMI
El escocés MAC LENAN gozaba de la misma fama. Más tarde fue
administrador en una estancia sobre la Bahía Inútil. En el exterminio
de los indios se destacaba por sus grandes ofensivas. Con una caterva
de bandidos inhumanos desplegados en formación dispersa "limpiaba"
paso a paso grandes áreas de indígenas. No tomaba prisioneros, sino
que disparaba indistintamente sobre cualquier ser que se movía o se
ponía delante de sus caños. Estas cacerías le proporcionaban exce-
lentes ganancias, pues estaba al servicio de la estancia más grande.
Monseñor FAGNANO también lo confirma en J. EDWARDS: 230 de la si-
guiente manera: Él "ganó en un año, en premios por tan macabro
sport, la suma de 412 esterlinas, lo que quiere decir que en un año
había muerto 412 indios. Esta deplorable hazaña fue festejada con
champagne, en medio de una incalificable orgía, por algunos miem-
bros de la compañía que brindaron por la prosperidad de la 'Esplo-
tadora' i por la salud del brillante tirador ..." Hasta ahora, ¡sólo se
ha contado algo parecido de caníbales!
Un repulsivo sádico fue el inglés SAM ISHLOP, "cazador profesional
de indios" según el juicio del mayor chileno FUENTES: I, 141. Ver in-
dios, donde fuera y cuando fuera y disparar sobre ellos era cosa de
un momento '55 . Las feas torturas a las que sometía a las víctimas que
caían vivas en sus manos, así como la repugnante mutilación de cadá-
veres de aborígenes masculinos y femeninos, eran su costumbre,. .y la
pluma se niega a describir aquí todo esto detalladamente. Colonos
viejos del lugar saben de ello. Una de las atrocidades menores que
practicaba con predilección era el estupro y asesinato de vírgenes,
sobre lo que escribe BORGATELLO (c): 233.
Ciertos estancieros y asesinos pudieron ensañarse impunemente
con los aborígenes a fin de librar el territorio indígena a sus hacien-
das. Se comenzaron a pagar recompensas, primero menores y luego
hasta de una libra esterlina por la cabeza de un indio adulto. Era la
misma paga que en la Patagonia se recibía por un puma muerto.
Como algunos cazadores de indios no querían cargar con varias cabe-
zas, el estanciero se contentaba con la entrega de un par de orejas y
pagaba el mismo precio 157 Pero estos "trofeos" se quemaban en el acto
.

pues el empleador quería evitar que su diligente cazador cobrase dos


veces el mismo par de orejas. También conozco los nombres de per-
sonas que han enviado- cabezas de indios a un museo de Europa a
cambio de una suma mayor "8.
La cacería tenía más éxito cuando una india en avanzado estado
de gravidez caía en esas manos habituadas al asesinato. Clavaban la
bayoneta en el vientre de la indefensa, le arrancaban el feto y también

156 Véase un informe sobre esta forma de proceder en FUENTES: I, 141-142.


Sobre sus inclinaciones al asesinato sádico escribe detalladamente BORGATELLO
(c): 223.
157 Varios misioneros confirman esta práctica salvaje; además la mencionan
HULTKRANTZ: 127, BENIGNUS: 232, FUENTES: I, 142, ARDEMAGNI, 10C. cit., J. EDWARDS
Ruin: 230, DABBENE (a): 41 y LacoiNTE: 61.
I" ARDEMAGNI dice al respecto: "Algunos hábiles ingleses habían ideado un
método más lucrativo. Enviaban cráneos de indios asesinados al Museo Antropo-
lógico de Londres, que pagaba hasta ocho libras esterlinas por cada uno. Para
ello no se respetaban las vidas de ancianos, ni de mujeres, ni de niños".
a éste le cortaban las orejas. Por los dos pares recibían una recom-
pensa mayor.
En esa época, algunos estancieros trajeron fuertes mastines de
Europa. Los cazadores de hombres soltaban estos animales peligrosos
cuando sorprendían o rodeaban un campamento. Los perros o hacían
salir al indio de su escondite para llevarlo ante los caños de los fusiles
o si no herían gravemente en el cuello a los niños, que se desangraban
rápidamente.
Estos "pioneros de la civilización" llegaban al extremo de inocular
a los niños que podían atrapar, con ciertas materias patógenas y los
dejaban volver a los bosques. El fin de esta práctica era contagiar
con ellas también a los adultos.
Fingiendo caridad, algún hacendado dejaba algunas ovejas, en un
lugar fácilmente accesible, para que los indios hambrientos bajaran de
noche a buscarlas. La carne estaba envenenada con estricnina y el
efecto era fulminante. Más de un europeo colocaba estos cebos cerca
de un campamento indígena para que el mayor número posible de
indios encontrara una muerte rápida. También HULTKRANTZ: 127 ha-
bla de estos "envenenamientos en masa con estricnina", mientras que
BENIGNUS: 232 subraya: "Incluso la estricnina fue aliada en este triste
episodio de nuestras bestias de la cultura".
Estos hechos comprobados hablan por sí solos. En su lucha por
las tierras de los indios, los europeos se sirvieron de métodos incali-
ficables, pisotearon con risa diabólica la ley y la justicia. El nativo tuvo
que perder. O lo asesinaron o lo echaron de sus dominios ancestrales.

4. Destrucción de la nacionalidad indígena

Todavía no ha terminado la historia de la pasión de los indios,


amenazados por los intrusos violentos y despóticos. Seguramente algún
lector se preguntará cuál fue la actitud que los gobiernos de Chile y
Argentina adoptaron frente a estos desmanes. Llama la atención que,
en ninguna parte, se oiga ni se lea acerca de una disposición enérgica
y justa en favor de los indígenas, a pesar de que hombres intachables
se quejaron amargamente de la insistente sordera de las autoridades ' 59.
Ya R. LISTA (b): 62, que también había procedido de manera cruel y
ikápiadada, había observado que los aborígenes "están acostumbrados

Illigirlos mineros chilenos de Bahía Inútil a oír tan sólo la voz del rifle".
HULTKRANTZ: 127 incluso escribió que los colonos "llevan, con consen-

159 Véase el comentario de BEAUVOIR (Bollettino Salesiano; 1887) sobre el en-


frentamiento de indios con el puesto militar argentino cerca de San Sebastián, el
25 de noviembre de 1886. Nuevamente hago recordar la salvaje cacería llevada a
cabo por R. LISTA (pág. 53) de los desaprensivos indígenas: a las mujeres y niños
atrapados les colocaron trabas atadas a una larga cadena; los cadáveres de los
caldos quedaron sin enterrar. Un joven indígena, que apareció casualmente, fue
rodeado, acribillado con 28 balas y finalmente favorecido con un tiro de gracia
(SEcEas: 74). El gobernador argentino tampoco procedió contra los asesinatos y
raptos de mujeres que se imputaron a los viajeros franceses Roussox y WILLEMS
(POPPER en MM: XXV, 125; 1891).
timiento de las autoridades, una verdadera guerra de exterminio con-
tra los Ona". El gobernador chileno SEÑORET: 23, confiesa, en un in-
forme oficial, las batidas de los ganaderos contra los indígenas y, aun-
que consciente de los vergonzosos procedimientos, "favoreció de modo
indigno y cruel la persecución de los aborígenes, apuró su exterminio
y dejó que sufrieran indecibles angustias" (Acosniszi: 260). Recién
cuando los misioneros salesianos apelaron a la opinión pública me-
diante cartas de protesta, comenzaron, por fin, los gobiernos a prestar
atención a los terribles acontecimientos de Tierra del Fuego. MANUEL
A. CRUZ, enviado para realizar una inspección por el Tribunal Superior
de Justicia de Valparaíso, tuvo que confirmar lo que todo el mundo
sabía desde hacía rato 16°. El 11 de junio de 1891 el "Buenos Aires
Standard" publicó un muy grave llamamiento para la defensa de
los indios, que J. POPPER había entregado al ministro argentino
de Justicia ' 61 .
Cuando, al principio de la década del 90, las persecuciones se des-
ataron con extrema violencia, los misioneros católicos entregaron una
petición al presidente chileno. Recién cuando ésta no obtuvo contes-
tación, se dirigieron a la prensa entera, que recibió este llamado de
auxilio con la mayor complacencia. Entonces sí se movieron los go-
biernos. Además los misioneros se habían esforzado repetidamente en
persuadir a los ganaderos de que trataran más humanamente a los
indios y de que intercedieran en favor de los desposeídos de sus
fueros '62 . Más de un autor parece olvidar el hecho, en otros lados
nada raro, de que también aquí, en regiones antes temidas por el euro-
peo, los misioneros abrieron los caminos que colonizadores y viajeros
allanaron más tarde. HOLMBERG (a): 18, ~Tribu: 240 y otros lo co-
mentan con inequívoca claridad. Pero que no se responsabilice a estos
precursores en hábito sacerdotal de todas las desgracias que los intru-
sos que los siguieron ocasionaron.
La intervención de los gobiernos y de los misioneros sólo mejoró
escasamente la situación de los indios, porque "ricos" logreros desea-
ban eliminarlos (BENIGNUS: 232). En vez de entregar a los aborígenes
a su brutal exterminio ante los ojos del mundo civilizado, se los alo-
jaría en la misión recientemente fundada en la Isla Dawson. Eviden-
temente, el fin perseguido con esta medida, era el de limpiar a la Isla
Grande de indios. Por la fuerza . los desalojaron de su patria y los lle-
varon a esa isla '; ni las autoridades ni la policía procedieron con deli-
cadeza. Siempre cuando algún ganadero presentaba una queja contra
los indios, se aplicaba "el método probado: la milicia organizaba bati-
das para hacer participar a los salvajes de las bendiciones del cristia-

I 60 Su informe fue publicado por GUERRERO: 139. Ver AGOSTINI: 261.


161 Reproducción completa en traducción inglesa en MM: XXV, 125 ss; Lon-
dres, 1891. Ver POPPER (d): 136.
162 Véase los informes de los misioneros en el Bollettino Salesiano de 1888-
1904, y además HOLMBERG (a): 18, DABBENE (a): 41 y F. A. Coox (d): 88.
163 El jefe de Misión FAGNANO firmó el 16 de mayo de 1895 en Valparaíso un
contrato con el Consejo Directivo de la Sociedad Explotadora que administraba
la mayor extensión de tierras, según el cual se le pagaría una libra esterlina de
mantenimiento por cada indio que de esta estancia fuera trasladado a la Isla
Dawson (Sairoarr: 27 ss). Recién a partir de 1895 llegaron allí algunos selk'nam.
nismo" (BENIGNUs: 232). ¡Así se libraron de los indios! Llevándolos
a otra isla, pretendieron ante el mundo tratar con humanidad y justi-
cia a los indígenas. Pero en realidad se multiplicaron y extendieron
los alambrados y los rifles y, sobre cada manchón aprovechable, se
colocaron lanares o vacunos. A los indios se los echaba de sus campa-
mentos igual que antes.
La reducción de sus lugares de caza y el hambre penosa los llevaba
más que antes al robo de ganado i". Cada estanciero mantenía para
defensa una tropa de soldados y, nuevamente, se produjeron choques
en los que poblaciones indígenas enteras fueron rodeadas y arreadas
como animales al embarcadero, desde donde se cargaban en algún va-
por. En la estancia de la Bahía Inútil, los guardias juntaron en un día
trescientos indios para su deportación a la Isla Dawson (BEAuvoIR en
BS: XX, 40; 1896). La situación era similar en los otros campos. Nunca
se trató de llegar a un entendimiento con los indios, ni por parte del
gobierno ni por parte de los hacendados. Por las maldades de un ban-
do, el otro tomó sus terribles venganzas. "Matar a un colono era una
diversión como la cacería y los blancos disparaban a su vez sobre los
indios con tanto entusiasmo como si se encontraran cazando panteras"
(F. A. CooK [d] : 90). Así hubo una guerra sin fin, una situación de
lucha constante, asesinatos de ambos lados; la sensible desigualdad
de fuerzas perjudicaba al indio.
A menudo llevaban primero a los prisioneros a Punta Arenas para
exhibirlos en campamentos abiertos bajo custodia militar. Los man-
tenían en corrales, como animales prontos para la faena, y cualquier
mirón podía hacer sus sucios comentarios a su gusto. Ocasionalmente
se ofrecía a los adultos a la venta en remates, y el que los compraba se
los llevaba a su casa 165 . A otros grupos los acomodaban en las cel-
das de la prisión. Su alimentación era más apropiada para animales
salvajes que para seres humanos. El reparto indiscriminado de los
indios y su internación en cualquier lugar de Punta Arenas no produjo
a las autoridades carga económica ni otros problemas, pero pronto
iban a darse cuenta de las malas Consecuencias que, con increíble ra-
pidez, tuvo el hacinamiento de estos tímidos hijos de la naturaleza en
condiciones inapropiadas (pág. 150). Nadie podrá describir el despre-
cio y los malos tratos que la población de Punta Arenas se permitió
prodigar a estos infelices. Observadores de nobles sentimientos sentían
repulsión por estos hechos. A fines de 1895 el obispo inglés STIRLING
encomendó al Rev. J. WILLIAMS el cuidado de los doscientos indios
ramtidos por Punta Arenas 166. Los misioneros salesianos no poseían
allí edificios con espacio suficiente.

164 DEL TURCO (BS; 1904), F. A. Coox (d): 88, BORGATELLO (S.N.; IV, 202),
GUERRERO 136, HOLMBERG (a): 46, 51 y 55 y POPPER (d): 140 lo confirman.
165 Los diarios de Punta Arenas publican sobre estos acontecimientos indig-
nos de la década del 90 abundantes detalles.
166 Él planeaba asimismo para los indios alojados en los campamentos abier.
tos o en casas de europeos un servicio misionero conforme a las reglas; pero antes
de su realización ya había disminuido el número de indios en Punta Arenas. Véase:
MM: XXX, 21; 1896.
En conexión con los remates de los prisioneros 167 se impuso la
"moda" de que las familias más pudientes acogieran un niño selk'nam.
Principalmente se trataba de seres que, después de un asalto, eran
repartidos como botín entre los blancos, o que habían sido atrapados
en la isla para ser deportados al continente. Es casi imposible hacer
una estimación de la cantidad; F. A. Coox (d): 90 habla de "muchos
niños" que fueron alejados de su patria. A mí me nombraron una serie
de familias que, en forma sucesiva, habían adoptado huérfanos indí-
genas.
Muchas veces se separaban brutalmente las familias para repartir
desconsideradamente a sus integrantes en diferentes lugares. La mayo-
ría de ellos nunca volvieron a encontrarse.
Graves conmociones de este tipo impedían considerablemente el
buen desarrollo y la evolución de los prisioneros en sus nuevas con-
diciones de vida. Nuestros selk'nam son muy emotivos y apegados a
sus parientes. Aunque la mayoría de las familias europeas, con sin-
ceros sentimientos humanitarios, hicieron todo lo posible de su parte
por el indiecito adoptado, el transplante a un ambiente infinitamente
distinto en todo sentido, resultó completamente negativo. Aparte del
cambio en la vestimenta, alimentación, habitación y forma de vida, su
acrecentada predisposición para todo tipo de enfermedades tuvo con-
secuencias nefastas. En especial la tos convulsa y el sarampión han
hecho estragos, y han causado la muerte a muchos; otro tanto ha hecho
la tuberculosis pulmonar. Todas estas familias bien intencionadas, sin
excepción, tuvieron las mismas experiencias infortunadas con estos ni-
ños". Ciertamente se ponderaba la facilidad para asimilar instrucción
de los indiecitos, pero, a pesar de todo, se morían y ni siquiera llega-
ban a estar unos años con las familias extrañas 169 Nadie supo aliviar
.

la pena de estos niños porque les arrebataron a sus padres y su patria.


Ocasionalmente también deportaban grupos de indios capturados
a Ushuaia, donde se había instalado, en el año 1884, una subprefectura.
Huir de aquí les resultaba relativamente fácil. Sobre esto hay algunos
datos 17° .
El fenómeno parcial más infame en la guerra de exterminio contra
los indios será para siempre la violación impúdica de incontables mu-
jeres. El libertinaje más perverso del que eran víctimas las indias,
aquí es, para mí, irrepetible. El "salvaje fueguino" ni siquiera sabía
nombrar estas cosas. Cierta parte de los mineros y peones, soldados
y policías, comerciantes y viajeros ha cometido públicamente graves
inmoralidades. Los dos franceses WILLEMS y Roussox llevaban "a fine,

167 SEÑORET: 32 ha dejado documentado que no incurrieron en faltas; de


modo que de los deportados en Punta Arenas en 1892, durante siete meses ente-
ros "ni un solo indio ha sido visto en estado de ebriedad" y los que estaban alo-
jados en el cuartel de los "soldados entregados en general a la bebida ... han con-
servado hasta ahora esa temperancia verdaderamente incorruptible".
168 Los niños eran mantenidos más como curiosidad que como personal de
servicio. Véase MARABINI: 48-52.
169 SEÑORET: 23, F. A. Coox (d): 90 lo confirman y con más detalle FAGNANO
(BS; 1888) en una carta del 5 de noviembre de 1887.
178 Muy bien describe estos sucesos el Pastor LAWRENGE en una carta del
18 de febrero de 1895 (MM: XXIX, 113; 1895).
attractive young Indian woman" con ellos, a la que habían arrancado
de los brazos de su esposo en el Cabo San Pablo (PoepEtt en MM: XXV,
125; 1891). También está documentado que mineros y pastores orga-
nizaban asaltos particulares para hacerse de indias. "El deseo de po-
seer las mujeres del indio fue entonces el motivo principal" de esas
cacerías, como lo manifiesta HOLMBERG (a): 55. Él mismo vio sobre
el Río Grande y el Río del Fuego, junto a las simples barracas de chapa
acanalada para la policía, tiendas y chozas para mujeres nativas. Eran
ésos matrimonios "a la fueguina" como acostumbraban expresarse. Si
se observaban las descripciones personales de aquellas indias, que LEH-
mANN-NiTSCHE (1): 80 estudió desde el punto de vista antropológico
en el año 1898, leemos de las seis primeras: "...vive como mujer de
un soldado en el destacamento de policía de Río Grande''. Las otras
vivían en la misión. Aquellos empleados policiales subordinados, que
la corriente de la vida había arrojado hasta el extremo sur estaban,
por lo general, entregados a la bebida y al juego 17'. Las indias, inti-
midadas, tenían que entregarse sin posibilidades de defensa a estos
sujetos desvergonzados.
Otros intrusos blancos se habían adelantado ya al ejemplo de estas
autoridades o lo seguían fielmente. Los primeros colonos llegaron a la
Isla Grande o como solteros o sin sus mujeres. Como nadie los obser-
vaba ni castigaba, podían entregarse a una salvaje promiscuidad; "com-
pran, prestan o roban mujeres, cuando se instalan en una mina de
oro o en una estancia" (F. A. Cook [d]: 98). Según la opinión de aque-
llos colonos, cualquier india es sólo una "china". De allí los choques
constantes, pues los hombres lucharon hasta la desesperación para pro-
teger el honor de sus mujeres e hijas contra el libertinaje europeo.
¡Que esto quede sentado claramente para gloria del indio e ignominia
de los intrusos blancos! F. A. Coi:« (d): 102 '" dice que "es una ini-
quidad inaudita de la civilización cristiana en marcha, que estos hom-
bres rojos del lejano sur tengan que sacrificar sus vidas para proteger
el honor de sus hogares contra los blancos desalmados". En su situa-
ción forzosa las pobres no se sentían nada bien, y siempre que les fue
posible, huyeron para regresar junto con los suyos 173 Otras veces que
.

tuvieron que resignarse a su indigno destino, pronto enfermaron y


murieron. Los niños, fruto de estas combinaciones, tuvieron, casi sin
excepción, una muerte temprana. En la tribu selk'nam se cuentan muy
pocos mestizos que hayan llegado a la edad adulta.
Todas las circunstancias anotadas aquí, con sus efectos funestos,
las batidas contra los indígenas, los cada vez más numerosos ataques

171 El argentino HOLMBERG (a): 70 pronuncia un dictamen mucho más termi-


nante contra este tipo de policías argentinos.
172 Pero aparentemente contradice a la realidad su afirmación de que "las
indias ven con agrado cuando las compran o raptan" (ibídem, pág. 91). El indio
nunca hubiera entregado a alguno de los suyos contra dinero o regalos y seguía
a cada persona secuestrada hasta su liberación o su propia muerte. Que el proce-
dimiento legal público discriminaba al indio queda demostrado por un incidente
que FAGNANO relata en EDWARDS: 234 SS.
173 Significativo es, en este caso, el idilio entre un minero y una bellísima mu-
chacha india descrito por F. A. Coox (d): 98. Pero un sobrio análisis eliminaría
enérgicamente lo que no corresponde.
llevados a cabo por cazadores de hombres profesionales, los cebos de
carne envenenada, la evacuación de grandes grupos de prisioneros a
Punta Arenas o la Isla Dawson, la violación de mujeres, la adopción
de niños por familias europeas, causaron, en pocos años, el más pro-
fundo quebranto a la nacionalidad indígena y perturbaron las fuerzas
vitales de esta tribu, hiriéndola mortalmente. Es extraordinariamente
triste para cualquier persona de bien escuchar que los niños rematados
en feria "andarono a finire in case di prostituzione, per servire d'istru-
mento alle piu ripugnanti perversitá" (BORGATELLO [e] : 231) Las fa-
milias fueron separadas violentamente, su forma de vida tradicional
fue imposibilitada, su unidad tribal dividida y el individuo ya nunca
más pudo estar seguro de su vida ni de su honor. Sólo para matar
el hambre muchos debían exponerse a las armas mortales, igual que
antes, y cientos de esqueletos blanqueaban sobre la tierra natal. Los
selk'nam, tan vitales, se desplomaron irremediablemente luego de una
terrible agonía'''.

5. Vejaciones bajo el pretexto de la Ciencia


El valor que los indios tenían a los ojos de algún europeo que, con
su presencia, mancillaba aquel país lejano, se demuestra en las acti-
tudes de los señores WILLEMS y Rousson (pág. 53). Pretendieron inves-
tigar esta región por orden del ministro francés de Bellas Artes. ¿Pero
cómo se condujeron? "Asesinan ancianos indefensos, arrancan a las
mujeres del lado de sus maridos y satisfacen sus bestiales instintos,
¡oh sarcasmo!, a nombre de la ciencia" como juzga POPPER (d): 140 15 ,
cuyas manos también estaban manchadas de sangre india. Su guía
era el alemán FRIEDRICH OTTEN. Para obtener el esqueleto de un gigan-
tesco selk'nam fusilaron sin el menor escrúpulo al viejo YENIJOON.
J. M. CALAFATE, el con tanta frecuencia intérprete del P. BEAUVOIR
(b): 167, lo ha atestiguado. Incluso SEÑORET: 24 lo confirma oficialmente:
"Las mismas caravanas que con propósito meramente científico han
cruzado la isla, han hostilizado a los naturales".
Para organizar exhibiciones rentables en ciudades mayores, varios
indios fueron atrapados y secuestrados. En 1886 desembarcó en la
Bahía de San Sebastián un empresario que asaltó a mujeres y niños,
y embarcó a los heridos, que chorreaban sangre, en su vapor. En
Buenos Aires los exhibió públicamente (POPPER [di : 140).
Como alguien que hace un negocio mostrando animales salvajes,
cierto MA,URICE MAiTRE raptó en la Bahía de San Felipe, a fines de 1888,
a toda una familia selk'nam, que constaba de once personas, y, con

174 COJAZZI: 21 nombra las siguientes causas para la rápida extinción de los
selk'nam, fundadas en las experiencias de los misioneros: "1. le influenzé patolo-
giche; 2. le uccisioni mediante armi da fuoco; 3. cattura delle dome e dei bambini
nelle guerre fra le tribu nemiche ... o per deportazioni violente per parte dell'
autoritá; 4. il troppo repentino cambiamento di alimentazione, vesti, abitazioni, di
vita errante ...".
175 Las quejas especificas de los indios por el comportamiento de ellos es-
tán anotadas en MM: XXV, 125; 1891.
pesadas cadenas, los llevó "cual tigres de Bengala" (POPPER [di : 140)
a Europa 116 . Dos de ellos murieron ya en el viaje. En la Exposición
Mundial de París en 1889, estos desgraciados fueron presentados, tras
pesadas rejas, como "caníbales" ante el público curioso. A determi-
nadas horas les arrojaban carne de caballo cruda; intencionalmente
los mantenían en suciedad y total abandono para que realmente tuvie-
ran la apariencia de "salvajes". Bajo las mismas condiciones los expu-
sieron, poco después, en el Royal Westminster Aquarium de Londres.
Pero el directorio de la S. A. Missionary Society protestó enérgicamente
contra esta repulsiva exposición diciendo: "These poor helpless Indians
have been drawn away from their country and their borne to be exhibit-
ed ... as wild beasts for commercial gain, not for themselves, but for
others. They are advertised as cannibals, and to be fed at certain in
hours with horseflesh . " El empresario confesó abiertamente que,
con su empresa, sólo pretendía "to obtain a commercial success". Como
también la opinión pública en Inglaterra se rebeló decididamente con-
tra estas presentaciones indignas, gracias a la incansable actividad de
dicha S. A. Missionary Society, el empresario se trasladó con su "mé-
nagerie" a Bélgica. Sólo una mujer quedó en Londres, gravemente en-
ferma, y el 21 de enero de 1890 murió en la St. Georges Infirmary 17 .
Allá en Bélgica pronto le impidieron a M. MAPTRE que siguiera ejer-
ciendo su oficio, y hasta lo detuvieron. Bajo la protección del gobierno
belga y del embajador inglés los indios volvieron a su patria a bordo
de un vapor. Sólo cuatro la volvieron a ver, porque los otros murie-
ron en el viaje 178 . El misionero P. BEAUVOIR tomó más tarde a uno
de ellos, el a menudo nombrado MIGUEL L. CALAFATE, como intérprete 19 .
Ningún medio de fuerza contra los selk'nam, por más perverso
que fuera, fue omitido por aquellos europeos con el fin de hacer di-
nero. ¡Aquí nos encontramos frente a los efectos culminantes de la
aun sacra lames!

6. Los blancos según el juicio de los selk'nam


Podríamos armar una verdadera "chronique scandaleuse" con las
opiniones que los selk'nam deben haberse formado sobre el comporta-
miento salvaje de los europeos. Lamentablemente, no existe por es-
crito esta colección de juicios. Pero en la actitud de los indios contra
aquellos intrusos blancos afloran muchos aspectos esenciales.

176 Más detalles da BORGATELLO (c): 221.


177 La enfermera que atendió a esta india presentó al médico jefe un detallado
informe sobre su personalidad, historia clínica, estado físico y muerte, que el
23-1-1890 fue publicado en la "Pall Mall Gazette" y reimpreso en MM: XXIV, 29.
178 Profusos detalles sobre todo este episodio presenta MM: XXIII y XXIV;
1889/1890. Ver también BEAUVOIR (b): 221 y AGOSTINI: 260.
179 BEAUVOIR (a): 4 escribió una buena biografía y descripción del carácter
de este indio. Ver también su trabajo del 15 de septiembre de 1890 en el BS:
XIV, 220. Su nombre se escribe a veces KALAPACTE y otras CALAFATE, porque en el
alfabeto selk'nam falta la f.
a. Calificativos para los europeos
Esas pocas formas de expresión que nuestros indios usan para
denominar a los europeos están, por su procedencia, circunscritas a
particularidades exteriores; lo mismo vale para la formación de nom-
bres propios.
kQ/iót se usa y se usaba en general como nombre propio con el
sentido de "forastero, extranjero, miembro de una tribu extra-
ña". También sería aplicable a los yámana y halakwulups, pero
el indio, habituado a utilizar el vocabulario correcto, prefiere
emplear el nombre corriente de la tribu. BEAUVOIR (b): 45 sim-
plemente escribe kolliót "civilizado". La derivación intentada
por GALLARDO: 355 resulta errada a primera vista. El uso acije-
tival de esta palabra significa "del extranjero, del blanco".
k'eirld significaba originalmente la raíz comestible blanca de Boo-
pis. Por alusión al claro color de piel de los europeos, se les
dio esa denominación.
slittp se dice del color macilento, pálido de la cara que aparece en
estado de descompostura o enfermedad. El real sentido de la
palabra es entonces "cara pálida". TorrELLI: 95 dice gerp, gapre
"nemico".
p'álte se usaba menos y significa, sin limitaciones, "uno que viene
de lejos".
Ztárywenhing, fue expresión usada preferentemente en tiempos en
que POPPER inició las persecuciones. La palabra se compone de:
háruwenh "tierra, cascote"; y bol, "cuero velludo, terrón con pas-
to". La denominación tiene su origen en el siguiente suceso: pa-
ra espantar, o, por lo menos, intimidar a los aborígenes, POPPER
había armado varias figuras de tierra y pasto, otras en cambio
de cueros velludos y los había sentado sobre caballos, simulan-
do soldados, o una mayor cantidad de jinetes para la lucha.
Desde entonces esta palabra compuesta significaba "figuras de
tierra cubiertas con cueros velludos".
káiyenttos significa literalmente "terrones con raíces extraídos de
negras aguas cenagosas". Los europeos obtuvieron este apodo
porque se movían siempre en grupos o como una masa com-
pacta, vestidos principalmente con ropas oscuras, o sea que se-
mejaban un terrón negro.
arnoól "forestiero", dice TONELLI: 95, sin explicación alguna. Yo
nunca lo escuché.
Si las mujeres y los niños, durante los ataques, se echaban deses-
perados a los pies de los asesinos europeos para pedir por sus vidas,
repetían constantemente k"árla en el sentido de "¡sé bueno, sé mise-
ricordioso con nosotros!". Como la raíz del Boopis tiene un sabor agra-
dable y un efecto bienhechor, utilizaban la misma palabra para pedir
clemencia. No podían hacerse entender de los blancos con su idioma.
Parece que los haus usaban sólo la expresión glAng.k para nom-
brar a los europeos. Por lo menos yo no pude hallar otra.
Los selk'nam hoy en día sólo utilizan la palabra ko/iót. Las otras
denominaciones, como perífrasis de ciertas características, ya no tie-
nen actualidad. Ya en mi primera visita al campamento del Río del
Fuego, a mí me pusieron el nombre propio Tonkoqót "hechicero
europeo".

P. Su profundo desprecio por los blancos

Retomando los sucesos que muchos navegantes y viajeros han


presenciado, quiero recordar que los selk'nam han ido con tímida pre-
caución al encuentro de toda aquella gente extraña que había osado,
por vez primera, penetrar en su territorio, pero nunca con hostilidad
injustificada. A nadie crearon obstáculos en su camino; sólo fueron
observando furtivamente cada movimiento de estos extraños foraste-
ros. La historia de las investigaciones de la década del 80 19° lo prueba
ampliamente.
La actitud agresiva de los indios fue también en Tierra del Fuego
una imitación del ejemplo de los blancos. estos inicialmente los pro-
vocaron y luego los forzaron con sus atropellos a la defensa propia.
Ningún hecho lo demuestra mejor que el primer encuentro con un
pelotón de europeos al mando de RAMÓN LISTA (pág. 52). No menos
significativo es, además, el hecho de que unos trescientos indios junto
al Río del Fuego hayan dejado pasar a POPPER, que con su reducida
compañía se acercaba, en actitud pacífica, sin molestarlo, deponiendo
incluso las armas para manifestar sus buenas intenciones. Él mismo
pudo, en otro campamento cerca del Cabo San Pablo, pasar una noche
tranquila, ahí donde WILLEMS y RoussoN afirmaban haber sido ata-
cados pocos días antes y donde dejaron en el lugar los cadáveres de
varios aborígenes. Un viejo indio se quejaba amargamente, frente a
POPPER, diciendo que aquéllos dos habían sido las atacantes y agre-
gaba: "we wish to live in peace with you; but why do your brothers
persecute us, kill our fathers and steal our women?" ' 9'
Una chusma de los más depravados europeos había caído como
un rayo sobre los indígenas que durante siglos no habían sido moles-
tados. Los indios defendieron heroicamente su patria, su -vida y su
familia. Impotentes, tenían que ver cómo sus mujeres y niños eran
cruelmente degollados, los sagrados lazos de sangre destrozados y los
seres queridos raptados y deportados al extranjero. Todo el dolor por
los muertos y desaparecidos, las súplicas por la piedad y la justicia
fueron en vano. Los blancos, con los caños humeantes de sus rifles,
los espantaban de sus escondrijos y los mataban como animales sal-
vajes. Sólo el monte impenetrable les brindaba protección parcial
hasta que, acuciados por el hambre, volvían a intentar una salida.
Esta desgracia indecible envenenó sus almas y alimentó en ellos un
odio insuperable contra todo blanco '". Yo todavía he podido ver

iso Me conformo con remitirme a BORGATELLO (c): 47, como testigo fidedigno
que habla basado en su larga experiencia.
181 Según la acusatoria que POPPER entregó al ministro argentino de Justicia
en junio de 1891. Ver MM: XXV, 125 ss, 1891.
882 Según COJAZZI: 21 nuestros indios juzgan como: "cattivi i cristiani per
Ull11111•
cómo se desencadenaba la ira del viejo TENENESK al hablar de estos
brutales acontecimientos: "Cuántas veces habíamos tratado, nosotros
los hechiceros, de utilizar toda nuestra sabiduría en contra de estos in-
trusos impertinentes; pero nuestros más grandes esfuerzos siempre
fueron infructuosos. De lo contrario, ninguno de ellos hubiera que-
dado con vida".
Los pocos sobrevivientes se resignaron, en su total impotencia, a
las sensibles limitaciones de sus medios de vida, que a la postre les
dejaron. Saben esconder, bajo el más profundo silencio, su amargura
por haber perdido todo lo que amaban y apreciaban. Por prudencia
evitan otros intentos de venganza, porque el indio "¡sabe perdonar,
sabe compensar con hidalguía las crueldades de que ha sido constante
víctima!" Hasta un POPPER (d): 142, de tendencia al crimen, les dedica
este testimonio. Los escasos restos de esta magnífica raza de hombres
se han forzado a una actitud severamente reservada. Evitan el encuen-
tro con cualquier europeo y, ¡razones para ello no les faltan! Para el
indio fue fatal que su patria fuera apropiada para una rendidora gana-
dería; su única culpa fue la de habitar como indígena estas tierras '".
Sólo un puñado de estos indígenas, en otros tiempos tan vitales, vi-
ven actualmente, pero su alegría de vivir está empañada por el recuer-
do de las sangrientas luchas de los cuatro últimos decenios. Para
ninguno de ellos es un secreto que pronto ha de desaparecer su tribu.
¡Es probable que ya dentro do diez años entierren al último, que
morirá con una terrible maldición sobre los labios que perdurará por
todos los tiempos, para el asesino europeo de su pueblo!

7. La situación actual de los selk'nam


Es asombroso que, después de persecuciones tan viles como las
que han tenido lugar en aquella isla, se hayan podido salvar algunos
de los miembros de la tribu selk'nam hasta nuestros días. Un mérito
especial a este respecto corresponde a los misioneros salesianos, en
cuyas misiones los perseguidos siempre encontraron protección y se-
guridad (pág. 167). Hoy se atraviesan vastas extensiones sin encon-
trar un solo indio; por el contrario, nos topamos constantemente con
alambrados y limitaciones, líneas telefónicas y edificaciones. Cuando
yo viajaba por allí, un grupo pequeño vivía aún junto al Lago Fagnano
y todavía disfrutaba de cierta libertad; pero ellos también sucumbie-
ron a una fatal epidemia de gripe. Todavía nos encontramos con figu-
ras solitarias o con familias aisladas de esta espléndida tribu, pero
hoy, a fines de 1930, no suman ni siquiera un centenar. Se ha perdido
para siempre e irreversiblemente el auténtico pueblo indígena.

quattro ragioni: 1) Ci hanno tolto il campo, 2) la possibilitá di cacciare, 3) ci


perseguitano ed ammazzano, 4) ci rubano le done".
183 En esto coinciden todos los viajeros que conservan una pizca de justicia.
Sólo menciono a BARCLAY (a): 78; GALLARDO: 98-99; GUERRERO: 136-138 y HOLMBERG
(a): 46-51.
La isla, en cambio, es un crisol de las más diversas nacionalidades.
Una profunda grieta entre trabajadores y propietarios llama fuerte-
mente la atención; aquí el trabajo penoso y allí las fantásticas ganan-
cias de la esquila anual... ¿No se podría haber hecho algo para con-
servar a esta tribu sin perjudicar el desarrollo de la ganadería y de
la industria lanera? Debo contestar con un convencido y decidido sí.

a. Se planearon reservas

Aunque tengo serlas objeciones fundamentales, basadas en mis


observaciones hechas en varios lugares de los Estados Unidos de Norte-
américa, contra la formación de reservas, en la Isla Grande se podría
haber declarado patrimonio exclusivo de los indígenas, sin detrimento
económico, la región que rodea en un amplio círculo al Lago Fagnano,
que no es apta para la ganadería. Aquí hay bosques y serranías con
buenas existencias de guanacos y ánsares, donde las necesidades para
el sustento de los indios hubieran estado cubiertas por mucho tiempo
y solamente en un futuro lejano las autoridades tendrían que preocu-
parse por un abastecimiento regular de ganado.
Efectivamente, este plan fue considerado. La iniciativa fue lan-
zada por el Patronato Argentino de Indios, que incluso envió a su
secretario general ENRIQUE A. ZWANCK en el año 1913 a Tierra del Fue-
go para que se interiorizara del estado de cosas 184 . Este proyecto
nunca se realizó y hoy ya es demasiado tarde 185 .

Todos esos indios, que en sus tierras adjudicadas o en sus reser-


vas hubieran disfrutado de una libertad absoluta para llevar su propia
forma de vida, protegidos totalmente contra los blancos, hubieran es-
tado a disposición de los ganaderos locales para los periódicos tra-
bajos del año. Esos capitalistas han calculado mal. De haber medi-
tado bien la forma de proceder, nuestros selk'nam hubieran encajado
con éxito en el nuevo sistema creado sobre la isla, sin tener que re-
nunciar a la necesidad vital de una vida errante.
En los últimos años resultaron ser muy hábiles en la esquila; en
su trabajo son rápidos y responsables. Sólo en un pequeño círculo
se sabía que el record de esquilar el mayor número de ovejas en la
misma cantidad de horas fue ganado contra Australia, aquí, en Tierra
del Fuego, por METETEN, el hermano de Tonv. Como pastores y guar-
dianes para los rebaños en puestos retirados, también han cumplido
satisfactoriamente con sus deberes. Los trabajos relacionados con la
ila llenan aproximadamente la cuarta parte del año. Sólo por ese
o los indios habrían estado atados a las estancias, y luego habrían
ido proseguir con su nomadismo. La paga es buena y, en vista
de sus parcas exigencias, el indígena habría llegado fácilmente has-
ta el verano siguiente.

184 Las únicas noticias al respecto las leí en el Diario Ilustrado de Santiago
de Chile del 1° de marzo de 1913, así como en MM: XLVII, 40; 1913.
185 Las propuestas presentadas por SESioarr: 37 ss, contra las que GUERRERO:
143 ss ya había tomado posición, ya no necesito analizarlas en cuanto a su utilidad
pues, por llegar tarde, no merecen ser tomadas en consideración.
01111L-,~~
Los indios serían jornaleros mucho más baratos que los tan pre-
tensiosos peones contratados en el sur de Chile o en los alrededores
de Buenos Aires. Inmediatamente declaran huelgas generales por ni-
miedades. Esto aumenta los gastos y encarece el producto. Cuán
buenas ganancias se pueden obtener con mano de obra india, lo de-
muestra el éxito obtenido por los hermanos BRIDGES, quienes, hasta
los últimos años, nunca emplearon europeos. Ninguna medida poste-
rior corregirá los graves errores de cálculo de los que son responsables
los capitalistas y ganaderos establecidos allí. Nuestros selk'nam hu-
bieran representado para las economías de Chile y Argentina una fuerza
de trabajo útil y ventajosa 186 .

P. Los indios fueron sistemáticamente perjudicados

El mal ejemplo, por lo general, tiene sobre los indígenas un efecto


tan pernicioso como la falta de trabajo regular. En el próximo análisis
excluyo a las pocas personas, ya mayores, que todavía viven, porque
la genuina educación india, que para su bien recibieron en su juven-
tud, los mantiene erguidos y firmes, incluso en estos tiempos de diso-
lución total. Tanto más afecta a las personas de mediana edad.
La imposibilidad de continuar su vida económica indígena lleva a
los individuos de edad media a las poblaciones y a las estancias délos
europeos. La inmoralidad y degeneración que ven allí, tarde o tem-
prano, tiene efectos negativos en ellos. En las cantinas les ofrecen
chistes lúbricos y conversaciones obscenas. De vez en cuando, observa-
ba en manos de algunos jóvenes revistas ilustradas y fotos de desnudos
de una impudicia repugnante, que habían adquirido en un almacén;
tenían vergüenza de mostrármelas. Antiguamente, el indio rechaza-
ba cualquier tipo de bebida alcohólica (pág. 150); hoy ya le tomó el
gusto, y, dos veces por año, se embriaga de manera tal que queda
borracho perdido. Los hombres nunca llevan a la cantina a las muje-
res de su familia, pero algunos muchachos jóvenes se meten con mu-
jeres europeas de mal vivir y pierden en el trato con ellas el poco
dinero que tienen.
• Llama la atención la insolencia y el descaro de los peones y jor-
naleros fuera de la época de la esquila. Buscan el campamento de los
indios, entran en sus chozas, se sientan junto al fuego y se instalan
allí para dormir, cuándo y dónde se les antoja. Su charla estúpida y
lasciva agrada por un rato y por eso los dejan. Días enteros molestan
con su mera presencia a los indígenas. Se dejan servir carne o lo que
haya .y se conducen con fanfarrona suficiencia, como si fueran los
reyes de Tierra del Fuego. No demuestran consideración alguna por la
situación momentánea y los trabajos urgentes de los indios, como si

186 Más o menos en los detalles, pero del todo en lo principal, están de
acuerdo conmigo sobre este tema BECERRA: 140, DABBENE (b): 266 SS, HOLMBERG (a):
60; LEHMANN-NITSCHE (I): 72; NORDENSKJOELD (e): 165, SEÑORET: 37 SS; SPEGAZZINF
(a): 180 y finalmente también algunos ganaderos con los que he tratado exten-
samente este problema.
éstos tuvieran que estar a su disposición para su charla imbécil. Pero
nadie tiene el coraje de echar a los insufribles bravucones.
Estos caballeros errantes tienen además una llamativa insolencia
para con las indias. ¡Entre blancos, jamás se podrían permitir un com-
portamiento tal! En su libertina opinión, cada mujer tiene que pres-
tarse inmediatamente a sus obscenos requerimientos. Los hombres y
mujeres presentes, ciertamente ven la impudicia en estas alusiones
ofensivas, pero nadie se atreve a enfrentarse con ellos.
Tampoco faltan sinvergüenzas entre los policías, que más bien me-
recerían encontrarse entre las filas de los jornaleros vagabundos. Abu-
sando evidentemente de su poder y contra las órdenes de sus supe-
riores, hacen y deshacen, ordenan y atropellan como si hablaran con
dementes y no con indios inteligentes y sensatos, que, por experiencia,
ya saben lo poco que se puede cumplir de las amenazas proferidas.
Funcionarios así, no sólo desacreditan a la policía, sino a la autoridad
en general. Puesto que los indios no encontraron protección de par-
te de los superiores cuando los subalternos se extralimitaban, comen-
zaron a odiar a la administración pública en general. ¡El indio nunca
olvida el trato injusto y la injusticia no reparada!
Por lo tanto, es extraordinariamente difícil para ellos soportar el
menosprecio de sus derechos de propiedad o de arrendamiento por
algunos vecinos europeos. Éstos llevan a pastorear su hacienda a sus
praderas, la dejan allí por largo tiempo y no sienten la obligación de
resarcir al indígena de algún modo. Si los indios sirvieron por mucho
tiempo a un estanciero o comerciante, a menudo no ven por meses su
salario ni una rendición de cuentas. Si por fin formulan una pregunta
por su jornal, los patrones les presentan una cuenta de sus deudas
que quedan sin pagar. Ellos, entonces, concluyen que siempre segui-
rán endeudados y que siempre los engañarán al comprar mercaderías,
porque no conocen el valor del dinero. Sin embargo, hoy no les falta ni
el juicio adecuado ni la práctica de calcular.
Los han llenado de promesas que nunca se cumplirán. Ni las auto-
ridades correspondientes ni los ganaderos atendieron jamás de ellos
una petición o una queja justificada. Por añadidura, sigue aparecien-
do en sus chozas la molesta gentuza de los peones europeos. Todas
estas circunstancias contribuyeron a que en todos los selk'nam madu-
rara una impasibilidad apática, pues en el fondo de su memoria, siguen

e s las tristes imágenes de las pasadas violencias y abusos de los


tcos. Casi todos saben contar detalladamente bajo qué circunstan-
cias alguno de sus familiares fue maltratado o asesinado por los in-
trusos europeos, a dónde lo llevaron y qué muerte tuvo que sufrir.
Entre ellos, a menudo reviven la sangrienta historia de su tribu en las
últimas décadas. Todo eso mantiene vivo su odio hacia los blancos y
su aversión aumenta con el tiempo, pero sufren calladamente.

y. La europeización embruteció al indio


Ciertas malas costumbres que algunos europeos exhiben abierta-
mente, con lo cual creen legitimarlas, encontraron últimamente imita-
dores entre los selk'nam. Mucho les gustaría dedicarse más a la bebida,
si pudieran conseguir el dinero para ello. Con la mayor avidez fuman
y mendigan tabaco por todos lados. En los pequeños almacenes, como
los que tiene cada estancia, compran un sinnúmero de objetos sin valor
y se jactan de sus gastos desatinados.
Ahora, más que antes, se apartan de una forma de vida ordenada.
No tienen idea de cómo distribuir el dinero que ganaron en la esquila,
en la venta de un animal o en alguna changa. Primero compran una
cantidad de objetos inútiles y luego, durante semanas y meses, les
falta lo esencial. Gastan sin medida los alimentos que compran. El café
tiene que ser asquerosamente dulce y luego les falta el azúcar por se-
manas. Para golosinas, bocados delicados, frutas en conserva y licores
gastan despreocupadamente una cantidad de dinero con la que podrían
haber adquirido abundante carne para sí y para sus familias. Hace
rato saben que los alimentos europeos no les convienen, especialmente
el pan y las legumbres secas, pero, a pesar de ello, los compran aun-
que la carne sea considerablemente más barata. Carecen totalmente de
la facultad de cálculo y distribución.
Tampoco aprendieron a cuidar de sus cosas. Hoy se ve el desorden
más increíble en sus chozas. Antes no ocurría eso, pues faltaban los
cachivaches, en su mayoría inútiles. Las ropas quedan tiradas así como
caen del cuerpo. Si buscan un objeto, revuelven a fondo todo lo que
hay. Por aquí queda una montura sucia sobre alguna ropa flamante sin
estrenar, encima una bolsa en la que se pudren algunas papas, tierra
colorante, tabaco, medias rotas, una botella pringosa con algún jarabe
contra la tos, unos arreos con riendas rotas, un molinillo de café, cue-
ros de ovejas y guanacos, una bolsita de clavos oxidados, un viejo
adorno frontal, un trozo de carne en putrefacción, un farol de lata abo-
llado, vidrios para puntas de flechas y cartuchos vacíos, un pantalón
raído, velas de estearina desmenuzadas y una bolsita reventada de hari-
na. En medio de ello bandas para piernas, húmedas y enmohecidas, café
molido y arroz derramado: un zurriburri inimaginable. ¡A ello se agrega
el olor que este desorden europeo e indígena emite! Todo es inmundicia
y abandono.
A veces me causaba repugnancia la inactividad y pereza, la hueca
abulia e inmóvil pesadez de hombres jóvenes y sanos. Muchachos vigo-
rosos están tirados sin ocupación todo el día sobre las pieles junto al
fuego; no mueven una mano para poner en orden su choza, sus ropas
y sus utensilios o para dedicarse un poco a sus animales. Cuando tie-
nen sed, mandan a uno de los niños para que les alcancen el recipiente
con agua que está del otro lado de la misma choza, sólo para no tener
que levantarse. Otro anda por ahí varios días seguidos sin levantarse,
aunque sea un poco, los ojos; hasta vi a uno que orinó en el hueco de
su mano y se humedeció la cara con la orina, porque quería ahorrarse
los pasos hasta el próximo pozo de agua.
Esta gente nunca está lista a la hora señalada. La puntualidad es
para ellos un concepto extraño. Si para el día siguiente se contratan
los servicios de un baqueano, con toda seguridad algo le falta en el
momento de partida. Entonces, con impaciencia, uno inicia solo su
camino y tan sólo después de un buen rato aparece el guía trotando
detrás. Cuando, después de largas deliberaciones, comenzó, por fin, la
fiesta Klóketen, muchos objetos importantes no habían sido preparados
aún; tuve que dar mis propias cosas, y hasta prestar mis sandalias
de piel. No mantienen nada en buenas y confiables condiciones. Cuando
algo les faltaba o necesitaban algo con urgencia y ocurría que yo lo
tenía, me miraban con un desvalimiento tan inequívoco en sus caras
impasibles, que su silencio decía en voz alta: ¡Me falta todo!
Lo que uno les da, de inmediato lo gastan o lo rompen, o, de lo
contrario, pronto lo dejan de lado en estado de total abandono. ¡Cuán-
tas veces pedían jabón! Y podía estar seguro de que esos pedazos,
después del primer uso, quedaban flotando y deshaciéndose en el agua.
Hay fósforos tirados por todos lados. Pronto se oxidan cuchillos y
tijeras, porque los dejan tirados sobre el suelo húmedo, donde los han
estado usando. Una nueva prenda de vestir, al tercer día, ya está irre-
conocible por la mugre y las arrugas. Se lamentan de su pobreza y
siempre piden más. Es imposible educar a hombres primitivos para un
sistema de vida complicado. El entorno más sano para ellos es un míni-
mo de utensilios y bienes, tal como era costumbre en los buenos tiem-
pos pasados.
Casi ninguno de estos muchachos vigorosos se decide a aceptar
un trabajo continuo o a servir en alguna estancia. El que por fin se
decide a hacerlo, nunca aguanta mucho tiempo. METETEN, el hermano
mayor de Toix, era una honrosa excepción. Ya había ahorrado una
buena suma de dinero; siempre estaba bien vestido y supo instalarse
cómodamente. Lamentablemente sufrió un repentino desgaste de fuer-
zas. Con Ton.' y su amigo HOTEX discutí a menudo este tema, pero
ninguno de los dos pudo tomar una decisión. A escondidas veían por
separado a una mujer casada. ¡Ni los tormentos del hambre les hacen
perder la sangre fría! Recién cuando ya no aguantan más, se preo-
cupan, por fin, por obtener algo de carne y salen de caza, lo que es
siempre su último recurso.
A mí siempre me veían ocupado todo el día. A veces les interesaba
un poco observarme, pero ellos mismos permanecían inactivos, tendi-
dos sobre sus pieles. Ninguna voz de aliento, ni tampoco el mejor ejem-
plo los saca de su fría tranquilidad. Nuestro moderno ritmo de tra-
bajo excede su capacidad perceptiva. Les encargué que me fabricaran
algunos de sus utensilios, no solamente para mi colección etnográfica,
también para proporcionarles una ganancia. Sabían, por propia
iir riencia, que yo les pagaba rápido y bien. Pero aún así, algunos ni
siquiera se podían decidir a contestarme con promesas vagas. Otros
prometieron hacérmelos, dudando más de sí mismos que de la certeza
de entregármelos algún día. Si después de un largo tiempo de continuos
reclamos volvía a preguntar por su promesa, ponían una cara que cla-
ramente me decía: "¡Nunca pensamos trabajar!". Yo deseaba tener una
manta grande para mi choza y para este fin ya había juntado gran
cantidad de pieles. Un día les dije a los hombres: "Quiero pagar bien
las pieles que me faltan. Decid a vuestras mujeres que me confeccionen
una gran frazada de pieles". ¿Cuál fue su contestación? "Nuestras mu-
jeres no quieren ganar nada. ¡Ni piensan molestarse con un trabajo
fastidioso!" Para los selk'nam del lago Fagnano no era desconocido el
hecho de que viajeros argentinos, que vinieron a bordo del vapor "Cap
Polonio", pagaban hasta diez pesos argentinos por una canastita; y que
en el verano siguiente volverían. Cuando los indios escucharon la no-
ticia, estaban decididos en el entusiasmo del primer momento a produ-
cir muchas cosas. En el invierno les recordé su intención, porque to-
davía no habían movido un dedo. Más tarde dejé caer con énfasis el
comentario: "¡Si yo fuera un selk'nam, trabajaría ahora diligentemente,
para poder ganar luego mucho dinero!". Se burlaron de mí por mis
tontas ideas de querer trabajar. De mala gana recuerdo el indecible
esfuerzo y la paciencia de que tuve que armarme para sonsacar a esta
gente indolente, desafecta a todo trabajo mental, la gran riqueza de
elementos de su patrimonio cultural, difícil de obtener, y de la que hoy
puedo gozar como fruto de mis investigaciones.
¡Qué extraña es para nosotros la mentalidad de esta gente! No
conocen las preocupaciones del presente ni velan por el futuro. En su
patria nadie necesita sufrir hambre; pero todo esfuerzo que va más
allá de esto sería una carga demasiado penosa. Sin embargo, los tiem-
pos pasados les ofrecieron ciertos estímulos para actividades que hoy
ya no existen.
No menos lamentable es el gran daño que se ha infligido a la
moral de los selk'nam que hoy todavía viven. El resquebrajamiento de
la disciplinada vida tribal y el comportamiento inadecuado de los blan-
cos han permitido que se introdujeran en la tribu malas costumbres.
Cada individuo estaba antes expuesto a una aguda e ineludible ob-
servación; hoy se hacen muchas cosas que quedan inadvertidas. No
necesito volver a mencionar la actitud ofensiva de muchos europeos
frente a las indias. Entre las pocas personas que permitieron que se
abusara de ellas, así como entre las restantes que sabían lo que suce-
día, paso a paso, fue disminuyendo el sentido del honor y del pudor. A
pesar de ello merece admiración el enérgico rechazo con el que las
mujeres selk'nam, por lo general, se enfrentaron a los insolentes re-
querimientos de los europeos inmorales. Sé de casos en que la mujer,
vociferando improperios, desairó al atrevido seductor. Pero la chusma
europea parece ser tan insensible a una sonora reprimenda por parte
de una india, que no les causa efecto alguno. Mucho más que los hom-
bres, las mujeres selk'nam eran el baluarte de moralidad frente al re-
lajamiento de costumbres intentado por los europeos.
Por el mal ejemplo y las actitudes de los blancos los varones selk'
nam, tanto jóvenes como de mediana edad, poco a poco también se
fueron liberando del pudor y corrompiendo. Hoy se atreven a acercar-
se a las muchachas de una manera que, en los viejos tiempos, jamás
habría sido permitida. Se ponen de acuerdo, se encuentran y, aunque
a escondidas, suceden cosas que antes nunca hubieran sido posibles.
También ha declinado la vigilancia de los mayores. Incluso los niños
siguen a las niñas o se descubren ante sus ojos, cuando no hay adultos
presentes. Una vez observé cómo ocho muchachitos totalmente des-
nudos imitaban, en forma decididamente indecente una danza Klóke-
ten. Dos hombres de mediana edad no los llamaban al orden y, recién
al atardecer, los ancianos, con cierta indignación, me comentaron que
antes estas cosas ni se hubieran hecho ni permitido. En la misma lí-
nea de estos actos, desconocidos en otras épocas, en los últimos años
se va repitiendo en la choza Klóketen, que algún hombre se permita
palabras indecorosas y toqueteos impúdicos de los candidatos.
Situaciones calamitosas ha creado la falta de muchachas casaderas.
Debido a que su número es relativamente escaso frente al de los va-
rones, éstos prácticamente tienen que lanzarse a una cacería para po-
der casarse. Comprensiblemente este hecho ha relajado mucho las
costumbres entre la gente joven. Solteros, que en parte ya se acercan
a los treinta, tratan de conseguir lo suyo manteniendo relaciones ilega-
les con mujeres casadas; éstas los admiten secretamente en ausencia
del esposo, por compasión de su soledad.
Los comentarios desfavorables sobre los misioneros que trabajan
en Tierra del Fuego y las procaces bravatas antirreligiosas, que son
comunes entre la peonada de la Isla Grande, contribuyeron a desorien-
tar a los indios. Yo mismo tuve que oír groserías, callando si se trataba
de blasfemias menores, para juntar experiencias sobre la miserable
influencia que el blanco ejerció sobre el a menudo asombrado indio.
Pero el colmo es que hasta la unidad tribal del tan pequeño grupo
de indios se destruyó en 1919. Hoy forman dos bandos que, si bien no
proceden a hostigarse activamente, se mantienen distanciados uno del
otro. De año en año crece la irritación en su tensa relación, de modo
que un bando culpa al otro por una muerte acaecida en aquél. Cuando
en 1924 celebramos en el sur la fiesta Klóketen, aquéllos organizaron
su propio festejo porque ni querían unirse a nosotros, ni tampoco ser
menos. Cuando se enteraron de que yo había participado de estas ce-
remonias, me invitaron a tomar parte de las suyas. Antiguamente se
habrían resuelto pronto las desavenencias mediante una guerra, pero
hoy la liichá es imposible. Por ello el rencor se acumula, y los carcome.
El contacto con la civilización europea ha debilitado físicamente
y moralmente dañado a los pocos sobrevivientes de la tribu selk'nam.
El agotamiento de su fuerza vital y la decadencia moral no sólo no
pueden detener la extinción inminente, sino que la apuran. Entre 1918
y 1924 he observado esta desintegración; se ha consumado a una ve-
alarmante, adoptando en tan pocos años formas amenazantes.
•a substancia del pueblo indígena se ha gastado ya totalmente.

g. La obra de los misioneros


Una mención de la actuación misionera se impone como comple-
mento a las exposiciones sobre el encuentro entre la civilización euro-
pea y los selk'nam. Los misioneros trataron de mitigar el terrible cri-
men de que los blancos se hicieron culpables contra los naturales, lle-
gando a ser bastión y escudo contra sus acosadores y, por el bien
de sus protegidos, les dieron la primera introducción a las condiciones
de vida modernas. Se debe a los misioneros el hecho de que hasta nues-
tros días se hayan conservado algunos pocos de estos vigorosos hijos
de la naturaleza. No faltan publicaciones especiales sobre la obra mi-
sionera en la Isla Grande, de modo que puedo limitarme a una somera
descripción de los aspectos generales.

1. Actividades de los misioneros protestantes


Los misioneros ingleses de la South American Missionary Society,
desde 1850 aproximadamente, extendieron sus actividades entre gru-
pos de yámana, dedicándose a ellas con más celo cada año. Recién des-
pués de que el reverendo THOMAS BRIDGES se había aventurado a hacer su
primera excursión de reconocimiento por una parte de la Isla Grande
(pág. 44), se pensó en cristianizar también a los selk'nam, pues las
persecuciones que comenzaron en la década del 80 no podían perma-
necer ocultas a los pobladores blancos del Canal de Beagle. Algunos
misioneros ingleses comenzaron al mismo tiempo, a buscar posibili-
dades para estudiar la lengua selk'nam, lo que prueba con qué seriedad
pensaron realizar sus planes '". Deseaban comunicarse pacíficamente con
los aborígenes y trataron de ganar a alguno como baqueano para una
pequeña expedición. Pero todos eran demasiado desconfiados para pres-
tarse para ese servicio (MM: XXI, 78; 1887). Cuando los misioneros
creían que ya habían convencido a alguno para acompañarlos, éste
desaparecía unos días antes de la partida al territorio selk'nam. Otras
tentativas de aproximación fueron iniciadas al mismo tiempo por las
autoridades argentinas en Ushuaia.
Desde mediados de la década del 90 llegaron pequeños grupos de
selk'nam a Ushuaia, en parte como refugiados y, en parte, como pri-
sioneros. A veces fueron trasladados directamente a la misión protes-
tante que, en realidad, había sido erigida para los yámana. A pesar de
ello, los misioneros brindaron también a aquéllos una solícita acogida
mientras tuvieron espacio disponible. No menos frecuentemente los
refugiados fueron también alojados en los edificios de la policía y
en casas de familias locales. Pero resultaba una seria dificultad propor-
cionar ayuda adecuada a los indios que repentinamente llegaban. El
18 de junio de 1895 escribía J. LAWRENCE: "We have an other party of
Ona Indians now at Ushuaia Their coming here was spontaneous
The Governor, and other Argentine officials, are very kind to them,
which the poor Ona natives seem to appreciate. The men frequently
visit the Mission Station We can do but little for them under present
circumstances, though the number is small But we must not be
too hasty about the matter, as they may some day feel disposed
to return to their own tribes, however much we may wish them to
stay . " (MM: XXVIII, 159; 1894). Otros informes también hacen

BRIDGES incluso trató de enviar unos yámana a fin de que, después de un


acuerdo amistoso con sus vecinos selk'nam en la Bahía Sloggett, los invitaran a
Ushuaia. Pero también este esfuerzo fue infructuoso. Ver MM: XV, 156, 255; 1881.
ver con claridad el hecho de que los selk'nam aparecían muy raras
veces en grupos cada vez menores en Ushuaia, que sólo pocos días
se sentían bien en su nuevo ambiente y que con suma lentitud acep-
taban sólo rasgos exteriores nimios de la civilización europea.
El próximo año trajo una sorpresa. El 20 de marzo de 1896 informó
J. LAWRENCE (MM: XXX, 127; 1896) que "At the present time there
are more Ona Inclians at Ushuaia than Yahgans, which has never been
the case before"; eran aproximadamente cien. Pues los yámana habían
eludido esta misión, evidentemente atemorizados por la última grave
epidemia de 1888. Los recién llegados habían venido de la Bahía de San
Sebastián, a bordo del vapor "Ushuaia". "There are between thirty and
forty children, and the majority of adults are women." En general, los
hombres que llegaban a Ushuaia eran pocos pero llegaban más niños
y mujeres. Sobre ellos, numerosos informes existen. La gente de la
tribu selk'nam llamaba especialmente la atención entre los europeos
por su magnífica estampa y su desarrollo físico, prueba de que aq",:í
nunca los habían visto antes.
Los misioneros se preocuparon principalmente por los niños para
instruirlos en su escuela; pero encontraron, como era de esperar, cierta
resistencia por parte de los padres (MM: XXX, 143; 1893) 188 .
Los terribles sucesos que los refugiados habían presenciado no per-
mitieron que en ellos surgiera confianza, hacia blanco alguno. Por eso
tan sólo a algunos niños se podía brindar una especial dedicación '89.
Las mujeres de los misioneros desarrollaron una conmovedora activi-
dad entre las niñas. Mrs. HEMMINGS, por ejemplo, se esforzó arduamen-
te por instruir a tres niñas que había recibido en mayo de 1896 y
"commenced to teach them the alphabet" (MM: XXX, 144). Una en-
señanza regular en mayor escala no se podía iniciar aún, porque había
demasiados niños. La buena voluntad de los misioneros no faltaba;
"how we long to do something for them", escribe Mrs. HEMMINGS (ib.).
Es digno de hacerse notar que los misioneros aprovechaban todas
las oportunidades para familiarizarse con la lengua selk'nam. Fue un
prolongado esfuerzo que demuestra su seria determinación. Mr. WHAITS
escribe el 19 de marzo de 1896: "I have been studyng Ona at Ushuaia,
and have some four hundred words noted to form the nucleus of a
dictionary" (MM: XXXII, 145).
Desde que THOMAS BRIDGES se retiró de la S. A. M. Society y formó
su propia estancia en Puerto Harberton (pág. 47) se mantuvieron pre-
cisamente en este sitio el mayor número de selk'nam que cruzaban la
(11,"l'era hacia el sur; de modo que en Ushuaia mismo sólo ocasional-
men e se dejaban ver unos pocos. Aunque no en forma regular, BRIDGES
asistió como misionero a los selk'nam que paraban en su campo; en

188 LAWRENCE expresa abiertamente su desagrado por este procedimiento:


"From past experience among the Yahgans, it would not be suitable or beneficial
to take the children into a honre or an orphanage, even should their parents or
friends be willing" (MM: XXXIII, 151: 1899).
889 Miss FLETCHER se llevó en julio de 1898 de Ushuaia dos niñas selk'nam
hasta Tekenika (MM: XXXII, 176; 1898); paralelos más australes nunca fueron
alcanzados por un selk'nam.
la medida en que se lo permitían sus escasos conocimientos del idioma
y el nomadismo de los indios.
Como aparecían en Ushuaia pequeños grupos de selk'nam, el obis-
po inglés STIRLING se entrevistó con el gobernador GODOY, pero éste no
se pudo decidir a asentar a los indios, tan terriblemente perseguidos
en el interior de la Isla Grande, en la región del Canal de Beagle. Este
plan nunca fue realizado (MM: XXIX, 143, 193). Entretanto misión
y gobierno se contentaban con lo que BRIDGES hacía en su propia es-
tancia por los selk'nam. Sus hijos LUCAS y GUILLERMO se dedicab
predilección a estos indios. PRINGLE escribe sobre su visita en di
de 1897: "Some eighteen men are happily employed by Mr.
and he finds them willing, tractable and steady" (MM: XXXII, 68).
Cuando, poco después de la muerte de THOMAS BRIDGES, su viuda de-
claró que estaba dispuesta a ceder un terreno para la edificación de
un centro misionero, el obispo STIRLING y la S. A. Missionary Society
consideraron seriamente la situación a fines de 1899. Decidieron no
fundar la misión por la reducida cantidad de selk'nam y por la aper-
tura de la misión católica ya establecida 190. La mortalidad era amena-
zante entre estos indios; así que LAWRENCE tuvo que escribir el 25 de
marzo de 1899: ' On the N.E. coast and at Dawson Island, where there
are R.C.Missions, there is a great mortality among the Ona Indians;
many have died also at Ushuaia" (MM: XXXIII, 151).
A pesar de la mejor voluntad, la misión protestante no pudo in-
fluir en los selk'nam sea en forma general, sea de modo más profundo.

2. La obra misionera católica

Solamente se dedicaron a la cristianización de la tribu selk'nam,


sacerdotes y legos de la Society Salesiana di Torino 191 . Su director y
conductor fue GIUSEPPE FAGNANO. Junto con él desembarcaron los pri-
meros salesianos y algunas Hermanas de María Auxiliadora en 1879
en Patagones, donde se radicaron. Cuando a él lo nombraron Prefecto
Apostólico de la misión fueguina, inmediatamente se dirigió a Punta
Arenas. El gobierno argentino organizó en 1886 una expedición de in-
vestigación poniéndola al mando del comandante RAMÓN LISTA. FAG-
NANO 192 se unió a ella como Capellán Militar. Era una tropa de vein-
ticinco soldados, aparte del médico Pomocoso SEGERS. Desembarcaron
el 21 de noviembre en la Bahía de San Sebastián. FAGNANO se opuso

199 Las detalladas consideraciones referentes a este proyecto están conteni-


das en varios protocolos y cartas que se publicaron en MM: XXXIII, especialmen-
te págs. 98 y 215.
191 Una historia más o menos completa de esta obra misionera traen DE
AGOSTINI (a): 813, BORGATELLO (b) y C), CALVI: 54, BEAUVOIR (b): 215 y CARBAJAL.
(

A la puma de BORGATELLO se debe una publicación especial: Maria SS. Ausiliatrice


nella Patagonia Meridionale e Terra del Fuoco, nei cingue lustri della Missione
Salesiana in quelle remote terre; 131 ss., Torillo, 1915.
192 FAGNANO publicó su valioso informe en el Bollettino Salesiano, vol. XI,
1887, con el mayor detalle posible.
a las violencias del comandante con extraordinaria sinceridad (pág. 52).
Conoció una parte de la Isla Grande y la situación crítica de los in-
dígenas e, inmediatamente, se preocupó por la fundación de una misión.
La misión se inició en la Isla Dawson al principio del año 1888,
destinada principalmente para los halakwulup que, a menudo, desem-
barcaban allí. Por decreto del gobierno chileno del 11 de junio de 1890
los misioneros obtuvieron el arrendamiento de aquella isla por 20 arios
para dedicarse a civilizar a aquellos indios ' 93 . Instalaron viviendas, ta-
lleres, una escuela y una granja de lanares, para enseñarles trabajos
productivos ' 94. Cuando a fines de 1894 y principios de 1895 la lucha
entre blancos e indios había tomado formas amenazantes, FAGNANO se
reunió con el directorio de la Sociedad Explotadora para el mencionado
compromiso (pág. 148) por el cual la sociedad pagaría una suma de
ayuda por cada indio que encontrara admisión en la Isla Dawson. Re-
cién desde ese año 1895 hubo selk'nam en esa isla. En noviembre su-
maban exactamente 111, además de 65 halakwulup. Algunos murieron
allí, porque "the change of life was too great for them, and they soon
died off of measless and consumption" (MM: XLVI, 129; 1912). Algu-
nos abandonaron esta isla para perderse en Punta Arenas. El esfuerzo
de los misioneros fue casi totalmente vano por el estado anímico y
la ilimitada desconfianza de los indios. En 1912 la isla volvió a manos
del gobierno, que se la cedió a la Sociedad Explotadora para su apro-
vechamiento ulterior ' 95 .
En febrero de 1893 FAGNANO emprendió una travesía de la Isla
Grande en su parte noreste, hasta las orillas del Río Grande, acompa-
ñado del P. BEAUVOIR y de dos legos. Aquí se fundó, el 11 de noviembre
de 1893, la primera misión, después de haber superado muchas difi-
cultades y algunas adversidades en el desembarco y en los trabajos
iniciales 196 . Pronto colonos y comerciantes europeos siguieron los pasos
de estos precursores. Por ello, trasladaron la fundación y emplazaron
sus edificios algunos kilómetros más al .norte, para su mayor tran-
quilidad. Pero en 1896 un fuego destruyó esta bella y difícil fundación.
Sin amedrentarse por ello, eligieron para la reconstrucción un lugar
junto al Río Chico, en el territorio argentino, en donde hoy todavía se
encuentran las instalaciones.
Fue una ardua labor ganarse la confianza de estos hijos de la selva
y ponerlos en contacto con el mundo moderno. Es un especial mérito
de los misioneros que protegieron la vida y el honor de los tan perse-

193 Las condiciones precisas de este contrato de arrendamiento se pueden


ver en SEÑORET:27 y en BASCUÑÁN: 156.
194 Hay un informe general sin firma, de gran valor, sobre el extremo sur
de América, sus indígenas, las obras de la misión protestante y los planes de los
misioneros católicos en dicho lugar; probablemente fue redactado por FAGNANO
para L'Unitá Cattolica. Más tarde fue reimpreso en Buenos Aires el 16 de octubre
de 1886 y en el BS: 1887.
195 Describiré detalladamente en el tercer tomo la actividad de los misioneros
en esta isla y comentaré en esta oportunidad la actitud hostil del gobernador chi-
leno M. Slalom. con sus lamentables consecuencias para los indios.
196 BORGATELLO (SN: IV: 200) cuenta con valiosos detalles la arriesgada em-
presa y su difícil comienzo.
guidos aborígenes, indujeron a los europeos a controlar su ira, hicie-
ron de más de un indio un hábil trabajador, y allanaron el camino a
las actividades económicas que se radicarían aquí. El gobierno argen-
tino nunca apoyó financieramente a la misión, y recién a mediados
de 1899 se les concedió en préstamo un área de aproximadamente
20.000 hectáreas l".
Lentamente, la misión se convirtió en el centro para muchos indios
que se habían dado cuenta de las nobles intenciones de esa "otra cla-
se de europeos". El misionero también invitó a venir a las fár-lias rii
perseguidas. Con el correr de los años, llegaron muchos indios, que
se detenían allí por unos pocos días y a lo que se atendía según las
posibilidades del momento. BEAUVOIR (b): 222 contó, entre los años
1893 y 1915, 582 indígenas que llegaron a la misión, procedentes del
norte o del sur, de modo que la mayor parte se mantenía alejada. Tam-
bién estos huéspedes solamente aguantaban pasar en la misión unos
pocos días. Por lo tanto esta tribu recibió poca influencia civilizadora
o religiosa.
Los indios del sur, especialmente, habían eludido, durante mucho
tiempo, todo contacto con la misión. El P. ZENUNE se decidió entonces,
en abril de 1909, a avanzar hasta el Río del Fuego y, desde allí, hasta el
Cabo de Santa Inés. "A nuestra llegada, los indios salieron del bos-
que y nos miraron con caras asombradas. Eran 26 hombres, 17 mu-
jeres, 17 niños y 10 niñas. De inmediato bauticé a ocho niñitos y
preparé otros cinco algo mayores a recibir el Santo Bautismo." Pocos
días más tarde encontró otro grupo junto al Cabo San Pablo. ¡Era el
primer contacto de un misionero con los indígenas del sur! "El 21 de
abril de 1909 me despedí de ellos con la. promesa de volver el año
próximo (SN: XV, 281, 1909) 198 . Más tarde se construyó, gracias a la
ayuda de los hermanos BRIDGES, en su estancia de la costa sur del Río
del Fuego, un puesto misionero, junto al casco. Aquí vivió el P. ZE-
>IONE desde 1916 a 1922 casi continuamente. También en la estanzuela
de los Salesianos junto al Lago Fagnano, que fue administrada durante
los mismos años, los selk'nam encontraron complaciente apoyo (Co-
JAZZI: 23).
Pero la sede central siempre fue la Estación Candelaria, a varios
kilómetros al norte del Río Grande 199 . Aquí se construyeron para las
familias indígenas casitas de chapa. En la escuela y en los talleres los
niños recibían instrucción práctica "°. Para educar a las niñas llega-
ron el 2 de abril de 1896 las primeras hermanas que asombraron mu-
197 Las condiciones de este contrato de arrendamiento, solamente válido por
diez años, se publicaron en BS: XXIV, 21: 1900.
198 Con lamentable exactitud informa COJAZZI: 16: "Il missionario Zenone
afferma che in quattro escursioni compiute negli anni 1907-1908, una delle quali
duró 44 giorni, incontró solamente 208 Ona, del quali battezzó 85". De allí se pue-
de deducir qué pequeña cantidad de nativos tuvo un contacto superficial con este
único misionero y ello recién en estos años tardíos.
199 CALVI: 58 describe con exactitud cada uno de los episodios de la corta
historia de esta misión. BORGATELLO (a) aporta informes individuales.
718 Inmediatamente después de su primera visita en agosto de 1894, FAGNANO
había tomado en consideración estas fundaciones (BS: XIX, 63; 1895). Ver BOR -
GATELLO (e): 205.
cho a los indios (BS: XX; 22). El objetivo principal de esta funda-
ción era la instalación de una chacra dedicada a la cría de lanares, en
la que los indios encontrarían suficiente trabajo y sustento, con lo
que los misioneros querían educarlos para una vida más sedentaria
(BS: XX, 12; 1896). La situación geográfica ofrecía ciertas ventajas,
pero al poco tiempo se hizo notar la sensible escasez de leñas. Y el
indio nunca permanece un tiempo prolongado en un lugar en que le
falta la leña para mantener la fogata en su choza 201 De allí el con-

tinuo ir y venir en la misión.


No es posible calcular la cantidad media de indios sedentarios en
la misión, porque muy pocas familias permanecían allí constantemente.
Como acontecimiento excepcional señala BEAUVOIR (BS: XX, 37) la lle-
gada de un grupo de 350 indios, en el año 1896. El 26 de septiembre
de 1895 informa FAGNANO: "Sono giá raccolti circa seicento Indii" (BS:
XIX, 295); pero eso no quiere decir que ellos se radicaran allí. MARA -
BINI escribe, en 1908 (BS: XIV, 140), que la misión de Río Grande "ha
instruido a ochocientos individuos aproximadamente" durante su exis-
tencia. Los datos son tan ambiguos que no es posible indicar cifras
exactas para ni siquiera un solo año. La causa de ello es la aversión
de los indios por la vida sedentaria y su principio básico de mantenerse
alejados de cualquier blanco. El 16 de octubre de 1903 DEL TURCO toda-
vía podía escribir que "muy probablemente algunos cientos de estos
pobres Onas viven en libertad en las partes de la isla todavía no explo-
radas" (SN: X, 144: 1904). Es cierto que ZENONE, como recién men-
cionamos (pág. 168) se aventuró solamente en 1909 a penetrar más
hacia el sur de la isla.
Las pequeñas casas de chapa de la colonia "dan a la Misión el
aspecto de un alegre pueblito" (HOLMBERG [al : 56). El 1? de junio
de 1913 "esta colonia contaba con 82 fueguinos sedentarios, sin contar
a los que todavía llevaban una vida realmente errante. También estos
espíritus intranquilos nos visitan de vez en cuando" (BORGATELLO en
SN: XX; 17). Ninguna adve esidad podía desanimar a los misioneros
en su obra. Monseñor FAGNAINO mismo dedicaba todos sus esfuerzos a
sus queridos indios. Murió el 18 de septiembre de 1916. En febrero
de 1917 lo siguió Monseñor AGUILERA como Vicario Apostólico de Ma-
gallanes.
A mediados de la década del 90 una mortandad devastadora asoló
a los indios. Este fenómeno tuvo un carácter general tan evidente, que
sólo la mala voluntad puede achacarle la culpa únicamente a los misio-
s- La titrculosis *e es, según MARABINI: 36, "la enfermedad
ipal de Onas" no perdonó a los indígenas de la misión; ni a
de Punta Arenas, ni a los de la Isla Dawson. El 16 de febrero
de" 1901DEL TURCO recibió en su misión a diez niños. Ya a los dos
meses "uno tras otro comenzaron a caer al recio golpe de la tisis...
De aquellos 19 angelitos sólo viven 5..." (BS; 1904). Él mismo nos
suministra el lamentable informe: "I morti nel periodo: 12 luglio 1899

201 Yo mismo fui testigo de con cuántas dificultades acarreaban la leña, en


carretas tiradas por bueyes, desde la zona del Río del Fuego. Por eso hubo que
educar a los indios para que economizaran en su consumo a lo cual no podían
acostumbrarse.
- 1 settembre 1903 ammontano a 186, dunque una media di 31 all'anno"
(según CALgri: 77); y eso solamente en su misión. Justamente por esta
mortandad muchas familias han regresado a los bosques, donde vol-
vían a estar expuestos a las balas de los europeos.
La gran predisposición a la tuberculosis todavía se fomentaba con
la alimentación inadecuada a que se forzaba a los indios, tanto en la
misión como en otros lados. No pueden tolerar ni pan ni legumbres
secas, especialmente los porotos, que en Chile forman parte de la dieta
diaria; por más que los colonos los exigen para ellos mismos. Atesto
hay que agregar el encierro prolongado en habitaciones, especialmente
el alojamiento de los niños en dormitorios. Muchas veces faltaba total-
mente el bienhechor calor corporal, que sólo el fuego abierto les pro-
porcionaba generosamente, pero nunca una salamandra. Graves daños
les ocasionó finalmente la vestimenta europea, con la que los misio-
neros se apresuraron a cubrir a niños y adultos. Las monjas intro-
dujeron trajes uniformes (BS: XIV, 223; 1890), aunque ya en 1896
BEAUVOIR había observado que "questi poveri Indii al vestito che noi
regaliamo loro preferiscono semplici cappe di pelli di guanaco" (BS:
XX, 38). Lógicamente era necesario mantener un cierto orden del
día 102, así como en las estancias era necesario cumplir un horario.
Pero el indígena no posee ni el entendimiento ni la suficiente resis-
tencia de los nervios para soportar esta regularidad cotidiana. No es
justo culparlo en general de indolente. ¡Porque para nuestro purijo
ritmo cotidiano de trabajo una serie de generaciones tiene que haber
almacenado la energía para poder transmitirla a sus descendientes!
Al mismo tiempo, algunos misioneros se esforzaban por compren-
der las costumbres indígenas y por estudiar la lengua selk'nam. BEAU-
VOIR y ZENONE publicaron sus observaciones lingüísticas; COJAZZI,
TONELLI y AGOSTINI recopilaron metódicamente las informaciones etno-
gráficas que iban 'apareciendo en el Bollettino Salesiano. BEAUVOIR
lamenta, todavía en 1896, en vista de la obra misionera también en-
tonces plagada de obstáculos "Che mancanza per noi é quella di un
interprete" (BS: XX, 38) 203. Recién después de 1900 algunos indios más
jóvenes habían logrado entender algo el español y, desde entonces, se
facilitó un tanto el intercambio de ideas. Si hoy una media docena
de estos hombres sabe leer y escribir algo hasta cierto punto, y un
número mayor entiende bastante bien el castellano, es mérito de los
misioneros. Ellos habían fundado la única escuela en todo el territo-
rio indígena, manteniéndola con sus propios medios.
También es un merecimiento de los misioneros el hecho de que,
exteriormente, los selk'nam se amoldaron más o menos a los usos
europeos. Hoy todos usan vestimenta europea, aunque las personas
mayores recaen muchas veces en la costumbre de ponerse sus viejos
abrigos de piel con sus sandalias de cuero. BORGATELLO se refiere a
ello en su carta del 1? de junio de 1913 desde Río Grande: "El que

202 Lo que en la misión se acostumbraba con respecto a ello, FAGNANO lo


reunió con todo detalle en dos cartas, una del 3 de mayo de 1890 y otra del 20
de julio de 1891 (BS: 1890 y 1892).
203 En la misma oportunidad describe las decepciones que experimentó con
SU futuro intérprete Luis M. CALAFATE.
ha visto hace 16 años a estos pobres hijos de la naturaleza y ahora
volviera para verlos de nuevo, seguramente no los reconocerá, tanto
han cambiado. En aquella época erraban casi desnudos o cubiertos
con algunos harapos por esta agreste soledad, sufriendo necesidades
y penurias indecibles, sin saber nada de la Santa Fe... Pero ahora
andan bien vestidos, casi elegantes y también se conducen ordenada-
mente..." (SN: XX, 17).
La adopción de la vestimenta europea y de algunas costumbres
modernas no significa, sin embargo, de por sí un enriquecimiento del
alma para una tribu primitiva. En raras ocasiones es así; los cachi-
vaches extranjeros, en cambio, han causado muchas desventajas para
la salud de los nativos. Las medidas educativas aplicadas, tampoco han
sido en cada caso las más ventajosas. Pero quiero prevenir contra
juicios prematuros. En ningún lugar se ha podido efectuar satisfac-
toriamente la transición de una tribu nómade inferior a las condi-
ciones europeas modernas. En Tierra del Fuego se dificultó extraor-
dinariamente esta labor, por las violentas persecuciones que llevaron
a la conciencia nacional indígena a su repentina y total disolución.
¡Qué otra cosa podían haber hecho sin pérdida de tiempo los misio-
neros, bajo estas extraordinarias circunstancias y en esos tiempos tan
alborotados, sin ningún tipo de apoyo moral ni financiero de los go-
biernos! Que cada uno se cuide de criticarlos injustamente 101; y que
no omita presentar, al mismo tiempo, precisas propuestas de cómo se
podría haber mejorado esto o aquello. Para esta empresa católica
muy pocos investigadores y viajeros han encontrado una palabra de
justo reconocimiento. Solamente OTTO NORDENSKJULD (e): 165 es la
honrosa excepción. Yo me pliego sin restricciones a su juicio, y agra-
dezco a los valientes misioneros, que han dado lo mejor de su parte
para salvar y hacer felices a los tan perseguidos selk'nam, y sincera-
mente me regocijo de haber podido llegar a ser miembro de su tribu.

h. El destino de un pueblo
En tiempos inmemoriales, los portadores de la cultura selk'nam
han cruzado por primera vez el actual Estrecho de Magallanes y, como
llegados en primer término, han elegido para sí por residencia el vacío
territorio de la Isla Grande. Otro avance hacia el sur les estaba ve-
dado. Y aquí, en ésta su patria, tienen su profunda raigambre.
El paisaje es áspero e inhóspito. La monotonía con la que nuestra
madre naturaleza ha derramado aquí sus dones es, además, de una
mezquindad y avaricia poco comunes. Del oscuro verde de su vestido
sólo esporádicamente emerge una colorida flor; la fauna, pobre en espe-

204 Si cierto PEDRO N. HERRERA: 32, en una conferencia pública del 28 de marzo
de 1897, se atreve a emitir el petulante juicio "Estamos convencidos que los Sa-
lesianos no poseen las dotes de civilizadores" e incluso los culpa de ciertos abusos,
toda su exposición demuestra que carece de la mínima capacidad para valorar
la obra misionera católica. Como lo hizo F. A. COOK (d): 102, así también otros
se deshacían en huecas charlatanerías que provenían de su obvia falta de com-
prensión.
cies, carece de vistosos colores, y la nieve del invierno cubre como
mortaja, durante un tercio del año, toda la vida.
El indio libre, con hábil ingeniosidad, se ha sabido acomodar
maravillosamente bien a ello. Ha sometido a su voluntad los escasos
dones de la naturaleza y, desarrollando sus dotes espirituales, también
ha sabido crearse una riqueza interior. Como ser humano, con nece-
sidades humanas, ha formado su vida con dignidad humana, y así
ha llegado a la felicidad terrenal. De tal modo él, hijo de la naturaleza,
llegó a armonizar completamente con ella. Generación tras generación,
las incansables olas del océano entonaban su canción de despedida.
Como cadena ininterrumpida se iban sucediendo y las nieves eternas
saludaban a cada una desde las crestas de los cerros con una nueva
alegría de vivir. En la tranquilidad del bosque, en las vastas exten-
siones de la pampa, florecía el gozo de los esposos y la felicidad de
los niños. Los livianos esfuerzos de la caza proporcionaban el sus-
tento necesario y el fuego bienhechor invitaba al sosegado descanso
en la rueda de la familia. Aquí no existían las preocupaciones. Sólo
pasiones y luchas, decepciones y luto se interponían a veces. Así tiene
que ser, pues el hombre necesita conmociones para no debilitarse
psíquicamente.
En plena conciencia de su personalidad, cada uno se sentía con
fuerzas suficientes para dominar todo lo que lo rodeaba. Siempre
estaba a la altura de las situaciones; dependía totalmente de sí mismo.
Para él y para todos únicamente existía el "ayúdate a ti mismo". La
dependencia psíquica entre ellos causó una asimilación conveniente y
llevó a la unión concordante de todos en un pueblo, con la estructura
más simple en su orden social que se pueda imaginar. Felices y con-
tentos, en total armonía entre sus deseos y exigencias personales con
la parca naturaleza de su patria, el pueblo selk'nam, en su uniformi-
dad cultural inamovible, no fue influido en absoluto por los gigantes-
cos progresos del gran mundo allá afuera. Allí susurraban misterio-
samente los bosques, allí las olas en su circular golpeteo cantaban la
misma monotonía uniforme en la persistencia incambiable de las cos-
tumbres centenarias y en los pensamientos y sensaciones experimen-
tadas por generaciones. Allí florecía en la quietud la modesta felicidad
plena de una estirpe genuina y natural. El hombre tiene que haber
experimentado el encanto de esta vida como hijo de la naturaleza en
el silencio de aquel mundo remoto, para comprender que estos hom-
bres vivían disfrutando la satisfacción de sus deseos y que no pedían
más. Dejaron pasar las imágenes inexplicables de los descubridores
en épocas pasadas, sin que hayan dejado marca alguna en sus almas;
lo extraño de estos fenómenos no turbó su paz interior, ni estos bar-
cos les provocaron anhelo alguno que les causara el más mínimo do-
lor. Cada generación solamente se preocupaba por transmitir la misma
felicidad y las ancestrales costumbres de la tribu a todos los des-
cendientes.
Con escalofriante violencia, repentina e inesperadamente, cayó la
desgracia sobre esta milenaria paz interior y la perfecta armonía de
este pueblo. Como un vapor pestífero, la aparición de los europeos
mató al instante el idilio tribal de los aborígenes hasta ahora desco-
nocidos, asesinando masas de ellos antes de que alguien pudiera tomar
conciencia de los acontecimientos catastróficos. El patrimonio cultural
del pueblo, que por generaciones sin fin fue transmitido, quedó pul-
verizado, con un poderoso puñetazo, hasta su desfiguración total. La
felicidad rica y armónica, la vida satisfecha del individuo y de la tribu
se convirtieron en un momento en una polvareda que se disolvía hasta
desaparecer. ¡Qué son treinta o cuarenta años de salvajes persecu-
ciones contra la continuidad milenaria del pueblo indio! ¡Así bramaba
la aplastante violencia de la codicia europea, y la rabiosa auri sacra
/ames festejaba a toda prisa sus orgías!
Estos acontecimientos pasaban por mi mente cuando, sentado
junto al fuego, miraba los ojos renegridos de ese puñado de hombres
morenos de tan buena fe; cuando escuchaba las historias de sus ante-
pasados o los relatos de sus propias vivencias, cuando los observaba
durante el juego o la cacería o contemplaba la quieta y afanosa pre-
locupación de las mujeres. ¡Qué bien me sentía con estos cándidos
hijos de la naturaleza en el silencio de sus montañas y la muda sole-
dad de sus bosques!
Apenas habrá pasado otra década y el triste resto de este idilio
indígena se habrá hundido en el pasado. Entonces la eterna carga
de nieve de los picos altos buscará en vano los pacíficos campamentos,
abajo, en los valles protegidos; sin la compañía del indio, el zorro se
esconderá entre los matorrales; nunca volverá la pampa abierta a ver
las alegres competencias de una gran muchedumbre o el abundante
éxito de una caza colectiva y el eco ya nunca más devolverá los gritos
de júbilo de una juventud pletórica. Cuando el sol poniente se hunda,
rojo como la sangre, en el amplio océano, ya no lo despedirá ningún
saludo del indio. Antes, niños y adultos se apresuraban para volver
a las chozas cuando la noche corría su velo negro sobre la comarca.
Ahora ninguna fogata de tímidos resplandores echa su pálida lumbre
sobre los roblizos troncos de las hayas por cuyas coronas se eleva en
azuladas volutas el humo. Hace tiempo que murieron las viejas leyen-
das de los famosos antepasados y sus grandiosas hazañas, del ogro
C áskels y del primer padre Kenós. En la negra noche Kwányip toda-
vía brilla como roja estrella y nos recuerda su inclinación pbr la bellí-
sima Okelta, que por despreciar tal amor, fue convertida en murcié-
lago. También el sol y la luna se siguen persiguiendo en su querella
matrimonial, sin alcanzarse jamás.
¿En dónde está esa hermosa gente tostada que en otras épocas
cruzaba llena de vigor y con paso apretado la vastedad de la Isla
Grande? Las finas columnas de humo se elevaban tan numerosas des-
us pequeñas chozas, desde el Estrecho de Magallanes, bajando
a el Canal de Beagle. Las huellas de los cazadores incansables se
cruzaban por aquí o por allá; en la lejanía se divisaban las siluetas
de familias andantes (Fig. 12). ¿Dónde están los recios y ágiles hom-
bres erguidos con gallarda presencia, las hermosas mujeres con su
porte digno y gracioso, la alegre juventud? ¿En dónde están las mu-
chachas esbeltas como gacelas, que solían juntar almejas en la playa?
¿Dónde los ágiles muchachos que, con distinguida elasticidad, pugna-
ban por destacarse en la lucha y en el tiro de arco? ¿Dónde el pueblo
que encajaba perfectamente en esta tierra, animando con su presencia
la monotonía del paisaje...? Todas esas preguntas se agolpaban en
mi mente, cuando, apoyado sobre el cerco de madera apolillado y cu-
bierto de musgo del pequeño cementerio, junto al Cabo Santo Domin-
go, miraba absorto la llanura vacía ... Todo se ha perdido. Todos
han sido aniquilados por la insaciable codicia del europeo ... El idilio
indígena en Tierra del Fuego ha desaparecido para siempre. Sólo que-
dan las perpetuamente intranquilas olas que a los indios muertos van
cantando su canción fúnebre.
En la soledad del confín de la tierra, han vivido felices y conten-
tos por siglos y siglos, hombres con la forma de vida más simple; las
generaciones se iban sucediendo en su modo de vida inalterable, vital
y potente. Muchos eslabones podían haber prolongado esta cadena.
Hasta hace poco el indio nunca había servido de estorbo para nadie
en el mundo. Un puñado de ávidos europeos quiso acumular riquezas
temporales. Apenas les alcanzaron cinco décadas para borrar, sin dejar
rastros, al milenario pueblo indígena.
¡Ése es el destino del mal comprendido pueblo selk'nam!

Fig. 12 — Migración de la familia selk'nam


SEGUNDA PARTE

La vida económica

El territorio a que ha quedado reducida la patria de los selk'nam


es la Isla Grande, en el borde más meridional del espacio vital. Bajo
un cielo inclemente, en condiciones climáticas desoladoras, el suelo
no rinde más que frutos insignificantes y únicamente unos pocos repre-
sentantes del mundo animal, los más sufridos, logran adaptarse. Des-
de un principio el hombre desplazado a estas regiones debió reducir
sus exigencias a un mínimo para poder sobrevivir. De hecho, el indio
se acomodó a entera satisfacción a su patria inhóspita y precaria, lo-
grando una adaptación óptima a su medio ambiente. Podría hablarse
realmente de un optimum adaptationis. Esto ya salta a la vista en las
manifestaciones culturales más insignificantes; al cabo de largas re-
flexiones y comparaciones, no podemos menos de expresar nuestra
admiración por su alto grado de capacidad intelectual, pues con ex-
quisito ingenio crearon lo más funcional a partir de medios exteriores
sumamente limitados.
La actividad económica de los selk'nam tuvo que adaptarse al es-
pacio vital dado. Por cualquier lado que se mire, la única forma de
sustentarse ahí es practicando la caza inferior en grupos familiares
nómadas aislados. Faltan las condiciones naturales para practicar un
nomadismo superior, como también para el cultivo de huerta y la agri-
cultura. Sólo el guanaco y el cururo, que se dan en abundancia en la
Isla Grande, se cuentan entre los animales de caza de buen rendi-
miento. Los demás camélidos sudamericanos no parecen adaptarse a
clima; ni el ciervo grande (Cervus chilensis) ni el avestruz ar-
g o [ñandú] atravesaron el Estrecho de Magallanes hacia el sur.
Las diversas aves y los animales marinos que se encuentran junto a
las extensas costas apenas si entran en consideración como sustento
para los aborígenes, en tanto que los alimentos vegetales son total-
mente inexistentes. De ahí que la economía indígena esté, por así de-
cirlo, determinada por el guanaco y el cururo, y que la caza de estos
animales se haya convertido en tarea de importancia vital para esta
tribu, puesto que ambos constituyen, en mayor o menor medida, la
base de subsistencia tanto del individuo como de la comunidad.
1101111. ~MI

Puesto que se depende de la caza libre se hace imposible el esta-


blecimiento de una población estable. Tanto la indumentaria como
los enseres, las armas y los utensilios concuerdan con las actividades
del cazador nómada; cada uno cuenta únicamente con los bienes más
imprescindibles. El individuo depende inevitablemente de sí mismo;
cualquier organización social en base a oficios o profesiones está des-
cartada. Los miembros más próximos de una familia constituyen para
sí una comunidad de trabajo cerrada. No hay diferencias de clase y
parece inútil congregar todos los miembros de la tribu bajo una ca-
beza común. Todas las facetas de la vida económica y la organización
social del pueblo selk'nam se encuadran perfectamente en el marco
cultural de los cazadores nómadas inferiores.
Por otra parte, la contextura física de estos indios los favorece
en grado sumo. La talla alta y erguida, la mirada abierta y penetrante,
la armonía de los miembros, la esbeltez de sus formas agradables, que
destacan levemente su musculatura bien desarrollada, su cuerpo ágil
y flexible, su tenaz resistencia, que nace del constante ejercicio a que
someten su cuerpo, no sólo se conjugan para formar un individuo
hermoso, sino que lo ponen en condiciones de dominar eficazmente las
riquezas y potencialidades de su tierra. La estatura desusadamente
elevada y el desarrollo armónico de los cuerpos de los selk'nam lla-
man aún más la atención comparados con los cuerpos bajos y dms-
mes de sus vecinos, los yámana y halakwulup. Sus peculiaridades
físicas y su vigor rebosante de salud coinciden, hasta en los menores
detalles, con los de los patagones de tierra firme, con quienes los unen
asimismo identidades culturales. De todos los grupos sudamericanos
son estos dos los que exhiben las tallas más elevadas. Me abstendré
de considerar aquí si este fenómeno se relaciona, en cuanto a sus orí-
genes, con la llanura abierta. La descripción de las formas físicas de
los selk'nam se hallará en el tercer tomo.

A. La vivienda
Las formas generales de asentamiento y las condiciones de la vi-
vienda coinciden con el sistema económico. Como sucede con todos
sus bienes, también en su preocupación poi el bienestar material los
selk'nam ponen de manifiesto la máxima estrechez y modestia. Por
más que se piense no es posible imaginar una vivienda más sencilla.

1. La ausencia de asentamientos estables


La caza nómada, única posible en Tierra del Fuego, hace que cada
familia, como unidad económica, se traslade incesantemente de un lu-
gar a otro. La indispensable búsqueda de alimentos es
el impulso que nunca está ausente. Unido a ella amenaza el fantasma
del hambre.. El cazador deberá disponer de una extensa región para
recorrer, puesto que los animales que persigue cambian de lugar e
igualmente dependen de lo que la tierra les brinda. De ahí que el espa-
cio vital de que dispone toda la tribu esté escasamente poblado, pues
un número mayor de seres en busca de alimentos agotaría rápidamen-
te la existencia de animales, y haría imposible su supervivencia. Tam-
poco resulta ventajosa la convivencia de muchas familias en organiza-
ciones tales como asentamientos estables a la manera de una comunidad
aldeana. Sería más complicado que el hombre procurase el sustento
a su familia partiendo siempre del mismo lugar, pues, entre una par-
tida de caza y la que la siguiera, los animales se desplazarían siempre
más lejos. No podrían señalarse mayores ventajas que justifiquen la
permanencia estable en un mismo lugar. Por ello es que la familia
persigue los animales de caza sin tregua, instalándose por pocos días
donde le cae en suerte la presa. Después de consumir sus provisiones
prosigue sus andanzas, cambiando continuamente de lugar de residen-
cia. Tampoco sería apropiado que muchas familias se reunieran por
un período prolongado, pues hay lugares donde la existencia de ani-
males de caza es muy escasa y resultaría insuficiente para alimentar
un número mayor de personas. El guanaco no se deja domesticar ni
mantener en rebaños más o menos numerosos.

2. La choza
No sólo le falta al indio tiempo para edificar casas resistentes o
chozas estables, sino que carece asimismo de las herramientas para
construirlas. Levanta su vivienda de la manera más fácil posible y la ins-
tala con toda rapidez. ¡Para qué habría de dedicarle mucho esfuerzo si
ha de servirle a él y los suyos por una sola noche o por pocos días!
Sendas formas de vivienda predominan en una y otra región. En
el sector septentrional, abierto y desprovisto de árboles, suele encon-
trarse el paraviento; el sur boscoso es rico en pequeños troncos fácil-
mente accesibles para la construcción de chozas cónicas. Para
gozar de la deseada protección contra las tormentas, la lluvia y la
nieve, el indio erige su vivienda en el linde del bosque (Fig. 14). Allí
el viento ha perdido algo de su fuerza y no arremolina el humo del
fuego de la choza, molestando a los presentes. Sólo en casos aislados
dos familias construirán una vivienda juntas, compartiendo luego su
interior. Tanto el hombre como la mujer trabajan por igual, y, en me-
nos de una hora, la choza está terminada. El hombre derriba los tron-
quillos más gruesos y los arrastra hasta el lugar, y ella se ocupará de

Ilir trar varas más delgadas, que distribuye adecuadamente al cons-


la choza, tapando luego los resquicios con pedazos compactos de
musgo o Usnea. Los niños mayores ayudan en la medida de sus posi-
bilidades.
En primer lugar, bajo un techo de hojas apropiado, se limpia el
suelo de estacas y ramas, piedras y follaje húmedo. La planta con-
siste en un círculo. Ante todo se disponen los tronquillos más gruesos
a corta distancia unos de otros sobre la tierra, inclinando las puntas
libres hacia el centro. Luego se llenan los resquicios hasta que las
varas queden muy juntas y en parte superpuestas. A continuación se
tiendé una gran manta de cuero sobre la armazón, que se ata en varios
puntos con correas y fibras de tendón, pues tiene un peso conside-
rable y tiende a deslizarse al suelo por la superficie inclinada de los
tronquillos. Desde un principio dichos tronquillos han sido quebrados
de modo de tener aproximadamente el mismo largo, quitándoles todas
las ramas. En lo posible se escogen varas rectas, que permiten cerrar
bien la armazón. La altura máxima del interior apenas llega a los dos
metros. El diámetro de la planta dependerá del número de personas
que habrán de hacer uso de la vivienda. Si ella albergará a dos o aun
tres familias calculan un diámetro de 3 1/2 a 4 1/2 m. La inclinación de
las varas de la armazón no permitiría que se lo ampliase. Las chozas
habituales para una familia poseen un diámetro inferior a tres metros.
Por fuera, en la parte inferior hasta una altura aproximada de treinta
centímetros, se arriman terrones de tierra y panes de césped para
evitar que se filtre el aire frío y húmedo.

Fig. 14. Choza del grupo meridional .

Se abre una entrada manteniendo de un lado los troncos alejados


entre sí alrededor de 70 cm sobre la línea de la planta. Como arriba
confluyen, la persona que entra en la choza tendrá que agacharse un
poco y deslizarse adentro de costado. Esta abertura que hace las veces
de puerta se tapa por fuera con un trozo de cuero suficientemente an-
cho, que permanece atado en el borde superior y cuelga suelto. El
que desee entrar tendrá que alzar un extremo de esta cortina. Con
respecto al espacio interior el centro siempre queda reserva-
do al fuego. Se ahueca la tierra unos pocos centímetros y, en esta leve
depresión, se conservan las cenizas. Alrededor y a lo largo de la pared
interior se desparrama leña menuda y, encima de ella, follaje, líquenes
de Usnea o musgo, que se cubren con un trozo de cuero. Esto sirve de
lecho, pero los habitantes de la choza también se acurrucan allí de día
y se calientan al fuego. Desde la entrada hasta el fogón suele colo-
carse un madero grueso, con la punta en la brasa. Estas brasas nunca
se apagan. El humo asciende verticalmente y escapa por el vértice de
la estructura cónica, que no cubre el gran cobertor de cuero. De la
pared interior cuelgan cestillos y bolsos de cuero, y todo tipo de obje-
tos de uso corriente, cueros o trozos de carne. Entre los troncos de la
armazón pueden esconderse variadas baratijas. Los demás objetos que
suelen encontrarse en otras partes del mundo, como muebles, enseres
o adornos interiores de cualquier clase, faltan totalmente en Tierra
del Fuego. Ni siquiera pude observar que utilizaran un zoquete de
madera para sentarse.
La choza descrita es la de forma más cerrada y a
la vez más resistente. Cuando en invierno la caza resulta más
fácil y se hace posible permanecer durante más tiempo en el mismo
lugar; cuando se erige un campamento estable, sea para la festividad
del Klóketen o junto a una ballena varada en la orilla, se escogen para
la armazón troncos más gruesos de un diámetro medio que oscila en-
tre 6 y 8 cm y se cubren los resquicios con varas delgadas. En los
casos mencionados bien vale la pena poner mayor esmero en su cons-
trucción, pues, por ser más sólida, tanto mejor se impedirá que penetre
la nieve o la lluvia y que el viento la sacuda. La entrada se halla más o
menos apartada de la dirección del viento predominante; además de-
berá ser posible abarcar la pampa de una ojeada desde el interior
de la choza.
No siempre forma la planta un círculo cerrado. En el bosque
a veces se emplea un tronco inclinado o una rama lateral baja, apo-
yando las estacas sueltas sobre este sostén. La vivienda que construye-
ron para mí durante la festividad del Klóketen a mediados de 1923,
mostraba una planta casi rectangular. Un tronco de haya en posición
pronunciadamente inclinada se superponía a otro y se adaptaba bien
como "puntal principal"; contra éste se apoyaban tronquillos más al-
el centro y cada vez más cortos hacia los costados. De ser po-
e utilizan las condiciones locales dadas para facilitar la tarea
nstrucción. Esto explica las superficies más o menos desparejas de
las • lentas.
Hoy en, día el hombre derriba los troncos de haya espigados y fle-
xibles con un hacha de hierro europea. Antes arrojaba una larga correa
terminada en lazo por encima de una rama alta o de la copa, tiraba
hacia sí y quebraba el tronco cerca de la raíz. Esta tarea era más tra-
bajosa. Por eso, al partir, toda familia deja en pie la armazón de la
choza que construyó o utilizó, pues podría volver a servir, para ellos
o para otros (Fig. 15).
Fig 15. Choza del grupo septentrional.

3. El paraviento
Bastante diferente de la choza cónica, que, al menos, presenta cierta
solidez, es el paraviento, de construcción mucho más sencilla y frágil,
que usaban particularmente los aborígenes septentrionales, pero tam-
bién se encontraban con frecuencia en el sur. De 6 a 10 varas se cla-
vaban en la tierra, al sesgo, a buena distancia unas de otras, y se les
daba una leve inclinación convergente formando una semicircunferen-
cia o tres cuartos de circunferencia; las varas que se encontraban en
la parte exterior [hacia ambos lados] eran algo más cortas. Por enci-
ma de estas varas, que no estaban unidas entre sí, se tendía el gran
cobertor de cuero y se lo sujetaba en las horquetas de las varas con
correas cortas o se enganchaba en los agujeros que se habían practi-
cado. Esto daba cierta solidez a la frágil estructura (Fig. 16).
Puesto que en esta construcción concoidea el costado abierto se
encontraba paralelo a la dirección del viento (sic), le ofrecía una mí-
nima superficie de ataque. A más de esto, según fuera la intensidad
del viento, se daba a las varas de la armazón una inclinación mayor
o menor hacia tierra. Estos arreglos también tomaban en cuenta
el fuego, evitando en lo posible que el humo se convirtiera en un
estorbo. La escasa superficie de suelo cubierta se ahuecaba por lo
menos hasta un palmo de profundidad antes o después de armar el
paraviento. La arena suelta se amontonaba con las manos o con pie-
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Fig. 16. El paraviento.

dras planas en círculo, formando un pequeño terraplén que cubría el


borde inferior del cobertor de cuero. Sumado a algunas piedras de
regular tamaño, este terraplén servía para dar pesadez al cobertor y
atajar las corrientes de aire. La leve depresión de terreno les ofrecía
considerable protección, particularmente durante el reposo nocturno.
Como a veces el cobertor de cuero pendía muy bajo en el interior,
era preciso alejar el fuego un poco hacia el costado abierto o encen-
derlo fuera de la parte cubierta, pero evitando perjudicar a los mora-
dores. Evidentemente el espacio interior de este paraviento es muy
reducido, pues su principal objeto es el de atajar las corrientes de
aire. De noche, al acostarse, las personas se arriman lo más posible
unas a otras. Siempre se preocuparán por procurarse un delgado col-
chón de hojas o manojos de hierba, pues el suelo es frío y húmedo.
En el norte se carecía casi por entero de pequeños troncos fácil-
mente accesibles con que construir una choza cónica. Asimismo parece
acertada mi presunción de que, antes de introducirse el hacha de hie-
rro, tampoco en el sur se construía esta choza en forma generalizada,
pues era muy trabajoso procurarse tantos tronquillos. El caso es que
en toda la Isla Grande la mujer llevaba siempre consigo durante las
idas el gran cobertor de cuero, además de 8 a
ras, para armar el paraviento con premura en cualquier parte,
pendientemente de que en el lugar en cuestión hubiere o no tron-
quillos disponibles. El acarreo de este equipaje permitía a los indios
acampar y permanecer en cualquier lugar que escogieran en el mo-
mento. El gran cobertor de cuero se componía de 8 a 16 pieles de ani-
males bien cosidas, desprovistas de pelos y algo ablandadas. Esta
pieza se denomina tá'ix y se cuenta entre los objetos más necesarios
para una familia. A simple vista parece rectangular, de unos metros
de largo y aproximadamente la mitad de ancho '. Partes sueltas pen-

' El cobertor de choza de tamaño mediano que traje de mi último viaje se


dían de los bordes como colgajos y hacían más fácil sujetarlo y reple-
garlo. En ciertos casos se habían pasado algunas tiras cortas de cuero
por el borde exterior para atarlo cómodamente a las varas rematadas
en horqueta. Para protegerlo de la humedad este gran cobertor se un-
taba por ambos lados con una mezcla abundante de grasa y tierra
colorante roja. Este método y la frecuencia de su uso lo mantenían
blando y flexible.
Antes de partir, la mujer pliega este cobertor de choza y lo enrolla
hasta formar un bulto de apenas 1 1/2 m de ancho. Apoyadas contra
éste y a cierta distancia unas de otras coloca las varas de la armI* ón,
cuyo número varía entre ocho y doce, atándolas con largas co
Evita cuidadosamente que se quiebren por golpes contra los tró ós '
de los árboles. Estas varas, que también se untan con colorante y que
tienen una horqueta corta en el extremo superior, son de aproxima-
damente 1 1A m de largo. Esto puede darnos una idea de lo bajo que
es el paraviento una vez armado. Se llaman téwuA y, en lo posible, se
las saca del árbol leñadura, Maytenus magellanicus. Cierto es que su
madera es pesada, pero es también muy resistente y mantiene largo
tiempo su flexibilidad, de modo que no es fácil que se quiebre. En
caso de apuro se recurrirá a troncos de haya, pero se trata de reem-
plazarlas cuanto antes por aquéllas.
La choza cónica y el paraviento terminado se denominan indistin-
tamente káuwi (kákwix). Hasta nuestros días no había una sola fami-
lia entre los aborígenes meridionales que no tuviera este gran cobertor
de cuero. A menudo se ahorraba el trabajo de reunir muchos tron-
quillos, armando el paraviento, que es mucho más cómodo 2 . No es raro
que la mujer llegue primero al lugar donde se ha decidido establecer
el campamento. Ella está en condiciones de levantar el paraviento sola.
Bajo su protección aguardará con sus hijos al esposo, que vive pen-
diente de la incierta fortuna de todo cazador.
El tamaño del cobertor de cuero muestra a las claras su o b j e-
ti v o principal : el de construir una buena defensa contra el
viento. Si únicamente se buscara una protección contra la lluvia o la
nieve podría ser más pequeño. La gente hacía expresamente hincapié
en que este era el objeto del cobertor, pues nadie ignora el peso que
el gran bulto significa para las mujeres. La amplia manta se tiende
sobre toda la armazón, de modo que a su abrigo pueda arder un buen
fuego.

4. La permanencia dentro de la vivienda


Ni la choza cónica ni el paraviento están concebidos como cons-
trucciones durables. Ello explica que se los levante con rapidez y sin

encuentra ahora en el Museo Missionario-Etnológico de Roma. Mide 4,70 m por


2,80 m. En los bordes, como también es frecuente en otras mantas, se observan
agujeros del tamaño de un ojal que se practicaban antes de tender el cuero y
que luego permitían atar o enganchar la manta fácilmente a las varas de la
estructura.
2 Ver las ilustraciones en AGOSTIN 281 y GALLARDO: 242.
el más mínimo cuidado. Se pretende que cumplan precariamente el
fin deseado. La vivienda se levanta en el lugar y momento que se
desea, con frecuencia junto al sitio en que el cazador acaba de apre-
sar un guanaco. Su libertad de establecerse donde les plazca es total.
Las robustas mujeres se han acostumbrado a cargar el pesado bulto,
que se enrolla y despliega en pocos minutos. Cuando se prosigue la
marcha se desmantela el paraviento con la mayor prontitud; basta
quitar el cobertor dejando la armazón tal cual está.
a) No disponen de enseres domésticos ni de mobiliario alguno. De
lecho les sirve la leña menuda o el pasto que esparcieron formando
una capa de pocos centímetros
0.0 tos0:00`69,,108óc,- ) ,
de grosor. En caso de que el
od)zoP 11:>°•(So suelo esté húmedo, el colchón
00.80
000* de leña menuda se colocará
, " 02, sobre palos del largo del cuer-
.0 t,„ :,
O. po, bien arrimados unos a
110 otros. Es raro que alguien uti-
: lice algunos trozos de piel co-
°° „. ./ o mo colchón. La mujer arma
,;4\s,'QI• 00: su lecho junto a la entrada.
8o . 00
*o. ,, o6°° Allí también se mantendrá acu-
ojo
006° rrucada durante el día, y le
050°
'efolso bastará alzar levemente la cor-
tina para echar una ojeada
Fig. 17. Planta de una choza.
Lecho (W) de la mujer, (M) del hombre, afuera. El lugar que sigue al
(1) de los niños. suyo lo ocupa el esposo, vale
decir que éste se sitúa apro-
ximadamente frente a la entrada de la choza. Junto a la pared interior
de la choza, en el otro extremo, de esta semicircunferencia se prepara
un lecho para los niños (Fig. 17). Por lo general, los varones yacen
desordenadamente, ya sea hechos un ovillo o al menos levemente enco-
gidos, y bien arrimados unos a otros. El temor al frío nocturno les
aconseja esta posición. En cuanto a las niñas, es frecuente que la ma-
dre les deje algo de lugar al lado o delante de su propio lecho. Todos
se arrebujan bien en el abrigo de piel, generalmente de tal modo que
la lana esté en contacto con el cuerpo desnudo. Ni siquiera de noche
se quitan las mujeres el taparrabo triangular. Carecen de colchas pro-
piamente dichas. Rara vez alguien reposa la cabeza a mayor altura
colocando debajo de ella un trozo de madera. Los perros se tienden
sobre los pies o al lado de su amo. Le transmiten algo del calor de
sus cuerpos y a la vez lo vigilan. Nadie se sacudiría de encima al perro
que, por otra parte, suele mantenerse casi inmóvil.
Durante el sueño el fuego de la choza es imprescindible, pues sin
él nadie podría sobrevivir al frío. Cada tanto los durmientes se vuel-
ven sobre el eje de su cuerpo, acercando ya sea esta ya aquella parte
al fuego. Pese a la buena cobertura el aire frío penetra sensiblemente
desde fuera. También hay veces que la brasa extendida provoca una
perceptible corriente de aire.
b) Mientras duermen, los selk'nam ponen de manifiesto una sen-
sibilidad instintiva muy fina para la adecuada distancia del fuego. Salvo
los niños pequeños, en caso de descuido de sus mayores, nadie rueda
en sueños hasta acercarse demasiado al fuego de modo que dañe su
abrigo de piel o la propia piel. El sueño del indio es mucho más
liviano que el de un europeo medio. Más bien se parece a un estado
de semisueño del que el durmiente despierta durante la noche en el
momento que lo desee, encontrándose de inmediato totalmente lúcido.
El más leve ruido despierta al indio. Nunca se lo ve luchar con el sue-
ño o restregarse los ojos para despabilarse. Esto sólo puede obser-
varse entre los jóvenes, quienes, no obstante, tienen un sueñO — ma-S-
liviano que los nuestros. De la misma manera el indio se tiende a
cualquier hora del día, y logra conciliar el sueño inmediatamente.
Esto lo atribuyo al hecho de que el indio no esfuerza continua-
mente sus nervios ni está sujeto a un orden de día rígido o de trabajo
fijo. Es verdad que por momentos realiza sorprendentes esfuerzos,
pero las pausas de descanso, que prolonga a voluntad, le permiten re-
cuperar cómodamente las fuerzas desgastadas. En cambio, estos in-
dios carecen de resistencia nerviosa para realizar una actividad regular
constante. El trabajo diario agotador e ininterrumpido en las estan-
cias terminaba por perjudicar gravemente la salud de los que resistían
más tiempo. Al cabo de cierto período, los más abandonaban el tra-
bajo, agotados, o lo interrumpían de tanto en tanto, tomándose varios
días de descanso. Esto acababa por provocar el fastidio del estan-
ciero, pero era para ellos una necesidad insoslayable. Más de una vez
los indios se rieron de mí cuando, tras un breve descanso nocturno,
me resultaba difícil despejarme, ya fuera porque el día anterior hubié-
semos efectuado largas caminatas, o prolongado la tertulia hasta altas
horas de la noche. Tampoco lograban comprender que los fuertes la-
dridos de los perros no lograran despertarme de noche. Efectivamente,
estos hijos de la naturaleza se despiertan a cualquier hora lúcidos y
frescos sin sobresaltarse.
c) Si, para concluir, he de apreciar en lo justo la importancia de
la choza y el paraviento en la existencia de los selk'nam, desearía repe-
tir mi presunción de que, en el pasado, también los aborígenes meri-
dionales levantaban la choza cónica con menor frecuencia que hoy
como vivienda diaria ocasional, por lo difícil que resultaba procurarse
tronquillos. Si debía servir como choza estable se justificaba realizar
un mayor esfuerzo. El paraviento basta para atajar las corrientes de
aire, la lluvia y la nieve; pero en todo momento la gente aspira a dis-
poner de la mejor protección para el fuego. El indio
podrá renunciar a cualquier otra protección, pero nunca a un buen
fuego durante la noche. De día camina mucho o, en todo caso, se mue-
ve, pero en las noches frías requiere el fuego, pues le falta suficiente
protección corporal. El paraviento siempre se orienta de acuerdo con
la corriente de aire, de modo que la lumbre arda lo mejor posible.
A la misma preocupación responderá la orientación de la entrada y
la colocación del gran cobertor de cuero o de otras pieles. Si el para-
viento se viene abajo por la violencia del temporal nadie pone mayo-
res esfuerzos en mantenerlo en pie. Vuelven la espalda a la tormenta
que se precipita sobre ellos y se acurrucan muy cerca del fuego. Mien-
tras el fuego siga ardiendo estarán satisfechos. Aunque la lluvia y la
nieve penetren en la choza, como a menudo ocurre, nadie presta mayor
atención a ello mientras en el centro haya un fuego que irradie calor.
Más de una vez durante el cruento invierno de 1923 desperté de ma-
ñana y me vi cubierto por una capa uniforme de nieve de varios centí-
metros de grosor, pese a que mi choza estaba bien recubierta. TOIN
y HOTEX, que frecuentemente dormían en mi choza y se veían en aná-
loga situación, conservaban invariablemente su buen humor matutino.
Me decían secamente: "La nieve no debe molestarte ¡Siéntate junto
al fuego, que compensa por todo!" Algunos hombres preferían pasar
la noche en la gran choza ceremonial. "Aquí, junto al fuego grande,
se duerme mejor que junto al más pequeño de la choza", me explica-
ban. De ahí que nunca se acudiera a peñas bajas sobresalientes en
forma de alero o a formaciones semejantes a cavernas, "pues allí no
puede arder un buen fuego" 1 . Esto nos lleva a deducir que, si bien
es cierto que el paraviento sirve para dar cierta protección a sus mora-
dores, su finalidad originaria consiste ante todo en proteger el fuego
del viento y el mal tiempo.
Nunca se hallará una vivienda sin un fuego, que es lo que más
interesa al indio. Muy poco le ofrece la ligera construcción en sí como
para que no pudiese renunciar a ella por entero. Durante sus reco-
rridas acepta las peores inclemencias del tiempo, pero cuando está sen-
tado o duerme no puede prescindir del fuego. Después de una cami-
nata agotadora, ya fuera en verano o en invierno, más de una vez me
vi con ellos en situación de carecer, por agotamiento, de las fuerzas
necesarias para levantar un paraviento o una choza. Mientras ardiera
un buen fuego todos estábamos satisfechos. Siempre que una corriente
de aire impida que se genere una llama uniforme se hace preciso le-
vantar un paraviento. Al acampar de noche en un bosque una familia
puede renunciar totalmente a la vivienda, puesto que el fuego arde
mejor al aire libre. Cada uno se envuelve como puede en su abrigo,
acercándose lo más posible a la lumbre, en torno a la cual los dur-
mientes suelen formar círculo cerrado. Aunque la vivienda del abo-
rigen fueguino es la más sencilla imaginable, aún de ella puede pres-
cindir ".

5. El campamento estable
Acaso sea la festividad del Klóketen la única oportunidad en que
ero mayor o menor de familias acampa en un mismo punto
e4i1 '.` ierto tiempo. Cada una conserva la mayor independencia en la

3 Cuando en julio de 1882, durante su primer encuentro con los aborígenes


haus en Bahía Sloggett, TH. BRIDGES Vi() que "they also much frequent caves and
any shelter afforded by overhanging rocks" (MM: XVI, 224; 1882), tales formacio-
nes no servían más que como una pared de fondo protectora, delante de la cual
construían su choza.
4 La vivienda de los selk'nam es descrita en forma más o menos pormenori-
zada por AGOSTINI: 276, BEAUVOIR (b): 202, BORGAT'ELLO (c): 57, CoJAzzi: 38, F. A.
COOK (d): 97, DABBENE (b): 226, GALLARDO: 242, LISTA (b): 93, LOTHROP: 59, MARGUIN:
499, SEGERS: 64, SERRANO (a): 157 y WIEGHARDT: 29. Cfr. COOPER: 192.
elección del lugar. Las chozas jamás están muy cerca unas de otras;
nadie desea que el vecino lo espíe. Las familias que no se llevan bien
saben escoger un lugar a buena distancia la una de la otra; los refrac-
tarios siempre acampan más lejos de los demás. Ante la menor indis-
posición alejan la choza un buen trecho. Los campamentos de varias
viviendas carecen de toda reglamentación en cuanto a la ocupación de
los lugares. Ni siquiera las entradas se abren en la misma dirección,
pues bajo la protección de un espeso hayal el viento es menos de te-
mer. Podrá ser que familias emparentadas o amigas se establezcan
algo más cerca unas de otras, pero siempre estarán, a varios pasos de
distancia. Quien abandona su choza sigue siendo el propietario de la
armazón construida. Sin su permiso ningún otro se establecería allí.
A veces el constructor regresa a dicho lugar y vuelve a utilizar los tron-
quillos que suelen estar aún en pie (Fig. 18).

Fig. 18. Choza en la nieve.

Si durante sus recorridas unas pobas familias se encuentran, arri-


marán bien sus paravientos. No es raro que la amplia entrada de cada
uno de ellos esté orientada hacia un fuego común, si la corriente de
aire lo permite. Pero, para la noche, cada familia se enciende su pro-
pio fuego y aparta un poco su paraviento, pues nadie desea ser obser-
vado por el vecino durante el reposo. En todo momento se manifiesta
claramente el deseo de cada familia de mantener total independencia
frente a las demás. De este modo se evita sabiamente que, merced
al espíritu de rivalidad siempre latente, la propia familia dé tema de
conversación a los demás. Por ello, cuando alguien no se encuentra a
gusto en algún lugar, recoge en pocos minutos sus escasas pertenencias
y se aleja sin decir palabra a sus vecinos.

6. El fuego
No hay choza, no hay paraviento, no hay campamento sin el calor
benefactor del fuego. El empleo permanente del fuego dio origen al
nombre de la región. Sin el fuego el hombre no podría sobrevivir en
aquellas latitudes meridionales. El fuego es de mucho mayor impor-
tancia que la protección que pueda brindar cualquier vivienda.
a) En la choza cónica toda mujer sabe colocar el gran cobertor
y la cortina de entrada de modo tal que la corriente de aire no arre-
moline el humo del fuego de la choza. Por lo tanto, el hu-
mo asciende verticalmente y sale por el vértice superior de aquélla.
Si reina un fuerte temporal el humo puede volverse tan molesto que
los moradores se envuelven totalmente en su abrigo y se echan de
bruces. El humo de la leña, que generalmente es verde, irrita sensi-
blemente los ojos. El hogar, ubicado exactamente en el centro, ocupa
unos 50 cm de diámetro. En él están colocadas varias estacas delgadas
dispuestas en forma radial, que se introducen de atrás en el fuego a
medida que se va quemando la punta. Si se desea que el calor sea más
fuerte se apila leña menuda sobre la lumbre y se aviva soplando fuerte
o haciendo aire con un trozo de cuero cualquiera. Para la noche un
tronco grueso es más conveniente, y suele colocarse entre la entrada
y el fuego. Por su grosor es preciso levantarlo un poco, colocando de-
bajo un tarugo; la punta expuesta al fuego arderá con lentitud gracias
a la escasa corriente de aire producida por este modo de colocación.
Sólo al cabo de unas horas se hace necesario correr hacia adelante el
tronco, que difunde un calor uniforme y no ofrece ningún tipo de peli-
gro. Dondequiera que sea, el indio aspira a encontrarse a resguardo
del viento, pues de esta manera puede disfrutar de las bondades del
fuego sin nada que lo estorbe.

Fig. 19. Tenaza para el luego.


lila acomodar las brasas o distribuir la leña ardiente se usa una
erlpara el fuego = lako, (Fig. 19); siempre se tienen a mano dos
o más. Para las mismas se escoge una rama de Berberís ilicifolia (Fi-
gura 7) de unos 60 cm de largo por 2 cm de espesor, partida casi por
completo en sentido longitudinal. Pese a que los dos brazos apenas
se separan conservan suficiente movimiento y la madera no es pro-
pensa a encenderse; por consiguiente pueden asirse las brasas encen-
didas sin peligro (cfr. GALLARDO: 171 y LOTHROP: 66).
b) Al construir la vivienda, tanto jóvenes como viejos se afanan
por acarrear gran cantidad de 1eña. Los niños traen estacas y ra-
mas finas; la mujer quiebra las ramas que puede alcanzar con la mano
y recoge leños más grandes; el hombre trae a la rastra troncos grue-
sos. Si todo esto no basta, el hombre toma su larga correa y arroja
el lazo muy abierto por sobre las ramas deshojadas. Las arranca me-
diante un fuerte tirón, ya que la madera de haya es muy resistente.
Deberá estar seguro de que estén bien secas. Esta tarea incumbe al hom-
bre, en tanto que la mujer y los niños recogen las ramas y gajos que-
brados y los llevan a la choza. Para que terminen de secarse, los apoyan
contra ella en posición vertical. También quien deja momentáneamente
las ramas quebradas en el bosque las dispone verticalmente, apoyán-
dolas todas contra un tronco grueso. Cuando amontona las ramas de
esta manera, queda claro que el haz tiene dueño.
En general los indígenas septentrionales no disponían de en
abundancia. Había grandes extensiones donde no era posiblé alar
una sola mata, menos aún un árbol. De ahí que se ahorrara al máximo
el material combustible. Los aborígenes meridionales hallaban una ar-
boleda o un bosquecillo a cada paso. En el norte, las gentes se con-
tentaban con poder acampar junto a unos arbustos de matanegra (Chi-
liotrichum diffusum, Fig. 20) o de Baccharis patagonica. Era preciso
conformarse con el fuego que producían estas ramas delgadas. Por lo
tanto se recogían hasta las más pequeñas. Allí adquiría importancia
fundamental el cobertor de cuero que cubría el paraviento, ya que
retenía en alguna medida el escaso calor.
c) Siempre que una familia abandone el campamento, apagará cui-
dadosamente el fuego 5 . La lumbre se desparrama y se cubre con ceni-
zas o tierra y se aplastan los pedazos de carbón ardiendo. En invierno
se echan varios puñados de nieve sobre el fuego. De no hacerse esto,
habría que temer que el fuego se propagara, lo que podría provocar un
incendio generalizado.
Es por ello que cada uno deberá encender nuevamente el fuego
en el lugar donde piensa acampar o pasar la noche. Hoy en día los
fósforos europeos son muy bienvenidos entre los indios. En el pasado,
todo adulto llevaba consigo su propia bolsita con los imprescindibles
utensilios para hacer fuego. Para fabricarla echaba mano de una tira
blanda de piel de zorro de unos 25 cm de largo por 7 cm de ancho en
su parte inferior. Doblando el extremo inferior y cosiendo ambos bor-
des, obtenía un bolsito de unos 5 cm de profundidad. Daba al resto de
la tira de cuero, que se estrechaba hacia arriba, dos vueltas o más en
torno al bolso propiamente dicho, asegurándose así su contenido. La
llevaba en contacto directo con la piel del cuerpo, sujetándola por me-
dio de una larga cuerda de tendón trenzada colocada alrededor de
las caderas. De esta manera estaba a mano y, a la vez, bien protegida.
No estorbaba a nadie, por lo que muchos no se la quitaban ni aun de
noche (Fig. 50).
Por lo que pudo comprobarse, los selk'nam siempre encendieron
el fuego mediante percusión. Ya en la mitología se menciona el
pedernal. Se utilizaba una pequeña bola de pedernal = x aukey.dr y un
trozo de pirita de regular tamaño = xcíkke ytt'ik para los haus).

5 MARGUIN: 499 es el único en afirmar lo contrario con total arbitrariedad.


Fig. 20. Arbusto de matanegra en flor.

El pedernal sólo se encontraba en la costa sudoriental, en los predios


de la actual estancia Irigoyen; allí una roca rodeada de agua, accesible
en los momentos de bajamar, lo contenía en abundancia. La pirita se
encontraba en el sur en varios lugares 6 Ambos constituían mercan-
.

cías muy solicitadas. Como yesca = waly.ét se empleaba en todas partes


exclusivamente el bejín = wg, muy fre c. uente en el norte; en el húmedo
sur era más difícil encontrarlo. Se partía y se colocaba sobre un tro-
cito de piel. Generalmente los delgadísimos esporos empezaban a arder
apenas caía la primera chispa sobre ellos. Soplando levemente y agre-
gándole lana grasosa de guanaco no tardaba en producirse una pequeña
llama. En caso de que alguien tuviera a mano una pelotilla de plumas
6 Como Tu. BRIDGES había escrito, algo prematuramente, en junio de 1883
(MM: XVII, 139), que la pirita sólo se encontraba en Clarence Island, hubo via-
jeros posteriores que repitieron la afirmación sin el menor reparo, sacando in-
cluso de ella todo tipo de conclusiones.
finas la agregaba al bejín, pero jamás la usaba como yesca puesto que
en ella la chispa no habría originado combustión alguna. En otoño los
indios recogen gran cantidad de bejines y los guardan en grandes bol-
sas de cuero. Por más que a veces la cutícula reviente la espesa masa
de esporos se conserva totalmente seca, lo que significa una ventaja de
gran importancia en esta región tan húmeda. En su bolsillo, con los
utensilios para hacer fuego, cada adulto llevaba pues el trozo de pirita,
el pedernal y varios bejines, generalmente envueltos en lana de gua-
naco. Cuando se presentaba la ocasión cualquiera podía encender un
fuego y procurarse el calor deseado'. Si había vecinos en la plióxi-
midad, el indio iba a buscar un leño ardiente, ahorrándose el trabajo
de golpear una piedra contra otra para generar fuego.
d) El empleo que se hace del fuegites múltiple. Sólo e
hace posible que el indio subsista en aquelneregión htgreda y
crea las condiciones mínimas de vivienda y alimentación humanas. To-
dos se sienten reconfortados cuando, después de una caminata penosa
y una partida de caza agotadora, pese a la niebla, la nieve o la tormenta
pueden acurrucarse junto al fuego y entrar en calor mientras comen
su asado. Si tuvieran que prescindir de noche del calor del fuego esto
dañaría inevitablemente su salud. El selk'nam renunciará fácilmente
a todas las demás comodidades, pero jamás al fuego. "El fuego es
esencial en la vida del ona, sin él ella sería imposible" (GALLARDO: 256).
Luego, el fuego le sirve para asar la carne. No se conocen otros
alimentos ni otra forma de preparación. Tampoco cuenta la choza con
iluminación propia. El indio se conforma con el reflejo rojo de la lla-
ma. Además necesita el calor para realizar diversos trabajos manua-
les. También lo emplea para derretir la nieve, que arrima al fuego
dentro de una bolsa de cuero. Por encontrarse muy a menudo acu-
rrucados junto a la lumbre y maniobrar mucho con brasas encendidas
son pocos los que no ostentan considerables cicatrices producidas por
el fuego.

B. El vestido
Los primeros descubridores ya avistaron a los selk'nam en su man-
to [o capa] suelto de piel de guanaco. Esta prenda característica dis-
tingue dicha tribu de sus vecinos. Cierto es que los patagones llevan
el mismo abrigo, pero vuelven siempre el lado de la lana hacia den-
tro 8, para llamar la atención de todo el mundo sobre las complicadas
pinturas ornamentales en la parte del cuero vuelta hacia fuera. Hasta
el día de hoy los selk'nam han conservado sin modificaciones su anti-
gua indumentaria, como la mejor prueba de su funcionalidad. Si bien
en los últimos años más de un hombre joven vistió atuendos moder-
7 Las indicaciones anteriores referentes a los utensilios para hacer fuego son
o bien imprecisas o incompletas. Es el caso de BEAUVOIR (b): 202, BORGATELLO (c):
60, DABBENE (a): 69, GALLARDO: 255, LOTHROP: 64, SEGERS: 71, TONELLI: 124, WIEGHARDT:
37. Cfr. CooPss: 191 y KRICKEBERG: 310.
8 En la región que habitan, las lluvias torrenciales no son tan frecuentes co-
mo al sur de la Isla Grande, por lo que no corrían tanto riesgo de que, al secarse,
el manto se volviese muy duro.
nos, no puede prescindir por completo del manto de guanaco. Todos
los viajeros de las últimas cuatro décadas describen a estos indios
arrebujados en sus capas de piel. Todavía LISTA (b): 62, 107 dice con
referencia a los habitantes de la bahía San Sebastián: "No les vi otros
vestidos que raídas mantas de pieles de zorro y guanaco, con el pelo
hacia fuera". -

1. La función del vestido


Las prendas que cubren el cuerpo de los selk'nam no pueden cali-
ficarse, a justo título, de indumentaria, dado que sólo parcialmente
brindan protección. El manto de cuero cuelga suelto del cuer-
po y, al adherirse poco a él, permite que el frío penetre por todos
lados. Pero es apropiado para atajar el viento y ésta podría conside-
rarse su función principal. Cuando el viento sopla con fuerza todos
se envuelven bien en su abrigo, dan la espalda al viento y hasta cubren
sus cabezas. Cuando el viento no sopla lo dejan caer, aunque llueva
o nieve. La facilidad con que se lo quitan permite a los indios expo-
ner ora una parte ora otra del cuerpo al calor del fuego de la choza
para iluminarla o secarla. Prácticamente nunca se da el caso de que
toda su ropa esté empapada. En días de lluvia pude ver cómo algunos
hombres, que cuando iban de caza no llevaban paraviento, doblaban
la capa y se sentaban encima. Se acurrucaban totalmente desnudos
junto al calor del fuego y contemplaban con cuánta rapidez desapa-
recían las profusas gotas de lluvia que caían sobre su piel. De haberse
envuelto en su abrigo no habrían podido evitar una intensa sensación
de frío y su abrigo habría quedado totalmente empapado. Además la
parte del cuero no se adhiere fuertemente al cuerpo; ya tan sólo por
eso el abrigo no podría proporcionarles mucho calor.
La única razón que saben dar los indios para explicar esta manera
curiosa de poner el abrigo es la siguiente: "El guanaco también lleva
su vestido con la lana hacia fuera, pues sabe que así debe ser". A mi
juicio hay otro motivo que puede haber influido en ellos inconscien-
temente. Si la lana está vuelta hacia dentro se ensucia rápidamente
y absorbe las secreciones de la piel, cuya actividad es a veces intensa;
por otra parte, su secado o limpieza presenta considerables dificulta-
des. Es posible que el contacto prolongado con la lana sucia y húmeda
también irrite la piel, en tanto que el cuero duro ejerce una fricción
constante, ligera y superficial que propicia la renovación frecuente y
rápida de la epidermis, aleja la suciedad superficial y estimula la res-
piración e irrigación sanguínea de la piel, descargando los pulmones.
A más, el contacto con la lana produciría el recalentamiento desparejo
de las diversas partes del cuerpo. Es cierto que más de una vez el
indio se encuentra tiritando en el frío y el viento helado y siente cómo
la lluvia torrencial moja su piel desnuda, pero jamás llevará puesta
ropa mojada. Pues en un instante se ha despojado del abrigo o no
cubrirá con él más que una parte del cuerpo, en tanto que la otra se
calienta al fuego. Teniendo en cuenta la patria inhóspita y de clima
inestable de estos indios no puede imaginarse algo más funcional que
este abrigo suelto. Sólo quien no sepa entenderlo compadecerá al in-
411•11
dio por lo precario de su indumentaria, pues el indígena ha logrado
una sorprendente adecuación a las rigurosas condiciones de la incle-
mente Tierra del Fuego, de modo que el hecho de forzar su cuerpo
torpemente dentro de la indumentaria europea no hace más que da-
ñarlo en alto grado.
En caso de frío muy intenso y prolongado, los indios recurren a
un método que consideran notablemente eficaz. Amasan bien la tierra
colorante roja quemada con, Lasa de gua51'In"1
abundantemente con ella. Esta' su verVatra protección éon ra e -
frío, y no el abrigo de piel (Cfr. DEL Tueco en SN: X, 145; 1905) 9 .
También su sentido del pudor exige que cubran sus
cuerpos adecuadamente. Un adulto nunca podría andar por el campa-
mento totalmente desnu-
/ do. A cierta distancia de
las chozas los varones
adolescentes podrán qui-
tarse el abrigo, pero no
es bien visto que lo ha-
gan cerca de los demás.
En cuanto a las niñas,
desde temprana edad vis-
ten un pequeño taparrabo
que ni siquiera se qui-
tan de noche, al igual
que las mujeres. Al des-
nudar el busto éstas siem-
pre demuestran una fina
sensibilidad y prestan
atención a lo que las ro-
dea. Aunque una mujer
se despoje de toda la ro-
pa en la choza, para de-
jar, por ejemplo, que el
calor la penetre bien en
caso de indisposición,
conserva puesto por lo
menos el taparrabo, aun
en caso de haber enviado
fuera a los hombres. Es
común que los hombres
de edad se descuiden un
tanto, y puede ocurrir
que estén sentados jun-
to al fuego totalmente
desnudos. También los
Fig. 21. Pieles tendidas a secar. hombres de más o me-
nos la misma edad sue-

9 Resulta casi jocosa la presunción de BORGATELLO de que los indios "habrían


preferido andar desnudos y pintados de rojo para imitar al Czortu (= Espíritu
Klóketen)" (SN: XIV, 255; 1908).
len quitarse el abrigo cuando están entre ellos (cfr. DABBENE [a] : 70).
Pero apenas se aproximan niños o mujeres se apresuran a cubrirse la
región pubiana. Por lo general, un hombre solitario que persigue su
presa deja caer el abrigo. A menudo corre largo rato totalmente des-
nudo por la espesa nieve o los densos matorrales. Pero cuando se pre-
senta ante niños y mujeres vuelve a cubrirse de inmediato. La medida
en que la indumentaria tiene en cuenta el sentido del pudor se hace
evidente si consideramos la condena que pende sobre el hecho de an-
dar desnudos, tal como se relata con respecto a unos pocos personajes
lascivos de épocas mitológicas y que aún en la actualidad se reprocha
a los Yai, de tan mala reputación y tan odiados por todos '°.

2. La preparación de las pieles

Todo animal que el hombre cace es destripado de inmediato en


el lugar. Luego lo lleva a rastras hasta la choza. Allí lo desuella sin
pérdida de tiempo y da la piel a la mujer. En todo el largo del borde
ella practica agujeros del tamaño de un ojal, a un palmo de distancia
uno de otro. Luego recoge estacas verdes del grueso de un dedo, les
da la longitud apropiada y afila ambos extremos. En primer lugar,
del lado de los pelos ensartará una estaca más gruesa en sentido lon-
gitudinal, no sin considerables esfuerzos. Esta estaca debe realizar
la principal fuerza de tracción y sobresale hacia abajo un buen pedazo.
Luego se introducen las varillas transversales hasta concluir el enre-
jado. Los agujeros hechos en la piel son suficientemente pequeños para
no dejar pasar las varillas. Hacia todas direcciones se distribuye una
poderosa fuerza de tracción en forma tan pareja que el más mínimo
pliegue queda eliminado de toda la superficie tensa del cuero (Fig. 21).
Debido a la tensión bien distribuida el varillaje tiene en sí mismo
suficiente sostén. Se lo apoya contra la choza en posición vertical .para
que se seque al aire. Pasarán unos días, más o menos según el clima
reinante, antes de que se pueda deshacer el enrejado que se ha vuelto
aun más duro, pues al secarse la piel se encoge un poco.
La mujer toma este trozo de cuero duro y tieso y lo tiende en el
pasto o en la arena con el lado de la lana hacia abajo. Luego se coloca
en cuclillas sobre él y empieza a raspar la parte superior por sec-
ciones con el raspador. Realiza movimientos cortos y trabaja siempre
con la diestra de izquierda a derecha. El esfuerzo agotador la obliga
a interrumpí ,su traba,loc9n frecuencia. Queda a su criterio decidir
cuánto cuer9aa de quitáspando. De cualquier modo debe eliminar
los restos déTejido adiposo y la capa de tejido córneo que se trasluce
y que, cuando está seco, se reconoce fácilmente. Los rastros de raspa-
jes muy desiguales que aparecen por todos lados se deben a la herra-
mienta misma.

10 También, según el criterio de GALLARDO: 154, con su indumentaria los selk'


nam perseguían el doble fin "de preservarse de la intemperie y de cubrirse lo que
el pudor les aconseja debe estar oculto". De ahí también la precaria sencillez del
manto de piel, que parece cubrir insuficientemente al selk'nam, teniendo en cuen-
ta las inclemencias del tiempo reinante.
En verano la mujer seca una piel de zorro, más fácil de manipular,
de la siguiente manera: trabajando sobre la tierra seca y firme intro-
duce estacas cortas en los agujeros de los bordes bajo constante ten-
sión de la piel, la que se encuentra con el lado de los pelos hacia
abajo. En la costa la gente seca pieles de leones marinos conforme al
método descrito en primer lugar. Los habitantes septentrionales apli-
can el mismo enrejado, aunque convenientemente reducido, para ten-
sar la pequeña y delicada piel del cururo. Hay que comenzar con esta
labor, apenas se ha desollado el animal, para evitar que la piel se encoja
en forma despareja y se pudran algunas partes.
Luego se eliminan, recortándolos, los múltiples agujeros desiguales
que bordean los costados. No hay prisa alguna en abatanar el
trozo entero, sólo es algo más difícil de embalar en este estado bruto.
Este trabajo que se realiza con las manos resulta penoso y agotador.
La mujer va tomando un trozo en cada mano, cierra bien el puño y
lo estruja uno contra otro. Varias veces recorre así toda la piel, que
se vuelve cada vez más blanda. Hay veces que en el trozo de piel se
hallan cicatrices de mordiscos de otros animales; la mujer trabaja es-
tas partes eón todo éxito con los dientes. También suele ablandar las
pieles de zorro mordisqueándolas, logrando volverlas extraordinaria-
mente flexibles; en cuanto a las pieles de cururo son demasiado deli-
cadas para permitir esta manipulación. En lo que respecta a las pieles
de leones marinos, no Se las estruja dado que se desea conservarlas
tiesas, pues no se las usa más que para fabricar aljabas. Únicamente
en tiempos muy recientes y siguiendo el consejo de los europeos las
mujeres indígenas se han acostumbrado a golpear la piel en lugar de
estrujarla, utilizando para ello batidores cortos semejantes a mazas
(LoTHRoP: 71). Pero este tratamiento parece incidir negativamente en
la resistencia del cuero.
Los selk'nam no conocen ningún proceso de curtido de ningún
tipo. Para quitar los pelos a la piel la mujer deberá manipularla de
ambos lados con el raspador mencionado. Los trozos de cuero sin
pelos se utilizan con frecuencia para fabricar bolsas o tiras. Pero lo
que parece imprescindible, seguramente para evitar el endurecimiento
o la putrefacción, es el untarlas con una mezcla de grasa y tie-
rra colorante roja. Cierto es que, cuando se les pregunta, los indios
responderán: "Así es hermoso", pero saben muy bien que todos sus
objetos de cuero no sólo mantienen la flexibilidad sino también la
resistencia gracias a este tratamiento. Esta masa, de consistencia se-
mejante a la masilla, se introduce en la pieza de cuero tendida en el
suelo o bien tensada presionando o estrujando levemente con la palma
y con el tenar de la mano. Pese a la humedad que satura los bosques,
aun entre los habitantes meridionales, que por cierto no saben cuidar
de sus cosas, siempre se ven mantos flexibles y blandos. El gran cober-
tor para el paraviento aparece untado con particular abundancia por
ambos lados; será por ello que dura unos cuantos años (cf. CoJAzzI: 63).
Al unir dos trozos por medio de la costura, la mujer pone un
borde encima de otro, atraviesa ambos a la vez con una pequeña lezna,
practicando un agujerito, y pasa la fibra de tendón que sostiene entre
el pulgar y el índice y que antes afinó en la boca, así como un europeo
pasa el hilo por el ojo de la aguja. Vale decir que la fibra de tendón
recorre los bordes libres de un agujero al otro, y después de cosidos
estos bordes se aplastan o golpean suavemente con una piedra redon-
deada.

3. El vestido del hombre


La amplia capa de piel es la prenda esencial del hombre.
Es muy raro que alguien posea dos capas. Sólo cuando la que llevan
parece demasiado raída y gastada se van juntando pieles para confec-
cionar un manto nuevo. También en Tierra del Fuego se conocen la
vanidad y la coquetería, por poco que puedan desplegarse; en lo que
a esto respecta, los hombres superan a las mujeres. Los mantos más
valiosos se fabrican exclusivamente de piel de pata de guanaco; sus
estrías le dan un aspecto agradable y variado. No es difícil calcular
que un mínimo de veinte animales han debido contribuir a la confec-
ción de este abrigo, que su propietario sabe llevar con orgullo y arro-
gancia. Los aborígenes meridionales rechazaban sistemáticamente los
abrigos de cururo habituales en el norte, pues sentían una marcada
aversión por aquel pequeño roedor.
La talla de un hombre no de-
... cn o termina más que en parte el
tamaño del abrigo. Según
se cubran los hombros en ma-
yor o menor medida llegará
hasta las rodillas o más abajo.
Cuelga suelto sobre el cuerpo.
El hombre sostiene los dos
bordes delanteros con una ma-
no cubriéndose el pecho. A ve-
O ces el brazo izquierdo aprieta
al mismo tiempo el arco y la
aljaba contra el cuerpo, de mo-
do que estas armas estén bien
6 O sujetas. El brazo derecho cuel-
eyánzni l -
ga debajo del abrigo o, en caso
de que el hombro derecho es-
té desnudo, colgará descubier-
Fig. 22. Corte de las sandalias. to. El abrigo tiene una forma
rectangular muy imperfecta,
pues no se realizan mayores modificaciones a los trozos de cuero que
lo componen y cuyas formas difieren unas de otras. Es así que en-
contré medidas de 2,00 m por 1,90 m, de 3,20 m por 2,10 m y todo tipo
de tamaños intermedios.
No se conoce ningún método para sujetar el manto, de modo
que cuando el indígena necesita sus dos brazos para trabajar o em-
prende una carrera, lo deja caer momentáneamente y realiza la activi-
dad totalmente desnudo. La protección que esta indumentaria brinda
a su cuerpo es tan escasa que bien puede renunciar a ella cuando desea
tener las manos libres. Muy bien sienta a estos hombres hermosos el
manto lanudo de suave tonalidad, debajo del cual se perfila su esplén-
dida complexión de bellas líneas.
La indumentaria en general se denomina File, la capa 15n. La de
los hombres fue siempre de mayor tamaño que la de las mujeres. En
el norte se usaba casi exclusivamente el abrigo de pequeñas pieles de
cururo = tzp'ends5n, dado que allí este roedor también constituía el ali-
mento principal. Dichas pieles eran menos durables pero más aprecia-
das debido a lo complicado de su confección. Vale decir que, en sus ra-
ros encuentros, los habitantes septentrionales y meridionales se distin-
guían entre sí por su aspecto exterior. En toda la isla Grande se tenían
en gran estima los abrigos de piel de zorro, weilán (was = zorro). Los
usaban únicamente los hombres y los niños. El gran abrigo del hombre
era el más valioso, por la gran cantidad de pieles necesarias para su
confección.
Muy usadas son las sandalias, xámni. Se elige para su con-
fección la piel de pata de guanaco y se recorta tomando en seguida la
medida del pie. Los dedos del pie se asientan en la parte de la piel
que está encima de la articulación del tobillo; la tira de cuero más
estrecha, que se extiende hacia abajo, se pliega sobre el empeine del
pie del indio; el otro trozo de cuero, más ancho, formará la suela y se
une con unos pocos hilos encima del talón. A ambos lados se practican
agujeros y se ajusta toda la envoltura por medio de una pequeña correa
para que cierre bien en torno al pie (Fig. 22). Antes se coloca adentro
una espesa capa de heno y paja. Como la parte de los pelos está vuelta
hacia fuera proporciona una buena resistencia de fricción, principal-
mente por el hecho de que en la suela los pelos se orientan hacia ade-
lante. Cuanto más se humedece el cuero tanto mejor podrá adherirse
el pie al afirmarse en el suelo, logrando la máxima estabilidad posible.
La "plantilla" de heno se renueva con frecuencia.

Fig. 23. Una sandalia.


Estas sandalias son más abrigadas de lo que se creería. Por ésta
y otras cualidades yo las prefería con mucho al calzado europeo. Es
cierto que exigen del pie un mayor esfuerzo, pero a su vez ofrecen más
seguridad al cuerpo. No tardan en gastarse y fácilmente se reemplazan
por un par nuevo. Todas las personas las usan, particularmente en la
lluvia y en la nieve (Fig. 23). En cambio, poco molesta al indio correr
descalzo por la arena gruesa y los guijarros.
Para las largas caminatas por la nieve a veces se calzaban un par
de e§7c4, una protección par a la pierna de forma tubu-
lar, al estilo de las polainas de montar de caña dura. Cortaban un trozo
de piel de guanaco en forma de trapecio, unían los bordes longitudina-
les por medio de una costura y pasaban este tubo de cuero por enci-
ma del pie hasta la altura de la rodilla. Era preciso atarlo con fibras de
tendón o correas. Por estar el lado de la lana vuelto hacia dentro, esta
prenda protectora les abrigaba toda la pierna, permitiéndoles abrirse
paso sin dificultad por la nieve espesa.
Quien carecía de esta protección, que únicamente se usaba en la
temporada de invierno, se untaba las piernas con una capa gruesa de
grasa de guanaco. De esta manera la nieve congelada no molestaba
tanto al contacto con la ipel. Cuando la nieve recién caída forma una
capa espesa y poco firme, se evita hundirse en ella atando temporaria-
mente un hacecillo compacto de ramas a las sandalias, llamándolas
entonces x óse ke xámni zapatos para la nieve ".
Durante sus recorridas y cuando va de caza el hombre lleva un
adorno triangular sobre la frente kejel o k'áéel, no así en la choza

Fig. 24. Adorno frontal de íos hombres.

11 En relación al calzado, ver lo escrito por COJAZZI: 42, DABBENE (b): 224,
GALLARDO: 155, LOTHROP: 53, entre otros.
o durante sus tareas habituales. Este adorno distingue a la persona
madura, pues es entregado solemnemente al aspirante Klóketen. Las
mujeres nunca pueden ataviarse con él. Si en algún caso aislado un
padre lo obsequia a su hijo adolescente porque ya lo acompaña a cazar
o lleva hasta la choza la presa cazada, el adorno carecerá de las cortas
varillas para rascarse. En la caza nunca se prescinde de esta prenda
"pues los guanacos se detienen cuando la ven". No pude hallar expli-
cación alguna para la siguiente práctica: el hombre que por su avan-
zada edad ya no está en condiciones de ir de caza deja de lado el kocel
y se coloca alrededor de la cabeza una delgada cuerda de tendón tren-
zada, de modo que sus cabellos no queden muy pegados al cuero
cabelludo.
El hombre desprende la piel de la frente del guanaco y la entrega
a su mujer para que la seque y raspe. Luego la recorta, dándole la
forma triangular deseada y pasa hilos de tendón trenzados por ambos
costados. Estos hilos se atan detrás de la cabeza. Una varilla del largo
de un dedo, terminada en punta, pende de otro hilo corto sobre la
oreja; con ésta y no con las uñas de los dedos deberá rascarse el joven
la cabeza después de asistir a la ceremonia Klóketen. A veces una va-
rilla cuelga de cada lado. Sólo en los primeros años que siguen a su
ceremonia de iniciación Klóketen el joven fabrica para sí la varilla
para rascarse; con el tiempo se vuelve más negligente.
Este ornamento se yergue sobre la frente a modo de diadema; el
trozo de cuero le llega al hombre hasta las orejas; el borde inferior
mide alrededor de 35 cm. y la altura media es de unos 20 cm. El lado
interior liso siempre lleva una capa de grasa mezclada con tierra colo-
rante roja. Para darle una apariencia bella a la parte anterior el hombre
mezcla arcilla o cal con saliva masticando la masa largo rato, luego la
escupe rociando con ella los pelos de modo que al secar estos pequeños
granos blancos queden pegados a ellos. Este adorno se renueva con
frecuencia y no implica mucho esfuerzo, pues poco le cuesta al hombre
raspar con los dientes un poco de polvo blanco de un terrón de cal y
mezclarlo con saliva en la boca. La piel de la frente de los animales
jóvenes era por lo general muy clara, por lo que se untaba la superficie
del centro con carbón de leña pulverizado. De esta manera se oscurecía
y esto se consideraba hermoso (Fig. 24).
Para confeccionar esta prenda los hombres del grupo haus pre-
ferían usar un trozo de piel de la región inferior del cuello del guana-
co, de coloración blanca. Pero también echaban mano de la piel negra
del león marino. Este adorno permitía reconocer de lejos a un miem-
bro de la tribu haus. Es significativo que más de una vez se me haya
asegurado que en los primeros tiempos sólo se usaba el kaéel blanco
en toda la Isla Grande y que, poco a poco, éste había sido desplazado
bien al sur por el gris. Allí muchos integrantes del grupo haus se habían
habituado entretanto al negro, hasta que también ellos lo cambiaron
por el k5 el gris. Esto nos permitiría comprobar, una vez más, con to-
da exactitud la paulatina propagación de los selk'nam por la Isla Gran-
de, ocupada únicamente en un primer momento por integrantes del
grupo haus (pág. 116).
4. El vestido de la mujer
Para ojos europeos la diferencia en la indumentaria de ambos se-
xos es tan insignificante que a menudo no pueden distinguir una de otra.
Todas las mujeres, incluso las niñas dé apenas cuatro años, poseen el
c u b r e s ex o triangular gg, que ni siquiera se quitan durante el repo-
so nocturno. "Desde que comienza a caminar la criatura del sexo feme-
nino, la madre le coloca una especie de taparrabo;.., y es usado siem-
pre, cualquiera que sea la edad y las condiciones en que se encuentre
la mujer" (GALLARDO: 156). Todo esto por razones de decoro.
El tamaño del cubresexo responde a la talla de la portadora y
cuelga de una cuerda de tendón que le rodea las caderas (Fig. 25). Se
smplea para su confección únicamente cuero que se ha raspado hasta
volverlo lo más fino posible, y que, al adherirse bien al cuerpo en mo-
vimiento, cumple acabadamente su función; untándolo con grasa se
lo mantiene blando y flexible.
Ya sólo el hecho de mencionar
el hombre esta prenda en presen-
cia de mujeres se considera inde-
coroso. Suscité la indignación de
una india anciana al pedirle ino-
centemente un la; luego los hom-
bres me ilustraron sobre este
punto y supe cómo comportarme.
Algunas mujeres poseen un so-
lo manto amplio, que, según la
región, será de piel de guanaco
o cururo. Suele ser más pequeño
que el manto de los hombres.
Pero es más común que la indu-
mentaria de la mujer adulta con-
sista en dos prendas de tamaño
mediano. Una, que se usa a ma-
nera de falda, envuelve la parte
inferior del cuerpo, pues su par-
te estrecha rodea las caderas y
se vuelca adelante. Cubre desde

tik el pecho a las rodillas y se sujeta


• 25. Cubresexo de niña. 1/2 tam. nat. con una correa alrededor de las
caderas. Los brazos conservan su
libre movilidad y la parte superior del cuerpo permanece descubierta.
Mientras realiza sus tareas habituales dentro o cerca de la choza la mu-
jer lleva únicamente esta prenda kEyáten (entre los haus Owen ) .
Durante las largas recorridas se pone, al igual que los hombres,
una capa a modo de un gran "mantón", que le cubre uno o los dos
hombros, de suerte que debe sujetar los bordes sueltos delante del
pecho con una o ambas manos. Hay veces que este manto oculta to-
talmente la "falda" más corta, pero por razones de comodidad es
siempre más pequeño que el abrigo de los hombres. Cuando L. BRIDGER
yeliki~k
(MM: XXXIII, 86; 1899) escribe acerca de la indumentaria selk'nam:
"She has three articles of clothing made of guanaco skins, and is always
decently ciad" se está refiriendo a las tres prendas mencionadas 12.
Si lo permiten las razones de decoro que privan con respecto a
los niños la mujer instala el "lecho conyugal" de tal modo que encima
de la leña menuda que cubre el suelo extiende sus dos prendas de piel
con el lado de la lana vuelto hacia arriba; el gran manto del hombre
hace las veces de colcha para los cónyuges.
La mujer viste sandalias con mucho menor frecuencia que el hom-
bre. Desconoce toda prenda que le cubra la cabeza.

5. El vestido de los niños

La madre envuelve al niño de pecho en pieles particularmente blan-


das de guanacos jóvenes. Si el tiempo es bueno, lo sienta totalmente
desnudo sobre un trozo de cuero extendido, de modo que lleguen a
su cuerpecito el sol y el aire sin el menor impedimento. A los pocos
días de nacer ya le atan el kóxen sobre la frente. Acaso lo más acertado
sea comparar ese trozo de cuero con una visera. Para confeccionarla
sólo se escoge cuero muy blando, liviano y untado por ambos lados
con tierra colorante roja y grasa. Forma un rectángulo que lleva en
sus lados menores dos tiras de cuero que se atan en la parte posterior
de la cabeza (Fig. 26). Siempre cubrirá los ojos a tal punto que el niño no
pueda mirar a su alrededor libremente. El objeto que se persigue
es que "sus ojos no se agranden mucho", lo que entre estas gentes se
considera feo. Acaso su propósito inconsciente sea el de evitar el des-
lumbramiento, sea por la nieve, la luz radiante del sol o el fuego de
la choza. El niño conservará puesta esta visera hasta que pueda caminar.
Tanto los varones como las niñas reciben un manto de piel
cuyo tamaño dependerá de su estatura. Las niñas siempre llevarán
puesto el pequeño cubresexo. Los varones de corta edad aparentemen-
te no están sometidos a ninguna coacción que les obligue a llevar
puesto su pequeño manto, que todos poseen. Es frecuente verlos des-
nudos. Al entregarse al reposo nocturno, cada niño se envuelve en su
capa y, por ser demasiado corta, se duerme hecho un ovillo. Para la
indumentaria infantil se prefieren las pieles de zorro; son fáciles de
trabajar, flexibles y resistentes. Considerando que los niños suelen
corretear descalzos y el manto de piel corto y suelto no ofrece, después
de todo, más que escasa protección, parece milagrosa la sana resisten-
cia de estos pequeños seres. Cierto es que las violentas y sostenidas
ráfagas de viento, las gélidas tormentas de nieve, el frío de los bosques
húmedos los hace tiritar, y las torrenciales lluvias encorvarse; pero no
tardan en revivir al abrigo reparador del fuego de la choza al que

11 COOPER: 193 se sirvió de la descripción de la indumentaria selk'nam reali-


zada por viajeros tempranos. Para completar agregaré: AGOSTINI: 274, BEAUVOIR
(b): 206, BORGATELLO (c): 50, LISTA (b): 62, LOTHROP: 51, MARGUIN: 497, SEGERS: 61
y TONELLI: 94.
acuden cuando el medio se les hace demasiado inhóspito. Con asombro
observaba yo cómo estos chiquillos llenos de vitalidad se peleaban des-
nudos horas enteras en medio de la nieve como si el frío no los afectase.
Tanto los niños como los adultos siempre tienen la piel tibia.

Fig. 26. Visera para niños de pecho. 3/4 tam. nat.

Estos indios no saben cuidar su ropa. La arrastran por el barro


o la tierra como si fuesen harapos y a veces la dejan totalmente empa-
pada y pisoteada largo tiempo. Cuando la prenda está totalmente raí-
da, la mujer comienza a reunir las pieles de que dispone, las prepara
y cose un abrigo nuevo. En caso de no necesitarse la piel de un animal
de caza recién desollado, o de que se torne demasiado complicado arras-
trarlo hasta la choza, se la deja podrir en el lugar. Es tarea de la
mujer confeccionar los mantos para todos los miembros de la familia
a medida que los van necesitando. Cualquier adulto, en cambio, sabe
confeccionar para sí las sandalias, que se gastan con rapidez. Es de
buen tono presentarse con la ropa hermosamente trabajada y limpia,
pero hay pocos que se atengan a esto.

C. Higiene personal y adorno del cuerpo


Cuando la madre naturaleza escatima al máximo sus dones, el ser
humano por fuerza habrá de poner de manifiesto un alto grado de in-
sensibilidad para adaptarse. No reprochemos a estos indios que pres-
ten poca atención a la higiene en general o que no vean la suciedad. En
gran medida esto se debe al largo invierno que extiende por doquier
un manto de nieve espesa y cierra arroyos y lagunas con una gruesa
capa de hielo. ¿Cómo habría de proporcionarse o calentarse agua la
gente careciendo, como carece, de cualquier tipo de recipientes? Sin
considerables cantidades de agua no hay higiene posible. Sería una
incongruencia insistir en mantener limpias las chozas que mañana o
pasado mañana volverán a abandonarse. Los indios no carecen de nin-
guna manera de sentido de higiene, pero carecen de los medios más
elementales para ella, por lo que se abandonan finalmente a la mayor
indolencia.
1. El aseo personal
El indio no deja de experimentar la necesidad de cierta higiene
personal; se siente muy bien cuando una fuerte lluvia lo ha lavado de
arriba abajo. En sus primeros meses de vida las madres mantienen
muy aseados a los niños de pecho. Las personas limpias gozan de la
aprobación general. Pero el desorden de su inquieta vida nómada im-
pide que cuiden regularmente de su cuerpo.
Si el hombre se ensucia considerablemente durante la partida de
caza y la mujer en sus tareas, inmediatamente se limpian las manos y
los pies, el rostro y el cuerpo. De no hallarse un arroyo o un pantano
cerca, recurren al pasto o musgo húmedo; el movimiento mecánico de
fricción no tardará en lograr el fin buscado. Se secan con lo que WIE12
más a mano, ya sea con musgo, con el abrigo de piel o al fuegd~ 11111h
ferentemente recurren al blando liquen usnea, con el que quitan la
suciedad raspando en seco. Pero, como ya dijimos, será en vano que
busquemos entre esta gente un aseo personal diario y sistemático. De-
moran el lavado del rostro y las manos hasta que experimentan una
sensación desagradable. Nadie osa bañarse en el río o en el mar. De
mañana el indio se desembaraza de sus pieles, humedece levemente los
dedos con gotas de rocío y se refriega los ojos. Más cómodo le resultará
en invierno, cuando una buena capa de nieve cubre de mañana todo su
lecho; unos pocos copos que recoge en las yemas de los dedos le
bastan para restregarse los ojos. Pero son pocas las personas que
practican este aseo matutino, sin duda poco trabajoso.
A veces los padres exhortan a sus hijos a que se mantengan asea-
dos. Pero muchos chiquillos corretean con una gruesa capa de mugre
sobre todo el cuerpo hasta que logran quitársela, ya sea con la lluvia
o revolcándose en el pasto húmedo mientras juegan. Llama agradable-
mente la atención, por el contrario, cuán limpios mantienen a los niños
de pecho; las madres se ocupan de ellos muchas veces al día, aseando
constantemente sus cuerpecitos. En cambio, es frecuente que los niños
de pocos años de edad, que ya se mueven libremente, estén totalmente
descuidados.
Algunos adultos pueden considerarse ejemplares. Se lavan las
manos y el rostro cada par de días, ya sea en el arroyo, el pantano o
el pasto húmedo, según sus posibilidades. Para secarse prefieren en el
sur una pelota de liquen usnea, aunque también suelen echar mano
del tan extendido musgo de la familia de las esfagnáceas 1'Zipl, lo es-
trujan bien para que se escurra toda el agua y se frotan todo el cuerpo
con esta pelota húmeda. Puede compararse con una esponja. Se pre-
fería, sin embargo, la fricción en seco. A este fin los aborígenes sep-
tentrionales recogían y secaban varios hígados de cururo que luego
trituraban hasta convertirlos en polvo fino. Extendiéndolo por todo el
cuerpo, con la palma de la mano lograban eliminar fácilmente la grasa
y otras impurezas de la piel. Los habitantes meridionales lograban
idéntico efecto friccionando la piel con una fina harina de tierra ar-
cillosa, la dejaban pocos segundos y, luego, la quitaban con las palmas
de las manos. Si se habían ensuciado mucho recurrían en primer lugar
a un manojo de musgo o pasto y con este haz o "esponja" seca raspa-
ban el cuerpo hasta limpiarlo. El agua se utilizaba muy poco; en su
lugar se prefería la fricción en seco.
La piel del indio tiene sólo un escaso brillo grasoso. Pero
es innegable que su capa córnea es más gruesa y fuerte que la del
europeo, a lo cual contribuye el aire cortante y frío. Pese a ello, la piel
conserva su suavidad, porque constantemente y casi sin que el indio
se percate se engrasa en el contacto con las ropas y objetos de uso
corriente. La propia lana de guanaco contiene abundante grasa que
inevitablemente se transmite a toda persona.
No pude percibir un olor de piel particular en los selk'nam;
lo que sí impera es el olor dulzón de la lana de guanaco que se trans-
mite a todos los objetos. Por el hecho de estar sentados tan a menudo
y tanto tiempo junto al fuego, emana de la piel de la gente un incon-
fundible olor a humo, que se acentúa en días de humedad, pero dis-
minuye si la piel está seca. Hoy los indios, y más aún la mujer que el
hombre, reclaman el jabón. Cuando es perfumado son capaces de dar
cualquier cosa por él. Puede ser que aprecien tanto el perfume, dado
que no se les brinda en su precaria patria. Pero también les gusta en-
jabonarse, pues les resulta agradable la sensación que se experimenta
cuando se tienen las manos y el rostro aseados ".
Por mera vanidad la mayoría de las personas se arreglan aunque
sea fugazmente el cabello. En el pasado ni hombres ni mujeres
se lo cortaban; dejaban que creciera y les colgara suelto alrededor
de la cabeza. Su crecimiento era lento y limitado. Eran pocas las mu-
jeres cuyo cabello crecía más allá de los hombros. Nunca se lo trenza-
ban. Temporariamente los hombres sujetaban un poco el pelo largo
y suelto con la fina cuerda del Ictéel; los hombres de edad solían ceñir
la frente y la región occipital con una cuerda de tendón. Las mujeres
no usaban nada semejante. Ellas se cortaban el mechón que les col-
gaba en la cara a la altura de las cejas con un corte horizontal, sepa-
raban el cabello en dos partes sin marcar una raya definida, lo peina-
ban sin mayor cuidado y untaban el pelo lacio y negro frecuentemente
con grasa blanda de guanaco para aumentar el brillo. El idéntico arre-
glo del cabello en los dos sexos, a lo que se agregaba, en los hombres,
el abundante tejido adiposo subcutáneo y la piel tensa del rostro, que
suavizan sus rasgos volviéndolos agradables, y, finalmente, el gran
parecido en la indumentaria hacen que, a menudo, un extraño no logre
determinar si una persona es de sexo masculino o femenino m.
Para ordenar el cabello y quitarse, en alguna medida, los piojos
emplean un peine que se fabrica de dos formas diferentes. La forma
denominada ImIen (Fig. 27) es una pieza rectangular de barba de ba-
llena en la que se han cortado toscamente alrededor de seis dientes.
Las medidas son de 12 cm por 7 cm y los dientes tienen 6 cm de largo.

13 Véanse las breves alusiones de BEAUVOIR (b): 206, FAGNANO (SN: 90; 1900),
HOLMBERG (a): 56, L. BRIDGES (MM: XXXIII, 87; 1899), POPPER (d): 138 y SEGERS: 71.
14 Muchos viajeros hacen breve referencia a este peinado sumamente senci-
llo Cf. principalmente BEAUVOIR (BS: XX, 39; 1896), COJAZZI: 42, GALLARDO: 112,
L. BRIDGES (MM: XXXIII, 87; 1899), MARGUIN: 497 y SEGERS: 71.
Con los viejos cuchillos de piedra era más fácil trabajar esta lámina
de cuerno que la madera. En cambio el ?tuja es el hueso maxilar all,
que se ha limpiado superficialmente, con los propios dientes del pe-
queño delfín kál's kax. Mi de 12 m c de
11 1111 , \ \ \11; ' 1 1;i' \1 1 11 1 :,),1' 14
1' arpo y es muy resisten te (Fig. 28).
I1I il,1'1'111 4 \ ■ "
,'' Frecuentemente les resulta difícil a los
,0 11 11„ It.1.1i indios pasar la hilera compacta de
\ ' 1,11 1111'111,i11 3 ,,,, 11,01,.'irtifi:111 dientes por la mata de cabellos enma-
111',"1 1 ,1 ' ) 11,1›, ', 1 1 1111111111 11 1 rañados, pues muchas personas son
0 1, sumamente abandonadas en lo 4..que
I1 ) 1411. 1' ,
1 ' ' 1' , respecta al cuidado de la cabeza. s
:01111 111\1111\11 \ 11119' 11 111, II I , III 1 tas es disgusto en los de . á .
111Milano N110„,,1 Como nadie se lava a fo 1
,
cuero cablittudo los piojos
ran magníficamente. En más de una
mata de cabellos pululan las sabandi-
jas. Pese a que los indios de todas las
edades se rascan sin cesar la cabeza,
poseen un alto grado de insensibilidad
frente a estos molestos parásitos. To-
do su cuerpo está atestado de ellos,
dado que los mantos de lana permiten
que se multipliquen ilimitadamente.
Resulta repulsivo contemplar los ras-
tros de estas repugnantes sabandijas
en sus hermosos cuerpos desnudos.
Fig. 27. Peine de barba de ballena. Según se me dijo, antes solía atormen-
3/4 tam. nat. tarlos un piojo negro más pequeño;
pero desde la aparición de los euro-
peos el piojo europeo los acosaba aún más y la especie anterior había
desaparecido por completo. Las madres suelen despiojar a sus hijos,
aplastando los insectos entre dos uñas. En lo que a mí respecta, fue
mucho lo que me
hicieron sufrir estas
sabandijas.
Todo tipo de y e-
llosidad se con-
sidera feo. De ahí
que todos los adul-
tos se arranquen las
Fig. 28. Hueso maxilar del delfín usado como peine. cejas y el escaso pe-
lo pubiano y axilar.
Ni siquiera los ancianos tolerarían este último, aunque a veces dejan
crecer un poco el pelo del pubis. Es bien sabido que a los pocos días de
nacer se quita a los niños todo el fino vello del cuerpo. Los hombres
se depilan los pocos pelos de su barba rala. Es cierto que hoy por hoy
hay muchos que quieren amoldarse a los europeos y se dejan crecer el
bigote, si es que les crece suficientemente. No suelen depilarse las pier-
nas ni los brazos, siempre cubiertos escasamente de vello, aunque se lo
considera poco hermoso. Durante la ceremonia del Klóketen pude ob-
servar cómo algunos hombres jóvenes se avergonzaban del pelo pubiano
que entretanto había vuelto a crecerles; hubieran debido arrancarlo
antes. Por lo tanto frotaban fina ceniza sobre la región pubiana para
poder arrancarlo mejor. Toman cada pelo entre el pulgar y el índice
y dan un tirón brusco.
Por deficiente que sea el aseo personal, las lluvias frecuentes y el
suave raspado en seco a que someten el manto les prestan buenos servi-
cios. Es por ello que, a cierta distancia, la mayoría de las personas causa
una impresión agradable. Se resignan a tener piojos, puesto que en la
fría Tierra del Fuego no hay otra plaga de insectos que les moleste. En
cambio, la ropa europea que muchos se han procurado últimamente
está impregnada de la más repugnante suciedad.

2. La higiene en la choza
Son pocos los bienes materiales que el indio lleva consigo. Por con-
siguiente es imposible que, permaneciendo sólo uno o pocos días en el
mismo lugar, se acumule mucha suciedad. Una vez que el europeo se
acostumbra al aspecto desaliñado del indígena, las chozas le parecerán
bastante tolerables, pese al considerable desorden que reina sobre los
lechos. Allí se mezclan los utensilios con los niños de pecho, los trozos
de carne con los perros, los bolsos de cuero vueltos de revés con las ca-
nastillas. No es raro que, junto a este revoltijo, se acurruque todavía
algún visitante que, con los modales que usa al comer, no contribuye a
embellecer la escena. Con cierta exageración LISTA (b): 130 describe de
la siguiente manera las viviendas de los indios haus: "En las habitacio-
nes no vi nada notable, a no ser la suciedad, que parece fermentar en
ellas; y por cierto que exhalaban un olor repugnante ... Valvas de mo-
luscos, huesos de aves, y de cetáceos, cueros viejos y rotos, excrementos
de animales, todo aparecía mezclado dentro del reducido recinto del
kau, y sobre estos despojos, cubiertos de yerbas secas, se revolcaban los
familiares perros de aquella reunión de salvajes cuya pobreza no tiene
comparación , „ ".
Un mínimo de limpieza en la propia choza parece ser una nece-
sidad de todo morador. Resulta más fácil de mantenerla gracias a que
todo desperdicio o suciedad se arroja inmediatamente a las llamas. Para
rvar la carne fresca se la cuelga, fuera de la choza, de ramas inac-
les a los perros. Los trozos que se van llevando a la choza se
ntienen lo más lejos posible del fuego, ya que a la gente le asquea
la carne podrida y hedionda. Muchas veces me sorprendió su sensibili-
dad justamente frente a este mal olor. Si a alguien le molesta el hedor
de un pedazo de carne podrida, va en busca de ella y la tira al fuego.
Lo curioso es que, por el contrario, no les molestan las emanaciones de
las pieles y trozos de cuero húmedos. A mí me resultaba casi intolerable
el olor hediondo de las sandalias mojadas o las pieles tendidas a secar.
No acostumbran orear regularmente sus ropas de lana o pieles y pare-
cen insensibles al olor de cosa enmohecida que casi siempre emana de
ellas. Cuando alguna vez tendía al sol mis mantas de guanaco por unas
pocas horas sacudían la cabeza sin comprender. Tales esfuerzos les pa-
recen superfluos.
En contraposición a todo esto el sellInam pone de manifiesto una
escrupulosidad exagerada en lo que atañé . a sus necesidades na-
turales. Aun para hacer sus necesidades menores la madre deberá
llevar a su niño de pecho lejos de la choza y de la vista de los demás. Los
niños mayores suelen alejarse un buen trecho. A esto se debe que uno
nunca encuentre excrementos cerca de las chozas, pues despiertan gran
repugnancia entre los indios. Incluso los perros demuestran ser tan edu-
cados que sólo evacuan a considerable distancia del campamento. Las
personas siempre se distancian unas de otras, ocultándose en los mato-
rrales. Sería inaudito que dos o más personas hiciesen sus necesidades,
aunque fuesen menores, tan cerca como ocurre en un retrete público
europeo o en forma tan ostensible como en las calles de Roma. Si al-
guien debe separarse del grupo para hacer sus necesidades, lo hará sin
dar a conocer su propósito, ni siquiera con una seña. Todos se muestrar
delicadamente reservados al respecto. Únicamente los chiquillos se ce -.n-
portan de modo algo más desvergonzado cuando están entre ellos, pero
los adultos no tardarán en llamarlos al orden. El indígena también uti-
liza indefectiblemente como "papel higiénico", ya sea pasto, musgo e
lana de guanaco. Le dan mucho asco los cachorros que todavía evacuan
dentro de la choza o junto a ella. Al punto se entierran los excrementos.
Tanto grandes como pequeños escupen con frecuencia. Todos escu-
pen al fuego describiendo una amplia parábola y demostrando una pun-
tería magistral. Si alguna vez alguien recibe un escupitajo se lo quitará
con el dedo como si se tratara de una gota de agua. Se suenan la nariz
utilizando el pulgar y el índice y suelen arrojar la mucosidad al fuego.
No se ve con buenos ojos que una persona joven eructe. En caso de
soltar alguno una ventosidad todos se desbandan precipitadamente dan-
do muestras de la mayor desaprobación y echan, indignados, al culpa-
ble. Sólo algún hombre de avanzada edad podrá permitirse modales
tan groseros; éstos harán sonreír a alguno de los presentes con el mis-
mo embarazo que en caso de escuchar un chiste indecente. Cuando una
vez le ocurrió esto a un perro vi como echaban al animal, que nada
presentía, con una lluvia repentina de piedras y garrotes.

3. La pintura del cuerpo


En parte para asearse y en parte por afán de belleza los indígenas
emplean tres sustancias colorantes, el negro, el blanco y el rojo. El car-
bón de leña se tritura y se utiliza únicamente para adornos, ya sea seco,
como polvo, o mezclado con grasa. La arcilla grisácea, bien pulverizada,
se aplica sobre todo el cuerpo, frotándolo en seco. Para realizar pinturas
ornamentales se tiene en mucho el yeso fino de un paraje que perte-
nece hoy a la Estancia Segunda, que lleva el nombre específico de
káixtatt y era un objeto de trueque. De un terrón del tamaño de un
puño se raspa un poco de polvo con los dientes, se mezcla bien con
saliva en la boca y se usa como colorante. La mezcla se salpica sobre
la piel por una pequeña abertura en la boca o bien se escupe toda la
masa en la palma de la mano izquierda y se introduce en ella una varilla
aplanada en forma de espátula para practicar estrías; o se introduce
una varilla redondeada que luego se aplica a la piel como si fuese un
sello, formando así improntas uniformes de regular tamaño.
De tanto en tanto se encuentran pequeños depósitos de tierra arci-
llosa de un color entre rojizo y amarillo. Tomando un puñado, se la
amasa y se pone al rojo sobre el fuego. Esto le dará un color rojo
ladrillo. El polvo resultante será friccionado en seco sobre el cuerpo.
Más frecuente, empero, es mezclarlo con grasa de guanaco, y formar
una masa pastosa de coloración entre rojiza y de herrumbre, con la que
se untan diversos objetos. Esta tierra colorante roja = álc?/ es, con
mucho, la más utilizada. Las mujeres coquetas gustan ponerse este co-
lorante sobre el torso y los brazos para realzar sus encantos; también
a los niños de pecho se les aplica en todo el cuerpo.
El colorante negro, vale decir el carbón de leña pulverizado, es
fácil de obtener en cualquier lado y su empleo es poco frecuente, pues
queda reducido a la ceremonia Klóketen y al duelo. Por ello está de más
tomarse la molestia de guardarlo. En cambio, todos llevan siempre con-
sigo un terrón de yeso o arcilla del tamaño de un puño, que cabe bien
en la bolsa grande de cuero. La tierra colorante roja se echa en peque-
ñas bolsas de cuero, tan bien cosidas, que retienen el fino polvo. Por lo
general estas bolsas tienen forma de rectángulo alargado, se enrollan
en dirección de su eje longitudinal y se rodean con una fibra de tendón.
También hay bolsitos cortos que se ajustan arriba y luego se cierran
por medio de fibras de tendón o tiras de cuero a las que se dan varias
vueltas 15 . Se denominan fike/Ior.
Para las pocas tonalidades de color que se usan se conocen voca-
blos específicos: /Yayrt es el polvo fino de carbón de leña que aparente-
mente se empleaba con mayor frecuencia en el norte; el gó'ot se obtiene
de huesos de guanaco puestos al rojo y como polvo da un blanco bri-
llante; gpriken es la arcilla grisácea, sucia; kórte (kQinex), la arcilla
gris clara, sirve para friccionar todo el cuerpo seco a modo de jabón.
La arcilla gris oscura mrtgík y la gris clara p'otel deben amasarse un
buen rato, al cabo del cual los terrones, del tamaño de un limón, se
colocarán en la ceniza hasta que estén al rojo. Una vez que han adqui-
rido la coloración roja se llamarán ákel o bien tiklIk'ólwe si se los ha
erizado; finalmente tos es un rojo vivo, intenso y áten un rojo
c a o amarillento (cf. GALLARDO: 152 y TONELLI: 82).
La pintura decorativa sirve para expresar diversos esta-
dos de ánimo o situaciones del momento. De ahí la total arbitrariedad
en aplicar ésta o aquélla, según el deseo o impulso de cada uno. No
obstante, ciertos dibujos tienen un sentido determinado y unívoco.
No me refiero a la pintura del cuerpo que usan, en caso de honras

15 Toda persona adulta posee su bolsa de colorantes, que menciona la ma-


yoría de los viajeros. Ver MARCUIN: 500 y SEGERS: 70.
fúnebres o bodas, los Espíritus Klóketen .y los hechiceros, sino única-
mente a la pintura decorativa en la vida diaria. Las mujeres que desean
verse hermosas, como ya dijimos, se aplican polvo rojo sobre el pecho
y los brazos y, a veces, también sobre los cabellos; los hombres, en
cambio, lo aplican en todo el cuerpo. La alegría desbordante hará que
alguno se unte el rostro uniformemente con esta mezcla de grasa y
¡Wel. Si la ocasión de regocijo es general y por añadidura el tiempo es
bueno, desde la mañana todos los habitantes del campamento se untan
todo el cuerpo con esta mezcla roja. Sobre ella trazan dos líneas blan-
cas paralelas, del ancho de un dedo, alrededor del brazo, apenas por
encima del codo y alrededor del muslo, apenas por encima de la TQdi-
lla; además, de un hombro a otro, pasando sobre las clavículas
trazos que también se extienden del borde superior del esternon asfa
el ombligo ' 6 . Los hombres llevan entonces el abrigo de piel lo más
suelto posible, para evitar que se les vaya la pintura con el roce. Las
mujeres a veces se contentan con pintarse el torso, ya que nunca se
quitan el vestido, parecido a una falda, fuera de la choza. Este modo
de pintarse tiene el nombre de legkaiken. Empolvarse la cabeza con
polvo rojo se llama kósáxen. El modo de pintarse denominado gxtd-
lampten se usa, de vez en cuando, en ocasión de visitas y, casi siempre,
al emprender viaje. La gente dice que "con este adorno se marcha con
más bríos y facilidad". En variada disposición se pintan hileras de pe-
queños puntos blancos, aplicando una varilla como si fuese un sello;
o se traza una raya fina de 3 mm, y luego se raspan en ella espacios
intermedios aún más estrechos, a 3 mm de distancia unos de otros. El
mismo vocablo también designa una raya roja horizontal del ancho
de un dedo, que se traza a ambos lados del rostro, de las aletas de la
nariz hasta el orificio del conducto auditivo, y encima se pintan puntos
blancos muy cerca unos de otros. Un rayado fino de color blanco sobre
ambas mejillas se llama kaktiri. Responde a un afán de belleza y pro-
clama a los cuatro vientos que el que lo lleva se halla de buen humor
o satisfecho. Para efectuarlo se escupe en la palma izquierda una
mezcla de yeso y saliva para distribuirla uniformemente; luego se
pasan por ella las cuatro uñas de la mano derecha quitando cuatro
líneas estrechas de la mezcla y se aprieta la palma de la mano abierta
contra ambas mejillas con lo cual quedan marcadas las cuatro franjas
restantes. Esto explica cierta irregularidad en el dibujo pero no tarda
en componerse. Menos corriente es el é'iíwut, una hilera de rayas rojas,
cortas, finas, verticales y de igual longitud, que atraviesan por medio
las mejillas hacia ambos lados. Mucho más rápidamente se traza la
raya roja transversal que, partiendo de las aletas nasales, llega hasta
los lóbulos de la oreja = kgmáTip. Se aplica esta pintura cuando se va de
visita o de caza o cuando se reciben amigos que se aproximan. En cam-
bio, dos puntos blancos grandes aplicados sobre los pómulos = k'ábanh
significan propiamente estado de guerra y los llevan dibujados los

16 Una persona que aparece en una ilustración de Acomba: 292 lleva este
dibujo tan generalizado. Lleva un subtítulo que induce a error: "Un hechicero de
los onas".
combatientes; generalmente
pintan además una mancha
blanca sobre el dorso de la
nariz. Pero puede ocurrir
que, también en tiempos de
paz, se utilicen estos gran-
des puntos blancos como
mero adorno, combinados
con otros dibujos. El p5íy9ce-
sa son más o menos siete
hileras de puntos negros
que, partiendo del borde
inferior del párpado, reco-
rren las mejillas en forma
radiada y tiene carácter ce-
remonial. Los recién casa-
dos llevan este adorno facial
durante la fiesta de bodas.
La pintura de luto, que no
tiene un estilo determinado,
se denomina en general k'ar-
mán; para ella siempre se
escogen colores más bien
Oscuros.
Es ante todo la situa-
ción exterior la que revela
el sentido propio de cada
pintura. Tratándose de los
ornamentos, que responden
al afán de adornarse y real-
Fig. 29. Collar de trocitos de hueso. zar la belleza, cada uno con-
serva absoluta libertad de
elegir el modelo de su agrado. Se presta más atención a la pintura del
rostro correspondiente a la ocasión que al aseo personal. Por diver-
tirse o expresar su felicidad de madre es frecuente que una mujer
adorne el rostro de su pequeño con líneas de puntos blancos, a regular
distancia los unos de los otros. Es su deseo secreto que otras personas
le alaben el espléndido vástago ''.

4. Objetos de adorno

Los selk'nam se complacen en el adorno coqueto. De ahí que cual-


quier oportunidad sea buena para pintarse el rostro. Los pocos objetos

17 El juicio de SEGERS: 70 "se pintan con tierra roja para la caza y con tierra
blanca para la guerra. El negro ... se usa como luto" constituye una generaliza-
ción injustificada. Véase al respecto L. BRIDGES (en MM: XXXIII, 87; 1899), B0R-
GATELLO (c): 52, GALLARno: 151 y LISTA (b): 62. Mientras se pintan, las mujeres nun-
ca cantan, contrariamente a lo que sostiene BEAUVOIR (b): 206.
de adorno que les es posible confeccionar también responden a esta
necesidad de realzar sus encantos físicos. La materia prima se la brin-
da exclusivamente el mundo animal; la destreza y el buen gusto de la
mujer sabrán transformarla en adornos.
, Entre las mujeres y las niñas lo más común son los c ollares
de todo tipo. Trocitos de huesos huecos de ave se enhebran en fibras de
tendón teñidas de rojo, ya sea en bruto o trenzadas. Estas piezas tienen
Una longitud de 3 a 30 mm y su diámetro, que habrá de ser lo más
uniforme posible, no de-
be exceder los 5 mm. En
trozos algo más grandes
se graban líneas trans-
versales de modo tal que
simulan eslabones muy
pequeños, que se conside-
ran particularmente. her-
mosos. El esfuerzo que
significa recoger tal can-
tidad de huesos y fabri-
car las pequeñas piezas
Fig. 30. Pulsera fabricada con juncos; tam. nat. aumenta el valor del ob-
jeto de adorno y la her-
mosura de su portadora. El largo total del cordón es naturalmente
muy variado. A veces llega a los 6 metros y, en este caso, se coloca en
torno al cuello, dándole varias vueltas de la misma o diversa amplitud.
El objeto más valioso, una fibra de tendón finamente trenzada, tiene
una longitud considerable y pequeños eslabones muy cortos y de igual
grosor. Se los redondea a la perfección limándolos sobre una piedra
áspera (Fig. 29).
Hay otro tipó que consiste en una cuerda de tendón tren-
zada en forma muy regular de varios metros de largo que se coloca en
vueltas de igual amplitud. La aplicación de una gruesa capa de pintura
roja mezclada con grasa se repite frecuentemente. Aunque no tengo
más de tres madejas, este adorno se considera más distinguido debido
a su forma delicada. Se lo llama k'ÉlIe, mientras que los collarcitos de
partículas de huesos huecos se denominan tótel. K'óten es el nombre
que se da a los cordoncitos en que se ensartan piecitas de la tráquea
de gansos salvajes;.cánulas calcáreas de sedentarios o pekas de vidrio
europeas. Estas últimas son muy codiciadas por las indias, pero única-
mente si son delicadas. A todas las mujeres les gusta llevar en ambas
muñecas el se'amp, un cordoncillo finamente trabajado con seis made-
jas de tendón. En torno a la articulación de ambos pies enrolla el
mismo adorno o bien una tira de cuero uniforme de 2 cm de ancho
que se sujeta bien atrás con fibras de tendón delgadas y que se llama
Watt ten. Estos objetos tienen como única finalidad realzar la belleza.
Quien posea los mejores presumirá con ellos y sabrá llamar la atención
de los demás. Por eso no hay mujer que carezca de algunos collares; y
las mujeres los fabrican para el niño de pecho. Pero sólo el adorno que
rodea el tobillo se lleva permanentemente. Como excepción y pasaje-
ramente es dado ver a alguna muchacha llevando en una u otra mu-
ñeca, o bien en la articulación del pie, una tira trenzada de 2 cm de
ancho, hecha de juncos o de las hojas largas del pasto de los panta-
nos (Fig. 30) 18 .
En la vida diaria los hombres no llevan ninguno de los adornos
nombrados. La diadema de plumas liwnh sólo adorna a los muy privi-
legiados durante alguna festividad. En lo que respecta al cordón tren-
zado que el hombre casado lleva alrededor de la muñeca izquierda, le
fue entregado por su esposa el día de su compromiso. Ella le hará uno
nuevo cuando haga falta, pues este adorno es un símbolo de su unión
conyugal " (Fig. 75). Más adelante describiremos ambos adornos en
detalle.
Durante la pubertad los muchachos y muchachas suelen entrete-
nerse haciendo cicatrices ornamentales llamadas iati. Una
rama ardiente sin llamas de Chiliotrichum del ancho de un lápiz, cor-
tada de modo tal que el extremo quede liso, se apoya en la parte inte-
rior del antebrazo izquierdo y se presiona levemente. Cuanto más pe-
netre la quemadura en el tejido tanto más visibles serán luego las
cicatrices, de unos 8 mm. Si han salido bien redondas se mostrarán
con orgullo. En diversas personas pude contar entre dos y ocho de
estas cicatrices, distribuidas en forma despareja; a nadie le faltan.
La misma finalidad estética persiguen los jóvenes haciéndose un pe-
queño tatuaje estriado en la parte exterior de la mitad infe-
rior de ambos antebrazos. Con un cuchillo en punta se practican inci-
siones cortas y profundas, muy cerca unas de otras, que forman una
hilera pareja, que corre transversalmente al eje del brazo y de inme-
diato se introduce polvo fino de carbón de leña en las heridas. Estas
incisiones no tardan en cicatrizar, haciéndose apenas reconocibles y
quedando luego como un rayado celeste = gtetéi. La gente adulta ya
no repara en tales adornos de su juventud, pero las niñas y los mucha-
chos los encuentran bonitos y no desean prescindir de ellos 29 .
Aparte de estas cicatrices ornamentales insignificantes y de los es-
casos tatuajes, los selk'nam no conocen mutilaciones corporales de nin-
gún tipo. Asimismo desconocen los pendientes y anillos, piedras de
adorno y trofeos en el sentido más amplio de la palabra. Tan sencillos
como su vestimenta son sus modestos objetos de adorno.

mol D. Ar instrumentos y utensilios

IT in ser las únicas armas, el arco y la flecha son indiscutiblemente


armas principales de los selk'nam y haus desde que eligieron ,.uf

18 Encontramos descripciones generales en BORGATELLO (c): 51, COJAZZI: 42,


DABBENE (b): 224, GALLARDO: 158, HOLMBERG (a): 56, LOTHROP: 59 y SEGERS: 60.
19 Este frágil trenzado no sirve de ninguna manera para ofrecer protección
"contra el frotamiento de los golpes de la cuerda del arco cuando disparan sus
flechas", como asevera DABBENE (a): 69. Algo parecido afir= z.,,tineanierlte GA-
LLARDO: 156.
29 Las demás interpretaciones de este tatuaje que dieron COJAZZI: 100, GALLAR-
DO: 148 y SEGERS: 66, son incomprensibles para los mismos indígenas.
patria la Isla Grande (Fig. 31). Lo atestiguan los hallazgos arqueológi-
cos, los juicios de antiguos navegantes y las condiciones naturales de
la región, que permanecieron inmutables. Pese a no haberse producido
modificaciones esenciales, el contacto de los aborígenes con los euro-
peos trajo consigo ciertas desviaciones del antiquísimo estilo de armas
y utensilios indígenas en general, en tanto que los rasgos fundamenta-
les que originariamente poseían nunca fueron abandonados. La transi-
ción de las antiguas formas a las que aún hoy pueden observarse se
produjo con suma lentitud, ya que desde la primera visita de SAR-
MIENTO en 1580 hasta la década del 70 del pasado siglo, sólo rara vez
alguna nave anclaba por pocos días junto a las extensas costas de la
Isla Grande. Sea como fuere, se justifica separar los antiguos restos
de utensilios líticos de los objetos actuales de uso corriente a los fi-
nes de describirlos, pues, al hacerlo, surge palmariamente la identidad
esencial del acervo cultural indígena. Puesto que sólo hace pocas déca-
das los aborígenes entraron en contacto estrecho con la cultura europea,
hoy todavía es posible examinar y determinar con exactitud sus antiquí-
simos utensilios. Hace pocos años muchos selk'nam jóvenes adoptaron
herramientas de hierro europeas, en particular cuchillos y hachas; no
me detendré en este punto. En la última parte del presente capítulo me
referiré en síntesis a los hallazgos de los llamados conchales.

1. El arco
Se ha demostrado que los selk'nam fueron siempre un pueblo de
cazadores nómadas. El guanaco siempre fue considerado su animal
alimenticio por excelencia. Sólo era posible cazarlo con el arco y la
flecha, pues estos indígenas no disponían de ninguna cabalgadura.
Desde el caballo se arroja muy bien la boleadora, como lo muestra el
desarrollo económico de los patagones desde la primera visita de los
europeos.
Los arcos de los selk'nam se asemejan a tal punto en cuanto a su
fabricación que únicamente pueden distinguirse por la longitud y la
curvatura. No cualquier hombre posee suficiente destreza para fabri-
car esta pieza. Por otra parte, todo grupo familiar cuenta con un
miembro que provee de arcos a todos los demás; que trabaja, por así
decirlo, como artesano para todos ellos y ofrece su producto en true-
que por flechas y aljabas, pieles y otras cosas. Cuando el arco de un
hombre se ha vuelto inservible recurrirá a este diestro maestro que
es tenido en mayor o menor estima, según sea la calidad de su mercan-
cía. Además, todo selk'nam tiene dos o tres arcos de reserva. Si la
cuerda se afloja cualquier hombre sabrá tenderla mediante una hábil
maniobra manual. El vástago o vara del arco es bastante resistente
como para durar mucho tiempo. La escasez de árboles en el sector
septentrional de la Isla Grande obligó a sus habitantes a procurarse
casi todos los vástagos para arcos mediante trueque con sus vecinos
meridionales, pero rara vez adquirían el arco terminado. La altura del
arco de caza propiamente dicho, o bien el largo de su cuerda, es de 140
a 180 cm. El hombre escoge tal o cual, según se haya entrenado con un

Fig. 31. Arco y flecha.


Proporción entre el arco y la flecha. Parte media y extremos de un arco pequeño
(en tam. nat.). Punta de flecha y guarnición de plumas (en tam. nat.).
MI! 1E~ Wil»
arco más grande o más pequeño. El maestro a quien encarga la fabri-
cación accederá en lo posible a sus deseos.
a) Repetidas veces observé al viejo TENENESK cuando trabajaba en
la confección de un arco; al verlo me sentía transportado a la
remota antigüedad del Paleolítico europeo. Escudriñaba minuciosamen-
te el bosque en busca de un tronco sano de Nothofagus antarctica o
Nothofagus betuloides del grueso de un brazo; jamás utilizó otras ma-
deras. Hoy por hoy cada cual desprende con el hacha la parte adecuada
del tronco entero; antes había que serrucharla trabajosamente con un
cuchillo de piedra. El trozo de madera se parte en primer lugar en
sentido longitudinal y luego se recorta una cuña que tendrá aproxima-
damente el doble del grosor del vástago del arco. Se desprenden la
corteza y la capa leñosa jugosa que hay debajo, como también la parte
blanda del centro. Tras un desbaste lento y progresivo aparecerá final-
mente el contorno en bruto del vástago. A partir de este momento el
hombre no trabajará más que con el raspador de hierro e incansable-
mente irá desprendiendo una a una largas y delgadas virutas. Cada
movimiento del brazo lo acercará a la terminación de su obra. De vez
en cuando golpea la vara del arco contra el suelo, y la tuerce tirando el
extremo superior con ambas manos hacia abajo, con lo cual le da un
alabeo cada vez mayor, siempre en dirección tal que los anillos anuales
más jóvenes se sitúen en la cara exterior del vástago del arco. Observa
cuidadosamente la estratificación de las fibras leñosas: el anillo anual
más reciente, vale decir el que se encuentra en la parte exterior del
tronco, forma el dorso o borde superior de la vara del arco, por lo que
recibe mayor curvatura, en tanto que las capas leñosas subyacentes se
acortan un poco hacia ambos extremos de dicha vara y se comban un
poco menos. Por insignificantes que sean estas diferencias de medidas
serán más que suficientes para impedir que se resquebraje o parta el
borde interior e inferior del vástago. No hay duda de que la larga expe-
riencia de los indios los hizo reparar en estos detalles aparentemente
nimios que darán al arco mayores ventajas y una vida útil más pro-
longada.
El contorno del vástago se aprecia mejor observando en cor te
transversal su forma almendrada en su parte más gruesa (Fig. 31).
Allí el diámetro oscila entre los 25 y 40 mm. La vara se afina gradual-
mente del centro hacia las puntas. Para lograr la terminación fina el
hombre pone de manifiesto una paciencia increíble, pues a unos 3 cm
de la punta comienza a realizar un encaje de aristas poco pronunciadas
que recorren todo el vástago conservando la misma distancia entre una
y otra. Sólo una mano avezada y segura será capaz de lograr este b o r -
de ornamental en la madera (Fig. 31) y la superficie suave
y uniformemente acanalada del instrumento resulta agradable a la vis-
ta de los indígenas. Pero a mi juicio su principal función consiste en
que hace posible sostener el arco con firmeza. Como quiera que sea,
pone en evidencia una extraordinaria destreza.
Ya mientras fabrica el arco el hombre aumenta su c u r v a t u r a
sometiéndolo a un movimiento elástico repetido. Cada vez que inte-
rrumpe su tarea, y también al terminarla, calienta la vara del arco
sobre el fuego ablandando un poco la madera aún fresca. Primero lo
dobla y estira cuidadosamente en dirección de la curvatura deseada,
presionando elimina pequeñas irregularidades en la dirección y final-
mente lo inserta bajo considerable tensión entre los troncos del arma-
zón de la choza. Al segundo y al cuarto día vuelve a sacar el arco y a
recalentarlo sobre el fuego, realiza movimientos elásticos para lograr
un mayor alabeo y lo introduce nuevamente donde estaba antes,
aumentando aún más la tensión. Allí deberá secarse lentamente, por lo
cual se lo deja a buena distancia del fuego de diez a catorce días.
Luego se tiende la cuerda, pues ya no es de temer que se curve noto-
riamente.
b) Bastante tiempo antes el hombre ha puesto manos a la obra
para fabricar la cuerda del a r c o. Sólo los largos haces de
tendón de la pata delantera del guanaco sirven para fabricarla 27 . Para
sacarlos efectúa una incisión profunda en la región de la rodilla, pone
al descubierto el tendón y pasa una correa de cuero por debajo, atán-
dola luego en forma de lazo. Luego tira violentamente de este lazo,
abre la pata hacia abajo y desprende el tendón. Lo toma y lo tira
hacia arriba más allá de la rodilla del guanaco hasta que se rompe
[y desprende por la parte superior] . Una y otra vez el hombre lo
coloca entonces en la boca y lo tironea con los dientes incisivos para
quitarle toda partícula de grasa y carne. Luego, tirando, lo divide lon-
gitudinalmente en dos partes de igual grosor. Cuando ambas están
totalmente limpias y blandas, han adquirido un color blanco brillante
y han perdido todas las fibras secundarias, los dos haces se tuercen
juntos en forma muy regular y firme. Están bien ablandados y se
unen bien. Se los cuelga en la choza para que se sequen y van cam-
biando poco a poco su color, que se transforma en el mate transpa-
rente del tejido córneo.
Antes de que este tendón se seque por completo se ata al vástago
del arco, pues, al terminar de secarse, se contrae un poco más aumen-
tando así la tensión. Uno de los cabos de la cuerda se cierra con un
nudo simple y se coloca sobre el extremo del vástago en forma de lazo
ajustado. A continuación el hombre afirma esta parte sobre el suelo.
Con fuerza presiona la punta libre del vástago hacia abajo, en la me-
dida en que lo permita su flexibilidad natural y, ajustando bien, da
varias vueltas a la extremidad [libre] de la cuerda en torno a es-
ta del arco. Introduce el cabo de la cuerda bajo la última vuelta
impedir que se deshaga la atadura.
A medida que la cuerda se seca se vuelve más tirante y firme.
Para impedir que se corra, el indio envuelve el vástago cerca de uno
de sus extremos o de ambos con una tira de tendón ablandada de 2 a
3 mm de ancho (Fig. 31) apretándola bien; después de secarse pare-
cerá pegado a la madera. Si más adelante la cuerda se suelta, se vol-

21 Los selk'nam nunca emplearon los tendones de piel de león marino, que
se encontraban con frecuencia entre los yámana y halakwulup.
verá a sujetar y se ajustará lo más firmemente posible. Cuando están
secos, tanto el vástago como la cuerda conservan una notable elas-
ticidad.
Previamente al primer uso el hombre unta todo el arco con arci-
lla húmeda que, al secarse, adquiere un color blanco luminoso. Se
dice que "así es más hermoso". Luego el vástago y la cuerda se unta-
rán frecuentemente con grasa para mantenerlos flexibles. El vástago,
el arco mismo, se llama hf; la cuerda de arco, h,cycgyfq. La curvatura
del vástago o vara puede ser mayor o menor; la distancia vertical en-
tre el borde interior y el centro de la cuerda oscila entre 12 y 25 cm 22 .

2. La flecha
Esta pieza puede considerarse una pequeña obra de arte, no sólo
por su ejecución sino primordialmente por su alto grado de funcio-
nalidad. La flecha es el máximo testimonio de la destreza del indio.
El largo total oscila entre 60 y 80 cm. La componen tres partes inde-
pendientes: el astil, la punta y la guarnición de plumas, o emplumado.
El material más apropiado para fabricar el astil de la
flecha son las ramas lisas de Berberis ilicifolia (Fig. 7); en algunos
casos también de Chiliotrichum dif fusum (Fig. 20), pues únicamente
estas maderas son livianas y a la vez resistentes y flexibles. Ambas se
distinguen en cuanto al color: la primera es de color de yema de hue-
vo fresca, en tanto que la segunda es de un blanco grisáceo El hom-
bre quiebra ocasionalmente varias ramas y las deja secar lentamente
en la choza. Al cabo de unos días escoge las más apropiadas y las des-
corteza. Se sienta y coloca la vara en sentido longitudinal sobre el
muslo y, haciéndola girar continuamente, raspa virutas muy delgadas
con una valva o un fragmento de cuarzo. Es raro que alguien eche
mano de la cuchilla de hierro. Tanto ésta como la valva se afilan en
una piedra arenisca áspera.
Recalentada varias veces sobre el fuego, la vara se vuelve leve-
mente flexible y apretando todas sus partes sucesivamente el hombre
la endereza. Luego la introduce en la boca, la toma suavemente con
los dientes, tira de ella y la dobla en todas direcciones parte por parte.
Después del prolongado raspado la vara estará perfectamente re-
donda, engrosándose muy levemente hacia el centro; la mitad desti-
nada al emplumado suele ser un poquito más gruesa que la otra. El
diámetro, en la parte más gruesa del centro, es de aproximadamente
9 milímetros.
La primera alisadur a más basta de la superficie se hace so-
bre un bloque pequeño y blando de piedra arenisca (Fig. 32). El uso

22 Encontramos descripciones más o menos detalladas del arco, la flecha


y la aljaba en BARCLAY (a): 72, BEAUVOIR (b): 203, BORGATELLO (c): 52, COJAZZI: 43,
Couxi: 158, BARRENE (b): 252 SS, GALLARDO: 272 ss, GIGLIOLI (b): 262, LISTA (b):
139, LOTHROP: 71, MARGUIN: 497, SEGERS: 66 y SPEGAZZINI (a): 176. Cfr. COOPER: 207
a 211.
reiterado ha marcado surcos en ella.
Los movimientos sobre esta superfi-
cie dan lugar a un alisado incipiente
y a una forma regular de la vara.
Mientras los realiza, así como duran-
te la fabricación bruta anterior, el
hombre toma la vara con un trozo de
cuero áspero para que no se le esca-
pe. Al limarla sobre la arenisca se
desprende un polvo fino que se recoge
en un trozo de cuero extendido.
Sigue luego el trabajo más fino
con piedra pómez para lograr una
alisadura perfecta. A esto sigue, para
terminar, el p u l i m e n t o propia-
mente dicho. El hombre echa el pol-
vo residual al que nos referimos so-
bre el lado cubierto de pelos de un
trozo de piel de zorro, que cuelga
sobre la palma de su mano izquier-
da; luego coloca la vara encima, cierra
la mano y desliza la vara de aquí para
allá presionando suavemente. A poco
de frotar la fineza de esta masa de
pulir otorga un brillo mate a la su-
perficie de la vara. Para finalizar, los
Fig. 32. Piedra arenisca para alisar dos extremos se cortan verticalmente.
el astil de la flecha. El astil de flecha está terminado.
Si se las acomoda como corresponde, las varas se secarán comple-
tamente. Es posible trabajarlas únicamente mientras están verdes y hú-
medas. Sólo entonces se practica la incisión en semicírculo abajo y la
incisión angular arriba, serruchando cuidadosamente con el cuchillo de
piedra o con una lima delgada de piedra arenisca; la primera servirá
para apoyar la flecha sobre la cuerda del arco y la segunda para intro-
ducir la punta de flecha.
b) Un trabajo minucioso, aunque no muy pesado, requerirá el
emplumado. Primeramente el hombre echa mano de un pequeñí-
simo grumo de pez que se encuentra en algunos lugares de la orilla;
sin duclaialguna proviene de los barcos europeos. Nadie supo decirme
si esta substancia se utilizaba antes del siglo XVII. El hombre raspa
una cantidad mínima de la superficie algo recalentada y se la deja en
la uña. En la boca la transforma en un rollito y entretanto calienta un
poco la parte inferior del astil de la flecha. A unos 7 cm del extremo
coloca el hilo de pez con el pulgar y el índice de la mano derecha y lo
aprieta bien mientras con la mano izquierda hace girar lentamente el
astil. Luego coloca esta parte en ceniza caliente y la hace rodar entre
las palmas de la mano de modo que el estrecho aro de pez se achate
y se vuelva uniforme. En muchas flechas falta.
El indio raspa luego un poco de polvo de un terrón de yeso con
los dientes, mezclándolo con saliva. Con el pulgar y el índice, saca un
poco de esta pasta de la boca y coloca el extremo del astil adentro.
Mientras lo hace girar lentamente con la mano izquierda, aplica la pasta
viscosa a la pequeña cortadura en que ha de poner el emplumado. El
propósito de ella es evitar que se escape el hilo de tendón. Mientras
deja secar esta vara, prepara otras. Todos los hombres suelen preparar
varias flechas a la vez, pues de esta manera se aligera considerablemente
el trabajo.
Luego echará mano de una pluma de ala de oca silvestre (Chloépha-
ga). Del lado ancho de la pluma toma un filamento del cuarto inferior
[proximal] del de las barbas y arranca esta parte dando un fuerte tirón
hacia abajo, pues estas barbas son de longitud desigual. De la
manera practica la ablación de las barbas del segundo y tercer
cuidando que ambas [porciones restantes de hemipluma] res
igual longitud. Éstas son las que utilizará para el emplumado.
Toma un hilo de tendón de 1 mm de ancho y lo pasa por los dientes
ablandándolo y alisándolo bien. Tiene práctica en esto, pues mien-
tras sostiene un extremo entre el pulgar y el índice chupa rápidamente
todo el hilo y lo vuelve a sacar. Finalmente envuelve el astil de la fle-
cha dándole unas pocas vueltas con el cabo de hilo exactamente debajo
del delgado aro de pez, haciendo girar lentamente el astil con la mano
izquierda. Primero coloca uno de los trozos de plumas que conserva
las barbas, y luego el otro, habiéndolos humedecido bien con saliva.
Con unas tres vueltas del hilo de tendón sujeta ambos en la parte
superior. Haciendo girar lentamente la vara, ya sea con una u otra
mano, lleva el hilo en espiral hacia abajo, separando en cada media
vuelta un delgado tramo de las barbas e, introduciendo el hilo en la
hendidura, lo ajusta bien (Fig. 31). Habiendo llegado a la porción
final de las plumas [parcialmente] desbarbadas da con el hilo de ten-
dón varias vueltas alrededor del astil ajustándolo bien e introduce el
cabo por debajo de estas vueltas para impedir que el hilo se desenrolle.
Cuando se va secando lentamente, el hilo se contrae y queda bien
adherido.
El indígena enrolla entonces rápidamente un trozo de este hilo
húmedo, del largo de dos dedos, en torno a la parte superior del astil
de la flecha, pues antes de que se le coloque la punta de flecha aquél
se ha secado.
Para redondear los restos de barba [que forman el emplumado]
resulta sumamente útil una ramita de Chiliotrichum, pues arde lenta y
apaciblemente. Mediante el contacto con la ramita el hombre recorta
las barbas largas hasta alcanzar la reducción deseada y la forma reque-
rida. Tiene varias de estas varillas sobre el fuego, de tal modo que
puede preparar el emplumado de varias flechas uno a continuación
de otro. Nuevamente separa con la uña una minúscula parte de pez
del terrón, la ablanda calentándola y la transforma en un rollito corto
y alargado y apretando lo coloca alrededor del astil de la flecha, en
contacto con las dos porciones de pluma. "Así quedarán sujetas las
plumas", asegura la gente. Las barbas se mantienen exactamente simé-
tricas; tienen unos 5 cm de largo y el vuelo lateral máximo es de unos
17 mm de ancho. Rara vez usan de dos plumas diferentes, lo que resul-
taría visible por la disparidad de sus colores.
Predomina con mucho el color negro. Me asegu-
raron expresamente que este emplumado sirve
para la certeza del vuelo [de la flecha] .
e) Para fabricar la punta de e-
e a solía preferirse en el pasado una roca es-
quistosa que se hallaba en pocos lugares de la
Isla Grande. Dentro de este tipo de roca la más
estimada era la que se encuentra cerca del Ca-
bo San Pablo. Nadie vacilaba en emprender
un largo camino para procurarse materia prima
de buena calidad; generalmente lo obtenía me-
diante trueque.
Una vez que se ha dado a la pieza el con-
torno basto con un percutor de piedra comien-
za el trabajo más fino con dos varillas de
hueso (Fig. 33). Son éstas partes del peroné
del guanaco, al que se corta alrededor de la
tercera parte. Se conserva el trozo más grueso,
cuya parte quebrada se transforma en roma
limándola sobre una piedra arenisca. La vari-
lla más larga y generalmente más gruesa tiene
una punta más redondeada, en tanto que la va-
rilla más corta y delgada tiene una punta más
angular. Su largo oscila entre 13 y 19 cm, y su
grosor medio entre 8 y 12 mm. Ambas forman
parte del instrumental más imprescindible para
un hombre.
Con un trozo de cuero blando el hombre
toma la piedrecita que ha de labrar con la mano
izquierda, que apoya sobre el muslo (Fig. 34).
Con la mano derecha empuña la varilla de hueso
y la coloca en posición aproximadamente vertical
sobre el borde de la punta de piedra. Presio-
Fig. 33. Varillas de hue- nando con movimientos cortos y b r u s-
so para trabajar las cos, y de escasa pronación, desprende frag-
puntas de flecha. mentos en forma de valva que son más pequeños
cuanto más se acerca al final de su tarea. Prime-
ro trabaja toda la piedra con la varilla roma y luego con la angu-
lar. El martilleo o percusión ya está fuera de lugar, porque sólo
desprendiendo cuidadosamente ciertos fragmentos por presión se hace
posible darle la forma requerida. Esta técnica de trabajo o presión
se vuelve particularmente necesaria cuando se trata de dar forma al
pedúnculo. El retoque marginal con cuchilla de molusco da el filo
a la punta de flecha.
Desde que los indios tienen acceso a pedazos de vidrio
fabrican preferentemente con ellos las puntas de flecha; el vidrio es
considerablemente más apto para desprender fragmentos con la vari-
lla de hueso y sus bordes son más filosos.
En todos los casos se retuvo y retiene la forma pautada caracte-
rística: un t r iángul
isósceles cuyo lado menor
(base) posee un pedúnculo
corto. La altura total oscila
entre 30 y 75 mm; el largo
total del pedúnculo varía en-
tre 5 y 10 mm, con un an-
cho de 7 a 13 mm. La direc-
ción de los dos filos de la
punta suele ser rectilínea,
aunque a veces es leve a ente
cóncava o convexa (Fi ).
Los selk'nam no conoc an as
puntas de flecha de hueso.
( with. El pedúnculo de la pun-
ta de flecha se introduce en
la muesca angular que se
había tallado en el extremo
Fig. 34. Retalla de la punta de flecha. superior del asta, sin adhe-
sivo alguno. Mientras el
hombre aprieta estas piezas firmemente con el dedo índice y el pulgar,
toma un hilo de tendón ablandado, de unos 2 a 3 mm de ancho y, ajus-
tándolo bien, rodea repetidas veces con él el astil, en un ancho de unos
3 cm desde la base del pedúnculo y pasando por encima de la envol-
tura practicada con anterioridad (pág. 218). Rápidamente esparce un
poco de-polvo de yeso o arcilla por encima. Al secarse, esta envoltura
se vuelve tan firme que nunca se deshace a menos que la deshaga la
humedad o se destruya 23 .
Las diferencias podrán ser ínfimas, pero toda punta de flecha lleva
la impronta p er so nal de su creador, de modo que, después de
una breve experiencia, la persona podrá reconocer al poseedor a
través de su punta de flecha. Hay muchos ejemplos que lo confirman '°.
Una punta de flecha que ha quedado clavada es una prueba segura,
después de un ataque por sorpresa, un combate o un ejercicio de tiro;
si varios participan en una partida de caza cada uno reconoce fácil-
mente por la punta de flecha el animal que ha cazado. En resumidas
cuentas, la flecha se presenta ante cualquier observador como una
prueba extraordinaria de habilidad manual.
d) Además se utiliza una flecha especial para aves.
Para aumentar la precisión de tiro cuando se cazan aves pequeñas, lo
cual no deja de ser poco frecuente, se ata con una fibra de tendón
una pequeña varilla transversal al astil en su extremo romo. Los dos
extremos de esta pequeña varilla, que mide de 6 a 8 mm, terminan en
23 LISTA (b): 140, LOTHROP: 76, LOVISADO (b): 151, SEGERS. 67 y WIEGHARDT: 26
describen la fabricación de puntas de flecha. GALLARDO: 275 y algunos más descri-
ben esta tarea erróneamente como "percusión", lo que tampoco es el caso tra-
tándose de hallazgos más antiguos.
24 Una experiencia sorprendente describen BORGATELLO (c): 53 y TONELLI (en
COJAZZI: 48).
Fig. 35. Diversas formas de puntas de flecha, 2 /3 tam. nat.

punta (Fig. 36). Se aspira a lograr


así un fuerte impacto y una super-
ficie de ataque más amplia cuando
se trata de aves pequeñas ". En todo
lo demás esa flecha para pájaros
se asemeja al arma antes descrita.
e) Finalmente también hay una
flecha para ejercicios.
Tanto los chiquillos como los hom-
bres jóvenes se esfuerzan constan-
temente por mejorar la puntería. La
flecha con punta de piedra o de vi-
drio es demasiado valiosa para uti-
lizarse con este fin. Se emplea, pues
un astil de flecha defectuosa, que-
brada en la parte superior, que se
cubre con un trozo minúsculo de
cuero que se rellena con algo de la-
na y se ata en la punta, a manera de
botón (Fig. 36). Sus dimensiones
son las de la falangeta del meñique.
En los ejercicios o competencias de
tiro suele utilizarse como blanco un
trozo de cuero tendido o un tronco
de árbol. Esta flecha tolera muy
bien el impacto.

3. La aliaba (o carcaj)
Durante su inquieto deambular
el hombre protege sus flechas, de
fácil deterioro, poniéndolas en una
aljaba 'rígida. La piel gruesa y dura
Fig. 36. Flecha para ejercicio y para de los leones marinos es la más in-
cazar aves. dicada rara fabricarla. La gente del
25 GALLARDO: 236 presenta esta flecha como juguete infantil. Esto sólo es
interior adquiere estos trozos de piel mediantee-
II I
queconlshabit r.Eldoeant
se raspa bien, quitándole toda partícula de grasa,
pero no se curte. Se corta un trozo rectangular y
se dobla en dos en sentido longitudinal; los bor-
des se cosen luego•con fibras de tendón. Abajo se le
cose un fondo plano en forma de cuña o de óvalo
alargado, cuyo ancho nunca sobrepasa los 4 cm en
su punto máximo. Por consiguientn~gr iel

y unos 20 cm de ancho. Los pelos gruesos y grasos


de la parte de afuera la protegen de la humedad.
Hacia arriba está provista de una abrazadera corta
hecha de una tira de cuero delgada que sirve para
sostenerla mejor y para colgársela (Fig. 37).
Esta aljaba contiene varias flechas; el cuero
duro las oprime bien, impidiendo que se zarandeen.
Se introducen con la punta hacia abajo para que
dicha punta no corra peligro. Cuando el hombre
extrae la flecha lo hace por el extremo que sobre-
Fig. 37. La aljaba. sale y que inmediatamente apoyará sobre la cuerda
del arco. Esta bolsa se manipula con sumo cuida-
de, pues nadie olvida el esfuerzo que supone fabricar las flechas.
[La nomencla-
tura relativa al arco
y flecha es la si-
guiente]:
Yiin = flecha, as
cha tré'uatv, yakul:te'
jrt= punta - de flecha,
sete = pluma, guar-
nición de plumas,
yanke§etatt= guar-
nición de la flecha,
xáraker, ksa = pie-
dra pómez _ para pu-
lir, k'ox = piedra
arenisca áspera pa-
ra el primer traba-
jo basto del asta;
la más codiciada
es la de la región de
Fig. 38. Posición de las manos al tender el arco. San Pablo por ser
muy blanda y de gra-
no fino, IoIóstel = polvillo que se desprende del astil de la flecha
mientras se la frota con la piedra de amolar, tg'qk = masa bituminosa
usada para fijar la guarnición de plumas, ko'o = dos varillas de hue-

acertado en la medida en que con frecuencia los niños persiguen con ellas aves
pequeñas, simplemente por divertirse.
so para el retoque de la punta de flecha, xas = flecha para ejercicio
rematada en un botón de cuero.

4. El tiro de arco
Los selk'nam son eximios tiradores; desde muy jóvenes practican
el tiro al blanco. Cualquier ocasión es buena para realizar una com-
petencia en que puedan demostrar su destreza con el arco y la flecha.
Más abajo describiré estas demostraciones públicas en detalle; aquí
me circunscribiré al modo de //vejar dichas armas.
El arco no posee gran elasticidad, por lo que el entesamiento re-
quiere considerable fuerza muscular. Algunos pueden arrojar la fle-
cha a una distancia de alrededor de 170 m. No es exagerado
lo que observa L. BRiDcEs (a) de que "a strong man will shoot an
arrow 200 yards". Es verdad que al perseguir a los guanacos el hom-
bre se acerca lo más posible para lograr el máximo poder de penetra-
ción de la flecha. El propósito específico decidirá en cada momento si
habrá de tomarse mayor o menor distancia del blanco.
Los selk'nam son diestros, si bien utilizan la mano izquier-
da mucho más que el europeo medio. El hombre extiende el brazo
izquierdo y toma el vástago del arco, en posición vertical, con la mano
a medias cerrada; lo sostienen el pulgar y los dos últimos dedos. El
dedo índice se mantiene más o menos rígido y el medio levemente
doblado. La muesca redondeada en el extremo [posterior] de la flecha
se apoya sobre la cuerda del arco. El emplumado se mantiene en po-
sición vertical y el pulgar e índice de la mano derecha mantienen
sujeta la parte posterior del astil. Las yemas de los dedos medio y
anular tiran la cuerda hacia atrás por debajo de la flecha, mientras
el meñique se dobla pronunciadamente. El astil reposa sobre la parte
inferior [proximal] del pulgar de la mano izquierda y el índice la
aprieta suavemente contra el vástago del arco (Fig. 38).
Al cabo de largas ejercitaciones el indio aprendió a sacar el mayor
provecho de la interacción de varias zonas musculares al tender el
arco. Éstas sobresalen con nitidez en los hermosos cuerpos desnudos;
no sólo hacen participar los dedos y los brazos, sino también la es-
palda y las piernas. Para apreciar correctamente esta demostración
de fuerza hay que reparar en que la máxima tensión de la cuerda no
dura más que unos instantes; si se prolongara más los dos dedos em-
rían a temblar viol tamente. U. • -z que el tirador ha fijado
sta en la presa y ocupa una posici. irme y tranquila tenderá al
máximo la cuerda con un movimiento moderadamente rápido pero sin
apresuramientos. Sólo un instante hará el máximo esfuerzo, pues ya
ha puesto la flecha en dirección del blanco con la mano izquierda.
Cuando la sueltan el pulgar y el índice, la flecha quedará libre y el
golpe de la cuerda al volver a su posición inicial le dará un fuerte
envión. Tratándose del arco y la flecha, difícilmente pueda hablarse
de hacer puntería como lo requieren las armas de fuego mo-
dernas. Aquí se trata de una sensibilidad desarrollada a través del
constante ejercicio que hará que, inconscientemente, el tirador oriente
el astil de la flecha a mayor o menor altura, sin reflexionar acerca de
la mayor o menor trayectoria que habrá de recorrer. No perderá el
blanco de vista ni un solo momento, pero calibrará la distancia intuiti-
vamente mientras alza el arco y tiende la cuerda para disparar repen-
tinamente la flecha. A menudo pregunté a los hombres cómo hacían
para tirar con tanta seguridad. Ninguno supo darme una explicación
objetiva. Todos decían: "Si quiero dar en aquel blanco lo observo
bien, levanto el arco y disparo la flecha". Esta extraordinaria capaci-
dad de cálculo hace que cualquiera dé en el blanco, aunque use un
arco más grande o más pequeño y una flecha más corta o más larga
de los que le son habituales. El emplumado radial contribuye sustan-
cialmente a ello, dado que durante el vuelo el astil se mueve len-
tamente alrededor de su propio eje longitudinal. El impulso indudable-
mente lo da el hecho de que los dos trozos de pluma sobresalen un
poco en la misma dirección. Esto se debe a que los dos trocitos se
sacan de las mismas barbas de pluma que nunca se hallan en posi-
ción exactamente vertical con respecto al eje del cañón. Como parte
de su oficio y más bien inconscientemente el hombre toma en cuenta,
al fabricar estas armas, las múltiples finezas secretas que son el pro-
ducto de la larga observación y experiencia de anteriores generaciones.
El arco y la flecha son los inseparables compañeros
del selk'nam. ¡Qué bien ha sabido combinar las escasas materias pri-
mas que le ofrece su tierra natal para fabricar los medios de tan vital
importancia para su vida económica! Ya los primeros navegantes euro-
peos lo hallaron en posesión de estas armas y, aún en la actualidad,
hay veces que las prefiere a las armas de fuego. Si se ha tenido oca-
sión de observar lo desvalido que está el europeo cuando trata de
manejar estas piezas, se ve con sorpresa todo lo que han logrado los
indígenas a fuerza de un ejercicio sin tregua. También el tiro de arco
debe aprenderse. De ahí que los viejos 26 no se cansen de estimular a
los jóvenes a ocuparse constantemente con estas armas, únicas e im-
prescindibles.

5. La honda
Es llamativo lo poco que se lee en las descripciones más recientes
acerca del tan frecuente uso de la honda. Según LISTA (b): 139 "la
honda (es) poco usada, pero la manejan con admirable destreza"; GA-
LLARDO: 284 dice, minuciosamente: "Debo citar el caso de haber visto
entre los onas una honda, arma que casi no usan" ". No obstante, los
niños la llevan constantemente consigo mientras corretean y se entre-
tienen con ella durante horas enteras. Pese a que no hacen más que
26 No hay duda de que los viejos plantean estas exigencias con propósitos
serios; pero también por instinto de juego o por ambición los muchachos se
entretienen con el arco y la flecha. Es errónea la afirmación de SEGERS: 77 de que
"los jóvenes indios se esmeran mucho en no fallar la puntería porque el castigo
sigue en el acto a la torpeza cometida y consiste en un tajo que reciben en el pecho
por los encargados de enseñarlos. He visto indios con el pecho acribillado de estas
cicatrices, testimonio de la dureza del aprendizaje"... Estas cicatrices se producen
al rascarse a causa de los piojos o por ligeras lastimaduras.
27 Por haber encontrado esta arma tan rara vez, considera a la mayor parte
de los selk'nam incapaces de fabricarla y piensa que fueron introducidas por una
seguir su instinto de juego, van adquiriendo
notable puntería; como niños que son les
gusta perseguir aves pequeñas con ella. De
día el hombre mata ocas silvestres o cormo-
ranes en reposo, únicamente con la honda,
que carga por cada tiro con un número de
tres a cinco piedras, del tamaño de una
nuez. Apunta a la cabeza de las aves. En al-
gunos casos los aborígenes septentrionales
también se valían de esta arma para matar
cururos. En el combate se echaba mano de
ella cuando todas las flechas se habían gasta-
do ". En realidad estos indígenas emplean su
honda sólo con propósitos particulares, aun-
que no hay hombre, y mucho menos adoles-
cente, que carezca de ella. Si ocasionalmente
dos o tres adultos efectúan algunos tiros de
prueba por mero gusto, esto nunca se llega a
transformar en una verdadera competencia.
La parte media es un trozo de cuero
blando, delgado y liso por ambas caras que
se afina hacia las dos puntas. El largo es
de unos 25 cm; el ancho máximo en el cen-
tro de 9 cm. Los dos cordones, cuyo largo
es de alrededor de 80 cm, son fuertes fibras
de tendón torcidas, que en todo se parecen
a una cuerda de arco. Como yo mismo pude
ver, se utiliza con preferencia una cuerda
de arco defectuosa como cordón de honda
y se unen pedazos sueltos, porque no im-
porta que haya nudos. Uno de los cabos
remata en un pequeño nudo simple, y se
cose a las puntas laterales del trozo de cue-
ro mediante tres a cinco puntadas transver-
sales. El otro cabo del cordón envuelve una
pequeña esfera del tamaño de una avellana.
Se trata de un trocito de cuero apelmazado
en el que se introduce un poco de lana. Es-
tos dos cordones de tendón son siempre de
distinto larOjR'ig. 39).
Al usarl , se colocan una, tres o más
piedras en el trozo de cuero, que se toma
con el pulgar y el índice de la mano izquier-
da. Los mismos dedos de la mano derecha
toman el nudo del cordón más corto, en
Fig. 39. La honda. tanto que el nudo que remata el cordón

mujer yámana. Se conocen, sin embargo, viejas leyendas que cuentan del vigor
con que tal o cual antepasado tiraba la honda. Ver BEAUVOIR (b): 204 y COJAZZI: 79.
28 BROWN: 55, por ejemplo, menciona que esta arma fue incluso utilizada en
la guerra defensiva contra los europeos. Un soldado "recibió una pedrada, lanzada
más largo se sujeta entre el dedo medio y el anular de modo que repo-
se sobre la palma de la mano. Después de revolear dos o tres veces la
honda horizontalmente sobre la cabeza, el pulgar y el índice de la mano
derecha sueltan el cordón en el momento indicado; la honda se abre
y las piedras vuelan en dirección al blanco. Con el nudo del otro cor-
dón se retiene la honda en la mano.
No es raro que un hombre o un chiquillo cuelguen la honda alre-
dedor de la cabeza de manera que el trocito de cuero repose sobre la
frente. Presumo que esto puede haber dado pie al verdadero ornamen-
to frontal ktcel. A veces también la llevan colgada alrededor del cuello.
En ambos casos el hombre tiene las manos libres y, a la vez, tiene el
arma al alcance de la mano. Las piedras arrojadas con la sínka matan
aves a una distancia de 30 m.

6. El venablo (o azagaya) de pesca


Antes nunca les faltaba un [venablo de pesca] c'even, al menos a
los habitantes de la costa; aun actualmente lo he visto en toda fami-
lia. Sirve exclusivamente para cazar peces pequeños, que en casos de
bajamar quedan en los innumerables charcos de la costa plana y de or-
dinario se ocultan bajo las piedras. Con un golpe brusco se ensarta
el pez. No es frecuente, empero, ver esta arma en manos de un hom-
bre, ya que casi siempre son las mujeres las que buscan peces.

-1z#1:12=lit

Fig. 40. La azagaya de pesca.


El asta es un palo cualquiera que se ha descortezado, pero tani
bién se fabrica una vara de cuatro aristas de un tronco de haya. El
largo oscila entre 110 y 140 cm; el grosor no pasa de 20 mm. El extre-
mo inferior [posterior] está más o menos aguzado. En la parte supe-
rior [anterior] se hace una escotadura lateral de 45 a 60 mm, donde
se coloca la punta chata de hueso. Por estar adosada al borde infe-
rior [posterior] de esta escotadura tiene suficiente sostén. La punta
se envuelve en una tira de cuero de 3 mm de ancho. Esta punta de
hueso se obtiene partiendo un fémur de guanaco; luego se le da una
forma poco regular afilándola sobre una piedra arenisca plana. Mide
entre 9 y 16 cm. En la mitad superior [anterior] se corta un diente
romo a mayor o menor distancia de la punta. El borde liso opuesto
puede presentarse en línea recta o levemente encorvado (Fig. 40).

con honda, cuyo proyectil se le incrustó entre dos costillas y con él enterrado
en la carne anduvo hasta que le fue extraído después en Valparaíso".
7. El venablo para leones marinos de los haus
La coincidencia entre esta arma y el mismo objeto en posesión
de los yámana es tan exacta, que salta a la vista que se trata de un
préstamo. El asta suele tener un corte transversal cuadrangular y
un largo mínimo de 180 cm. En la parte superior [anterior] presenta
una muesca angular de hasta 6 cm de profundidad; hacia el centro se
ensancha levemente, afinándose hacia la punta. La punta de hueso,
de unos 25 cm de largo, es sólida y tiene en el centro 9 cm de espe-
sor. Se fabrica de la costilla de alguna ballena que se encuentre en
la costa. Una vez que se ha logrado darle la forma en bruto, afilán-
dola sobre una piedra arenisca áspera, se continúa la tarea más fina
puliéndola con piedra pómez. [El extremo distal de la punta] y el
único diente son muy afilados. A la parte inferior [posterior] se adosa
una prolongación casi cuadrada que se inserta en la muesca del asta
y se sujeta dándole varias vueltas con una correa fina.
Una vez que el indio se ha aproximado sigilosamente, clavará con
fuerza el venablo en el cuerpo del león marino dormido. El diente
filoso de la punta de hueso contribuirá a hacer más grande la herida,
mientras el animal arrastra tras de sí la pesada asta. El cazador
espera hasta que quede exhausto o se desangre para darle el golpe
de gracia con una piedra pesada o un garrote " 9 .

8. El gran arpón de los haus


También esta arma es propia de los yámana, pues para sacarle
buen provecho es preciso manipularla desde la canoa. El asta es idén-
tica a la de la azagaya recién descrita. La punta de hueso plana, en
cambio, es más gruesa y de una longitud aproximada de 16 cm. En
cada arista presenta un diente corto y afilado; ambos están trabajados
de igual manera. La prolongación inferior cuadrada se inserta sin pre-
sión en la muesca del asta. En torno a la escotadura corta y delgada
debajo de ambos dientes está anudado el cabo de un lazo de varios
metros de largo, que se enrolla. La mano derecha toma el asta del
arpón y lo arroja, la izquierda sostiene el lazo enrollado.
Si se 'ha herido al león marino dormido éste se aleja arrastrán-
dose o Se sumerge en el agua; no puede huir dado que el hombre
desenrolla lentamente el lazo, quedando los dientes filosos clavados en
ó garfio0 Por más que asta se suelte, la punta de
po queda hundida en el cuerpo del nimal hasta que, totalmente
alisto, lo atraen lentamente y lo matan.
La confección de esta arma aparece como una verdadera obra de
arte de funcionalidad. No quisiera perderme en pormenores, ya que
este objeto es de procedencia yámana. Los términos más exactos tam-
bién pasaron de los haus a los selk'nam: pela = el arpón en su tota-
lidad, k'als = el largo lazo, c'óxen = la punta de hueso.

'9 Esta arma y el gran arpón son objetos de uso cotidiano entre los yámana;
en el segundo tomo presentaré ilustraciones detalladas de los mismos.
9. El cuchillo
Mientras que las armas descritas hasta el momento son sin duda
alguna auténticamente originales, prescindiendo de las puntas de fle-
cha de vidrio de botella en lugar de piedra, los utensilios propiamente
dichos tienen incorporadas muchas partes de origen europeo. Antigua-
mente no se trabajaba más que la piedra, utilizándose además huesos
o valvas, pero desde la llegada de los europeos comenzó a utilizarse
también el hierro.
Antes la piedra más codiciada para usar como cuchillo se ex-
traía de la Sierra Irigoyen, y era un fragmento de ágata o jaspe que
se desprendía de un núcleo más grande. En algunos parajes del sur se
encontraba una piedra de menor valor. Para sostener [el cuchillo]
más firmemente en la mano se asía con un trapo de cuero blando. La
antigua leyenda relata que KOktyuk fue el primero que enseñó a los
hombres a usar el cuchillo, familiarizándolos con él, pues él mismo
poseía uno particularmente brillante, de cuarzo blanco, que todos ad-
miraban.
Los pocos europeos que, a fines de la década del 70, fueron los pri-
meros en aventurarse a la Isla Grande, hallaron una forma hí-
brida peculiar, que se conserva hasta el día de hoy (Fig. 41). En
su composición es idéntica a un cuchillo europeo, y consiste en una
hoja de hierro y un mango de madera. La hoja está insertada en ese
mango y se sujeta mediante trozos de cuero o
tela y cordones de tendón a los que se dan varias
vueltas. El mango puede ser un palo corto, del
ancho de un pulgar; a veces se fabrica de un tro-
zo de madera y en estos casos llega a tener el
ancho de una mano. Ya sea que la hoja de hierro
esté inserta en un resquicio en el extremo supe-
rior o en un corte lateral o que se introduzca en-
tre dos maderas cortas y chatas, siempre está
suficientemente firme, pues la envoltura impide
que se afloje. Nos encontramos con las longitu-
des más variadas, de 16 a 38 cm.
El indio encuentra en la costa las laminillas de
hierro adecuadas. Las más de las veces se trata
de gruesos flejes, herrajes o cintas que endereza
con el martillo y afila largamente sobre piedras
ásperas hasta darles la forma deseada y el agudo
filo. Antes, tales hallazgos eran más apreciados por
lo poco frecuentes; hoy nadie tiene dificultad en
procurarse los trozos de hierro adecuados. A ve-
ces las láminas de hierro más gruesas y de mayor
tamaño se toman con la mano desnuda o con un
trapo de cuero, prescindiendo del mango de ma-
dera. Estos cuchillos fueron vistos en enero de
1874 por MARGUEN: 501, quien fue de los primeros
que visitaron la Isla Grande en épocas modernas.
Escribe que los indígenas "ne recueillent guére
Fig. 41 - El cuchillo que les boites á sardines et les cercles de fer des
tonneaux avec lesquels ils se confectionnent des instruments tranchants
sans manche, auxquels je n'oserai donner le nom de couteaux".
Seguramente el viejo cuchillo selk'nam sirvió de modelo para esta
forma híbrida: una piedra cilíndrica corta hacía las veces de mango;
a él se ataba, con una correa delgada, una valva plana que servía de
hoja, de modo tal que la mitad sobresalía de la piedra. Para evitar
que la correa se desprendiese se colocaba un pequeño trozo de piel
sobre el mango de piedra. La hoja se afilaba en una piedra áspera
(cfr. SEGERS: 72, TONELLI: 125 y WIEGHARDT: 27). La misma forma de
cuchillo antiquísima estaba en uso entre los yámana. Dicho cuchillo,
como también la mera hoja de esquisto o cuarzo, el cuchillo de hierro
moderno y todo cuchillo europeo se llaman ph. El indígena lo emplea
en todo tipo de tareas, principalmente para cortar carne fresca o pie-
les blandas; de ahí que lo lleve siempre consigo, tanto la variedad
angosta como la ancha.

10. El formón
Una composición básicamente igual a la del viejo cuchillo es la
que presenta un utensilio semejante a nuestro formón (Fig. 42), lla-
mado en general 1'amh. Esta voz designaba originariamente la valva
de Mytilus, que a veces se usaba sin otro agregado, puesto que había
piezas de 15 cm de largo y un grosor considerable. En cambio, las
valvas más pequeñas se colocaban en la mueSca de un grueso mango
de madera y se sujetaban con correas angostas.
Siguiendo este modelo, últimamente se utiliza, en lugar de la valva,
una lámina de hierro bastante gruesa que se inserta en el cabo. La
hoja mide unos 5 cm y
su filo se encuentra en
la arista libre anterior,
a diferencia del cuchillo
descrito con anterioridad
que lleva filo en sus dos
cantos longitudinales. El
mango, de dos a tres de-
dos de ancho, tiene un
largo de 10 cm. El uten-
silio de, este tamaño se
llama trz,k/álc y sirve para
partir listones de made-
ra más bien delgados y
tallar un vástago de arco
en bruto; la forma algo
más pequeña y frágil se
utiliza en trabajos más fi-
nos y se denomina I'arr h
(Fig. 43). Mientras que e
cuchillo se maneja con:
un serrucho moviendo la
Fig. 42. El formón. hoja de aquí para allá, Fig. 43. El formón.
estas dos herramientas se toman de modo que, mientras pasa por la
vara de madera, la hoja permanece en dirección del que la maneja y
sólo trabaja realmente en esta dirección 3°.

11. El raspador
Es muy frecuente ver el In en manos de las mujeres (Fig. 44).
Sirve para limpiar las pieles secas tendidas que deberán quedar libres

'S_ -Jet •

ti
e v.1.271
Fig. 44. El raspador. Tam. nat.

de partículas de carne y pelos. La forma básica de este raspador es


antiquísima. Antes la hoja estaba formada por un cuarzo de borde
filoso o un corte de valva de Mytilus; hoy se inserta un fragmento de
vidrio de botella. El borde exterior de esta hoja tiene forma aproxima-

Fig. 45. La conformación del raspador.

damente semicircular con un corte en forma concoidea; conserva largo


tiempo su borde filoso. En conjunto presenta forma trapecial o rectan-
gular (Fig. 46) y una curvatura lo más reducida posible. Para mango
siempre se escoge un trozo de madera de forma cilíndrica.
El diámetro transversal es de unos 45 mm y el largo puede llegar
a los 130 mm. En el extremo izquierdo [sic] se talla una saliente en
forma de pico debajo de la cual se practica un pequeño ahondamiento.
Éste se llena con lana, pasto o musgo, lo que otorga cierta elasticidad
al fragmento de vidrio. Se lo coloca sin ajustar, se envuelve toda esta
parte en un trozo fino de cuero y se la rodea con una correa en diver-
sas direcciones (Fig. 45). El fragmento de vidrio (.§4te/) está fijo y
30 Estos dos objetos, el cuchillo y el formón, como también el raspador, fue-
ron descritos en detalle por GALLAano: 267, quien tomó como modelos los utensi-
lios del viejo indio CAPELO. Bien puede decirse que el formón sirve a la vez de cepi-
llo, de escoplo y de hacha. Cf. también el informe minucioso de (Dures (b): 290,
Fig. 46. El raspador. Tam. nat.
todo el raspador (Iln) puede sostenerse firmemente con la mano. Siem-
pre se lo mueve en la misma dirección y cuando la hoja pierde el
filo se la reemplaza por otra.

12. La lezna
Este pequeño objeto (mO'o) tiene múltiples usos, sobre todo como
perforador al coser o trenzar cestas. Puede bastar el hueso fino, ter-

n minado en punta, de las aletas de un pez grande.


Incluso se toma una espina de pescado más o me-
nos resistente, se introduce en el hueso hueco de
un ganso salvaje y se atan ambas partes con fi-
bras de tendón; si hace falta se rellena el hueco
del hueso del mango con lana o musgo (Fig. 47).
En tiempos recientes se viene afilando un clavo
de hierro en una piedra arenisca, introduciéndolo
asimismo en un hueso hueco de animal o en una
estaquilla de madera sin ahuecar que le sirve de
mango (Fig. 48). La longitud total de la lezna
oscila entre los 9 y 26 cm (cfr. GALLARDO [b] : 290
y LOTHROP: 70).

13. Objetos de cuero

tit marnpagion del cuero se reduce a qui-


on el raspador todas las partículas de grasa
y carne, y en algunos casos los pelos. Después
de esto se batanea el trozo de cuero y, frotándolo
bajo presión, se unta con tierra colorante roja. Se-
gún se necesite cuero más fino o más grueso, se
echará mano de la piel de un guanaco viejo o joven,
Fig. 47 « de un zorro o un león marino, de un cururo o Fig. 48
Lezna con un ave. Lezna con
punta de clavo de
hueso.2/5. Resultan imprescindible para el indígena las hierro.
Tam. nat. bolsas de cuero y los bolsitos de diversas Tam. nat.
formas y tamaños, pues son cómodos de llevar durante sus viajes
constantes. Se dobla por la mitad un trozo de cuero rectangular, se co-
sen los dos bordes de los costados y se obtiene una bolsa totalmente
chata. En la amplia abertura de arriba se sujeta una correa fina que
pasa por dos agujeros, termina en dos nudos y sirve de manija. Todas
las bolsas se untan con una mezcla abundante de grasa de guanaco
y tierra colorante roja, lo que las vuelve impermeables, impide que
se pudran y las mantiene dúctiles. En lo esencial, conservan la misma
forma y no se distinguen mas que por sus proporciones.
Muy usada es la llamada Iá'en,
la bolsa para el agua (Fig. 72). No
es totalmente impermeable, pero,
al menos, retiene el líquido por al-
gún tiempo. Se escoge el trozo de
cuero grueso del pescuezo de un
guanaco y se corta de modo que
resulte una bolsa de forma trape-
cial. El ancho inferior tendrá en-
tre 30 y 40 cm, el superior entre
20 y 30 cm, y su altura en línea
recta será de 25 cm o más. En
verano se recoge agua con faci-
lidad en cualquier lado; en in-
vierno ocasionalmente se llena
Y la bolsa con nieve, se cuelga en la
choza y se espera a que se de-
---:: rrita. Pero antes de que el agua
,-»-
-,,-r 0....j-- pueda calentarse se habrá es-
: .,..- currido, pues es imposible evi-
1 :---,-- -- tar que se filtre agua por las
1": 1 costuras laterales. Esta bolsa
1 r
, As0

1 ' ' kil


--ti_
nunca se llena con otros obje-
tos; se reserva únicamente para
11,l ál -, , ,-. el agua.
Considerablemente más gran-
des son las §01- (Wien), de las
que toda mujer posee dos o tres
y en las que guarda sus múlti-
ples menudencias. A veces se
corta el cuero para esta bolsa
de modo que una tapa corta cu-
bra la abertura superior, en cuyo
caso se parecerá a un sobre.
Fig. 49. Bolsa de cuero de hombre. Generalmente la bolsa grande
del hombre, setglále, tiene aún
mayor capacidad (Fig. 49). En ella caben todos sus instrumentos
y utensilios, sus objetos de adorno y sus artículos de primera nece-
sidad. Es frecuente que la mujer se la alcance y que la lleve cuando
se traslada la vivienda al nuevo campamento.
Hay otro bolso pequeño que es de importancia para todo adulto.
Se fabrica de cuero blando de zorro o de guanaco y en él se llevan
los imprescindibles utensilios para hacer fuego
(Fig. 50). Nadie se separará jamás de su hááen, colgándolo muy có-
modamente de un hilo delgado atado alrededor de las caderas, de
manera que no estorba y sólo rara vez se lo quitan durante el reposo.
Por último, todo adulto guarda la tierra colorante roja, que tanto
le gusta y tanto utiliza, en un bolsito de cuero especial = kólwe. Suele
ser cuadrado y su altura oscila entre 10 y 25 cm; por arriba se lo
ata con una correa corta. Este bolsito suele llevar el pelo del cuero
del lado de afuera, lo cual lo preserva de la humedad. Para esto y
para guardar la pintura blanca también se elige un trozo corto de
tripa de león marino que antes se ha hinchado bien, secándolo mien-
tras se hallaba tenso. Se enrolla la parte superior en dirección a la
inferior, con lo que se logra un cierre seguro; por fuera se ata con
unas fibras de tendón. Los bolsos de piel mencionados también se
confeccionan con las membranas natatorias de grandes aves marinas
y de pedazos de tripa de ballena o de
guanaco, y, con menor frecuencia, de la
vejiga del león marino o del guanaco
que, de todos modos, son impermeables.
Se utiliza lo que se tiene a mano.
Un objeto imprescindible es la co•
rrea portadora de la mujer = hmó'in y
del hombre = k'dnCer. El largo de esta
última no excede los 8 a 12 metros y
el ancho es de unos 6 mm; a veces
se confecciona de piel de león marino.
Para la correa portadora de la mujer
suele utilizarse una piel de guanaco vie-
jo; puede llegar a tener de 20 a 30
metros de largo por unos 7 mm de an-
cho. Su fabricación es trabajosa y re-
quiere mucho tiempo. Se raspa la piel
tendida y aún fresca y blanda para qui-
tarle todo resto de lana y tejido graso.
Se extiende sobre la yerba y se practica
un pequeño agujero en el medio; a par-
tir de allí se recortará la correa en es-
piral, cti que el ancho no varíe.
Cuanto grande sea la piel, tanto
más larga será la correa, ya que se cor-
ta hasta el borde. Estirándola al máxi-
mo se la tiende alrededor de troncos de
árboles que se yerguen muy cerca unos
de otros y dicha tensión aumentará aún
considerablemente a medida que se va
secando; sólo así se obtiene un grosor
Fig. 50. Bolsito para guardar los
utensilios para hacer fuego. uniforme y se impide que el cuero hú-
tam. nat. medo se pudra. De cualquier modo era
frecuente que hubiese que ablandar el trozo'de cuerottero re
veces en agua o en musgo mojado, porque se endurecía durante el lento
proceso de cortar la correa. En vista de que tendida la correa alre-
dedor de unos troncos —como una cuerda para la ropa— podría secar
rápidamente, se la unta repetidas veces con una mezcla abundante de
tierra colorante roja y grasa de guanaco o león marino. En todo caso,
ésta impregna la correa considerablemente, aunque termine por endu-
recerse. Mientras aún está tendida la correa, la mujer encara el tra-
bajo de detalle, limpiándola con un cuchillo o raspador de todas las
irregularidades e impurezas que no pu-
dieron evitarse al cortarla. Por fin se
afloja y saca la correa y se batanea par-
te por parte entre los puños. De in-
mediato, y más tarde de tanto en tanto,
se pasa por dicha mezcla
de grasa y tierra colorante
roja para mantenerla siem-
pre blanca y dúctil, ya que
se vuelve tiesa si se seca
después de haberse deposi-
tado sobre la tierra húme-
da o haber quedado expues-

Fig. 51. Correa portadora de la mujer.

ta a la lluvia. No todos los hombres


poseen esta larga correa portadora; por el contra-
rio, no hay mujer que carezca de ella. Se la pliega
en tiras iguales de unos 60 cm de largo de la si-
guiente manera: con el brazo izquierdo doblado se
dan numerosas vueltas que, partiendo de la cavi-
dad entre el dedo índice y el pulgar, se tienden en
torno al brazo a media distancia entre el co-
do y el hombro, de igual manera que en Si-
lesia la mujer enrolla la cuerda para tender la
ropa. Los dos cabos de la correa, que quedan suel-
tos a ambos lados de la parte enrollada, se atan
en un nudo apretado, evitando así que la parte enrollada se afloje
(Fig. 51). Cuando se usa la correa, la parte enrollada reposa sobre la
espalda, distribuyéndose así en forma pareja la carga que sostiene. Así
se evita la presión desagradable de ramas y piñas que siempre sobre-
salen en todo haz de leña grande, y la pérdida de objetos pequeños.
Sin esta correa portadora una mujer nunca podría transportar la abun-
dante carga durante sus recorridas o la leña recogida. Cuando desea
descansar depone su carga, que no se deshace y fácilmente vuelve a
cargársela.
En caso de carecer el hombre de este k'ánclr tendrá al menos un
largo lazo = k'a:z, que en caso de necesidad puede plegar sin esfuerzo
como k'IncIr. También él tiene que llevar a menudo la pesada carga
de un guanaco recién cazado; hay algunos que se lo cargan directa-
mente sobre el hombro, pero otros aligeran la carga con ayuda de una
correa portadora. El lazo se corta de la piel de león marino, en la
forma arriba mencionada, mientras todavía está blanda. Sin demora
se tiende la correa alrededor de algunos árboles que se yerguen en
círculo o formando un cuadrado, torciéndola de manera constante y
pareja. Estas torsiones en espiral se reconocen claramente en la pieza
seca que, además, es de color blanco, ya que no se unta con tierra
colorante roja. Poco importa que sea dúctil. Esta tira de cuero tiene
algunos metros de largo y unos 12 mm de ancho y es siempre suma-
mente resistente. Servía a los indios haus para sus arpones, a los
selk'nam meridionales para quebrar ramas altas y a los selk'nam sep-
tentrionales para atarse cuando trepaban por las orillas y rocas altas
y escarpadas en busca de huevos y aves. Por ser algo duro, este lazo
debía protegerse para evitar que se secara aún más, manteniéndolo
siempre en lugar húmedo, preferentemente debajo del lecho, en con-
tacto directo con la tierra o a buena altura entre el follaje espeso.
De esta manera era inaccesible a los perros a los que tanto gustaba
roerlo. La misma piel, ya antes de confeccionar el lazo, se protegía
de esta manera para impedir que se resecara. Hubiese sido demasiado
trabajoso quitarle los pelos con el raspador; por consiguiente se ten-
día en algún lugar húmedo a la sombra y se recogía sobre él orina
humana hasta que los pelos caían solos. Sólo entonces se cortaba la
correa en espiral, se limpiaba a veces pasándola entre los dientes y se
ponía a secar bajo tensión, como ya referimos. Después de batanearla
con los puños se la mordisqueaba constantemente, humedeciéndola
una y otra vez para mantener cierta ductilidad; probablemente no ha-
bría sido suficiente engrasarla.
Un lazo más delgado, más corto y blando, por confeccionarse en
piel de león marino o guanaco joven, era el que la mujer se colgaba
suelto sobre los hombros, para que su niño de pecho pudiese acomo-
darse a sus espaldas. Esta correa de cuero nunca se torcía, ni se pin-
taba -de rojo, pues el niño se habría ensuciado con ella. Tengo en mi
poder una de 3 m de largo por 5 mm de ancho.
Incluiré aquí la descripción de la gran red de pescar. Po-
cos hombres en las inmediaciones del Río Grande la poseían, por el
tiempo que requería su fabricación. Se escogían los tendones de la
pata del guanaco, de unos 45 cm de largo, y se limpiaban como para
fabricar una cuerda de arco. Se ata-
ba uno a otro con los mismos nudos
que usan nuestros pescadores 31 , te-
jiéndose una malla cuyos intersticios
eran de apenas 9 cm. Las medidas
variaban considerablemente: las pie-
zas más grandes que vio SEGERS: 69
no exc metro
mucli
por 2 de 'ancho podemos darnos una
idea de lo fatigosa que era su fabri-
cación y la recolección de los nume-
rosos tendones requeridos ". En el
borde superior, suelta o apenas suje-
ta, hay una correa transversal cu-
yos dos cabos sobresalen amplia-
mente y sirven para sujetar la red
(figura 67). Pude admirar una pieza
hermosa y bien trabajada en el Mu-
seo Salesiano de Punta Arenas. Mide
unos 245 x 75 cm, formando un rec-
tángulo perfecto; las mallas cuadra-
das miden unos 7 cm de lado. Por
las mallas exteriores de ambos lados
mayores se pasaron cuerdas de ten-
dones retorcidos cuyos cabos sueltos
sobresalen 30 cm de la red. No están
atados más que en una malla de cada
esquina con sus hilos propios, mien-
tras que cuelgan sueltos en las ma-
llas intermedias; también son más
gruesos que el trenzado habitual, pues
sostienen toda la red. Cierto es que
el rótulo dice: "Red para pescar, he-
cha con nervios de lobo (foca); Onas,
Río Grande"; pero no hay duda de
que se trata de tendones de guana-
co. Es preciso ser muy diestro para
fabricar esta M'u.

31Esto ya lo había observado BRIDGES


(h): 203 entre los indios haus: "Fabrican
redes de tendones con mallas uniformes, cu-
yos nudos son idénticos a los de las redes
de cáñamo hechas en Europa".
32 Acerca de su utilización véase COOPER:
189. El "Ona seal-net", cuya ilustración pre-
senta LOTHROP: 82, me parece de fabricación
reciente, dado que, por lo que sé, los selk'
Fig. 52. Este junco sirve para tren- nam nunca capturaron leones marinos con
zar cestos, 2/ 3 tam. nat. una red semejante.
Para concluir habré de referirme al yu.T, tan necesario, pues les fa-
cilita las fibras para cose r. Sobre el hueso sacro del guanaco se en-
cuentran aponeurosis (fascias) anchas, chatas y membranosas. Se des-
prenden por entero, se tienden entre palos cortos para secarlas y luego
se va arrancando del ovillo compacto un hilo grueso o delgado. Pri-
mero se ablanda un poco en la boca, se pasa varias veces entre los
dientes, se alisa y se le da una punta muy fina; más tarde se lo pasará
por los agujeros practicados con la lezna como el zapatero pasa su
hilo empegado. Toda mujer posee varios de estos ovillos de yuI, pues
las fibras tienen múltiples usos ".
Si agregamos la gran trampa de lazos para aves (Fig. 65), habre-
mos completado el muestrario de armas y utensilios que poseen los
selk'nam. Por pocos que aquéllos sean, los fabricaron con extraordi-
nario ingenio a partir de los exiguos bienes que la mezquina natura-
leza les ofrece, y les bastan para procurarse el sustento con bastante
comodidad. Está comprobado que estos indios, a diferencia de sus
vecinos, carecían de toda embarcación. Ya BRIDGES (MM: XVI, 253;
1882) lo sabía y escribía de dos adultos que llevó consigo a Ushuaia
en su bote que ellos "never had handled oar or paddle before". Las
referencias de algunos viajeros (enumeradas por COOPER: 195) son co-
mentarios mal entendidos y carecen de todo fundamento. En la pági-
na 131 considero brevemente la posibilidad de si verdaderamente los
selk'nam "may possibly have reached their present habitat by water",
como supone CooPER: 196.
Erróneamente GALLARDO: 259 atribuye a los selk'nam la posesión
de grandes cuñas de hueso "para rajar madera para arcos"; sólo sus
vecinos las utilizaban. Los selk'nam usaban cuchillos de piedra de con-
siderables dimensiones, que, a menudo, se encuentran hundidos en el
suelo. Antes derribaban los árboles quebrándolos, ya estuvieran secos
y sirvieran para leña o verdes y sirvieran para fabricar vástagos de
arco. Con gran esfuerzo se serruchaban incisiones horizontales en el
tronco a escasa distancia del suelo; luego se arrojaba el lazo descrito
en página 235 sobre la copa del árbol y, tirando de él, se quebraba el
tronco. Para otras tareas las hachas y cuñas se habrían necesitado
menos aún.

14. El cesto
Entre los selk'nam se ven cestos esparcidos por doquier y, de
tanto en tanto, es posible encontrar a una mujer atareada en su tren-
zado. Todas se valen de una única técnica del trenzado.
Comparado con las bolsas de cuero el cesto ocupa, sin duda, un lugar
secundario, dado que durante las constantes recorridas resulta me-
nos práctico y resistente, es más incómodo de manejar y ofrece menos
protección contra lluvia y humedad al contenido. Los aborígenes me-

33 Si bien GALLARDO: 260 enumera múltiples usos posibles de estas fibras de


tendón no agota todos. Esto demuestra hasta qué punto el indígena depende de
ellas, por lo que se provee abundantemente de las mismas.
ridionales emplean el cesto aún menos que los septentrionales, ya que
la abundancia de pieles de guanaco les permite confeccionar fácilmente
todo tipo de bolsos de cuero.
Se echa mano exclusivamente de los tallos de tetyu = Marsippos-
permum grandiflorum, un ejemplar muy difundido de Juncaceae (figu-
ra 52). Uno a uno se arrancan los juncos verdes y una vez que se
tiene un manojo de tres dedos de grueso se lo pasa varias veces por
el fuego para que se recaliente, lo que confiere a las fibras ductilidad
por mucho tiempo. Para trenzar la
mujer hace uso de una varilla del
largo de un dedo terminada en
punta, con la que constantemente
abre el pequeño hueco en que in-
troduce la punta del junco. El tra-
bajo responde a la técnica de ceste-
ría en espiral (Fig. 53), pues se
Fig. 53. La técnica del trenzado. trenzan de dos a cuatro tallos en
espiral, en sentido de las agujas
del reloj, y se dará al borde superior una terminación especial. Gene-
ralmente se adhieren al borde dos pequeñas manijas en extremos opues-
tos y pasa por ellas una correa de cuero o un cordón trenzado de
juncos (Fig. 88).
En su realización hallamos trabajos sumamente dispares: algunas
mujeres ponen de manifiesto una destreza extraordinaria, en
tanto que otras no pasan de realizar trabajos mediocres. Lo que los
indígenas más valoran es la regularidad sin fallas, no sólo por ser agra-
dable a la vista, sino
porque aumenta el va-
lor de uso del objeto.
Si el trenzado es fir-
me y regular el uso lo
volverá más apretado.
Esto se debe a que,
con el correr del tiem-
po, la suciedad y el
polvo, la sustancia co-
lorante y la grasa se
introducen en los res-
quicios, volviendo el
trenzado tan compacto
que puede incluso re-
tener agua por cierto
tiempo. La figura 54 Fig. 54. Borde superior y sección inicial de una
canasta pequeña.
muestra la trayectoria
peculiar de los juncos cuando se los trenza y el comienzo algo difícil
del fondo del cesto. Hay canastas de todo tamaño, de 8 a 35 cm de
alto, pero la forma es la misma. Los habitantes de las costas a me-
nudo recogen animalitos marinos en sus cestillas; la gente de tierra
adentro, por el contrario, no tiene en qué emplearlas, por lo que más
de una mujer no ha trenzado una cesta desde hace años. Las mucha-
chas selk'nam se entretienen trenzando canastos mucho menos que
las de las tribus vecinas.

15. Las habilidades técnicas


Las armas y utensilios nombrados conforman, como se ha com-
probado, todo el patrimonio de los selk'nam en lo que respecta a sus
bienes materiales, desde su primer contacto con los europeos hasta el
día de hoy. Lo que su tierra natal les ofrecía lo aprovecharon con in-
genio insuperable y evaluación inteligente; yo mismo no me podría
imaginar algo mejor y más adecuado. Cada uno fabrica únicamente
lo que necesita y en la cantidad que necesite; es difícil que trabaje
más allá de sus propias necesidades y, si lo hace, será por encargo
de alguien o para trueque.
Pese a que todos saben fabricar los diversos utensilios más o me-
nos bien, no serán más que unos pocos, distribuidos en varios grupos
de familias, los que han adquirido una particular destreza en deter-
minadas actividades. Los artesanos hábiles o "maestros" en cierta
especialidad se llaman genéricamente kg0'areen, término que no de-
signa la actividad técnica en sí, sino la maestría en la fabrica-
ción de determinado objeto, ya sea que se entregue en trueque a otros
o no. La actividad como oficio no existe, puesto que nunca deja
de ser ocasional. Quien asume una tarea no tiene otro propósito que
fabricar lo que haga para cubrir su propia necesidad; tampoco pon-
drá manos a la obra antes de que realmente haga falta. Esto explica
que nadie tenga un objeto superfluo o duplicado, salvo por un período
breve, mientras fabrica algo para el trueque. Todos saben extremar
las medidas para aligerar la carga durante sus constantes desplaza-
mientos.
En todo el ámbito de la Isla Grande se c onoc en al de-
dillo y se alaban las destrezas de cada uno. Si alguien es diestro
en la fabricación de arcos o redes, flechas o puntas de flecha, otros le
pedirán que los fabrique para ellos y ofrecerán pagarle con otros
objetos. Casi todos los novios encargan el "arco del novio" a algún
distinguido maestro; la red de pescar grande requiere considerable
habilidad, y no todos la poseen; cuando se arma para la guerra, mu-
chas manos están activas fabricando las armas necesarias, que habrán
de entregarse a cada guerrero y se distribuyen entre todos. Todo
aquél que es considerado un talentoso maestro se enorgullece justi-
ficadamente de ello y ve con buenos ojos que el producto de su tra-
bajo sea solicitado. Nadie deberá temer la envidia profesional ni la
competencia desleal. Como cada uno trabaja únicamente para el con-
sumo propio, sólo se dejará guiar por la propia necesidad. Hará el
arco de la altura [extensión], curvatura y tensión de cuerda que mejor
le parezca; lo mismo ocurrirá con el manto, el adorno frontal, las san-
dalias "a medida". De igual manera la mujer se guiará por los reque-
rimientos del momento. También puede suceder que alguien realice el
trabajo basto de fabricación de un vástago de arco y pida luego a algún
hombre diestro que haga el trabajo fino. Algo similar sucede con las
DIU SEGUNDA PARTE

puntas de flecha, con la gran trampa de lazo para pájaros, con la


honda, etcétera.
El indio no se somete a un trabajo sistemático y pasa mucho
tiempo antes de que el objeto en cuestión esté terminado. Sólo si la
necesidad lo acucia pondrá manos a la obra con toda prontitud.
En esos casos deberá afanarse mucho, puesto que no posee piezas de
repuesto. Por el modo de vida imperante, el hecho de acumular pro-
visiones no haría más que trabarlo seriamente; a la larga no soporta-
ría llevar consigo objetos superfluos por tiempo indefinido; aun el
trueque no pasa de ser una operación ocasional.
Como cada maestro da su impronta peculiar al
objeto, es fácil reconocer quién lo ha fabricado. Esto vale principal-
mente para las puntas de flecha (pág. 220). La predisposición natural,
el esmero que pone y la experiencia acumulada es lo que hará, de
algunos individuos, hábiles artesanos; pero no hará de su trabajo una
profesión, por lo que no hay entre los selk'nam una división social por
oficios, aunque pueda insinuarse su comienzo.

16. Hallazgos de instrumentos líticos prehistóricos


Los múltiples utensilios con que nos topamos a cada instante en
el sector septentrional de la Isla Grande, pues únicamente a éste me
referiré, completan de la mejor manera el
cuadro del patrimonio material de estos
indios. Utilizan gran cantidad de artefac-
tos de piedra (Fig. 55), a la par de otros
utensilios de madera, hueso y valvas. Es
posible que en tiempos pasados se dedi-
caran más al trabajo en piedra que en
períodos posteriores a la llegada de los
primeros europeos; es mi impresión que
su técnica de fabricación de utensilios se
encauzó súbitamente por otras vías al en-
trar en contacto con los primeros trozos
de hierro, sin que abandonaran en lo esen-
cial las viejas formas.
Esto sustenta mi convicción de que en
cualquier rincón del mundo los aboríge-
nes, en general, han logrado el mejor
aprovechamiento imaginable de
las riquezas naturales y bienes de su tie-
rra natal, pero echan inmediatamente ma-
no de cualquier medio que les venga de
fuera para adecuarlo sin dilación a su pro-
pia organización económica. Remito para
Fig. 55. Cuchillo de piedra
de esquisto negro, hallado al ello al sus dos vecinos más próximos. Así,
norte del río Grande. Tama- en el curso de unas pocas décadas, los
ño natural. araucanos se transformaron en un pueblo
de jinetes, en tanto que, en el mismo breve período desde la adopción
del caballo, los patagones dejaron totalmente de lado el arco y em-
prendieron la caza del ñandú con boleadoras.
Apenas aquellos viejos selk'nam tuvieron en sus manos un poco
de hierro proveniente de flejes o láminas y un poco de vidrio de bote-
llas, comenzaron a utilizar estos materiales en sus cuchillos, raspa-
dores y puntas de flecha de una manera peculiar, que se ha conser-
vado hasta nuestros días y que, indudablemente, se revela como el
mejor empleo posible. La rapidez con que deben haber adaptado
su técnica a este material útil no pasó desapercibida para el agudo
sentido de observación de un BANKS, que probablemente también ha-
bía reflexionado sobre el hecho de cuán pocos barcos habían anclado
en aquella región antes de su visita en 1769 (pág. 32). Puesto que con
mirada práctica y total indiferencia por todo lo innecesario, el indio
recogía y ambicionaba únicamente lo poco que respondía a sus reales
necesidades, entiendo muy bien su franco rechazo y desprecio por to-
dos los demás objetos que le ofrecían los navegantes. Éstos valoraban
sus obsequios de otra manera y se sorprendían de que los aborígenes
no lo comprendieran así ni manifestaran deseos de poseerlos.
Con relativa rapidez, posiblemente en el término de pocas déca-
das, debe haberse operado el gran cambio en la técnica de fa-
bricación de utensilios, por el cual los viejos cuchillos y raspadores
de piedra (Fig. 56) fueron reemplazados por otros con hoja de hierro,
y las puntas de flecha por otras de. vidrio. Como el hierro y el vidrio
no llegaron a su país más que en cantidades muy escasas, ya que en
las primeras décadas las naves europeas visitaban estas costas muy
rara vez, todo indígena
evitaba malgastarlos y
los guardaba bien; se-
,

ría pues en vano que


buscáramos vidrio o
hierro en los extensos
"conchales". Esto me
induce a señalar como
hito final del trabajo
casi exclusivo en pie-
dra de los primeros
tiempos, la primera in-
troducción del hierro
y el vidrio. No quiero
decir con esto que tu-
viera lugar un cambio
repentino, sino que to-
do el que había adqui-
rido un trocito de hie-
rro o vidrio poco a
poco fue dejando de ta-
llar su punta de flecha
Fig. 56. Cuchillo de jaspe verde y raspador de esquis- o cuchillo en piedra.
to negro, hallados junto al río Chico. Tam. nat. Nadie hubiese recha-
zado el alivio que significaba trabajar el nuevo material. Los cuchi-
llos y cinceles modernos tienen semejanzas con la antiquísima forma
de hoja de valva, y las puntas de flecha de vidrio conservaron intacto
el contorno triangular con su pedúnculo; indudablemente estos dos
objetos pueden considerarse originarios ". El viejo raspador cuya pun-

Fig. 57. Instrumentos de piedra de la costa de Bahía Inútil. La


punta alargada de flecha es de jaspe verdoso, todas las demás
son de roca esquistosa negra. Tam. nat.

ta era fabricada a partir de un fragmento de valva inserta en un mango


de madera posiblemente siempre estuvo en uso entre los selk'nam,

34 Los viejos hallazgos de la Patagonia propiamente dicha revelan que,


ocasionalmente, algunas puntas de flecha poseen una forma casi idéntica a las de
la Isla Grande. En el tercer tomo presentaré una descripción pormenorizada de
dichos hallazgos.
por lo cual, al cambiarla por un fragmento de vidrio, no se operó
sino un cambio pequeño. Pese a la introducción del hierro y el vidrio
en tiempos modernos, se conservó la unidad del patrimonio material.
Cierto es que últimamente las boleadoras (pág. 249) han caído en
desuso.
En la meseta desprovista de bosques, en el norte de la Isla Gran-
de, es frecuente dar con hallazgos de superficie, y una
búsqueda más minuciosa pondrá al descubierto una capa casi ininte-
rrumpida de restos de asentamientos antiguos. Vale decir que prác-
ticamente no había lugar en donde alguna familia no hubiese levan-
tado su choza por cierto tiempo. Junto a los artefactos líticos (Fig. 57)
hay cantidad de huesos y valvas de todos los animales autóctonos de
aquellas regiones que sirven de alimento a los indígenas. Nada indica
la existencia de especies zoológicas hoy extinguidas en dicha región.
Los restos pertenecen a mamíferos y aves conocidos, que el indio toda-
vía hoy caza, como el guanaco (Lama huanachus), el cururo (Cteno-
mys fueguinus), el turón (Reithrodon chinchilloides) y los dos leones
marinos (Otaria jubata y Arctocephalus australis), así como cormora-
nes (Phalacrocorax) y pingüinos (principalmente Spheniscus y, en me-
nor medida, Aptenodytes y Eudyptes). Entre los restos de crustáceos
es frecuente encontrar Patella y Mytilus, en menor cantidad Fissurella
y Trophon, además de Lithodes y Loxechinus. Tampoco VIGNATI (c)
pudo hallar restos óseos de Chloéphaga; presumo que esta oca silves-
tre sólo se multiplicó considerablemente en la Isla Grande en períodos
posteriores, por lo que hoy en día se la persigue tanto como a los
cormoranes.
En el terreno arenoso y suelto los restos de huesos y crustáceos
se conservaron por más tiempo, y son más fáciles de descubrir a sim-
ple vista que en el boscoso sur. En efecto; si bien en el sector meri-
dional los hallazgos de superficie no han sido tan numerosos, no han
faltado por completo, de modo que debo suponer que el bosque los
ha tapado provocando su descomposición. Cabe añadir que estos con-
chales se extienden a lo largo de toda la costa oriental hasta Caleta
Policarpo, es decir que atraviesan una región que aún presenta las pro-
piedades del paisaje pampeano.
La capa superficial de restos mencionada, que cubre en forma más
o menos visible las zonas desprovistas de bosques del norte y de la
costa oriental, es de escasa profundidad. No cabe duda de que en más
de uno de estos lugares los indígenas permanecieron aún hace pocas
décadas, pues de haber pasado más tiempo no es posible que los res-
tos óseos que yacen sobre la superficie se hubieran conservado en
tan buen estado. Por otra parte, hay extensos conchales propiamente
dichos, aunque son más frecuentes en la costa oriental que en la occi-
dental del sector septentrional de la Isla Grande. No me tomé el tiem-
po de examinarlos con mayor detenimiento, pues estaba ocupado en
otras cosas. La tarea tampoco me pareció particularmente urgente,
pues varios indicios me daban certeza de la identidad fundamental
entre aquellos utensilios y los actuales. Me refiero a los múltiples ha-
llazgos de superficie en otros lugares (Fig. 58), a las pocas piezas que
recogí aquí y allá en los conchales en Cabo Domingo y en la desem-
Fig. 58. Hallazgos de superficie de la región entre río Chico y río Grande. Tam. nat.
bocadura del Río de Fuego y a los numerosos objetos coleccionados
en los dos museos salesianos, de Río Chico y de Punta Arenas. Una
impresión particular me causaba el hecho de toparme con valvas que
aún conservaban en su interior gran cantidad de tierra colorante roja,
cuya tonalidad viva no se había desteñido en lo más mínimo. Algunos
fogones mostraban aún un hollín tan fresco que parecía que acabara
de acumularse.
Los estudios específicos de VIGNATI en el verano de 1921 arrojaron
luz sobre la estructura y el tamaño de dichos conchales. El más gran-
de se encuentra junto a la desembocadura del río Chio, y su longitud

Fig. 59. Cuchillo sobre lasca de esquisto rocoso negro, hallado junto al río Chi-
co. Tam. nat.

es de 220 m, su ancho de 9 m y su altura de 2,70 m. También allí los


restos de huesos y crustáceos pertenecen a los animales mencionados
(pág. 243); la forma particular de los artefactos líticos responde
ente a los hallazgos de otros lugares, y lo que yo mismo recogí
o difiere en lo más mínimo de las ilustraciones que presenta
VIGNATI (c). Todo confirma la homogeneidad del instrumental lítico
en las extensas llanuras despobladas de bosques de la Isla Grande 35 .
Por razones obvias gran cantidad de lascas y fragmentos (figu-
ras 59 y 60) se encuentran como utensilios bien conservados, con hue-
llas visibles de haber sido utilizados. Los restos óseos aparecen más
o menos destruidos y desintegrados por las fuerzas naturales; en algu-
nos casos es fácil reconocer que fueron quebrados a propósito con

35 VIGNArI (c): 96 calculó en 537 años la edad de este conchal, cifra que no
es de utilidad para ulteriores deducciones.
G -SIJ

un martillo de piedra. Estas valvas son más frágiles que las de los
animales vivos, pues también ellas han estado expuestas a las incle-
mencias del tiempo. Entre los utensilios de piedra predominan raspa-
dores y cuchillos, o puntas de lanza; junto a éstos, en menor medi-
da, rascadores y hachas de mano, hachas circulares (sic) y martillos
alargados; también algunos punzones y puntas de flecha muy regulares.

Fig. 60. Hoja maciza (arriba) y fragmento de lasca. Halladas en Cabo Domin-
go. Tam. nat.

De ningún modo puede equipararse la totalidad de estos hallaz-


gos con útiles de una etapa determinada de la Edad de Piedra europea,
en vista de que las coincidencias tipológicas se limitan a determinadas
piezas. Tanto más sorprendente me parece la diversidad tipo-
lógica de los hallazgos al sur y al norte del Río Grande considera-
dos; en los utensilios líticos del norte parece perfilarse inconfundible-
mente una técnica de hachas de mano (Fig. 61), en tanto que en el sur
las formas no reflejan prácticamente más que una industria de hojas
finas (Figs. 62, 63, 64). Hasta el día de hoy las investigaciones reali-
zadas son aún insuficientes como para dejar asentadas, a través de

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mis observaciones, tales diferencias como datos fehacientes, pero no


cabe duda de que se adecuarían perfectamente a la diversidad real en-
Fig. 62. Hojas de piedra. Halladas junto al río del Fuego.

Fig. 63. Utensilios de piedra de la estancia Viamonte. Tam. nat.


tre los selk'nam septentrionales y meridionales, que difieren entre sí
notoriamente, tanto en el aspecto económico como en el lingüístico ".
En todas las regiones de la Isla Grande de paisaje pampeano se
encontraron boleador as hermosamente trabajadas, algunas bien
conservadas, otras muy deterioradas, según el tipo de piedra con que
fueron fabricadas. Por el momento no estoy en condiciones de deter-
minar con certeza cuál era el uso que los selk'nam les daban. Análo-
gamente, todas las boleadoras que proceden de la Patagonia propia-
mente dicha dieron pie a los más variados intentos de explicación
desde que OLIVERIO VAN NooRT las descubriera por primera vez en 1598
en la Isla Desolación, es decir, en la tierra natal de los halakwulup.
Con similar frecuencia se las encuentra dentro de los territorios que

Fig. 64. Utensilios de piedra de la estancia Viamonte.

ocupan los yámana ". Estos, al igual que los selk'nam, atribuyen estos
hallazgos a los antepasados prehistóricos, pero sin conferirles signifi-
cado mágico ". Prefiero calificar de cuchillos dichos utensilios de pie-
dra qüe podrían tomarse por puntas de lanza.

Considerando el objetivo de la presente obra, no viene al caso explayarse


obre este tema. Para consultar pormenores de valor para el arqueólogo
a LOTHROP: 110, que realizó excavaciones en tres parajes al sur del río del
o y VIGNATI (c): 96 que describe exclusivamente los hallazgos de río Chico.
En el segundo tomo trazaré un paralelo entre estos conchales y los mucho más
numerosos de la región de los yámana; por ahora remito al panorama general
que ofrece VIGNATI (b).
37 Un mito yámana nos ofrece una extraña explicación de su origen; más
adelante me referiré a él y a la posible utilidad de estas piedras. Por de pronto
postergaré mi juicio acerca de las interpretaciones de BEAUVOIR (b): 204, COJAZZI:
124, LOTHROP: 114, VIGNATI (c): 116 y otros especialistas.
38 Refuto así las afirmaciones de BORGATELLO (SN: XIV, 256; 1908) y COJAZZI:
86 en lo que atañe a los selk'nam, pues nada me dio a entender que "gli Ona
le raccolgono religiosamente e le credono infallibili talismani". Por el contrario.
pude ver la total indiferencia con que pasaban por encima de ellos.
No es difícil explicarse el origen de estos pocos conchales de
grandes dimensiones, ya que han sido formados en los lugares más
favorables para procurarse el sustento, o sea en las partes de la costa
marítima que rodeaban la desembocadura de un río, que al mismo
tiempo ofrecían la cantidad necesaria de agua potable. En la región
boscosa no se encuentran depósitos tan grandes. Cuanto menos, estos
hallazgos confirman la identidad esencial de los utensilios desde los
períodos más antiguos hasta la actualidad y, por lo tanto, la continui-
dad de la forma económica en general y a la vez de la organización
social de esta tribu indígena cuya tierra natal es la Isla Grande.

E. La obtención de alimentos
Sólo la caza permite a los selk'nam subsistir en su espacio vital.
Dado que el mundo vegetal no puede brindarles prácticamente nada,
pues los pocos hongos y bayas no entran en consideración, dependen
del mundo animal que se halla tanto mejor representado. Su alimen-
tación es muy incompleta, consistiendo únicamente de carne y nada
más que carne. Como los indios sólo pueden contar con ésta, han
ideado un plan y un procedimiento para la caza que resulta insupe-
rable para las condiciones naturales del medio ambiente. Nuevamente
los observadores nos encontramos frente a un rendimiento máximo
dentro de las circunstancias dadas.
Estos hábitos de caza se transmitieron de padre a hijo sin alte-
raciones, pues no hay forma de perfeccionarlos. Como las armas y
utensilios permanecieron sin modificaciones durante los últimos siglos,
parece justificado concluir que no se innovó en los métodos de caza.
Los selk'nam únicamente pueden seguir el rastro de los animales au-
tóctonos y de los que llegan a sus costas; sólo ocasionalmente las
riquezas del mar que rodea su tierra redundan en su provecho cuando
vara una ballena. La mujer también participa, aunque en medida in-
significante, en la adquisición del sustento, recogiendo peces, pequeños
animales marinos y algunos productos vegetales. Es innegable que el
indio hace una selección entre todo lo que sirve de sustento al ser
humano; no obstante, toda especie animal que se ponga al alcance de
su mano y tenga algo que ofrecer va a parar a su estómago. En aque-
llas regiones no hay especies que puedan domesticarse y faltan las
condiciones naturales para dedicarse a la horticultura y agricultura.
Por ello es la misma naturaleza la que impone al indígena su modo
de vida de cazador nómada, si desea mantenerse con vida.

1. La caza del guanaco

Indiscutiblemente el guanaco es un animal de importancia vital


para el selk'nam, pese a que para los aborígenes septentrionales el
cururo también asume considerable significación. Se halla extendida:
por toda la Isla Grande en gran cantidad y su aprovechamiento en la
economía indígena es tan múltiple, que no hay parte digna de mención
que no se utilice en algo.
Además de las condiciones de la comarca, los hábitos de
vida de este animal facilitan su caza Es alto y fuerte, suele vivir
en manada, se delata al punto por su curiosidad y sus relinchos, y
las grandes pisadas que deja en el bosque y el terreno arenoso no tar-
dan en llevar tras de sí a cazadores y perros. Particularmente en el
sur, el guanaco suele permanecer en los cerros durante la primavera
y el verano, volviendo a los valles en invierno. Casi a diario acude al
abrevadero siguiendo sendas trilladas y bien visibles, y suele depositar
sus excrementos por lo general en el mismo lugar. Su coloración mi-
mética no le brinda protección total en el bosque, ni tampoco en las
extensiones abiertas. Estudiando las huellas en el suelo, el indígena
ha aprendido a determinar, con sorprendente acierto, no sólo el sexo
y la edad del animal, sino los días que han pasado desde que las
dejara. Admirado, pude comprobarlo con mis propios ojos más de
una vez. Todo esto ayuda al indígena a aproximarse al guanaco y
cazarlo con relativa facilidad " (pág. 11).
No creo justificado hablar de un m é t o d o de caza espe-
cialmente desarrollado 49, pues el guanaco es fácilmente accesible, la
naturaleza del paisaje no presenta graves obstáculos y la fuerza de
penetración de la flecha es suficiente. Generalmente el hombre va de caza
solo, tomando cualquier dirección al azar. Los perros que lo acom-
pañan descubren una huella, la siguen y buscan incansablemente has-
ta dar con el animal. Dando fuertes ladridos anuncian el lugar al
dueño y tratan de retener allí al guanaco hasta que aquél llegue. La
mayoría de las veces el guanaco se aleja corriendo. El perro, empero,
logra atajarlo una y otra vez o, cuando menos, llevarlo en una direc-
ción tal que termine corriendo hacia el cazador. Este último se man-
tiene oculto o se aproxima disimuladamente. A una distancia de veinte
a treinta metros dispara la flecha, a la parte superior del pescuezo
del animal y la atraviesa. El animal herido nunca cae fulminado, sino
que sigue corriendo cierto trecho. Lo acompañan los perros aullan-
do y ladrando. El dolor y el miedo le hacen agachar profundamente la
cabeza, mientras corre siempre cuesta abajo. Los perros lo siguen con
suma facilidad saltándole a la cabeza y al cuello, le muerden la cara,
se cuelgan con el hocico de los labios y las orejas del animal e hincan
sus filosos dientes en su pescuezo. El cazador sigue apresuradamente
los rastros de sangre y el ladrido de los perros. Hay veces que ten-
drá que recorrer largas distancias hasta que el guanaco se desplome;
erá de la herida y del encarnizamiento de los perros. Es fre-
c que la cabeza del animal parezca finalmente una sola herida
tern lemente desgarrada; no es raro que le arranquen un ojo impi-
diendo así que siga huyendo. Los perros son tan hábiles y están tan
enfurecidos que es raro que un guanaco herido pueda evadirse. Esta

39 En pág. 11 describí minuciosamente los hábitos de vida del guanaco; el in-


dio los conoce hasta en sus mínimos detalles y les saca el máximo provecho.
40 FURLONG (g): 3 dedica a esta caza una descripción especial plagada de de-
talles superfluos, haciendo hincapié en el comportamiento del pastor-jinete de la
Patagonia. Una exposición más valiosa puede encontrarse en GALLARDO: 183 .
forma de cazar es la más frecuenté y se practica casi a diario; tuve
más de una ocasión de participar en ella.
Difícilmente podría el selk'nam prescindir del perro en la caza del
guanaco, en particular en las llanuras del norte. Allí los perros deben
rodear al guanaco en amplio movimiento circular, acercándolo lenta-
mente al cazador, que yace pegado al suelo o se aproxima reptando.
Allí, donde el terreno es arenoso, suele arrastrarse a ras de tierra 41 ;
en el boscoso sur se agacha un poco o se oculta detrás de los troncos
para escapar a la vista del guanaco, que está muy alerta.
Con frecuencia de tres a ocho hombres organizan una caz a en
común, ya sea porque se han encontrado casualmente o porque se
ponen expresamente de acuerdo. Por más que los guanacos estén
constantemente en lento movimiento, es posible que permanezcan en
rebaños durante unos pocos días en alguna llanura espaciosa. Si al-
guien tuvo ocasión de observar varios animales en un sitio favorable,
alentará a sus vecinos a acompañarlo; si en todo el campamento esca-
sea la carne partirán juntos. En otras ocasiones gran cantidad de pe-
rros tendrá que registrar un amplio sector o encerrar los guanacos
acosándolos desde muy lejos. Los hombres se ubican a gran distancia
uno de otro, ya sea para acorralar a los animales o para cortar el
paso al rebaño, según las condiciones geográficas de la región. En
estos casos la caza será muy exitosa y, aunque cada uno se lleve los
animales que ha alcanzado con su propia flecha, nunca se deja regre-
sar con las manos vacías al acompañante que, por hallarse en un lugar
desfavorable, no ha podido cazar ningún animal. Estas batidas no se
emprenden más que ocasionalmente y, en su transcurso, se van orga-
nizando conforme al número de cazadores que casualmente interven-
gan, como también a las ventajas del terreno. En ellas los perros rea-
lizan una labor imprescindible y, por lo menos, evitan que los animales
se escapen. Es propio del guanaco salir corriendo al galope hasta per-
derse de vista si se lo espanta sin haberlo herido; en estos casos suele
ser inútil intentar perseguirlo.
Los habitantes meridionales proceden, además,
de una manera particular. Puesto que, para beber agua, los guanacos
siempre abandonan los cerros y mesetas siguiendo la misma senda y
se encaminan por ella incluso cuando los perros los ahuyentan desde
arriba —pues cuando se ve perseguido este animal de inmediato se
dirige al llano— un hombre lleva a los perros a las alturas por cami-
nos alejados y hace que ahuyenten a los guanacos hacia su senda. A lo
largo del camino, generalmente al pie de la montaña, se hallan apos-
tados varios hombres bien ocultos a considerable distancia uno de
otro y, al pasar, los animales reciben uno o más flechazos de los tira-
dores, para impedir que se escape alguno 42. Un don de observación

41 SERRANO: 165 piensa que las callosidades que los indios tienen en las ro-,
dillas se deben a su costumbre de aproximarse sigilosamente a la presa arrastrán-
dose por el suelo, pero por lo que sé hay muchas otras causas que contribuyen
a ello.
42 BOYE (c): 98 restringe esta forma de cazar a la zona de declive de la
montaña hacia el Canal de Beagle, pero en la misma medida se utilizó en otros
sectores del sur de la Isla Grande. Lo que dice sobre el reparto de todo el botín,
muy desarrollado permite al indio encontrar rápidamente los desfila-
deros y precipicios por los que anda el guanaco en su avance hacia
el llano. Naturalmente los tiradores aprovecharán las depresiones del
terreno, los arbustos y las piedras altas que los pongan a cubierto de
la vista del guanaco. No construyen parapetos especiales; tampoco
cavan agujeros en la tierra ", pues no puede predecirse cuál será la
dirección que ha de tomar un animal perseguido.
Mucho más cómoda y feliz suele ser la caza en invierno.
Las cumbres nevadas no ofrecen alimentos a los guanacos, por lo que
se reúnen en rebaños de numerosas cabezas y buscan los claros en
la llanura o las costas abiertas. Allí es muy fácil avistarlos y perseguir
sus rastros en la nieve. Ya no es necesario, pues, que el indígena tras-
lade su choza de un lugar a otro con tanta frecuencia; varias familias
viven juntas y la caza en común les proporciona un abundante botín ".
Las mismas causas son las que facilitan a los esquimales la caza en
la época invernal y la vuelven más difícil en verano.
Otra costumbre de los guanacos, que probablemente provenga de
su curiosidad, resulta de gran utilidad al cazador que se ha
aproximado sigilosamente y sin ser observado. Cuando un animal del
rebaño ha sido herido por la flecha silenciosa y debido al susto y al
dolor comienza a dar saltos y moverse desenfrenadamente, los demás
animales se detienen para mirarlo sorprendidos. Éstos son los momen-
tos que el cazador aprovecha para tirar más flechas hasta que el de-
sasosiego cunde en todo el rebaño, al punto de que los animales que
no han sido heridos salen corriendo a la desbandada. Es entonces cuan-
do los perros entran en acción para detener a los guanacos que huyen.
Los éxitos logrados explican la predilección que el indio tiene por sus
viejas armas, pues estas son silenciosas. Más de un hombre joven po-
see actualmente un rifle; si bien es cierto que con él podrá alcanzar la
presa desde mayor distancia, no le será posible cazar varios animales
a la vez, ya que el estampido los hará huir frenéticamente en tildas di-
recciones. Sigue siendo pues más abundante el botín logrado con el ar-
co y la flecha.
Cuando va de caza el selk'nam no deberá tener nada que le
estorbe. No lleva más que su arco y la aljaba con las flechas; en mo-
mentos de apremio toma ésta entre los dientes y está siempre listo pa-
ra tirar. Deja caer el manto a tiempo; su piel curtida soporta bien to-
dos los rasguños y escoriaciones que habrá de sufrir al atravesar los
matorrales, al arrastrarse por el suelo o al deslizarse sobre las piedras.
t ibuye una influencia particular al k a l el, asegurando que, al verlo,
1 anacos se detienen. Por lo tanto, siempre el hombre lo lleva pues-
to en la caza. Es de suponer que antiguamente nadie iba de caza sin
pintarse, cuando menos, el rostro, las más de las veces con el rayado

"perteneciendo la cabeza y la piel a la flecha que exterminó al animal", no res-


ponde a sus usos reales.
43 Con lo cual refuto y rectifico las apreciaciones de BORGATELLO (BS; 1898),
HOLMBERG (a): 59, SEÑoxEr: 20, WIEGFIARDT: 35 y otros.
44 No debe restringirse al invierno, como hace BOITE (MM: XVII, 279; 1883),
el hecho de que los cazadores selk'nam descendieran a la orilla nororiental del
Canal de Beagle; también en verano se los veía allí.
vertical desparejo sobre ambas mitades del rostro. Durante las —cazas
en común o cuando las circunstancias así lo aconsejaran al cazador
solitario, el selk'nam se untaba todo el cuerpo de manera uniforme con
una mezcla de agua y creta, que seca rápidamente al fuego, y daba a
todo el cuerpo una coloración blanca luminosa. Este color tenía un
propósito predominantemente protector; se afirmaba que engañaba a
los guanacos, que confundían al cazador con un tronco de árbol, que
ellos no esquivan 45 . Últimamente esta costumbre de pintarse todo el
cuerpo ha caído en desuso, pues muchos ya se visten a la europea.
El guanaco desempeña el papel más i m p o r t a n t e que
pueda imaginarse en la vida económica de los selk'nam. Pese a ello,
nunca lograron domesticarlo, aunque el mito relata que Kwányip lle-
vaba consigo todo un rebaño de animales domesticados. Esto signifi-
ca que en algún momento deben haber pensado en esta posibilidad 46 .
Pero estos animales no habrían podido mantenerse cerca de la choza
y tampoco alimentarse suficientemente para hacer posible su vida se-
dentaria, ni se habría podido cambiar de campamento con un rebaño
de ciertas dimensiones. Por otra parte, el selk'nam no habría sabido uti-
lizar ni ocupar suficientemente a un animal domesticado que, como
animal de montar resulta de antemano impropio. El guanaco es, final-
mente, un animal muy terco y mañoso.
En cambio el indígena conoce hasta en sus más ínfimos detalles
los hábitos y el modo de vida del guanaco. De ahí que a nadie extrañe
la diversidad y precisión de los términos que a él se refieren: yóhwen
(yón) = un término general, mejor dicho el macho adulto; t'El = el
animal recién nacido; dhne = el que tiene un año; áhmte = el de dos
años, majnsa = la herhbra adulta; kaiakan = un macho viejo, mere
= el macho con varias hembras; klatke = un rebaño de machos; si-
mien = un rebaño de hembras; Váspal = el guanaco hembra con su
pequeño; ímel = un rebaño numeroso de machos y hembras ".
Coincidentemente con su importancia vital, muchos mitos rodean
al guanaco. Las montañas en la orilla meridional del lago Fagnano
eran consideradas su espacio vital particular, donde no se le debía ca-
zar. Esta tradición se respetaba rigurosamente hasta hace muy poco.
Nadie pudo explicarme el motivo de esta prohibición. Nos pregunta-
mos si se originó en la idea de concederle una región determinada para
evitar, a todas costa, su extinción. DABBENE (b): 272 afirma rotunda-
mente que los guanacos "tienen allí su casa y si el Ona fuese a matar-
les en aquel punto, pronto desaparecerían." De tal modo podría ha-
blarse de una reserva ".
45 No tengo conocimiento de que, en verano, se untaran el cuerpo con pin-
tura roja, como sostiene GALLARDO: 150; lo que es más, algunos de mis informantes
lo rechazaron. BARCLAY (a): 72 llega al punto de hablar de pintura blanca, roja,
amarilla y gris apizarrado, pero el selk'nam carece de voluntad y de materiales
para dedicarse a tales pasatiempos.
Esto lleva a CoJAzzi: 89 a concluir que los selk'nam de otros tiempos efec-
tivamente poseyeron animales domesticados. No puedo hacer eco a esta afirma-
ción, ya que falta todo apoyo para ella.
47 También FURLONG (g): '7 menciona varios términos, que no concuerdan
todos con los míos; su nómina, por otra parte, no es completa.
48 Sin fundamento alguno sostiene FURLONG (r): 184 que "the most desirable
hunting grounds lay in the northern half of Tierra del Fuego".
Si el cazador ha logrado capturar un animal se aprestará a d e s-
t r i p a r lo allí mismo. Tiende el animal sobre la espalda y le abre
la cavidad visceral mediante un corte longitudinal. Arroja a los perros
el estómago, las tripas, el bazo y el hígado, a veces también el pulmón.
Cuelga el corazón junto al fuego para que se ase, después de haber
practicado algunos tajos en él. Antes había separado un trozo de tripa
del largo de un antebrazo y, dándolo vuelta, lo había vaciado. Al se-
parar el corazón y el pulmón se acumula mucha sangre en la cavidad
abdominal, que se verterá de inmediato en este trozo de tripa y se ata-
rán los extremos con dos palillos, como lo hace el salchichero. Luego
el hombre cocerá en la ceniza esta codiciada morcilla, el primer pro-
ducto de sus afanes. Hay veces que lleva otra, con la sangre líquida,
al campamento, cuando quiere darle un gusto a algún anciano que le
es querido.
Únicamente si no puede arrastrar el animal entero hasta la choza
a causa de la distancia, del mal camino, del agotamiento, de alguna
herida grave o algo por el estilo, descuartizará la presa en el
lugar. Antes la desollará sin fatiga, si es que tiene práctica, aunque ten-
drá que hacer cierta fuerza. Separa la gruesa piel de la "carne roja"
sosteniéndola con un puño, a la vez que la otra mano tira con fuerza.
Primero desuella el tronco, luego recorre las patas, separando con el
cuchillo el tejido conjuntivo más grueso y los tendones de las articu-
laciones. Corta las manos y pies por encima de sus articulaciones sin
quitarles el pellejo. Si al regresar a casa no puede cargar con toda la
carne al menos llevará consigo la piel, pues de no tenderse no tardaría
en podrirse. Al descuartizar el animal entero, sólo separa las patas del
tronco, penetrando con tajos profundos hasta la articulación, donde
secciona los tendones. Quien luego quiera hacer un asado cortará con
toda comodidad el trozo del tamaño que desee sin preocuparse por la
colocación ni la dirección de los músculos ". Estos cinco trozos gran-
des los coloca en horquetas de árboles o los cuelga de troncos fuertes
a considerable altura para protegerlos de los zorros, y los cubre con
leña menuda para mantener alejadas las aves de rapiña. A nadie que
vea estos trozos de carne se le ocurrirá apoderarse de ellos; antes
los dejaría podrirse. Sólo por algún motivo especial dejará el caza-
dor su botín en el bosque; si se hallara en la pampa abierta no
podría hacerlo.
Después de concluir sus tareas enciende un fuego, pero antes de
acurrucarse junto a él se limpia cuidadosamente las manos en-
s n rentadas, con el blando contenido de las tripas del guanaco des-
e zado, que contiene escasa humedad y es levemente áspero, por
1 al las manos no tardan en quedar limpias si se las frota con él.
Frecuentemente no hay agua ni musgo húmedo en las proximidades;

" Las referencias de GALLARDO: 188 acerca de "la forma de distribuirse la


carne del o de los guanacos cazados, cuando éstos lo han sido por varios indios"
no valen como regla general. Pude ver con mis propios ojos cómo el dueño del
animal cazado procedía, en primer lugar, a desmembrarlo en cinco trozos gran-
des, después de lo cual cada uno de sus acompañantes quedaba en libertad de
cortar discrecionalmente una u otra porción para el asado.
la nieve no limpia a fondo, y las pulmonarias son demasiado quebra-
dizas y secas.
El selk'nam no puede matar, por mero gusto de cazar, más ani-
males de los que necesita para procurar el sustento a su familia; le
está vedado disparar sus armas indiscriminadamente para afinar la
puntería o pasar el rato, si esos animales luego no se aprovecharán.
Suele ser exigente en cuanto trata de cazar en lo posible los ani-
males jóvenes de un rebaño, pues la carne de machos adultos pasa
por ser muy dura y seca. Si sólo le queda esta carne disponible por.
que la suerte no lo acompañó últimamente, no tardará en ir nue-
vamente de caza; si logra traer esta vez un animal joven, arrojará la
otra carne a los perros. Hay ocasiones en que pasa por alto un animal
que le parece demasiado flaco o viejo y dispara la flecha contra un
animal joven o gordo. Se considera inadmisible dejar que se pudran
grandes cantidades de carne sin que se saque utilidad de ella. Por eso
se censura al hombre que deja grandes trozos en el bosque donde se
echan a perder.
Cualquier presa que el hombre traiga a casa será d i s t r i b u i da
también entre los vecinos. Por lo común vuelve con un guanaco ente-
ro. Lo partirá en los cinco grandes trozos, y sigue dividiéndolos en par-
tes más pequeñas para agasajar a sus padres y suegros, parientes de
edad, buenos amigos y huéspedes. También clasifica los trozos por ca-
lidad según este orden y se los entrega a su mujer para que los distri-
buya. Ella respeta esta clasificación y entrega el trozo de carne a la
vecina. La mujer siempre dará el trozo que ha traído consigo a otra
mujer, jamás a un hombre. Si la dueña de la choza está ausente deja el
trozo de carne en la vivienda y dice a los presentes: "Esto es para —"
(y la nombra). Queda suficiente carne para el cazador y su familia;
al hacer la distribución, siempre evitará, por todos los medios, que se
le considere egoísta o tacaño. Si dos o más hombres llevan una presa
a sus hogares al mismo tiempo, sus mujeres asimismo se entregarán
recíprocamente un trozo de carne. Es raro que se efectúen compara-
ciones entre el trozo obsequiado y el recibido. Esta regla de distribu-
ción también se pone en práctica estrictamente en relación a los po-
cos alimentos que la mujer trae al hogar: cada una obsequiará a la
otra hongos, bayas o pescado. Esto no impide que el cazador mismo
entregue a un hombre el trozo asignado para él, si por casualidad está
presente y quiere volver de inmediato a su familia.
No es difícil comprender que un selk'nam no podría prescindir de
ningún modo de su per r o cuando va a la caza del guanaco. Ya la
mitología reconoce su invalorable colaboración; el primer europeo que
lo menciona es BANKS en el relato de su visita de 1769. En los últimos
tiemnos los estancieros reemplazaron sistemáticamente la raza canina
indígena por animales europeos (pág. 88). Todo indio posee varios, algu-
nos más útiles y eficaces en la caza que otros, y éste es el criterio
según el cual se valora al perro. Es el único animal doméstico del
selk'nam. No se acostumbra adiestrarlo especialmente, lo único que
se hace es llevar a los animales jóvenes de caza junto con los viejos
pues así aprenderán, observando e imitando, hasta lograr ellos mis-
mos un perfeccionamiento mayor o menor. El propio instinto y la pre-
disposición natural los ayudarán a lograr rápidos progresos.
Como el perro por sí solo está efectivamente en condi-
ciones de dar caza a un guanaco, es frecuente que vaya de caza por
su propia cuenta, cuando tiene hambre y quiere compensar el descui-
do de su amo. De pronto habrá desaparecido y cuando regresa al cabo
de dos a cuatro días su vientre hinchado y su expresión de absoluto
hartazgo revelan a las claras lo que ha sucedido. Aunque deba tolerar
algunas pedradas o una paliza volverá a sus andanzas cuando el ham-
bre lo acucie. Los vecinos hacen serios reproches a su amo por no ocu-
parse del animal y se condena la caza libre e indiscriminada del gua-
naco por parte de un perro pues, después de hartarse éste, la mayor
parte de la carne se echa a perder. Ocasionalmente el indígena espera
hasta que el perro vuelva furtivamente al lugar donde yace el guana-
co que ha cazado, lo sigue y lleva a la choza la carne que aún está
aprovechable. Generalmente se exige matar al perro que acostumbre
cazar guanacos por su cuenta. Se da el caso de que el perro no se con-
tente con matar a un solo animal para hartarse, sino que mate a va-
rios a mordiscos, los deje allí y espante a los demás. La gente no to-
lera tal derroche injustificado y tales pérdidas. Ha habido perros de
caza particularmente buenos pero con esta mala costumbre, que el amo,
por lo menos, debió tener permanentemente atados 50 .
En casos muy raros una mujer se verá obligada a ir ella
misma de caza, aunque irá acompañada de algunas niñas o de otra
mujer. Sus perros harán todo el trabajo, pues husmean el guanaco, lo
persiguen a muerte y hacen que se desangre. Algunos perros tienen
gran habilidad para saltarle al cuello al animal perseguido y partirle
con los dientes las grandes arterias. La mujer nunca hace uso de ar-
mas, sino que se mantiene totalmente dependiente del perro, que debe-
rá capturar la presa solo. También L. BRIDGES (MM: XXXIII, 86; 1899)
había observado en ocasiones cómo las indias "sometimes hunt with
dogs, not with the bow".
Esta situación de emergencia se da en tiempos de lucha, cuando
los hombres se ausentan por un tiempo mayor del previsto. Entonces
suele ocurrir que varias mujeres vayan de caza con sus perros para
aprovisionarse. También puede suceder que, en un momento dado, una
mujer se encuentre totalmente sola con sus hijos, porque su marido
ha enfermado súbitamente o ha tenido un accidente, y no sea posible
uevos, frutos ni animales marinos en las inmediaciones.
caza, la mujer no lleva más que el cuchillo para deso-
descuartizar el animal que cazó el perro (ver GALLARDO: 198).
ién esta ayuda extraordinaria que se reclama del perro nos de-
stra que es absolutamente imprescindible para el selk'nam, dado
que tanto los aborígenes meridionales como, en parte, los septentrio-
50 También GALLARDO: 198 dedica a este hirsuto perro marrón palabras de
reconocimiento: "Es un animal fiel, ... el principal auxiliar del ona y por eso lo
estima y lo cuida tanto ... Es curioso ver el afán con que el perro sigue el rastro
del guanaco, cómo lo obliga a dirigirse hacia los sitios pantanosos o que le presen-
ten dificultades en la carrera y con qué valor le salta a la garganta y lo degüella".
nales dependen del guanaco. A más de, esto es un guardián, un protec-
tor y un defensor seguro de su amo.

2. Cómo se cazan y capturan cururos


Hasta la introducción de los enormes rebaños de ovejas, el roedor
gris parduzco Ctenomys magellanicus, apenas más grande que una gran
rata gris, y el Reithrodon chinchilloides algo más pequeño pero no me-
nos frecuente, se mantuvieron únicamente en la región pampeana d e 1
no r te, sin atravesar el río Grande en cantidades considerables. Se-
guramente por molestarles el pisoteo de las innumerables ovejas se
desplazaron en masa hacia el sur. Antes los habitantes norteños depen-
dían a tal punto de ellos que su carne constituía su principal alimento
y con su piel fabricaban la amplia capa. Ambos usos los distinguían no-
tablemente de los selk'nam meridionales y de los haus, y constituían
para estos últimos motivo de desprecio manifiesto, pues los tachaban
de "comedores de cururos". ¿Por qué, por otra parte, habría de recha-
zar la gente del norte este animal cavador que se encontraba en can-
tidades inagotables, en tanto que los guanacos eran más difíciles de al-
canzar? Su carne es tierna y sabrosa, la piel suave y abrigada, si bien
poco resistente; sil caza no es agotadora ni dificultosa, pero requiere
esfuerzo. Estos animales son muy sensibles al ruido. Construyen en
tierra un nido; a partir de cuyo centro, salen de tres a seis pasillos,
de diversa extensión, que conducen al exterior. Hay trechos en que la
tierra está removida a tal punto que, si uno anda a caballo, se hunde
a cada paso.
Estos animales duermen de día y sólo abandonan su guarida al po-
nerse el sol, para procurarse alimentos. Es entonces que se escucha
el suave y extraño chirrido que, al caer la noche, corta el silencio de
la extensa llanura. Los muchachos y los hombres salen pues en bu s-
c a de los nidos; en algunos casos también van mujeres. Co-
múnmente el buscador persigue a flor de tierra un pasillo subterráneo
que desemboca en el nido mismo. Lleva un palo de un metro de largo
aproximadamente, que abajo termina en punta y arriba está recubier-
to de un pequeño botón de cuero para protección de la mano. Tantean-
do lo introduce en la tierra a cortas distancias hasta que da con el nido
mismo. Golpeando con los puños o pies con cuidado y con el mínimo
ruido posible trata de descubrir el lugar que suene a hueco, bajo cuya
delgada capa de tierra se encuentra el nido propiamente dicho. El ani-
mal está ahora afuera; si se hallara dentro huiría del golpeteo escu-
rriéndose por uno de los pasillos. Como no hay duda de que el nido
está vacío en ese momento, el hombre quita la tierra con sus gruesas
uñas en una superficie de apenas treinta centímetros de diámetro has-
ta un palmo o más de profundidad, dejando sólo una capa muy del-
gada sobre el nido. Allí introduce una pequeña vara o rama que debe
indicar este lugar con precisión y mantener alejados a los demás, ya
que el nido así señalado le pertenecerá a partir de ese momento. To-
dos se afanan por descubrir varios nidos a la vez.
Al alba del día siguiente el mismo hombre se acerca sigilosamente
a los puntos marcados y, dando un fuerte golpe con el talón, hunde
repentinamente la delgada capa. El animal queda sepultado, aplastado
y casi siempre muerto; sea como fuere será fácil de atrapar. Si toda-
vía vive, el indio le atraviesa el pescuezo de un mordisco o se lo tuerce.
Por lo general se aguarda un día tormentoso, pues si sopla un viento
fuerte sobre la llanura los sensibles cururos se ocultan bien y se pro-
tegen de los ruidos fuertes Por ello el indio puede aproximarse con
mayor libertad a los lugares conocidos, hundiendo las capas que recu-
bren los nidos una después de otra, sea golpeando con el talón o sea
saltando encima, de modo que el peso del cuerpo las hienda. Pese a este
método bien ideado muchos animales logran escapar.
En ocasiones se hunde tantas veces el palo en los pasillos de la gua-
rida, que el cururo termina por huir hacia la superficie, y lo matan a
garrotazos o lo agarran con la mano. También se disparan hondazos
a los animales que, en la oscuridad de la noche, se sientan en la pradera
o buscan sus alimentos. Aunque no es muy frecuente, puede ocurrir
que también durante el largo invierno estos animales se aventuren a
salir a la superficie. El indio descubre fácilmente su punto de salida
sobre el blanco manto de nieve y los espera con el arco tendido. A
veces se tiende en la nieve muy cerca de la salida, tapándola con la
mano en el momento en que el animal acaba de asomar. No existen
trampas propiamente dichas.
Sólo por su enorme número los cururos han podido ser-
vir de alimento principal a los siempre numerosos habitantes septen-
trionales. La presa era más abundante en verano que en invierno, por
lo que en esta última estación la gente concentraba sus esfuerzos más
en los animales marinos. El amplio abrigo de pequeñas pieles suponía,
como es de imaginar, un trabajo complicado, por lo que lo tenían en
alta estima 51 .

3. La caza de leones marinos y zorros


La gente de la costa, principalmente los haus, pueden toparse al-
na vez con leones marinos. Estos animales se matan no tanto por su
que i uele comerse más que en épocas de escasez, sino por la
con la casi exclusivamente se fabrica la aljaba. A los selk'nam
no les gusta su carne, por lo que sirve más bien como último recurso
en caso de apuro. Difícilmente puede hablarse de caza propiamente di-
c , ya que sólo ocasionalmente sorprenden al animal dormido y lo
matan con un garrote o bien le cierran el camino al mar y
lo matan a pedradas. El selk'nam carece de una maza fabricada a pro-
pósito y, si alguna vez llega a partir a la caza de leones marinos busca-

Si COJAZZI: 54, DABBENE (b): 249, FURLONG (k): 442, GALLARDO: 189, HOLMBERG
(a): 59 y otros mencionan la caza de cururos.
11111~1.111111
rá en el bosque un garrote a'art apropiado, que luego abandonará 52 .

En algunos casos aislados, si se trata de un animal pequeño, el hom-


bre le hunde en el cuerpo de frente un corto venablo de pesca. Para
estos casos los haus usaban los arpones que los yámana empleaban
con tanta profusión. En el norte, en cambio, se echa mano del arco
y la flecha. Así pues los leones marinos no significan mucho en la
economía doméstica de los selk'nam y muchos confeccionan la aljaba
con piel de guanaco, cuando no les es posible procurarse una piel de
foca 53.

Se me aseguró que en determinadas épocas los zorros pululan en


la Isla Grande, pues allí no tienen enemigos naturales y únicamente el
indio los persigue con sus perros. Estos sacan al z o r r o de la
zorrera y el cazador, que está muy alerta, lo mata pegándole con
un garrote; generalmente varios perros atacan la zorrera al mismo tiem-
po, se distribuyen por las diversas galerías y arrastran al zorro a los
pies del indio. Hay perros que alcanzan al zorro en su huida y lo van
llevando hacia donde está su amo, que le dispara una flecha. El perro
resulta imprescindible en la caza del zorro y se lo suelta cuando ha ha-
llado un rastro por su propia cuenta o cuando se descubren sus pisa-
das en la nieve o en la tierra. Su piel es muy estimada para confec-
cionar los pequeños abrigos de los niños, y, de una tira estrecha, se
fabrica el bolsito donde se guardan los utensillos para hacer fuego
(Fig. 50) 54.

El selk'nam desuella al zorro con singular ceremonial. A to-


do hombre le significa una especial alegría atrapar un zorro; le brinda
la ansiada satisfacción de haber superado en astucia a este animal tan
listo y haberse hecho de un valioso botín. El cazador irradia orgullo
cuando se aproxima a su choza o a un grupo de hombres; alza triun-
fante el premio a su habilidad para que todos lo vean. Se considera
que sobrepujar a Maese Raposo equivale a realizar una obra maestra
en montería. Esta tesitura dará origen al diálogo habitual entre el ca-
zador y el zorro muerto mientras le quita el cuero de espesa pelambre.
En tono afectuoso el feliz cazador habla con el zorro, ahora reducido
a la impotencia: "Querido zorro, no abrigo malas intenciones con res-
pecto a ti. Te quiero y no deseo hacerte mal. Pero necesito tu carne
porque tengo hambre. No me lo tomes a mal, querido zorro, no es que
no te quiera"... La gente fundamentaba esta extraña alocución de la
siguiente manera: "El propósito es de reconciliarse con toda la socie-
dad de zorros por haber cazado a uno de los suyos. Si el cazador trata
bien al zorro cazado éste se resignará a su suerte y no se quejará ante
sus semejantes. Así el cazador tendrá la perspectiva de volver a atra-

52 LISTA (b): 138 dice, refiriéndose en términos generales al modo de cazar


de los haus: "Para matar las otarias se valen de garrotes, pues sólo emplean sus
armas contra los guanacos, zorros y pájaros, cazando algunas veces estos últimos
con trampas muy ingeniosas".
53 La "curiosa estratajema para cazar las focas" aue probablemente SEGERS:
66 mismo ideó era desconocida a los ,- )1:'hain. I ammen COJAZZI: 57 menciona la
caza del león marino.
54 Véase COJAZZI: 55 y GALLARDO: 201, así como otras descripciones en pág. 195.
par pronto a otro zorro." El comportamiento de los indígenas me re-
veló a las claras cuán afectos eran a esta costumbre (cf. GALLARDO: 189).
En las últimas épocas muchos indios piden prestada al estanciero
una trampa de hierro con la que cazan zorros, cuya piel dan
en trueque por otros objetos. En el invierno de 1923 di al joven AMBRO-
SIO una trampa, pues tenía gran interés en procurarme una piel sana.
La pus() con cebo fresco en un lugar donde había observado muchas
pisadas. Apenas clareaba, la curiosidad y la perspectiva del obsequio
prometido lo hacían salir para echar un vistazo a la trampa. Durante
seis días consecutivos volvió cada mañana en silencio, esforzándose
por ocultar su decepción que, empero, se reflejaba én todo su compor-
tamiento. Para no desalentarlo aún más, yo no decía palabra. Al sép-
timo día irrumpió jadeante en el campamento trayendo consigo un
ejemplar de singular belleza. Como reguero de -pólvora la noticia se
difundió por todas las chozas: "¡las, lats. . .!" Tendió la presa sobre la
nieve deslumbrantemente blanca delante de -mi choza: era un macho
espléndido en su piel de invierno espesa color marrón aherrumbrado.
Sólo en la pata derecha, que había quedado atrapada, se podían ob-
servar ligeras escoriaciones. Mientras aún estaba en la trampa AMBRO-
sio le había puesto el lazo al cuello y lo había estrangulado.
Antes de que yo pudiera quitarle la piel, Maese Raposo debió ser-
vir largo rato de divertimiento a la juventud india. Todos los chiqui-
llos querían tomar la cabeza del zorro entre sus manitas y hacer pasar
entre los dedos las cerdas de su bigote. Todos lo acariciaban entre ex-
clamaciones de admiración. Otros colocaban sus patas en todas las po-
siciones imaginables y le levantaban la cola, que volvía a caer sola; fi-
nalmente un chiquillo atrevido tomó todo el zorro, colocó sus patas
delanteras en torno al cuello y lo tuvo abrazado largo tiempo, como
una niña que juega con su muñeca. Luego volvió a tender el zorro en
la nieve y el juego comenzó de nuevo. Toda la chiquillada india del
campamento se había congregado alrededor de este divertido juego.
De pronto nos sobresaltó el ladrido fuerte de los perros, pues dos hom-
bres salían de la choza e iban de caza. Sólo entonces reparé en lo que
estaba sucediendo y me ví cubierto de copos de nieve recién caídos;
feliz, abstraído de todo, estaba sentado allí en el corro de la simpáti-
ca muchachada india, en placentera conversación con el difunto Maese
Raposo y no había reparado en que ya hacía rato que suaves copos de
nieve revoloteaban a nuestro alrededor. Siempre me gustaba estar allí
1■
111111111111r jugaba la inocente chiquillada indígena, aunque no nos queda-
o lugar más que el espeso manto de nieve o el lodo.
Cuando, por fin, empecé a desollar el animal, los pequeños bribo-
no dejaron de expresar ni por un momento breves palabras de
tierna compasión por el zorro muerto: "Pobre zorrito, ahora estás
muerto ... ¿Al fin te tocó a ti? Ya le quitamos la piel a más de uno
de tu familia y hoy te llegó el turno ... NO nos lo tomes a mal, tu
piel es suave y abrigada, es lo que necesitamos en el frío invierno...
Querido zorrito, ojalá pronto cacemos a otro de tu familia, que tendrá
la misma suerte que tú. ¡No te enojes por eso!"... En el campamento
había una buena provisión de carne de guanaco por lo que, mientras
MUR 1/91.
yo desollaba el animal, INXIOL iba cortando pequeños trozos de carne
de zorro y se los arrojaba a los perros. Antes de esto TENENESK me
había pedido que le diera un pernil y lo colocó sobre el fuego para que
se asara. Lo mordisqueó un poco, como quien mete en la boca un bo-
cado para probar, y volvió a escupir la carne. El indio no halla placer
en la carne de zorro. "Es por probar algo distinto alguna vez", dijo.
En general la carne de zorro se dejaba de lado. Cierto es que en al-
guna ocasión alguno que otro mordisqueaba un trozo de esta carne,
pero lo hacían más como estimulante que para aplacar el hambre; só-
lo en caso de extrema necesidad se alimentaban con ella.

4. La caza de aves

Todo el territorio fueguino es muy rico en aves; las costas tienen


sus especies particulares; en los pantanos, los lagos y las lagunas vi-
ven otros pájaros. El selk'nam siempre se muestra selectivo y,
por consiguiente, no echa mano de cualquier ave que tenga cerca. Dice
rotundamente refiriéndose a las lechuzas, los flamencos y muchos pe-
queños animales: "Tienen muy poca carne, no vale la pena tomarse el
trabajo de cazarlos." No obstante, de tanto en tanto le agrada comer
un asado de ave para variar o como estimulante del apetito. Entre la
gran variedad de aves marinas sólo elige cormoranes o, muy de vez
en cuando, gansos marinos y pingüinos; la carne de las otras, en par-
ticular de la gaviota, le resulta muy dura. Ni siquiera toma estos tres
grupos como alimento permanente, porque le repugna el gusto a acei-
te de pescado. Deja totalmente de lado las aves de rapiña diurnas. No
ocurre lo mismo con las numerosas ocas silvestres, cuya carne le agra-
da más y que persigue con mayor frecuencia. Lo mismo le da que se
trate de cualquiera de las cuatro especies de Cloéphaga, aunque en-
tran en consideración principalmente kokpómée (C. poliocephala) y
ticílnu.T (C. magellanica). Por ello no volveré a mencionar más abajo el
hecho de que, de tarde en tarde, cace una lechuza o algunos papaga-
yos (Microsittace ferrugineus) de un flechazo o dispare la honda con-
tra una bandada de patos, ostreros (Haematopus ater) y bandurrias
(Theristicus melanopis), pues no le proporcionan más que un asado
ocasional. Al comenzar el verano a veces va a la caza de aves jóvenes.
El selk'nam encuentra placer en perseguir las ocas silvestres y pa-
ra ello se sirve de una trampa de lazos para aves = ae'ent'elx. Llamo
así a un cordón fuerte de tendones trenzados = yarlegyu.T de 25 a 45
m de largo, del que se sujetan por ambos lados, y a cortas distancias,
varios lazos corredizos cortos de barba de ballena élkameéen.
El cabo inferior [proximal] más grueso de cada uno de estos lazos co-
rredizos está sujeto, pero sin ajustar, al cordón; el otro cabo, que lle-
va la pequeña corcheta del lazo corredizo, es un trocito agregado a la
tira de barba de ballena, que permite que se doble más, por lo que, al
cerrarse, el lazo no deja abierto más que un orificio muy pequeño
(Fig. 65).
Esta cuerda larga se coloca en lugares que frecuentan las ocas
silvestres, vale decir junto a estanques y lagos soleados cuyas orillas
están cubiertas de pasto fresco. En parte los lazos de barba de balle-

Fig. 65. Gran trampa de lazos para aves.

na están tendidos a ras de suelo, en parte sobresalen un poco en for-


ma irregular. Cuando la bandada de gansos se posa en este lugar, va-
rios animales no tardarán en enredarse el cuello o las patas en los di-
versos lazos, que se cierran más cuanto más tiran de ellos. Como ti-
ran en diversas direcciones, es imposible que los animales arrastren
consigo la larga trampa que se ha colocado en el pasto sin asegurarla
por ningún medio. De ordinario el indígena acecha en un escondite cer-
cano cuál será su suerte de cazador y, cuando unos cuantos animales
se han enredado, los abate con un palo, después de que los demás ha-
yan huido volando asustados. No es raro que, al poco tiempo, la mis-
ma bandada u otra se pose en el mismo lugar y nuevamente algunos
animales queden enredados en los lazos. Con esto el indio se da por
satisfecho y regresa a la choza. Son pocos los que poseen esta valiosa
trampa de lazos para aves; los otros la piden prestada de vez en cuando.
En algún lugar que suelen frecuentar las ocas silvestres el
fabrica una especie de estacada. En línea recta o descri
un arco poco pronunciado, el hombre hunde en la tierra varias es
cas o ramas de 25 a 35 cm de largo, a distancia de unos 25 cm. A
cada una ata un lazo de barba de ballena o de cordón de tendón, y le
da una posición favorable. Las aves se mueven en su dirección acos-
tumbrada y cuando atraviesan la estacada quedan aprisionadas en los
lazos. Siguiendo el mismo principio el indio también coloca estas es-
tacas alrededor del nido donde está empollando una pareja, que, al
atravesar esta especie de cerco, se enreda en un lazo.
De noche el indio coloca hábilmente el lazo corto para
aves = t'liz encima del nido de una oca silvestre durmiente. Se
aproxima sigilosamente, hunde en la tierra la corta estaca de la que
cuelga el lazo corredizo de barba de ballena de unos 60 cm de largo
y, abriéndolo bien, lo coloca cuidadosamente sobre el borde del nido.
Cuando el gran animal se endereza introduce el cuello en el lazo, que
se cierra.
Digamos de paso que el indio se muestra aún más hábil cuando
se acerca de día a las ocas silvestres dormidas y las coge con la mano.
Si le parece conveniente, incluso construye con ramazón y follaje
un escondrijo bajo, a manera de choza, en el lugar al que las ocas sue-
len acudir a pastar. Allí se ocultará. Maneja con destreza el lazo la r-
g o para ave s, llamado igualmente Veis, esto es, el mismo lazo corre-
dizo de barba de ballena que ata a la ptuita superior de una estaca larga.
Desde su escondrijo lo pasa cuidadosamente sobre la cabeza de un ave
que se encuentra erguida, da un fuerte tirón y la atrae hacia sí para
torcerle de inmediato el pescuezo. Pese a ello, las demás ocas silves-
tres suelen quedar allí unos instantes más, lo que en ocasiones le per-
mite cazar algunos otros animales ". Si acostumbran salir de las aguas
en algún lugar determinado de la costa, el cazador construirá allí el
escondrijo donde aguardará su llegada.
Si varios animales se encuentran muy cerca unos de otros, tam-
bién suele arrojar contra ellos piedras de cierto tamaño con la hon-
da, apuntando a sus cabezas. El golpe violento volverá inconsciente al

55 El indio no emplea más trampas que los lazos de barba de ballena o de


cordón de tendón mencionados. Me resulta incomprensible a qué se refiere DABBENE
(a): 71 al hablar de "trampas con huesos de ballena para cazar aves".
animal, que, por un instante, no podrá emprender vuelo. Esto le da
tiempo para apoderarse de él y retorcerle el pescuezo. Nunca dispa-
rará flechas contra ocas silvestres.
En días nublados, neblinosos y lluviosos, cuando estos animales se
acurrucan entorpecidos y duros de frío, varios hombres se unen para
emprender una caza en común y parten al anochecer. El éxi-
to es más seguro en horas de la noche. Cada uno se provee de un
garrote del largo de un brazo, que descorteza para
carbonizarlo superficialmente sobre el fuego. El pro-
pósito es únicamente ennegrecerlo para que su color
claro no espante a los animales. Una que otra vez tam-
bién participan mujeres en esta caza. Ellas, al igual
que los hombres, llevan consigo una especie de an-
torcha = §égterLos aborígenes meridionales echan
mano de dos o tres trozos de corteza del largo de un
brazo, en cuyo interior colocan un tizón blando, en-
cendido en uno de sus extremos. Moviendo esta an-
torcha suavemente la mantienen encendida, evitando
a la vez un resplandor fuerte. Una vez que se han arri-
mado lo más cerca posible de la bandada de ocas sil-
vestres dormidas, sacuden vivamente la "antorcha"
que sostienen en la mano izquierda, de modo que los
trozos de corteza empiecen a arder y se levante una
llama. Arremeten entonces contra los animales asus-
tados y enceguecidos y los abaten a golpes, mientras
estos revolotean locos de espanto. Si corren hacia la
laguna los indios los persiguen, agitando sin cesar
la antorcha y el garrote. El producto de esta caza, que
siempre corona el éxito, se recoge a la luz del día si-
guiente.
Con mayor frecuencia en el norte que en el sur,
se utiliza una antorcha específica = klA, en lugar de
los trozos de corteza (Fig. 66). Las ramitas cortas y
delicadas de Empetrum rubrum se unen, formando
un bulto de un largo que no exceda el metro y del
ancho de una muñeca y se rodea este bulto de un
cordón de juncos trenzados en espiral. Se hará arder
sin llama un extremo y, sólo al encontrarse cerca de
las aves, se sacudirá violentamente para que se levan-
te la llama. Mientras los hombres abaten a garrotazos
a las ocas silvestres asustadas, se mantienen en ab-
soluto silencio.
La búsqueda de cormoranes puede resul-
tar en alto grado arriesgada. Para dormir estas aves
escogen peñas escarpadas o bancos de arena elevados,
Fig. 66. La antorcha en los que han practicado innumerables huecos. Pa-
ra alcanzarlos, el indio generalmente tendrá que atar-
se con cuerdas, y descolgarse luego desde arriba. En noches muy os-
curas introduce la mano en un nido y, con un hábil manotón, toma del

1111111111111~~1~111~111~
pescuezo al ave dormida; y antes de que ésta pueda alzar la cabeza
del plumaje ya le ha atravesado el pescuezo de un mordisco. De este
modo evita cualquier ruido que pudiera despertar a otros animales.
El cazador o bien cuelga el ave muerta del cordón que lleva alrededor
de la cadera o la deja caer y la busca a la luz del día. De esta manera
recoge un buen número en muy poco tiempo, pero la empresa resulta
a menudo muy peligrosa. De ahí que, en la medida en que lo permi-
tan las condiciones del lugar, varios hombres se reúnan y sorprendan
a los cormoranes que duermen a la intemperie con las antorchas a
que nos hemos referido, los aturdan con el resplandor de las llamas
y los abatan con los garrotes. El indio pone de manifiesto gran au-
dacia, pero aún más ingenio y destreza, cuando caza aves 55 .

5. Cómo pescan los hombres con red y con sedal

Las condiciones naturales de la tierra natal de los selk'nam no re-


sultan favorables a la búsqueda extensa de peces, en particular al ar-
mado de nasas para peces ". Tampoco se conoce el anzuelo propiamen-
te dicho. No obstante, en las múltiples lagunas y bahías del norte se
encuentran algunas especies de peces que atrapan el cebo. El indígena
ata un hilo delgado a una vara larga y sujeta, sin más, un trocito
de carne al cabo suelto. Igual que cuando se pesca con caña, hunde el
cebo en el agua y espera que algún pez pique. Luego da un fuerte ti-
rón y generalmente logra sacar el pez. Algunos peces cortan la cuerda
de un mordisco y se alejan a nado o largan el cebo mientras sube el
cordel. LISTA (b): 138 vio este modo de pescar también entre los haus
del sur.
La gente que vive cerca de la desembocadura de un río, lugar po-
co frecuente de hallar, pesca con grandes redes = 14'u (Fig. 67.
Cfr. pág. 267) que alguno que otro hombre posee. Se espera a que la ma-
rea alta llegue a su punto máximo, pues en ese lapso muchos peces se
internan profundamente en el cauce de río con el agua de mar. Según
cuál sea el largo de la red, de tres a ocho hombres se introducen en el
agua, cerrando el arroyo o el río de través. Todos toman el borde in-
ferior de la red con el dedo gordo de un pie y el borde superior con
la mano izquierda, estiran la red tirando en forma regular y remontan
lentamente el río. En la mano derecha tienen un garrote o una vara
larga, ya sea para golpear a los peces o empujarlos contra la red. A
buena distancia de esta corta hilera de hombres, en dirección al cur-
so superior, algunos jóvenes se introducen en el cauce del río y re-
mueven las aguas con varillas o estacas. Avanzan hacia la red empu-

56 Estos diversos tipos de caza de aves aparecen descritos por AGOSTINI: 279,
BEAtivout (b): 204, BRIDGES (h): 210, COJAZZI: 56, DABBENE (b): 251, GALLARDO: 192,
LorkirtoP: 83, POPPER (a): 106, SEGERS: 67, WIEGHARDT: 36, entre otros.
57 Los "obstáculos hechos de ramas" que menciona GALLARDO: 204 no pueden
considerarse nasas para peces propiamente dichas; mis informantes nada sabían
de ellos.
jando a los peces delante de sí. Otros arrojan grandes piedras desde
la orilla. Cuando los peces quedan aprisionados en las mallas de la red
extendida, que de inmediato comienza a sacudirse violentamente, un

Fig. 87. La gran re d

hombre los toma con la mano y los arroja a la orilla, o bien todos qui-
tan los dedos del pie de la red y la levantan, la cierran y sacan los pe-
ces. En la orilla otros hombres y muchachos y, muy de vez en cuando,
mujeres rematan con el garrote a los animales, que todavía se agitan.
La red, sostenida en posición vertical, actúa como una barrera en
la que quedan aprisionados los peces más grandes, de modo que la
pesca suele ser abundante. En el interior de la Isla Grande no existe
la posibilidad de hacer uso de esta red, y donde la hay es raro que se la
aproveche ".
La descripción precedente demuestra que el hombre es quien rea-
liza la principal contribución al mantenimiento de la familia. En par-
ticular, la caza del guanaco requiere un esfuerzo físico considerable,
que las mujeres no están en condiciones de realizar. Al indio se lo ve
prácticamente siempre en camino, para proveer a su familia de la can-
tidad de carne necesaria y evitar que padezca hambre; durante los po-
cos días que dura la provisión se permite descansar, dedicándose a
tareas más livianas. Jamás, empero, podrá suspender toda actividad.

6. Cómo buscan alimento las mujeres


Lo que la mujer aporta a la alimentación de la familia es tan re-
ducido en cantidad y tan irregular que no se puede contar con ella.
Sabrá arreglarse durante las raras ocasiones en que por pocos días de-
berá alimentar sola a su familia por razones de fuerza mayor; no así
por períodos más prolongados. Siempre que sea posible y necesario se
unirá a otra familia o grupo. Así es que su ocasional contribución cons-
tituye más bien una variación bienvenida, aunque exigua, dada la mo-
notonía de la carne cotidiana de guanaco o cururo, pero no un suple-
mento imprescindible o considerable que complete la provisión que
el hombre procura sin cesar. Su actividad es la recolección en el
sentido propio de la palabra, ya que tanto el suelo como
el clima resultan impropios para horticultura o agricultura de cualquier
tipo. Tampoco está obligada a efectuar la recolección de la misma ma-
nera que el hombre está obligado a ir constantemente de caza, sino
que ella y los suyos acogen de buen grado un cambio ocasional de
dieta y, siguiendo este impulso, recogerá lo que es propio de la tem-
porada. Carece totalmente de utensilios especiales para esta tarea.
a) Alimentos animales: a las familias que viven junto a la costa
les vienen de maravilla las grandes almejas Voluta y en ciertos para-
jes también los abundantes Mytilus. Éstos se arrancan con la mano,
con un trozo de pizarra chato semejante a un cuchillo o con una es-
taca fuerte terminada en punta = §u:kIák y se recogen en cestillos. En
cuanto a las primeras, se sacan de la arena húmeda con las manos o
con estacas 59 .
Es comparativamente mucho más frecuente salir en busca de pe-
queños peces de mar. Salvo en una reducida extensión en el

58 Este procedimiento de pesca aparece mencionado en BORGATELLO (c): 54,


30JAZZI: 57, DABBENE (b): 250, GALLARDO: 204, LISTA: 138, SEGERS: 69 y otros.
59 Con razón, en las numerosas huellas de pies sobre la extensa orilla de
Balda Inútil MARGUIN: 498 reconoce la presencia de personas que buscan animales
marinos. "Si le compement est prés de la mer, les moules, les oursins, les gros
:Tabes et les coquillages fournissent amolement aux besoine de toute la famille."
sur, el fondo del mar desciende muy gradualmente en toda la costa
oriental, al punto de que en caso de bajamar el agua puede llegar a
retirarse hasta 2 km de distancia. En innumerables charcos, peces del
largo de una mano quedan adheridos a la parte inferior de las piedras
bajas, a la espera de la marea alta. Cuando la marea está baja las mu-
jeres y niñas recorren estos charcos, descubren los animales que han
quedado allí y los atraviesan con la azagaya de pesca. Su corta punta
de hueso tiene un solo diente (pág. 227) que impide que el pez ensarta-
do se escurra. Se pasa un cordón de juncos trenzados por la boca y
las branquias y se los acomoda en una hilera muy apretada. Así es
que con veinte a treinta pescados la mujer forma una corona comple-
ta, que llevará a la choza 6°. A veces los peces también se recogen en
cestillos o en la bolsa de cuero 61 . Rara vez un hombre busca peces de
la manera mencionada, pidiendo prestado para ello el pequeño venablo
a su mujer o a su hija. Por lo general es poco el pescado que se con-
sume. "Estos indios comen poco pescado y no se dan mucho trabajo
para conseguirlo, limitándose solamente a recoger el que la marea al
retirarse ha abandonado" (SEGERS: 64).
En primavera las mujeres y muchachas recorren las rocas de la
costa y las orillas del mar, los pantanos y los prados en busca de h u e-

Fig. 68. Agracejo con bayas. 3/5 tam. nat.


vos de ave, que recogen en sus bolsas de cuero y cestillas. Los
hombres nunca participan de esto. Si un indio da por azar con un nido
con huevos los saca a veces, pero es más frecuente que señale luego
el lugar a su mujer o su hija, quienes se dirigirán allí.
Sustancias vegetales: la explotación del mundo vegetal es tan
y precaria que no entra en consideración en la vida económica.
La descripción de la recolección de peces que BANKS redactó en enero de
1769 coincide a tal punto con mis propias observaciones, que nada deberá modi-
ficarse en ella (reproducida en MM: XXXIV, 112; 1900). Cf. COJAZZI: 57 y GALLAR-
DO: 203. BEAUVOIR (b): 205 exagera la participación de los hombres en esta activi-
dad. Nunca, en cambio, "se alimentan de los peces muertos que el mar a veces
lleva a la orilla", como sostiene BORGATELLO (SN: IV, 197; 1898).
61 No pude comprobar lo que menciono a continuación (en SN: XIX, 46;
1913): los indios "pasan un tendón de foca por las branquias y boca de los peces.
Forman así una corona que llevan alrededor de la cadera". Llevan en la mano
el cordel con los peces ensartados.
LA I

En esto precisamente se reconoce la naturaleza misérrima de Tierra


del Fuego. Sea como fuere, las pocas sustancias vegetales que el indí-
gena ingiere le sirven de estímulo y variación del gusto.
A todos les gusta desprender las bayas maduras de las espe-
cies de Berberis,= maéé,s, (Fig.
68) y de Empetrum rubrum =
wasa.x de las ramas, y metér-
selas de inmediato en la boca.
Uno que otro llega a tal avidez
que difícilmente pase delante
de un arbusto sin arrancar al-
gunos frutos 62 Lo mismo vale
.

para las bayas de Pernettya


mucronata = §ékwh, de Ribes
magellanicum = Ititgrjto y de
la planta rastrera Rubus geoi-
des = ata. No hay otros fru-
tos sabrosos o comestibles, y
aun éstos contienen poco azú-
car. El que dé con el olten fres-
co = Taraxacum magellani-
cum, diente de león, separa la
Itoopt., auatratis planta de la raíz y come las ju-
Daus. gosas hojas junto con el tallo.
Tampoco allí falta el Apium
australe, un tipo de apio = gitá,
en terreno salino,. Al masticar
las hojas y los tallos el indio
experimenta una sensación re-
frescante muy agradable; en
cuanto a las raíces, las tuesta
levemente en la ceniza y las
Fig. 69. La raíz comestible. 173 tam. nat. come. Por su gusto dulzón sue-
le desenterrarse entre las pie-
dras de la orilla la raíz jugosa de Boopis australis, Calyceraceae = sól
o sós, (Fig. 69), cuyo tamaño es el de una zanahoria; "los indios la co-
men cruda y sin condimento con toda avidez" (DEL TURCO; BS, 1904).
En el tercio caluroso del año los indios siempre encuentran algu-
nas especies de hongos y setas que les agradan. Con excep-
ción de Cyttaria, es raro que las recojan y, menos todavía, las buscan
a propósito en el bosque. De algunas especies secas, leñosas, no hacen
caso. Por el contrario se recoge la tan frecuente Cyttaria Darwinii
t'qjn (ver CUNNINGHAM 83). Crecen en las protuberancias nudosas del

62 Esto llamó la atención de HOLMBERG (a): 80 con respecto al comportamien-


to de su acompañante indio, pero, de cualquier modo, habrá de considerarse
excepcional.
63 Carece de sentido la presunción de GALLARDO: 179 de que en el pasado los
selk'nam no comían las bayas negras de este arbusto, pues temían que les oscu-
recieran el color de la piel.
árbol Nothofagus, son esféricas, entre
blancas y amarillentas y su diámetro os-
cila entre 1 y 5 cm. El paladar de los in-
dios las prefiere cuando todavía tienen
consistencia correosa, parecida a la go-
ma o la gelatina. Se introducen en la boca
sin ningún tipo de preparación. Las mu-
jeres y niñas ensartan muchos de es-
tos hongos en una varilla del largo de
un brazo, en un hilera muy apretada, y
los acercan al fuego para que se sequen,
pues así se los guarda para el invierno
y se los protege de la humedad. Para pa-
sar el rato también desprenden de las
ramas las duta, Cyttaria hookeri, del
tamaño de una arveja y la forma de una
pera, que se encuentran dispuestas en
hileras, y las mastican.
Con todo, pueden pasar semanas en-
teras sin que una mujer coma hongos y
más aún sin que un hombre los pruebe.
El hecho es que para los selk'nam fru-
tos y hongos no son más que un suple-
mento ocasional, que no les parece de
ningún modo un manjar y de los que
pueden prescindir sin más.
Saben dar una preparación sabrosa
a las pequeñas semillas de
Descurainea canescens (antes llamada
Sisymbriuin antarcticum) = tai, que se
encuentran en toda la Isla Grande. Las
pequeñas silionas secas se muelen entre
las palmas de la mano, se recogen las se-
millas del tamaño de una cabeza de al-
filer, se aplastan entre dos piedras lisas
y se amasa el polvo aceitoso con los de-
dos. De ordinario se tuestan antes sobre
piedras recalentadas y se mezcla la hari-
na con aceite de león marino. La masa
de color chocolate tiene un gusto dul-
zón que agrada mucho a los niños. Pero
tampoco a esta comida complementaria
insignificante se le da la menor impor-
Fig. 70. Jaramago antártico. 3/4 tancia pues, cuanto más, se introducirán
tam. nat. sólo dos o tres granitos del tamaño de
una arveja en la boca, pues las pequeñas
semillas no rinden mucho ". (Fig. 70).

64 Sin ninguna justificación otros viajeros hacen gran bulla en torno a ello,
111118111111~1111•18111~

Comparado con las grandes cantidades de carne que al indio le


brinda permanentemente el mundo animal, el alimento vegetal desem-
peña un papel tan secundario en la alimentación que no cuenta en lo
más mínimo en la vida diaria. Lo determinante en este caso es el sa-
bor, cuando alguien echa mano por casualidad de algunas bayas u hon-
gos. Pero el indio recoge realmente los reducidísimos productos vege-
tales que pueden masticarse, por escaso que sea el placer. Entre los ani-
males realiza una cierta selección en la medida en que desdeña los
que son demasiado magros y las aves de rapiña diurnas; los primeros
le ofrecen poca carne, en tanto que éstas le producen repugnancia por
alimentarse de carroña. Los habitantes meridionales rechazan instinti-
vamente al cururo, y el guanaco es el animal que cubre sus necesida-
des vitales en mayor medida. Todo lo que los selk'nam han ideado y
siguen respetando en materia de métodos de caza demuestra su alto
grado de capacidad mental y destreza física.

F. El modo de alimentación
Cierto es que en su búsqueda de alimentos el indígena extiende
la mano para tomar prácticamente todo lo que su precaria tierra pue-
da ofrecerle, pues de esto depende. De cualquier modo sigue siendo
selectivo, repara en el sabor y en una preparación adecuada de los ali-
mentos, sabe dominarse aun cuando siente hambre y no llena el estó-
mago en forma instintiva, como los animales, para satisfacer necesi-
dades naturales. Su actitud frente a la vida está determinada por el
escaso rendimiento de su tierra natal y es así como carece de muchas
cosas que el europeo considera imprescindibles. De esto deducimos
cuán elevado es el sentido de adaptación y la frugalidad de los selk'nam.
No ha de tomárselos por apáticos e insensibles, incapaces de fina sen-
sibilidad, poco amigos de acceder a un modo de vivir más cómodo y
más digno, por no haber logrado una organización económica mejor
y más favorable, pues su medio es tan pobre que ni siquiera les brin-
da los requisitos elementales para crearse asentamientos estables, para
no hablar de la fabricación de vasijas de barro y utensilios de metal.
Todo lo que se les ofrece para cubrir sus necesidades vitales lo apro-
vechan al máximo, de la manera más adecuada y completa.

1. Diversas limitaciones
Si enumeramos todo aquello de lo que prescinde el selk'nam re-
conocemos sorprendidos cuán poco tiene a su disposición y con cuán-

llegando a considerarlas algunos como el pan. Entre ellos BEAUVOIR (b): 205, BE-
NIGNUS: 231, DABBENE (a): 71, GALLARDO: 173, GIGLIOLI (b): 262, POPPER (d): 154,
SEGERS: 64, WIEGHARDT: 36. A otros productos del reino vegetal se refieren con ma-
yor exactitud. BARCLAY (a): '72, exagera cuando afirma que una raíz determinada
y el apio se comían como protección contra el escorbuto. GALLARDO: 181 sostiene
erróneamente que, en casos de hambruna, los indios mastican ramas blandas.
ta modestia se aviene a ello. Aun sin abundancia ni variedad es feliz
y su forma de vida es sana. De diversas maneras arranca a la natura-
leza, por mera apropiación, lo que ésta puede ofrecerle para su sus-
tento; no influye personalmente en el mundo vegetal ni animal para
ver aumentar su productividad. Vale decir que se mantiene en total de-
pendencia en lo que respecta a la búsqueda de alimentos y se sabe ex-
puesto a toda suerte de contratiempos que no puede prevenir, pues
resulta imposible acopiar provisiones en forma segura o tomar cuales-
quiera medidas de prevención a largo plazo.
Como ya se dijo, el selk'nam no puede contar en modo alguno con
plantas alimenticias. Carece totalmente de productos agrí-
colas y hortalizas, de tubérculos, raíces, cereales y frutas como com-
plemento digno de mención para sus comidas. Los pocos hongos, se-
tas, bayas, raíces, semillas y frutos que ocasionalmente lleva a la boca
no le significan más que una variación de sabor pasajera. El azúcar
o cosas dulces sólo le son conocidos a través de aquellas pocas sus-
tancias vegetales, pero le resultan agradables. Hoy en día los indios se
procuran el azúcar en las estancias y la consumen con prodigalidad;
tanto los niños como los adultos se deleitan mascando higos POCOS.
Como su alimentación se reduce al consumo de carne, 1( indíge-
nas no sienten necesidad de s a 1 , 6 ' que no les costaría mucly, co•
seguir. Algunos jóvenes de tendencias modernistas aceptan en las (.
tancias la comida de los trabajadores blancos y no suelen salarla, ya
que incluye por lo general mucha carne cocida. Rechazan la pimienta,
los condimentos, el vinagre, etc. Tampoco yo echaba de menos la sal
cuando debía contentarme exclusivamente con el asado fueguino. El
selk'nam no conoce ni necesita estimulantes ni condimentos de nin-
gi tipo.
Aquí viene al caso mencionar que tampoco son afectos al t a b a-
c o . Los primeros navegantes ya habían observado lo que mucho más
tarde pudo constatar BARCLAY (a): 74, "they have a horror of tobacco
or other drugs" y que yo también pude comprobar. Es cierto que, en
la actualidad, alguna vez un hombre, pero jamás una mujer, se intro-
duce un cigarrillo en la boca, pero sólo en presencia de un blanco. No
lo hace porque el fumar le dé placer, sino porque no quiere parecer
"atrasado" cuando aquél fuma y por no despreciar el pequeño obse-
quio que prácticamente todo europeo le ofrece de inmediato. Cuántas
veces vi a alguno de ellos fumar únicamente mientras el extraño es-
taba presente; apenas le había dado la espalda arrojaba el cigarrillo.
TEN ,sx había hecho acopio de una buena cantidad de paquetitos
aco y cigarrillos, que se cubrían de moho porque permane-
cían allí durante semanas enteras sin consumirse. Mis amigos indíge-

65 Lo mismo vale para las dus tribus vecinas, que también dependen exclu-
sivamente de una dieta de carne. Cfr. Coorsa: 187 y GALLARDO: 168.
nas se extrañaban de que yo no fuma-
ra, pues para ellos era propio de todo
europeo; pero como no me veían fu-
mar, tampoco ellos lo requerían y así
me ahorré más de un estorbo. Me ex-
plicaron terminantemente que "como
los europeos fuman también nosotros
lo hacemos, aunque no nos guste."
Cierto es que conocí a un hombre jo-
ven que fumaba con fruición.
Se mantienen en vigencia determi-
nadas prohibiciones alit"
ticias, que únicamente convi
determinadas personas en condiciones
particulares durante cierto tiempo y
que responden a consideraciones de
tipo sanitario o educativo, pero no má-
gico, supersticioso ni ritual 66. Princi-
palmente no persiguen otro fin que
una restricción de la cantidad habitual.
La única bebida que el selk'nam
conoce es el agua. Por lo general
la recoge en el hueco de la mano
de un arroyo o un pozo; rara vez se
tiende en la tierra, mete la boca en
el agua y sorbe el agua como los ani-
males. Hay veces que enrolla la gran
Fig. 71. Concha de Voluta. hoja de senecio formando una espe-
cie de embudo y saca agua con ella.
Si lo permiten el tiempo y las circunstancias los aborígenes del norte
sacan el agua con una gran concha de Voluta (Fig. 71) o con la bolsa de
cuero (Fig. 72) que acercan inmediatamente a la boca para beber
de ellas. El que ha apagado la sed vuelve a llenar el receptáculo para
llevar algo de agua a los demás en la choza. Nunca se conserva agua
en ella, pues la bolsa de cuero no la retendría por mucho tiempo. En
épocas de invierno la obtención de agua es -más cómoda, pues se ex-
tiende un trozo de cuero cerca del fuego y se coloca encima una gran
bola de nieve; cuando se ha derretido se bebe esta agua de deshielo.
Poco importa que sea desabrida.
El indio construye por lo general su choza cerca de un arroyo o
pantano. De no ser así, cava un hoyo de escasa profundidad en una de

66 De esta manera rechazo el punto de vista de COJAZZI: 147, quien presenta


la abstinencia de determinados alimentos "come una practica superstiziosa che
rientras nell' ambito delle azioni religiose", pues no deben comprometerse a res-
petarla los padres en el nacimiento de un niño, ni los muchachos ni las niñas
durante las conocidas pruebas de iniciación. GALLARDO: 174 sostiene injustificada.
mente que las mujeres y niños no toman la sangre del guanaco; en realidad tienen
poca oportunidad de acceder a la sangre fresca.
las tantas depresiones de terreno y sin
mayor esfuerzo dará con agua. Si apa-
rece turbia o fangosa introduce en él
grandes manojos de musgo o pasto,
que actúan como filtro. Los selk'nam
no tocan el agua impura o lodosa,
sino que esperan pacientemente hasta
que se haya purificado. Por lo gene-
ral beben con mucha frecuencia y po-
ca cantidad por vez; nunca les parece
demasiado tría el agua, sino que, por
el contrario, también tragan la nieve
y el hielo. El pozo habrá de ser tan-
to más grande cuanto mayor sea el nú-
mero de personas que sacan agua de
él. Lo cavan con las manos y con va-
rillas terminadas en punta o utilizan
como pala el ancho hueso omóplato
del león marino o del guanaco.
A los selk'nam les habría sido im-
posible fabricar una bebida a 1-
c o h ó l i c a, pues para ello les faltaba
lo más imprescindible. Ya desdeñaron
probarla cuando los primeros nave-
gantes se la ofrecieron. Luego mu-
chos estancieros y colonos intentaron
atraerlos mediante esta argucia, pero
Fig. 72. Bolsa de cuero para agua. BARCLAY (a): asegura que "twenty
years of unscrupulous trading has not
"quered their aversion to spirits, even when members of the tribe
have for a time accepted work among white settlements." A qué pun-
to resisten todas las tentaciones de los blancos fue algo que observó
el gobernador SEÑoREr: 32 que reconocía que tenían una "temperancia
verdaderamente incorruptible" 67 . Cierto es que en la actualidad puede
darse, aunque muy rara vez, que un hombre joven se emborrache, pa-
ra ponerse a la par de los blancos, que lo incitan; los hombres de más
edad y las mujeres no pueden habituarse a las bebidas alcohólicas y
las rechazan. Todos abominan de la borrachera.
Por el contrario, estiman el café muy azucarado, pero menos el
mate. No hay leche y, aunque al destripar un guanaco hembra nada
le costaría al indio vaciar la ubre llena, jamás lo hace. Son pocos los
que prueban actualmente la leche condensada o la de las vacas intro-
ducidas en la región. En cambio saben proporcionarse otro pequeño

67 Más arriba, en pág. 150, reproduje su juicio acerca de las numerosas per-
sonas llevadas a Punta Arenas: " ... Bien digno de notar es el horror o repug-
nancia que tienen estos indios por toda bebida alcohólica. Jamás en Punta Arenas
durante los seis o siete meses que quedaron en el Pueblo en contacto diario con
la población, se vio a un indio en estado de ebriedad. Aunque se les ofreciera
cerveza u otros licores, siempre rehusaban".
placer en primavera y otoño. Cuando en los troncos dQayas jd
la savia circula con más vigor, desprenden un trozo ancho de corteza,
pasando, sobre la parte que queda al descubierto, un cuchillo de piedra
sostenido horizontalmente o una valva y presionan para que salga la
savia dulce y abundante = k'ogkejlt- de las fibras blandas y blancas. La
parca madre naturaleza tampoco les ofrece estimulantes propiamente
dichos, especias ni condimentos, a pesar de que ya carecen de tan-
tas cosas.

2. Cómo preparan sus alimentos


Los selk'nam son exclusivamente carnívoros. Lo poco que el mundo
vegetal les ofrece lo ingieren sin preparación ninguna. Únicamente mue-
len las semillas de Descurainea y las mezclan con grasa. Asan toda la
carne sobre el fuego o la cuecen en la ceniza, pues carecen de todo tipo
de ollas o recipientes. Aunque hay veces que calientan un poco de agua
en una valva de Voluta, ésta no puede utilizarse para cocer alimentos.
Lo esencial para el selk'nam es la carne de guanaco, pese a que en
el norte predomina la carne de cururo. La carne siempre está colgada,
fuera de la choza, pues no tardaría en podrirse en la proximidad del
fuego.
El que siente hambre corta el trozo que le agrada y lo arrima al
fuego. Si no desea esperar mucho juntará varias brasas con una estaca,
colocará el trozo encima, le dará una o dos vueltas y se lo comerá sin
dilación. Estas lonjas de carne son aproximadamente del tamaño de
dos manos y de un grosor de 2 a .t cm. Si se desea que algún trozo más
grueso resulte jugoso se lo cuelga de una estaca terminada en punta =
wánikutt que se hunde en la tierra cerca del fuego, inclinándola le-
vemente en dirección a la llama. Se van orientando hacia la llama suce-
sivamente la parte superior, la inferior y los costados para que el trozo
de carne se ase de manera uniforme. Pero nunca se deja que se rese-
que. Precisamente por ello se escoge un pedazo grueso, pues si bien las
capas exteriores se encogen pronunciadamente y casi se queman, la
pulpa queda rosada y jugosa. No se estima la carne de un animal flaco
o viejo. La grasa de la cavidad abdominal del guanaco tiene mejor sabor
si se come cruda; la de otras partes del animal se asa de la manera
mencionada. Para no desperdiciar nada de ella se la, coloca sobre una
valva o un omóplato que hace las veces de plato = téhuke y se recogen
las gotas que van cayendo. Mientras la carne se asa a fuego lento, la
mujer suele hallarse sentada al lado, pues es ella quien prepara a me-
nudo la comida para cada miembro de la familia. Como los selk'nam
no conocen comidas a horas fijas, casi todo el día hay asado sobre el
fuego de las chozas, pues comen muchas veces y a cortos intervalos.
Nunca se come la carne cruda. La grasa de guanaco, tanto cruda como
asada, sienta mucho mejor que la grasa de carnero o sebo de vaca, que
suelen ocasionar a los indios trastornos digestivos.
Los cururos y los peces, así como también las aves, a las que se han
arrancado las plumas grandes y quemado las pequeñas, suelen destri-
parse y cocerse en la ceniza ardiente. Los mejillones se dejan en ella
hasta que, por generación de vapor, revientan y están entonces bien
cocidos. Algunos paladares finos saben preparar toda la cabeza del gua-
naco cociéndola a fuego lento; con sumo placer consumen el cerebro
estofado. Asan los trozos de tocino de ballena o león marino a fuego
lento hasta que estén tostados. A los huevos de ave les hacen un peque-
ño agujero en la cáscara y los dejan en la ceniza caliente hasta que es-
tén duros como la piedra; aunque ya hayan sido empollados hace tiem-
po su contenido tendrá un rico sabor. Rara vez sorben un huevo crudo.
Al asado le dan varias vueltas, ya sea con los dedos, las tenazas o alguna
estaca, hasta que esté cocido.
Todos conocen y buscan los bocados que más les apetecen. Los
manjares predilectos varían según la región: los haus solían ser más
afectos a los animales de mar, los aborígenes meridionales casi exclu-
sivamente al guanaco y los septentrionales a los cururos y las aves.
Nadie desprecia cierto tipo de morcilla = xám, que el cazador afortu-
nado confecciona, apenas ha destripado el animal (pág. 281). Recoge la
sangre fresca en la cavidad abdominal y la vierte en un trozo de tripa;
asa este chorizo en la ceniza ardiente y lo pincha con frecuencia para
evitar que reviente. El color, a medida que va cambiando, le dirá cuán-
do debe sacarlo. A veces el cazador renuncia a este bocado exquisito
y lo lleva crudo a la choza para darle a otro una alegría. Tanto si se
asa, tuesta o cuece la carne, ello se hará sin ningún aditamento, sin
salarla ni condimentarla.
Me resulta incomprensible cómo estos indios logran destrozar
con los dientes y tragar los trozos de carne tan calientes que apenas
pueden sostenerlos con los dedos. También pude ver cómo tragaban
a continuación un poco de hielo, nieve o agua para refrescarse la gar-
ganta. En vista de que comen frecuentemente durante el día, hacen
desaparecer a diario apreciables cantidades, y un guanaco grande no
suele durarles más de cuatro o, cuanto más, cinco días si se trata
de una familia de seis miembros 68 .

3. Cómo conservan sus alimentos


Nadie dudará de que los selk'nam viven al día, pues carecen de
todo lo que les permita proveerse para largo plazo mediante un trata-
to de servación de los alimentos. Sólo para unas pocas semanas
eden car pequeñas cantidades al aire o conservarlas hermética-
te cer das.

68 La preparación de los alimentos es descrita en forma más o menos deta-


llada por BARCLAY (a): 72, BORGATELLO (C ): 55, COJAZZI: 58, DABBENE (b): 249, LISTA
(b): 137, GALLARDO: 170, MARABINI (BS 1897), SEGERS: 67 y otros. Desde luego cada
miembro de la familia tiene libre acceso a la carne cruda, pero, por regla general,
la mujer la asa para aquel que tiene hambre. Los desechos se queman o se arro-
jan a los perros.
il~11-1~~
De antemano el indio desecha toda posibilidad de conservar el pro-
ducto de su caza, porque ello le traería molestias innecesarias de toda
índole y nada lo urge a hacerlo. Semana a semana puede ir de caza, pese
a que en algunas jornadas la provisión llegue a escasear, por el mal
éxito de alguna partida de caza. Por eso deberá partir de caza a tiempo.
Por lo general, suele haber vecinos cerca que le permitirán que se
prepare un asado al fuego en caso de necesidad y no lo rechazarán
hasta que vuelva a intentar fortuna en la caza.
Aunque la ocasión se presente propicia, el cazador nunca mi,Fará
más de la cantidad necesaria de animales, pero tanto más dispuesto
y generoso se mostrará en lo que respecta al reparto del botín. Acaso
piense que se le hará participar a su vez de un botín de caza particular-
mente abundante o que, por lo menos, recibirá algo de todo lo que
traiga a casa su vecino. La ayuda mutua espontánea libera a todos de
la preocupación por el futuro, y del esfuerzo por conservar de una ma-
nera especial determinadas cantidades de alimentos. En realidad el
selk'nam no tiene que temer graves períodos de penurias. Le significa
una satisfacción particular, más aún, una necesidad inculcada por la
educación, dar participación a los vecinos de sus propios goces. Al me-
nos el amor propio lo impulsará a ello, pues un cazador afortunado es
estimado y amado, e incluso servido y cuidado, por todos. No se acos-
tumbra que alguien invite a muchas personas a un gran festín, pero,
en cambio, enviará tanto como le sea posible del botín obtenido a los
vecinos más cercanos" y ofrecerá a los huéspedes, no invitados pero
siempre bienvenidos, los bocados más sabrosos. "Les agrada tener vi-
sitas que les acompañen a comer" (GALLARDO: 177).
Si un cazador logra apoderarse de un botín de caza muy abundante
y no halla a su alrededor suficientes personas para distribuir todo,
corta los animales enteros en trozos grandes que cuelga de un árbol de
copa alta o introduce entre las horquetas de un árbol. De ordinario
cuartea el guanaco o el león marino y cuelga cada cuarto del tendón
de la pata cerca del tarso, como lo hacen nuestros carniceros. Más co-
mún todavía es que corte al animal en cinco partes, la mayor de las
cuales corresponde al tronco y pescuezo. Lo protegerá de las aves ro-
deándolo por completo de una capa espesa de follaje de Nothofagus
betuloides, que luego atará. Eleva el pesado trozo mediante una correa
de cuero para ponerlo a buen resguardo de los zorros y exponerlo a una
fuerte corriente de aire. De esta manera la carne se conservará fresca
por varios días, particularmente en invierno; luego la bajará evitando
todo desperdicio ".
Si la pesca ha sido masiva se destriparán de inmediato todos los
animales y se les pasará un hilo de junco por la boca y la branquia,

69 Al educar a los jóvenes se hace hincapié en la ayuda recíproca, y el al-


truismo se cuenta entre los mayores méritos de un ser humano. Cf. los consejos
que a menudo y en diversas ocasiones se dan a los niños.
70 Es cierto que L. BRIDGES (MM: 87, 1899) piensa que la carne conservada
sobre los árboles "in a year's time they take it clown and eat it, after cooking";
pero la carne no podría conservarse durante tanto tiempo ni su propietario la
dejaría sin consumirla.
para colgarlos en la choza a gran altura, donde el humo y el calor pue-
dan secarlos. Pero, al cabo de pocos días, ya se habrán comido todo
este pescado. Los pedazos de grasa de ballena o foca se introducen en
los pantanos o en el lodo, y se colocan encima garrotes o tarugos de
madera para aumentar su peso; luego se cubren con piedras o terrones
de césped. "El agua marrón del fango mejora el sabor" dicen los indios.
La provisión no se dejará allí durante más de cuatro semanas, de miedo
a que pueda descomponerse. Siguiendo el ejemplo de los yámana, los
haus llenan trozos cortos de tripa con grumos de grasa de foca para
licuar el contenido junto al fuego; atarán ambos cabos como si fuese
una salchicha.
Si bien efectivamente los selk'nam preparan cantidades reducidas
de determinadas sustancias alimenticias para conservarlas durante unos
pocos días 7!, ello no significa previsión alguna a largo plazo y„ me-
nos aún, almacenamiento para períodos de penuria. El propósito es
más bien impedir que se pudra lo que sobra y mejorar el sabor. Pue-
de ocurrir que, casualmente, una mujer lleve consigo de diez a veinte
hongos Cyttaria secos, durante semanas enteras, en su bolsa de cuero,
pero estos casos no son dignos de mención.

4. Son selectivos
Muchas veces se ha reparado en la importancia que dan los selk'-
nam al buen sabor de sus comidas. Así se explica la selección que
hacen de los animales, la preferencia que dan a ciertas partes y el esme-
ro que ponen al asar o tostar. El indígena no introduce indistintamen-
te en la boca todo lo que es comestible; por el contrario, hay veces
que rechaza lo que agrada al europeo, como ya lo pudieron comprobar
los primeros navegantes ". No es, por supuesto, un espectáculo placen-
tero contemplar al indio cuando come, pues suele tomar un trozo de
carne con ambas manos y arrancar bocados con los dientes, pero no
sabe hacerlo de otra manera ".
Nunca se cansa de la carne de guanaco, probablemente porque
siempre se prepara asados jugosos con trozos frescos. Yo mismo no la
encontré en lo más mínimo desabrida pese a ser la única carne que
comí durante varias semanas y faltarle todo ingrediente; tiene el sus-
L
oso " st. a salva' la carne de ciervo y es tan tierna como
me de era. ame tierna y anca del cururo se asemeja
el sabor ante a la del conejo doméstico. Nos referimos al más

71 GALLARDO: 171 y SEGERS: 66 hacen algunas breves referencias al respecto.


72 El hecho de que conservan su libertad de elegir lo relata últimamente
SEctss: 61, pues "les ofrecimos galleta, que introducían en la boca, pero que no
comieron, escupiéndola en seguida en el suelo. El bacalao seco que les dimos fue
devorado en el acto con avidez".
73 Injustificadamente GALLARDO: 173 opina que este modo de comer resulta
desagradable al indio mismo. Con respecto a esto presenta en la página prece-
dente de su libro una fotografía, evidentemente "en pose", que puede haber to-
mado L. BRIDGES.
grande Ctenomys magellanicus y al más pequeño, Reithrodon chinchi-
lloides que se designan indistintamente con los nombres de cururo y
tucotuco. El hecho de que el aborigen meridional lo rechace no se debe
más que a cuestión de sensibilidad o imaginación; "profesan el más
profundo desprecio por este roedor, que no comerían aunque estuvie-
ren extenuados por el hambre" (SEGERS: 66), desprecio que sigue vi-
gente hasta el día de hoy. Prefieren dejar de lado la carne de zorro y de
aves de rapiña diurnas, pues éstos se alimentan de animales muertos;
para muchos la carne de aves marinas y focas resulta demasiado acei-
tosa. Jamás comen carne de perro. Sólo echan mano de la carne de
caballo o de vaca en caso de hambruna. A algunas les gusta la carne
dulzona de los potrillos, en tanto que otros la desdeñan.
Algunas de las siguientes reglas de cocina dejan traslucir
el hecho de que el selk'nam puede ser un goloso "gourmet". En primer
lugar cada uno cuida atentamente el trozo de carne seleccionado, para
que se ase al fuego o estofe en la ceniza a su gusto y preferencia. "No
debe asarse demasiado tiempo porque no es bueno si se reseca", dicen.
De ahí que se la deje algo cruda en su interior. Con más cuidado aún
se atiende el cocido de la codiciada morcilla, en la ceniza ardiente, para
que quede blanda. La carne más estimada es la de guanaco y aves jó-
venes y gordas. La grasa de guanaco cruda se come bien; por el contra-
rio, la de carnero no se come más que asada y de día, ya que de noche
cae mal. El caracú de guanaco es un manjar que nadie desdeña; toma
la piedra que tiene más a mano y, martillando, quiebra al hueso y sor-
be la médula. No es raro que, después de echarle una ojeada, el cazador
deje tendido un animal muy viejo, herido por una flecha, aun escasean-
do los víveres. Estos primitivos aman la carne fresca; apenas cazan un
animal, arrojan a los perros los trozos de carne que llevan varios días
colgados. Si han dejado en el bosque algo de carne, que sólo está un
poco reseca pero, por lo demás, en buen estado, prefieren intentar ca-
zar otro animal; si fracasan, recurrirán a dicha provisión. Nunca de-
secan la carne para conservarla. Todo observador queda sorprendido
de cuán caliente comen los selk'nam el asado, en especial el de foca,
aunque saben bien que los yámana lo prefieren frío. El pescado deberá
asarse y comerse de inmediato, porque más tarde su sabor no es tan
bueno. Con mucho prefieren los hongos carnosos recién recogidos a
los secos. Tratan de mejorar el sabor de los trozos de grasa de ballena
introduciéndolos en agua lodosa por un breve período. Lo que más es-
timan es el pescuezo de guanaco, que el hombre mordisquea con gran
satisfacción; asimismo la grasa que rodea los riñones, la tripa gorda,
el corazón, la ubre, y, en último término, como manjar especial, el seso
cocido en la ceniza y la morcilla, al gusto de cada uno. El marido y la
mujer, los parientes y amigos se preparan sorpresas regalándose estos
deliciosos bocados.
Los indios son muy susceptibles con respecto a ciertas cosas y, en
este caso, ponen de manifiesto una aversión insuperable. Decidi-
damente arrojan de sí todo lo que está sucio de estiércol u orina ani-
mal, y no lo ingieren siquiera después de lavarlo a fondo ni en caso de
hambre. Al principio rechazaban la carne de gallina y de cerdo en la
misión recientemente establecida "perché vedevano che questi animali
si cibavano anche di escrementi umani" (Conzzi: 62). Las fuertes ema-
naciones de la lana de guanaco no les molestan, pero un olor a podre-
dumbre leve e incipiente, proveniente de un trozo de carne que acaso
estuvo expuesto al calor dentro de la choza, los inducirá a cortar un
buen trozo en torno a la parte descompuesta y a arrojársela a los perros.
Les agrada el olor y el gusto del tocino de ballena, que a nosotros nos
repugna, pero no tardan en reparar en la descomposición de las capas
superiores bajo la acción constante del aire, y las eliminan de inme-
diato. Esto les permitirá seguir alimentándose de esta ballena por mu-
cho tiempo. Se equivocaron de plano los que atribuían a los selk'nam
un gusto por la grasa de ballena en descomposición 74 Los habitantes
.

de la costa evidencian temor frente al pescado que ya no es fresco;


puede ser que conozcan casos aislados de intoxicación ".
Indiscutiblemente sus aparatos masticatorio y digestivo evidencian
una sorprendente resistencia. No me adhiero en absoluto a las expresio-
nes desmedidas de algunos viajeros, tales como HOLMBERG (a): 59 y
F. A. CooK (d): 96 76 . Los selk'nam ponen constantemente en práctica
el autodominio para no pasar por glotones a los ojos de los de-
más y para mantener el cuerpo esbelto; soportan con resignación los
períodos de alimentación mínima, y en pocos casos se llenan el vientre
hasta no dar más. Pero efectivamente necesitan alimentarse abundan-
temente y prefieren la carne fresca entremezclada con grasa, en parte
por la acción del tiempo frío y húmedo que excita el apetito, dado su
modo de vida movido, y en parte por verse obligados a alimentarse ex-
clusivamente de carne. Quien los observe alimentarse repetidas veces
y, cada vez abundantemente, en el curso de todo el día les atribuirá de
inmediato un hambre leonina. Particularmente en invierno aun a mí
me parecen absolutamente insaciables, y esto explica que no respeten
determinados horarios de comida, que la escasez de provisiones en la
choza no tarde en hacerles emprender una nueva partida de caza y que
la restricción en la cantidad de alimentos para el candidato en las ce-
remonias Klóketen o la muchacha en su primera menstruación consti-
tuya un saprificio tanto mayor. Sé por propia experiencia la cantidad
desacostumbrada de carne que todos necesitan a diario en aquellas la-
titudes 77 . Significa una ventaja que todos posean una dentadura fuerte

Las Vibras de MARABINI (BS; 1897) parecen incomprensibles: "Acuden


los perros al olor de la carne muerta (de una ballena), y sin más instru-
os que sus dientes, se ceban en aquella gordura cruda que a los civilizados
uciría náuseas ...".
75 A principios de 1887, por ejemplo, se produjo una grave situación entre
los aborígenes meridionales que hablan ingerido tocino de ballena sin advertir
su mal estado. El pastor LAWRKNCE nos relata acerca de ello el 25 de marzo de
1887 (MM: XXI, 173).
76 Aduce: "La glotonería de los onas es ilimitada (en períodos de abundancia).
Comen mientras haya carne y luego volverán a pasar hambre. Así es que su vida
consiste en breves festines que alternan con prolongadas hambrunas". Ningún
observador atento avalará esta afirmación.
77 Mencionaré al paso que en algunos tejidos animales que los selk'nam in-
gieren en cantidad se halla vitamina C, vale decir, la vitamina "antiescorbútica".
282 EGUNDA P

y resistente, no obstante lo cual mastican poco. Una vez entrada la


noche y hasta el día siguiente no se come.
El modo como los indios se alimentan nos parece sumamente cu-
rioso y diferente del nuestro. Con seguridad debieron irse adaptando
a él en el curso de varias generaciones, pues es el único posible allí
debido a la escasa prodigalidad de la naturaleza. De cualquier modo,
esta alimentación incompleta a base de carne preparada deficientemen-
te ha permitido el desarrol0 de su cuer~plffifffljRo ymp;~--jw.z
tente y longevo.

G. La inquieta vida nómada


Los selk'nam han sabido acomodarse a su espacio vital tal cual lo
exigían sus necesidades físicas y psíquicas. La total dependencia del
medio inalterable que los rodea no les permitió más que estructurar
su actividad económica en base a la apropiación, debiendo atenerse a
lo dado en la explotación de los elementos y alimentos de la naturaleza,
muy limitados en cantidad y en cuanto a posibilidad de selección. Pe-
ro el hecho de haber sacado el máximo provecho de esto, de haberlo
transformado dé la manera más adecuada y sometido a sus fines con
absoluta funcionalidad pone de manifiesto una capacidad espiritual
sobresaliente y un accionar genuinamente humano. Su actividad eco-
nómica está planificada, y constituye el grado más elevado de adap-
tación al medio.

1. ¿Por qué son un pueblo en constante movimiento?


Como fuente accesible de alimentos únicamente entran en consi-
deración los animales que viven en libertad, que nunca aparecen en re-
baños de muchas cabezas, sino aisladamente, o en pequeñas manadas
que cambian constantemente de lugar. Por constituir la búsqueda
de alimentos la actividad principal, la familia, como unidad eco-
nómica, deberá seguir, por así decirlo, a los animales de caza, por lo
cual resultan totalmente impropios los asentamientos estables de du-
ración prolongada, al igual que la convivencia permanente de varias fa-
milias en el mismo lugar (pág. 176). Por consiguiente, toda la tribu está
dividida en familias aisladas, que establecen entre sí lazos laxos sobre
la base del parentesco.
Cada familia construye la choza en el lugar que le resulta apropia-
do, y vuelve a desarmarla con total independencia de los demás, pues
todos sus afanes se centran en la obtención de alimentos, y a esta exi-
gencia natural responde incondicionalmente. Los esposos suelen po-
nerse de acuerdo acerca del viaje ya la noche anterior y, a primera
hora del día siguiente, estarán en pie. Conocen palmo a palmo el dis-
trito de caza que los rodea, que es posesión de toda la parentela; segu-
ros de hallar lo que buscan, atraviesan bosques, valles y estepas con la
mirada atenta y el oído aguzado al máximo. Su comportamiento para
rastrear las presas es consecuencia de su total dependencia del mundo
animal que los rodea. No hay rastro o huella que pasen por alto, y sa-
ben interpretarlos de inmediato. Determinan cualquier sonido con exac-
titud y toman decisiones rápidas que les dictan las circunstancias. Su
don de observación, increíblemente agudo, les ha proporcionado un
conocimiento completo de su tierra natal hasta en los detalles más ínfi-
mos; por ello es que pueden contar con que segura y casi regularmen-
te habrán de obtener cierto éxito en la caza.

Fig. 73. Caminan por el agua baja de la orilla.

La choza se levanta rápidamente y sin esfuerzo en el lugar con-


venido por los esposos, al que la mujer suele llegar primero por haber
elegido el camino más corto y cómodo. No deberá ser una vivienda de
fabricación complicada, pues para ello falta el tiempo. Para los pocos
días que habrán de permanecer allí bastará una estructura precaria que
les sirva de protección, donde pueda mantenerse encendido un fuego
uniforme, junto al cual entren en calor y asen la carne según las nece-
sidades de cada uno. No significa pérdida ni perjuicio que haya que
abandonar al poco tiempo la choza construida, puesto que ha cumplido
debidamente su función para el breve período en que la provisión de
carne existente les permitió permanecer en un mismo lugar.
rzos to los ens es do "sticos habrán
de reducirs mmim ,4 edida para MI dificult os continuos des-
plazamientos inevitables. A emás de las indispensa es prendas de ves-
tir, cada uno lleva consigo únicamente los pocos utensilios y armas
necesarios para la caza o las tareas ineludibles. A más de esto, y prescin-
diendo de las menudencias insignificantes que usan para su adorno
corporal, no poseen bienes duraderos. Pero cuando así lo requieren las
circunstancias toda persona está en condiciones de confeccionar para
sí lo que necesita. Aquí vale el principio: lo que alguien necesita se lo
fabrica. Esta capacidad hace al indígena sentirse seguro de sí mismo
y le da mayor confianza en sus propias fuerzas. Por saber valerse rá-
pidamente en cualquier situación, siempre y en todas partes, el indio
es independiente; de ahí que pueda vivir sin depender de los demás, y
cada familia prefiera vivir sola dado el modo de vida errante a que
está sometida. También se dedican todos al mismo tipo de búsqueda
de alimentos, por lo que no han podido prosperar las especializaciones
técnicas ni la división en grupos de artesanos. Ninguno posee más que
los demás ni lo desea. La relación entre las diferentes familias suele
ser básicamente pacífica; mediante el trueque se procuran lo poco de
que carecen. Como la familia es autosuficiente como unidad económi-
ca, su vida transcurre independientemente de los demás; esta forma de
vida es la única que permiten las condiciones naturales imperantes en
la región.

2. El indio en camino
El selk'nam no soporta la permanencia prolongada en un mismo
lugar, ya que los incesantes desplazamientos son su segunda naturaleza.
Éstos se ven facilitados considerablemente por la división de
t r abajo imperante [entre los cóuSruges] y la escasísima posesión
de bienes materiales. El hombre echa'mano del arco y la flecha, la mu-
jer carga con sus propios utensilios y el gran cobertor de choza junto
con el niño de pecho; en fila india avanzan hacia su meta (Fig. 73).
Más adelante me referiré a esto en detalle ", limitándome aquí a hacer
algunas indicaciones.
Como toda la Isla Grande estaba dividida en zonas que pertenecían
a las diversas familias unidas por lazos consanguíneos, el individuo se
veía limitado en sus andanzas por los l i n d e r os existentes.
Para atravesarlos necesitaba de un permiso general o especial. Varias
familias solían reunirse tanto para el trueque como para la caza, para
las visitas o las festividades en zonas ajenas. Los hombres y los jóve-
nes formaban un grupo especial e iban adelante; a cierta distancia les
seguía el tropel de mujeres y niños. Por lo general todos pertenecían a
un mismo grupo de parientes; un digno anciano, el llamado kemal, ha-
cía las veces de jefe, y su esposa, llamada comúnmente kgmal4n, ejercía
cierta influencia sobre el grupo de mujeres. En el lugar convenido,
adonde las mujeres solían llegar primero, a causa de que los hombres
iban tras la presa en el camino, se levantaban las chozas y todo el grupo
pasaba allí la noche.
Cuando una familia sola estaba en camino, el esposo solía
permanecer el mayor tiempo posible con la mujer y los niños, pues su
preocupación por ellos le impedía dejarlos emprender largas marchas
solos. Prefería ayudar a construir la choza y sólo entonces partía de
caza, sabiendo seguros a los suyos.
78 L. BRIDGES relata (en MM: XXXIII, 86; 1899) cómo ambos esposos se or-
ganizan para el viaje, repartiendo sus escasos bienes. Con toda tranquilidad afir-
ma: "The women are not to be pitied in spite of their loads: they are always
much fatter than the men". GALLARDO: 262 ha calculado el peso total que suelen
cargar entre los dos; esto nos permite darnos una idea aproximada, pese a las
múltiples fuentes erróneas. Ver DABBENE (b): 257, HOLMBERG (a): 58, MARGUIN:
498, DEL Tueco (BS; 1904), entre otros. AGOSTINI: 288 incluye la ilustración de "una
familia ona en marcha".
El grupo que sigue presta mucha atención a las huellas de sus
predecesores. Se comportan con gran temor al atravesar un río y siem-
pre escogen los lugares donde el agua no les pase de la rodilla. Si los
primeros no quieren esperar, después de cruzar cuidadosamente el río,
hunden un palo corto en la tierra en la parte de la orilla de más fácil
acceso, marcando así la dirección a los que siguen (véase GALLARDO:
394). Pero de ordinario vadean río abajo en diagonal, muy pegados
unos a otros en fila india. En dichas ocasiones el marido suele tomar
la carga de la mujer. DEL TURCO (SN: X, 146; 1904) pudo observar
cómo "algunos de los hombres más fuertes cargaban los niños a sus
espaldas, llevándoles así uno tras otro a la otra orilla". No se conocen
los puentes. En invierno se atraviesa la capa de hielo en línea recta.
Generalmente los indios omiten comer mientras están en cami-
no, pues no acostumbran descansar. Antes de partir, de mañana, se ali-
mentan bien y luego marchan sin comer hasta haber llegado a la meta.
A veces la mujer no lleva carne consigo, pues cuenta firmemente con
el botín que el hombre traerá al lugar convenido, donde ella lo espera
con los niños; a tal punto confía la gente en la fortuna del cazador. Si
alguna vez la suerte los abandona sabrán resignarse. El indio nunca se
queja por verse obligado a errar sin descanso, aunque a veces se deje
caer agotado junto al fuego de la choza.

3. El selk'nam en perfecta adaptación a su medio ambiente

Para concluir seguramente vale la pena emitir un breve juicio va-


lorativo sobre la actividad económica de apropiación
de estos indios. Es posible que el europeo considere que su existencia
es miserable y apenas digna de seres humanos, pues sus enseres domés-
ticos no podrían ser más escasos, y es imposible imaginar mayor pre-
cariedad de bienes y condiciones de vida. Pero no sólo los bienes mate-
riales hacen la felicidad del hombre, y cuanto menos posea el indio,
tanto más cómodo se sentirá cuando marcha a través de su tierra natal.
La naturaleza le ofrece lo suficiente para sobrevivir y aunque le cueste
más de un esfuerzo obtenerlo, lo considera una ocasión propicia para
desplegar sus facultades mentales.
Nunca estará sobrecargado de trabajo, pues toda tarea en la
familia se distribuye sobre las espaldas del marido y la mujer,
que se mantienen unidos en una comunidad tanto económica como es-
al. laillorigen lirno no es 'clavo de su trabajo, sino que
ueve ligemente, nada lo a t.1•Fun lugar fijo. Para él la lucha
la existencia es menos un sacrificio que un estímulo para una
actividad renovadora y vivificante, que también lo mantiene psíquica.
mente ágil.
Los selk'nam no hubieran podido organizarse de manera más
adecuada ni más cómoda de como lo hicieron en lo que atañe a la fa-
bricación de su vivienda, su indumentaria y su modo de alimentación;
asimismo las armas y utensilios que han ideado son sus auxiliares más
perfectos y cumplen acabadamente su función ' 9 . Todos sus bienes re-
velan una perfecta adaptación al medio aientellios
rodea. De ello surge la confianza imperturbable que tiene este abori-
gen en su propia capacidad y aspiraciones, por limitadas que sean.
Su entorno está totalmente sometido a él y él lo domina por completo.
Nada le falta para ser feliz, pues ha hallado la forma de equilibrar sus
ansias y el cumplimiento de las mismas; en la helada Tierra del Fuego
no hay lugar para la queja insatisfecha ni el malhumorado arrastrar
de cadenas existenciales, que se reflejan en el rostro de más de un euro-
peo hastiado de la vida. Este "salvaje" tan pocas veces apreciado' en lo
justo se alegra plenamente de su existencia, dado que al dominarla
puede disfrutarla. Puede poner a prueba toda su capacidad física y psí-
quica en el medio animado e inanimado que lo rodea y siempre triunfa
sobre él. Este triunfo es el que le da su altiva confianza en sí mismo,
que hace erguirse su bella estampa y que confiere a su mirada clara
el brillo penetrante que nace de la seguridad de su dominio sobre el
mundo inhóspito que habita. Es pues el afortunado accionar de las
fuerzas espirituales lo que eleva al hombre y ennoblece su ser; en cuan-
to a los bienes materiales le bastará lo más imprescindible. Los deseos
y aspiraciones del indígena entraron en armónica consonancia con su
precario ambiente; todo lo ajeno a él, lo que le fue traído recientemen-
te de fuera, ha resultado ser, en parte, poco adecuado y, en parte, de-
cididamente perjudicial. La indumentaria y alimentación europeas, así
como muchas otras modificaciones recientes, han paralizado y minado
en poco tiempo la fuerza inquebrantable de estas criaturas de la Na-
turaleza. Para el observador reflexivo, empero, será claro como la luz
del día que la organización y las reglas de vida antiquísima de nuestros
indios merecen un juicio de valoración absolutamente positivo, y que
no hay nada que las supere al compararlas con otras.
Cada pueblo pone de manifiesto su peculiar actitud frente a la
vida, que se ha ido configurando en forma orgánica hasta en los más
mínimos detalles, "a specific standard of life", una inserción armónica
de los bienes materiales en la naturaleza circundante, que, pese a su
inmutabilidad, da margen suficiente al libre juego del espíritu. Los
selk'nam, cuya vida económica es la más sencilla imaginable, lo con-
firman de manera más palmaria que aquellos pueblos primitivos que
habitan regiones más favorecidas.
Un cuadro vivo del período más antiguo de la historia de la huma-
nidad ha quedado conservado hasta el día de hoy en la actividad econó-
mica de estos indígenas, pues, en su estricto aislamiento, ni siquiera
llegaron a la etapa de predominio de utensilios liticos. El hombre siem-
pre sabe adecuarse de la mejor manera a lo que lo rodea y es así como
también los selk'nam confirman la ley general, que es válida al menos
para la mayoría de los pueblos primitivos: la naturaleza determina
casi ineluctablemente la forma económica que ha de desarrollarse en •
cada lugar de la tierra y a la que se une, en grado más o menos forzoso,
un orden social determinado.
" CRASHAW: XXIII ha expuesto magníficamente este estado de cosas y ya
GEORG FORSTER (a): 384 en 1774 se decidió, en una comparación con los yámana,
por los primeros.
TERCERA PARTE

Orden social y costumbres tribales

El orden social de los selk'nam se compone de muchos aspectos


diversos. Las partes principales son la vida familiar, la gradación del
parentesco, las instituciones de utilidad pública y el ordenamiento de
personas dotadas de los mismos derechos en grupos de parentesco
dentro de la tribu. Según las evaluaciones de la etnología moderna, el
orden social de nuestros indios coincide fundamentalmente, tanto en
los rasgos más llamativos como en los más sutiles, con el de otros pue-
blos primitivos.
Prevalece la familia monogámica. Falta todo orden jerárquico de
acuerdo al nacimiento o posición social. Tampoco existen diferencias
de clase, basadas en la propiedad o en habilidades de cualquier tipo.
Nuestros selk'nam ni siquiera han llegado a desarrollar el cacicazgo.
Los grupos emparentados se encuentran unidos por los vínculos de la
sangre, así como también por la posesión compartida de la tierra; apar-
te de esto, cada cual goza de su propiedad privada. Toda la nomunidad
vela por las antiquísimas costumbres jurídicas y virtudes tribales;
las transgresiones aisladas son dirimidas mediante guerras. El esta-
do primitivo actúa en su forma más manifiesta en la repetición de la
ceremonia de los Klóketen, existente desde tiempos mitológicos. La or-
ganización familiar y tribal real, las condiciones sociales y jurídicas
parecen haber alcanzado, en términos generales, nivel ético bastante
alto, y parecen estar asentadas en una predisposición de sana humani-
dad. La imagen general de este orden social produce un efecto muy
agradable.

A. Organización del matrimonio


Como elemento fundamental y unificador del conjunto del pueblo
fueguino se nos presenta la familia [biológica] predominantemente mo-
nogámica, que consta de padre, madre e hijos. A veces se les agregan,
en forma poco rígida, parientes solitarios. La unión conyugal no sólo
representa una comunidad de la propiedad, del trabajo, de la produc-
ción y del consumo, sino que, más allá de esto, es también una comu-
nidad espiritual de aquellas pocas personas que constituyen dicha uni-
dad familiar cerrada. De este modo la choza familiar se convierte en
el centro de toda actividad, con muy poca dependencia de los parien-
tes consanguíneos más próximos.

a. La preparación y celebración del matrimonio


No me ha sido concedido seguir de cerca el nacimiento y desarro-
llo del amor en dos jóvenes corazones indígenas, a través de t las
etapas, hasta llegar a la fiesta de bodas. Mis indicaciones yan
en referencias personales de boca de muchos adultos. El exa de
los juicios de informantes anteriores se nos impone de manera tanto
más urgente, por el hecho de que varios de ellos se apartan, en mayor
o menor grado, del estado efectivo de cosas. También debe tomarse
en consideración lo que en la actualidad han modificado, en la vida
conyugal de los indios, ciertas circunstancias exteriores. Pero el lector
no ha de esperar que se mencione aquí por separado cada opinión de
un viajero accidental. Ya sólo con la exposición bien fundamentada
que aporto de los hechos doy por refutadas las afirmaciones contrarias
de todos aquellos que se han manifestado acerca de las instituciones
conyugales de los indios selk'nam.

1. La edad para contraer matrimonio


En la enseñanza educativa y particularmente en la iniciación en la
vida sexual el indio nunca se adelanta al grado de desarrollo o madu-
rez corporal y espiritual del niño; para todo aguarda la edad adecuada
y la capacidad receptiva del joven ser humano en crecimiento.
A medida que los niños van creciendo, los mayores exigen con ur-
gencia cada vez mayor, una separación de ambos sexos. Los hombres
controlan con particular atención a cada muchacho.
A menudo los padres en sus enseñanzas o exhortaciones dejan caer
breves c oment a r i os sobre el estado matrimonial, que el hijo
o la hija habrán de elegir más tarde, lo que siempre ocurre sin la me-
nor importunidad o secreteo. Así escuché, por ejemplo, en cierta opor-
tunidad, cómo el padre aguijoneaba a su hijo, que contaba unos catorce
años: —"¡Esfuérzate más, así alcanzarás una mayor puntería con tu
arco! ¿Cómo podrías, de lo contrario, cazar más adelante una gran
cantidad de animales? Alguna vez tendrás mujer e hijos. ¡Entonces
necesitarás tener mucha carne!" Una tía le decía con cierta impacien-
cia a su sobrina, que no contaba más de doce años: —"¡Quítate esa
mala costumbre de contradecir constantemente; de lo contrario más
adelante te las pasarás peleándote con tu marido. ¡Eso no es propio
de una mujer!". De esta manera los mayores señalan, de manera inte-
ligente y persuasiva, que las habilidades prácticas y una autoeducación
severa garantizan para más tarde una feliz vida conyugal y familiar.
Los jóvenes, por su parte, se van familiarizando ecn naturalidad
con la idea de que ellos mismos alguna vez tendrán su propio hogar,
como lo tienen ahora sus padres y vecinos. A una niña de trece años
la madre le había encargado que cuidara a su hermanito, que apenas
tenía un año; pero el juego de otros niños había desviado su atención
de la pequeña. Cuando la madre regresó a la choza y vio que su hijito
menor se revolcaba solo en la arena, llamó a su hija en voz alta:
—"¡Ven aquí en seguida! No puedes dejar solo a tu hermanito ... ¡Pa-
rece que te aburres junto a él! ¿Acaso piensas que más adelante algún
etro protegerá a tus propios hijos si tú no te ocupas de ellos?"
Con el crecimiento paulatino, el joven selk'nam siente fluir a tra-
vés de su cuerpo la vida que bulle dentro de él, los p r o c es os pu-
ramente fisiológico de la pub e r t a d actúan impetuosamente sobre
el corazón y el estado de ánimo. Este brotar y crecer entre los jó-
venes se vuelve claramente visible a todo observador atento, a través
de una movilidad constante, inquieta y desabrida, una mirada perdida,
hipersensibilidad incalculable y repentinas oscilaciones en la vida aní-
mica. Pero lo que llega a prevalecer es aquel ansia tranquila, que a
veces se manifiesta impetuosamente, hacia el otro sexo. Un hombre
utilizó la comparación algo ruda: "Cada muchacho a esta edad se com-
porta en forma insensata como un león marino en celo". Yo mismo
recuerdo a dos muchachos que, de acuerdo con nuestro criterio, todos
llamarían ebrios de amor.
Estas manifestaciones aparecen con la misma intensidad en el es-
píritu de la joven núbil, sólo que sus sentimientos se expresan de ma-
nera menos llamativa frente al mundo exterior. En primer lugar, se
acrecienta un pudor exagerado que hace su aparición a esta edad y que
la hace apartar tímidamente el rostro frente a los muchachos que se
encuentran cerca, e incluso prefiera hacer un gran rodeo para eludir-
los, Este estado queda pronto superado. Algo más tarde, cuando algu-
nas jóvenes se encuentran juntas, y el hecho de sentirse acompañadas
leS infunde valor, los muchachos que pasan cerca de ellas o que las
miran desde cierta distancia, escuchan la risa estridente y los cuchi-
cheos desafinados, similares a los de nuestras adolescentes europeas.
Exactamente los mismos aspavientos, exactamente la misma actuación
consumac.a en el gesto y el movimiento aquí como allá. Padres o adul-
tos nunca objetarían nada contra esto.
En la medida en que esto ha podido ser comprobado, en esta épo-
ca no prevalece de ninguna manera el instinto sexual, sino que son
más bien necesidades psíquicas las que reclaman ser satis-
fechas. GALLARDO: 142 dedica las siguientes palabras a este predominio
de valores superiores en la convergencia de corrientes diversas: "El
instinto genésico ... en el (ona) es intelectual, no es sólo la bestia que
sacia su apetito, que llena una función animal... Ya en el ona flore-
cen y se difunden los sentimientos afectivos. Conoce la simpatía, las
nobles rebeliones del pudor, la compasión y el amor con sus angustias
y sus celos y el deseo del exclusivismo en la posesión de la mujer...
Y este grado de educación moral alcanzado en sus relaciones de sexo,
se debe principalmente a la mujer ona, en cuyo seno dormitan infini-
tas delicadezas." Yo me adhiero a este juicio acerca de los nobles sen-
timientos de una joven india. ,
Hasta que el joven no se haya sometido a las pruebas en las ce-
remonias secretas Klóketen, no puede contraer matrimonio. Él mismo
conoce estas condiciones previas, gracias a diversos comen-
tarios escuchados a su alrededor. Todos los adultos velan de la misma
manera sobre el fiel cumplimiento de estos antiguos principios. Una
y otra vez me repitieron que, sin ninguna excepción, no hay muchacho
que reciba por esposa a una joven antes de haber pasado por el apren-
dizaje requerido precisamente en las ceremonias Klóketen. Luego debe
esperar todavía aproximadamente un año; pues los hombres mayores
quieren vigilarlo cuidadosamente en su comportamiento frente a un-
do femenino, así como también controlarlo en cuanto a su fidel en
guardar los secretos que le han sido confiados. Ese año, que sigue al
abandono de la choza Klóketen, es para todos los muchachos la época
de una pronunciada fatuidad y de escenas galantes en presencia de
muchachas casaderas.
Si ya le resulta difícil al europeo determinar los años de nuestros
indios, el trazado de un límite de edad promedio para el ca-
samiento se vuelve aún más difícil en el caso de los muchachos, por
el hecho de que la admisión a las ceremonias Klóketen les llega a algu-
nos más temprano y a otros más tarde. En épocas anteriores se exigía
a los jóvenes una edad mayor, o bien una mayor madurez en el juicio
y, físicamente, en el crecimiento. Por ello el casamiento de algunos se
realizaba a veces ya a los dieciocho años de edad, mientras que otros
debían esperar hasta los veinticuatro años, pero la gran mayoría ya se
había casado a la edad de veinte años'. Esta es una edad favorable.
Los límites de edad que acabamos de trazar pueden aproximarse
un poco en el caso de las muchachas. En la medida en que, de acuerdo
al consenso general, las formas exteriores de la joven han alcanza-
do cierta plenitud, se la considera en edad casadera. La conformación
del cuerpo infantil presenta un sorprendente crecimiento a lo ancho
después de la primera menstruación, vinculado a una mayor plenitud
en las formas. Cuando se reconocía en la joven esta exuberancia cor-
poral, los parientes mayores probablemente le susurrarían al oído:
"¡Ahora pronto encontrarás un novio!". Nunca, en cambio, se habría
autorizado un casamiento antes de la primera menstruación 2 . La res-
puesta de una mujer mayor a mi pregunta fue clara y concisa: "¡Antes
una muchacha no puede ser madre!". Nuestros selk'nam no descono-
cen de ningún modo las condiciones previas naturales para la mater-
nidad. En término medio las jóvenes fueguinas se casan entre los quin-
ce y los diecinueve años'.
Otros viajeros dan como edad casadera para los muchachos una cifra algo
más baja que yo, basándose posiblemente en las condiciones actuales. Cf. DABBENE
(b): 255.
2 GALLARDO: 217 menciona que alguien había esposado "a una niña aún no
púbera"; pero algo semejante "ha sido muy mal visto, no sólo por los parientes
sino también por toda la tribu". Mis informantes no recordaban este hecho.
3 BEAUVOIR (b): 207, GALLARDO: 216 y COJAZZI: 27 indican cifras referentes
a una edad algo menor, pero éstas seguramente no corresponden en general con
A pesar de ello podía ocurrir que, alguna vez, un muchacho algo
vivaz e impetuoso, por galantear, le hiciera una proposición matrimo-
nial a una muchacha todavía sexualmente inmadura y siguiera mante-
niendo también las relaciones existentes. Pero para contraer matrimo-
nio se exigía por parte del muchacho, sin excepción alguna, su partici-
pación en el Klóketen, así como para la joven se exigía el comienzo de
la regla mensual. A esto seguía para el joven cierto tiempo de obser-
vación por parte de los hombres más maduros, y para la muchacha una
enseñanza reiterada acerca de la futura profesión de esposa y madre.
Ambos jóvenes presentaban, al contraer matrimonio, una buena con-
formación y madurez corporal.

2. El cortejo

La costumbre vigente en otras partes de concertar matrimonios


futuros para menores de edad no existe entre nuestros selk'nam; en
primer lugar, por el hecho de que rige una completa libertad en la
elección de la pareja y porque, además, ambas partes deben provenir
de regiones apartadas una de otra. En muchos casos, empero, según
me fue asegurado, preexiste una inclinación inocente que procede de
la niñez más temprana, y que se acrecienta con los años hasta alcan-
zar la unión definitiva de los que se aman: de este modo encuentran
su consumación juegos en un principio intrascendentes.
A la edad adecuada el pretendiente casadero debe ir él mismo
en busca de su pareja. Entonces comienzan los r o m a n c es propia-
mente dichos. Me resulta imposible reproducir la intensidad con que
el joven KAPRIEL daba a conocer en público su delirio de amor por su
elegida ELENA. Ante todo hacía resaltar sus cualidades corporales y es-
pirituales: "Es la muchacha más hermosa que jamás ha vivido aquí.
Querría apretarla continuamente contra mí y estar un día entero abra-
zado a ella. Podría permanecer días y noches junto a ella y no sentiría
ni hambre ni frío ni cansancio. ¡Qué risa tan bonita tiene! Vivir siem-
pre a su lado sería para mí la mayor felicidad; no existe una mujer
mejor. Puedo contemplarla día tras día, y sólo veo que es la más her-
mosa, la única que me gustal..." Durante todo el día sus esfuerzos
tendían a encontrarse con ella en algún lugar solitario. Sin embargo,
su comportamiento inquieto y excitado, las señales secretas y las furti-
vas y ocultas citas de ambos para encontrarse, después de hacer un
largo rodeo, en el escondrijo acordado, nada de esto escapaba a los
ojos siempre vigilantes de los mayores. En una ocasión, cuando ELENA
se dirigió una vez más a la fuente de agua —en estos días había reco-
rrido el camino con una frecuencia tres veces mayor a la acostumbra-
da— y después de mirar furtivamente a su alrededor se deslizó rápi-
damente en dirección hacia el bosque. Yo fingí no saber nada y le
pregunté a la buena de KAUXIA, que se encontraba sentada cerca de mí,

los usos antiguos; pues sólo muchachos bien desarrollados eran admitidos como
Klóketen y tan sólo después de este aprendizaje podían contraer matrimonio.
junto al fuego de la cabaña: "Dime, ¿por qué ELENA corre al bosque
tan apresuradamente?" Ella entonces, me lanzó primero una mirada
significativa; pero, poco después, lamentándose visiblemente de mi in-
genuidad, sacudió la cabeza: "¡Acaso no has notado todavía que ELENA
está locamente enamorada de KAPRIEL! Esos dos pronto se casarán,
por eso se les permiten ahora tales amoríos ... Pero esto no puede
seguir así por mucho tiempo. Cuando dos personas jóvenes se quie-
ren, actúan como éstos. Pronto contraen matrimonio". En este caso,
por casualidad, no tuvo razón. Por ser NANÁ, el padre de la muchacha,
un hombre poco confiable y sin carácter, la unión de aquellos dos ena-
morados se demoró por tanto tiempo que, poco antes de mi partida,
un joven chileno, favorecido por NANÁ, desplazó temporariam te al
joven indio y, provocando el enojo de los vecinos, comenzó cM,for-
ma de convivencia con ELENA.
Este ejemplo tomado de mi propia observación ilustra el hecho
general de que, a la propuesta matrimonial formal, precedía un roman-
ce más o menos prolongado. Como la novia nunca podía ser elegida
entre los parientes, sino que se daba preferencia a la elección de una
muchacha "de lejos ", el pretendiente o bien debía llevar a
cabo largas peregrinaciones o utilizar para sus fines la concurrencia
de varias familias en cierto lugar. Si se le presentaba una muchacha
adecuada y una voz interior lo impulsaba a actuar, aprovechaba de in-
mediato la ocasión. Sin embargo, como ya lo hemos señalado, a veces
resultaba decisivo en la elección de una pareja un amor, inclinación o
amistad ingenua anterior, que venía de la infancia. Quizá los dos se
habían encontrado por primera vez cuando niños, por ejemplo, en una
ceremonia Klóketen, que reúne a muchas familias durante semanas en
un gran campamento común. Tampoco son raras las visitas entre fa-
milias amigas. Cada vez que se presentaba más tarde una ocasión, es-
tos niños fortalecían su mutua simpatía. Cuando por fin los jóvenes
estaban en edad casadera (pág. 290) tenía lugar una petición de mano
propiamente dicha: el joven selk'nam pretendía a una muchacha del
mismo modo que lo hace nuestra juventud cuando desea casarse 4 .

Una petición de mano directa no parte nunca de la jo-


ven, a pesar de que muchachos favoritos son admirados en forma muy
llamativa y sus encantos constituyen el tema constante de conversa-
ción de las adolescentes fueguinas. Pero también en Tierra del Fuego
existen las miradas y los gestos expresivos, un retraerse, al tiempo que
se espera avergonzada; una elocuente tosecilla o risita, que puede fá-
cilmente entusiasmar al muchacho que busca un cariño, de modo que
ya no pueda abrigar dudas acerca de cuál es la muchacha que ha pues-
to sus ojos en él. Los coqueteos de la juventud femenina en Tierra del
Fuego sólo se mueven con recursos más modestos y dentro de límites
más estrechos; pero también esas celadas no dejan de surtir efecto so-
bre muchachos sexualmente maduros 5 . En casos aislados la doncella

4 BEAUVOIR (b): 207 afirma sin rodeos: "Cuando un joven quiere casarse, va
entre los de su relación ... a buscar la joven que le gusta". Con ello se alude a
grupos amigos.
5 GALLARDO: 216 también ha observado: "La joven ona que está en edad de
algo tímida deja que su propia madre, gracias a indicaciones certeras
adivine quién es el elegido de su corazón. La madre entiende tales su•
gerencias, y ella misma deja caer ciertos comentarios, destinados a los
oídos del muchacho en cuestión, que no dejan de tener efecto.
Con complacencia por más de un éxito, algunas mujeres me reve-
laron en qué forma metódica proceden allí las muchachas para ganar
en el campo del amor y obtener su objetivo.
Allí pueden encontrarse p r e t en di en t es de comportamiento
muy diverso, desde el torpe fanfarrón hasta el soñador loco de amor.
De acuerdo a su disposición personal cada uno exhibe sus supuestos
encantos: al joven le gusta fingir que no es fácil para un muchacha
cazarle en sus redes, como si tuviera el derecho de ser sumamente exi-
,

gente en la elección.
Este lujo podía permitírselo con creces el muchacho que se había
dado a conocer como un haRtpin o como un gran deportista. Especial-
mente las mujeres jóvenes le hacían la corte entusiasmadas. Después
de un triunfo en las carreras, por ejemplo, el joven se veía contempla-
do con miradas de admiración, que expresaban con más claridad que
palabras aquellas ansias: "¡Si tú fueras mi esposo!". Difícilmente un
hombre logra escuchar tales cuchicheos de la juventud femenina; hay
cosas que las muchachas sólo expresan cuando se encuentran entre
ellas. Pero hombres, tanto casados como solteros, me hablaron con fre-
cuencia de la adoración que cosechaba en todo el mundo femenino un
muchacho favorecido por la suerte en las competencias. Incluso muje-
res casadas se dejaban arrastrar a desvaríos.
Orgulloso de sus cualidades y triunfos tal muchacho soltero se
sabe fuera de apuros: ahora se muestra aún más exigente y, con una
lentitud sumamente torturante para más de una muchacha soltera, pa-
sea su mirada por entre las hijas de Tierra del Fuego en busca de aque-
lla que mejor podría satisfacer sus deseos. A veces se dedica a galan-
tear primero con ésta o aquélla, hasta que quizás al final contraiga
matrimonio con la compañera de sus juegos infantiles. También más
adelante, la mirada admirativa de más de uná mujer descansa sobre
semejante hombre bien formado, favorecido por la suerte en las com-
petencias deportivas, y reflexiona acerca de la suerte de la mujer que
puede llamar suyo a semejante esposo maravilloso.
Sólo inclinaciones sinceras libres de toda tra-
b a hacen que un muchacho extienda su mano hacia una esposa. A
r ekililo por"yil
hp dedicadoilace tiempo sus pensamientos
o a poco, inten s primeras 311P5ximaciones cariñosas a ella.
joven accede a su juego, al principio con timidez femenina, se
eden encuentros concertados a solas. Desde ahora está seguro de
la posesión definitiva de su amada 6 Así como el deseo de amar y ser
.

casarse se muestra amable y trata de hacerse simpática a todos". Tales empeños


son demasiado naturales en las muchachas, como para que faltaran a las adoles-
centes fueguinas o fueran poco corrientes en ellas.
6 BEAUVOIR (b): 207 relata el mismo curso de los acontecimientos con pa-
labras algo diferentes, pero cuyo contenido coincide en lo esencial con lo arri-
ba expuesto.
amado une a dos jóvenes corazones, este amor recíproco también
mantiene unidos a ambos por toda la vida 7.
En el círculo de hombres jóvenes de la misma edad las mucha-
chas cortejadas son un tema de conversación cotidiano.
Utilizando giros delicados cada uno sabe describir las excelencias de
la elegida de su corazón. En cambio, se escuchan juicios desfavora-
bles con respecto a otras muchachas, como venganza impotente por
rechazos sufridos o por sentimientos de rivalidad.
En algunos casos aislados, hay quien todavía puede quedar pro-
fundamente sensibilizado cuando algún otro ha logrado la posesión del
ser por él deseado. Recuerdo a HoTEx, a quien yo conocía de cerca.
En sus años mozos era de buena presencia. Ya muy temprano su in-
terés recayó en la hermosa y muy cortejada MATHILDE SOSYOLPANH,
hija de INxioL. Él provenía del norte, mientras que ella vivía en el sur,
junto al Lago Fagnano. Como HOTEX estuvo ocupado durante bastante
tiempo como peón en diversas estancias y no pudo actuar en el mo-
mento preciso, otro se le había adelantado y se había casado con esa
muchacha. HOTEX encontró otra esposa, a quien quiso con el mismo
sentimiento. Ella murió después de un año y medio de matrimonio, y,
poco después, murió su único hijo. El viudo ya no pudo encontrar una
esposa adecuada. Así despertó de nuevo el primer amor por MATHILDE
en él, y se acrecentó convirtiéndose en verdadero delirio amoroso. Ho-
TEx había podido conseguir algunos cabellos de aquella joven mujer.
Como vivió durante bastante tiempo en mi propia choza, pude obser-
var a menudo cómo sacaba este tesoro de una bolsita de cuero que
le colgaba del pecho, cómo lo miraba con devoción y lo besaba ansio-
samente; siempre llevaba consigo esos cabellos. Cuando descansaba in-
somne sobre su lecho, sus pensamientos se encontraban junto a aque-
lla mujer. Su comportamiento expresaba una ansia enfermiza por ella,
que al fin de cuentas, pertenecía a otro hombre. En una ocasión, cuan-
do volvió a dedicarse a las alabanzas de su MATHILDE, su mejor amigo
Tom le habló en mi presencia y con un tono de voz serio: "¡Todavía
te volverás loco por tus sueños de amor!". HOTEX se estremeció como
si despertara de un sueño. A pesar de ello nunca se acercó realmente
a dicha mujer. Si ocasionalmente llegaba al campamento donde se en-
contraba su choza, no dejaba de visitarla; pero su visita no duraba
nunca más que la que hacía a otras familias. Sin embargo, cierto
tiempo después, según me contaba TOIN, se revolcaba inquieto en su
lecho en noches de insomnio, como atormentado por un deseo vehe-
mente. Ella misma no tenía la menor idea acerca de lo que acongo-
jaba su alma. Sólo en dos ocasiones me mencionó su secreta inclina-
ción; sus amigos, exceptuando a Tour, no sabían nada al respecto.
El juego de los enamorados continúa dentro de lo posible en for-
ma ininterrumpida hasta que el muchacho pueda pedir en forma
expresa la mano de la joven. El comportamiento de una u otra par-

7 A pesar de que Acosrm: 281 dedica pocas palabras amables a la situación


matrimonial de nuestros indígenas, también él confiesa: "En la mayoría de los
casos el vínculo conyugal se origina por amor, que no sólo valora la conformación
corporal, sino también la moral".
te ya hace esperar de antemano una respuesta afirmativa o nega-
tiva: o bien los jóvenes se separan el uno del otro por su cuenta, o
reflexionan si tarde o temprano sus padres han de ser informados
acerca de sus intenciones. Un pretendiente rechazado por una joven
reacciona a veces, en su desengaño, con palabras injuriosas; en el
círculo de sus compañeros de edad las cualidades anteriormente ala-
badas se convierten ahora en objeto de su risa y desprecio. Quien cuen-
ta con el 'sí' secreto de su muchacha se muestra íntimamente satis-
fecho.
En forma diferente, de acuerdo con la peculiaridad personal y en
dependencia de las circunstancias exteriores, transcurría la d u r a-
ción del noviazgo. Conocerse, quererse y pedir la mano po-
día ser asunto de pocos días, pero, en ocasiones, duraba años. Si las
perspectivas eran favorables, el pretendiente no se dejaba desanimar
por esfuerzos o largos viajes para tratar de conservar las simpatías de
la joven. Los jóvenes enamorados lograban encontrarse en citas secre-
tas en lugares solitarios, a pesar de la vigilancia de los mayores.
Debo a mis amigos de confianza, TOIN y HOTEX, haber podido en-
terarme algo más profundamente, del galanteo de los fueguinos casa-
deros, asunto poco accesible a ojos extraños. Me resulta fácil explicar
por qué me he detenido tanto en estas consideraciones: lo he hecho
porque otros no nos han referido nada al respecto 8 porque este esta-
,

do de cosas sirve de sólido apoyo para la libertad en la elección del


cónyuge y para la posición ventajosa de la mujer, y, finalmente, por-
que de tales intimidades se desprende con toda claridad de qué mane-
ra auténticamente humana se dan también las cosas en Tierra del
Fuego.

3. Visión idealizada de la persona amada


Los indios casaderos se sienten estremecidos por un verdadero de-
seo vehemente por aquel ser único, que ha de constituir el complemen-
to anímico del propio yo; cada uno ve delante de sí una dulce visión
de ensueño.
¿Cómo aparece la amada en las ensoñaciones de los mucha-
chos? Ha de presentar una constitución física bien equilibrada y bien
desarrollada y rasgos faciales agradables; debe ser diestra, rápida y
hábil en el trabajo, limpia en su cuerpo y en su vestimenta. Cuanto
más claro sea el color de la piel, tanto más deseable. Como caracte-
psíq se dese recato dulc tranquilo, que se ponga en
s delombre de m nera absoluta, sin contradicción alguna. Las
peleas y las sceptibilidad rezongona no son bien vistas. Debe ser pa-
ra:ella una necesidad hallarse íntimamente unida al esposo, y prestar-
le gustosamente todos los servicios. Siempre debe estar dispuesta a
ayudar, y ha de gustarle estar en casa. Que traiga al mundo muchos

8 Sólo en BARCLAY (a): 76 encuentro una indicación sobre estos hechos en


la frase lacónica: "The routine of courtship is Spartan". Más acertadamente dice
GALLARDO: 134: "Los enamorados cometen locuras por el ser amado". ¡De modo
que también en la fría Tierra del Fuego las locuras de amor no son nada extraño!
niños hermosos y los cuide con tierno sentimiento maternal, pues en-
tonces será honrada por todos. Nada satisface más al esposo que oír
que en todas partes se elogie a su mujer, o que incluso se le llegue a
envidiar por poder llamar suya a una mujer excelente. La conciencia
de tener una esposa sucia, haragana, intratable, mientras el vecino
cuenta con una mujer modelo, puede llegar a crear en algunos un
verdadero sentimiento de envidia. Por supuesto, todas estas cualida-
des de la amada tan ansiada las ve el pretendiente con coles vívi-
dos. La libido desempeña aquí también un papel considerable.
¿Qué clase de esposo desea la muchacha en sus sueños de
amor? Ante todo una presencia bien plantada, bien conformada, llena
de vida, movimiento e iniciativa. Se prefiere un rostro delgado y alar-
gado. En términos generales las figuras gordas, rechonchas, resultan
desagradables a nuestros selk'nam. El hombre soñado debe ser dies-
tro en todas las artes y oficios. A tales expectativas corresponde por
completo un hautpyín, que ha obtenido el premio en las competencias
deportivas. Ha de velar cariñosamente por su mujer e hijos, y su la-
boriosidad ha de proveer de todo a su familia. La mujer también desea
verlo particularmente apreciado entre los compañeros de tribu; sea por
su juicio maduro o su capacidad sobresaliente como hechicero, sea
por todo tipo de habilidades o atractivos corporales. Además apa-
rece también cierto deeso sexual. Los hombres jóvenes juzgaban co-
mo ofensiva la anécdota que se contaba entre ellos: Hace bastante
tiempo vivía una mujer anciana, que recomendaba a las muchachas
núbiles: "No toméis por esposo un muchacho que tenga un pene de-
masiado pequeño o demasiado grande."
Nuestros indios casaderos no carecen de impulsos elevados. En
forma predominante es la ambición lo que hace que cada uno desee
un cónyuge que goce del aprecio de los demás y despierte su envidia.

4. Cooperación de los parientes


Sólo el sentimiento personal íntimo hace madurar la decisión de
la juventud casadera. En Tierra del Fuego no se da el hecho de que
otras personas intervengan en forma decisiva. Me aseguraron que 1 o s
jóvenes, en la mayoría de los casos, ya habían llegado a un acuer-
do entre ellos mucho antes de que los parientes se dieran cuenta de
algo al respecto. Un pacto ya existente se hacía público, por ejemplo,
cuando un tío preguntaba de paso a su sobrino: "Ahora eres un hom-
bre ¿te has interesado ya por alguna muchacha?". Quizá el muchacho
había esperado semejante pregunta. Respondía de inmediato: "Sí, por
cierto. He buscado y también ya he encontrado a una hermosa mu-
chacha que me quiere bien... ¿Querrías hablar con mi padre sobre
el asunto?". Ahora el tío logra que su sobrino le diga todavía el nom-
bre de la muchacha y le da su asentimiento; si tuviera que hacer ob-
jeciones justificadas, las haría de inmediato. El sabe al menos que su
sobrino ya ha asistido a las ceremonias Klóketen y que, en los meses
subsiguientes, ha demostrado poder alimentarse a sí mismo y a la mu-
jer elegida 9. A este muchacho ya le está allanado el camino hacia el
arreglo favorable de su .más íntimo deseo.
Se trata entonces de informar con prontitud a la amada acerca
de esta conversación, sin que importe cuán grande sea la distancia a
que se encuentre. Esto ya supone para ella la tácita propuesta de lle-
var a cabo, por su cuenta, los pasos subsiguientes. La palabra larga-
mente contenida, finalmente le brota de los labios y, por lo general,
deja que la tía por quien sienta mayor confianza se entere de las an-
sias amorosas de su corazón, a través de un diálogo íntimo. Mientras
el tío apenas tiene que hacer reflexiones al sobrino que desea casar-
se, la tía, por el contrario, siente que es su deber exteriorizar más de
un comentario, ya sea aconsejando o advirtiendo, no tanto por nece-
sidad, sino por una peculiaridad propia a las mujeres. Pero también
esta conversación finaliza con el ofrecimiento de la tía de dirigirse a
la madre de la joven.
Pronto la decisión de los hijos se convierte en tema de conversa-
ción de sus padres. Por lo general, el padre del muchacho está rá-
pidamente dispuesto a dar su consentimiento; le resulta muy deseable
que el muchacho abandone la choza familiar y se las arregle por su
cuenta. Quizá el tío se muestre particularmente satisfecho de que la
elección haya recaído sobre la joven en cuestión. Con gusto le hace
saber al padre las circunstancias favorables de semejante vínculo. Si,
en cambio, tropezara con objeciones, acaso sólo aparentes, enseguida
se escucha en las palabras del tío un tono que deja reconocer a las
claras la seriedad y decisión de lo dicho: "Escucha, tu hijo ya tiene
la edad que corresponde y aquella muchacha quiere casarse con él.
¡No te opongas a su unión!". Pronto se hace participar también en la
conversación a la madre, y se llega al acuerdo deseado.
En forma unánime escuché que en caso de oposición del padre,
el t í o siempre defiende a su sobrino. Uno tiene la impresión de
que el juicio del tío reviste una significación decisiva para el propósi-
to de su sobrino de contraer matrimonio. El muchacho también po-
dría apelar a cualquier otro pariente sobre este asunto. Todos están
siempre de su parte frente a objeciones injustificadas de los padres.
La muchacha debe hacer los mismos rodeos para solucionar el
asunto, y también ella encontrará la solución satisfactoria. Tan sólo
entonces se llega a una especie de cambio de opiniones entre los pa-
su :a hija
, ío o la tía n informado a los jóvenes
teri d acer 1 acuerdo 1 o. El consentimiento de los
s de uchacha importante i as formalidades posteriores.
Los • entes pas de este pro permiten reconocer que el
tendiente nunca hace personalmente la petición de mano a los pa-
res o a los parientes de la muchacha. Parientes masculinos en el caso
del muchacho, femeninos en el de la joven, son los intermediarios an-
te los respectivos padres; ellos ejercen cierto poder con el fin de evi-
tar todo tipo de coacción. Es un derecho de los padres examinar las

9 Según BARCLAY (a): 76, nunca ocurriría que "a youtb marry until he has
proved his capacity to provide for extra mouths among the group"...
condiciones previas, exigidas por costumbres antiquísimas, y evitar to-
do matrimonio endogámico. El joven pretendiente también debe ser
diestro en el manejo de las armas para poder alimentar a su familia;
pero, en los últimos tiempos, se insiste menos en esta exigencia, por-
que el joven siempre encuentra trabajo en las estancias. Para un ma-
jadero o un holgazán ya de antemano existen pocas posibilidades de
despertar el interés de una muchacha; a menudo después de una lar-
ga espera, debe probar suerte con una viuda o bien con una joven
que no puede tener muchas exigencias.

5. Exogamia
4
En forma completamente general se excluía un casamiento entre
parientes consanguíneos. Velar por este antiguo y severo uso tribal
era considerado un serio deber de los padres; examinar la ascenden-
cia era asunto de los padres. Los grados más próximos del parentes-
co constituyen, en forma absoluta, un obstáculo para el matrimonio '°.
Pero nadie sabe establecer los límites con exactitud ". Una y otra vez
se escucha la advertencia: "El muchacho debe buscarse una novia de
una región alejada. Cuanto mayor la distancia del lugar de donde pro-
viene la novia tanto mejor para el casamiento".
Todos demuestran un verdadero rechazo ante el matri-
monio endogámico. Los jóvenes preferían buscarse una muchacha en
un lugar muy distante, con tal de no casarse con una joven unida por
lazos consanguíneos, como consecuencia de la ramificación del paren-
tesco de la propia familia. Incluso GALLARDO: 215 ha advertido esta
peculiaridad: "Llega hasta tal punto su preocupación al respecto que
prefieren que sus hijos se alejen algo de ellos antes que dejarlos ca-
sar con miembros de la misma compañía cuando sospechan que tie-
nen la misma sangre." Repárese, en relación con esto, qué duro sacri-
ficio significa para los padres el hallarse separados de sus hijos. La
profunda aversión ante un matrimonio endogámico la testimonia tam-
bién la anotación de CoJAzzi: 24, si bien no es necesario acentuar de
ningún modo el grado de parentesco: "Rifuggono grandemente dallo
sposarsi fra parenti, e solo per necessitá contraggono matrimoni fra
cugini di terzo grado, nel quale ultimo caso, il marito é fatto segno
alle maligne conversazioni dei nemici, i quali all' occorrenza gli rinfa-
cciano ció come un delitto." FURLONG (d): 220 afirma sucintamente:
"Among the Onas marriage between blood-relations is not sanctioned".
En cierta ocasión pregunté a mi querido HOTEX acerca del p o r-
q u é de los consejos vigentes y me dijo: "Entre nosotros, las per-

10 La forma en que se expresa BEAUVOIR (b): 207 resulta muy imprecisa; sin
embargo, enuncia, "un joven va ... casi nunca entre sus parientes próximos, a
buscar la joven que le gusta". Con esto él también sostiene la inexistencia de la
endogamia.
It BARCLAY (a): 76 subraya el mismo principio, a saber que "the onas do not
permit the marriage tie between two persons connected by the blood-tie, even to
the degree of cousins". Pero el grado de parentesco mencionado no tiene por qué
ser tomado en cuenta con exactitud.
sonas emparentadas nunca han contraído matrimonio. Además, debes
saber que cuando a un muchacho se le ofrece la fácil oportunidad de
observar, una y otra vez, a una joven del vecindario, finalmente le de-
ja de gustar; no siente deseos de casarse con dicha muchacha. Pero
las muchachas de regiones lejanas, ¡oh!, ésas son bellas, ésas le gus-
tan a cualquiera; todos nosotros deseamos a una de ésas como espo-
sa. Un viaje largo hasta donde se encuentran no significa ninguna mo-
lestia; ¡vale la pena traer una muchacha de lejos!".
Cuando más adelante planteé la misma pregunta a un pequeño
grupo de hombres jóvenes: "¿Por qué os gusta tanto trasladaros a lu-
gares distantes, para traer desde allí una muchacha como esposa?", la
respuesta unánime fue: "A nosotros nos gustan las muchachas que vi-
ven lejos de aquí. Son completamente diferentes a nuestras mucha-
chas, a las que vemos a diario, y que ya conocemos a fondo". Ansio-
sos por aquellas jóvenes alejadas, algunos chasqueaban alegremente
la lengua.
En otra oportunidad encontré a dos niños en una choza; eran dos
hermanos, de unos diez o doce años. Quise halagar a la madre de la
niña diciendo: "Estos dos niños parecen congeniar, ¿no podrían for-
mar más tarde una linda pareja?" La india me respondió sumamente
indignada: "¿Acaso no sabes que estos dos niños son hermanos? Los
parientes no se casan nunca entre nosotros!". La buena mujer sólo lle-
gó a tranquilizarse después de que le aseguré repetidas veces que yo
no sabía nada del parentesco de los pequeños.
Estos casos concretos aislados dan a entender claramente la aver-
sión de nuestros selk'nam por el matrimonio endogámico 12 . Nadie pu-
do mencionarme un matrimonio tal celebrado en épocas anteriores.
También hoy en día se respeta esta vieja prohibición en forma estric-
ta, a pesar de que el número de miembros de la tribu ha disminuido
en forma alarmante. Cuando yo buscaba una motivación para esta
prohibición, siempre recibía la misma respuesta: "No es bueno que
miembros de la misma familia se casen entre sí." Por otra parte, esta
regla se sobreentendía de tal modo entre ellos que no necesitaba nin-
guna justificación "; una y otra vez mi pregunta despertaba extrañe-
za. Me pareció que, para nuestros indios, a semejante matrimonio le
faltaba recato y decoro; pues los miembros de la misma familia se en-
cuentran siempre con un respeto claramente reconoci-
b 1 e . Quizás GALLARDO: 215 haya acertado con su suposición de que
un matrimonio entre parientes lejanos "sería visto con el mayor dis-
gusto y daría lugar a que se dijera al novio que se había casado con
la hermana".
La prohibición de la endogamia coincide con una e x o g a m i a
local propiamente dicha, en cuanto todos los miembros de la pa-

12 GALLARDO: 212 escribe, por cierto, sin dar la menor explicación adicional:
"La toma de esposa es indistintamente endogámica o exogámica"; una expresión
que no se puede justificar.
13 GALLARDO: 215 señala una "degeneración de la especie por el casamiento
entre personas ligadas por lazos de consanguinidad . ". ¿Pero cuándo habrían
hecho nuestros indios semejantes experiencias?
rentela y propietarios de la porción de tierra que les ha sido asigna-
da, son considerados consanguíneos, con la excepción de casos aisla-
dos, en los cuales una derivación de los mismos antepasados puede
haber resultado difícil. Cualquier vínculo matrimonial por principio
se había vuelto imposible, por el hecho de que ambas partes pertene-
cían al mismo grupo local o habían crecido dentro de los límites más
estrechos de un mismo ámbito familiar.
Ni uno solo de los primeros viajeros menciona la admisibilidad
de la endogamia. Los cuñados no son considerados parientes consan-
guíneos, y el levirato era en parte un deber.

6. Libertad en la elección del cónyuge


Nuestros indígenas conocen un solo impedimento para el matri-
monio: la consanguinidad, y la única coerción proviene de la exoga-
mia local. Prescindiendo de esto, a cada parte le resta la libre elección
de su cónyuge (pág. 291). El empleo generoso que cada uno podía ha-
cer de su libertad de elección lo aclara la bien conocida valoración:
"Cuanto más alejada se halla la morada de la muchacha, tanto mejor
se presta como esposa" 14 , Todo muchacho que ha cumplido con las
ceremonias Klóketen parte en busca de una muchacha con quien ca-
sarse. Los compañeros de la misma edad y los demás jóvenes se bur-
lan de cualquiera que, en su opinión, ya debería estar casado hace
tiempo. De la misma manera la muchacha es totalmente libre de con-
traer matrimonio solamente con aquel a quien ella misma ha elegido.
Cuando en algunos casos una madre le da a entender a un muchacho
que su hija desearía tenerlo por esposo, nos encontramos frente a una
ofensiva conjunta de ambas mujeres, dirigida al corazón del mucha-
cho: la hija misma ha inducido a su madre a dar ese paso.
Algunos relatos anteriores no coinciden con mi exposi-
ción; no sólo niegan la libre determinación de la muchacha, sino en
parte llegan incluso a referirse a un rapto [de la mujer deseada por el
pretendiente] . Utilizando las fuentes más importantes, COOPER (a): 164
ha señalado tres procedimientos, por los cuales un selk'nam puede lle-
gar a conquistar una mujer ".
Según el ordenamiento de COOPER aparece en primer lugar [el ma-
trimonio] "by agreement between fathers or between the groom and
the bride's father." Como testimonios se mencionan a COJAZZI: 25 y
a GALLARDO: 212. Según este último, el muchacho mismo pide direc-

14 Incluso GALLARDO: 215 lo reconoce: "Los jóvenes, pues, buscan para casarse
mujeres de otras tribus, prefiriendo aquellas que viven lejos". Si hace cierta re-
serva al respecto, su forma de expresarse no nos deja abrigar dudas acerca de
que sólo se trata de silenciosos deseos paternos. Pues en el caso de existir la sos-
pecha de que los enamorados "tienen la misma sangre" son precisamente los pa-
dres "que prefieren que sus hijos se alejen algo de ellos antes que dejarlos casar
con miembros de la misma compañía". El deseo de los padres de tener cerca
a su hijo casado pasa a un segundo plano, frente al derecho de libertad ilimitada
de elección de los jóvenes en edad de contraer matrimonio.
15 GALLARDO: 214 conoce además un "cuarto modo", que equivale a un levirato
que, como se sabe, es permitido y, en ciertos casos, se convierte en un deber.
tamente a su futuro suegro la mano de su hija, lo visita frecuentemen-
te y le hace regalos 16. Estó es válido cuando se trata de "una joven
de su misma tribu o de la de una compañía amiga." En una
oportunidad este autor subraya que los muchachos recorren gran-
des distancias para buscar una esposa, que "comúnmente es adop-
tada esta última forma" y que, por temor al parentesco, nunca
"miembros de la misma compañía" pueden contraer matrimonio en-
tre ellos; pero, en el mismo párrafo admite, refiriéndose al preten-
diente, que "la declaración se la hace directamente" a la muchacha
"entregándole el arco. Esta lo toma, se sienta en el interior del toldo,
donde el padre la ve y comprende lo que ha pasado. Su obligación es
conocer el nombre del pretendido". De acuerdo con esto, toda la par-
ticipación del padre consistiría en el deseo de averiguar el nombre de
su futuro yerno. Sólo en muy pocas ocasiones, sin embargo, ha ocu-
rrido que un selk'nam adulto no conociera al otro; y si agregamos a
esto la indicación imprecisa acerca de la entrega del arco nupcial'',
el comentario infundado de que "el padre se muestra remiso para
contestar", y, finalmente, las incongruencias restantes, entonces toda
la información pierde credibilidad. Si leemos a COJAZZI: 25 18 , obtene-
mos una impresión como la que produce la caída en lugares comunes.
Ver sólo un negocio en el vínculo matrimonial contradice abiertamen-
te la organización económica de nuestros selk'nam. El autor mismo
admite que "non mancano peró i matrimoni di puro affetti" 19 .
Según BARCLAY (a): 76 hay todavía otra manera diferente de pe-
dir la mano a la que este autor se refiere y que se vuelve a encontrar
casi textualmente en GALLARDO: 213 y en DABBEN E (b): 256. En caso
de que un hombre haya puesto sus ojos en una muchacha que perte-
nece a un grupo enemigo, espera el momento oportuno, la sorprende
cuando la encuentra sola, le declara su amor y, bajo amenaza de tras-
pasarla con sus flechas, la obliga a seguirle de inmediato ".

16 Véanse en pág. 305 las referencias a la prestación de todo tipo de servicios y


regalos por parte del pretendiente a los padres de su prometida. Tales cosas no
se dan entre los selk'nam.
17 Esta costumbre de cortejo, que delata una distinción caballeresca, será
descripta en detalle en la pág. 306. No se encuentra nada parecido entre las tri-
bus vecinas.
18 BEAUVOIR (b): 207 y BORGATELLO (c): 70 hacen referencias similares. Pero
este último dice también: "Il matrimonio si pub considerare come una compra
che fa l'uomo della donna, o come l'unione di due volontá o di reciproca simpatia".
Otras declaraciones coinciden de tal manera con ésta que la única explicación
posible es que un autor haya copiado del otro.
19 Un ejemplo de palabrerío sin ningún conocimiento del asunto nos lo
brinda HOLMBERG (a): 58: "La ceremonia del matrimonio es ... un simple true-
que. Cuando el indio desea casarse tiene que pedir la novia a la madre, cambián-
dola por bastante comida u otra cosa". ¡Es una lástima que no nos informa si
por una novia flaca se ofrecían algunos kilogramos menos de carne!
2° La fundamentación agregada por BARCLAY (a): 76, repetida por GALLARDO
y BARRENE, de que "a disappointed suitor may emphasize his displeasure by an
arrow directed lightly at the thigh or at her calves", fue rechazada con indignación
por parte de mis informantes diciendo que un hombre jamás se habría podido
permitir esto.
No muy diferente de esta manera de apoderarse de una mujer se
nos presenta el matrimonio por rapto propiamente dicho, cuya exis-
tencia defiende F. A. Coox (d): 100. Entre otras habladurías encon-
tramos también lo siguiente: "La unión matrimonial, como casi todo
entre los onas, no está sujeta a prescripciones rígidas. Se contrae ma-
trimonio y se lo vuelve a disolver de acuerdo con la voluntad de los
contrayentes... Durante largo tiempo los muchachos más fuertes es-
taban acostumbrados a robar mujeres en tribus vecinas o en poblacio-
nes cercanas pertenecientes a la misma tribu..." Así se cierra la lis-
ta muy breve de los visitantes a Tierra del Fuego, que presuponen la
existencia de matrimonios por rapto entre los selk'nam. Bo ELLO
(SN: XIX, 47; 1913) se refiere al caso aislado de un rapto.
Todo conocedor de las condiciones del lugar intuye fácilmente la
precariedad de estos informes. En lugar de seguir ocupándome de ca-
da uno de ellos, presentaré el estado de cosas que conozco
gracias a mis informantes: nunca se organizaron asaltos o guerras
para robar mujeres. Un muchacho joven, soltero, no se habría atrevido
nunca, de acuerdo con lo arriba mencionado, a raptar a una mucha-
cha perteneciente a un grupo enemigo, sin conocer su consentimien-
to. Aparte de la dificultad de semejante empresa, tal cosa habría pro-
vocado inevitablemente una guerra, y el muchacho habría corrido gran
peligro. Es sabido que se llevaron a cabo raptos aislados de mujeres,
los cuales, empero, fueron obra de hombres maduros e influyentes.
Únicamente ellos estaban en condiciones de oponer resistencia al ma-
rido engañado, que pronto saldría en busca de venganza, o de reunir
en armas un número considerable de amigos, si se llegaba a entablar
alguna lucha. Casi siempre se ha tratado sólo de hechiceros podero-
sos, que podían atreverse a realizar semejante atropello; más de un
marido apenas se arriesgaba a oponerse a su ominoso poder. Pero en
todos estos casos la mujer en cuestión había sido informada por su
raptor y se hallaba más o menos de acuerdo con su proceder; ocasio-
nalmente ella misma o su madre y su hermano proponían esta solu-
ción, particularmente si su marido no la trataba bien. En las condicio-
nes mencionadas, el raptor no sólo encontraba verdadera colaboración
y más tarde respaldo de parte de esta mujer, sino también entre
sus parientes. Yo mismo fui testigo de los preparativos de mi ami-
go HOTEX y de otros hombres para liberar por la fuerza a la esposa
de NANÁ (pág. 325). Como información adicional valga la manera de
actuar de TENENESK, un hechicero temido en su época, que se apro-
pió de KAUXIA, quien lo siguió por propia voluntad, pues su marido
era considerado un hombre débil. Vemos pues que, incluso en los rap-
tos, que deben ser considerados como acontecimientos poco comunes,
la libertad de la mujer no dejaba de tener cierta importancia.
Pasemos ahora a la supuesta tercera manera de unión conyugal.
"The women of fallen foes are taken for wives", expresa COOPER, quien
se apoya en las afirmaciones de COJAZZI: 24 y GALLARDO: 214. Sin fun-
damento ni explicación, el primero de ellos sostiene que "Perdura fra
gli Ona l'uso del ratto, adombrato giá nelle favole romane... Gli uomi-
ni prendono le spose durante le guerre colle tribú vicine, uccidendo-
me i rispettivi mariti". Pero el vencedor sólo tomaba por esposa una
mujer prisionera cuando él mismo era todavía soltero, y ella deseaba
permanecer a su lado por propia voluntad. Esta excepción es expli-
cada más adelante.
El último en hablar en contra de la libre elección matrimonial
es TONELLI: 96: "II vocabolo na-pán 'prender moglie', lett. 'la donna
rapire', ha conservato nel vocabolario Ona l'idea del ratto, che forse
era anticamente il mezzo piú comune di procurarsi la moglie". Esta
es una opinión completamente aislada.
Se conoce y usa el término kósin (kósyin) como denominación
general para "casarse, contraer matrimonio". BEAUVOIR (a): 14, 22 es-
cribe, coincidiendo con ello, "casar = koscen; matrimonio = kosi'n";
en (b): 119, 141, 143 indica "casarse, casamiento = koshín; matrimo-
nio = paiyen; mujer casada = pain". Ni se encuentra en él la forma
pan en el sentido de "prender, rapire", ni yo la conozco. Además de
esto, TONELLI: 96 registra "bígamo = son-na-pa-i; trigamo = sauke-na-
pa-i". Pero no agrega cómo pa-i deriva de pan; pues la lengua selk'nam
no conoce tales modificaciones. Con esto parece que se le quita todo
fundamento a la argumentación de TONELLI. Para completar repro-
duzco los siguientes giros:
kósin = na sin = tornar por esposa a una mujer,
kósin = é'on sin = tomar por esposo a un hombre,
kósin = na pá'in = estar en posesión de una mujer (esposa),
kósin = é'on pá'in = estar en posesión de un esposo (marido).
De acuerdo con lo visto, kósin tiene el sentido general de "casar-
se, estar casado"; sin significa "tomar posesión de algo"; pá'in tiene
el significado de "poseer algo", aplicado en la práctica casi solamente
a na = mujer (esposa). De esto resultan las combinaciones de pala-
bras ya mencionadas y las siguientes:
sosenpá'in = hombre que posee una sola mujer [sósen = uno ],
sónenpá'in = hombre que posee dos mujeres [sóke = dos],
saukenpá'in = hombre que posee tres mujeres [sámke = tres] 2'.
Aquí deben incluirse todavía las siguientes expresiones: kaen = hom-
bre casado; kaenen = mujer casada; má'arsin = muchacha casade-
ra; howerán = muchacho casadero, soltero; houpiln = viuda; kemétl-
ewin = viudo; k'ámten --- persona de sexo femenino de cualquier edad.
Habría que añadir todavía algunas restricciones de poca impor-
tancia a mi exposición fundamental: si bien la libertad para casarse
siempre se mantiene, el rodeo de servirse de la mediación del tío, de
la tía o de otra persona, ante los propios padres sólo se da para el
primer matrimonio. En los casos de que un hombre casado lleve más
tarde a su choza una segunda esposa junto a la primera o de que una
viuda se busque otro esposo, ambos [contrayentes] dependen comple-
tamente de sí mismos para estas decisiones, sin intervención de otros.
Si el muchacho casadero hubiera perdido a su padre, basta con

21 Estas indicaciones mías coinciden por completo con lo que ha apuntado


BEUVOIR ( b ): 207. "Muchos tienen dos mujeres y se llaman Sonpain = Bígamos;
algunos tienen tres, entonces llámanse Saukepain; por lo ordinario, no tienen más
que una y se llaman Suspain."
AMI " t,. .#41g
comunicar a un tío la decisión referente a un primer matrimonio; el
tío notifica a otras familias amigas y decide él mismo, si así puede
decirse, que no existe ningún impedimento para el casamiento. Tam-
bién la muchacha, si su madre ya hubiera muerto; ■ trata de dar a co-
nocer su propósito a través de alguna mujer de su confianza en el
círculo de sus parientes; ella tampoco encontrará oposición.
Mis informantes admiten que se ha dado el caso, muy poco co-
mún, de que dos jóvenes deseaban casarse, pero sus padres — se lo
impidieron por motivos secundarios o no obtuvieron su consen-
timiento; esto se debió casi exclusivamente a una antigua enemistad
con la familia o el grupo del cual procedía la otra parte. En tales cir-
cunstancias los jóvenes enamorados se ponían de acuerdo para huir
a un lugar apartado, poco accesible, donde buscaban entrar en con-
tacto con personas de confianza. Quienquiera escuchara el relato de
su situación les brindaría protección contra el capricho de sus padres.
Si la novia quedaba embarazada o si daba a luz un niño, ya nadie du-
daba en considerarlos cónyuges. Desde ahora ya no había nada que
pudiese separarlos; por lo cual personas vinculadas a ellos trataban de
persuadir a los padres para que por fin depusieran su oposición. Los
padres debían conformarse con este estado de cosas y con la presión
de la opinión pública. Quizá. a pesar de todo, seguían sin tolerar a
los recién casados junto a ellos; entonces éstos seguían viviendo con
amigos y se mantenían alejados de la choza paterna. Al cabo de unos
dos o tres años harían una breve visita para averiguar el estado de
ánimo reinante; si ahora el problema había sido superado, se radica-
ban junto al grupo familiar del muchacho.
El sentir de la generalidad apunta a lo siguiente: si un niño nace
de una relación sexual, existe para sus padres el deber de contraer
matrimonio; nadie debe impedir esta unión en cuanto se vuelven visi-
bles los primeros signos que revelan una relación conyugal. Ninguno
de los ancianos que viven actualmente recordaba una resistencia se-
mejante por parte de los padres, así como tampoco el caso de un em-
barazo extramatrimonial, en el cual el muchacho no hubiera contraído
después una relación estable con la muchacha. Me dijeron: "Si alguna
vez una muchacha se entregaba a un joven, ya preexistía en ambos
el propósito de contraer matrimonio; de lo contrario nunca se habría
llegado a esta unión". El caso de que los enamorados ya mantuvieran
relaciones sexuales antes del casamiento, se daba sólo poco tiempo an-
tes [del matrimonio] .
No se puede comprobar ni un solo nacimiento extra-
e o n y u g a l entre nuestros selk'nam. Sólo las personas solteras que
ya se habían dado la promesa o la mano para la unión matrimonial
mantenían relaciones sexuales, a pesar de que, en muy pocas ocasio-
nes y en forma injustificada. los padres se opusieran. Para juzgar ta-
les hechos es decisiva la voluntad de los interesados.
El hecho de que la castidad extramatrimonial fue-
ra exigida por la generalidad, así como también mayormente respeta-
da, resulta en parte de lo dicho, en parte de la bien conocida vigilan-
cia que los padres ejercen sobre los hijos sexualmente maduros, y en
parte de que padres e hijos conviven estrechamente, apartados de otras
familias. Incluso GALLARDO: 217 confirma con respecto a los novios
como "regla general que ambos lleguen al tálamo con perfecto dere-
cho a llevar las flores de azahar, tal es el cuidado que las madres tie-
nen por el honor de sus hijas, sucediendo lo mismo con los jóvenes
que se crían muy sujetos". Ningún observador habla de libertinaje
entre los selk'nam, pues no existe.
Mis informantes negaron en términos muy claros, como cosas ine-
xistentes, el pago de una especie de precio de c o m p r a por la
novia, o la prestación de servicios a su padre por el pretendiente, lo
que, además, estaría en desacuerdo con la libertad general en la elec-
ción del cónyuge. Por lo tanto debemos rechazar como erróneas las
afirmaciones contrarias ". BARCLAY (a): 76 defiende el estado de cosas
que acabo de describir; "no dower or present is in either case given to
the father of the bride ..." DABBENE (b): 256 se expresa de acuerdo con
él, en términos similares.

7. La petición de mano propiamente dicha


Los dos enamorados esperan inquietos y agitados la respuesta de
los padres a través de sus intermediarios, a pesar de que, desde un
principio, pueden estar seguros de un resultado favorable para ellos.
El muchacho sigue esforzándose en conservar los favores de la novia
por medio de una ternura renovada durante las citas a solas y, muy
rara vez, también mediante pequeños regalos. Nuestros indígenas cuen-
tan con una ceremonia de compromiso propiamente dicha, pero an-
tes ya ha tenido lugar la declaración amorosa en la conversación per-
sonal secreta de los dos jóvenes.
Los ancianos permiten el encuentro secreto entre el mucha-
cho y la joven sólo cuando existe una perspectiva justificada para el
casamiento; de lo contrario, tendría que darse fin sin dilación a un
amorío evidente. En tales casos se dice sin más ni más: "Los viejos
no quieren eso [semejante relación]". Tampoco el flirt ni la petición
de mano con sus galanteos debe prolongarse. O se insta para que el
casamiento tenga lugar pronto, o bien, en el caso menos frecuente, los
dos enamorados deben dejar de lado toda aproximación hasta que fun-
den su propio hogar.
se esfuerz acelerar el anhelado
por par, de los ancia En la penumbra del cre-
lo va á a cabaña el padre de s mada, siempre que ésta se
éleuentre alú Se sienta 'directamente al lado de la entrada pero sin
mirar adentro y mantiene la vista desviada de la cabaña. Adentro pron-
to3se advierte su presencia, pero no se le concede ninguna atención
manifiesta. La noche siguiente, así como ocho o diez noches sucesivas,

22 BEAUVOIR (b): 207 llega incluso a afirmar que se dejaba a la muchacha en


manos del candidato "que más ofreciere". Esto coincide con la ridícula impu
tación que HOL1VIBERG (a): 58 ya había emitido contra los indígenas.
y a veces más, repite estas visitas mudas, esperando siempre pacien-
temente durante algunas horas, para luego retirarse en silencio a su
propio lecho. Finalmente el viejo alguna noche lo llama para que en-
tre en su cabaña. ¡En eso ve el muchacho el cumplimiento de su anhe-
lo! Busca adentro un lugar algo apartado, en la oscuridad, se acurru-
ca y escucha la conversación de los ancianos, y queda completamente
mudo e inmóvil. Después de permanecer largo tiempo, se retira nue-
vamente callado y en silencio.
Apenas ha obtenido esta seguridad, se decide a d e c 1 a r a r su
amor. Varios días antes ya había encargado a un viejo experimen-
tado la confección de un arquito, que mide apenas la mitad del largo
de un arco de caza común. Tiene que ser fabricado en forma especial-
mente cuidadosa y bella 23 ; pues es un objeto para regalo, con el que
se intenta el último embate al corazón de la amada. Quisiera llamarlo
el "arco del noviazgo"; los propios selk'nam no tienen una palabra es-
pecial para él. El pretendiente que había sido invitado por su futuro
suegro a entrar a la cabaña el día anterior, se acerca hoy de nuevo,
pero a la luz del día. Para ello elige el momento preciso en que su
amada y su padre se encuentran adentro con otros adultos. Entra, se
coloca delante de su elegida y, ante la mirada de los presentes, le en-
trega el arco del noviazgo. Ella acepta el arco con timidez de doncella
y él, sin pronunciar palabra, se retira de inmediato.
A esto sigue un c a m b i o de opiniones en la cabaña. Se
mencionan de nuevo la capacidad y el buen carácter, el comporta-
miento y el buen aspecto del muchacho, así como las perspectivas de
que ambos jóvenes hagan buena pareja. Por lo general, las mujeres
de más edad influyen en la muchacha con el propósito de persuadirla
y alentarla.
La entrega del arco adquiere su significación por el hecho de que
se realiza en presencia de adultos; pues "se les quiere dar a co-
nocer quién se va a casar". Las personas presentes pronto comunican
este acontecimiento a las otras cabañas. "Queremos saber quién se ca-
sa —dicen--; por eso el muchacho entrega el arco a su amada preci-
samente en presencia de otros adultos". No se puede expresar en for-
ma más clara el sentido y la fundamentación de este uso.
La aceptación del arquito por parte de la joven es su con-
sentimiento al portador del regalo mudo pero mariliiesto ante todos.
Podría ocurrir que, en el último momento, algo prohiba el matrimo-
nio, o que la joven, a pesar de haber accedido antes a la petición de
mano, haya cambiado de opinión. El único recurso sería entonces dt
volver el arco del noviazgo, y esta respuesta muda resultaría mé s ex-

23 Las dos piezas que encargué que me hicieran las doné al Pontificio Museo
Missionario Etnológico de Roma y al Museo de Historia Natural de Viena. Cada
una de las dos finas varas del arco tiene una curvatura moderada, numerosas
aristas cuidadosamente talladas y exactamente paralelas en la superficie y una
fina cuerda de tendón sujeta en la forma habitual. La distancia rectilínea entre
los extremos de la vara, sin tender la cuerda, es de 95 cm.
plícita para el candidato que cualquier palabra. Probablemente no se
habrá producido nunca tal cambio brusco a última hora 34 .

A continuación de esta declaración pública, la joven se pinta el


rostro. En caso de que la joven demore varios días en hacerlo
provocando la incertidumbre del enamorado, éste manda un segundo
arco a su elegida mediante un niño. Ella comprende la muda insinua-
ción y se pinta apresuradamente el rostro. Con esto el pretendiente
se siente plenamente seguro: no solamente no le han sido devueltos
los dos arcos sino que, además, su muchacha se presenta con el rostro
pintado. Solamente una novia se aplica este determinado adorno facial:
rayas verticales finas y blancas, de aproximadamente 3 mm de ancho
y 18 mm de largo, colocadas muy próximas entre sí, que se extienden
desde un orificio del oído al otro, cruzando sobre el dorso de la nariz.
Por debajo de esto se pinta una raya trasversal, algo más gruesa, tam-
bién blanca, que partiendo del nacimiento de las aletas nasales, avan-
za [distalmente] por la parte inferior de ambas mejillas hasta llegar
casi a las orejas.
Para lograr un brillo blanco como la nieve no se utiliza la tierra
calcárea común, que se suele usar para fines cotidianos, sino que cal-
cinan huesos de guanaco y luego los trituran, de lo que resulta un pol-
vo finísimo, que se revuelve con muy poca grasa para ser luego apli-
cado. Tal ceniza de huesos brilla con una blancura clarísima.
También este diseño ornamental sirve para anunciar públicamente
la decisión de contraer matrimonio a la brevedad. La muchacha se
presenta con ese adorno durante varios días, a veces durante unas
pocas semanas, es decir, hasta la boda. En el ínterin se aplica ocasio-
nalmente la pintura usual para festejar algún acontecimiento placen-
tero. Dicha pintura, oVálampten, consiste en una línea roja horizontal
de 12 mm de ancho, en la cual se dibujan unos puntos blancos pró-
ximos entre sí, que corre por ambos lados desde la aleta nasal hasta
el orificio del oído. Como la propia madre y otros parientes cercanos
se adornan de vez en cuando con este signo, participando de la felici-
dad de la joven, también la novia se adhiere, por variar, a estos mo-
delos 25 Pero es obligatorio en el rostro de la novia aquel diseño or-
.

namental determinado que describí sucintamente como "pintura de


novia".
m igualnir categórica exige una respuesta
d elra r acido de amor ilenciosamente ha trenzado
sus propias manos cordón que debe estar hecho, exclusivamen-
para esta finalidad, de acuerdo con un modelo antiquísimo, con
seis madejas o con manojos de fibras, en forma muy cuidadosa y pa-

24 El suceso aquí mencionado es el único que concuerda con las costumbres


de nuestros indios. Las descripciones de algunos otros viajeros no sólo son in-
completas sino además contradictorias. Compárese: BORGATEI1.0 (c): 70, COJAZZI:
25, DABBENE (a): 73 y (b): 256, GALLARDO: 213, Acomba: 281 y otros más.
25 En la pág. 226 se trató especialmente acerca de este particular adorno fa-
cial, que se aplica en diversas oportunidades.
reja. Existe la expectativa de
que se realice un trabajo es-
merado que satisfaga a todo
observador. Por el lavado de
las fibras, en primer término,
y de la cuerda después, ésta
brilla con un color blanco lu-
minoso; llamaré a este traba-
jo trenzado "adorno del no-
vio" = I'am.T (Fig. 75).
El pretendiente que ayer
había entregado a su elegida
el tan significativo arco de
novia, para hoy espera que
ella le corresponda con su vi-
sita a la cabaña donde él mis-
mo se aloja, generalmente en
lo de un amigo o conocido.
£l arregla su cabellera y eli-
Fig. 75 - El brazalete del novio. Tam. nat.
ge el manto más hermoso. En
cuanto a la pintura facial, se
aplica la ancha franja roja trasversal con los puntos blancos insertos
=-r oxtálampten y espera con ansiedad y ánimo festivo. Quienes lo ro-
dean comparten sus sentimientos de excitación. Con impaciencia, se
espera la llegada de la novia. Finalmente ésta entra, acompañada por
su madre o tía; jamás vendría sola. Lleno de alegría, el muchacho se
levanta de un salto de su asiento y se coloca delante de ella, adoptan-
do un porte marcial. Sin embages, pero sonriendo levemente y alzando
los párpados de vez en cuando, ella le coloca calladamente el cordón
trenzado alrededor de la muñeca derecha. De inmediato regresa con
sus acompañantes a su propia cabaña 2".
También esta acción pretende ser una manifestación pública de
la decisión de la novia de haber elegido a dicho muchacho como ma-
rido; por ello se encuentran presentes algunos adultos. De ahora en
adelante, el muchacho se muestra a diario con la línea horizontal de
puntos blancos en el rostro = kakári, o con la ancha franja roja tras-
versal que contiene puntos blancos = oxtálampten, señales de su ale-
gría y satisfacción. La joven lleva la pintura característica de la novia.
Cada vez más se hace público que aquellos dos han decidido casarse.
Las costumbres aquí descritas equivalen a una ceremonia formal
de compromiso, obligatoria para los solteros que contraían su primer
matrimonio. No se realizaban en los casos poco frecuentes en que los
padres se oponían a la unión matrimonial de sus hijos.

26 Al escribir estas líneas me viene a la memoria una costumbre casi igual


entre los weddas de Ceilán (Ver SELIGMAN: The Veddas, p. 97, Cambridge, 1911).
También aquí se trata evidentemente de un acto simbólico. WUNDT (Elemente der
Vólkerpsychologie, p. 87) ve en ello actos mágicos, lo que carece de toda justi-
ficación.
Según las circunstancias, los novios podían erigir su propia vivien-
da en seguida o más tarde. Sólo en muy pocas ocasiones tenían que
esperar todavía algunas semanas, si, acaso por alguna muerte por tiem-
po desfavorable o por peligro de guerra, los parientes no se encontra-
ban disponibles para la caza. Pues se deseaba, por supuesto, que rei-
nara la alegría en esta f iest a. Pero, por lo menos cinco días
después de la entrega de aquellos objetos significativos, los nuevos
prometidos debían mostrarse públicamente con la pintura usual del
rostro. Con un cuidado conmovedor la novia guardaba el arquito, sig-
no del primer joven amor de su pretendiente y posterior marido, a
pesar de la vida nómada ininterrumpida, con todos sus inconvenien-
tes. Cuando, después de pocos años de convivencia conyugal, el primer
hijo había crecido lo suficiente como para usar un juguete más gran-
de, la madre feliz le entregaba su propio "arco de novia", hasta enton-
ces bien guardado, para su primer tiro de arco. Con ternura pensativa
los ojos de la madre contemplaban a menudo el juego inocente de su
primogénito, y sus pensamientos retrocedían recordando el tiempo de
la temprana felicidad del noviazgo.
Si, contra toda expectativa, un "arco de novia" se hubiera conser-
vado hasta que el primer hijo fuera él mismo en busca de novia, de
todos modos no habría podido entregar, como me lo aseguraron, ese
mismo arco a su propia elegida; tenía que mandar confeccionar uno
nuevo.
El hombre no prestaba menos cuidados en conservar el "adorno
de novio". Nunca se desprendía de él. Esta pieza delicada se perjudi-
caba inevitablemente en el trabajo, y por un uso prolongado. De inme-
diato la esposa confeccionaba un nuevo cordón, y se lo colocaba, una
vez más, personalmente. Sólo matrimonios viejos se volvían a veces
negligentes al respecto, mientras que otros no lo descuidaban nunca.
Los festejos de compromiso que acabamos de mencionar no se
realizan en el caso del casamiento de viudos ni cuando alguno, ade-
más de su primera esposa, toma una segunda.
Ante tales formas fijas de compromiso ya no caben dudas, para
todo hombre de buen criterio, de que sólo han podido desarrollarse
de esta manera si la elección de pareja era completamente libre; no
hay lugar aquí para la exclusión prepotente de los deseos de la joven,
para matrimonios originados en la compra o en el rapto ni para que
una de las partes predeterminara la actitud de la otra, sin tener en
sulayintad peal. 1111,

8. La boda
A más tardar al tercer día después de la declaración pública de
amor o la solemne petición de mano del muchacho, el padre de la jo-
ven sale de caza con algunos vecinos. Mientras tanto el novio, con al-
gunos compañeros de su misma edad, construye su propia cabaña, en
el mismo campamento de este grupo, pero a una distancia considera-
MIAJA:W.0k • /In 1.
JIU

ble de la cabaña de los suegros.


No se instala en ella antes de
conducir allí a su joven esposa,
el día del casamiento.
Una caza en común siempre
trae como resultado una presa
abundante. En cuanto los caza-
dores han regresado y deposita-
do los numerosos animales, de-
lante de la cabaña del padre de la
novia, comienza a reinar una ale-
gre agitación en toda la comu-
nidad. Muchas manos están acti-
vas para preparar los animales
apresados. Muy pronto un gran
grupo se encuentra en cuclillas
alrededor del hogar en la caba-
ña de la novia para disfrutar de
una comilona abundante. Todos
son bienvenidos; también los que,
enterados del suceso, han llega-
do desde campamentos más ale-
jados. Sólo se envían mensajeros
especiales si los parientes se han
puesto de acuerdo al respecto.
La animación y alegría generales
Fig. 76 - Pintura nupcial del novio. aumentan a medida que trascu-
rre la reunión.
Durante la conversación los propios padres y los parientes se ocu-
pan en particular vivamente del futuro y del bienestar ulterior de la
joven pareja. Se sacan toda clase de conclusiones, se exteriorizan las
más diversas suposiciones y se da una interpretación, siempre favora-
ble, a circunstancias insignificantes, de manera que todas las perspec-
tivas apunten a una vida conyugal placentera. Con estas esperanzas,
los padres superan más fácilmente el dolor por la separación de su
hija ".
Entretanto, los novios tienen todavía que cumplir un serio compro-
miso: colocarse una pintura facial particular destinada solamente para
la ceremonia de la boda por el antiguo derecho consuetudinario. Esta
"pintura nupcial" está formada por varias hileras de puntos
negros que parten, en forma de rayos, desde el párpado inferior hasta
alcanzar las mejillas (Fig. 76). Para tal fin no está permitido el uso
del polvo de carbón de leña, utilizado en otras oportunidades, sino
que, en primer lugar, se humedece un pequeño trozo de pedernal, lue-
go se lo destroza y reduce a polvo fino y, finalmente, se mezcla este
polvo con Brasa y, con la punta de una varita redonda, que sirve de
sello, se aplican puntos al rostro. Una mujer mayor, generalmente la

27 También GALLARDO: 216 ha comunicado y confirmado lo mismo.


madre misma, adorna a la novia de acuerdo con este diseño; un com-
pañero de su misma edad hace lo mismo al novio. Este dibujo en el
rostro, el xámkesa, o pintura de los recién casados, comunica al públi-
co sin necesidad de palabras que esa pareja es ahora marido y mujer.
Por lo menos debían llevar dicha pintura durante cinco días consecu-
tivos, aunque otros informantes me mencionaron un lapso de cinco a
diez días
Los convidados a la boda se regalan comiendo abun-
dantes cantidades de carne. Permanecen acurrucados en la cabaña del
padre de la novia hasta bien entrada la noche, y, tan sólo entonces,
se dirigen a sus propias viviendas. Simultáneamente también el joven
matrimonio se retira a la propia cabaña recientemente construida, pa-
ra pasar la primera noche solos. Al día siguiente los invitados del día
anterior se reúnen muy alegres para comer nuevamente. Y siguen
haciéndolo, hasta que hayan agotado todas las provisiones. Con ello, la
boda se considera concluida 2
Durante estos días los recién casados se muestran más
bien íntimamente contentos y parcos antes que locuaces o incluso re-
tozones. El joven esposo se sienta en el círculo de sus compañeros de
edad, los cuales comparten su alegría. La novia todavía permanece
cerca de su madre; mujeres amigas se abren paso hacia ella y no pue-
den abstenerse de darle ya ahora algunos consejos para su flamante
estado matrimonial. Los jóvenes casados no ocupan de ningún modo
el centro de la fiesta; cualquier extraño los reconocería más bien por
su actitud más reservada.
A pesar de que cueste creerlo, todas aquellas personas que se ca-
san están obligadas a hacerse la "pintura matrimonial", sin excepción
alguna, incluso cuando ya son mayores o cuando en su condición de
viudos contraen enlace por segunda vez. Tanto el marido como la mu-
jer deben aplicarse esta pintura #1,is kesa, pues tal es la costumbre y
la ley. Sólo en los últimos tiempos va cayendo en desuso esta costum-
bre, por causa de los fastidiosos europeos que de continuo deambu-
lan por allí.

9. Comportamiento hacia los suegros

Resulta oportuno incluir aquí algunas observaciones acerca de los


sy ajos p Vos. Hasta no he mencionado jamás
1 pre diente h„ :hablado co queza con el padre de su
ida. No se trata de na omisión mi 1 pretendiente nunca se di-
rige directamente al futuro suegro con palabras, ruegos o discursos.
. que ha lido necesario regular, averiguar o comunicar en vistas a
Zlimión matrimonial planeada se ha realizado indirectamente, a tra-
vés de parientes de sexo masculino. En ocasión de la primera admi-
sión del pretendiente a la cabaña del padre de la novia, tampoco se da

18 Sin embargo, GALLARDO: 219 niega rotundamente cualquier celebración nup-


cial; posiblemente, porque no ocurre nada que llame particularmente la atención.
un cambio de opiniones entre los dos hombres. Finalmente también
se celebra la boda, sin que los dos se dirijan directamente la palabra ".
Esto ya sirve para caracterizar la costumbre que describiré a conti-
nuación.
Ya en la primera noche de la fiesta de bodas, el joven matrimonio,
como ya lo hemos mencionado, se dirige a su propia cabaña
recientemente levantada. En ella permanecen aproxima-
damente unos diez días, mientras que los invitados que acudieron a la
fiesta de bodas pronto vuelven a dispersarse. La joven esposa proba-
blemente pase todavía muchas horas en la cabaña de los padres, en
tanto que su marido se hace ver poco allí, y, cuando lo hace, es para
realizar calladamente pequeños trabajos para el suegro. Algo después,
la joven pareja se muda junto al grupo familiar del marido.
El ye r n o está y permanece severamente obligado a honrar a
su suegra y más aún a su suegro. Por esta razón, nunca le está per-
mitido dirigirle la palabra, mirarlo libremente a la cara o sentarse
frente a él, sino que debe permanecer con el cuerpo medio vuelto ha-
cia otro lado, apartado de él. Cuando los dos se encuentran casual-
mente, el yerno se aparta cabizbajo del camino describiendo una cur-
va ". Si tiene que preguntar o comunicar algo a su suegro lo hace a
través de su joven esposa. Si, por el contrario, el viejo le quiere en-
cargar algo, lo manda llamar, y el yerno se sienta con la cara vuelta
hacia otro lado en la cabaña o afuera a la entrada de ésta. Después
de un rato el viejo deja caer algunas palabras, pero no dirigidas abier-
tamente [al yerno] sino como si hablara consigo mismo, y nadie estu-
viera presente: "Ayer en la caza maté dos guanacos y sólo pude traer
uno a la cabaña. Soy viejo, dos animales son demasiado pesados para
un hombre viejo. ¡Ojalá alguien trajera el otro animal! Se encuentra
situado justo al sur, en la orilla de este lado del río, al pie de las ro-
cas escarpadas". O bien dice: "La última noche soñé que se había en-
fermado mi hermano. Probablemente será cierto. Ya hace tiempo que
no he oído nada de él. ¡Cuánto me alegraría recibir una noticia cierta
acerca de él!" O tiene otro encargo: "Mis sandalias ya están tan rotas,
¡cómo me gustaría tener un par nuevo! Ahí afuera se encuentran tro-
zos de piel para hacerlas". Sin esperar otra exhortación —pues ésta
es la manera usual en que el suegro habla con su yerno— éste se le-
vanta sin pronunciar palabra y cumple con el encargo, emprende el
viaje o se pone a trabajar según le haya sido exigido.
Durante toda su vida estos dos hombres no hablan cuatro pala-
bras uno con otro, ni conversando ni refiriéndose a asuntos persona-
les. El yerno queda obligado en todo momento a prestarle servicios
a su suegro, especialmente si éste está decrépito y achacoso; en reali-
dad siempre hace más por él que el propio hijo. Todo esto ocurre "por-
que el yerno debe respetar y honrar de manera particular a su suegro".

29 Con esto se refuta lo que afirman unos pocos autores, esto es, la existencia
de arreglos o negociaciones entre el pretendiente y el padre de la muchacha;
así, por ejemplo, BORGATELLO (c): 70, COJAZZI: 25, GALLARDO: 213 y otros.
" HOLMBERG (a): 58 describe de igual modo la relación del suegro con el yerno.
Durante el primer año de matrimonio la relación entre la n u e -
r a y la suegra es igualmente severa. Más adelante la suegra se pue-
de mostrar algo condescendiente. Entonces las dos intercambian algu-
nas palabras, siempre que sea necesario; pero no se llega nunca a una
verdadera conversación. Ambas siempre quedan separadas por una re-
serva respetuosa. También la nuera se muestra siempre servicial, pero
en su caso no se pone tanto énfasis en el deber de ayudar como en el
caso del yerno.
Un día le dije a mi gente: "Entre nosotros, los blancos, los hijos
políticos suelen hablar con sus suegros". Algunos viejos sacudieron la
cabeza pensativamente: "Sin duda alguna, los blancos tienen algunas
costumbres extrañas. Pero no es bueno que los suegros hablen o se
traten con sus hijos políticos. Pues éstos deben honrar a aquéllos. En-
tre nosotros no conversan entre ellos: ¡así está bien!"

b. La vida conyugal

Para los padres significa una pérdida sensible tener que separar-
se de su hija, que sigue ahora a su joven esposo. También en el cora-
zón de la joven la amargura de la separación supera la alegría de poder
fundar ahora su propio hogar. Lágrimas silenciosas le corren a ve-
ces por las mejillas cuando siente cierto abandono en la propia caba-
ña junto al grupo familiar de su marido 31 . Toda su conducta y actos
muestran aún cierta falta de confianza, y, por su inseguridad juve-
nil, se mantiene algo apartada del trato con otras mujeres que toda-
vía no le son familiares. Para librarse del sentimiento de aislamiento,
visita frecuentemente a sus padres, por más lejos que éstos se encuen-
tren; el marido la acompaña, jamás dejaría ir sola a su joven esposa.
Los largos meses que siguen al casamiento constituyen una épo-
ca de manifiesta añoranza de los padres y de una silenciosa espera del
primer hijo, pues la joven esposa tiene poco de qué ocuparse. La dis-
posiciónianímica aquí descrita la pude observar con suma claridad en
HIMSUTA, que había sido traída al campamento del lago Fagnano por
su, aetual esposo, YoNI, pocas semanas antes de mi cuarta visita a di-
cho lugar. Sus padres vivían junto al Río del Fuego. Frecuentemente
la vi sentada en la cabaña, con expresión melancólica y con el rostro
haci antigu gar. Si yo guntaba: "¿Por qué estás
*ste? daba s re la mis . ,:A.puesta con los ojos llenos
e ágrimas. 'Me siento l.• n sola aquí ¡ Quisiera estar junto a mis
padres!". S embargo, elmarido la tratan con todo cariño y las otras
rtüj eres del campamentó se mostraban e la misma manera muy afee-
-' También GALLARDO: 219 se refiere a esta intensa nostalgia de la mujer re-
cién casada: "Dada la forma de cuidar a las jóvenes que viven continuamente en
familia y bajo la dependencia inmediata y constante de la madre, no es de ex-
trañar el hecho de que la novia experimente pesar al separarse de los padres
para casarse. Se exterioriza su sufrimiento en la tristeza que demuestra, llegando
algunas veces hasta llorar; se la ve apartarse apenada de su familia".
tuosas. Tan sólo con el nacimiento del primer hijo sobrevino un cam-
bio esencial en su estado de ánimo.
Pero también hay mujeres que se adaptan rápidamente a la situa-
ción de esposa, así como a la independencia de la cabaña propia. Una
viuda naturalmente no pasa por este estado anímico si vuelve a casar-
se, pues para ella el nuevo matrimonio significa más bien una libera-
ción de una situación, por así decirlo, desacostumbrada o imposible.
El joven marido queda a salvo de las emociones descrítI4.41
su situación ha mejorado sensiblemente una vez que ha conquistado la
tan deseada compañera. Con ello llegan también a su culminación los
deseos que ha abrigado el padre desde que su hijo ha pasado las cere-
monias Klóketen. Por otra parte, el joven levanta casi sin excepción
su cabaña cerca de la de sus padres.

1. Monogamia
Según el juicio de todos los informantes anteriores, que, por su
objetividad merezcan ser considerados aquí, el matrimonio monogá-
mico predomina en gran medida; por cierto que, además, nues-
tros selk'nam permiten la poligamia ".
Para lograr la mayor seguridad posible en esta cuestión mencio-
naré, en primer lugar, todas las otras fuentes. LUCAS BRIDGES (MM:
XXXIII, 86; 1899) escribe: "The rule among the Ona is to have one
wife, few have two, only one has three". Lamentablemente falta el nú-
mero total de los matrimonios para obtener un cálculo exacto. LEH-
MANN-NITSCHE (a) dice: "El matrimonio es monogámico". Según MAR-
GUIN: 501 "il y a tout lieu de croire qu'ils sont monogames". A pesar
de que, según BARCLAY (a): 76, "he practises polygamy, an Ona will
rarely take a second wife until the tares of his household are more
than one pair of hands, or shoulders, can manage." GALLARDO: 227 ad-
mite para el grupo septentrional que "casi nunca el indio tiene más
de una mujer y rara será la vez que pase de dos"; pero omite dar los
fundamentos de la restricción de su juicio al norte. SEGERS: 65 sostie-
ne que "aunque no es común, existe entre ellos la bigamia, que casi
nunca excede de dos mujeres." LISTA (b): 128 hace constar lo mismo
para el grupo sureño. Los selk'nam, según BORGATELLO (c): 70 "pote-
vano sposare piú donne..., ordinariamente peró non erano che due...
Ma molti uomini preferivano tenere una sola moglie..." De la misma
manera afirma BEAUVOIR (b): 207 que nuestros indígenas "por lo or-
dinario, no tienen más que una mujer". En cambio, de las palabras de
los otros dos salesianos, COJAZZI y TONELLI, no se desprende si preva-
lece la poligamia o la monogamia.

32 Según el juicio final de COOPER (a): 167 "it may be said that most of the
most dependable authorities attest that monogamy is the prevailing custom among
the three Fueglan peoples ...". Esto se basa en una confrontación de todos los
testimonios.
De todas estas citas resulta el predominio de la monogamia. Ade-
más debe tenerse en cuenta que el testigo más fidedigno de todos los
aquí mencionados, LUCAS BRIDGE, se pronuncia decidida e inequívoca-
mente a su favor.
Por lo que me dijeron a mí "cada hombre debe tener una sola
mujer, así lo deseaban siempre los ancianos, así les gusta a los selk'-
nam; sólo a veces, si existe un motivo el marido toma para sí una se-
gunda mujer." De acuerdo con esta declaración, que tuve ocasión de
escuchar, una y otra vez, casi palabra por palabra, sólo la monogamia
corresponde propiamente al justo sentir de nuestros selk'nam; mien-
tras que la poligamia es tolerada, en la medida en que tenga un fun-
damento en cada caso particular.

2. Poligamia

Por lo demás se infiere de las citas aquí trascritas que, para ha-
blar con DABBENE (a): 72 "la poligamia es también en uso entre los
Onas"; o según TONELLI: 96, "la poligamia é ammessa e che fu prati-
cata; purtroppo é praticata anche attualmente".
Ya en la mitología aparecen personajes con dos mujeres; eran se-
gún consta, individuos famosos, como Kwdnyip, Óénuke y otros. Sólo
del viento sur se cuenta que poseía tres mujeres; en los tiempos mí-
ticos no se conocen cifras superiores.
En cuanto a individuos polígamos en los tiempos h i s tó r i-
c o s nuestros indígenas mencionaban con máxima frecuencia al po-
deroso KAUSEL. Según algunos habría poseído cinco; según otros, in-
cluso ocho mujeres. Todas ellas vivían con él, si bien no en la misma
choza. que él reservaba para sí y para su primera esposa, sino en cho-
zas más pequeñas, próximas a ésta, que habían sido levantadas para
sendas mujeres. Las viviendas de la familia de ICAusei. "daban la im-
presión de constituir todo un campamento, ¡había tantas chozas jun-
tas!". Mis informantes, a pesar de sus contradicciones acerca del
número de mujeres que este hombre tenía, decían empero, en forma
unánime, que los viejos de épocas anteriores no habrían permitido un
número mayor de dos; sin embargo, unos pocos individuos de la tribu
no hicieron caso de esta prohibición, fiándose de su poder, temido por
Vé A 215).
a obar sta cost existe 'mente, ZENONE
To 96), era, según erdo, nueve polígamos pa-
años 41911-1923: de ellos tes dos mujeres cada uno y al
o, TEljENeSk, le :4•buye tres última aserción tengo que
rla el sentido e que este vie indio llevó a su choza a su
ra mu KAUXIA se lee el nombre VETETE) tan sólo después
de la muerte de su segunda mujer, y, después de un tiempo, echó asi-
mismo a su primera esposa; de modo que no poseyó más que dos mu-
jeres al mismo tiempo, y aun éstas sólo pasajeramente. Según el cen-
so que realicé a fines de 1918 con el P. ZENONE. había entonces 32
'111~ 1~11111~ '

familias 33 ; de éstas nueve eran polígamas ". Pero debe admitirse que, en
la actualidad, hay más mujeres de edad avanzada que jóvenes casade-
ras, por lo que algunos muchachos tienen que permanecer solteros. El
antiguo equilibrio en la cifra de ambos sexos quedó destruido por las
recientes persecuciones y abusos de los blancos.
Poseer más de dos esposas era por lo general condenado por
todos los contemporáneos; en forma casi regular los viejos interve-
nían cuando alguien quería tomar una tercera esposa. Es cierto que
nadie se atrevía a oponerse a los poderosos hechiceros, como era el
caso de KAUSEL. Pero, por lo menos, tales hombres debían tolerar oca-
sionales indirectas y censuras, ya que se los acusaba nada menos que
de lascivia: "¡Ése es como el guanaco macho, al que no le bastan
una o dos hembras!" O cosas aún peores: "El león marino es muy
voluptuoso y se da por satisfecho con la posesión de una hembra,
¡pero aquél desea tener varias mujeres!"... Tal o cual informante
también dirigía burlas agresivas contra los antepasados polígamos.
Si bien la poligamia era permitida de hecho, nunca fue mirada
con buenos ojos. En principio el sentir popular exigía alguna f u n-
damen t ación para la resolución del hombre de tomar una segun-
da mujer junto a su primera esposa aún viva. Tales motivos prove-
nían del orden económico existente, y ante todo de la división de
trabajo vigente. Si, por ejemplo, la mujer había sufrido un accidente
o padecía una enfermedad larga, que le impedía cumplir con su tarea
cotidiana, si, en forma muy excepcional, quedaba incapacitada para
trabajar o se volvía torpe debido a su edad avanzada, al hombre le
asistía un verdadero derecho de tomarse una segunda esposa, porque
la parte de trabajo de la primera sólo podía y debía ser realizada por
otra mujer. La cantidad de trabajo no era de ningún modo tan cuan-
tiosa como para que no hubiera podido ser llevada a cabo satisfacto-
riamente por una sola mujer; esta circunstancia nos hace comprender
la aguda oposición de la opinión pública contra la admisión de una
tercera esposa. A mi pregunta acerca de si, en el caso de un matrimo-
nio sin hijos, el hombre podía tomar otra mujer obtuve una respuesta
afirmativa general. Pero los hombres repetían, sacudiendo la cabeza:
"¡Aquí entre nosotros no sucede que una mujer no tenga hijos! 35 ¡Pero
si llegara a acontecer, el esposo se casaría pronto con otra joven, pues
desea tener hijos!" Por consiguiente, este caso esnecífico apenas se
plantea para juzgar la costumbre general. Vale decir que no es por un
exceso de trabajo, sino porque una mujer enferma o senil no puede
llevar a cabo el trabajo que puede ser fácilmente realizado en condi-
ciones normales, que el hombre debe procurarse una colaboradora
adecuada, una segunda esposa

33 Ver datos estadísticos detallados más arriba, pág. 132, o en GUSINDE (a):
21 y 27.
34 La observación que sigue "all'inlzio della Missione della Candelara parecchi
Indi avevano due done" (ToNELLI: 97) no permite una evaluación en cifras.
35 GALLARDO: 219 menciona a una cierta Yomsx "que es estéril" como la única
encontrada por él. Mis informantes no recordaban esto.
36 Fácilmente se evidencia como exageración el relato según el cual toda
No pocas veces la sugerencia partía de la misma esposa, que se
había vuelto total o parcialmente incapaz de cumplir con sus tareas
diarias. No pocas veces entraba en consideración en primer lugar la
he r mana de su esposa. Quizá ésta ya visitaba la choza de
su cuñado, pero no tanto por el trabajo a realizar como por orfandad
o falta de compañía. Mujeres más jóvenes, solteras siempre, perma-
necen con gusto en la choza de una hermana casada. Al sobrevenir la
incapacidad de trabajar o la debilidad corporal del ama de casa, el cu-
ñado la tomaba como esposa propiamente dicha.
No estaría justificada la suposición de que un hombre se busca,
dentro de determinada familia, primero a una muchacha mayor como
esposa y poco después a la hermana más joven, como podría dedu-
cirse de las palabras de COJAZZI: 24 "accade che un giovane metta
gli occhi su due sorelle: ne sposi la magiore, poi a suo tempo la mi-
nore". Un hombre relativamente joven esperaba muchos años antes
de fijar la vista en una segunda esposa; la comunidad le habría prohi-
bido seguramente un doble matrimonio inmediato sin una motivación
particular. Finalmente no le habría quedado asegurada, de ninguna
manera, la soltería de su joven cuñada para una ocasión posterior.
Cualquier convenio en este sentido habría sido imposible de antemano.
GALLARDO: 214 confirma este estado de cosas: "a causa de tener
muchos hijos o haber perdido las fuerzas" la propia esposa convence
al marido de que se case pronto con su hermana y la traiga a la pro-
pia choza; se lo recomienda "para poder llenar las obligaciones que
trae aparejadas el matrimonio entre onas". Con ello se explica que la
diferencia de edad de dos mujeres unidas al mismo marido era gene-
ralmente bastante considerable. Tampoco era mal visto que un hombre
casado admitiera en su choza como segunda esposa, a una viuda
de cierta edad a quien, después de la muerte de su esposo, le
faltaba toda compañía. De esta manera quedaba otra vez a buen re-
caudo, y la comunidad dejaba de preocuparse por ella. Si en una gue-
rra los hombres de un grupo eran diezmados, algún hombre de círcu-
los vecinos amigos tomaba para sí una u otra viuda solitaria, como
segunda esposa. Esta forma de proceder también era bien vista por
todos, pero tales emergencias eran raras n; en ellas nadie negaba su
ayuda.
Casi únicamente los hombres mayor es practicaban la po-
En 1 oría s casos la se a esposa era una viuda de
dad no ent en consider ón para un hombre joven

mujer suspira profundamente bajo el peso de su trabajo, no pudiendo prescindir


de una ayuda. La medida habitual de trabajo (pág. 330) no hace de ninguna mujer
indígena "un animal de carga o una esclava de toda la familia", como lo han sos-
teiu'dó incompetentes visitantes de Tierra del Fuego.
37 HOLMBERG (a): 58 exagera, admitiendo que "El hombre ... puede tener
cuantas (mujeres) quiera y pueda, parientes, criaturas de diez años, o viejas que
apenas pueden arrastrarse". ¡Probablemente tomó por "esposa" del dueño a cada
ser de sexo femenino de la choza! Como respuesta cuadra lo expresado por SEÑORET:
20: "Se dice que algunos indios son polígamos, pero es éste un dato difícil de
comprobar".
y tampoco le bastaba a un hombre más maduro como única esposa.
Lo más adecuado para ella era integrarse a un matrimonio de cier-
ta edad.
El sentir general no sólo exigía un motivo bien fundamentado para
la aceptación de una segunda esposa, que se sumaba a la primera aún
viva, sino que, además, el hombre debía ser capaz de poder proveer
satisfactoriamente a las necesidades de este aumento de su familia.
Por eso se dice de los bígamos de épocas antiguas: "Eran hombres
laboriosos, hábiles cazadores, personas razonables, a los que un mayor
compromiso respecto a la provisión de alimentos no les significaba
especial esfuerzo." Lo mismo se aplica también para el presente: aun-
que se criticaba continuamente la poligamia practicada por unos pocos,
en honor a la verdad, se decía de ellos: "Son hombres trabajado-
res, activos; sus mujeres no tienen que pasar hambre." Si el polígamo
dejase de cuidar lo suficiente su numerosa familia, estas relaciones
no serían toleradas por mucho tiempo por los vecinos. NANA, con sus
dos mujeres, nos sirve de ejemplo (pág. 325).
Dos son las razones para el matrimonio polígamo: necesidad
y ambición. El hombre necesita, en forma imprescindible, para sí y su
familia una mujer laboriosa para aquellas tareas que, según el derecho
consuetudinario, corresponden a la esposa. Si ella llega a quedar in-
capacitada para el trabajo, al marido no le restaba otra alternativa que
casarse con una segunda mujer. Como una persona normal está en
condiciones de llevar a cabo, sin demasiado esfuerzo, las tareas de
esposa y madre, desde el punto de vista de la economía familiar y
de la familia falta el motivo para llevar a la choza una tercera o una
cuarta mujer.
"En casos aislados ocurría también que alguna mujer, con los
años, se volvía muy perezosa y haragana. Entonces una gran parte de
su trabajo quedaba sin hacer. Si su esposo no conseguía nada con re-
zongos y palizas, todos le aconsejaban que se casara con una mujer
soltera mayor o una viuda. Esta nueva esposa desplazaba en parte a la
primera y de este modo se restablecía el orden en la familia". En prin-
cipio el hombre no tenía el derecho de echar a la esposa haragana y
negligente. Sin embargo esto sucedía. Ella en tal caso pasaba el tiempo
en casa de sus parientes; tal vez más tarde se le permitía volver junto
a su marido, o bien otro hombre la tomaba por esposa.
Un pequeño número de matrimonios polígamos de épocas anterio-
res tenía su razón de ser en cierta ambición y en una jactancia
consciente de los hombres. A ello se sumaba, si bien en grado limitado,
la vanidad de algunas mujeres deseosas de ser esposas de un campeón
célebre, de un viejo influyente, de un hechicero temido.
No puede verificarse como causa de la poligamia, la existencia de
un instinto sexual más vivo, pero mis informantes estuvieron de acuer-
do, en forma unánime, en lo tocante al deseo de darse importancia y
llamar la atención. Dijeron, por ejemplo: "KAUSEL tenía tantas mujeres
porque quería impresionar a todos y mostrarles cuán capaz era. Efec-
tivamente demostró ser un excelente cazador; su flecha siempre daba
en el blanco y, delante de las chozas de sus mujeres, colgaba siempre
mucha carne. Todas sus esposas e hijos estaban bien alimentados. Es-
taba orgulloso de poseer semejante cantidad de esposas. Como era un
hechicero temido nadie se le oponía. ¡Todos lo admiraban!" Esto me
lo atestiguó TENENESK, cuya propia ambición acrecienta el juicio valo-
rativo. La posesión de varias esposas de ninguna manera aportaba ven-
tajas económicas al hombre; por el contrario, debía esforzarse más
para alimentar el círculo familiar ampliado. Poder demostrar dicha ca-
pacidad, era precisamente su orgullo y su intención.
Cuando un hombre de tal inclinación espiritual había fijado seria-
mente su atención en una mujer soltera, un intento de evasión habría
sido peligroso para ella. El temor de ser muerta en caso de oponerse,
la arrojaba ineludiblemente a los brazos de ese hombre. Si estaba casa-
da, su esposo igualmente se hacía a un lado si era temeroso o joven;
sólo raramente alguno llevaba las cosas al extremo de enfrentarse con
el otro. Aquí difícilmente predominaba la libre decisión; pues frente
a tal coacción, la mujer, casada o soltera, se entregaba sin propia vo-
luntad al pretendiente capaz de llevar a cabo actos de violencia; por lo
demás no la esperaba un destino desfavorable. En las nuevas condicio-
nes su trabajo era más reducido que cuando ella sola debía hacerse car-
go de todas las tareas hogareñas; aparte de ello, se sentía considera-
blemente halagada de pertenecer a un hombre que gozaba de mucho
prestigio en el juicio de todos. Así pues, por su propia conveniencia,
cedía finalmente a los deseos de su nuevo amo.
Admitir en su propia choza, como segunda esposa, a una mujer
que había perdido a su marido en la guerra o a una viuda que se en-
contraba sola ocurría más por compasión hacia tales seres que por
otros motivos (pág. 317).
Entre las varias esposas del mismo marido se manifestaba siem-
pre, con toda claridad, el predominio y la posición privilegi a-
d a de la primera esposa'". En general las diversas esposas
no vivían en la misma choza. Pero cuando surgían serias dificultades de
convivencia, se construía sin falta una choza especial para la primera
esposa, junto a aquella en la cual el marido se había instalado con su es-
posa más joven. Se sentía más apegado a ésta; no sólo por el hecho
de que su afecto hacia su primera mujer había disminuido considera-
blemente, sino, en primer término, a causa de los hijos, que necesita-
ban la mano educadora del padre. Esto por lo general coincidía con
una época en que los hijos de la primera esposa ya eran grandes e in-
ientelpra sustrirlos, la prim esposa había llevado a su
a sobrias o sobrinalpequeños o ni os, para no encontrarse sola
eristi choza: Raramente el marido pasaba todavía la noche junto a ella.
Si se cambiaba de lugar de residencia, por lo general ambas mujeres
seguían a su esposo.

38 GALLARDO: 220 sólo sabe que "todas las esposas tienen los mismos derechos
y las mismas obligaciones" ... Es digno de ser tomado en cuenta que, al ser ad-
mitida una segunda esposa, la primera por lo general tiene derecho a opinar algo
al respecto, "e si spiega pure como cerchi che questa compagna o compagne, siano
tali da assicurare la concordia" (CosAzzi: 24).
Aparte de este arreglo, he observado otro más. La primera esposa,
hacia quien el marido, después de un segundo casamiento que ya había
tenido lugar tiempo atrás, sentía ya poco amor, vivía en la choza de su
hijo casado. Cuando su esposo se establecía temporariamente en el
mismo lugar con su segunda mujer, los cónyuges solían hacerse visitas
poco frecuentes e indiferentes; pero una convivencia de todos en la
misma choza fracasaba por los celos insuperables de la primera mujer,
la mayor de todas. El hombre se sentía apegado, en forma, muy llama-
tiva, a su segunda esposa, tina mujer hermosa y pulcra. Este compor-
tamiento lo he observado incluso en TENENESK.
Sólo en uno de los pocos matrimonios polígamos que conocí en mis
viajes el marido convivía con sus dos mujeres en la misma choza. Esto
ocurría en el caso de NANÁ. Prescindiendo del hecho de que la anciana
no podía renunciar a la ayuda de su hija, debido a su grave dolencia
reumática, todos los aspectos de la composición de este matrimonio
deben considerarse como una excepción ¡ya que las dos mujeres eran
madre e hija! "A los viejos no les gustaba que un hombre tuviera con-
sigo simultáneamente a dos mujeres en su choza". Y era todo lo que
mis informantes me decían.
Una relación extraña resultaba cuando el esposo, por cualquier mo-
tivo, echaba a su primera mujer. A la brevedad se buscaba otra mujer,
mientras ella se reintegraba a su familia. Raramente también ella se
unía más tarde a otro hombre, pero sólo con el fin de tener un porve-
nir asegurado. Aquí nos hallamos frente a un cambio de muj e-
r e s , porque el hombre ya no mantenía relaciones con su esposa aban-
donada; pero no se trataba de un matrimonio doble. Dicho individuo
había despedido a su esposa porque estaba harto de ella, porque era
negligente y haragana, pendenciera o caprichosa. "Eso no está permi-
tido", decían mis indios, pero ellos mismos agregaban: "¡Pero quién
va a impedir que un hombre se libere de una mujer con quien no sabe
arreglárselas!"
Si la misma choza albergaba en forma excepcional simultáneamen-
tea todos los esposos juntos, la mujer más joven se subor-
dinaba, ya sólo por el hecho de ser la más joven, a las ocasionales ad-
vertencias de su compañera. En los viajes, la primera esposa seguía en
la habitual "fila india" directamente al hombre o a sus propios hijos,
mientras la otra esposa se colocaba detrás de aquélla. Calladamente y
sin sujeción a reglas especiales, ambas compartían los quehaceres co-
tidianos, porque semejante convivencia era poco común. Era diferente
en el caso de incapacidad para el trabajo de la primera esposa; enton-
ces todas las tareas le correspondían a la esposa joven, que también
debía disponer a su arbitrio. No resulta sorprendente, en las condi-
ciones que acabamos de mencionar, que reinara buen entendimiento
entre ambas mujeres, puesto que a la más joven, podría decirse que
tanto por derecho como en exclusividad le correspondían todas las ta-
reas domésticas "

39 También DABBENE (b): 257 se define a favor de las relaciones generalmente


pacíficas entre las esposas. En cambio WIEGHARDT: 38 sueña: "La habitación ... se
No existían denominaciones especiales "" para la primera y segunda
esposa, ni tampoco lugar especial para cada una en la choza. Por lo ge-
neral el hombre instalaba su lecho entre ambas mujeres. Una mujer
vieja en la mayoría de los casos dormía apartada de los cónyuges más
jóvenes.
La explicación que debo al viejo KEITETOWH equivale a un resu-
men casi completo de las concepciones de derecho conyugal de nues-
tros selk'nam: "Entre los selk'nam cada hombre debe tener una sola
mujer. Cuando necesita una segunda esposa, puede tomársela. Por
cierto, censuramos a un hombre que se busca una segunda esposa con
el solo propósito de tenerla para sí; los parientes lo critican, también el
krnál lo acosa. Pero había que tolerarlo, si, a pesar de ello, conser-
vaba a su segunda esposa. Ningún hombre debe echar a su esposa; más
de uno, sin embargo, lo hizo, porque era pendenciera o haragana. La
mujer no debe escaparse y buscarse otro hombre. Su esposo debe ir
detrás de ella, pero nunca debe dejarla sola, ya que ambos están casa-
dos. Sólo cuando muere uno de ellos, la otra parte debe volver a ca-
sarse. Tales eran las costumbres entre los selk'nam. Pero los blancos
con su llegada han provocado aquí mucho desorden. ¡Se han llevado
consigo a muchas de nuestras mujeres y muchachas, que han tenido
que vivir con ellos y han muerto pronto!"

3. Obstáculos para el matrimonio y el divorcio


Los selk'nam muestran una repugnancia natural frente al vínculo
matrimonial entre personas consanguíneas. Las preguntas sobre el par-
ticular, inclusive, les resultaban tan desagradables que formulaban sus
respuestas en forma sucinta, para pasar con rapidez a otro tema de
conversación. En su rostro se dibujaba claramente cierto asco (pági-
na 298).
El matrimonio entre parientes allí no tiene lugar en
modo alguno, ni siquiera se admite para un casamiento un grado leja-
no de parentesco consanguíneo. Cuando traté de averiguar, en forma
más minuciosa, si los hijos de primos hermanos podían casarse, me
respondieron con un no decidido, agregando en tono malhumorado:
"No sigas preguntando; ¡los parientes consanguíneos no pueden unir-
se!" Esta prohibición, en efecto, equivale a una exogamia local, ya que
el gran grupo familiar se encuentra unido por vínculos de sangre den-
tro de los límites de sus tierras (pág. 299). La información de DABBENE
(b): 255 es clara: "Los onas no se casan entre consanguíneos." COJAZ-
áe wa en f aún más te: "Rifuggono grandemen-
si fra•nti" ". Estas labras se referían al vínculo
ó más Teja, o.
cambia diari mente en horrible campo de combate". Una cháchara parecida en-
eóntramos en F. A. Coox (d): 101.
40 Las denominaciones anotadas por BEAUVOIR (b): 207 son ejercicios libres
con números cardinales, pero no pertenecen al patrimonio lingüístico fueguino
genuino.
4, Por esta exclusión en cuanto a la ascendencia [del cónyuge] no significa
nada si, según COJAZZI: 24 "solo per necessitá contraggono matrimoni fra cugini
di terzo grado". Semejante coacción simplemente no existía.
14~1111' 41,11111,11.111111~
1~
. .
Además se considera prohibido llevarse simultáneamente corno es-
posas a la misma choza a una m a d r e y su h i j a. Es cierto que
esta prohibición no se hace valer con la misma severidad que la ante-
rior; pero, por lo menos, semejante vínculo es considerado sumamen-
te impropio. Por propia observación, conozco la actitud de la gente
frente a un bígamo, que se atrevió a dar este paso en la actualidad; en
Épocas anteriores nunca lo habría podido hacer. Nuevamente se trata del
caprichoso NANA, que mantenía simultáneamente en su 912,9~~,414 4, o,
sas a la vieja CATALINA y a su hija JUANA. PrÓ les resultaba tan repug-
nante a las personas de edad que rehusaban hablar conmigo sobre
el tema.
Mis indios rechazaron la afirmación de COJAZZI: 24 de que un hom-
bre se tomaba "una vedova como una figlia, sposando a breve intervallo
l'una e l'altra." Como ejemplo, ToNELLI: 96 hace valer la relación con-
yugal de SEXIOL, cuyas dos mujeres, ALKAN (escribo HALKAN) y MA-
THILDE "erano madre e figlia". A mí, sin embargo, me dijeron que esta
muchacha no se hallaba en la choza de su padrastro en calidad de es-
posa, sino que sólo se había unido a su madre viuda hasta que pudie-
ra independizarse. Un chileno la tomó para sí en forma más o menos
violenta.
Las dif e r encias de edad, en cambio, no representan un
obstáculo para el casamiento, no importa cuán considerables sean. Si,
por ejemplo, se admite una viuda solitaria como segunda esposa, los
años de vida de los dos cónyuges a los cuales se integra, quizá alcan-
cen juntos apenas la cantidad de años que ella sola ya lleva a cuestas.
Nadie ignora que ya no han de esperarse hijos de esta mujer. En cam-
bio, no sería bien visto, y tampoco parece haber sucedido, que un hom-
bre mayor se case con una muchacha muy joven, tanto se trate de una
segunda esposa junto a su mujer vieja aún viva, y mucho menos como
única esposa, si ha enviudado.
Del mismo modo que el parentesco de los cuñados no
es considerado consanguíneo (pág. 326), así tampoco es visto como
obstáculo para el matrimonio. No era raro ver a un hombre casado con
dos hermanas. Pero seguramente, al tomar su primera mujer, no ha-
brá tenido nunca el propósito de casarse más tarde también con la her-
mana. Por lo general el curso de los acontecimientos era el siguiente:
su joven cuñada soltera permanecía en primer término en la choza
como acompañante de su hermana casada; al pasar los años el cuñado
se encariñaba con ella; también sus hijos se habían acostumbrado a
ella, y, al presentarse una ocasión propicia, fácilmente tenía lugar la
unión del cuñado casado y la cuñada soltera (pág. 317). Sólo en este
sentido, y en muy pocos casos, se justifican las palabras de GALLARDO:
21 de que el indio "está cuidando a una indiecita, muchas veces la her-
mana de su propia mujer, para casarse con ella cuando su edad se lo
permita."
Como nuestros selk'nam exigían por principio una fundamentación
para la admisión de una segunda mujer como esposa, según su sentido
del derecho la poligamia no era considerada inmoral, e incluso apare-
cía como necesidad económica. Aquellos polígamos, que
por vanidad no querían conformarse con una sola esposa, eran cen-
surados por lenguas cáusticas con comentarios ácidos adecuados
(pág. 316). Pero como, desde épocas antiguas hasta la actualidad, la ac-
tividad econóníica no ha sufrido ninguna modificación esencial, ya esta
circunstancia, de por sí, impide hablar en favor de una poligamia quizá
más extendida en épocas anteriores. Por el tono mordaz con que se
alude a la posesión de varias mujeres por parte de este o aquel antepa-
sado se vuelve igualmente evidente con cuánta fuerza predominaba el
sentir general a favor de la monogamia.
La disolución de un matrimonio sólo ocurría muy
raramente en tiempos pasados 42 y entonces casi exclusivamente entre
esposos de edad tan avanzada que sus hijos ya eran casaderos. Los jó-
venes recién casados se mantienen unidos por el amor recíproco aún
intenso y por la prole en constante aumento. La mujer, todavía algo
tímida e inexperta, no abandonaría fácilmente a su marido, pues nece-
sita a quien provee por sus hijos; él tampoco abandonaría el hogar, por
haberse encariñado demasiado con sus hijos. Tanto un cónyuge como
el otro ineludiblemente serían objeto de habladurías y ambos tratan de
evitarlo dentro de lo posible. No puede hablarse en absoluto de una
separación conyugal concertada entre los esposos. Para que esto ocurra
es necesario que uno dé al otro motivos que se remonten a un pasado
lejano. Casi exclusivamente es el trato grosero por parte del hombre
que induce a su esposa a abandonar la choza. Si éste la insulta o gol-
pea, mientras que ella, por su parte, ha dado pruebas de ser una persona
tratable o laboriosa, entonces su hermano, tío u otro pariente inter-
cede frente al esposo; si a pesar de ello éste no modifica su comporta-
miento, ellos aconsejan a la mujer maltratada que huya lo antes posi-
ble. Cuando, por fin, la mujer escapa, todos los parientes le ofrecen
protección frente al grosero que no ha sabido apreciar mejor su valor.
No podría irse por motivos nimios, ya que entonces difícilmente podría
contar con una buena recepción por parte de sus parientes. Cuando el
comportamiento del esposo induce a la esposa a huir éste encontrará
más tarde sólo con suma dificultad otra esposa. Existe la palabra kqgáts
para referirse al esposo que maltrata a su mujer; esta palabra expresa
simultáneamente gran negligencia en la provisión de los alimentos ne-
cesarios. Si la mujer lo ha abandonado, el hombre permanece solitario
durante.liargo tiempo, pues todos se colocan de parte de la mujer, y no
cuenta ni con medios ni con amigos para traerla de vuelta. La esposa
con otro jure, que esté en condiciones

mo ,excepcio mbién una jer casada se arroja en bra-


s de otro mbre de • és de un acu do secreto, y a pesar de que
sposo ya comdo de manera muy correcta. En tales casos,
rido persigue sin p dida de tiempo a la prófuga, se traba en riñas
su rival y, por lo general, se lleva de vuelta a su mujer infiel. Si
fuera vencido o reconociera de antemano la falta de perspectivas favo-

42 También GALLAano: 220 reconoce que una disolución conyugal propiamente


dicha "rarísima vez se ha producido entre los onas".
-mor
rabies, debería conformarse con la nueva situación. La huida de una
mujer casada, que hubiera sido concertada con otro hombre, podía dar
motivo a pequeñas guerras. El marido se encontraba ya de antemano
en una situación más favorable que su mujer, porque siempre podía
tomarse una segunda esposa más joven, en cuanto la primera no lo sa-
tisfacía por algún motivo. La primera mujer se retiraba en tales casos
más y más por iniciativa propia. Pero una esposa que había sido aban-
donada por su esposo sufría mayor desamparo; esperaba durante largo
tiempo el regreso del marido prófugo, y tan sólo después de verse en-
gañada en sus esperanzas, contraía un nuevo matrimonio.
No se admitía que un muchacho abandonara a su joven mujer po-
cos meses después de la boda; el disgusto de los parientes de la esposa
engañada se acrecentaría de tal modo que el prófugo sería amenazado
de muerte. Los viejos insistían en que los jóvenes esposos se mantu-
vieran unidos. En todo esto, la presencia de niños constituye siempre
un vínculo indisoluble, por así decirlo, para ambas partes.
El r apto de la mujer en sentido estricto no era practicado
por los selk'nam 43 Es cierto que, en forma aislada, alguno intentó sus-
traer la mujer a otro hombre, ya fuera por seducción o a través de un
intermediario; pero tan pronto ella misma siguiera al seductor de ma-
nera más o menos dispuesta se desataba casi inevitablemente la lucha
entre ambos rivales. Por lo general, uno de ellos quedaba en el lugar
del hecho convertido en cadáver o era asesinado más tarde en secreto.
El que sobrevivía, por ser el más audaz o fuerte, se quedaba con la
mujer ". No tanto la mujer cuanto su seductor era automáticamente
señalado por todos como la parte culpable; contra él se dirigía el dis-
gusto del esposo engañado y de toda la parentela. Cuando el marido
lograba arrancar de las manos del otro a la esposa que lo había aban-
donado, por cierto que le propinaba una buena paliza y ejercía, desde
ese momento, un mayor control. Era poco frecuente que, después de
esto, la relación entre los esposos mejorara, de modo que este intento
de huida podía inducir al esposo a adoptar una segunda esposa. En
caso de que una mujer escapara con otro hombre, cuando ya no reina-
ba mucho amor en la pareja, su esposo probablemente no se esforzaría
por recuperarla; fácilmente encontraba una nueva esposa.
Semejantes historias conyugales constituían por largo tiempo el
tema de conversación de amplios círculos. En forma particularmente
animada se discutía en el seno del propio clan cuál de ambos había
dado motivo a la desavenencia. Sobre él no sólo recaían graves repro-
ches, sino que, además, era considerado un réprobo de por vida. Esto
nos permite reconocer claramente la valoración de aquel hecho como
delictivo.
Si bien un hombre podía contraer matrimonio con su cuñada viu-
da (pág. 326), nunca debía hacerlo con su hija; no importaba quién
fuera el padre de la joven. Del mismo modo le estaba prohibido casar-
se con su suegra después de la muerte de su esposa.
43 Tampoco se organizaban asaltos con el objeto de robar mujeres o mucha-
chas jóvenes para los agresores o el propio clan.
44 Véase el suceso relatado por TONELLI : 97.
Partiendo de una observación directa, presento un ejemplo ilustrati-
vo de un caso en que, bajo determinadas condiciones, la huida de
una esposa era juzgada lícita. Era considerado sumamente impro-
pio el comportamiento de NANÁ, que había llevado simultáneamente
a su choza en condición de esposas a una madre anciana y a su hija
(pág. 320): "Con ambas mujeres compartía el lecho en forma alterna-
da; por ello las dos son sus esposas." Con anterioridad los demás se
habían asegurado de esto y por ello condenaban la conducta de NANÁ.
"No diríamos nada si la vieja CATALINA sólo viviera ¡como una especie
de visita] en la choza de NANÁ, pues se encuentra sola y procede del
Norte; pero que estas dos personas también compartan el lecho, eso
a los selk'nam no les gusta en absoluto. ¡El yerno debe honrar a su
suegra!"... NANA es considerado por la generalidad como un hombre
perezoso y que no merece confianza, violento e inescrupuloso; nadie
mantiene con él vínculos amistosos. Por su manera de ser, a sus dos
mujeres les falta con mucha frecuencia el alimento indispensable.
JUANA, que por aquella época tenía un niño de pecho, parecía tan can-
sada, pálida y debilitada que toda la gente del campamento del Lago
Fagnano hablaba compasivamente de ella. A menudo yo veía cómo otras
mujeres le hacían algo de carne en ausencia del marido; los hombres,
por su parte, hablaban indignados de la falta de conciencia de NANÁ.
La vieja CATALINA también tenía que sufrir seriamente en tales con-
diciones.
Por compasión hacia ambas mujeres, otros hombres no quisieron
seguir tolerando esta situación. Todos consideraron como poco pruden-
te realizar un ataque abierto, o ejecutar disimuladamente un crimen,
posibilidades ambas que fueron sopesadas en estricto secreto. Segura-
mente la policía argentina intervendría si hirieran seriamente o asesi-
naran a NANA. En este estado de ira de todos los hombres contra NANÁ,
en abril de 1923 maduró en HOTEX, que había quedado viudo mucho
tiempo atrás, la decisión de adueñarse de JUANA. En primer término
deliberó con TOIN, y, cuando éste le aseguró la colaboración del influ-
yente TENENESK, fácilmente se obtuvo el apoyo de algunos otros indi-
viduos. Cierto día, cuando la mayoría había salido a cazar, HOTEX
aprovechó la ocasión y en una conversación secreta consiguió el consen-
timiento de la vieja CATALINA, quien, por su parte, prometió persuadir
también a su hija para que aceptara el plan de huir y casarse con
HOTEX. Después de varios días, HOTEX y JUANA se dieron cita secreta;
ella le pidió que la liberara de esta situación desesperada. Con gusto
huiría con él para ser su esposa. Se pretendía esperar hasta la prima-
vera; entonces HOTEX, en el momento apropiado, huiría con JUANA ha-
cia el norte de la isla Grande, donde buscaría trabajo en una estancia;
pero mientras tanto, CATALINA tendría que buscar albergue junto a otra
faniilia, poi: SI NANA, ¿orló era de temer, comenzara a desahogar en ella
su rencor. Esto, por su parte, debía ser la señal para que los demás
comenzaran a hablar en términos injuriosos de NANÁ, con el fin de in-
citarlo a pasar a las vías de hecho. Se planeaba darle tal golpiza a ga-
rrotazos que quedara incapaz de pelear por varios meses, durante cuyo
lapso la pareja fugitiva podría convivir con toda tranquilidad. Para el
low Ame
futuro, los hombres prometían ejercer mayor control sobre NANA, para
imposibilitar todo acto de venganza. Si éste se viera completamente
solo frente a adversarios unidos, no intentaría seriamente causar daño
a su rival y a su fugitiva esposa JUANA. Más tarde, posiblemente la
vieja CATALINA se instalaría también en la choza de su nuevo yerno ...
Pero JUANA murió hacia fines de ese mismo invierno. Este episodio
parece un buen modelo del derecho conyugal tácito de nuestros selk'-
nam, que, bajo determinadas circunstancias opermite incluso elaapto
de la esposa.

4. El levirato
Todo indio conoce la obligación de un cuñado cuando su cuñada
enviuda. Cumpliéndola, no se viola la libertad personal. El parentesco
entre cuñados no es considerado como obstáculo para contraer matri-
monio (pág. 322).
En términos muy generales "a deceased wife's sister is regarded as
that lady's natural succesor .." (BARCLAY [a]: 76); pero existen excep-
,

ciones a la regla. A un hombre soltero, en cambio, se le impone, al mo-


rir su hermano, una verdadera obligación de casarse con la
viuda de dicho hermano, o. al menos, de mantenerla. El mismo deber,
por cierto menos severo, alcanza al hombre casado. En uno u otro
caso, la viuda, empero, queda libre de casarse con cualquier otro hom-
bre. Aunque la viuda, por decisión propia y sin ninguna influencia aje-
na, pueda pasar por alto a su cuñado al contraer nuevas nupcias, éste,
no obstante, debe hacerse cargo en todo caso de los hijos de aquélla,
y, si fuera necesario, inclusive albergarlos en su propia choza.
En última instancia, esta institución sirve para brindar lo antes
posible seguridad económica a la viuda, o sea para liberar-
la de antemano de la preocupación de errar en el futuro sola y desam-
parada 45 No es el matrimonio del cuñado con su cuñada viuda el objeto
.

del derecho y la obligación, sino que la finalidad es asegurar el por-


venir de la viuda y la educación de sus hijos. El cuñado depende de la
decisión de su cuñada viuda. Es posible que haya perdido a su esposo
en plena juventud y no se halle aún muy arraigada en el nuevo grupo
familiar, y, en cambio, proceda de un círculo de parientes influyente y
extenso; si se da semejante situación le gustará volver a su tierra natal
y esperar allí qué pueda brindarle el futuro, mientras los miembros
de su propia familia se ocupan adecuadamente de los huérfanos de
padre. Por otra parte, cuando quien enviuda es una mujer en edad avan-
zada que se ha integrado bien al círculo de parentesco de su marido
fallecido, difícilmente abandonaría este ámbito, ya que en él encontra-
rá sin esfuerzo albergue y ayuda. En realidad, la propia cuñada busca
el camino que le parece personalmente más adecuado; su cuñado nun-
ca la presionaría para que adoptara una u otra decisión.

45 La interpretación de GALLARDO: 214 del levirato demuestra ser totalmente


errónea.
Si la madre prefiere conservar a los hijos a su lado, por ejemplo,
en la choza de su propio padre o hermano, entonces quedan simultá-
neamente en buenas manos l3 manutención de los niños y la necesaria
educación. Probablemente el cuñado no los pierda totalmente de vista,
pero queda eximido de obligaciones ulteriores.

5. División del trabajo


Entre nuestros selk'nam el trabajo sirve netamente para la subsis-
tencia. La unión de dos personas en el matrimonio constituye una ver-
dera comunidad de trabajo, en cuanto a cada uno de ambos sexos
corresponde, por costumbre antiquísima, un cúmulo de tareas defini-
das, claramente circunscritas. Sólo esta colaboración posibilita la exis-
tencia de la familia. La disposición y peculiaridad natural de cada sexo
sirve como medida y pauta para la ocupación del hombre y la mujer.
Indiscutiblemente, sobre el esposo recaen aquellas obligaciones
para las cuales se requiere una mayor fuerza corporal: todo lo que se
vincula con la caza es tarea suya. Por otra parte, la maternidad, vincu-
lada con el cuidado de los niños pequeños, constituye la tarea vital y
primordial de la esposa; su área de actividad es la choza, donde se pre-
para el alimento y vestimenta para toda la familia.
Sólo una exageración infundada incrementa la medida de trabajo
asignado a la mujer a un grado tan elevado que ella aparezca como
"animal de carga o esclava de toda la familia" ' 6. Sin lugar a dudas,
tanto ella como su esposo tienen bastante que hacer; pero sus deseos
de trabajar no es'án sometidos a ningún tipo de presión injustificada.
Por ello nuestros indígenas, en mi opinión, cumplen su trabajo como
un juego y como una actividad agradable. La tensión de todas las fuer-
zas corporales y espirituales, que comienza con el primer minuto de
trabajo y no se interrumpe nunca, a que se halla expuesto todo traba-
jador de los tiempos modernos, sería en todo caso excesiva para la
resistencia nerviosa del indio. Por supuesto, la preocupación por la pro-
visión necesaria de carne y leña, los cambios en las condiciones atmos-
féricas y otros pormenores frecuentes ejercen su coacción más bien
indefinida, a pesar de lo cual resta un amplio radio de acción para la
da sonal. lla coerció 'mula las fuerzas corporales
del indi las preserv la decadencia. La actividad,
uno pued „ editarse de rdo a los deseos del momen-
refrescar el cuerpo y el píritu; nadie querría privarse
rgo tiempo.
.Una tumb re antiquísima ha fijado la multiplicidad de ta-
reas y actividades en particular, y la manera como han de corresponder
a cada uno de los cónyuges como deber propio de su sexo. La recopi-
lación detallada y minuciosa brinda simultáneamente una rectificación

46 Así lo relata un informe sobre "Mons. FAGNANO in giro per l'Italia": "l'infe-
lice condizione della donna, che inquei luoghi é ancora interamente schiava
03S: XIX, 332; 1895). En forma parecida se expresa BENIGNUS: 233.
de otras informaciones 47 así como una delimitación exacta de los de-
,

beres laborales del marido y la mujer.

a. La ocupación del hombre


El mundo del hombre es la vida errante del cazador
con todos sus atractivos para el ánimo y los sentidos. Cuando se Ittires-
ta a ir de caza, el hombre parece transformado; todo el cansancio y
somnolencia desaparecen instantáneamente. En cambio, un gusto salva-
je de aventura, una audacia astuta y una inquieta movilidad sacuden to-
dos sus miembros. Abandona el campamento con paso acelerado, y la
pasión, largamente reprimida, lo impulsa hacia adelante.
La caza exige gran fuerza muscular y constancia tenaz; pues sin
trepar montañas y colinas, rocas y costas escarpadas, sin atravesar
amplias planicies nevadas y sin vadear arroyos, el hombre no obtiene
ni guanacos, ni aves marinas, ni focas. Coloca trampas y arma lazos
para cururos, zorros, ocas silvestres y cormoranes; finalmente sorpren-
de a los leones marinos dormidos, que mata con su maza. Junto con
otros hombres, arroja a través del río la gran red de pescar.
El guanaco, alcanzado por la flecha mortal, es destripado de in-
mediato en el lugar en que se desploma, y allí mismo se le cuelga ente-
ro de un árbol o se le despedaza. El desmembramiento de grandes
trozos de carne y de grasa de alguna ballena arrojada sobre la costa,
queda exclusivamente a cargo de manos masculinas.
Sólo los hombres despellejan los animales cazados, incluso los pe-
queños cururos. Con especial cuidado se desprende la piel de la zona
de la frente del guanaco, pues cualquier hombre se enorgullece de un
káéel hermoso. Después de que este pedazo de piel ha sido extendido
y secado por la mujer, es el hombre quien lo recorta dándole la forma
adecuada.
El hombre arrastra cualquier presa de caza hasta la choza, despe-
dazando él mismo los animales grandes. Coloca delante de la mujer
los diferentes trozos y le indica a qué familia debe ella entregar las
porciones.
Jamás un hombre recozería para su familia los productos comes-
tibles, ya de por sí escasos, del reino vegetal. En sus caminatas o en la
caza, al atravesar praderas abiertas o zonas boscosas, quizá recoja oca-
sionalmente al pasar algunas bayas u hongos, que, de inmediato, se lleva
a la boca para refrescarse un poco. Mas nunca llevaría tales alimen-
tos a la choza para su familia, y tampoco recogería jamás animales
marinos en la playa ni iría a buscar agua para beber.
El hombre se confecciona él mismo sus propias armas y utensilios:
arcos, flechas y carcaj, la azagaya pequeña y la red para la pesca, la

Com( (d): 102, DABBENE (b): 257, GAI.I.áRno: 210,


47 BEAUVOIR (b): 203, F. A.
HOLMBERG (a): 58, KRICKEBERG: 314, ~num 44 y otros más mencionan una
división del trabajo según el sexo, pero sin brindar información exacta ni
abundante.
honda y la trampa de lazos para aves, el bolsito con las yescas, así como
un bolso de cuero más grande, donde guarda adornos e instrumentos.
Él solo recoge las materias primas necesarias para hacer estos objetos,
recorta el cuero para el carcaj y prepara los colorantes con los que
pinta las armas. Además confecciona juguetes para sus niños.
Cuando se trata de conseguir leña, tarea que realiza con su esposa,
el hombre lleva a cabo el trabajo pesado; arranca palos gruesos, secos,
rompe con su lazo ramas elevadas y arrastra largos troncos, incluso
hasta la choza. Recolectar trozos más pequeños y llevarlos a casa es
tarea de la mujer.
Únicamente cuando se encuentra solo en un viaje o de caza, encien-
de un fuego. Lo mantiene encendido mientras él mismo lo necesite o
hasta que su familia se haga presente en el mismo lugar. En su choza
vigila, por cierto, el fuego, y coloca una que otra vez algunos leños
para que no se apague la hoguera; pero no es ésta su tarea.
Si se vuelve necesario, el hombre debe cavar un pozo o mantener
abierto un agujero en la capa de hielo, a fin de que las muchachas y
mujeres puedan proveerse allí del agua necesaria.
Si ha decidido con su mujer mudarse a otro lugar, ayuda a ésta
a desmontar la choza y doblar el gran cobertor de cuero. En el lugar
convenido, levanta los pesados troncos, en cuyo trabajo su mujer lo
ayuda, y los dos colocan encima de la armazón de la choza el gran
cobertor de cuero, que la cubre por completo. Si el viento aflojara
los tronquitos o la lluvia y la nieve penetran en la choza, el hombre, de
tanto en tanto, hará las reparaciones necesarias.
En sus andanzas ininterrumpidas, cada hombre lleva sólo consigo
sus armas, el bolsito con las yescas y el bolso con los utensilios peque-
ños. En cambio, por lo general da el bolso a su esposa para que ella
lo guarde, con el fin de tener ambas manos libres, para el caso de que,
de repente, alguna presa se acerque a tiro. También lleva consigo a
sus perros, que tiene de la traílla o suelta cuando rastrean la huella
de un animal. Él mismo entrena sus propios perros para -la caza y
canjea animales jóvenes por otros.
Como exige una considerable fuerza muscular, es el hombre quien
corta para la mujer la larga correa portadora a partir de un gran trozo
de piel.
Lo que tiene que ser adquirido para el hogar y la familia mediante
io o que es a propia d mbre, después de una con-
on • ujer,Decir pieles das
. mantos ya preparados,
s de p crnal, de afilar, co orantes y utensilios pequeños.
'

Cada h bre fabric sólo.para su uso personal los pocos objetos


mentales. El hechicero nunca acude a una ayuda extraña para la
p aración de las cosas que necesita, generalmente muy secretas. De
todo lo que se requiere para la ceremonia Klóketen, se ocupan los par-
ticipantes mismos.
En forma más bien casual, el padre también cuidará del niño de
pecho. En cambio es considerada su tarea específica iniciar a los hijos
más grandes en tiro de arco, en el manejo de. la honda y en la con-
fección de algunos utensilios.
Por supuesto, en primerísimo lugar el hombre debe procurar la
carne necesaria; sería incapaz de hacerlo Si no mantuviera sus armas
constantemente en un estado óptimo. Según cómo cumpla este deber,
se juzga comúnmente sobre su laboriosidad. Se le perdona más de un
vicio y se le disculpan otros actos impropios, tales como la poligamia
y otros, con tal de que se ocupe con ahínco de su familia y no la deje
pasar hambre (pág. 318). Es un honor y una recomendación para
todo marido que su mujer y sus hijos aparezcan bien alimentados y
pulcramente vestidos; en esto los demás reconocen su preocupación
y laboriosidad.
Jamás una mujer exhortaría a su marido a llevar a cabo las tareas
que le corresponden; aun si en alguna oportunidad ella y sus ''os
tuvieran que pasar hambre, ella no dirá palabra. Este comport
parece fundamentarse en una independencia completa, ,que c
respeta en el otro, sin que importe cuán próxima sea su relación.

(3 . La ocupación de la mujer
También aquí, la consideración respecto a la peculiaridad de la
constitución corporal y espiritual de la mujer es la que le ha fijado,
en forma exacta y adecuada, sus responsabilidades. Sus tareas se cir-
cunscriben a estas dos palabras: choza e hijo.
Toda ocupación vinculada con la m a t e r n i da d es tarea ex-
clusiva de la mujer indígena. Ella debe confeccionar el bastidor para
su niño de pecho; las tiras de cuero y las fibras de tendones los apor-
ta su marido. ¡Quién no conoce la magnitud de esfuerzos y desvelos que
exigen los niños pequeños! De acuerdo con esto, es posible valorar
la actividad de una mujer selk'nam que cuenta con una prole numerosa.
Pero su trabajo no se limita al cuidado de los pequeños. También
lleva a cabo una tarea considerable para la manutención de toda la
familia. Recolecta crustáceos y pececillos, y, ocasionalmente, también
hongos y bayas. Despluma las aves cazadas por su marido; conserva
sobre ramas elevadas los grandes trozos de carne de guanaco o bien,
según las indicaciones de su esposo, se los lleva a vecinos. En la me-
dida en que algún miembro de la familia desea ser servido, ella prepara
para cada uno el asado preferido; cocina los huevos de ave, la mor-
cilla y los mariscos en ceniza caliente. Ella misma busca el agua po-
ble, cuando aún la hijita no puede realizar estos mandados. Ya que
no se han previsto horas fijas para las comidas, la madre está ocupada
en llenar tal o cual boca hambrienta.
Mantiene encendida la fogata d9 . 1a choza, y para ello acarrea leña
y coloca nuevos maderos, para que el calor no falte, ni de día ni de
noche. Si las llamas llegan a propagarse al punto de representar un
peligro de incendio para la choza, echa encima agua o nieve lo más
pronto posible. De acuerdo con la dirección del viento, dispone la
cortina de la entrada o las ramitas de la armazón o el gran cobertor
de cuero, a fin de que el humo salga por arriba y no moleste a nadie.
Coloca la leña y las ramas secas apoyadas en troncos de árboles o en
la choza.
Para levantar el paraviento, o bien la choza más resistente, es
secundada por su esposo. Pero, más adelante, ella sola debe remendar
las hendiduras y agujeros con bultos de Usnea, a fin de que no pe-
netren ni la nieve ni la lluvia. Asimismo se ocupa de disponer las
ramitas y el pasto para el lecho de todos los miembros de la familia.
Realiza todo esto de la manera como cada cual lo desea.
Sus manos se ocupan de trabajar las pieles crudas, extenderlas,
chiflarlas y abatanarlas. También es ella quien prepara todo el cuero
y todos los hilos trenzados de tendón. Asimismo cose todos los man-
tos y sandalias, bolsos y bolsas, así como el gran cobertor de cuero
que cubre el armazón de la choza. El marido la provee de las fibras
de tendón necesarias para tal fin.
En los ratos libres, o en el curso de breves visitas y conversacio-
nes en otras chozas, confecciona cestillos y adornos para uso personal,
juguetes para el niño de pecho y para las niñas mayores.
Es también la mujer quien busca y quema el barro adecuado para
la pintura roja. Para la antorcha que los hombres encienden con mo-
tivo de la caza nocturna de aves ella recoge las ramitas de Empetrum
y las ata, formando con ellas un bulto alargado. En sus caminatas por
la pradera, suele buscar bejines secos que recogen la chispa al encen-
der fuego, y los coloca en la choza para protegerlos de la humedad.
Si uno se topa con una mujer que viaja con su familia, podría
sorprenderse ante la pesada carga que lleva. El gran cobertor de
cuero, tá'ix, ha sido enrollado de modo de formar un grueso bulto;
sobre él se han colocado de seis a nueve varas finas, cestos y bolsos,
algunas tenazas para el fuego y el bastidor para el niño, y también
se le ha atado un gran trozo de carne. De la mano libre cuelga un
bolso más grande con utensilios pequeños, como peine, colorantes de
tierra, yux, objetos de adorno, leznas de hueso, juguetes para el lac-
tante, á quien la madre lleva en brazos o sienta, mirando hacia atrás,
sobre su carga. Junto a ella corren los niños más pequeños, en la
medida en que se lo permiten sus piernas cortas. Se apoya sobre un
bastón de madera sin puño Además, pasea la mujer su mirada vigi-
lante sobre las personas mayores y sus propios perros. Si el marido
ha ido solo de caza, la mujer levanta el paraviento en el lugar con-
venido, donde todos esperan el regreso del cazador para saborear la
carne fresca. Al día siguiente, o al cabo de pocos días continúa la mar-
cha. Por consiguiente, una india se halla ocupada en forma ininte-
rrumpida.

El trabajo conjunto de ambos esposos

Es posible que uno se sorprenda de que el indio no se queje nunca


de su obligación de trabajar. Yo no escuché jamás una sola palabra de
impaciencia, aun en el caso de que el hombre llegara a su casa con
un gran agotamiento por las fatigas de la caza, o de que, por enfer•
medad del niño o por el frecuente mal tiempo, se vieran duplicados
los desvelos de la mujer. Si c o mp a r a m os las obligaciones de
ambos esposos, vemos cómo al hombre le corresponden las exigencias
que implican un mayor desgaste de energía corporal, y a la mujer una
multiplicidad de actividades más livianas. Mientras él se ocupa regu-
larmente de la provisión de carne, ella contribuye ocasionalmente un
poco a la manutención de la familia mediante la recolección de frutos
y peces. El campo de acción del hombre es la caza, el de la mujer la
choza familiar. Son obligaciones propias del hombre algunos trabajos
particulares, más bien imprevistos y ocasionales, vinculados con es-
fuerzos sobremanera grandes; la vida de la mujer consiste en una ocu-
pación casi continua, pero variada y más liana. Por o, el
necesita a veces algunos día de descansoNbsoluto, ntras
realidad no puede interrumpir nunca su actividad.
Este c o n t r a s t e produce en visitantes superficiales la impre-
sión de que toda la carga del trabajo familiar recae sobre los débiles
hombros de la mujer, mientras el hombre puede entregarse a un ocio
absoluto; como si a las mujeres, según F. A. Cook (d): 102 se las "car-
gara con el trabajo más aburrido, todo el ajetreo del manejo del ho-
gar". Las obligaciones, tal como recaen sobre uno u otro cónyuge, co-
rresponden por completo a la disposición psicofísica de cada uno de
los sexos; ninguno de los dos es sometido a un esfuerzo excesivo. Tam-
bién se dice que en los viajes la mujer debe acarrear sola todas las po-
sesiones de la familia al lugar de campamento, mientras el "esposo
poco galante" se pasea cómodamente a su lado. Pero el hombre no
lleva cargas consigo con el fin de tener a cada instante las manos libres
y las armas prontas para cuando aparezca un animal de caza. El mari-
do va de caza por bosques y colinas, mientras la mujer, con los hijos,
sigue un camino cómodo en línea recta, se adelanta a los demás con
paso tranquilo y descansa cuando lo desea; su carga no es excesiva.
Si a una mujer se le hace agobiante el trabajo exigido, sea por su esta-
do senil, su enfermedad o su prole numerosa, ella lleva a una hermana
menor como ayuda a la propia choza. Es cierto que, para ello, debe
obtener el consentimiento de su marido, pues éste tiene que mantener
a una persona más; pero él no podría poner reparos a su decisión. Al
fin y al cabo al hombre le está permitido la adopción de una segunda
esposa ‘. pág. 316).
La asignación de una ocupación determinada a cada sexo obliga
el trabajo conjunto y a la interrelación de la actividad de ambos cón-
yuges; de esta manera cada uno se halla dependiente del
o t r o. Algunas tareas, como la construcción de la choza, son de to-
dos modos realizadas conjuntamente por ambos esposos. De esta ma-
nera, la división del trabajo según los sexos de nuestros selk'nam crea
y promueve una sólida comunidad laboral dentro de la misma choza
familiar.

6. Soltería
De la peculiaridad de la actividad económica indígena se despren-
de, como consecuencia ineludible de naturaleza puramente social, el
hecho de que, en realidad, ninguna persona adulta pueda mantenerse
en estado soltero; cada cual necesita muchas cosas para su sustento
que sólo le son brindadas poi el otro sexo. En tanto uno forma aún
parte de la propia familia, los padres le brindan todo lo que necesita;
pero cuando ha llegado a la edad de casarse, el respeto lo obliga a no
seguir representando una carga para quienes le han dado la vida y
lo han mantenido hasta entonces. De hecho todos dan en el m o-
men t o op o r tuno el paso que los conduce al matrimonio ". Si
alguno quisiera seguir soltero más tiempo de lo acostumbrado, tendría
que soportar las burlas de los compañeros de la misma edad; más ade-
lante sería objeto de serias exhortaciones por parte de algún tío o de
parientes mayores. Del mismo modo, las muchachas en la edad adecua-
da son estimuladas de una u otra manera a unirse a un cónyuge.
Ser adulto es, pues, equivalente a estar casado. A nuestros indíge-
nas una soltería de por vida les parece simplemente incomprensible;
no habría sido posible en épocas anteriores por motivos económicos y
sociales. Hoy, por cierto, uno se encuentra con hombres jóvenes solte-
ros, forzados a hacer de solterones debido a la escasez de muchachas
casaderas. Ellos mismos se cluejan de su suerte, ya que les falta el ho-
gar propio, donde encontrarían en una mujer el complemento espiri-
tual. Esto resuena en las palabras de un hombre tan íntegro como Tour,
quien a pesar de sus veintiocho años de edad, aún no había podido ca-
sarse: "¡Cómo querría tener yo también una mujer, con quien dialogar
en la intimidad en las largas noches de invierno! ¡Con cuánto gusto me
escucharía! ¡Ahora no tengo a nadie a quien pueda abrir mi corazón!"
En la actualidad un soltero como éste se instala en la choza de algún
pariente. Si bien contribuye de hecho al sustento de todos, este estado
desacostumbrado pesa seriamente sobre su ánimo. Esta soltería forzo-
sa tiene como consecuencia ciertos serios desórdenes (pág. 163).
Los p a r i e n t es ofrecen, de buena gana, albergue en la propia
choza a los individuos jóvenes o maduros que acaban de enviudar.
Esto ocurre ante todo "porque, encontrándose ella ahora sola, no po-
dría mantenerse". Los parientes se sienten seguros de antemano de que
el viudo o viuda contraerá nuevamente matrimonio en un tiempo no
lejano, y formará su propio hogar. Los propios hijos o los hijos políti-
cos deben hacerse cargo de los ancianos viudos, que en modo alguno
se encuentran ya en condiciones de realizar un trabajo regular y, pre-
cisamente por eso, no vuelven a casarse.
Mis informantes no pudieron darme el nombre de un solo indíge-
na que hubiera quedado soltero de por vida. Cada vez que yo comenza-
ba a hablar sobre este asunto, sentía, a través de palabras y gestos de
mis indios, cuán inc omp r en sib le les resultaba el estado de sol-
. terí4• el hecho de que yo a mi edad aún fuera soltero, constituía a me-
nudo el objeto de un cambio de opiniones. También mis selk'nam
parecieron medianamente satisfechos con la siguiente explicación, del
mismo modo como había ocurrido anteriormente con los yárnana con

« Esto lo confirman quienes conocen la situación. "Todos se casan, no


conociéndose ningún caso de célibe", escribe BEAUVOIR (b): 207.
0",• wiNlwaven, q.~".".."1"."1,1 ..""Wir l
el mismo motivo: les di a entender que mis hermanos menores ya es-
taban casados, que mis padres se encontraban aún en edad de poder
trabajar y que ellos mismos deseaban que, por lo menos uno de sus
hijos, compartiera la misma casa con ellos; permaneciendo yo soltero,
sería quien les crearía menos complicaciones y esfuerzos en cuanto al
sustento. Al finalizar nuestro cambio de opiniones yo solía escuchar
una y otra vez: "Entre nosotros toda la gente joven se casa pronto;
pues hasta ese momento les han dado suficiente trabajo a sus padres.
No está bien que uno siga siendo una carga para los padres".

7. Reta s entre 1 yuge

La división de trabajo basada en el sexo establece la re-


lación de los cónyuges en el seno de la familia. En la medida en que
a cada uno le son asignados sus deberes claramente circunscritos, la
consecuencia de una unidad tan cerrada es asegurar la subsistencia de
la familia. Ninguna de las dos partes podría arreglárselas sin la otra;
pues esta interdependencia es tan absoluta, que sólo la acción conjun-
ta de ambos da como resultado la armonía en la unidad de trabajo
familiar. Es, de manera muy particular, la actividad económica libre
la que también otorga a la mujer una vasta independencia; pues su
contribución al sostén del conjunto familiar es el fundamento de una
inalterable comunión amorosa y espiritual.
De estas dos condiciones surge una total igualdad de d e-
r e c h o s para :,tubos sexos dentro de la unión conyugal. La mujer no
está sometida al marido, sino junto a él. Tanto una como otro tienen
deberes y derechos que la otra parte no se atreve a cercenar. Como
ninguno de los dos interfiere en el ámbito de actividades del otro, cada
cual permanece en un estado de dependencia económica. La conciencia
de esta dependencia no oprime a ninguno de los dos, antes bien, cada
uno realiza actividades para el otro con una naturalidad inquebranta-
ble. Además, cada uno de los cónyuges tiene un elevado sentimiento de
la propia dignidad; pues sabe muy bien cómo la propia personalidad
de la otra parte ofrece a aquélla la satisfacción necesaria y cómo su
trabajo contribuye de manera esencial a la prosperidad de toda la
familia.
La mujer es sumamente apreciada por el marido, así como
también el marido por su mujer. n está orgulloso de ella y escucha
con agrado cuando los vecinos alaban a su mujer por su laboriosidad,
su alegre trajinar, su carácter amable y servicial, incluso por sus atrac-
tivos corporales y su talle esbelto. Una satisfacción similar es la que
siente la mujer al ver a su marido apreciado por sus compañeros de
tribu, sea que lo admiren como 13aus tpin o vencedor en competencias
deportivas, sea que lo estimen como cazador diestro y consejero influ-
yente, o como artesano capaz y Ion poderoso. De ahí el dolor profun-
do, cuando la muerte destruye este lazo de amor 49 .

09 Guliamo: 134 lo comenta de la siguiente manera: "Cuando muere uno de


Nadie se atreve a hablar en forma ofensiva o despreciativa de uno
de los cónyuges en presencia del otro. Cualquier injusticia que aflige
a uno de ellos también es sentida como en carne propia por el otro.
Los dos intercambian a través del diálogo la alegría y el dolor y lo com-
parten. El cuidado por los hijos también es tarea compartida.
Cuán tiernamente se aman los cónyuges se evidencia a través de
todo tipo de muestras de cariño que exterioriza uno por el
otro ". Con cuánto gusto la mujer se reclina discretamente en su mari-
do, también en público. Qué satisfacción especial le depara a cada uno
de ellos cuando puede darle al otro una sorpresa agradable, ya sea con
algún manjar o un objeto hermoso. Se podría pensar, a veces, en un
cortejo muy directo por los favores de la mujer. Ya en mi primer viaje,
observé como se esforzaban ciertos jóvenes esposos en lograr que les
diera algunos collarcitos de perlas; sólo elegían aquellos que, después
de un acuerdo previo con su esposa, eran los que ésta más deseaba.
Tanto mayor era entonces la satisfacción del marido si los demás envi-
diaban a su mujer, a causa de que sus dijes eran más hermosos. Más
adelante, también conquisté el afecto del anciano TENENESK, sobre todo
por regalarle a su KAUxIA un pañuelo de cabeza de media seda, no ha-
biendo entregado nada parecido a otra india; sólo ella podía lucirse,
pues, con aquella pieza de adorno poco común. Más tarde me hice más
prudente; pues una coloración diferente, menos apreciada, de las per-
las de vidrio, podía provocar en un hombre el reproche de que yo apre-
ciaba a su esposa menos que a la mujer a quien había dado un collar
de perlas más hermoso. Al repartir los obsequios, yo había procedido
distraídamente; pero lo que me parecía de poca importancia, valía mu-
cho en la opinión de aquella gente. Es cierto que las mujeres indígenas
aceptaban calladas el regalo; pero después, cada una de ellas tenía su
cambio de opiniones con su marido, y por fin, a través de él, llegaba
a mis oídos el comentario sobre la forma poco equitativa en que había
procedido.
Hoy día parece casi natural que el hombre lleve a casa un obsequio
para su mujer después de haber recorrido el largo camino hasta la
tienda; por lo general, se trata sólo de un pequeño paño colorido, un
delantal de franela, un poco de azúcar o de chocolate; pero la mujer ve
en ello una nueva prueba de amor. La indígena sabe apreciar esta ex-
presión renovada de su afecto; ella ha preparado al marido, durante
su ausencia, un sabroso trozo de carne o le ha remendado una prenda
de vestir o lo recibe tiernamente. A menudo se ve cómo el marido da
a su mujer la mitad de un bocado que él apetece; quiere hacerla parti-
cipar también de todos los placeres 51 .

,..,,Igsjónyuges, el sobreviviente lo siente. Puedo citar el caso de un indio que tomó


mujer recién al año de haber enviudado, permaneciendo todo ese tiempo preso
de la mayor tristeza".
°
5 Incluso SEÑORET: 19 lo admite: "Se ve claramente que el amor conyugal
está altamente desarrollado entre ellos. La esposa acaricia 21 marido..."
GALLARDO: 223 nos aporta un ejemplo al respecto: "El indio... llega a
veces hasta a ser galante con ella (su mujer); citaré el caso de que habiendo con-
seguido carne o aves gordas y a pesar de ser una delicia para él, caminará uno
Los esposos intercambian también en forma absoluta sus pensa-
mientos; entre ellos no existe ninguna r ese r v a. Sólo los secre-
tos de la ceremonia Klóketen constituyen una excepción, y se compren-
de la preocupación de los hombres mayores de que se guarde dicho
secreto, porque los jóvenes esposos se confían libremente todo. El
hombre cuenta en detalle a su esposa junto a la fogata hogareña todas
sus aventuras y experiencias, lo que le acontece en su deambular, en la
caza y en 1-1 trato con los demás. Ella le relata todas las menud
,

y observaciones que ha hecho durante el día, le da su opinión sobre


otras personas, su conducta y manera de actuar, y también le confía
sus conversaciones con las vecinas. Cuando tenía ocasión de presenciar
estas conversaciones sinceras, se acrecentaba en mí la convicción de
que tales cónyuges no podían ocultarse recíprocamente ni la más pe-
queña cosa.
En vista de semejante confianza ilimitada, el hecho de que un ma-
trimonio nunca se muestre indiscreto en sus demostraciones de afecto,
ya sea en público o en la choza, delante de los propios hijos o ante vi-
sitas, es testimonio de un juicio maduro.
La íntima confianza entre los esposos es promovida, en gran me-
dida, por el aislamiento de cada familia, condicionado por la vida nó-
mada de los selk'nam. En la medida en que falta un contacto más fre-
cuente con vecinos o parientes, tanto más se aproximan los cónyuges,
y con tanta mayor firmeza deben unirse entre sí; cuanto más escasa la
posibilidad de conversación con extraños, tanto más rico el intercam-
bio de ideas de la pareja. Se trata de causas poderosas y constantes
que encadenan al hombre a la mujer, y viceversa.
De aquí hasta llegar a los celos sólo dista un paso. El hombre
defiende en forma absoluta a su esposa contra todo tipo de ataque, la
provee de toda la protección imaginable, dondequiera salte a la vista
un peligro. Uno no puede hacerse una idea del alto grado de vigilancia
que cada hombre ejerce sobre la seguridad de su mujer frente a los
blancos. Ella misma no dejaría de confiar a su esposo, sin pérdida de
tiempo, la más leve señal de un acercamiento no permitido por parte
de un extraño. Los indios están al corriente de estas tentativas a través
de su tradición tribal; un europeo nó puede ser lo suficientemente cau-
to como para no provocar sospechas, a veces sólo con una palabra o
un gesto. Quizá la susceptibilidad de los indios se ha visto muy acrecen-
tada tan sólo en épocas recientes, como consecuencia de los innume-
rables abusos de los blancos.
Un ingeniero argentino de moral intachable había acariciado leve-
mente, al pasar, las mejillas de KAUXIA, que se encontraba de pie de-
lante de su choza. Ésta, de inmediato, debe haber puesto al tanto a su
marido, pues poco después apareció TENENESK junto a ella en actitud
francamente hostil. Desde entonces, nunca permitió que su mujer sa-
liera sola de la choza, durante la estadía de aquel ingeniero en el cam-
pamento. INxioL había dado muerte a dos chilenos que, en estado de

o dos días alimentándose con carne flaca con tal de llevar aquellos manjares a
su mujer".
embriaguez, se habían mostrado impertinentes con su mujer. Mucha-
chas casaderas y, en grado aún mayor las mujeres casadas, que sospe-
chan en el comportamiento de un hombre un ataque disimulado a su
honra, se lo hacen saber en seguida, y según el caso, a sus parientes
o a su marido.
Hoy en día nunca se deja a una mujer sola en la choza, y el hom-
bre posterga salir de caza, mientras se encuentre un europeo en el
campamento. Ya en épocas antiguas, un grupo más o menos grande
nunca salía a cazar, sin dejar por lo menos a un anciano junto a las
chozas. Si un hombre cree, en realidad probablemente siempre sin mo-
tivo, que su mujer parece aproximarse a otro hombre, de inmediato
desmonta su choza y se muda en silencio con toda su familia a un lugar
apartado, solitario. Por ello se aconseja la máxima prudencia cuando
una mujer quiere huir del marido que la maltrata, o cuando otro hom-
bre planea con ella una fuga conjunta (pág. 324). En el caso de una
ausencia prolongada del marido, la mujer nunca permanece sola en su
choza, sino que se muda a la choza de sus parientes, salvo que vivan
con ella varios hijos adultos. Yo conozco la severa vigilancia con que
nuestros selk'nam saben proteger a sus mujeres (pág. 151) 52 .
La intimidad en las relaciones recíprocas de los cónyuges consti-
tuye la mejor protección de su fidelidad conyugal. En forma muy gene-
ral, reina la castidad prematrimonial, pues por ella vela la vigilancia
de los padres y vecinos del campamento (pág. 304). Entre los selk'nam
no han podido desarrollarse irregularidades mayores. A pesar de ello
hubo en tiempos antiguos unos pocos casos aislados de adulterio.
Pero ¡pobre del hombre que seducía a una mujer casada y mantenía
con ella relaciones íntimas prohibidas! Si el marido se enteraba de esto,
el seductor tenía que estar preparado para enfrentar una lucha, y la
esposa infiel recibía una tunda vigorosa.
Sin lugar a dudas, sólo muy raramente ha ocurrido algo por el
estilo. Nadie podía citar casos concretos de tiempos anteriores; pero
seguramente no los habrían callado, ya que a todos les gusta divulgar
semejantes faltas de los demás. El adulterio es juzgado por toda la
tribu como un delito grave; los culpables eluden avergonzados las
miradas de los vecinos. En términos generales se considera al hombre
como instigador y sobre él recae la mayor culpa; el marido enga-
ñado o los parientes de la mujer seducida se vengan de una manera
más o menos rigurosa ". Las muchachas y mujeres selk'nam difícil-
mente se prestan a transgresiones sexuales o infidelidad conyugal; un
bn nciado c feren s deslices de su
ija.
A nues les indios era y les es mpletamen e inusitado el he-
de molestar una muj con impertinencias
como tampoco se us•a un lenguaj secreto para hacerse entender

dr 5 2 En forma casi violenta se expresa HOLMBERG (a): 58: el indio "vigila, lucha
y hasta muere por sus mujeres defendiéndolas", LUCAS BRIDGES (MM: XXXIII, 86;
1899) dice: "They are kind to their wives".
53 Según DARBENE (a): 73 el seductor incluso es "perseguido por sus com-
pañeros hasta que les den muerte". Ver GAEEARDO: 220.
a través de miradas o de gestos. Por esta razón los selk'nam actuales
se sienten tan profundamente heridos, ante el hecho de que gran nú-
mero de los aborrecidos blancos parece considerar como algo natural
que toda india se les entregue sin ofrecer resistencia a la más mínima
señal. Defraudados, estos individuos inescrupulosos intentan acercar-
se con halagos iniciales, a los que tan sólo la intervención decidida del
marido indígena marca un fin definitivo. Será difícil llegar a determi-
nar si la india es tan recatada por naturaleza o si se halla tan intimi-
dada por la educación y tradición que nunca desea encontrarse sola
con un hombre, y nunca se interna mucho en el bosque si no está acom-
pañada. Por esta actitud suya existen pocas posibilidades de que se co-
rneta un adulterio.
Todas estas severas costumbres se han aflojado en los tiempos mo-
dernos. Recuerdo al lector la soltería forzosa, que es el destino de al-
gunos mozos. También fui testigo de que una mujer de mediana edad,
madre de varios hijos y muy apegada a su marido, admitió repetidas
veces en secreto a un hombre soltero, ya mayor, en su choza de noche;
al atardecer ambos habían llegado a un acuerdo sin llamar la atención
de los demás, y, después de medianoche, el hombre se deslizó hacia
su choza. Más adelante me aseguraron en forma muy confidencial que
sólo por compasión esa mujer se había entregado a aquel mozo. Ella
era, por lo demás, una persona intachable, por lo que es de suponer
que fue sincera al dar esta explicación.
Mis selk'nam son personas con peculiaridades bien pronunciadas
y vicios de carácter particulares; no todos encajan en la
imagen tradicional de un matrimonio perfecto. Así, a veces, uno se en-
cuentra en una choza con mucha grosería y pereza por parte del hom-
bre o negligencia y genio intratable por parte de la mujer. Una acomo-
dación completa de ambos cónyuges probablemente no se logre nunca.
Indiscutiblemente, en la mayor parte de las familias, hombre y mujer
son uña y carne, vinculados en una unidad amorosa y laboral, como si
conformaran una sola pieza; pero de ninguna manera se pierde la pe-
culiaridad acentuada en la personalidad individual. Esta conciencia de
sí, fuertemente acentuada, puede llegar a subírsele a la cabeza a más
de uno, de tal modo que se coloca por encima de las costumbres y
buenos sentimientos, e incluso llega a someter a su mujer a malos tra-
tos y groserías. Llega a caer en cierto estado de falta total de criterio,
y pequeñeces ridículas o su propio mal humor lo llevan a golpear a su
mujer con un palo, a herirla en el cuerpo rasguñándola con una punta
de flecha, a insultarla con reproches ofensivos y, finalmente, a hacerla
pasar hambre. Ella misma nunca se defiende; a lo sumo se oculta de-
bajo de sus mantas o coloca los brazos delante del rostro y la cabeza
para eludir los golpes. Tales incidentes familiares no pasan inadver-
tidos por el vecindario. Cuando la brutalidad o la pereza del hombre
parece amenazar la salud y la vida de la mujer, se la considera com-
pletamente libre y es alentada por sus parientes a abandonar al palur-
do en el momento adecuado. Todos defienden y ocultan a la fugitiva.
Si su marido más adelante quisiera volver a pretenderla, ella rara vez
regresa a la choza de éste; en la mayoría de los casos contrae un nue-
yo matrimonio. Gracias a un cálculo inteligente, la mujer maltratada
ha convenido, antes de su huida, con algún hombre que le sea afecto,
unirse de inmediato a él como esposa, para contar con su protección
(pág. 323). La huida de una mujer podía convertirse en motivo de una
verdadera guerra.
Al juzgar tales casos excepcionales, nunca debe perderse de vista
el hecho de que la tribu siempre toma partido a favor de la mujer mal-
tratada y que todo hombre brutal tiene más tarde serias dificultades
para encontrar otra mujer (pág. 323). Este pensamiento sirve de freno
poderoso a su temperamento inclinado a la violencia; el hombre cono-
ce los derechos cuyo menoscabo la mujer nunca debería tolerar, y sabe
también que, dadas las circunstancias, puede abandonarlo. Ella sólo
soporta los malos tratos durante cierto tiempo. Su resignación callada
sirve de advertencia para que el marido cambie su forma de compor-
tarse y para que reflexione sobre las consecuencias. También es posi-
ble que la mujer, en su sufrimiento, haya dejado escapar algunas pa-
labras relativas a una huida; el enfurecido individuo se sentía más irri-
tado por esto y maltrataba aún más a su mujer. Pero los parientes de
la mujer no toleraban mayores pruebas de brutalidad, sino que la po-
nían a buen recaudo.
Así pues los dramas conyugales poco edificantes no faltaban tam-
poco por completo en Tierra del Fuego; yo mismo presencié las gro-
serías y brutalidades de NiusrÁ contra su débil mujer (pág. 325). En to-
dos estos casos se trata de excepciones.
Pero también la mujer puede convertirse en un ser ca-
si insoportablemente terco y perezoso. Es en los niños donde mejor se
observa a qué tipo pertenece su madre. Una mujer activa, amante del
orden, a menudo se dedica a limpiar y arreglar a los chicuelos. Ella
misma siempre se presenta en forma limpia y agradable, parece reali-
zar todo el trabajo como si fuera un juego, prestar ayuda a otras per-
sonas le resulta un grato cambio de actividad, brinda a su marido la
colaboración deseada con una espontánea naturalidad. Para mí mismo
constituía un placer contemplar a semejante mujer; recuerdo aqhí la
manera de ser bienhechora y simpática de la laboriosa SEMITERENH.
¡Con cuánta frecuencia la envidia atormenta a un hombre que ha
tenido mucho menos suerte en la elección de su esposa que su vecino
o pariente! Sufre visiblemente por la apática pesadez, la falta de sen-
tido de orden y de limpieza, la dificultad en el trato y la malhumorada
irritabilidad e mu uando desp e años, toda la tolerancia
irritabilidad
n an ado en nad situación, el marido busca
ción ando u gunda espo deja de lado a la primera.
sx se separó de LELWACEN a causa de sus riñas interminables;
N, mujer de mediana edad, fue abandonada por su marido en
ra de su torpeza; YONI ya le había propinado repetidas veces pali-
zas a su joven esposa, porque ésta permanecía días enteros ociosa en
la choza y no movía un dedo para el trabajo; WARKION, muy conscien-
te de su hermoso rostro, atormentaba a su marido, pidiéndole objetos
de adorno cada vez que éste iba de compras a la tienda; ALEKOTEN, que
fue considerada durante largo tiempo la india más bella, se mostraba
con mayor frecuencia que la necesaria delante de la choza, con lo que
provocaba el recelo de su esposo. Ningún selk'nam cuenta con una
mujer tan ejemplar como para no poder formular quejas más o me-
nos serias. También le ha ocurrido a uno u otro que, sólo pocos me-
ses después del casamiento, su joven mujer se fugó, ya que su nueva
existencia como esposa le resultaba demasiado aburrida; las adverten-
cias de sus parientes la inducían a regresar al hogar.
Una declarada dominación femenina sobre el marido no parepela-
ber sido lograda por ninguna mujer fueguina, a pesar de que ndfaltár ."
banmujersdcátf,queabínpor smid
en forma bastante rigurosa. HALEMINK incluso nunca pudo afirmarse
satisfactoriamente frente a su mujer. Sin lugar a dudas, la participa-
ción frecuente de las ceremonias Klóketen influía de manera favora-
ble en hombres de carácter débil; aquí volvían a fortalecerse en su
sentimiento de superioridad y se les transmitía un coraje renovado pa-
ra su regreso a la choza familiar.
Sea cual fuere el modo como se produjeran las diversas irregula•
ridades de cada unión conyugal, hay que reconocer que la disposición
más íntima y natural del matrimonio selk'nam lograba fundar y man-
tener una comunidad de alma y corazón tan estimulante, y en no me-
nor grado, una unidad de trabajo tan ventajosa, que la vida económica
y la convivencia duradera de los cónyuges se hallaba ricamente col-
mada de felicidad y podía dar sentido a su vida. Como condición favo-
rable se sumaba la comunidad familiar de bienes. Jamás podrá expre-
sarse en palabras la riqueza de estímulos que emanaban del profundo
significado de la conservación del arco nupcial por parte de la mujer
(pág. 309), así como del hecho de que el hombre llevara consigo la
pulsera nupcial (pág. 307).

B. Padres e hijos
Sólo cuando uno ha llegado a familiarizarse con los selk'nam has-
ta alcanzar un grado de total comunicación, se comprende la riqueza
de valores espirituales que los padres reciben de sus hijos. Cada fami-
lia vive separada de las otras y la incesante vida errante sólo ofrece
una variación externa; si el trato quedara reducidó al intercambio de
ideas de los esposos, éste se agotaría en medio de la ininterrumpida
uniformidad de su vida. Entonces es el niño quien aporta movimiento
nuevo y fresco estímulo, variación cotidiana y distracción continua, el
que brinda valor en la lucha por la vida y alegría de trabajar a todos
los adultos a su alrededor. Sin el niño, la familia fueguina aislada se
consumiría espiritualmente.

a. El lactante y su cuidado
Quienes visitaron la Tierra del Fuego en época temprana no han
sabido darnos ni siquiera la información esencial sobre los primeros
años de vida del niño fueguino. Los pequeños son sumante ariscos y
reservados frente a extraños, por lo cual no cualquiera puede obtener
una visión más profunda del mundo infantil. Al redactar estas líneas
yo mismo descubro ciertas lagunas. Lo que estoy en condiciones de
brindar a partir de mi propia experiencia, lo debo a mi disposición,
que me permite conquistar fácilmente a los niños y observarlos en
forma discreta. Por este motivo yo había encontrado tan pronto una
acogida favorable entre los selk'nam, que suelen mostrarse poco accesi
bles, porque mi franca alegría en el trato con sus niños los conven-
ció de la sinceridad de mis sentimientos y superó todo prejuicio (pág.
72); para estos indios el niño es un tesoro apreciado de manera muy
especial.

1. El deseo de tener hijos

Es cierto que en el cortejo amoroso la imagen de un niño no apa-


rece todavía en forma definida; de todos modos, el deseo de tener hi-
jos no deja de ejercer cierta influencia en la decisión de casarse. Pero
después de los primeros años de matrimonio, cuando ya dos o tres hi-
jos corretean por ahí, en la mayoría de los padres se desarrolla un
ansia manifiesta de tener más hijos. Ni el marido ni la mujer pa-
recen tener suficiente paciencia para esperar la llegada de un nuevo
ser querido. "¡Cuanto más niños haya, tanto más alegría hay en la cho-
za!" me decía un selk'nam alrededor del cual rondaban seis vivaces pi-
lluelos; de paso no dejó de confiarme, lleno de alegría, que esperaba
volver a ser padre en el curso de pocas semanas.
Es por eso que las mujeres jóvenes o de mediana edad sienten 1 a
muer te de s u hijo como algo sumamente amargo, pues se
ven despojados de un ser querido. Hasta cierto punto las anima la idea
de que más tarde o más temprano un nuevo hijo hará su aparición.
Pero cuando una mujer, después de la menopausia, ya no tiene expec-
tativas de ser madre, la pérdida de un niño deja un sentimiento doble-
mente doloroso. Un matrimonio que se ha visto privado de sus propios
hijos porque se han casado o han muerto, se hace cargo de parientes
de corta edad 54 .
En términos muy generales las familias con mucha desee n-
d e n c i a son envidiadas. A las mujeres mayores les gusta
mucho visitarlas de vez en cuando, porque cuando se ven rodeadas de
íz anclan me dfflir "Cada día voy
EMITE ¡La mía solitaria! Allí, én cambio,
ch "os. Si te un buen he estado Mirando a estos
Años, vuelvo a se e bien. En s regreso a mi vivienda y
o resistir hasta el día siguiente". De sus hijos, sólo TOMÁS KNOS-
le había quedado con vida. Durante mi cuarta permanencia en

54 GALLARDO: 136 añade al respecto: "A las personas sin hijos se las ve, mu-
chas veces, hacerse cargo de niños parientes y puede hasta citarse el caso de
un tío robando a un sobrino con el cual estaban estrechamente unidos por cariño
mutuo. Lo que sí no puede mencionarse es la donación de hijos".
Tierra del Fuego se encontraba en la edad de la menopausia. Ya hacía
mucho que no se había anunciado ningún embarazo, a pesar de que la
pareja lo deseaba ardientemente. En busca de consejo, TENENESK ape-
ló a mi ayuda. Me aseguró con suma claridad que él era aún capaz de
procrear pero se lamentaba del excesivo flujo sanguíneo de su mujer,
y me pidió medicamentos europeos; tanto para él como para su mu•
jer resultaba "insoportable" seguir viviendo más tiempo sin tener hijos.
El niño nunca significa una ,..L~a,•g or~a. -e1~,11101,
manutención no exige gran esfuerzo, pues una boquita hambrienta más
o menos no afecta a los cónyuges. En cambio, cada hijo los enriquece
en su felicidad de padres. En Tierra del Fuego faltan por completo los
medicamentos anticonceptivos y abortivos del reino animal o vegetal;
un indio nunca acudiría a ellos. Cuando encaucé nuestra conversación
con la suficiente claridad hacia la existencia de tales sustancias, la gen-
te se mostró sumamente incrédula; no podían comprender que otras
personas trataran de evitar una prole numerosa, que entre ellos era
apreciada al máximo. En el mismo sentido, jamás se habría intenta-
do un aborto por una intervención tendiente a ese fin 35 me pareció
;

que no sabían nada en absoluto al respecto.


Todavía sigo teniendo la impresión de que todo padre prefiere a
las hijas y la madre a los hijos. La posibilidad de poder ejercer una
influencia sobre el sexo del hijo nunca ha sido considerada por nues-
tros indios.
Las familias biológicas con prole numerosa no dejan de constituir
el orgullo de toda su parentela. Se piensa menos en una mayor canti-
dad de combatientes o en una ampliación de los límites antiquísimos
de sus posesiones; antes bien el gusto por la ostentación y la ambición
innatos al selk'nam se manifiestan cuando pueden jactarse de contar
con una parentela numerosa.

2. Origen del niño


Todo indio adulto posee una comprensión fisiológica
exacta acerca del origen y desarrollo de un niño. Dicen lo siguien-
te: "El hombre y la mujer se unen a la manera en que suelen hacerlo
los esposos; trabajan conjuntamente. Luego comienza el niño a desa-
rrollarse en la madre, crece constantemente y, al mismo tiempo, el
cuerpo materno se agranda. Cuando el niño es lo suficientemente gran-
de, 1,o abandona y comienza a vivir" Los cónyuges cultivan la coha-
bitación con el propósito de una concepción. Sin embargo, se enteran
del embarazo ya existente tan solo después de una hinchazón exterior-
mente visible del cuerpo materno, no después de la interrupción de la

55 GALLARDO: 228 admite que el "aborto voluntario es completamente desco-


nocido". Pero resulta contradictorio sostener que "un indio brutal y por celos ha
castigado a una mujer con el evidente propósito de que abortara del niño que
creía de otro." WIEGHARDT: 42 es poco confiable en su informe.
56 Véase al respecto el detallado mito: "Cómo se originaron los seres hu-
manos propiamente dichos".
menstruación. Recién a partir de su nacimiento el fruto del vientre de
la madre es considerado un verdadero ser vivo.
Los hombres me repetían en forma unívoca: "El esposo necesita
largo tiempo hasta que logra sacar un niño de su mujer". Este "traba-
jo" señala en primer lugar la intensificación del instinto sexual de los
jóvenes esposos; pues también se destaca que "con una mujer joven
el hombre debe trabajar mucho para obtener un niño". Pero asimis-
mo podría intervenir aquí el otro concepto de nuestros indígenas,
según el cual el éxito de la cohabitación sólo se muestra cuando el
embarazo se vuelve visible. No llegan a tener conciencia de que la con-
cepción quizá ya puede haber tenido lugar con motivo de la primera
cohabitación. Todo el tiempo de acercamiento mutuo desde la concep-
ción no demostrable hasta la preñez inequívoca es considerado por
ambos esposos como un esfuerzo intensificado. Con la aparición de
los síntomas del embarazo el hombre se va apartando paulatinamente
de su mujer; aproximadamente dos meses antes del alumbramiento
guarda completa abstinencia con ella.
Nuestros indios no establecen ninguna diferencia en su manera de
considerar el origen del cuerpo y del alma del niño 57 Dicen .

lo siguiente: "Ambos esposos hacen al niño. El niño procede del cuer-


po materno, después de que el hombre ha cohabitado con su mujer
muchos meses antes. El hombre saca a un niño de su mujer cuando
mantiene con ella las relaciones propias de los esposos." Es cierto que
no reflexionan en forma consciente acerca de estos sucesos, pero la
gestación del joven ser vivo se les aparece como algo digno de venera-
ción. Todos prestan su ayuda a una mujer embarazada , y la tratan
con particular deferencia. Al igual que la mujer misma, así también
todos los vecinos aguardan el alumbramiento con tranquila alegría;
en forma respetuosalos mayores conversan con naturalidad acerca de
este asunto.
El nuevo ser obtiene, en opinión de los selk'nam, el origen y la vi-
da a través del proceso de procreación de ambos padres; la conexión
causal entre cohabitación y concepción les resulta a todos completa-
mente clara. Durante el coito la mujer se halla acostada sobre la es-
palda.

3. El parto
ma se com • a con partic dulgencia frente a su mu-
bar da. Dando uestras de s ='lidad, le pregunta durante
<'-

tima é tica del em razo: "¿Te s -s bien? ¿Sientes dolores?"


ien le dice: "Pronto veremos al nino, ¡trata de aguantar!" Como
bién lo comprobó GALLARDO: 228 "el marido no apura a la mujer
embarazada y... le aconseja andar despacio y hasta la ayuda".
Cuando se aproxima la fecha del parto, la familia permanece en
el mismo lugar y levanta su choza junto a otras. Unas veces, a instan-

57 Por el contrario, los halakwulup establecen una marcada diferencia entre


el origen del alma y el del cuerpo del niño. Véase GUSINDE (o): 546.
cias del marido, y otras, por propia iniciativa, la mujer embarazada
se dirige a una vecina, pidiéndole que le preste ayuda en el mo-
mento difícil. También otras mujeres se muestran dispuestas a cola-
borar y visitan a menudo la choza de la futura madre, en particular
si se trata de una primeriza. Ésta se muestra algo temerosa, mientras
que las mujeres que ya han tenido muchos hijos parecen indiferentes,
pues lo que esperan les es conocido a través de la experiencia.
Cuando se presentan los primeros dolores de par t
madre se dirige a su lecho o se pone en cuclillas junto al fuego del ho-
gar. El esposo se aleja junto con sus hijos; o bien se va de caza o per-
manece en una choza vecina. Mujeres serviciales hacen su aparición
junto a la parturienta y alejan a las hijas pequeñas. Despliegan en el
suelo un gran trozo de cuero sobre el cual colocan a la madre. , Una
persona levanta un poco la parte superior del cuerpo de la parturien-
ta y la sostiene desde atrás para que adopte una posición sentada a
medias; con la otra mano le brinda sostén para la cabeza. A continua-
ción otra mujer le quita en parte la ropa. Luego comienza a frotarle en
forma suave y circular la pared abdominal con la palma de la mano,
y advierte a la parturienta contra una contracción excesiva de los
músculos abdominales ". Mientras tanto, alguna ayudante se ha acurru-
cado entre las piernas esparrancadas dq la parturienta. Al tiempo que
van apareciendo la cabeza y los hombrds del niño, presiona el perineo
con la palma de la mano. De inmediato extiende ambas manos para
recibir en ellas el cuerpo del niño. Enseguida corta el cordón umbili-
cal con una valva afilada. Se considera perjudicial un fuerte presionar
de la parturienta o, la presión sobre la pared abdominal por la ayudan.
te. Tampoco se tira del niño que está por salir. Mientras durante unos
pocos minutos sigue fluyendo la sangre, la madre se va tranquilizan-
do. Finalmente se retira el gran trozo de cuero que estaba colocado de-
bajo de su cuerpo, se dobla y se lleva afuera, donde se entierra deba-
jo de ramitas secas o en la arena. En ocasiones se secaba con ceniza
el pequeño charco de sangre y se arrojaba esa ceniza a la fogata de la
choza. De la misma manera discreta se aleja luego la placenta. Cuan-
do la madre se recuesta sobre su lecho, le colocan entre las piernas
un pedazo de piel, que absorberá toda la sangre que todavía podría
fluir; y ella permanece bien envuelta en sus mantas. A menudo la ma-
dre limpia ya entonces todo su cuerpo, por necesidades de higiene, con
una espesa masa de tierra arcillosa clara 59 .

En el momento oportuno se le ha cortado al recién nacido el c o r


d ó n umbilical con una valva, ligándolo firmemente con algunas
fibras de tendones. Para secar la sangre se desparrama la mezcla de
polvos kójne y álc11. También se frota todo su cuerpo con Wyne. Esta
tierra arcillosa blanca ha sido preparada antes con poca agua para for-

58 Uno se interroga en vano cómo HOLMBERG (a): 56 ha podido llegar a las


conclusiones que enuncia.
59 Según BEAUVOIR (b): 208, COJAZZI : 26, GALLARDO: 229 y HOLMBERG (a): 56,
la indígena, después del parto, se bañaría en el mar o en un arroyo. Nuestros
selk'nam no acostumbran hacer esto, así como tampoco se bañan en general.
mar una sustancia fangosa espesa; con ella se lleva a cabo un repeti-
do "enjabonamiento". Por la proximidad del fuego y por el calor del
propio cuerpo, la capa aplicada se seca muy pronto; mediante un sua-
ve frotar con la palma de la mano se vuelve a quitar el fino polvo. Se-
mejante frotamiento asea y seca la superficie del cuerpo. Más tarde el
lactante es tratado a menudo de la misma manera durante sus prime-
ros meses de vida.
Pocos días antes del parto, la madre había aprontado unas pieles
muy suaves de jóvenes guanacos o cururos o de zorros jóvenes; en
ocasiones se intercalan también gruesos bultos de plumón. La "parte-
ra" envuelve al recién nacido en su interior, pero, de tal manera, que
la lana esté en contacto con su cuerpo. Ahora el niño puede dormir
por primera vez junto a su madre. Las otras mujeres acomodan el
fuego y eliminan todo vestigio de sangre.
Poco después tal o cual ayudante vuelve a retirarse. Una de ellas
comunica al marido y a las otras personas cómo todo se ha desarro-
llado satisfactoriamente y cuál es el sexo del niño. Tan sólo a raíz de
esta invitación, el marido aparece en su propia choza e intercambia
algunas palabras con su mujer. Pronto fija también la vista en su nue-
vo hijo y le manifiesta su alegría a su esposa.
El alumbramiento se desarrolla con gran f a cilida d. En el
caso de un primer parto aparecían, de vez en cuando, ciertas moles-
tias, pero, en el caso de partos repetidos, por lo general ya no se ne-
cesitaba ninguna ayuda. Me mencionaron casos aislados, en los cuales
la madre dio a luz mientras recolectaba leña o bayas; después de un
breve descanso prosiguió su camino, llevando en el brazo al recién na-
cido. FRED LAWRENCE me relató una observación directa: hace bastan-
te tiempo, en Puerto Harberton, una mujer selk'nam había ido a un
gran galpón, en el que se encontraba una sierra grande a vapor, para
buscar leña. Allí dio a luz sin ayuda alguna. Al cabo de apenas treinta
minutos volvió a abandonar el galpón; en un brazo llevaba al recién
nacida, en el otro algunos leños. Al pasar, mostró su hijo recién naci-
do a'una india sorprendida. y con él se dirigió apresuradamente hacia
Id choza. Aquí se acurrucó junto al fuego y lavó a su hijo con kórne
y lana blanda de guanaco. Todos los vestigios de sangre los había Sle-
jado de sí en el galpón de leña. No sintió necesidad de descansar ni
siquiera una hora.
lo ial, la rienta ape la a da de otra
era regí eral que d luz en osque o duran-
ta, aband da a sus pr recursos. También en es-
. e,: ose arido co s niños se ba un poco de ella; ni un
..1]. re ni niño deb resenciar est ceso. De acuerdo con el es-
1f3. , "sito personal, la p rturienta per e unos pocos minutos jun-
, fuego o se concede algunas horas de sueño 6° Nunca causa gran
.

alboroto. Según los usos antiguos ella, en colaboración con su esposo,


debe volver pronto a trabajar fuerte. Pero esto no ocurre para que "su

6° COJAZZI: 26, GALLARDO: 229 y HOLMBERG (a): 56 confirman el lapso suma-


mente breve de convalecenci2 de la puérpera fueguina.
hijo sea más fu e", com • ne GALLA . 29;
a esto, mis indios, riendo, hacían la objeción: "¡Si el niño está ahora se-
parado de su madre!" Decían más bien: "Entre nosotros siempre ha
sido así. ¡Volver a trabajar pronto es bueno para los padres!" Ni el
padre ni la madre llevan a cabo esfuerzos extraordinarios, sino sólo
realizan sus tareas cotidianas tradicionales.
Las indias son totalmente sanas y de conformación física normal.
Se han vuelto resistentes, gracias al hecho, .de moverse,y esforzarse
mucho, y ningúna forma de raquitismo ha llevado a una malformación
de la pelvis femenina. Por eso en ellas se realiza una expulsión com-
pletamente natural del feto, que no pone en peligro ni debilita poste-
riormente el cuerpo materno .".
En todo campamento la aparición de un nuevo niño es un acon-
tecimiento f eliz. Las mujeres visitan una tras otra a la joven
madre y averiguan detalles. Quizá el padre ha regresado mientras tan-
to de la caza y pregunta a los vecinos acerca del curso de los aconte-
cimientos. Los hombres se mantienen alejados por largo tiempo de
aquella choza, pero también "entre ellos" conversan acerca de los acon-
tecimientos ocurridos allí dentro. El propio padre, que ha conversado
a menudo con su mujer embarazada antes del alumbramiento, se re-
tira a dormir a una choza vecina la noche en que se espera el nacimien-
to del niño. Sólo cuando recibe indicaciones de las ayudantes vuelve
a acercarse a su mujer.
Como en mi cuarto viaje SEMITERENH dio a luz su séptimo hijo,
la mayoría de las observaciones aquí consignadas provienen de mi ex-
periencia directa.

4. La primeriza
Todo el grupo familiar presta particular atención a una mujer que
se halla embarazada por primera vez; el altruismo pasa ahora
a un primer plano. Me decían que "ahora se presenta la última opor-
tunidad para que las mujeres mayores digan a la joven cómo debe
comportarse. Cuando más adelante ella sea mayor, nadie le dará con-
sejos. La gente de antes aprovechaba siempre la aparición del primer
niño para repetirle a la joven madre mucho de aquello que ya se le
había dicho con motivo de la primera menstruación".
En primer lugar le corresponde a la madre, a la tía o a otra pa-
riente e inclusive —y esto llama la atención— a la suegra, aproximar-
se a la embarazada poco antes de su alumbramiento con las i n s -
t r u c c iones acostumbradas. Ya se le han dado a conocer reglas
generales de comportamiento mediante conversaciones ocasionales, pe-
61 Yo le leí a mis indios disparates relacionados con el tema provenientes de
otros informes. Así, según BARCLAY (a): 71 y DABBENE (a): 73 la mujer se ocultaría
en el bosque para dar a luz y escondería allí a su recién nacido durante algunos
días. Según COJAZZI: 26: GALLARDO: 228 y BARCLAY (a) 71, los hombres tampoco pa-
recían saber cuándo su esposa estaba embarazada. Los selk'nam respondían a todo
esto con grandes carcajadas.
ro ahora el acontecimiento inminente exige todavía una enseñanza ade-
cuada. Las mujeres que se encargan de esto conocen el estado de co-
sas. Pocos días antes del parto, la madre se acerca a su hija embara-
zada y ésta se somete a todas las indicaciones sin réplica alguna. Debe
realizar sus tareas en forma más activa, sin llegar a sobrecargarse.
Debe cumplir con más asiduidad todavía que antes perscripciones ta-
les como levantarse temprano, preparar la propia fogata al amanecer,
visitar muy temprano las chozas vecinas para que también allí el fue-
go arda satisfactoriamente, dar una mano a otros ante los ojos de to-
dos, como, por ejemplo arreglar la armazón de una choza, ayudar a
cuidar los niños pequeños, apartar la nieve a la entrada de la choza,
acarrear leña para las vecinas. Se mantiene ocupada de todas las ma-
neras posibles, no importa con quien se encuentre. Sin importunarla,
la propia madre se mantiene casi constantemente en la proximidad de la
embarazada; su muda presencia la impusla a una mayor actividad.
El comportamiento de su esposo resulta estimu-
lante a la embarazada, pues, en estos días, también él se halla compra
metido, y en no menor grado que ella, a llevar a cabo una mayor ac-
tividad. Nadie lo advierte sobre ello, sino sólo el ejemplo de su mujer
le sirve de suficiente exhortación. Por tal motivo, también él abando-
na el lecho a horas muy tempranas y ayuda a su mujer en las tareas
diarias. Se ocupa debidamente de sus propias obligaciones, aparte de
lo cual, también se muestra servicial con los vecinos. Seguramente se
esfuerza un poco, pero en cuanto a una actividad visible, no tiene que
realizar tanto como su esposa.
Las enseñanzas que se trasmiten a una mujer embarazada pare-
cen haber encontrado una forma de expresión invaria-
b le . Algunas frases se repiten y amplían ocasionalmente. La mujer
mayor suele decirle a la joven madre:
"En pocos días tendrás un hijo. No te preocupes, nosotros te ayu-
daremos. Debes cuidar bien a tu niño. Protégelo del viento y del fuego.
Si acuestas a tu hijo junto a ti, no lo aplastes durante el sueño; ten
cuidado cuando descansa a tu lado. Frótalo bien diariamente con Icópte;
debes mantenerlo siempre limpio. Presta atención cuando sienta ham-
bre 62 dale el pecho de inmediato. ¡Alégrate, eres madre y tienes un
;

hijo! ¡Cuida mucho a tu hijo!


Ahora tú también debes cuidarte mucho más. Dispón las cosas de
uestre sa contimpebes convertir-
o eres m muchM. Ya no puedes
cualquier No te burles de otros. ¡Sé
losa! c risa rtu • a no suena No te metas en peleas con
muje No debe portarte lo q e hablen los otros; no te ocu-
de sus asuntos. ¿Por qué enfurecerse por cualquier pequeñez? De-
ja de regañar y excitarte. ¿Para qué hacer papelones? ¡Mantente siem-
pre silenciosa y tranquila!

62 El lactante no suele dar a conocer su hambre a gritos, sino por leves mo-
vimientos de los dedos y dando vuelta la cabeza con inquietud (pág. 357).
Cuida bien tu choza, que todo allí esté bien en orden. Cuando tu
marido regresa de la caza o del viaje, prepárale pronto un asado, pues
tiene hambre. También por la mañana le has de preparar a tiempo el
asado para él. A ti te corresponde coser para él y tus hijos el manto
de piel; mantén en buen estado sus ropas y sandalias. Sé tú misma
aseada y limpia; una mujer sucia es algo feo. Sé ordenada en tu ves-
timenta. Ayuda a otras personas, entonces todos te querrán. Demués-
trale mucho amor a tu marido, así te apreciará y le gustará permane-
cer a tu lado. Cuida bien a tus hijos. Alégrate de que ahora vas a ser
madre...".
Estas palabras se las debo a la inteligente KELAL; estaban presen-
tes otras dos mujeres que ratificaron todo lo dicho. En los pocos días
que preceden al alumbramiento estas exhortaciones le son repetidas a
la joven madre con naturalidad; ella las acepta en silencio, dispuesta
a complacer a las consejeras. Efectivamente se muestra muy activa, a
pesar de un más severo retiro.

5. El comportamiento del marido


Todo hombre conoce muy bien lo que sucede en su mujer emba-
razada. Lleno de simpatía le ayuda, aconsejándola e instruyéndola. Su
comportamiento se vuelve más suave y cordial; se ocupa de ella solí-
citamente y nunca deja que le falte su colaboración.
Recién después del parto y a raíz de las indicaciones de las mu-
jeres, el padre feliz regresa a su choza. Se pone en cuclillas junto al
fuego o junto al lecho de su esposa, para intercambiar con ella unas po-
cas palabras. Una y otra vez contempla al recién nacido. Pronto em-
piezan a escucharse sus consejos: "Tienes que cuidar bien a
nuestro hijo y lavarlo con kójne. No coloques a tu hijo nunca dema-
siado cerca de ti, podrías aplastarlo mientras duermes. Si le metes el
seno demasiado adentro de la boca, primero toserá y puede llegar a
ahogarse. Sé siempre cuidadosa. Nunca debes dejar solo a tu hijo; es
fácil que los perros pasen corriendo por encima de él. Nuestro hijo
tiene que convertirse en un /diestro cazador y hombre fuerte, en un
laktpyin. O, (según los casos) nuestra hija tiene que convertirse en
una mujer limpia y laboriosa, de modo que toda la gente la quiera...".
También estas instrucciones parecen haber adoptado una forma de ex-
presión fija y son utilizadas por todos los hombres de una manera
más o menos textual. En ocasiones, el hombre, ya antes del parto, le
da algunos de estos consejos a su mujer.
Ya el primer día el marido coloca su lecho a cierta distancia del
de su esposa. Las relaciones íntimas conyugales cesan por aproxima-
damente ocho semanas. Esta abstinencia se practica como una severa
obligación, porque se dice que "la madre necesita este miramiento".
El esposo lleva a cabo su labor cotidiana con mayor a c tiv
d a d . Permanece más tiempo en la propia choza y evita hacer fre-
cuentes visitas a otros; tampoco pasa la noche afuera. De noche y de
día se ocupa de la madre y del hijo. Por supuesto, cuando otras mu-
jeres se ocupan de la joven madre le ahorran más de un trabajo. A
pesar de eso, se halla a disposición de su mujer; y por ello, suele acor-
tar su sueño, y pasar de noche horas enteras acurrucado junto al fue-
go. Esto, por cierto, sólo lo hace durante los primeros días que siguen
al parto 6'.

6. Prescripciones alimentarias para los cónyuges


A través de otros informes, ya se ha dado a conocer una limita-
ción en la alimentación de la puérpera 64 . GALLARDO: 229 escribe acerca
del comportamiento de la joven madre: "Su alimentación en esos pri-
meros días es escasa, no comiendo sino pescado, hongos, frutas, ma-
riscos, pájaros, sin probar carne ni sangre de guanaco sino cuando no
tiene otra cosa, y entonces ha de ser carne flaca".
Durante todo el primer mes después del parto, la madre, de
acuerdo con mis averiguaciones, no debe comer carne de guanaco o
león marino u oca silvestre. En su lugar, le está permitido comer pes-
cado, raíces, hongos y frutos. Ante todo, se le recomienda la médula
de los huesos del guanaco, y mordisquea asimismo las patas asadas de
este animal. Finalmente se le traen de otras chozas entrañas de gua-
naco, a saber, bazo, pulmones, corazón, hígado, estómago y grasa me-
senterial. La mujer debe comer mucho, pero sin empacharse. En caso
de que nada de lo que le está permitido le sea accesible, tomará lo que
se encuentre a su disposición. Se dice lo siguiente: "La carne del gua-
naco y del león marino es demasiado compacta, puede caerle pesada
a la madre; esos otros alimentos son más livianos y por ello se reco-
miendan más".
El marido se ve poco afectado por semejantes limitaciones. Si bien
él es completamente libre en la elección de alimentos, sólo le están
permitidas cantidades pequeñas. Durante unos quince días ha de sentir
constantemente una leve sensación de hambre, a pesar de los esfuerzos
más intensos que tiene el compromiso de realizar ahora (pág. 348).
Cuando interrogaba a la gente acerca del sentido de tales restric-
ciones, me explicaban que con ellas se busca favorecer el fortaleci-
miento corporal de ambos padres.

7. Tratamiento del recién nacido


Con la misión de la maternidad, cada india recibe de la naturaleza
la delicada sensibilidad para el trato de su hijo, aunque mucho lo apren-

63 A diferencia de lo que es costumbre entre los selk'nam, los yámana prac-


tican una couvade propiamente dicha, que será descrita en el tomo II.
" BEAUVOIR (b): 208, BORGATELLO (C): 71, COJAZZI: 26 y DABBENE (a): 73 sólo
traen indicaciones incompletas. No hallé la confirmación de que la gente joven,
ya antes del matrimonio, se abstiene de comer ciertos alimentos, "per timore
della sterilitá" (COJAZZI: 26).
de a través de la observación y la experiencia. Si bien, para ojos euro-
peos, más de un aspecto en el cuidado de los niños puede parecer
inapropiado o tosco, pues allí se carece de toda comodidad, la mujer
fueguina se encuentra siempre animada de un auténtico y óptimo senti-
miento maternal. A partir de su cuidado del lactante se ha desarrolla-
do, sin lugar a dudas, una especie humana fuerte, sana, resistente y
hermosa.
En lo que a ternura se refiere, ella misma ofrece todo lo imagina-
ble y recibe de su marido estímulos adicionales. Ningún esfuerzo le
parece excesivo, y, al igual que en el embarazo, tampoco requiere aho-
ra un cuidado especial. "La madre cuida al niño con esmero y mucho
cariño", confirma BEAUVOIR (b): 208.
A pesar de que nuestros indígenas no han desarrollado un sentido
especial por el aseo corporal, el lactante es objeto de un lavado
casi cotidiano de todo el cuerpo. Exactamente de la misma manera
como ha ocurrido poco después del parto, se le unta de arriba a abajo
con barro arcilloso diluido. Cuando éste se ha secado, la madre vuelve
a quitar este polvo fino, frotándolo con la palma de la mano. Seme-
jante tratamiento no sólo asea y seca, sino que, ante todo, aleja tam-
bién la grasa, sin provocar la más mínima irritación. En épocas recien-
tes apareció en el campamento indio una palangana grande, chata, de
hojalata. La madre calienta agua en ella, coloca al lactante dentro y lo
lava en toda regla con jabón europeo; luego lo seca bien con un trapo
o con un manojo de lana. Quien no posee una palangana de hojalata
se la pide prestada a la vecina, pues las mujeres consideran que se-
mejante baño es ventajoso para el lactante.
Como en los viejos tiempos, así también actualmente, se lava al
niño de una manera más sencilla. La madre se llena la boca de agua
y la retiene durante unos pocos instantes para calentarla; luego la sal-
pica, dispersando esta pequeña cantidad sobre la piel del niño. El pro-
ceso se repite hasta que sucesivamente toda la superficie del cuerpo
.del lactante ha sido humedecida; con la palma de la mano o con un
manojo de lana frota todavía un poco al pequeño y, finalmente, lo se-
ca con un pedazo de cuero lanudo o con un manojo poco compacto
de musgo Sphagnum. Es digno de atención el hecho de que el agua de
baño del lactante se calienta cada vez antes; después del baño, el niño
es firmemente envuelto. Los lavados regulares se vuelven menos fre-
cuentes después del cuarto mes y van concluyendo paulatinamente al
cabo del primer semestre de vida
Para acomodar al recién nacido se toma un trozo
cuadrado de cuero flexible, aproximadamente del largo del cuerpo. So-
bre él se extienden pieles muy blandas de zorros o cururos jóvenes
o de guanacos recién nacidos, y se agrega todavía una capa gruesa de
bollos de plumón o lana apelotonada, y tan sólo entonces se coloca al
lactante con la espalda hacia abajo. Los bordes libres del trozo de cue-

65 Del mismo modo que la madre no toma un baño después del alumbra-
miento (pág. 344), tampoco sumerge en agua al recién nacido. Véase CAÑAS: 351
y BEAUVOIR (b): 207 en sus manifestaciones contradictorias sobre el tema.
ro se doblan por encima de su pecho; y se ponen tirantes. Sólo ex-
cepcionalmente se utiliza una larga correa de cuero, que sostiene uni-
do todo esto. La cara del niño siempre queda al descubierto: Con ello
resulta muy fácil llevarlo o acostarlo. El cuero es suficientemente tie-
so como para evitar que la cabeza caiga hacia atrás. La capa de relleno
de lana blanda o plumones sueltos es renovada a menudo. Cuando el
lactante orina se suele secarlo rápidamente tocándolo ligeramente con
un manojo de lana o de musgo. El encentamiento se evita permitiendo
que el lactante se mueva suficientemente. La madre lleva al niño en-
vuelto en su trozo de cuero, en uno o en ambos brazos, levemente do-
blados, exactamente como una mujer europe1 66.
Como se da mucha importancia al hecho de mantener aseado al
niño, se abre y afloja a menudo el envoltorio de cuero. También se
desea evitar, dentro de lo posible, todo lo que pueda estorbar sus miem-
bros. Cuanto más movedizo se muestra el pequeño, tanto más libertad
se le permite. No está permitido atarlo o acordonarlo fuertemente.
Aún hoy se practica una costumbre antiquísima: cada una de las
vecinas se llega con frecuencia junto al recién nacido y aparta el en-
voltorio de cuero o pieles, de modo que el lactante quede completa-
mente desnudo delante de ella. Sin forzar y sin apretar, ella levanta
y estira brazos y piernas, uno después del otro, en lo
posible hacia arriba y hacia abajo. Es cierto que, al principio, esto no
lo logra por completo; los miembros, que aún se hallan siempre leve-
mente doblados, tienden a volver poco a poco a la posición irregular;
pero la mujer no se desanima y repite suave y lentamente sus inten-
tos. Simultáneamente acaricia tiernamente y repetidas veces con la ma-
no todos los miembros, sin seguir, al hacerlo, un orden determinado,
pero comenzando siempre con la articulación superior y terminando
en las manos y los pies ". Al hacerlo, no se cansa de colocar los bra-
citos y las piernecillas en dirección longitudinal; tampoco fuerza al
lactante en ningún sentido. Al hacer todo esto la guía "el deseo de que
los miembros del niño crezcan en forma completamente regular y rá-
pida". A pesar de lo serio del propósito que las guía, esta actividad les
resulta placentera a las vecinas y, varias veces al día el lactante debe
dejar que lo "enderecen". Esto cesa cuando el niño puede patalear en
forma algo más enérgica.
La colocación de un k'óxen (Fig. 26) también es una costumbre
que debe ser severamente cumplida. Aproximadamente al décimo día
después del alumbramiento, la madre compone con 'sus propias manos
este adorno para la frente o visera para los ojos y se lo coloca a su
hijo. Esto probablemente se realiza con el propósito de proteger los
ojos del niño contra la luz del sol y las llamaradas de la fogata de la

66 En BEAUVOIR (b): 208 encontramos breves indicaciones acerca de la ma-


nera de tratar al lactante; otros viajeros no han sabido informar casi nada al
respecto.
67 Mis informantes desconocían lo que expresa GALLARDO: 232 de que al recién
nacido se le untan las articulaciones con una masa de saliva y barro. COJAZZI: 26
pretende erróneamente que estos "massaggi con terra bianca" se llevan a cabo
"con certa rudezza senza curarsi delle strida del paziente".
choza; al mismo tiempo se desea brindar con ello una protección con-
tra el resplandor de la nieve. También lo explican diciendo que "el
lactante debe acostumbrarse a mirar derecho hacia adelante. Si no
lleva el k'óTen, desarrollará ojos muy grandes; pero los ojos grandes
no sientan bien a los niños". De acuerdo con la opinión de otra mu-
jer, se le coloca al lactante "con el fin de que su frente no crezca
demasiado hacia adelante; pues en tal caso no tendrá linda cara". Ade-
más (según GALLARDO: 231 y COJAZZI: 26), las indias dicen que sin es-
ta protección "sus hijos no tendrán buena vista en el porvenir". Todas
esta explicaciones no dejan reconocer con seguridad el propósito ori-
ginario del k'óxen. El k'ó.Ten se pone solamente durante el tiempo en
que se lleva al niño en brazos.
Hacia fines del tercer mes, la madre comienza a preparar un tá'al,
a menos que ya haya fabricado semejante objeto para un hijo ante-
rior. Toda mujer joven conserva para más adelante el bastidor
que ya ha sido utilizado. A mí me costó gran esfuerzo persuasivo y,
además, un precio elevado, adquirir uno. Por lo general, las que tenían
un bastidor rechazaban mi pedido diciendo: "Cuento con tener más
hijos. ¿Cómo habría de embalarlos si te doy ahora este bastidor?"
El marido aporta a su mujer lo que ella necesita para esta tarea.
El bastidor en forma de escalera muestra una hechura muy sencilla.
Sobre dos palos longitudinales, de alrededor de Itn metro de largo, se
colocan de ocho a doce palitos trasversales; las partes se mantienen
unidas con cordones de tendones fuertes. Se elige el tendón resistente
de la nuca del guanaco = áhmen, que es extraído cuidadosamente del
interior de la carne, y que no se aplica para otro uso porque es dema-
siado grueso y tieso. Se separa en cordones del grosor de una mina
de lápiz o de un hilo de lana y con ellos se atan los pedazos de ma-
dera colocados uno encima del otro. Como todavía se contraen, mien-
tras se secan lentamente, brindan mayor sostén a todo el bastidor. Un
hilo especial de tendón ata más estrechamente los extremos inferiores
de los palos longitudinales. Precisamente esta disposición evita que se
quiebren, pues son estos extremos libres los que se clavan en el suelo.
Por lo general uno de los palos es algo más largo que el otro. A la
altura de la pieza trasversal superior se ata una franja de cuero blan-
da, del ancho de una mano, con dos fuertes hilos de tendón; su largo
duplica el de todo el bastidor (Fig. 77). Antes de ser utilizado, se co-
loca encima de los palitos trasversales un trozo de cuero duro, con la
parte lanuda hacia arriba. Por encima, se extiende una piel particular-
mente blanda, en la que se pone al lactante desnudo; pero por lo ge-
neral lo colocan con el pedazo de piel en que suele estar envuelto. Se
pasa entonces la ancha franja de cuero de arriba abajo alrededor del
bastidor, en forma de espiral *, y se sujeta abajo el extremo suelto.
Esa forma de envolver al lactante permite enderezar el tá'al; pues los
extremos inferiores se clavan en el suelo, de modo que el lactante per-
manece aproximadamente en posición vertical. A veces este bastidor se

Ver nota del revisor referida a la acepción del término "espiral" que da
GUSINDE.
apoya contra la armazón de la choza o contra un tronco de árbol; de
esta manera se da al niño una leve inclinación hacia atrás. Más rara-
mente se cuelga el bastidor con niño, en una rama elevada. En el bas-
tidor que acabamos de describir, el lactante permanece, como se ha
visto, siempre erguido. Cada vez que desean colocarlo en posición ho-
rizontal, lo vuelven a sacar de él. Sólo durante el día se ata al niño a
esta escalera 68, esto es, cuando otras tareas impiden a la madre tomar
al niño en sus brazos. Dondequiera que la madre se halle ocupada o
se coloque en cuclillas, mientras cose o trenza canastos o limpia un
trozo de piel, siempre puede colocar muy junto a ella el bastidor con
su niño adentro. A menudo se encuentran tales grupos en Tierra del
Fuego, espectáculo que, al principio, impresiona como algo extraño.
Durante las caminatas, en cambio, la madre no lleva nunca a su hijo
en el tá'al, que sería difícil de manipular.
Se eleva al niño a tal altura por encima del suelo, porque, en caso
de estar acostado mucho tiempo, la fría humedad dañaría su cuerpo
pequeño. Ni siquiera un trozo de cuero extendido da suficiente pro-
tección, aun prescindiendo del hecho de que todo niño se desliza con
rapidez, a causa de sus movimientos inquietos. En la posición vertical
del bastidor, tampoco los perros molestan al lactante. Además, se pue-
de observar fácilmente desde cierta distancia, porque su cabeza se en-
cuentra a cierta altura. Si la madre tiene que alejarse de la choza, y
en ella no queda nadie que pueda hacerse cargo del lactante, coloca
el tá'al con el niño a una distancia adecuada del fuego; ahora se sien-
te tranquila de que el pequeño recibe suficiente calor y de que, al mis-
mo tiempo, no puede rodar por descuido y caer sobre los carbones
ardientes 69 .
Ponen al lactante en el bastidor sólo durante los primeros meses
de vida. De noche, la madre le prepara su pequeño lecho a su lado;
ella misma le quiere brindar protección contra el frío, el viento, los
hermanos pequeños y los perros, que suelen acomodarse para el des-
canso nocturno junto a su amo o sobre sus pies. Salvo por necesidad,
una madre nunca dejaría a su hijo atado al tá'al durante la noche.
En sus andanzas y caminatas la madre, dentro de lo posible, lleva
consigo a su criatura. El niño va acostado o a horcajadas
sobre su espalda desnuda; si ya está algo más crecido, coloca sus
bracitos alrededor del cuello materno. La madre desnuda la parte supe-
rior de su cuerpo, toma con su mano derecha la mano izquierda del ni-
ño y, simultáneamente, con la mano izquierda la mano derecha del

el atrayéndolo suavemente y deslizando sus brazos inclinados sobre


ropia cabeza, coloca al niño sobre su espalda. Luego inclina el
tronco en posición horizontal, para que el niño no se deslice en el ins-
tante en que ella aparta sus manos de las niño; luego toma los bordes
sueltos de su manta y los levanta, de modo que al mismo tiempo, que-
68 Sólo excepcionalmente y en caso de necesidad determinada la madre deja
al lactante también de noche en este bastidor; no se puede decir, como lo hacen
GALLARDO: 232 y otros, que se trate de una costumbre generalizada.
69 BARCLAY (a): 71, BEAUTOIR (b): 207, COJAZZI: 26, DABBENE (b): 257, GA-
LLARDO: 231, LOTHROP: 57 y SEGERS: 72 describen este bastidor.
dan envueltos su tronco y el niño. O bien co-
loca sus manos hacia atrás sobre sus propios
hombros y toma a la criatura por los antebra-
zos, o bien pasa una correa de cuero '° sobre
la [propia] cabeza, que, por atrás, llega tan
abajo que el lactante se sienta sobre la correa.
Esta correa se pasa hacia adelante sobre los
hombros y los extremos sueltos se anudan
firmemente delante del cuello. La madre tie-
ne entonces los brazos libres para cualquier
trabajo y, al mismo tiempo, el lactante está
fuera de peligro. La madre sólo sostiene a su
hijo en brazos o lo coloca en su regazo cuan-
do se acurruca junto al fuego o descansa
delante de su choza; durante los viajes, mien-
tras la madre atiende sus continuas ocupa-
ciones y durante las visitas, el lactante siem-
pre encuentra su lugar sobre la espalda de su
madre, porque ella tiene que mantener sus
brazos libres. Uno se acostumbra pronto a
esta silueta que al principio produce un efec-
to extraño, pues en el campamento indio uno
se encuentra casi exclusivamente con muje-
res adultas estrechamente unidas a su adorno
más querido, a su hijito, que sostienen sobre
la espalda, y que extiende su cabecita hacia
adelante con curiosidad y como desde un es-
condite seguro, por encima de los hombros
de la madre. Y si uno ve a una mujer madura
sola, se siente naturalmente como si le fal-
tara algo: ya que madre e hijo se hallan
unidos en forma inseparable e integran nece-
Fig. 77 - Correa que sostiene sariamente un conjunto. (Ver MARABINI, en
al niño. BS; 1897).
Cuando en verano brilla un sol claro, también se sienta al lactan.
te en completa libertad sobre un trozo de cuero extendi-
do; aquí puede patalear a sus anchas, rodar en una u otra dirección,
colocarse en cuatro patas y regocijarse con sus propios movimientos.
Esto sirve asimismo de regocijo a los vecinos y a los niños mayores.
Todos los habitantes del campamento vigilan a las criaturas y toda per-
sona interviene dispuesta a ayudar, siempre que sea necesario. Inclu-
so los perros parecen tan bien educados que muy raramente molestan
a los niños cuando éstos están acostados sin compañía; en ocasio-
nes, un animal grande se tiende, a indicación de su amo, junto al lac-

70 Esa correa tiene un largo de 3 a 4 m y menos de 1 cm de ancho. La cortan


de una piel de león marino; por esta razón es, al mismo tiempo, flexible y sólida.
Constituye un objeto de comercio entre los grupos establecidos en la costa y los
residentes en el interior. He descrito este lazo en la pág. 225.
tante para impedir que éste, por movimientos descuidados, se aleje ro-
dando de su sitio.
Todo extranjero, que visita una choza india, se siente sorprendido
por un silencio llamativo; es muy raro que llore un lactante. En Tie-
rra del Fuego no se conoce el llanto i n f antil. Ya GALLAR-
DO: 237 había observado que "los chicos lloran muy pocas veces".
La enfermedad o el dolor físico son probablemente el único motivo
del llanto de un lactante. Después de mi primer recorrido a través del
campamento del Río del Fuego, me acurruqué junto a la fogata de una
choza. Inmediatamente después que los indios habían satisfecho la cu-
riosidad que les despertaba mi presencia, algunas mujeres me repitie-
ron con mucha insistencia: "¡Allí llora un niño!" Se escuchaba un llan-
to continuo que procedía de una choza vecina. Sólo al día siguiente
llegué a saber qué era lo que me querían decir, a saber, que el llanto
infantil era allí sumamente raro y debía tener una razón particular.
Aquel niño de la joven ALEKOTEN sufría de graves trastornos intesti-
nales y murió algunas semanas más tarde. Será difícil averiguar hasta
qué punto la disposición natural o el medio ambiente han logrado se-
mejante autodominio inconsciente del lactante. De manera inequívoca,
el comportamiento de los mayores ha ejercido su influencia; sólo hay
que recordar cómo cualquier individuo permanece inmóvil durante
largo tiempo, cuando aparece próximo a él un animal de caza, con qué
atención se escucha cada movimiento en el bosque, cómo, inclusive,
cada perro retiene el aliento cuando ve que el indio observa algo con
atención.
Considerándolo bien, el lactante no tiene motivos para llorar; pues
lo cuidan bien y le mantienen seco el lecho. Aunque se le satisfacen
ciertos deseos, debe acostumbrarse a estar solo a menudo y por largo
tiempo. El niño llega sano al mundo, pues sus padres están bien de-
sarrollados. Si siente hambre, hace pequeñas señales con el dedito y la
madre lo alimenta de la manera como lo ha dispuesto la naturaleza.
Se le deja mucha libertad de movimiento y no se lo encierra en envol-
torios ajustados; puede llegar a cansarse pataleando sin ningún impe-
dimento. Como durante los primeros meses de vida se concede impor-
tancia a los lavados regulares, el metabolismo y la respiración no
sufren perturbaciones. Un niño nunca llorará si se encuentra en un es-
tado de bienestar normal; por ello, nuestros indios interpretan con ra-
zón/ y con preocupación el llanto prolongado de un lactante como in-
dicio de alguna enfermedad.
Los adultos se muestran muy sensibles ante el llanto del niño. De
ahí se explica cómo un padre le chilla con voz estridente al hijo que
llora, como si él mismo estuviera trastornado, o le grita al oído en voz
tan alta que el volumen del sonido lo tiene que hacer callar; o que la
madre lo sacuda de manera tan violenta que deben paralizársele to-
dos los músculos y nervios. Este método violento se intenta sólo cuan-
do ya se ha agotado toda la paciencia 71 Nuestros indios nunca suelen
.

71 GALLARDO: 237 informa acerca de idéntica forma de tratar al lactante


que llora.
asustar a sus hijos o infundirles temor abriendo los ojos en forma des-
mesurada y haciendo muecas, ni a través de ruidos o sonidos desacos-
tumbrados. Así tampoco amedrentan a niños más grandes con el "cu-
co" o con un animal salvaje y otras amenazas similares. Allí no se
conocen en absoluto semejantes f o r mas de intimidación.
Solamente cuando a un muchacho o a una chica no le sale bien algo
que debe hacer, es probable que un adulto le diga burlonamente: "Có-
mo, ¿no lograste hacer esto? ¿No oyes cómo se ríen los pájaros de ti?"
Hay una extraña costumbre que encuentra su explicación en el
sentimiento de belleza de los selk'nam. No se tolera el vello. Por
consiguiente, pocos días después del nacimiento, algunas vecinas an-
cianas hacen su aparición junto al recién nacido, apartan el envolto-
rio de piel, colocan al niño en posición horizontal sobre una manta, en
el suelo, delante de ellas y le arrancan el fino vello con sus gruesas
uñas. Exploran toda la superficie corporal y no se dejan desconcertar
por el pataleo del niño. Esto no se lleva a cabo de una vez, las viejas
se toman tiempo. Pero todo el mundo lo sabe: "Ya en los primeros
días hay que arrancarle el vello al recién nacido; ahora todavía no
siente nada, más tarde sentiría dolor".
Lo que queda del cordón umbilical se deja secar adhe-
rido al recién nacido, hasta que cae por sí solo. La madre lo enrolla
formando un pequeño anillo y lo conserva cuidadosamente en un bol-
sito de cuero. Recién cuando el niño puede caminar por su cuenta, el
padre coge un pequeño autillo = ky.Ts. Mientras sostiene el ave con
ambos manos, el niño recibe de manos de su madre su propio cordón
umbilical, y él mismo se lo coloca al animal alrededor del cuello. Lue-
go el padre entrega el autillo al niño. Todos los presentes observan el
espectáculo, hasta que, después de un rato no muy largo, el niño deja
que el pajarito levante vuelo con el cordón umbilical alrededor del
cuello.
Por cierto traté de enterarme del origen y significado de esta in-
teresante costumbre; sólo sabían repetirme una y o tra vez: "¡Aquel
k'axs protegerá a este niño! 72 Nosotros hacemos lo mismo que los an-
tiguos selk'nam han hecho desde siempre".

8. Alimentación del lactante

En sus primeros meses de vida, para el recién nacido sólo existe


la leche materna. En Tierra del Fuego no se puede conseguir de nin-
guna manera leche de animal. Si bien hoy, en una estancia es accesi-
ble a la mujer indígena la leche de vaca, fresca o condensada, ella
nunca la utilizaría, a pesar de que observa que con ella se alimentan
los lactantes de los blancos.

72 Esta lechucita, Glaucidium nanum, "chuncho", es mencionada algunas ve-


ces en la mitología como ayudante bien dispuesto y muy eficaz.
La posición al dar el pecho se asemeja por completo a la
costumbre europea. El lactante reposa en el regazo de su madre, que
sostiene su espalda con un brazo o deja que su cabecita descanse so-
bre la palma de su mano; con la otra mano le coloca el pezón en la
boca. Si el lactante ya es lo suficientemente grande como para poder
estar de pie por sí solo, se coloca entre las piernas entreabiertas de
la madre, que se halla sentada, y agarra su pecho con sus propias ma-
nos. Todo esto se lleva a cabo ante los ojos de jóvenes y viejos como
algo espontáneo, natural que se sobreentiende.
El niño no expresa su sensación de hambre por el
llanto, sino por leves movimientos inquietos de todo el cuerpo o, con
más frecuencia, jugando en forma irregular con los dedos, mantenien-
do el bracito levantado. La madre acude de inmediato a calmarlo. Re-
sulta ventajoso que los lactantes sólo estén firmemente fajados cuan-
do son colocados en el tá'al; en estas ligaduras el niño hace saber sus
deseos de ser alimentado por enérgicos movimientos de su cabecita.
Solamente la propia m a dr e amamanta a su hijo. A pesar
de que algunas vecinas casi se enamoran de él, lo abrazan y acarician,
lo toman en brazos y lo colocan en su regazo, sin embargo no llegan al
extremo de amamantarlo ellas mismas, aunque exista parentesco. No
se recordaba por allí a ninguna mujer que no hubiera podido dar de
mamar ella misma a su hijo. Si un recién nacido pierde a su madre
por fallecimiento, lo ponen en manos de otra persona que lo alimenta-
rá, y sólo esta mujer le dará el pecho en el futuro. También se acude
a la ayuda de alguna parienta cuando se enferma la madre del lactan-
te. Las mujeres indias insisten en que "el recién nacido sólo debe ser
amamantado por una misma mujer". Pero cada vez que se presente
un caso de necesidad "puede asegurarse que otras madres se apresu-
rarían a ofrecer su seno, porque todas las mujeres son muy genero-
sas y muy amantes de los chicos" (GALLARDO: 230).
En Tierra del Fuego el niño es alimentado con leche materna du-
rante un tiempo considerablemente más largo que en Europa. La lac-
tancia tiene lugar con determinada regularidad durante los primeros
cuatro meses. Si hasta entonces al lactante sólo se le daba leche mater-
na, la madre se sirve más adelante de un trozo de grasa de guanaco.
De esta grasa mesentérica corta un trozo del largo de un dedo y del
grosor de dos dedos, que justo entre en la boca del lactante, pero que
no pueda ser tragado por él. Con este "chupete" puede distraerse y al
mismo tiempo acostumbrarse a otro alimento. Al principio, este tro-
cito de grasa se asa; más adelante, con frecuencia lo dejan crudo. Cada
día la madre tiene que reemplazar el trozo de grasa por otro, pues ya
ha sido chupado o ensuciado. A pesar de que el lactante se embadur-
na el rostro y las manos con la grasa que gotea fácilmente, parece gus-
tarle su sabor.
No quisiera excluir por completo, como una causa de la cifra ele-
vada de mortalidad infantil, los inevitables trastornos digestivos, a con-
secuencia de la grasa abundante —por lo general cruda— que proba-
blemente no le cae bien a cualquier estómago de lactante. Pero quien
la tolera, se desarrolla con ella a las mil maravillas. El raquitismo es
desconocido en Tierra del Fuego.
No es posible determinar el tiempo de duración de la lac-
tancia de acuerdo con una cantidad de meses. Por regla general,
el niño mama hasta que sobreviene el nacimiento del próximo lactan-
te; incluso entonces aquél se alimenta ocasionalmente todavía en el
pecho de la madre, sin perjudicar a éste. El último niño es el más fa-
vorecido en este aspecto. Pero sólo muy raramente la madre le permi-
te a su benjamín tomar el pecho hasta su segundo año de vida cum-
plido; esto con intervalos variables de algunos días. Cuando el niño
ha cumplido su primer año de vida, recibe, además del "chupete" de
grasa que ha tenido hasta entonces, preferentemente uno de carne asa-
da de un joven guanaco. Poco a poco cesa la alimentación a través de
la madre.
Si otros autores se refieren a una época de lactancia de varios
años de duración ", no se trata en realidad de una lactancia propia-
mente dicha, sino sólo de la costumbre de algunos niños de servirse
del pecho materno para chupar sin ingerir nada. Las mujeres, por lo
general, no se oponen a este acercamiento de sus niños más pequeños.
Del mismo modo, la duración del tiempo de utilización del "chupete"
de grasa o de carne es diferente según el caso de cada lactante; la ma-
yoría de los niños lo arrojan pronto, pero algunos lo mantienen en la
boca durante todo el día hasta el segundo o tercer año de vida.
Más o menos en la época en que la madre, por primera vez, le da
a su lactante el "chupete de grasa" arriba mencionado, deja de ama-
mantar a su niño por un tiempo, y a lo largo de varios días consecu-
tivos. Ni siquiera las mismas mujeres indias conocen el fundamento
de esta costumbre practicada por todos. Pero, como durante estos
días seguramente tienen lugar relaciones sexuales en la pareja, se crea
la posibilidad de una concepción en medio de la época de lactancia,
que es de por sí larga. En el caso de matrimonios jóvenes, efectiva-
mente los primeros niños se suceden en intervalos que van de los doce
a los catorce meses.
Sin menoscabar la amplia medida del amor maternal hacia el pro-
pio hijo, debo señalar ciertas negligencias en el trato de los
niños, debidas a pura comodidad, así como también cierta conducta
inadecuada debida a irreflexión. Por cierto que las condiciones desfa-
vorables de Tierra del Fuego traen consigo las mayores limitaciones
de todo tipo y muchos impedimentos derivan de la vida nómada de la
tribu, de modo que ni siquiera con la mejor buena voluntad una ma-
dre podría ofrecer otra cosa a su hijo querido. No se conoce la regu-
laridad en la alimentación de un niño de más de cuatro meses. Poco
tiempo después del alumbramiento la madre permanece, dentro de lo
posible, en el mismo lugar del campamento; más adelante lleva con-
sigo a todas partes a su recién nacido en las dificultosas jornadas, de
modo que cesa todo cuidado ordenado. No se puede preservar al niño
73 Por ejemplo, COJAZZI: 27 y BEAUVOIR (b): 208. Según GALLARDO: 232, en
cambio, el destete comienza a más tardar al finalizar el segundo año de vida.
de todas las molestias, en cuanto deriven del mal tiempo y de las con-
diciones de existencia desfavorables, del mismo modo como los ancia-
nos también deben contar con las condiciones propias de su patria.
Aquí no existe la posibilidad de prodigar al lactante la protección, el
cuidado, la solicitud y la ternura, según lo entienden las europeas. A
pesar de ello, cada madre ofrece a su hijo todo lo que está a su alcance.

9. Otorgamiento de nombres

No• están determinados ni el momento en que se pone nombre al


niño ni quién está encargado de hacerlo. Tampoco existe ninguna re-
gla fija en cuanto al significado del nombre que ha de ser elegido, ni
celebración alguna relacionada con ello. Dentro del círculo familiar
más íntimo se suman, en forma completamente espontánea, ciertas
casualidades y apariencias insignificantes, a partir de
las cuales tarde o temprano, en forma voluntaria o involuntaria, sur-
ge el nombre del niño.
Ya en los primeros días de vida puede surgir espontáneamente un
nombro propio para el lactante. El color del cabello o de la piel, la for-
ma del rostro o de la boca, la conformación de la nariz y del tronco,
de los brazos y de las piernas puede llamar un poco la atención de
padres o visitantes ¡y el niño ya tiene un nombre! De lo contrario,
puede transcurrir bastante tiempo antes de que exista consenso en
cuanto a un nombre determinado a través de una frecuente repetición.
No se fija el nombre por un acuerdo deliberado o una decisión de los
padres o parientes, sino de modo que, a la propuesta expresada por
alguien en cierta oportunidad, se suma la aprobación de otros, hasta
que se siente que el nombre es adecuado y se le empieza a usar. A
veces se proponen varios nombres, y, entre éstos, se da preferencia a
uno mediante el uso, y ése es el que finalmente queda. En ciertos ca-
sos, los padres se ponen de acuerdo de antemano en un nombre de-
terminado ".
También así aparecen los muy corrientes apodos o sobre-
nombres, que señalan una disposición anímica o una cualidad lla-
mativa, acentúan un rasgo típico corporal, expresan un parecido o re-
cuerdan algún suceso.
Alek'óten (dle el cabello, k'óten, rizado, ondulado. "La de cabellos
ondulados". La mujer de MARTIN llevaba este nombre. Durante
sus primeros meses de vida se habían observado leves ondula-
ciones en sus cabellos, que más tarde cedieron al cabello liso
corriente.
Katélen (ko§, el rostro, teten, delgado, flaco). "Rostro delgado".

No puede establecerse como regla lo que afirma BORGATELLO (e): 71 y FuR-


74
LONG (r): 184, a saber: que se le da al niño nombre de acuerdo con el lugar de
nacimiento. Esta costumbre existe, sin embargo, entre los yámana como regla
exclusiva.
Keltetáwh (kéite, tórax; tEneh, grande, ancho) "Tórax ancho". Nom-
bre de PACHECO, hombre de contextura física muy robusta.
Pájnen (párten, negro) "El negro". De niño, este hombre tenía la
piel más oscura de lo acostumbrado.
Sino/ (si.risot, la parte del vientre alrededor del ombligo) "El que
tiene un defecto en el ombligo".
Aréáken (ap, la nariz; cáken, chato) "Nariz chata". Nombre de
un joven.
Agtélen (á:1, muslo; télen, flaco) "Muslo flaco". Nombre de una
mujer.
Ahrnenk'óin (áhrnen, nuca; k'óisn, largo) "Nuca larga". Nombre de
hombre.
A'apéixpáren (á'ajné4, la barba; páitten, negro) "Barba negra".
Otros nombres propios masculinos son "Nariz grande", "Vientre gor-
do", "Dedo largo", "Brazo corto", "Huesudo" (por ser muy flaco), "Ra-
ta" (por su baja estatura), "Mancha debajo del ojo", "Ojo colorado"
(por una conjuntivitis crónica), "Grasa de pingüino" (por el color más
claro de la piel)...
Por otros diversos motivos, surgieron nombres como los que siguen:
'Ñ'cíputel (látutel, musgo), nombre de SALVADOR. Mientras era lac-
tante, a menudo había estado tendido sobre superficies de mus-
go y había arrancado algunas plantitas.
Walnkekyon arroyito; kelyán, caer, precipitarse) "La que
cayó en el arroyito". Así se llamaba la mujer de INXIOL.
Akukeuyon (áko, palo, tronco; kekyán, caer) "Un tronco cayó so-
bre ella". Esto le ocurrió a la mujer de HALEMINK cuando aún
era niña.
Otros nombres propios para mujeres son, por ejemplo: "Voz baja",
"Labio partido", "Cara corta", "Niña muerta al nacer" (porwie al na-
cer no profirió el primer grito en forma audible), "Tuerta" (por pér-
dida del otro ojo al caer en el bosque)...
Oulká "La lágrima". Le dieron al niño este delicado nombre por
sus ojos húmedos.
Cányuta (Cányu es el nombre de una pequeña laguna en el sur; ta
ser de sexo femenino) "Mujer de la laguna éányu". Esta hija de
TANS nació junto a sus orillas.
b'onálesken (c'on, ser humano; Elésken, verano) "Hombre del ve-
rano", por haber nacido en esta estación del año.
Aleárken (ále, cabello; ájnken, raspar) "Manchas peladas en la
cabeza", a consecuencia de grandes quemaduras con cicatriza-
ción subsiguiente. A partir del momento en que tales manchas
habían hecho su aparición en cierto individuo, lo llamaban así.
Del último ejemplo mencionado se desprende, además, que determi-
nados acontecimientos provocan un cambio de nombre, que pronto se
generaliza entre todos.
Kolyípen (koI, rostro; yípen, feo) "Rostro feo". Este nombre pa-
ra una mujer anciana se ha generalizado hace aproximadamen-
te veinte años, pero también era plenamente justificado.
Májnenámh (miír ,e, antebrazo, namh, quebrado) "Antebrazo que-
brado". Se le puso este nombre a un joven muchacho después
de su accidente.
KOtáten (kog, rostro; táten, quemar) "Rostro quemado". Este
hombre de aproximadamente veinte años, cuyo rostro había si-
do desfigurado de manera llamativa, había tenido antes otro
nombre ".
Incluso los nombres que ponen los europeos se originan de la misma
manera; en forma predominante son los rasgos exteriores los que, tam-
bién para ellos, determinan el nombre propio.
Kokóg (kQ'Q, el hueso; kol, rostro) "Rostro huesudo". Así se lla-
maba al misionero ZENONE en quien, a consecuencia de su fla-
queza, sobresalían mucho todos los huesos de la cara.
Aphécert (ap, la nariz; hécert, torcido, deformado) "Nariz tor-
cida". Así llamaban al hermano lego, relacionado con el Padre
ZENONE, cuya extraña conformación nasal resultaba provocativa.
Zonkoliót (xon hechicero; ko/lót el blanco) "Hechicero europeo".
Así me llamaba a mí el grupo de indios junto al Río del Fuego;
pues durante mi primera visita había podido procurar alivio a
los niños enfermos, suministrándoles medicamentos europeos
(pág. 77).
Mánk'áIen (m:án sombra, figura, imagen; k'ácén agarrar, asir,
atrapar) "Atrapador de sombras". La gente de la zona del Lago
Fagnano me había llamado de esta manera, por el hecho de que
yo me esforzaba en captar su imagen con mi aparato fotográfico.
Kogkól (kog rostro) "Rostro doble" fue el nombre que se le dio a
un europeo que tenía la cabeza completamente calva.
Los nombres propios indígenas más corrientes se originan en todos
los casos en un don de observación muy agudo y asimismo en el acierto
en la expresión, y se manifiestan los arranques de ingenio y la dispo-
sición poética de algunos. También, con referencia a los europeos, se
acuña con rapidez el sobrenombre adecuado, pero sólo muy raramente
se lo revelan a ellos.
Junto a este grupo de denominaciones se encuentra el otro más
reducido de nombres propios comunes, que se otorgan en
forma completamente caprichosa a los niños a los que ningún motivo
exterior impone un nombre perifrástico. Con toda probabilidad dichas
formas son variaciones de nombres que en realidad han surgido de
una circunstancia determinada, del tipo de los arriba mencionados;
actualmente ya no se puede reconocer su sentido originario. Cikiól,
por ejemplo, se parece mucho a Síxiol, la denominación anteriormente
analizada. Otros nombres propios masculinos, como Tó'in, Metéten,
Tenenésk, KQgmót, Síspi, Kágips, Minkiól, ,§áltton; o nombres de mu-
jeres, como Kalxia, Kógyutan, Ogmotan, Hgnpó'ot, Océtan, Altág, Kó-

75 Acosrmr: 283, BORGATELLO (C ): 71, BEAUVOIR (b): 163, Canean: 28, GALLARDO:
234, LAHILI.E (d): 344 y otros mencionan largas series de nombres propios de la
más variada procedencia.
pe" Hdyin etc. permiten reconocer el sentido de algunas sílabas ais-
ladas, pero no su combinación.
No importa cuál resulte la designación para cada individuo; él no
ve en ella nada ofensivo. Desde luego que los apodos que tienen un
contenido hiriente, como Kogyípen, no se podrían mencionar delante
de la persona en cuestión. Faltan por completo las abreviaciones, los
nombres cariñosos o las alteraciones que expresan ternura o cordiali-
dad. Nuestros indígenas no atribuyen al nombre propio ni una fuerza
secreta ni un significado mágico; en la mayoría de los casos' no signi-
fica nada más que una designación vacía de su portador. El nombre
de una persona fallecida no vuelve a mencionarse nunca, porque no se
desea recordar así la pérdida sufrida. De ninguna manera se da a al-
guien el nombre que ya lleva otra persona.

10. Cómo se aprende a hablar


Sólo muy raramente un niño al nacer deja de proferir su primer
grito. En páginas anteriores me he referido al hecho de que los lac-
tantes fueguinos ni gritan ni lloran. En cambio un niño enfermo emite
constantemente sonidos repetidos, que casi siempre suenan como una
a; como éstos son emitidos en sucesión inmediata al aspirar y espirar,
se escuchan combinaciones al estilo de aha o ua.
El lactante se comporta siempre muy tranquila y callad a-
ment e. Aunque expresa su bienestar a través de movimientos cor-
porales más enérgicos, no lo hace mediante gritos ni llamados. Si en
un caso excepcional, la madre levanta y baja, o mueve de aquí para
allá a su hijo, llena de viva alegría, la criatura emite a intervalos unos
pocos sonidos guturales, que se.aproximan al sonido] .. Si está solo, lo
que suele ser un hecho cotidiano, se distrae apenas por movimientos
de todo el cuerpo o solamente de algunos miembros, sin emitir empero
sonido alguno. En Tierra del Fuego no se escuchan nunca las conver-
saciones balbuceadas corrientes entre los lactantes europeos.
Como en la proximidad de un lactante y, en el campamento en
general, sólo se habla en voz llamativamente baja, el niño pequeño re-
cibe poco estímulo desde fuera para imitar el lenguaje de los adultos
que lo rodean. Como probable tiempo de comienzo de la pr
me r a formación de palabras que tengan sentido, dichas por el
propio niño, se puede indicar el vigésimo mes de vida para los niños
selk'nam; en muchos de ellos, estos intentos tan sólo aparecen una
vez cumplido el segundo año de vida. Con estas primeras palabras el
lactante quiere expresar casi exclusivamente necesidades corporales.
Como los que rodean al niño nunca repiten sus primeras palabras rec-
tificándolas, a éste le falta toda conducción e indicación consecuente
para el aprendizaje de la lengua. Por lo general, los niños ya han pa-
sado con creces los tres años, antes de ensayar una oración compuesta
por varias palabras. A esta edad ya escuchan con más atención y re-
flexionan con la propia cabecita, de manera que tan sólo con unos
cuatro años y medio aproximadamente logran formar casi correcta-
mente pequeñas oraciones. Pero nunca dejan de hablar en voz baja y
parcamente. El observador que se halla a cierta distancia tiene la im-
presión de que los niños temen perturbar el silencio de sus bosques
si hablan en voz alta, o atentar contra la costumbre de los adultos que
los rodean. Sólo los muchachos de alrededor de diez años, cuando se
encuentran entre ellos y travesean a una buena distancia del campa-
mento, se comportan de una manera ruidosa y vivaz; pero nunca tan
ruidosa como los niños de la misma edad en Europa.
El silencio pronunciado de los adultos, el tono apagado, suave de
sus conversaciones, la falta de todo discurso dirigido al lactante deben
haber influido en sus primeros intentos de habla, limitándolos. De ahí
se explican las divergencias, al fin y al cabo considerables, frente al
comportamiento de niños europeos 76 .

11. Juegos y juguetes


A pesar de lo que la madre quiere, protege y cuida a su niño de
pecho, el ocuparse de él como entretenimiento propiamente dicho que-
da limitado a una medida muy reducida. Durante sus cami-
natas casi ininterrumpidas, su hijo más pequeño se encuentra monta-
do a horcajadas sobre su espalda; cuando no está absorbida por otros
trabajos en la choza, lo coloca en su regazo, sin hablar ni jugar con él.
Sólo muy raramente la madre, sonriente, alza y baja al niño con am-
bos brazos; pues no conoce los numerosos movimientos, giros y vuel-
tas para los cuales una madre europea muestra tanta inventiva. La ma-
dre selk'nam no le canta ninguna canción a su hijito, ni siquiera la más
monótona que pudiera imaginarse. Con frecuencia mira sonriendo con-
tenta a los ojos bien abiertos del pequeño, quien responde de inmedia-
to, iluminándosele de repente la carita o con un risueño pataleo. Por
lo general, los vivaces movimientos de pataleo del niño constituyen un
verdadero solaz para ambos padres; de inmediato alejan todo objeto
que, de alguna manera, pudiera estorbarlo. Pero de ellos mismos no
parte casi ningún estímulo para el niño, en calidad de meros espectado-
res, le dejan plena libertad de acción.
Como el pequeño fueguino se halla librado a sus propios recursos
en cuanto al juego se refiere, busca para su bienestar la expresión na-
tural a través del movimiento de los miembros aun poco flexibles. Pue-
de gozar de la gran ventaja de que generalmente no está estorbado por
la faja o ligaduras. Dentro de lo posible, la madre lo saca del bastidor
y lo sienta, completamente desnudo, sobre un trozo de cuero con plena
libertad de movimiento (pág. 352). En el suelo seco y areno-
so la madre escarba hasta formar un hoyo achatado, donde su hijito
puede moverse a gusto, pues en esta posición no puede hacerse daño.
Esta es la manera preferida de instalar a un lactante y éste se halla
muy a gusto con ellas.
76 He tomado de K. BUEHLER: Die geistige Entwicklung des Kindes (pág. 213 ss,
4' ed., Fischer Jena, 1924), las etapas aquí mencionadas 'del desarrollo del lenguaje.
-

77 En forma coincidente con esto, escribe GALLARDO: 232: "La madre u otras
A los lactantes selk'nam no se les pone en mano ningún tipo de
juguete. Excepcionalmente las familias que residen en la costa fa-
brican una forma sencilla de matraca o cascabel, para lo cual agujerean
de tres a seis valvas chatas en la parte más elevada de su curvatura. Por
allí se hace pasar un hilo, en el cual se hacen después nudos tan grue-
sos que las valvas se encuentran a una distancia de unos pocos centí-
metros de cada nudo. Cada vez que se estira o afloja el hilo se escucha
un leve castañeteo " Es cierto que el niño a veces agarra palitos o pie-
dras, cuando está sentado en el suelo; pero muy raramente lleva estas
cosas a la boca. Le produce gran placer revolver la arena movediza,
hacer montoncitos de arena y volver a dispersarlos a los cuatro vien-
tos, muy pocas veces con exclamaciones de júbilo.
Si se observa al lactante fueguino a lo largo de un tiempo prolon-
gado, se advierte hasta qué punto sólo cuenta con sus propios recursos
para su diversión o entretenimiento. Ya en los comienzos de la existen-
cia se observan los fundamentos de la independencia de la persona y
el aislamiento en la forma de vida propia de nuestros selk'nam. Los
padres, sin duda, dispondrían del tiempo necesario para dedicarse a su
hijo más pequeño u ofrecerle juegos y canciones; en lugar de ello ob-
servan inactivos sus ocupaciones torpes e ingenuas. Llama la atención
que el niño no se siente abandonado cuando se sabe solo; así tampoco
manifiesta temor frente a perros o adultos extraños. Semejante com-
portamiento surge de una intrépida conciencia de sí mismo.

12. Valoración del niño


Todas estas costumbres no deben ser interpretadas en modo algu-
no como indiferencia de los padres hacia sus hijos o de los adultos ha-
cia la juventud desamparada. Ya en su ardiente deseo de tener hijos
(pág. 341) se expresa un elevado juicio valorativo, que adopta formas
visibles cuando el hijo amado se enferma o les es arrancado por la
muerte ". Al sobrevenir tales acontecimientos un dolor excesivo se apo-
dera de todos los padres y no es raro que con esto desaparezca para
ellos la alegría para el resto de su vida. El niño es su máxima felicidad
sobre la Tierra.
Más bien el amor de los padres por su hijo aparece como d e-
m a s i a d o p r o f un d o. Otros observadores coinciden conmigo en

mujeres lo tienen (al niño) cargado o lo acuestan sobre pieles blandas puestas
en un hoyo del cual el nene no pueda rodar. Cuando ya es más grande el chico
anda gateando de un lado a otro, ensuciándose, golpeándose, y rodando a veces
hasta los fogones".
78 SEGERS: 71 es el único que menciona este juguete y nos brinda la siguiente
descripción: "Seis valvas de mejillones ensartadas de mayor a menor en un
pedazo de tendón de guanaco trenzado, colgado a distancia de tres centímetros
unas de otros ...".
79 No sólo en el duelo por la pérdida de su hijo, sino también cuando éste
se revuelca dolorido en el caso de una enfermedad prolongada, la madre se des-
garra el pecho y las piernas con fragmentos filosos de concha, mientras llora las-
timeramente y con desesperación. Esto lo confirma, entre otros, SEÑoarr: 19.
este juicio. Según MARGUIN: 511 ".. ils professent un gran attachement
pour leurs enfants." COJAZZI: 27 recalca que "le madri curano e nutro-
no il neonato con tutto l'affetto." BEAUVOIR (BS: XX, 39; 1896) se aven-
tura incluso a sostener que los indios "amano i loro figli sino alla fol-
lia". De manera parecida se expresa LUCAS BRIDGES (MM: XXXIII, 86;
1899), "they spoil their children". Incluso un POPPER (d): 138 describe
a los selk'nam como "afectuosos que tienen un acentuado cariño hacia
sus hijos, como los hijos hacia sus padres." Finalmente SEÑORET: 19
reconoce que "los hijos son motivo de grande afecto de parte de am-
bos (esposos)."
Si el niño es fuerte y hermoso, bien desarrollado y algo vivaz, la
madre lo muestra con orgullo a todo el mundo, y ella misma siente
la mayor satisfacción cuando ve que las vecinas lo admiran. El niño más
pequeño siempre aparece más limpio y mejor cuidado que
sus hermanos mayores o sus propios padres, pues la madre dedica un
tiempo considerable del día al aseo de su hijito, arreglándolo y lim-
piándolo. En los viajes invernales es envuelto con gran cuidado y pro-
tegido de la inclemencia del tiempo en la medida en que saben hacerlo
los padres fueguinos.
Los padres nunca dejarían a su hijo a cargo de otra persona por
un tiempo prolongado, para librarse de él por cualquier motivo; su
amor no les permite una separación duradera de él".
Si el padre ha estado alejado de su hijo durante varios días, su prime-
ra pregunta a su regreso se refiere al estado del niño; entonces, perma-
nece más tiempo a su lado. Pues nuestros indios "quieren entrañable-
mente... a sus niños" (BEAUvoIR [a]: 6).
Los padres siempre se hallan al servicio del niño y le conceden
todo deseo ma. Como el niño es objeto de la atención de todo s,
a pesar de quedar abandonado a sí mismo, todos los que lo rodean, sin
excepción alguna, padres, hermanos, parientes y vecinos se ocupan de
él en cuanto manifiesta algún malestar y de inmediato cada adulto se
interesa por él. Nadie se atrevería a dar golpes, por ejemplo, a un niño
pequeño. Cuando un lactante enfermo grita, todo el vecindario sufre por
ello. Nadie le hace por ello el más leve reproche al niño ni a sus pa-
dres. Todos dicen: "El niño grita porque sufre dolores. Todavía no en-
tiende que tiene que soportarlos en silencio. ¡Más adelante aprenderá
todo esto, entonces no gritará más!"
Así pues los adultos en general se hallan preocupados uni-
formemente por cada la c t a n t e; cada cual se cree en la obliga-
ción de defenderlo frente a algún malestar. Quienquiera le pueda pres-
tar ayuda o deparar alguna alegría, lo hace en beneficio del niño mismo,
aun cuando tuviera un trato tenso con sus padres. No cabe imaginar

8° Por esto se explica una de las dificultades mayores para los misioneros, en
sus esfuerzos de alojar en forma duradera a los niños indígenas en su escuela;
todas sus aseveraciones producían sobre los padres el mismo efecto que "un
parlare al sordi" (BEAuvoia, en BS: XX, 39; 1896).
8Oa Confirmando esto, escribe SEÑORET: 20: "Escojen los padres los mejores
trozos de carne u otro alimento para dárselo a sus niños i los tratan con ver-
dadero cariño".
01115*,
que alguien pasara junto a un niño que llora, sin tranquilizarlo de in-
mediato o llevárselo a su madre. Otras mujeres toman pasajeramente
en sus brazos al niño de la vecina para su mayor protección, si la ma-
dre se encuentra ocupada en otra tarea; y, como si se tratara de su
propia criatura lo abrazan y cuidan, pero sin darle el pecho. El llanto
de un niño, que comienza de manera inesperada, porque éste se ha
caído o golpeado, actúa como una señal de alarma para todo el campa-
mento; todos los adultos, jóvenes y viejos, salen de sus chozas y el que
se halla más cerca comienza a tranquilizar al niño. Esta atención in-
cansable se la dedica todo adulto, junto al padre y la madre, indistinta-
mente a cualquier niño fueguino, simplemente por aprecio.
Los selk'nam se muestran sorprendentemente parcos y reservados
en las manifestaciones exteriores de su afecto. Una costumbre que tiene
su equivalente en los besos nuestros y que igualmente se propone
expresar un sentimiento de cariño, consiste en que la madre, y en me-
nor grado el padre, coloque su boca sobre cualquier punto del rostro
o del cuerpo de su niño, lo presione fuertemente y comience una leve
succión, para volver a apartar la boca al cabo de pocos segundos con
un débil ruido. También las niñas expresan a veces su cariño por su
hermanito más pequeño de esta manera.

13. Infanticidio

La elevada valoración del niño que reina en general, ni siquiera da


lugar al pensamiento de deshacerse violentamente de un menor de
edad. Así como no se han observado casos de aborto intencional, tam-
poco han ocurrido jamás infanticidios propiamente dichos en forma
repetida o como costumbre —cualquier afirmación contraria es insos-
tenible—. Con un énfasis que no dejaba lugar a dudas, me dijeron:
"Si una mujer intentara matar a su hijo, su propia vida correría serio
peligro. Su esposo no toleraría que ella, una asesina, siguiera con vida;
también sus propios parientes la perseguirían. Si un lactante muere
por descuido o negligencia de la madre, ésta recibe unas buenas pali-
zas, aunque todos sabemos que no quería matar a su niño. Pero en este
aspecto los selk'nam son severos, pues todos quieren a los niños". Un
infanticidio intencionado es imposible en estas tierras
y es, por así decirlo, inimaginable.
También GALLARDO: 233 menciona que "entre ellos no existe el in-
fanticidio", y a continuación, cita el siguiente suceso poco frecuente:
"En una expedición la viuda CAYPARR llevaba a su hijita de 5 años de
edad y al pasar un río dícese que la dejó caer a propósito para que se
ahogara, como así sucedió." Al mencionar yo ocasionalmente este suce-
so, las mujeres se mostraron visiblemente agitadas; se desahogaron
primero en invectivas contra aquella KAYEPAR, que aún vivía en aquel
entonces, por cierto muy alejada de mi lugar de residencia. Es decir
que todos no sólo recordaban muy bien aquel triste caso, sino que el
hecho de recordarlo les resultaba muy penoso. En efecto, alrededor
del año 1906, aquella mujer, al cruzar un arroyo, había dejado caer a
propósito al agua a su hija de apenas un año, que encontró allí la muer-
te. En aquella ocasión iba viajando sólo con unos pocos parientes y
marchaba detrás, a gran distancia de ellos. Después de cometer el de-
lito se había mantenido oculta durante mucho tiempo. Como era viuda,
nadie le prestó demasiada atención; vagaba incansablemente de un lu-
gar a otro. Sólo mucho tiempo después, la gente se dio cuenta de que
la hija ya no se encontraba con ella, y de• una u otra manera su acción
llegó a conocimiento de todos. Una oleada de indignación se alzó con-
tra aquella madre. Nuevamente tuvo que mantenerse oculta durante
largo tiempo. Pero más tarde no se adoptaron medidas contra ella,
porque todos consideraban que no era responsable de sus actos, y que
sólo podía haber cometido su delito en estado de perturbación mental.
KAUXIA me dijo resueltamente: "¡Si en aquella época nos hubiéramos
enterado de lo que había hecho aquella mujer, de inmediato la habría-
mos matado a golpes!"
El juicio sobre ese acto aislado de una enferma mental nos mues-
tra a las claras que los selk'nam no practican el infanticidio". No se ha
podido hacer constar nada sobre criaturas deformes o abortos espon-
táneos; estos casos habría que considerarlos como muy escasos. El de-
seo intenso de paternidad y la preocupación cariñosa de todos los
adultos hacia los seres pequeños no son condiciones previas favorables
para la matanza habitual de niños recién nacidos o mayores.

14. Estadística infantil

Es grande la fertilidad de las mujeres indígenas. Por cierto, toda


averiguación acerca del número exacto de los niños en una familia se
tropieza con serias di f i c u 1 ta d e s, porque nadie habla de un muer-
to cuando éste era un pariente cercano. Resulta conveniente interrogar
al respecto a los amigos y conocidos.
El proceso de procreación se detiene sólo a una edad avanzada;
no obstante, en casos aislados, se ve a una mujer de edad que ama-
manta a su propio lactante. El hijo primogénito nace infaliblemente
hacia fines del primer año de convivencia conyugal y en el caso de cón-
yuges jóvenes los hijos se suceden a intervalos breves.
Mientras algunos informes indican ocho como la cifra máxima de
hijos, BORGATELLO (e): 70 la hace ascender a diez y más. A mí me pa-
rece que el promedio de hijos de una india sería siete. Me habla-
ron de una mujer que había dado a luz dieciséis hijos. A menudo en-
contramos una madre con diez y más hijos. Repetidas veces escuché
de boca de gente anciana decir que: "las mujeres de antes tenían más
hijos que nuestras mujeres actuales".
Según parece, no habrían faltado casos aislados de e s t e r i 1 i-
d a d, a pesar de que los contemporáneos no recordaban ninguno de

81 El único parecer contrario es el de BORGATELLO (c): 71 que el mismo in-


valida en otra ocasión. En otro pasaje GALLARDO: 233 vuelve a defender "de no
existir el infanticidio entre los onas" (sic); ningún viajero contradice este hecho.
ellos; pero tienen la expresión koyipe = mujér estéril. Una esterilidad
en el hombre les resulta idea desconocida, pues "todo hombre po-
see los órganos para la procreación de hijos", respondían. Por esta
razón el motivo de esterilidad siempre se cargaba a la mujer. El esposo
se valía de la excusa de que: "A pesar de que he trabajado con denue-
do, no fue posible sacarle, hijos a la mujer." Un matrimonio estéril era
algo sumamente raro; para el hombre era motivo justificado para bus-
carse una segunda esposa (pág. 316).
A pesar de la cifra, en sí elevada, de niños que componen el círcu-
lo familiar, el número de los que quedan con vida es mucho menor.
La mor t al idad inf antil indica cifras elevadas. De todos mo-
dos, debemos reconocer que éstas eran algo menores antes de la llega-
da de los europeos. Desde la existencia de la misión en dicho lugar
BORGATELLO (c): 70 hace ascender la mortalidad infantil de los niños
menores de diez años hasta "l'ottanta per cento", lo que me parece muy
exagerado. El promedio de niños vivos, según mi parecer, no excede de
cuatro para cada familia.
Son varios los motivos de la muerte tan frecuente de las criaturas,
y algunos ya fueron enumerados en otro lugar (pág. 359). La inclemen-
cia de las condiciones de vida, de las condiciones atmosféricas y de la
patria poco hospitalaria sacuden al pequeño y delicado ser con mano
áspera; los padres sólo pueden ofrecer poca protección y cuidado defi-
ciente, pues la adquisición de alimentos los empuja sin descanso de un
lado a otro. Faltan las condiciones previas naturales para una alimen-
tación adecuada y, en caso de necesidad, faltan los remedios contra las
enfermedades. Como el niño, a menudo, está abandonado a sí mismo,
los accidentes o daños no son raros: quemaduras graves, árboles que
se derrumban, caídas al suelo, etc., han costado la vida a más de un
niño. Allí donde falta lo más necesario, la mejor buena voluntad no
puede aportar ayuda. Los padres se encuentran desorientados frente a
la enfermedad del hijo querido. Más de uno ha sufrido estragos por ex-
ceso de alimentos; muchos habrían podido ser salvados por medica-
mentos sencillos, si tales elementos existieran en la desconsoladora
Tierra del Fuego. Considerando todas estas circunstancias, resulta más
bien sorprendente que tantos niños se conserven vivos, probablemente
en gran parte y gracias a un trato materno que, en fin de cuentas, es
adecuado.
Mi pregunta acerca de mellizos fue recibida al principio con ri-
sueña extrañeza. Poco a poco un anciano hizo memoria de haber oído
alguna vez algo al respecto. Los mellizos constituyen un fenómeno muy
raro, que no daba, sin embargo, mucho que pensar a nadie. Ambos
niños eran bienvenidos tanto por los padres como por los parientes.
No se conoce una palabra especial para designarlos.

b. El niño mayor y su educación


Durante sus primeros tres o cuatro años de edad, el joven fueguino
es considerado, por así decirlo, "asexual", probablemente porque cual-
quiera de quienes lo rodean puede jugar y retozar con él. El niño mis-
mo también puede arrastrarse y patalear donde se le antoje, así como
también satisfacer sus necesidades naturales a la vista de todos, sin ser
objeto de la menor reconvención ". Durante este tiempo también se le
trata en cierto modo como "sin familia"; en la medida en que cada
vecino y cada adulto del campamento se preocupa y vela por él, le ofre-
ce de buena gana ayuda y apoyo y sigue de cerca su desarrollo día tras
día. La total indefensión del lactante, así como el hecho de que sus pa-
dres estén constantemente ocupados, puede haber dado origen a seme-
jante relación. Esto se modifica esencialmente y casi de repente poco
antes de que el niño complete el cuarto año de vida.

1. Separación de los sexos


Desde ese momento tenemos ante nosotros al pequeño fueguino,
que ha dejado de ser un lactante hasta su recepción en la choza Klóke-
ten. En cuanto a las niñas, su infancia termina algunos meses después
de la aparición de la primera menstruación. Esta clasificación de la
edad se basa en una delimitación fácilmente reconocible.
Los mayores exigen en forma enérgica una separación de niños y
niñas. Esta exigencia se expresa con severidad máxima cuando
los niños se encuentran en la pubertad; pero por principio ya es intro-
ducida en el cuarto año de vida ". A partir de este momento las niñas,
sin excepción alguna, deben ir vestidas, aunque sólo sea con el peque.
ño cubresexo triangular, llamado sa (pág. 199) que se fabrica confor-
me al tamaño de su cuerpo y es reemplazado por otro más ancho a me-
dida que van creciendo. No se les permite que se lo quiten durante el
sueño nocturno, así como tampoco se lo quitan las mujeres casadas.
Es cierto que los varones pueden seguir corriendo de choza en choza
despreocupadamente desnudos; pero se impediría sin demora si qui-
sieran mostrarse así delante de las niñas. Nuestros selk'nam demues-
tran una fina sensibilidad en el terreno sexual. No son mojigatos, y no
violentan lo puramente natural con un juicio estrecho.
A medida que los niños van creciendo y comprendiendo la dife-
rencia entre los sexos, aumenta la vigilancia de los m a y o-
r e s. Sin llamar la atención ni hablar mucho sobre ello saben mante-
ner a los varones apartados de las niñas. El padre busca a su hijo a
menudo para que le preste diversos servicios y le dé una mano, mien-
tras la madre sabrá encargar todo tipo de ocupaciones livianas a su
hijita. Si se piensa en la forma de vida errante de nuestros indios, que
los mantiene en movimiento casi todo el día, no quedan muchas horas

82 Los adultos se muestran muy decentes en ese aspecto y no pueden permi-


tirse la menor negligencia (pág. 206).
83 Contradice todas las experiencias lo afirmado por BORGATELLO (c): 71 y
COJAZZI: 35 de que también el hijo se encuentra "sotto la tutela immediata della
madre" hasta alcanzar los catorce años.
para el juego libre y las reuniones de los chicos. Es raro que varias
familias viajen o vivan juntas por un tiempo prolongado. Cuando final-
mente se presenta la oportunidad, niños y niñas permanecen por prin-
cipio separados.
Con palabras precisa s, sólo expresadas raramente y en
forma ocasional, pero con toda claridad, se dice a los niños cómo han
de comportarse frente al sexo opuesto:
"Los niños juegan con niños, las niñas quedan con las niñas.
Donde hay niñas no debe ir ningún niño.
Si tú, hijo mío, sales de nuestra choza y quieres retozar afuera,
busca la compañía de otros varones.
Si vosotras, niñas, estáis jugando y los niños se os acercan, volved
de inmediato al campamento y seguid jugando aquí."
También GALLARDO: 238 subraya: "El Ona prohíbe a los jóvenes
que tengan relaciones sexuales hasta que no hayan llegado a cierta
edad." Si no desistieran [de tentativas en este sentido] , se les amenaza
con que seguirían siendo pequeños de estatura y no lograrían crecer
corporalmente. Pero los padres no se limitan a amenazarlos sino que
proceden a castigarlos severamente (pág. 371).
No reina una separación exagerada y poco saludable entre los se-
xos. A diario se pueden observar correrías y reuniones conjuntas en
presencia de adultos. Los mayores quieren evitar ante todo el aleja-
miento escurridizo del niño y la niña que escapa a la observación, y los
contactos secretos asociados a esto. Nunca vigilan con tanta atención
como cuando un niño o una niña desaparece solo y en forma llamativa-
mente silenciosa. En caso de que lo siguiera de la misma manera, otro
niño de sexo diferente, ya sospechan una cita entre ambos.
No se demuestra ninguna mojigata estrechez de juicio
cuando los niños varones se encuentran entre ellos; antes bien, los adul-
tos aprueban por completo que éstos se desahoguen en travesuras. Por
supuesto. los muchachitos, cuando juegan, se despojan de su pequeño
manto, aun aquellos que ya tienen catorce años. Luego corren anima-
damente, se agreden y pelean, se arrojan al suelo y se tiran unos enci-
ma de los otros en las posiciones más graciosas, se golpean las nalgas
o se tocan levemente con la mano los órganos genitales; y en algunas
ocasiones adoptan también posturas que no se admitirían en el caso de
un adulto. Todo esto se considera cándida despreocupación, pues se-
mejante retozar, por lo general, se lleva a cabo fuera del campamento.
De lejos vi una vez cómo varios muchachitos formaban un círculo,
y comenzaban a orinar simultáneamente en una postura algo libre,
mientras reían y cuchicheaban. Luego deshicieron rápidamente el círcu-
lo y se perseguían dando voces y se orinaban mutuamente. Dos hom-
bres de edad que se encontraban junto a mí —no fuimos observados
por los muchachos— sonreían satisfechos ante este espectáculo; dis-
culpándose me dijeron: "los muchachos se divierten solos".
Las niñas fueguinas son algo más reservadas cuando juegan entre
ellas. Incluso, de acuerdo con el juicio de un severo juez moral, se com-
portan en forma ejemplar. Esto puede ser su disposición natural, pero
también la actitud general de las mujeres de toda edad podría ense-
ñarles esta actitud.
En Tierra del Fuego no falta de ninguna manera algún pilluelo
atrevido que se sienta fuertemente atraído por las niñas, e, igualmente,
alguna niña puede corresponder a sus propósitos. En primer lugar, co-
mienza entre ambos un acercamiento apenas perceptible; luego se ven
con frecuencia, suelen encontrarse repetidas veces en el campamento y
enviarse miradas elocuentes de un enamoramiento incipiente, hasta que
finalmente intentan una cita secreta. Si logran esto, se complacen en
contactos recíprocos. Pero no se llega a mayores actos impropios, por-
que las niñas siempre se mantienen tímidas e indecisas. Si un adulto
observara semejante trato entre niños de diez a catorce años, no se
conformaría con separarlos y enviarlos a la choza; sino que contaría
lo ocurrido a los padres y otros adultos. Por este desliz, pueden llegar
a llover golpes sobre el muchacho, en caso de que el padre ya le haya
advertido o castigado con frecuencia; a la niña se le habla muy seria-
mente, con el propósito de avergonzarla. Desde ahora es más atenta la
vigilancia del campamento sobre los chicos que se veían en secreto y se
impide una repetición de sus intentos. Los adultos demuestran severi-
dad particular cuando se trata de evitar tales desórdenes; nunca se dan
tantos golpes como precisamente en caso de que un muchacho vuelva
a dedicar en secreto su atención a una niña.
A menudo les pregunté a qué se debía tanta seriedad y agi-
tación con motivo de semejante suceso. Su forma de reaccionar parecía
mostrar, cada vez, como si no confiaran en la sinceridad de mi pregun-
ta [sobre un tema] reservado. Precisa y brevemente me respondían:
"No es bueno que un muchacho y una niña se encuentren en secreto.
Nuestros antepasados eran mucho más severos de lo que lo somos no-
sotros hoy día. El mal ejemplo de los blancos nos ha hecho indulgen-
tes. Sería mejor que retomáramos la severidad de antaño. ¡La forma en
que actualmente permitimos que los niños se acerquen entre sí no les
hace ningún bien!..."
Como cada adulto, al menos en apariencia, es muy correcto en sus
relaciones con el otro sexo, y como los discursos obscenos o los chistes
subidos de tono nunca se divulgan en presencia de los niños, faltan
por eso también incitaciones para la juventud. Aunque sea difícil com-
probarlo, descarto la pederastia y las relaciones sexuales extramatri-
moniales en la adolescencia para los tiempos antiguos ". La relajación
general de las costumbres actuales también puede repercutir entre los
niños y darse a conocer en este campo.

2. La relación entre hermanos


Lo que he averiguado por propia observación, me fue confirmado
por afirmaciones claras: nuestro fueguino no conoce un amor fraterno

" Para esto también puedo apoyarme en lo expresado verbalmente por GUI-
LLERMO BRIDGES y el misionero P. J. ZENONE, que conocían bien la conducta íntima
de los selk'nam.
tal como lo practica el europeo. Los niños ni siquiera parecen tener la
conciencia de una unión particularmente estrecha; nada permite reco-
nocer que se sientan más comprometidos entre sí que frente a otros
niños. Admito sin reservas cierto apego hacia las hermanas menores,
en el caso de las niñas. Tal es el estado de cosas, a pesar de que la fa-
milia está librada a sí misma la mayor parte del año.
Entre los hijos, por una parte, y las hijas, por la otra, se puede
reconocer cierta conexión exterior, apenas perceptible. Esto podría ser
un resultado de la separación por sexos; o probablemente también una
herencia [de la vida] tribal, en la cual cada miembro depende por com-
pleto de sí mismo. Ya en la más tierna juventud se expresan visible-
mente la tendencia a la independencia total y la capacidad
de arreglárselas solo. También en el círculo de la propia familia cada
niño se las arregla por su cuenta, y sabe distraerse por sí mismo; nin-
guno experimenta algo parecido al aburrimiento por estar solo. Ni si-
quiera el lactante tiene miedo, si durante horas nadie se encuentra
cerca de él (pág. 364). Como, entre los adultos, ninguno en realidad se
ocupa verdaderamente del otro, también lo mismo ocurre entre los
hermanos. No se trata de una indiferencia consciente, sino de autosu-
ficiencia, el resultado de la fuerte conciencia de sí mismo. Nunca se
advierte que los hermanos se ayuden de manera particular en el juego,
o que realicen conjuntamente una tarea que les ha sido encomendada
por los padres. Cuando un padre envía al mismo tiempo a sus dos hijos
a buscar leña, uno nunca se equivoca en la predicción de que cada uno
irá en dirección distinta.
Entre hermanos no hay peleas ni malentendidos. Los celos quedan
descartados, pues los niños quedan, en gran medida, abandonados a sí
mismos por los padres, y, además no se hace absolutamente ninguna
diferencia en su trato. Yo diría que, en la choza paterna, viven más
bien unos junto a los otros que con y para los otros. Es cierto que las
niñas mayores cuidan a sus hermanos más pequeños, pero pondrían el
mismo cuidado si se les confiara el niño de cualquier vecina.
Entre los adulto s, empero, el amor fraternal llega incluso
hasta el heroísmo. Aquí interviene la conciencia, ahora despierta, de la
unión dentro de la misma familia, y, además contribuye a ello el or-
gullo familiar de descender de • antepasados famosos.

3. Los juegos de las niñas

La separación sistemática de los sexos en los niños también se apli-


ca al juego. La niña algo mayor, a quien le ha sido confiado el cuidado
de su hermanito, constituye la excepción. Ni siquiera se permitiría a
ambos sexos que jugaran juntos a perseguirse o atraparse. Sin embar-
go, ocurren pequeñas bromas, cuando se presenta, inesperadamen-
te, la ocasión. No serían auténticos niños si dejaran escapar tales opor-
tunidades. Un pilluelo se encontraba junto a la fuente y vio llegar a la
hijita del vecino con el bolso de cuero; rápidamente revolvió bien el
agua con un palo, para que la niña tuviera que esperar un buen rato
hasta que el agua turbia se volviera a aclarar. Otra niña, en cuclillas
delante de la choza, vigilaba a su hermanito de unos seis meses de
edad, que pataleaba vivazmente sobre un trozo de piel extendida; de re-
pente llega un niño corriendo y, mientras le sonríe con picardía a la
niña, tira de la piel arrastrando al lactante, hasta que es ahuyentado
por una amenaza de la madre, a quien la niña ha llamado. Durante
un buen rato se escuchó todavía su gritería. Cierto día, cuando, a una
buena distancia del campamento, algunas niñas recogían leña entre la
maleza, el muchachito que las observaba buscó a tres compañeros; con
rapidez y en silencio obstruyeron con ramaje el único sendero transi-
table que conducía al campo abierto. A su regreso, las niñas perplejas
tuvieron que comenzar a abrirse paso a duras penas, mientras escu-
chaban la risa maliciosa de los pilluelos que las acechaban de cerca.
Una y otra vez he observado estas escenas infantiles y otras parecidas.
Se trata de bromas que son bien entendidas por las niñas y que nunca
son interpretadas como malévolas, aun si les crean pequeñas molestia.
También los jóvenes en Tierra del Fuego saben regocijarse con bromas
infantiles, como los niños psíquicamente sanos de otros lugares.
Las niñas tienen mucho menor número de juguetes y de juegos
que impliquen movimiento que los varones. No se les permite trepar
a los árboles ni sentarse a horcajadas sobre un tronco. La hamaca =
= káXwelken no parece haberse difundido mucho entre los selk'nam.
La gente del norte apenas sabía dónde sujetarla; en cambio, entre la
gente del sur, gozaba de cierta popularidad. El ejemplo de los yámana n
podría haber estimulado este juego.
Los niños fueguinos nunca hacen intentos de garabatear, pintar
o dibuja r; no se ven ni rastros de esto. Yo haría responsable de
esta situación a la falta de dedicación al arte ornamental en la tribu.
Quizá la pobreza de formas del mundo animal y vegetal de la región,
así como del paisaje, haya contribuido para ello ".
Las niñas pequeñas se ejercitan con todo lo que les cae
en manos. Hay un continuo palpar y tirar toda clase de objetos, coger
bichos y plantitas, tirar de correas, golpear madera, tirar de trozos de
piel, rizar la lana del propio vestidito, chocar contra un objeto erguido.
También les gusta revolver con las manos la tierra barrosa o dejar que
la arena suelta se deslice entre los dedos extendidos; en forma imper-
tinente golpean la hojarasca amontonada o arremolinan la liviana ce-
niza de madera. Un perro tranquilo permite que las pequeñas indias
hagan con él lo que quieren; como si el animal supiera que un inocente
lactante está jugando con él.
La situación es diferente cuando se trata de niñas mayores. Una
diversión que agrada particularmente a las niñas es la m u ñ e c a. Por
lo general, la niña debe hacérsela ella misma. A las más pequeñas se
la hace una tía o una hermana mayor. La pequeña toma un palito del

85 No era menos popular en esta tribu que entre los halakwulup, y los niños
a menudo y con gran placer retozaban en ella.
86 Nos referimos a las circunstancias anteriores al contacto con los europeos.
Los estímulos provenientes de la escuela de la Misión han despertado en algunos
niños una notable habilidad para el dibujo. Véase BORGATELLO (c): 48.
grueso de unos tres dedos y de unos 10 cm de largo, que se bifurque
a partir de la mitad. Las dos ramificaciones serán las piernas, mien-
tras que el extremo superior, que se aplana, raspándolo suavemente,
representará la cara (Fig. 78). Falta toda pintura, dibujo o incisión. La
borla de la cola del guanaco es colocada en forma tan adecuada por
encima de la cara, que, al apartar los pelos hacia abajo, se forma una
raya en el medio, con lo cual se imita el peinado de las mujeres. Alre-
dedor del palito se coloca, como manto, un trozo de piel casi cuadrado.
Ahora, para obtener una muñeca mejor, sólo falta como agregado esen-
cial el bulto, tal como suelen llevarlo las mujeres en su habitual tras-
lado de un campamento a otro. Se enrolla el pedacito de cuero y se
sujetan por fuera varias varillas; ambas partes han sido untadas antes
con arcilla roja. Se ata este bulto a la muñeca a la altura de los hom-
bros y, en ocasiones, se le agrega todavía "la chiquitita", una muñe-
quita diminuta (Fig. 79).
De esta descripción se desprende que las niñas nunca dan a sus
muñecas la forma de un hombre o un niño, sino de una mujer adulta,
más exactamente de una madre en mar-
cha con su lactante. Cuando las niñas
juegan, acercan las muñecas unas a otras,
las colocan en las posiciones más diver-
sas o las sientan en pequeñas chozas.
Si varias niñas se encuentran juntas,
levantan unas pocas chozas imitando un
campamento. Dentro de las chozas
se hacen arder algunos palitos. En una
fogata moderada al aire libre asan peda-
citos de carne y los acercan a la boca
de las muñecas sentadas; luego ellas mis-
mas comen la carne. Pasan así largas ho-
ras jugando de esta manera. Más tarde,
cada niña guarda su muñequita en la cho-
za paterna. Tampoco aquí falta la com-
petencia vanidosa acerca de quién posee

,*-~ el juguete más hermoso.


A veces tres o cuatro niñas constru-
yen para su juego una choza propia, pero
tan grande que ellas mismas encuentran
lugar en ella. Aquí encienden una pe-
_ queña fogata, se instalan exactamente co-
mo en una vivienda, asan carne y se con-
vidan unas a las otras 87.
Las niñas sólo abandonan el tran-
quilo modo de ser que les es propio
cuando se divierten con el salenzkáli.
Fig. 78 - Muñeca sencilla, 2/3 Forman entonces una fila lateral [colo-
tam. nat. cándose una al lado de la otra], se tornan

87 En forma ocasional, también los niños probablemente juegan de esta ma-


de la mano y se separan lo más posible. La que está a la cabeza
pone su brazo alrededor de un grueso tronco de árbol y se apoya firme-
mente en él con todo el cuerpo para no ser apartada por la fila. Esta fila
gira alrededor del árbol, al principio con lentitud, luego con mayor ra-
pidez. También con el mismo nombre se realiza un juego de manera
diferente. Unas cinco niñas se colocan firmemente apoyadas a un
árbol lo más ancho posible. Cada una de ellas lo agarra con el brazo
izquierdo, el brazo derecho libre lo extiende hacia adelante. Así, colo-
cadas en círculo, una inmediatamente detrás de la otra, corren dando
pasitos alrededor del árbol, basta que una u otra niña se deja caer

Fig. 79 - Muñeca completa. Vista de frente y de atrás, 3/4 tam. nat.

neta, pues lo que GALLARDO: 226 escribe puede referirse sólo a un juego: "Recién
a los 12 años de edad los hijos varones se apartan de la choza común construyendo
una pequeña que se arma al lado de la de los padres ... ". Ni los padres ni los
niños soportarían vivir separados entre sí, aparte de que aquéllos se preocupan
mucho de éstos.
Debe entenderse: en uno de los extremos (N. del R.).
fuera de la fila con una leve sensación de mareo, con lo cual finaliza
este juego.
Si existe algún estímulo, algunas niñas se ocupan también en con-
feccionar sencillos cordoncitos de adorno con fibras de tendón y finí-
simos huesitos de pájaro. Pero semejante escaso surtido de
juguetes y juegos de movimiento demuestra que las niñas se pasan
el día cumpliendo ante todo tareas livianas en la choza, o haciendo
todo tipo de actividades según indicaciones de la madre. No obstante,
también ellas manifiestan una fresca alegría infantil, que en ocasiones
llega al exceso.

4. Cómo juegan los niños


Todo extraño, que logre inspirar a los jóvenes fueguinos alguna
confianza, pronto llega a percatarse de la vivacidad propia que po-
seen. También los niños varones mantienen respeto y silencio frente
a todo adulto, y sólo poco a poco muestran su verdadera naturaleza
de seres despiertos y alegres. Cuando están solos,
pueden ser verdaderamente desenfrenados e ilimitadamente vivaces,
pero para ello deben alejarse suficientemente del campamento. Nadie
haría objeciones a su vivacidad movediza e inquieta en el juego. Re-
sulta llamativo que nunca gritan ni vociferan; sólo de vez en cuando se
escuchan algunos sonidos agudos o una breve risa ruidosa. Como muy
raramente se ven retenidos para realizar una tarea prolongada en la
choza o con un adulto, vagan en grupos de tres o más, durante casi
todo el día, a través del campamento, sea observando algo con curio-
sidad, sea retozando o peleándose. Muy a menudo están acompañados
por un perro, con el cual se divierten enormemente. Aquellos masti-
nes fueguinos, extraordinariamente mordedores frente a los extraños,
demuestran una indecible paciencia con los muchachitos, a pesar de
que, a menudo, deben soportar las travesuras más alocadas. Como
en términos muy generales falta un orden del día fijo [para la acti-
vidad], los niños quedan abandonados a sí mismos durante la jornada
Saben disponer de su tiempo para divertirse y no se aburren nunca:
pues mucho más extensos son los períodos en que les faltan los com
pañeros de juego, a saber, cuando se trasladan con su padre y su
madre de un lado a otro.
Aparte de vagar de un lado a otro en grupos cerrados, los niños
se distraen ante todo y con gran placer practicando el tir o de
arco. Yo calificaría el arco y la flecha como su juguete "autócto-
no". El padre ya los prepara para el lactante en la forma más simple
posible: un tosco palito se dobla levemente y se mantiene en esta cur-
vatura mediante un hilo de tendón; una varita superficialmente ras-
pada sirve de flecha. Aunque el niñito por el momento sólo es capaz
de zamarrearlo y tirar de él. los padres tienen que verlo en sus mani-
tas, como si, de lo contrario, le faltara algo. He visto tales arcos infan-
tiles con un largo de cuerda de sólo doce centímetros.
A medida que el niñito crece, crecen también sus juguetes. Como
en el cuarto o quinto año de vida éstos dejan de ser mero pasatiem-
po, en el futuro el padre realmente los hace con mucho cuidado. De
ahora en adelante, son una imitación reducida del arco de caza pro-
piamente dicho. Por lo general, el "arco nupcial", así designado por
mí, es el primero en ser utilizado como la mejor pieza en cuestión
(pág. 306). Para los primeros arcos infantiles basta como flecha
una fina varita lisa, pero más tarde se vuelve necesaria una guarnición
de plumas. No se coloca nunca una punta especial, porque habría que
reemplazarla continuamente por el uso frecuentemente poco diestro.
Como blanco sirve o bien un pedazo de cuero o un bulto de Usnea, y,
a menudo, un agujero en el tronco de un árbol o una piedra. En este
aspecto los varones son más ingeniosos que difíciles de contentar. Se
colocan a una buena distancia, e intentan superarse unos a otros en
puntería. Cuando varios muchachos se encuentran juntos, suelen reu-
nírseles algunos hombres, que incitan, a su manera, a los jóvenes fle-
cheros. El arco y las flechas, colocadas éstas en una aljaba adecuada,
son el compañero permanente del pequeño selk'nam ".

Fig. 80. Aro de pasto donde los muchachos practican el tiro de arco. 1/2 tam. nat.
En ocasiones el tiro de arco se convierte en una verdadera c o m-
p e t en c i a. Para ello se necesita un aro de aproximadamente 20 cm
de diámetro exterior y abertura central de 10 a 13 cm. Este aro se
confecciona utilizando pastos largos, y se rodea en espiral con una
88 Véase BEAUVOIR (b): 204, GALLARDO: 236, HOLMBERG (a): 57. El Museo Sa-
lesiano de Punta Arenas posee hermosos modelos de estos juguetes.
correa estrecha o hilo trenzado de pasto ". (Fig. 80.) Para el juego se
elige un terreno en leve declive, preferentemente la costa llana, lisa.
Mientras los pequeños flecheros esperan de pie en fila uno al lado del
otro, otro a su vez ocupa su puesto a una buena distancia, a la derecha
o a la izquierda de ellos. Con un golpe potente arroja el aro de pasto.
Mientras éste rueda a unos 8 m de distancia aproximadamente delante
de la fila de flecheros, éstos intentan disparar su flecha en el instante
indicado de modo que pase a través del agujero del aro que sigue ro-
dando. El vencedor es aclamado con gritos de júbilo. Por lo general
hay adultos presentes.
En forma no menos inseparable cada muchacho se halla unido a
su honda. Ésta, a pesar de su tamaño más pequeño, se asemeja
exactamente a la de un hombre, y también es manejada de la misma
manera. Entre los puntos de mira preferidos se cuentan pájaros pe-
queños, hongos que crecen en troncos de árboles y algún charquito.
Del mismo modo que entre nosotros, los pilluelos llevan a cabo con su
honda más de una travesura, dentro de lo posible sin ser observados.
Así dejan que una piedra rebote de repente junto a los pies de una
niña; disparan sobre un perro con el propósito de confundirlo; tam-
bién se hace volar una piedra pesada contra una choza para avisar a
un amigo. Si se exceden en sus travesuras, pues niños pequeños son
puestos en peligro por tiros imprudentes de piedra, unas pocas pala-
bras de reprensión de un adulto ahuyentan a los pilluelos del lugar.
Los varones nunca se deciden a jugar solos a la pelota; pero, junto
con las niñas, se incorporan al círculo de los adultos cuando éstos los
invitan a hacerlo. Carreras y luchas no reglamentadas, según acos-
tumbran hacerlo los muchachos, se llevan a cabo principalmente cuan-
do, en un gran campamento, el ejemplo de los adultos los incita. En la
vida cotidiana la lucha se convierte en una pelea propiamente dicha
por mera petulancia. Cuando se trata de arrojar con buena
punt e ría resulta llamativo que no se ejercitan con piedras, sino
con el tan ( = tlyan), que por su menor peso exige mayor desplie-
gue de fuerzas, lo que puede resultar decisivo. Se extrae este hueso
cuadrado de la articulación del pie del guanaco, se seca y se raspa pro-
lijamente. Además a los niños les gusta hacerlo rodar entre las palmas
de las manos; también lo arrojan hacia arriba con la palma de la mano,
para luego agarrarlo con la otra y volver a arrojarlo hacia arriba.
Los juegos de los niños imitan fundamentalmente la actividad de
los adultos, respetando la división de trabajo que rige para ambos
sexos. Jugando, los niños se introducen a sí mismos en el círculo de
tareas que los espera, para lo cual reciben sólo poco estímulo por parte
de los mayores.

5. Trato educativo de la juventud


Nuestros fueguinos persiguen una doble meta fácilmente recono-
cible en sus esfuerzos educativos, precisamente porque éstos se diri-
" Nunca llegué a ver un aro de pasto cuya abertura central se hubiera re-
llenado por un pedazo de cuero (como expresa GALLARDO: 236).
gen a la formación de habilidades prácticas y a la educación de las dis-
posiciones psíquicas del niño.

a. Idea rectora de la educación


Ante todo se quiere hacer del niño una buena persona, con tüló-
liIen; pero, en relación con ello, sólo se lo instruye en forma accesoria
en las labores o habilidades que corresponden a su sexo. Hablamos
aquí del joven fueguino, o sea del varón antes de su admisión en la
choza Klóketen y de las niñas antes de la aparición de la primera mens-
truación. En este período, el niño adquiere todos los conocimientos,
habilidades y prácticas convenientes y útiles, por medio de imitación
espontánea y de propia iniciativa. Los mayores ayudan muy poco en
eso. El varón observa, con propósitos de imitarlo, a su padre o a un
pariente cuando realiza la ocupación diaria, y la niña observa a su ma-
dre en su trabajo, desde temprano por la mañana hasta la noche avan-
zada. Rara vez los padres llaman al niño a su lado para que, bajo su
vigilancia, se ejercite en una actividad determinada. Es cierto que tam-
bién en Tierra de Fuego existe una instrucción metódica y una edu-
cación planeada de la juventud que la lleva a alcanzar la habilidad
deseada, pero tal enseñanza queda limitada al período Klóketen o, respec-
tivamente, al tiempo que sigue a la aparición de la primera menstrua-
ción, pues ya la juventud se encuentra inmediatamente en vísperas del
matrimonio. Entonces, conviene mucho más un adiestramiento en to-
das las habilidades que debe dominar una persona casada para cum-
plir sus obligaciones en la actividad económica. Con la misma insisten-
cia se lleva a cabo conjuntamente, como algo no menos necesario, la
educación del carácter y del espíritu, lo propio que la enseñanza de las
tradiciones tribales, las reglas de vida y los principios de derecho.
Cuando los niños alcanzan la edad juvenil, reciben por lo tanto,
una enseñanza que se refiere exclusivamente a lo psíquico caractero-
-

lógico. Yo reproduciría con inexactitud los hechos observados y las pa-


labras categóricas de mis informantes dé ambos sexos, si pusiera en
primer plano la formación de habilidades exteriores, la destreza en la
lucha, la buena puntería, el cuidado de los niños, la preparación del
asado, de las pieles, etcétera. La meta a que tienden los adultos con
respecto al niño de esta edad sigue siendo exclusivamente moral: el
niño ha de llegar a ser "como corresponde ", debe llegar a
ser "un ser humano bueno ". Por lo tanto no se piensa en
primer término en hacer de él un cazador diestro o un guerrero te-
mido, pues la tribu no constituye una comunidad guerrera. En cambio,
el niño aparece incluido en la familia natural, en la estirpe familiar, en
el grupo; debe convertirse, pues, en un miembro útil de esta comuni-
dad, sobre la que descansa todo el orden social, y, con ello, la subsis-
tencia de la tribu. Para eso se necesitan determinadas capacidades
psíquicas, virtudes sociales y carácter equilibrado. Toda la educación
v
sirve por consiguiente a lo espiritual, a lo psíquico del niño; la meta
educativa es siempre rigurosamente moral. La fórmula sucinta para
ello es que "el niño tiene que llegar a ser un buen ser humano". Sólo
así encuentra su lugar, como miembro aceptable y útil en el círculo fa-
miliar, y se vuelve, al mismo tiempo un miembro apto de la tribu. Este
enfoque fundamental de los adultos explica la peculiaridad de todas las
indicaciones anotadas más adelante para los niños, pues estas ense-
ñanzas son un patrimonio tribal antiquísimo.

P. Los educadores
Los educadores de la juventud consideran su obra educativa en la
descendencia todavía inmadura como un debe r. Puesto que, si se
diera el caso, cualquier adulto tiene que ayudar en esto, tal obligación
se extiende a todos los miembros adultos de la tribu. Para esa tarea
son llamados en primer término los propios padres, y, en no menor
grado los parientes más próximos. Los siguen, en forma gradual, los
amigos y vecinos, y, finalmente, aquellos que casualmente son testigos
de una falta o negligencia de un niño °".
¿Cómo f undam e n t a n los indios este compromiso? "Así lo
han practicado siempre los antepasados. Nuestros niños han de ser for-
mados de la manera como lo eran nuestros antepasados. Así como
guiamos hoy a nuestros hijos, así lo han hecho nuestros antepasados;
¡así está bien!" A menudo me expresaron esta idea con frases del mis-
mo tenor. Una vez más se trata de la tradición de la tribu, del hábito
ininterrumpido que ata a todos y a cada uno a manera de ley. Esta
obligación general está arraigada, empero, más profundamente en la
conciencia religiosa, a pesar de que raras veces se la reviste con una
fórmula. En otro momento me dijo TENENESK: "Todo selk'nam debe
actuar en forma intachable. Así lo exige TriáiRkei. Por eso les deci-
mos a nuestros niños: "¡Cada uno tiene que llegar a ser una buena
persona!" En forma aislada se hace referencia al Ser supremo para ro-
bustecer ciertas advertencias, a pesar de que, por veneración, sólo muy
raramente se menciona el nombre de éste.
¿Cómo se ejercita pues, esta actividad educadora? Mediante e n s e-
ñ a n z as y aleccionamientos, en los que muy raramente se intercalan
verdaderos castigos y amenazas. Aquí dejo de lado el ejemplo admi-
rablemente eficaz de los adultos, a pesar de lo valioso que resulta su
influencia.
Pues también es propio del oficio de padres este deber de
guiar y conducir a los hijos en su educación. Es cierto que el niño se
mantiene más próximo al padre, y la niña exclusivamente a la madre;
pero cada uno de los padres se dedica a todos los hijos. Los padres
intercambian entre ellos sus experiencias con los hijos y discuten un
proceder común adecuado. La madre en ciertas ocasiones aconseja a

9° Lo que HOLMBERG (a): 57 pretende saber sobre un "maestro" propiamente


dicho, podrían ser algunas indicaciones no comprendidas referentes al Klóketen.
su marido mayor severidad o vigilancia de su hijo, si siente que existe
algún motivo para ello, y a pesar de que ella siempre se las arregla
bien con el niño y nunca profiere amenazas, daría cuenta al padre de
su comportamiento.
Pero aparte de esto, c a da a dult o contribuye a la educación,
y en mayor grado los parientes próximos que los amigos y visitantes
ocasionales. En ese punto, éstos se imponen cierta reserva, y las perso-
nas jóvenes aún más que las mayores. Pero todos intervienen enérgi-
camente cuando los padres se hallan ausentes. Para ello me dieron el
siguiente motivo: "Todo selk'nam debe contribuir para que cada niño
llegue a ser una buena persona." A pesar de todo, tampoco aquí nues-
tros indios desmienten su delicadeza. Los jóvenes no amonestarían sin
más a un niño cuando una persona mayor se encuentra junto a ellos;
pero la apoyarían. Cuando alguien mantiene una situación tensa con
otro individuo, sólo enfrentará al hijo de éste con cierta precaución.
Los padres nunca se muestran disgustados con motivo de tales inter-
venciones, en ocasiones incrementan justamente por eso sus exhor-
taciones.
Pero sería una opinión falsa la de que la juventud fueguina se en-
cuentra todo el día bajo una estricta vigilancia. Gritos de advertencia
aislados se escuchan, por cierto, durante el día; pero, en cambio repri-
mendas insistentes sólo ocurren a largos intervalos y por necesidad.
Con gran frecuencia puede observarse cómo durante la marcha,
en la caza o junto a la fogata en la choza, un padre tiene al hijo a su
lado; le habla en voz baja y con ahínco, mientras el hijo escucha en
silencio y con atención. De la misma manera la madre habla con insis-
tencia a su hija. Semejantes conversaciones sólo ocurren privadamen-
te. Quien se acercara por casualidad, reconoce en seguida por la ac-
titud de ambos qué es lo que ocurre, y se retira sin causar molestias.
Así, por ejemplo, un viejo indio, pensativo, ensimismado, y al mismo
tiempo aconsejando en forma insistente y con sincera benevolencia a
un pilluelo que se encuentra acurrucado junto a él, en cuyo rostro fres-
co se observan signos de vergüenza —¡ésta es una escena que merece-
ría ser pintada!— Los mayores muestran en esto mucha paciencia e in-
dulgencia. Se limitan a persuadir, y se omiten las injurias y amenazas.
La reprensión no tiene lugar de ningún modo inmediatamente después
de que se ha observado una falta, aunque ésta ya hubiera motivado
reprensiones anteriores. Yo sé que la persona que observaba una falta
aveces dejaba que transcurrieran varios días, con el fin de hallarse ella
misma en un estado de ánimo conveniente, o para aguardar circuns-
tancias accesorias favorables. Precisamente con esta forma de proce-
der se evita caerle pesado al niño por una insistencia ininterrumpida,
debilitarle el efecto de antemano. "Si se reprende con demasiada fre-
cuencia, el niño ya no presta atención", me confesó la buena KAUXIA.
A pesar de ello, mantiene validez el juicio de GALLARDO: 237: "Conti-
nuamente los padres dan consejos a los hijos."
Sorprendido, pude observar repetidamente c o n qué buena
disposición t o do niño aceptaba la reprensión que le corres-
pondía. La réplica o disputa con los padres o con personas maduras
falta por completo; nunca vi o escuché rezongos o refunfuños, ni tes-
tarudez acompañada de berridos o lloriqueos. En Tierra del Fuego no
se conoce [la actitud del alejarse con enfado, acompañada por un so-
liloquio audible hacia un rinconcito apartado o en dirección hacia otra
choza, con quejas posteriores a los hermanos o compañeros de edad.
Cada cual traga en silencio la reprimenda. A partir de su comporta-
miento posterior se puede sacar la conclusión de un serio propósito
de enmienda. Todo esto lo tengo aue subrayar con claridad en honor
de los indiecitos. ¡Durante largo tiempo los he vigilado cuidadosamente,
precisamente desde este punto de vista!
También todo encargo es cumplido de inmediato. Cada niño obe-
dece sin chistar. Sólo debe atribuirse a la superficialidad infantil si,
con un eventual segundo grito del padre o de la madre, se impulsa aún
más al niño o se evita el olvido.
En caso de una torpeza o una tontería, la persona que se encuen-
tra más próxima a menudo levanta la mano para pegar; el
golpe puede caer donde sea. O bien se arroja un pedazo de madera li-
viana detrás del niño. En cambio no se acostumbra agarrar al pilluelo
y propinarle una paliza. El padre levanta el primer palo que encuentra
a mano y golpea con él al niño una vez, como máximo dos veces; el
muchacho escapa lo más rápidamente posible. De este modo el asunto
parece concluido, sólo puede ocurrir que, alguna vez, le siga todavía
una advertencia.
Toda la enseñanza y persuasión ocurren lo más discretamente po-
sible y sin insistencia cargosa. Se hace sentir al niño que todo está ins-
pirado por el mejor propósito bienintencionado. Como castigo
más dolor os o, que rara vez se pone en práctica, los niños su-
fren la exclusión de la choza paterna. Si la madre le grita a su hija
con toda seriedad: "¡Por lo que has hecho pasarás la noche en otra
parte!" comienzan, por cierto, a correr las lágrimas. El niño busca en-
tonces con los ojos llenos de lágrimas, un albergue entre vecinos o se
introduce furtivamente en la choza paterna, esperando aquí si la ma-
dre persiste en expulsarlo. A los niños los atormenta mucho ser recha-
zados y perder el favor de los padres ...

Contenido de las instrucciones


Entre los fueguinos falta todo tipo de trato colectivo. Cada adver-
tencia e instrucción posee un carácter rigurosamente per s o-
n a 1. A menudo me pareció sorprendente con qué sensibilidad cada
uno de los padres sabía adaptarse en la educación a la predisposición
y peculiaridad de cada uno de sus hijos.
"Has de convertirte en un buen ser humano. Todo eso ¡= pe-
learse con otros niños, comer mucho, levantarse con pereza y con
retraso, burlarse de los ancianos, etcétera] no es propio de un
selk'nam". Así suena el final inalterable de cada reprimenda por
un desliz observado.
En particular se dice:
"Presta atención a lo que tu padre [tu madre, una persona
mayor] te dice." "El joven debe ser generoso con los ancianos, es-
cuchar sus consejos y ayudarles en sus necesidades" (GALLARDO:
238).
"Si se encuentran reunidas personas adultas, no interfieras en
la conversación. No te pelees con otros niños. No le quites el ju-
guete a otro niño. Levántate temprano por la mañana." "Lleva a
cabo bien lo que te ha encomendado tu padre. Comparte con otros
niños si tú comes algo..." "El joven debe siempre demostrar su
generosidad, sobre todo repartiendo la carne de su caza entre los
compañeros" (GALLARDO: 238).
"No debes alejarte de la choza para encontrarte con una niña
a escondidas. No debes tocar [en forma indecente] a las niñas. No
te rías de los ancianos, no los imites burlonamente. Ejercítate con-
tinuamente con el arco y la honda; debes llegar a tener buena
puntería."
"Sé aseado. Lávate, si estás sucio. Un niño con un manto sucio,
roto, no es bello. No arrojes tus cosas por cualquier parte, si quie-
res volver a encontrarlas siempre. Mantén en orden lo que te per-
tenece. No destruyas los objetos de los demás. Si satisfaces una
necesidad fisiológica, aléjate solo de las chozas. La gente se alegra
si eres un buen niño ..."
Ocasionalmente he recogido muchas frases de sentido parecido. La
enseñanza particular gira alrededor de ellas, que son repetidas en for-
ma insistente.
Para preservar al niño de una falta la persona mayor le dice: "¡Un
selk'nam no hace tal cosa! lo que acabo de observar [observé recien-
temente] no debes repetirlo. Lo que haces ahora, lo seguirás haciendo
más tarde, entonces la gente no te apreciará." En caso de una repeti-
ción de la falta nunca se amenaza con golpes u otros castigos.
Las siguientes frases, de boca del anciano TENENESK, que me las
exponía con un candor infantil particular, me producen el efecto, cada
vez que las releo, de un documento acerca de la tragedia del
pueblo selk'nam. Se encontraba bajo la impresión de una impertinen-
cia del hijo menor de NANÁ; desde su choza —yo me encontraba junto
a él— había observado al pilluelo: "Mi padre habló una y otra vez en
forma saludable conmigo y mis hermanos. ¡Sé laborioso, levántate
temprano por la mañana, no te pelees con los demás! Así decía él. ¡Fí-
jate en ése que está allí [= el hijo de NANÁ] ; se pelea constantemente
con los demás! Mi padre no permitía semejante cosa. Mi padre siem-
pre me decía: ¡sé conciliador con los demás, conviértete en un buen
selk'nam! ¡Evita pelearte con los otros! Cuando seas grande, si te pe-
leas con otras personas, habrá guerra; entonces tendrán que morir
muchos selk'nam, y otros sufrirán mucho por eso. ¡Así caerá sobre
ti mucha pena y dolor, pues eres culpable de ello! De este modo mi padre
me advertía constantemente para que no peleara con otros 9 '. É1 me de-
cía cómo tenía que ejercitarme sin cesar con la honda, el arco y la
flecha. Todo esto lo he cumplido!" Después de una breve reflexión en
silencio, continuó: "Decía palabras saludables y me las repetía a me-
nudo. Aún las sé todas. Por eso actúo así, como mi padre me aconseja-
ba. Por ello soy una buena persona ¡eso lo dicen todos los selk'nam!
Así era costumbre en los tiempos antiguos, los adultos siempre han
instruido a los niños. Hoy se ve a más de un padre que no actúa como
los selk'nam de antaño. Tampoco instruye a sus hijos. Los deja andar
ociosos por todas partes, pero nunca les dice una palabra saludable.
Sus hijos son haraganes e indolentes, reacios al trabajo y pendencie-
ros. ¡Fíjate en ése! Es un holgazán y un tunante; se parece a su padre ".
¡Por esta razón morirá el pueblo selk'nam, porque muchos ya no tie-
nen buenas palabras para sus hijos!" El anciano quedó ensimismado
en una amargura dolorosa; durante largo tiempo no logró articular
palabra.
Por cierto los padres también suelen estimular en general a sus
hijos a la práctica del aseo. ¡Pero cuánto se distinguen las diferen-
tes familias precisamente en este aspecto! más de una madre sabe
arreglar día tras día a sus hijos, en forma tan agradable y aseada, que
todo vecino se regocija al verlos. Para ella esto es una necesidad, se
enorgullece de ello y otras personas lo comentan con aprecio. Pero la
mayoría de las mujeres son negligentes, en ocasiones terriblemente
sucias y desaliñadas; precisamente esto trasciende a los niños. Las ni-
ñas prestan algo más de atención a su exterior, por vanidad natural,
pero algunos muchachos llegan a dar una impresión de abandono. Es
increíble cuántos adultos son negligentes en lo que se refiere a lavarse
la cara, mantener el cabello ordenado, cuidar de la ropa. ¡Qué podría
exigírseles a pilluelos indisciplinados que se la pasan vagando todo al
día, y a quienes nadie mantiene su pequeño manto en condiciones! He
visto a más de uno con todo el cuerpo recubierto por una gruesa costra
de suciedad, semejante a una coraza (pág. 202).

S. Medidas educativas
No me refiero aquí a los golpes, que se propinan en muy pocas
ocasiones (pág. 370), ni tampoco a la alabanza que se utiliza en forma
exageradamente parca. Antes bien; tengo en vista la motivación y la
incitación, que, como estímulo constante, se agregan a las advertencias.
Por lo general se apunta al amor propi o. Se dice: "Llegarás
a ser un buen selk'nam. La gente te estimará y hablará de ti. Si otros
te aprecian, eso también nos da alegría. Nuestra familia tiene antepa-
sados famosos, ¡sé tan excelente como ellos! ..."

91
¡ Esto le salía muy del alma! Pues TENENESK era un eterno criticón, de
naturaleza pendenciera, vengativa, un hechicero temido.
92 NANÁ mismo era un degenerado, evitado por todos como un sujeto pe-
ligroso.
Como amenaza más eficaz rige lo que también más tarde se
les repite a las niñas con motivo de la primera menstruación, y, a los
varones, en la choza Klóketen. "Quien no llega a ser buena persona, no
vivirá mucho tiempo. Un holgazán se enferma pronto; un Ion le envia-
rá una enfermedad que lo hará morir. Los selk'nam no toleran a ningún
niño holgazán; les quitan la vida a tales niños. No incurras en faltas,
que de lo contrario te eliminarán..." " La gente toma muy en serio
estas amenazas y sólo aguardan los años subsiguientes del niño, en los
que se intenta una instrucción más rigurosa. Es decir que todavía que-
dan esperanzas de enmienda. Se acosa a más de un pilluelo, los hom-
bres se ponen de acuerdo en tratarlo rigurosamente para hacerle en-
trar en razón. Y se lo hacen saber al joven: "Allí en la choza Klóketen
no hay posibilidad de escape; allí no vale ninguna excusa... ¡Espera,
ya te harán sudar!" Pero semejantes amenazas sólo se escuchan ra-
ramente.
Con palabras explícitas me confirmaron con frecuencia que, en
las advertencias habituales, no falta una r e f e r enc i a ocasional a
Trnálkei. Es con ese motivo que los niños adquieren una primera
instrucción sucinta acerca del Ser Supremo. Al mismo tiempo, la per-
sona a cuyo cargo está la instrucción-hace referencia a las leyes y cos-
tumbres vigentes. Al niño se le dice: "'Aquél —allá— arriba' exige que
cada uno sea un buen ser humano. No quiere que uno se pelee con
otros; él ve cuando alguien molesta a las niñas y a las mujeres. 'Aquél
—allá— arriba' ve cuando uno no se comporta como lo han hecho los
antepasados." Estas pocas frases las he escuchado textualmente como
consejos dados a un muchacho algo mayor. También cualquier perso-
na mayor familiariza a los niños con el Ser Supremo cuando los ins-
truye en forma particular. De lo contrario ¿cómo tendrían éstos cono-
cimiento del mismo?
De las palabras de la anciana CATALINA, que residía en el norte, in-
fiero que las niñas no quedan rezagadas, y, al mismo tiempo [esas pa-
labras] son prueba de la coincidencia de los grupos meridionales y
septentrionales en sus concepciones religiosas. "Les decimos a las mu-
chachas todo exactamente como acostumbraba hacerlo la gente de
antaño. Todos deben actuar exactamente como lo han hecho los antepa-
sados. Ninguna niña o mujer debe mantener relaciones con otro hom-
bre, ni pelearse con otras mujeres; esto no lo quiere 'Aquél —allá—
arriba'. Los ancianos siempre decían: '¡Aquél —allá-- arriba' castiga
al que actúa de manera diferente de la de nuestros antepasados! Los
padres jóvenes de hoy ya no dicen todas estas cosas a sus hijos, y esos
hijos no saben cómo eran antes nuestras costumbres y ¡por ello 'Aquél
—allá— arriba' deja morir a todos los selk'nam! Escuchar estas con-
clusiones de boca de una india, de edad avanzada y poco inteligente,
no dejó de asombrarme.
Por lo que puede comprobarse, también se intercalan sugerencias
sobre las relaciones entre ambos sexo s. En primer plano apa-
rece la obligación de mantenerse alejado del otro sexo. Estas adver-
93 Más adelante referiré la forma de proceder con un muchacho en quien
no se observó mejoramiento después de cumplir su prueba Klóketen.
tencias se dicen muy en serio. Pero tampoco faltan las exhortaciones
sobre la fidelidad conyugal y el trato afable hacia el otro cónyuge. Esto
podría causar extrañeza, pues nunca se suministra a los niños una así
llamada "iniciación sexual", y- tampoco se les hacen indicaciones sobre
la vida sexual de los esposos. Lo que es necesario saber sobre el tema,
se lo puede enseñar a cada niño su propia naturaleza en desarrollo.
Los jóvenes fueguinos son despiertos y están dotados de un penetrante
poder de observación; por ello no les puede tampoco quedar oculto
que hay dos sexos entre los seres humanos, hecho que no puede esca-
par a su atención en los animales, en los cuales lo observan direc-
tamente.
La forma acertada, bien reflexionada que pueden tener también
las indicaciones sobre este tema, se infiere de una confesión de HOTEX,
que pertenecía al grupo del norte. HOTEX había enviudado hacía más
de un año y buscaba una posibilidad de contraer nuevo matrimonio.
"Mi padre me decía incesantemente: tienes que vivir de la misma ma-
nera como lo han hecho nuestros antepasados ¡sigue el buen ejemplo
de los tiempos pasados! Después me inculcaba la costumbre de nues-
tros selk'nam. Criticaba lo que yo no hacía bien. A menudo hacía ob-
jeciones a mi conducta, corregía cada falta con buenas palabras. Tam-
bién me aconsejó que si seguía soltero y encontraba una viuda que
hubiera perdido al marido bastante tiempo atrás, no la tomara por
mujer, porque una viuda que ha quedado un tiempo sola siempre es
terca y pretenciosa, y le gusta pelearse con los hombres. He seguido
este consejo de mi padre y he visto que, en efecto, su juicio se con-
firmaba."
Los pocos ejemplos aquí mencionados permiten reconocer que las
instrucciones y enseñanzas que se dan a la juventud son muy apropia-
das para encaminarla, y brindarle una orientación a lo largo de su vida.

E. Niños de mala índole


A pesar de los excelentes principios y formas de la educación en
Tierra del Fuego, tampoco allí faltan casos de disposición poco feliz
o caracteres depravados. Puede tener la culpa de ello una tara congé-
nita, o, más aún, la negligencia de los propios padres.
Aquí se descartan los casos que, sin lugar a dudas, se desarrollan
sobre una base e n f e r m i z a. Todos consideraban como débil men-
tal a la nieta de la anciana ANIXN, y por sus repetidos ataques del "bai-
le de San Vito", la llamaban, en general, "la pequeña loca". Su dispo-
sición se manifestaba de manera tan desagradable que le ataban el
vestidito fuertemente alrededor del cuerpo; a pesar de ello lograba
aflojárselo y desnudarse. Con paciencia angelical, el anciano TENENESK
a menudo llamaba a esta niña a su lado y le hacía advertencias para
que no se acercara a los muchachos y no vagara por el bosque sin rum-
bo alguno; se proponía evitar daños más graves.
Una mala disposición natural, vinculada a una educación defec-
tuosa_ hacía que se desarrollaran degeneraciones; los hijos de NANÁ
servían de escarmiento al respecto. HALEMJNK, su abuelo, era un indi-
viduo intratable, caprichoso y su hijo NANÁ un tipo casi peligroso.
Como estas dos familias acostumbraban vivir casi siempre aisladas,
tampoco podía llegar a actuar sobre los niños la saludable influencia
de la comunidad. Los chicos estaban descuidados en todo sentido. Era
más fácil pasar por alto que anduvieran de aquí para allá descuidados,
sucios y harapientos, pero su insubordinación impertinente, su forma
insolente de presentarse, su vagar perezoso durante todo el día junto
a las chozas, el buscar camorra una y otra vez con otros niños, a lo
que parecían particularmente aficionados y la insistencia cargosa fren-
te a todos, provocaban a la comunidad en contra de ellos, y nadie los
veía con buenos ojos. A pesar de todo, nadie dejaba de darles buenos
consejos. Nunca faltaban las advertencias. En cada choza les daban
algo de comer, y los vecinos se ocupaban de su ropa. Por cierto nadie
tenía esperanzas de lograr algún éxito con estos esfuerzos. Lo que cau-
saba más desagrado era su tendencia a robar. El juicio de la gente
parecía justo: "La culpa en realidad es del padre ¡Él no vale nada, por
lo tanto no se puede esperar nada de sus hijos!" Tampoco se olvida-
ba que los muchachos habían perdido a su madre a una edad tem-
prana. INXIOL me dijo un día, algo que fue confirmado por los presen-
tes: "En épocas pasadas no se habría permitido que se llegara a estos
extremos con los muchachos; NANÁ mismo habría recibido una buena
lección. Hombres de más edad ya le habrían enseñado a ocuparse con
ahínco de sus hijos. Pero como él mismo es un mal sujeto, sus hijos
también se han convertido en holgazanes. ¡Es él quien tiene la culpa!"
Los ejemplos aquí mencionados de niños de mala índole no ha-
brán sido los únicos. En la larga historia del pueblo selk'nam segura-
mente nunca han faltado desviaciones similares de la línea recta. Para
todo tipo de aberraciones existen bastantes indicios, ante todo la pre-
sencia de personalidades singulares, con comportamiento y carácter
extraños. Aquí hay un terreno excepcional para un desarrollo indivi-
dual fuerte, sin trabas.

El éxito general
Frente á un examen riguroso, las medidas y fundamentos educati-
vos de /nuestros indios nos permiten reconocer una solidez e x-
t r a o.r d i n a r i a. Delatan una fina sensibilidad y una modalidad dis-
tinguida, como sólo las ha podido conformar una observación secular.
Como portadores más importantes, casi exclusivos, de la educación
aparecen los propios padres y la familia. La tradición, usos y costum-
bres de los antepasados, aplicados sin distinción a cada niño, compo-
nen la pauta invariable, de acuerdo con el sexo y la disposición personal.
Todo observador tiene que apreciar la excelente i m p r e-
s i ó n que produce la juventud selk'nam. Los pequeños fueguinos son
seres cariñosos, buenos, llenos de confianza, pero al mismo tiempo jui-
ciosos, de ánimo risueño y alegres en el juego, que se acercan curiosos
al extraño y luego vuelven a huir repentinamente como tímidos vena-
dos. Se sienten apegados a sus padres, con un amor tierno, a pesar de
que raras veces lo dejan reconocer a través de caricias; el amor fra-
terno, en cambio, apenas se ve desarrollado en la edad juvenil. Su res-
peto por los adultos, en particular por los ancianos, es ilimitado. A to-
dos les obedecen estrictamente. Entre ellos se tratan con afabilidad
inquebrantable. Nunca he visto hostilidades duraderas.
En no menor grado se muestran serviciales frente al europeo,
cuando éste se hace digno de semejante confianza. ¡De qué manera yo
mismo me he sentido a gusto rodeado por ellos y cómo he retozado
con ellos, de esa manera auténticamente juvenil, que nunca se pierde!
Es muy fácil hacerse amigo de ellos, si uno se les presenta con espon-
taneidad y franqueza. Nunca olvidaré el apego infantilmente ingenuo,
que me demostró a lo largo de tanto tiempo, con inalterable fidelidad,
la pequeña CANYUTA.
El comportamiento modesto de los niños con motivo de las visitas
a chozas vecinas ni siquiera puede permanecer inadvertido al crítico
superficial. Permanecen en su lugar silenciosos e inmóviles, y nunca
se atreverían a hacer notar su aburrimiento, aun cuando no entiendan
nada de la conversación de los mayores. Los niños que, por alguna ra-
zón, han sido dejados por sus padres en una choza ajena también se
muestran juiciosos y obedientes. Como TENENESK se encontraba tem
porariamente solo con su KAUXIA, el pequeño SEMOT se trasladaba a su
choza. Durante semanas enteras lo vi bien dispuesto y laborioso, solí-
cito y obediente; los dos ancianos no dejaban de enseñarle e instruirle.
Ello lo exhortaba cada mañana a lavarse y a ordenar su lecho; él, por
su parte, llamaba al muchacho con frecuencia a su lado y antes de ir
a dormir solía corregirle todavía alguna cosa o hablarle en forma alec-
cionadora. De manera llamativamente juiciosa se comportan en el jue-
go tanto las niñas como los niños; no se conocen entre ellos peleas
excitadas ni engaños desleales. Contemplar a los pequeños mientras
jugaban era mi pasatiempo más agradable. Yo juzgo la modalidad de
los niños indios sobre todo de acuerdo con su comportamiento en
el juego.
Pero quien creyera que los niños fueguinos son unos angelitos, se
equivoca. El selk'nam, que tiende a la comodidad, no dedicaría nunca
tanto tiempo y esfuerzo, discursos y vigilancia a la obra de educación
de su prole, si todo eso no fuera urgentemente necesario y no fuera
encarado como un deber. También en las lejanías del aislamiento fue-
guino existen la impertinencia, el capricho, la pereza y las debilidades
del carácter, o sea, la larga serie de malas costumbres infantiles bien
conocidas. ¡Los pilluelos indígenas no dejan de ser niños auténticos!
Tanto más meritoria aparece esta educación orientada fundamental-
mente a la formación de la voluntad y del carácter, que logra confor-
mar seres humanos tan maravillosos a partir de auténticos hijos de la
naturaleza, en un pueblo sumamente sencillo.

6. Las niñas con motivo de la primera menstruación


No existe diferencia comprobable entre las niñas europeas y las
fueguinas en cuanto a la época en que se presenta la primera menstrua-
ción. Aparece entre los doce y trece años, con pocas excepciones. Cuan-
do el comienzo de la madurez se hace notar a través de desequilibrios
psicosomáticos, la madre se acerca a su hija más íntimamente y la en-
carga que le comunique la aparición de la primera menstruación. La
niña aguarda su aparición y da a la madre la información deseada.

a. Manera de tratar a las niñas


Mientras tanto alguna vecina ha sido advertida del acontecimien-
to esperado. También el padre de la niña se entera de ello a través de
su mujer. De ahora en adelante la niña se halla subordinada a una ob-
servación más cuidadosa, y a cierta restricción en la comid a. El
primer día le está prohibido probar bocado alguno, y la bebida es re-
ducida a un poco de agua. Al segundo día se le ofrecen, en pequeñas
cantidades, hongos, pescados, tejidos grasos o entrañas. Recién al ter-
cer día le dan de comer algo de carne compacta. A partir del cuarto
día se vuelve a admitir la cantidad de carne deseada.
Es costumbre entre las mujeres recoger la sangre menstrual con
un tapón de lana y meterlo en forma disimulada en la llama de la ho-
guera de la choza, hábito que ya se hace conocer entonces a la niña.
En estos cinco a seis días la niña no puede abandonar la choza
materna; tiene que renunciar a la diversión y el juego, y practicar ade-
más completo mutismo. Inmóvil y silenciosa, se acurruca junto al fue-
go y aguarda el paso del tiempo. No faltan las distracciones, pues las
vecinas aparecen casi ininterrumpidamente y le hacen llegar sus ins-
trucciones. La parentela desarrolla en esta oportunidad un celo llama-
tivo. Pues es así como lo requieren las costumbres antiguas: la niña no
puede permanecer sola o abandonada a sí misma.
Ya al primer día la madre o una vecina aplica a la niña la obligada
pintura f acia 1, que consiste en finas rayas blancas, en forma
aproximadamente radial, que se trazan formando un leve arco, por de-
bajo de los ojos y sobre las mejillas. La renuevan cada mañana duran-
te los cinco días. Esta pintura es el distintivo de la muchacha que
menstrúa por primera vez, y, por lo tanto, sólo se aplica en esta oca-
sión y su significado es comprendido de inmediato.
Después de los primeros cinco días, la niña retorna sus trabajos
y tareas acostumbradas. Pero se le sigue exigiendo mayor a c tiv i-
d a d, levantarse temprano, continuo recogimiento, hablar parco y larga
permanencia en la choza. Transcurren de tres a cuatro semanas, en las
cuales se repiten ocasionales advertencias aisladas, que la niña acoge
de buen grado.
De acuerdo con su contenido estas instrucciones toman en
consideración predominantemente su profesión futura como mujer y
madre. Se parecen a verdaderas instrucciones profesionales. A ellas se
vincula una enseñanza más sistemática, relacionada con los trabajos
manuales y las tareas cotidianas de una mujer selk'nam.
Sólo al cabo de ruegos repetidos, la buena de SEMITXRENH se de-
cidió a repetirme las palabras que le fueron dichas en aquella oportu-
nidad cuando ella era una niña:
,

"Mi madre me dijo: presta mucha atención a lo que te quiero con-


fiar en estos días; también otras mujeres te hablarán.
Ahora quédate sentada en la choza, inmóvil y silenciosa. Yo man-
tendré apartados a los demás niños.
Pronto serás una mujer y no una niña.
No seas holgazana, realiza tus tareas con rapidez. A la gente le gus-
ta una mujer laboriosa.
Recoger leña, buscar agua, cuidar del fuego, preparar pieles, coser
los mantos, mantener la choza en condiciones, hacer cestitos: todo
esto son tareas propias de la mujer.
Permanece siempre junto a tu choza.
Por la mañana tienes que lavarte y ordenar tus cabellos; luego te
pintarás 94 .
Levántate por la mañana temprano. Comienza a trabajar de inme-
diato, sé laboriosa y silenciosa durante todo el día.
Ahora en estos días no puedes jugar o alejarte de la choza. Mués-
trate seria y no digas palabra alguna. Reírse y estar sentada inquieta
ya no te cuadran.
Más adelante tendrás que ocuparte de tu marido, de modo que
aprende ahora a mantener tus cosas en orden.
Ya no serás libre por mucho tiempo, como lo has sido hasta aho-
ra; pronto te casarás y vivirás entonces junto a tu marido. Haz gusto-
samente lo que exige de ti; debes estar siempre a su disposición.
Evita toda pelea con él. Si comienza a reñir, mantente en silencio.
También como mujer casada debes permanecer obediente a tu pa-
dre. Mantén buenas relaciones con tu familia; ayuda a todos tus pa-
rientes si requieren algo de ti.
Da de comer en abundancia a todo el que llega a tu choza.
Sé servicial y complaciente con quien necesite algo; no esperes
que él te lo pida, pues pertenecemos al mismo grupo familiar. También
los otros son selk'nam.
Ayuda a los buenos amigos. No seas tonta; precisamente en éstos
tienes que apoyarte. Amigos de confianza son de mucha utilidad.
Que tus cosas estén siempre en perfecto orden. Una mujer aseada
es hermosa y gusta a toda la gente.
Si más tarde en el matrimonio tu marido se comporta cariñosa-
mente contigo, trátalo bien y no lo prives de tu afecto.
No fijes tu vista en otros hombres; esto no le gusta a tu marido.
Date por satisfecha con tu marido, él es bueno. No necesitas otro;
quién sabe cómo se revelará ése más tarde, si llegas a relacionarte
con él.
Sé una mujer honrada; de lo contrario, surgirá rápidamente toda
clase de habladurías sobre ti.
Si te levantas temprano, siempre terminarás tus tareas y podrás
dedicarte temprano al descanso.
Ahora, durante estos días, mantente callada. Escucha lo que te

94 El frotarse todo el cuerpo con colorante mineral rojo antiguamente de


uso general, se proponía realzar los encantos femeninos (pág. 208).
dirán las mujeres. A nosotros las mujeres de antes también nos han
hablado de esta manera..." En forma textual y sin modificaciones he
reproducido aquí lo que me dijo la indígena mencionada.
Otras mujeres hacían notar que en esos días se le dice a la niña
todo sobre su comportamiento con el marido, sobre la vida conyugal,
el alumbramiento y la manera de tratar al recién nacido, y finalmente,
acerca de sus deberes como mujer y madre.
Con más detalles se manifiestan en privado en lo que atañe al
comportamiento ante muchachos de la misma edad: "Mantente aleja-
da de los muchachos; a esta edad los muchachos se muestran insis-
tentes. En primer lugar no hacen más que halagarte, luego exigen más
de ti. No te entregues a ningún muchacho; antes de hacerlo ambos te-
néis que haber decidido casaros. De otro modo, tendrás un hijo, pero
al niño le faltará el padre, si no estás casada. Entonces la gente habla-
rá mal de ti, porque tu hijo no tendrá padre." Cuando pregunté acerca
de madres solteras, me dijeron: "Esto lo hacen los blancos, que luego
dejan solos a la madre y al hijo. Una muchacha selk'nam no se entre-
ga a un joven selk'nam. Por eso aconsejamos seriamente a cada una de
nuestras muchachas en esta época [la primera menstruación] ". En
otra oportunidad un grupo pequeño de hombres me confirmaron lo
mismo: "No sabemos de ningún niño que haya nacido de esa manera
[fuera de matrimonio] . Cada uno de nosotros sabe que un hombre
tiene aue trabajar mucho hasta que saque un hijo de su joven mujer"
(pág. 342). Si bien esto ocurre raramente, también un padre da a su
hija instrucciones ocasionales en estos momentos.

P. Las mujeres durante la menstruación

Aquí podemos intercalar en forma adecuada cómo se comportan


las mujeres maduras durante su menstruación. Ninguna siente males-
tares dignos de ser mencionados, por lo cual tampoco se siente impe-
dida de hacer sus tareas. La sangre es recogida en un tapón de lana o
de liquen usnea y destruida de inmediato en las llamas de la fogata de
la choza; nadie a su alrededor nota nada al respecto.
En este día y el siguiente, la mujer se abstiene de comer carne
compacta. En lugar de ello, escoge la grasa de las tripas o los bofes,
bazo y estómago de guanaco; además pescados, bayas y hongos, así
como aceite de león marino, si es que puede obtenerlo. Puede comer
cantidad abundante "para que no se debilite". Las mujeres más madu-
ras, sin embargo, se atienen con menor severidad a estas prescripcio-
nes, que no comprometen de manera muy rigurosa.

y. Origen de la menstruación
La explicación de esta aparición mensual es exclusivamente mito-
lógica. Por ello a nadie le da mucho que pensar. Tanto las mujeres co-
mo los hombres, dicen en general: "¡Esto lo ha ocasionado Kwányip!"
Por cierto me he esforzado por obtener detalles más precisos, pe-
ro no pude lograr nada. Varios ancianos me aseguraron, después de
un cambio de opiniones, que: "La gente de antes relataba con precisión
cómo Kwányip ocasionó esto a las mujeres; él tiene la culpa de ello.
Por eso las mujeres no lo quieren. Pero no sabemos nada más exacto,
eso lo hemos olvidado." No me cabe duda de que los indios actuales
ya no podían dar más una información precisa sobre el punto, pues
no tengo el menor motivo para suponer que quisieran ocultarme algo.
Así creo posible, para este fenómeno, un origen mítico, parecido
al que relatan los yámana, quienes hacen responsable del menstruo a
su héroe, Yoálox el Menor.

7. La relación entre padres e hijos

Lo que he sostenido (pág. 341) sobre la estimación del niño se si-


gue aplicando a la juventud en la época de la maduración. El niño, en
forma diferente de acuerdo con su sexo, es para los padres un tesor6
de incalculable valor y en no menor grado la esperanza del futuro de
todos los compañeros de tribu. Que cada uno aporte lo mejor para su
desarrollo se considera como algo que es natural y se comprende por
sí mismo; la pérdida de su hijo amado puede llevar a los padres casi
hasta la desesperación.
Lo que distingue particularmente sus relaciones recíprocas es la
preocupación por parte de los padres, dispuesta al sacrificio por el niño,
así como el íntimo apego de éste, a pesar de su profundo respeto. Co-
mo la virtud sobresaliente de la edad juvenil, se practica en sumo gra-
do esta veneración ejemplar frente a la persona y a las
instrucciones de los padres. Probablemente por esta razón el hijo es
tan parco en cariños y caricias como manifestaciones de esta cálida
relación ". Semejante vínculo íntimo de amor y respeto, junto con la
promoción del bienestar recíproco, explica la autosuficiencia de cada
familia, que, a pesar de la soledad y la separación a que la some-
ten las condiciones económicas, ni decae espiritualmente ni se ago-
ta en su capacidad productora. El trabajo de los padres da vida al niño
y este niño brinda a los padres, en forma retroactiva, nueva fuerza vi-
tal y frescura anímica. De este modo esta estructura familiar fundada
por la misma naturaleza, libre de toda deformación, garantiza al ser
individual una posibilidad de vida segura y feliz, así como a la tribu
una subsistencia tranquila y sin menoscabo.
Lo que vincula a padres e hijos es un amor verdadero, cordial.
No sólo los mantiene unidos la conexión instintiva, exterior. Su unión
supera en mucho la convivencia espacial de los animales, tendiente a
asegurar su alimentación y defender eficazmente su vida, aquí reina

95 A pesar de ello conserva su validez la información de LISTA (b): 139 sobre


los haus, de que los padres "cuidan a sus hijos, a quienes acarician y besan con
frecuencia".
una comunidad espiritual, dispuesta a sacrificios, que son
retribuidos por la otra parte. Por eso la educación del carácter se en-
cuentra en un destacado primer plano; el niño debe llegar a ser ante
todo "un buen ser humano". El valor del niño es equiparado para los
padres al valor de la propia vida. Para conservar a su hijo amado,
los padres ofrendan lo mejor de sí hasta las últimas consecuencias.
¡La madre levantó a su niño de pecho también ante los fusiles de los
europeos rogando compasión, a fin de que se le perdonara la vida en
consideración al niño! El rasgo esencial de la formación de la juventud
es enteramente moral.
De allí la preocupación esforzada de todos los adultos por no mos-
trar conscientemente delante de la joven generación la menor debili-
dad en su propia persona o su modo de vivir. Ellos saben bien que una
educación de otros presupone que uno mismo sea educado, que el
ejemplo personal resulta incomparablemente más eficaz que las pa-
labras huecas. Pude ver con sorpresa cuánto autodominio manifiestan
los mayores, cómo logran contenerse, a fin de que, por ningún desliz,
ninguna negligencia en el propio comportamiento palidezca su buena
imagen ante los ojos de los niños. Si, por una parte, exigen de los pe-
queños una buena medida de veneración, por otra también saben mos-
trarse dignos de ella por su noble conducta. Más de uno se deja estar
y se permite en ocasiones algo impropio cuando está solo; o, en rueda
de hombres también se cuentan chistes de mal gusto; pero delante de
los niños se comportan siempre e incondicionalmente de manera ejem-
plar, incluso en el juego y cuando se divierten. No existen las grose-
rías y obscenidades. "Los padres son cariñosos con los hijos" (GALLAR-
DO: 238).
De este modo el niño difícilmente llega a ver a sus propios padres
en una situación indigna. De manera extraordinariamente precavida se
comportan éstos en sus relaciones conyugales. Este noble cuidado po-
dría haber creado tal vez el delicado apego del niño a sus padres; pues
siempre y en todas partes le sirven de modelo. El niño no quiere verse
separado de ellos, y menos aún en castigo por haberlos disgustado.
Por eso se pega a ellos cuando van a su trabajo. En cierta ocasión, el
pequeño SEMOT nos hizo vivir una excitada escena de llanto convulsi-
vo, cuando dos de sus hermanos pudieron acompañar al padre a ca-
ballo, pero él tuvo que quedarse porque ya no quedaba lugar para él
sobre el lomo de este único animal. No sirvió de nada tratar de con-
solarlo. Sólo se tranquilizó cuando el padre regresó al hogar.
Es necesario haber visto con qué alegría los niños rodean al padre
o a la madre, cuando éstos regresan a la choza después de una ausen-
cia prolongada. Entonces se apretujan y se sientan todos junto a la fo-
gata de la choza: a los niños les gusta que la madre los acaricie o les
ofrezca bocados especiales. Al padre le corresponde dar a conocer sus
aventuras, y su corro de niños se acurruca alrededor de él con los ojos
radiantes. Esto es para todos motivo de gran satisfacción en los atar-
deceres largos y silenciosos.
La inmovilidad de los indios ha hechc dormir entretanto a los pe-
rros. La llama del fuego de la choza se alza todavía un poco débil y
tímidamente; franjas de luz de una palidez fantasmal se deslizan por
momentos sobre este pequeño círculo familiar. Afuera la noche silen-
ciosa ha cubierto el áspero paisaje con su negra oscuridad.
Ahora todo está en silencio absoluto. Sólo el fino hilo de una deli-
cada nube de humo se eleva caracoleando tímidamente. Dentro de la
choza indigente todavía late al unísono el corazón de los padres con
el de los hijos que se abandonan al amor y la confianza mutua. Así es
la felicidad de la familia fueguina.

C. Parentesco y comunidad tribal

La familia existe como institución social independiente, sólida-


mente fundada como comunidad de trabajo individual, que, bási-
camente, descansa sobre sí misma. En la vida cotidiana, sin embargo,
ninguna familia permanece aislada de las demás, sino que, a menudo,
busca contactos pasajeros y ocasionales con ciertos compañeros de
tribu, según lo exigen las necesidades del momento. Ante todo está la
necesidad de la sociabilidad, pues la incesante vida errante no brinda
al indio tanto estímulo y variación como para que pueda prescindir
del intercambio de ideas con sus semejantes. La soledad es para él
insoportable después de un tiempo. También se juntan para organizar
empresas en común o para ayudarse recíprocamente, como, por ejem-
plo, para cacerías mayores en zonas donde la presa es de difícil acceso,
o para la pesca en el río con la gran red; para protegerse contra un
poderoso y amenazante enemigo común y para asistirse durante las epi-
demias. Muchos grupos se reúnen también en un mismo lugar para
organizar juegos, competencias y diversiones generales, así como para
las grandes ceremonias tribales como el Klóketen y el Pesére. Se reco-
noce claramente la cohesión existente en las familias porque hay una
gradación que diferencia entre los parientes, según sean más próximos
o más lejanos. Todos los selk'nam se saben unidos por pertenecer al
mismo pueblo, por sus antepasados comunes y por la misma lengua.
En esta comunidad tribal no reina un jefe con poder absoluto sino un
mismo derecho consuetudinario. Son sólo un conjunto de familias to-
talmente independientes que viven una al lado de otra.

a. El parentesco

Cualquier relación de parentesco se produce por medio de lazos


de sangre.
El parentesco por afinidad no se considera tal, por lo que un hom-
bre puede tomar por esposas al mismo tiempo a dos hermanas (pá-
gina 326). Pero se reconocen como parientes aquellos unidos por la
misma sangre hasta en los grados más lejanos. Todos los que descien-
den del mismo antepasado forman una relación suelta pero unida como
si fuera un linaje o una gran familia.
1. Los integrantes de la familia [biológica]
Los parientes, en la acepción más estricta de la palabra, solamen-
te son los padres naturales y los hijo s; así que sólo ellos con-
forman una comunidad de vida y de trabajo. Exclusivamente a ellos
les pertenece la choza, en la que a cada uno le corresponde su lugar-
cito. Una expulsión, repudio o separación infundada pasa por una viola-
ción del derecho civil. Cada miembro tiene derecho a participar de los
bienes comunes. La choza, con su fuego, es el símbolo para la unidad
de este pequeño grupo. Otras personas, incluso los padres del marido
o de la mujer, son considerados como huéspedes ocasionales y mantienen
su completa libertad frente al anfitrión, del que no pueden exigir nada.
Entonces, cuando un hijo adulto se casa, abandona legal y físicamente
a su familia paterna y funda su propio hogar. Un huérfano siempre
queda con el progenitor que sobrevive, aunque éste se vuelva a casar. El
padrastro o la madrastra toma para ese hijastro las responsabilidades
que rigen para hijos carnales, hasta la mayoría de edad. De allí en ade-
lante ese hijo se independiza de su padrastro o madrastra y no tiene
más deberes filiales hacia él o ella. Nunca se permitiría un matrimonio
entre el huérfano y el padrastro o la madrastra por la lejana relación
familiar (pág. 395).
En primer lugar, cada integrante de la familia se debe de por vida
a los miembros de la misma. Los hermanos, cuando son adultos per-
manecen en contacto constante; siguen de cerca sus vidas y se asisten
recíprocamente en penas y enfermedades. En cualquier situación pue-
den contar con el apoyo mutuo. Juntos se preocupan por sus ancianos
padres. Si, por cualquier razón, un niño o un adulto es acogido en el
seno de una familia, el distanciamiento entre éste y los restantes miem-
bros de ella es visible, sin que por ello quede en desventaja.

2. Los lazos de sangre


En la familia selk'nam rige el derecho paternal y todos
los hijos pertenecen a la gran familia, es decir, al linaje del padre. El
joven en edad casadera busca a su mujer en otro grupo familiar, pero
vive con ella en el propio. La joven esposa en cambio, nunca corta la
relación con sus parientes y, cuando muere su marido, por lo general
vuelve con su familia. Si una viuda con hijos se casa en otro grupo fa-
miliar, los hijos no pierden por ello la afiliación al linaje de su padre
carnal y, cuando son adultos, casi siempre vuelven a él. Todas estas
reglamentaciones son observadas con exactitud por cada uno de los
grupos familiares que se esfuerzan por ser numerosos e importantes .
La ascendencia en línea directa por v í n culo de sangre es
el fundamento del parentesco, aunque se remonte a tiempos inmemo-
riales. En todos los casos vale como impedimento para el matrimonio.
Para la exclusión del matrimonio existía una gradación en el sentido
ya mencionado, que no podían casarse el hijastro y la madrastra o, a
la inversa, la hijastra con el padrastro, pues se consideraba el lazo
entre ellos como casi totalmente sanguíneo. Esta relación entre hijas-
tro y madrastra o hijastra y padrastro no tenía otras consecuencias
prácticas.
Todas las personas unidas por la misma sangre, lo estaban tam-
bién por obligaciones recíprocas de amistad, ayuda mutua,
respeto particular y deber de defender el honor de la familia 96 Esta re-
.

lación se basaba en la descendencia común de un antepasado del que


todos estaban orgullosos y cuyas hazañas glorificaban. No se exigía
que supieran enumerar la ininterrumpida genealogía ascendente, nadie
hubiera sido capaz de ello, era suficiente poder probar que pertenecían
a cierto grupo local o linaje.
En la práctica esto significaba que todos los nacidos en una mis.
ma región eran parientes de sangre. Todos conocían el linaje de cada
persona y les gustaba comentarlo. Los padres dependían de estos co-
nocimientos cuando sus hijos querían casarse.

3. Vocabulario de parentesco

Como todas las demás expresiones de los selk'nam, éstas también


son exactas y claras. El pariente, no importa de qué grado, se llama
sóker. En la aplicación diaria, la denominación para los parientes, apa-
rece lógicamente siempre en combinación con el pronombre adecuado.

aiinh = padre tio'o , abuelo


áme = madre hohónh = abuela
lal = hijo rámhkui- = nieto
t'am = hija
171 ek = hermano mayor
izrkán = hermana mayor
áce = hermano menor wal = cuñado
d'anh = hermana menor namkg = cuñada
pó'ot = tío paterno sobrinos = áneik
llaman
okwán" = tío paterno a sus
pó'onh = tía materna sobrinas -= ánxen
'CV = tío materno llaman sobrinos = ánuet
kan = tía paterna a sus sobrinas = anuéten
éányik = padrastro 1 llaman 1i h jastro = áneik
pó'onh = madrastra a su hijastra = ánxen
wíyekar = primo, desde primer a tercer grado
kánkar = prima, desde primer a tercer grado
áunk'en = suegro wáikter = yerno
áremá = suegra tÉm wéxen = nuera

% GALLARDO: 136 sólo dice al respecto: "El afecto entre los parientes se ex-
terioriza por la ayuda que se prestan, notándose sobre todo el amor que tienen
a los chicos y que manifiestan en varias formas, desde la caricia más sencilla
hasta la prueba más grande de cariño".
97 Esta expresión se usa muy poco.
Aparte de éstas no he llegado a conocer otras denominaciones para fa-
miliares y tampoco deben existir ".

b. La comunidad tribal

Todos los selk'nam sin distinción se consideran, igual que los haus,
como un solo pueblo, en contraposición a sus vecinos y a los blancos.
Esta unidad se deriva de su derecho de propiedad sobre la Isla Gran-
de, que para todos es la patria. "¡Kenós nos ha dado a nosotros esta
tierra, es nuestra!" En esta vieja tradición fundamentan su derecho.
Toda la región se dividía en muchas subregiones dentro de cuyos lími-
tes la gran familia o el linaje formaba una unidad independiente.

1. Los grupos regionales

Ya en épocas antiguas K'aux subdividió la Isla Gr ande


asignándole a cada linaje una región claramente definida (pág. 402).
Esta distribución tuvo validez hasta nuestros días, porque una genera-
ción tras otra, se consideraba la dueña de la tierra heredada. En el pa-
rentesco por consanguinidad se basa la participación en el dominio de
la tierra. Se cuentan treinta y nueve subregiones, que yo pude indicar
con exactitud geográfica en el mapa ". Los límites de cada sub-
región estaban marcados por grandes piedras o montículos, cursos de
agua o serranías, rocas o lagunas, según el lugar. Como estos límites
no se desplazaban con el transcurso de los siglos, todo el mundo los co-
nocía perfectamente y transmitía su conocimiento a otros. Nadie se hu-
biera disculpado diciendo que los desconocía. En las frecuentes ex-
cursiones, siempre se llamaba la atención sobre estas delimitaciones
diciendo, por ejemplo: "Aquí termina el territorio de esta familia. ¡Por
allí corre el límite de aquélla!" Envidia, por un lado, y temor, por el
otro, ponían sobre aviso a todos y cada uno.
Algunas pocas subregiones eran muy pequeñas y los vecinos man-
tenían una estrecha amistad o también estaban emparentados. Entre
ellos se desarrollaba un constante ir y venir y parecía como si la fron-
tera desapareciera prácticamente, por un tácito acuerdo común. Cada
miembro de una gran familia, grupo familiar o linaje, según se quiera
llamar a esta comunidad, disfrutaba de los mismos derecho s
que cualquier otro pariente sobre todos los bienes y animales de caza
98 En otro orden y de modo menos completo estas denominaciones se en-
cuentran en BEAUVOIR (b) passim, COJAZZI: 95, LOTHROP: 85 y TONELLI: 97.
99 El mapa diseñado por EuacoNc (r): 185 es inservible porque como nombre
para cada subregión dice "at the present time the narres in each case are those
of the headmen of the respective clan". Inaprovechable es también la subdivisión
de SEGERS: 77, 81. Con justa razón viajeros anteriores ya habían hablado de la
formación de grupos; así BRIDGES (h): 210, GALLARDO: 308, TONELLI: 95 y MM: 129,
1912. Véase LEHMANN NITSCHE (d): 233. Hasta ahora faltaban descripciones exac-
-

tas y completas de toda la región. Ver mapa adjunto "La patria de los selk'nam".
de la subregión. Nadie podía impedir o entorpecer el uso que quisiera
hacer de sus derechos, aunque la finalidad fuera el trueque. No se te-
mía la devastación, el despilfarro ni la destrucción porque, en tales
casos, el grupo inmediatamente intervendría. Un forastero, en princi-
pio, tampoco podía penetrar en territorio ajeno sin permiso de los pro-
pietarios. Si existían relaciones amistosas, en muy pocos casos conti-
nuaba el mutuo acuerdo tácito. Si los visitantes venían por falta de
alimento o de animales de caza, no se les permitía cazar solos, sino que
se les proporcionaban presas cazadas por los propietarios en suficien-
te cantidad. Las violaciones de límites eran causa de luchas abiertas o
de furtivos asaltos de venganza.
Como el lazo de sangre mantenía unido a todo el linaje, los m a-
tr imonio s entre miembros del mismo estaban prohibi-
dos de antemano, aunque en un gran grupo familiar no fuese posible
demostrar el parentesco entre dos jóvenes. El hecho seguro de haber
nacido en la misma subregión geográfica era por sí mismo suficiente
para imposibilitar la unión matrimonial (pág. 299). Como parientes,
dependían unos de otros, y siempre se apoyaban entre sí, ya fuera que
tuvieran el derecho en su favor o en contra.
Cada cual velaba ante todo por el honor de su linaje y no
toleraba un comentario despectivo sobre el mismo. Los mayores tenían
en cuenta la expansión de su círculo, tratando de retener una mujer
que hubiera enviudado recientemente o aconsejando a los jóvenes que
tomaran por mujer a la hija de un hombre influyente de otro linaje.
En las competencias, los miembros de un grupo se apoyaban mutua-
mente o luchaban unidos contra otros bandos. Si había que temer
ataques enemigos, todos se mantenían vigilantes, y demostraban unani-
midad absoluta en la defensa de su honor o de los límites de su tierra.
El orgullo y el amor propio los capacitaban para hacer el mayor sa-
crificio cuando estaba en juego el honor de su grupo familiar ".
Puesto que se sienten ligados al antepasado a quien fueron cedidas
estas tierras como patrimonio familiar, pertenecen a este determinado
grupo. Por supuesto, era decisiva la sucesión p ate r n a. Pero
aquellos antepasados no siempre disfrutaban de una fama ejemplar;
algunos también estaban emparentados entre sí. Consecuentemente
ciertos grupos vecinos se unían en una gran comunidad, cruzaban a
menudo los límites existentes y tácitamente acordaban deberes y dere-
chos mutuos. Sólo cuando esta unión mayor se deshacía por enemis-
tad o envidia, cada linaje reimponía los antiguos límites territoriales
y reimplantaban las viejas costumbres con su rigor original.
De todos modos, aquellas grandes uniones ayudaron a formar la
separación entre los haus, la gente del norte y la del sur,
en el sentido en que cada una de ellas nombraba como suyos a algunos
antepasados especialmente poderosos. No importa cuáles fueron las
causas originarias de aquella división. Lo cierto es que la brecha entre
el grupo del norte, el del sur y los haus era nítida y bien marcada; fue
lo° Las hipotéticas causas que según GALLARDO: 208 dieron origen a la for-
mación de los clanes, no tienen nada que ver con el verdadero desarrollo de los
mismos.
duradera y aparentemente insuperable, de modo que pudo fomentar
un considerable desarrollo individual [de cada una de estas parciali-
dades] (pág. 120).
En resumen, aparece como unidad social claramente definida sólo
la familia individual, que consta de padres e hijos. En un complejo
más extenso están los parientes unidos por lazos de sangre dentro de
los límites de su propiedad territorial, quienes forman un conjunto, no
sólo por su misma ascendencia, sino por su limitación geográfica. Va-
rios grupos familiares de la misma zona extensa, los llamados linajes,
conforman las unidades libres de la gente del norte, del sur y de los
haus. Estos tres grandes grupos no permanecen unidos por la supre-
macía de un jefe común o de una autoridad administrativa, sino tanto
por la identidad de origen —como lo cuentan los viejos mitos— del
desarrollo físico y de las peculiaridades lingüísticas, que los contrapo-
nen a sus vecinos cercanos, como por el confinamiento insuperable
dentro de la Isla Grande.

2. El jefe de un grupo regional


La cohesión exterior de un grupo regional está dada por los lími-
tes exactos de su territorio. Cada familia conserva su total independen-
cia y libertad de movimiento, y las relaciones mutuas se rigen con
amistosa benevolencia, como corresponde entre parientes. Ni grupos
mayores ni menores reconocen autoridad alguna, ya sea legislativa o
judicial, ya se llame cacique, jefe, capitán, cabecilla o hechicero'''.
SEGERS: 61 dice: "No reconocen jefe ni tienen caciques". GALLARDO: 207
dice en el mismo sentido: "No tienen siquiera un jefe que sirva de re-
presentación de autoridad o de núcleo alrededor del cual se agrupan
los individuos."
El hecho de que falte todo indicio de verdadera jefatura, no signi-
fica que haya una situación de anarquía total ni que rija la ley del
más fuerte.
Viven uno al lado del otro con idéntica exigencia de libertad
e igualdad sin impedimentos, por lo que, a veces, la fuerza se im-
pone y el más débil sale perjudicado o dañado. No existe una estrati-
ficación o gradación social, y ninguno está subordinado a otro. Pero
que no se crea que el selk'nam puede hacer lo que se le ocurre. Cada
uno acepta la estricta ley de la tradición, de las buenas costumbres y
de las instituciones vigentes que no están escritas en ningún lado, pero
que viven en él y lo obligan a obrar correctamente. Ésta es justamente
la gran sorpresa a la que no se puede sustraer ningún observador
atento: que entre aquellos agrestes hijos de la naturaleza, amantes de
la libertad y reacios a cualquier obligación, exista un sistema de orden
sin autoridad pública ni poder judicial, policía y calabozos. Pues la
escasa autoridad que un padre o marido ejerce solamente se limita a
su propia choza familiar.
101 Con esto refuto la opinión inexacta de HOLMBERG (a): 59, F. A. Coox (a) 102
y (d): 89 y otros. Ni el más mínimo indicio autoriza a BEAUVOIR (b): 209 a hablar
del "distintivo de Capitán, la capa de zorro".
Aunque no hay una fuerza superior que mantenga unido a todo el
pueblo selk'nam, en cada grupo familiar mayor existe, en su lugar, un
anciano, el krnál, que, sin expreso nombramiento y sin atributos he-
reditarios, en cierto modo conduce a los que lo rodean, por su mayor
edad y juicio maduro, su actitud digna y la confianza que todos le tie-
nen. Su predominancia es sólo una superioridad moral que se
ha ido formando por su vida intachable, su capacidad personal y su
merecido prestigio. Este jefe (Vorsteher) conoce bien las viejas tradi-
ciones y las costumbres de los mayores; a menudo las comenta y se
refiere a ellas cuando jóvenes impetuosos parecen desviarse. Su vene-
rable edad le otorga el derecho a reprobar errores y deslices que se co-
meten entre quienes lo rodean.
El kgmá/ influye sobre otros advirtiendo y exhortando más bien
que amenazando y regañando. Él no dispone de medios punitorios, pero
con mayor efectividad apela al sentido del honor haciendo ver el peli-
gro para el buen renombre del individuo así como para el de todo el
linaje. De esta manera se convierte en el portador y guardián de la tra-
dición y en una fuerza que ordena y reglamenta toda la vida tribal.
Ningún joven podría atreverse a resistirse repetidamente a las raras
exhortaciones o a una justa reprobación de aquel anciano, sin que re-
caiga sobre él el desprecio general. La mayoría considera que el peor
castigo es una mala reputación ante la opinión pública. Por ello todos
se someten cuando el kental imparte un buen consejo, cuando compo-
ne una desavenencia, o media entre dos grupos en conflicto. En peligro
de guerra lo consultan, y aceptan sus sugerencias cuando trasladan el
campamento, hacen cacerías colectivas, organizan competencias depor-
tivas o celebran el Klóketen. Aunque su decisión nunca representa un
compromiso legal, implica sí un gran peso moral. El anciano disfruta
del privilegio de que su deseo es respetado, porque él mismo da el
mejor ejemplo con su irreprochable conducta y su reverente preseve-
rancia en la tradición.
La vida comunitaria y la concepción jurídica del selk'nam giran al-
rededor de dos puntos cardinales: el honor a la vejez y a las costum-
bres ancestrales. Por ello un anciano influyente aún conserva el respe-
to y la veneración de su tribu cuando ya aparecen en él los signos de
la decrepitud.
El kemá/ —los yámana lo denominan gmuna— no necesariamen-
te tiene que ser un hechicero 102 . Éste no siempre se destaca por el ca-
rácter más noble y mucho menos por convicciones respetables. Y son
precisamente esas virtudes las que aseguran a aquel anciano la con-
fianza de quienes lo rodean. Aquí domina, según GALLARDO: 210 "la in-
fluencia del audaz, del que ha probado ser más prudente, del que tiene
más experiencia". Él no actúa de capitán en la lucha; pues su avanzada
edad se lo impediría. Como un venerable pa t r i a r c a, guía a
su numerosa parentela con sabias palabras. Es un seguro consejero,

102 BARCLAY (a): 71 se inclina por esta idea. GALLARDO: 209 incluso afirma que
"el médico es el único que tiene una influencia poderosa en la tribu ... por su
ciencia".
un maestro benevolente, un sincero amigo del orden y de las buenas
costumbres, a quien todos escuchan con buena voluntad. TONELLI: 95
dice de él "il capo ha un' autoritá morale e gli Indi s'assoggettano a
lui per spontanea voluntá". Con consideración y con la mejor intención
emite su opinión, sin limitar la libertad de nadie. Aspira a la mejor
concordancia entre todos los miembros de la tribu, manteniéndolos
fieles a las buenas viejas costumbres.
Bajo la influencia y conducción de su digno anciano, todos velan
por mantener el orden y la continuidad inalterada de las ancestrales
costumbres tribales. Ello garantiza la seguridad pública, así como la
formación de la nueva generación, según el mismo espíritu y la imagen
de los padres. Esta actuación determinante de todos al servicio del
pueblo en general para bien de cada uno, aunque todavía no organi-
zada, es parte de las expresas obligaciones del Estado. Aunque rudi-
mentariamente, el poder supremo del Estado actúa evidentemente en
la forma social de nuestros selk'nam.

D. El sistema de la propiedad
El orden social y económico de nuestros indios determinó igual-
mente las formas especiales de la propiedad y los derechos que a ella
se refieren. El primero descansa sobre el núcleo familiar y el segundo
sobre el nivel de un pueblo de cazadores inferiores. La claridad de las
ideas y conceptos vigentes no deja nada que desear; cada cual los co-
noce perfectamente. Por tal razón, en caso de violaciones de los dere-
chos nadie aduce desconocimiento.

a. Los distintos bienes de propiedad


El valor de la tierra depende, para el selk'nam, de los animales de
caza que sustenta, pues de ellos dependen su propia vida y el trabajo
comunitario. Se apropia del animal que anda libremente por la exten-
sa región, con armas que son producto de su esfuerzo. Estos son los
conceptos fundamentales: posesión comunitaria y propiedad individual.

1. La propiedad eáltmitaria
El método de caza de nuestros indios exige que el cazadero asig-
nado a cada individuo no sea demasiado reducido, pues si no pronto
se acabarían los medios de subsistencia, porque sería imposible seguir
a los animales que emigran. La constante preocupación por el alimento
diario obliga al hombre, y con él a toda su familia, a un constante no-
madismo. El pueblo selk'nam considera a toda la Isla Grande como su
exclusiva propiedad, pero ella se subdivide en las diversas propiedades
correspondientes a los linajes.
a. El concepto de propiedad

Los indios tienen un concepto sorprendentemente claro de la pro-


piedad. La caza dentro de los límites de su patrimonio es derecho ex-
clusivo del selk'nam. Cuando corresponde dice: "pena yíkwak hary-
wenh = ésta acá es nuestra tierra". Frente a los europeos que ahora
han subdividido la Isla Grande en estancias, estos traicionados hijos
de la naturaleza siempre vuelven a afirmar: "Esta tierra es nuestra.
Los blancos llegaron hace poco y robaron la tierra que nosotros los
selk'nam poseíamos desde tiempos remotos. Los europeos son ladrones
y asesinos, han echado a los nuestros de su propiedad y al que se de-
fendió lo asesinaron". Los indios reafirman siempre su convicción
de que actualmente esta tierra todavía les pertenece porque fue usur-
pada. Acusan amargamente a los intrusos blancos aunque saben que
nadie los escucha.
Con la misma claridad juzgan una violación de los derechos que
se derivan del concepto de la propiedad. El indio califica lisa y llana-
mente el proceder de los europeos como hurto. Vive con la clara con-
vicción de que sólo la ventaja de las armas de fuego sobre sus débiles
flechas lo ha desterrado de sus dominios, y que, por ello, es su dere-
cho, y su obligación hacia su tribu defenderse contra la expropiación
forzada. El siente la crueldad de que aquí reina la ley de la selva por
más flagrante que sea el abuso.
Partiendo de la misma conciencia jurídica, la incursión de miem-
bros de una tribu enemiga en el patrimonio familiar ajeno, así como
la caza dentro de estos límites, se consideraba como violación de los
derechos a la tierra e inducía a la defensa armada. Dañar,
defraudar y hurtar propiedad individual se consideraba, del mismo mo-
do, como una provocación que daba al damnificado derecho de hacerse
justicia por su mano. Otros le ayudaban, cuando se enteraban de los
hechos. Para los conceptos robar, raptar, vengarse, hacerse justicia,
etc., no faltan las palabras correspondientes en el vocabulario selk'nam,
y tampoco faltan pronombres posesivos 101 .
Los selk'nam tienen un concepto del derecho jurídico bien claro
y, en su patria, la Isla Grande, todavía hoy en día hacen valer expre-
samente su derecho de propiedad.

P. La subdivisión de la tierra en propiedades de los linajes


Si el indio considera a toda la Isla Grande como propiedad de su
tribu, la quiere delimitar jurídicamente frente a sus vecinos yámana y
halakwulup. Él mismo no se permite una libertad de movimiento sin
barreras en su extensa patria. Según un mito antiguo, K'aux adjudicó
a cada una de los linajes o grupos familiares existentes un territorio
con límites exactamente marcados, como propiedad del linaje con el
103 Cuando SPEGAZZINI: (a): 177 afirma que "los verbos tomar y robar son
equivalentes" entre las tres tribus fueguinas, demuestra no haber comprendido
suficientemente sus idiomas.
derecho a cazar y apoderarse de todo lo aprovechable que encontrara
allí (pág. 397). Cada grupo familiar se convirtió entonces en dueño
propiamente dicho. Este territorio no se podía ni vender ni permutar,
por lo que hasta el día de hoy cada familia considera la tierra hereda-
da de sus antepasados como su propiedad exclusiva.
Las palabras del viejo SAIPOTEN parecen muy significativas. Sus
antepasados eran oriundos de las tierras Icti:pó'ot que rodean la desem-
bocadura del Río del Fuego y que actualmente forman parte de la es-
tancia de los hermanos BRIDGES. Él me hizo saber que "la tierra bajo
nuestros pies es mía. Aquí siempre vivió mi familia. ¡Aquéllos (indi-
cando la casa de los ganaderos) me han robado mi tierra!" Repetida-
mente echó en cara a los propietarios actuales esta acusación ". Invo-
cando éste su derecho, el viejo erigía con terquedad indígena su choza
solamente en su territorio familiar y siempre volvía a la misma. Los
nuevos propietarios son lo suficientemente sensatos y tolerantes para
no importunarlo.
Así también hay dos ancianas en las tierras de la Estancia Río Chi-
co. Sobrevivieron a las terribles persecuciones de su pueblo y regresa-
ron a su lugar acostumbrado una vez que volvió a reinar la calma. Su
presencia molesta al estanciero, pero ellas no se dejan ahuyentar, y
dicen: "Esta tierra es de nuestra familia. ¡Aquí hemos nacido, aquí
queremos morir!" Al que trata de desplazarlas le oponen su derecho
sucesorio con inflexible persistencia.
El mito mencionado nos informa que la Isla Grande fue dividida
en treinta y nueve fracciones 105 de acuerdo al número de linajes. Éstos
conformaban un conjunto unido por lazos de sangre en el que cada
uno se sabía ligado a cierto antepasado específico. Esta conexión ge-
nealógica se podía seguir sin interrupciones hasta los últimos días de
su apacible vida tribal, por lo que nunca faltaron propietarios legíti-
mos para esas parcelas Por la extraordinaria importancia para los
linajes mismos, todos tienen una noción exacta de las líneas divisorias
trazadas en épocas mitológicas, conocimiento que las generaciones se
van pasando unas a otras. En las múltiples excursiones de las que tuve
que participar, escuchaba una y otra vez: "Aquí estamos sobre el lí-
mite entre esta propiedad y aquélla Ahora pisamos el territorio de
esa otra familia, pertenece a aquella gente"... Me nombraron los te-
rritorios simultáneamente con los nombres de las familias.
Una expresión propia para parcela, fracción de tierra o algo pare-
cido no conoce su lengua. Por ello dicen: "yíkwak ttárunnh ainá
nuestra tierra aquí en este sitio" o también "la tierra que pertenece
a aquella familia".

104 Estoy lejos de juzgar la adquisición de estas tierras; sólo repito las pa-
labras del indio para demostrar con un ejemplo los conceptos jurídicos de su tribu.
1°5 Sobre estas propiedades de familia, otros viajeros han hecho comentarios
incompletos. Como puedo describir la verdadera situación con exactitud, está de
más informar sobre todas las opiniones anteriores y rectificarlas luego por se-
parado. Por lo tanto, me limito solamente a mencionar sus fuentes. AGOSTINI : 272;
BARCLAY (a): 70; F. A. Coox (d): 90; DABBENE (a): 71; DEL TURCO (SN: X, 144; 1904);
FAGNANO (BS; 1893); FURLONG (r): 184; HOLMBERG (a): 56; y otros.
Cada territorio era realmente la propiedad de cada linaje. Conse-
cuentemente cada hombre tenía el derecho de cazar en
él, de colocar trampas, de utilizar el material necesario para sus arcos y
flechas, de juntar lascas, etc., para sus herramientas, aunque éstas
fueran destinadas para el trueque. Con otras palabras: cada individuo
tenía no sólo libre acceso a todos los productos de la naturaleza den-
tro de su patrimonio familiar, sino que podía aprovecharlos a su anto-
jo; al mismo tiempo tenía el derecho de vigilancia sobre la tierra y po-
día dar paso o vedarlo a otros según lo hubieran decidido junto con
sus parientes inmediatos. Por lo tanto el paso no autorizado de límites
ajenos era delito por el que los integrantes del linaje podían tomar re-
presalias.
Como algunas propiedades familiares eran pequeñas, con frecuen-
cia sucedían serios inconvenientes. Por cambios atmosféricos o por la
situación geográfica podían faltar o menguar siempre o periódicamen-
te los alimentos o la materia prima necesaria. Por ello todos los linajes
eran más o menos interdependientes, lo que obligaba a
constantes viajes a otros territorios. Todos tenían obligación de pedir
permiso para trasponer la frontera vecina. Sólo en muy raras ocasio-
nes estos pedidos eran negados. Grupos hostiles de todas maneras
evitaban el contacto y los solicitantes, por lo general, traían objetos
de canje que, según era sabido, escaseaban en la zona. Cuando la falta de
alimentos en su territorio los impulsaba a visitar a sus vecinos, el com-
promiso general de ayuda obligaba a aquéllos a no cerrar las fronteras
a los que pedían el paso. Todos sabían que la misma situación podía
afectarlos a ellos también en cualquier momento, y que cada uno de-
pendía de su vecino. Incluso cuando se trataba solamente de juntar
material de piedra para fabricar puntas de flecha, o de obtener tierras
colorantes, restos de alquitrán o aros de barril arrojados a tierra por
el mar, siempre se respetaban los límites, y se pedía el correspondien-
te permiso de tránsito.
La gente del grupo norte así como los del sur, conocían perfecta-
mente en su región a todos los propietarios y la extensión de cada te-
rritorio, pero muy poco o casi nada sabían de las tierras del otro gru-
po. Lo cual no habla en favor de un tráfico frecuente entre ambas
tribus. En muy raras ocasiones alguien trató de introducirse por su
propia iniciativa en propiedades de otros; la honradez general impedía
tales transgresiones que cada uno consideraba una injusticia.
Penetrar indebidamente en territorio ajeno atraía, por lo general,
la enemistad del linaje agraviado y daba lugar a un ataque de
éste contra los intrusos. Nadie quería exponerse a ello, así que esta
forma de ofensa era muy rara. FAGNANO (en BS; 1893) había compren-
dido claramente este concepto de propiedad: "Los salvajes tienen ideas
extrañas sobre la propiedad; cazan pájaros, guanacos y zorros en sus
campos, donde no puede entrar persona alguna de otra tribu, y el lle-
gar a ellos de improviso es como una declaración de guerra." BARCLAY
(a): 70 afirma algo parecido.
Casi graciosa parece la costumbre siguiente: Cuando una tribu
quiere visitar otro territorio. envía primero a un mensajero. Para este
servicio se elige a un joven torpe e inútil, un típico túsaken. Ellos ar-
gumentan que nadie mataría a un muchacho tan tonto, en caso de que
se encuentre con un enemigo o que el grupo vecino recele de él. Por su
comportamiento estúpido los otros no sospecharían que pudiera ser
un espía. Si, en cambio, realmente llegaran a matarlo, su pérdida no
sería dolorosa para el grupo que lo envió ". Ocasionalmente un joven-
cito imberbe debía encargarse de este trabajo, ya que su reducida
edad le proporcionaba protección segura en cualquier lado. El enviado
explicaba el deseo de su tribu a un hombre ya mayor del otro grupo,
que entonces deliberaba y le comunicaba luego la decisión que había
tomado; o también uno de los hombres acompañaba al mensajero de
regreso al campamento de su gente en donde podía informarse direc-
tamente sobre la situación.
Si después de estas negociaciones los visitantes arribaban a la pro-
piedad del otro linaje, no podían salir solos a cazar, sino únicamente
con permiso expreso y acompañados por los dueños. Éstos trataban a
los forasteros como huéspedes, les proporcionaban el alimento duran-
te su estadía, entregándoles a la despedida algunas provisiones y otras
cosas para su regreso. Por su parte, esperaban de los huéspedes otros
objetos como equivalente. Éstos les entregaban arcos y flechas, abri-
gos y pieles o allí mismo labraban a pedido puntas de flecha, curtían
pieles crudas de león marino, hacían utensilios de hueso y otras cosas
más. Así se guardaba el derecho de propiedad en las tierras a las que
llegaban huéspedes.
Los indios sólo me supieron dar conjeturas para explicar estas
costumbres: había que evitar una matanza innecesaria de animales.
Los perros ajenos, que no se vigilan, fácilmente matan una buena can-
tidad de guanacos y, como en el momento en que eso ocurre no se
puede aprovechar la carne en territorio ajeno, se perderían buenas
cantidades de ella. Tampoco querían los dueños de la tierra que la es-
tricta prohibición se relajara. Habría fácil motivo para ello si otros
consiguieran un permiso permanente para cazar solos. La siguiente cos-
tumbre puede dar indicio de esto: si los visitantes, ocasionalmente, ca-
zaban junto con los dueños, los animales que aquéllos cazaban de nin-
gún modo eran de su propiedad, sino que un individuo de cierta edad
entre los propietarios del territorio les asigna una buena cantidad de
carne como para estar, junto con sus acompañantes, ampliamente pro-
vistos. Las gentes de los otros grupos territoriales, pues, eran tratados
como huéspedes y la alimentación que recibían los comprometía a un
io recíproco. ~eh-
"IVor sucesión por línea paterna, el derecho a la propiedad se trans-
mite a los niños de ambos sexos nacidos en este territorio familiar.
Los miembros de la familia de sexo femenino se trasladan después de
su matrimonio a otros lugares, de acuerdo a la exoemia reinante (pá-
gina 298). Si una de ellas enviuda le está permitido su regreso a la
propiedad paterna, en donde puede buscar su sustento como miembro

" GALuumo: 352 explica de modo inexacto que este servicio de mensajero
era un deber despreciable.
de la familia. También es libre de permanecer en la tierra natal de su
marido, que es lo que desean sus parientes políticos (pág. 326).
Por las razones más diversas sucedía que en una región descendía
sensiblemente la población, mientras que en otra crecía. Si era aconse-
jable o necesario, algunas pocas familias se acoplaban a otro linaje y
vivían con permiso de los dueños en tierra extraña durante cierto
tiempo.
Un aprovechamiento así circunscripto de todos los productos na-
turales de una parcela familiar, podría definirse con mayor exactitud
como el derecho al usufructo y a la administración. Cada selk'nam po-
día, sin embargo, exigir el aprovechamiento de esta o aquella materia
prima, así como de los animales de caza necesarios, por más lejos que
estuvieran y dondequiera que se encontraran, con sólo referirse al
hecho de que era miembro de la tribu. Porque la Isla Grande era pro-
piedad del pueblo selk'nam (pág. 111) y solamente estaba prohibida la
apropiación arbitraria en tierras de otro linaje.
Si se buscan razones prácticas para la repartición de la Isla Gran-
de en treinta y nueve fracciones, se podrían hacer valer las siguientes
para la asignación de tierras tan vastas a un solo linaje: como cazade-
ro sólo se podía elegir un territorio de una amplia extensión, porque
es imposible separar para una sola familia [natural] una pequeña por-
ción de campo. No hay agua por todos lados y los guanacos y pájaros
cambian de lugar en verano e invierno; los casamientos y deCesos de
los integrantes de la familia producirían un desorden incontrolable.
El selk'nam tiene además una fuerte necesidad de sociabilidad, pues
casi siempre tiene que contentarse con el estrecho círculo de su peque-
ña familia. La reunión de varias familias ofrece también protección con-
tra ataques enemigos. Tampoco debemos olvidar que, con las partidas
colectivas de caza, con la colocación de trampas para ocas silvestres
y la captura de cormoranes y la pesca colectiva con la gran red, se
obtienen mejores resultados y mayor cantidad de presas. El n ú m e-
ro de integrantes de cada linaje era tan desigual como la
superficie de sus tierras. En tal lugar el grupo familiar puede haber
contado con unas ciento veinte y en tal otro sólo con unas cuarenta
personas. La estimación de BARCLAY (a): 70 carece de fundamento 107 .
La completa ocupación de la Isla Grande por los europeos hizo
desaparecer todos los límites anteriores; el hecho de que los indios
sobrevivientes las conserven exactamente en su memoria, aunque ya
perdieron vigencia para ellos, nos da una idea de la solidez que tenían
antaño.

Formas especiales de propiedad


Los límites trazados se suprimen inmediatamente cuando el mar
arroja una ballena sobre la play a. Este acontecimiento, ce-
lebrado con júbilo, se anuncia desde lejos por densas nubes de aves
107 Dicho autor escribe: "The tribe is scattred through the island in small
groups, each rarely exceeding thirty or forty members, who are all in some way
connected by blood or marriage ties".
marinas. La noticia corre de boca en boca, y el gentío afluye al lugar.
Nadie debe impedirlo.
Una vieja costumbre concede ciertos privilegios en el r e p a r t o
a aquellos seres felices en cuya propiedad la madre naturaleza ha de-
positado este obsequio de incalculable valor. Un anciano influyente del
lugar se encarga de trozar al colosal animal con ayuda de otros, en
número de dos a seis. Con habilidad separa y distribuye trozos a los
presentes, quienes pueden pedir algún bocado especial pero no pueden
servirse solos. Todos reciben en abundancia. El trabajo es fatigoso
para el viejo y sus ayudantes pero la alegría los acompaña. El que re-
parte dice a un hombre al entregarle su pedazo: "¡Si tú encuentras una
ballena en tu orilla, también me darás una buena tajada!" Aquél con-
testa: "¡Sólo deseo que esto ocurra pronto, entonces debes venir a
verme!" Al mismo tiempo los hombres llevan grandes porciones de to-
cino a las ciénagas para conservarlas bajo el agua, pues quieren apro-
vechar bien este formidable don. El hecho de que algunas personas
determinadas se encarguen del reparto, impide que la carne se destro-
ce abusivamente.
El que quiere puede irse retirando del lugar. Cuando se ha dis-
puesto de todo lo aprovechable, el último huésped también
abandona la región. Todos los que vinieron, tuvieron la posibilidad de
gozar de la abundancia y riqueza. Un grupo pequeño no podría apro-
vechar todo y mucho se perdería. El consumo inmediato es necesario
porque la carne y la grasa se descomponen. Formulando mis dudas,
pregunté a un viejo: "¿La gente de esa parcela familiar ve con agrado
si los vecinos concurren en masa para lanzarse sobre la ballena?" Con
viveza me contestó: "¡Aunque vengan muchos, todos los selk'nam jun-
tos, una ballena sobra para todos! Un grupo familiar nunca podría ter-
minar con tanta carne. Cuanto más gente se junta, tanto más nos di-
vertimos. ¡A veces nos decidimos a celebrar una larga fiesta Klóketen!"
Todas las fronteras están abiertas para el muchacho joven o para
el viudo maduro que sale en busca de una mujer para casarse con ella.
Por el camino comunica sus planes a la gente, que le desea suerte y fe-
licidad. En donde vive la muchacha [que pretende] fácilmente encuen-
tra albergue.
Cualquiera puede usar un pozo de a g u a, sin que importe
quién lo haya cavado, lo haya puesto en funcionamiento o lo haya hm-
. Todo aquel que hace ese trabajo conoce estas leyes. En donde
cesario, alguno deb#abrir un pozo; si por sí solo nadie inicia la
á un anciano influyente la confía a sus hijos. Si el pozo rinde poca
agi:ia, todos son razonables y se ayudan entre ellos. En invierno hay que
quebrar constantemente la capa de hielo, que pronto se vuelve a formar.
Sin distinciones sirven para el uso común también aquellos obje-
tos que se encuentran en la Choza Grande del Klóketen.
Aquí no existe propiedad privada. Yo mismo tuve que aprender esto
con gran asombro. Cada uno contribuye con lo que haga falta, tenién-
dolo a mano. En general lo que sirve a las ceremonias del Klóketen,
pertenece a la Choza Grande en el momento de entrar en ella. Se ex-
cluyen los instrumentos, armas o pieles que un hombre necesita allí
mismo para trabajos personales".

2. La propiedad privada
Los selk'nam distinguen claramente entre la propiedad común y la
personal. Locuciones muy corrientes expresan el concepto de la propie-
dad particular: "¡Éste es mí arco!", dice uno que se ha fabricado esa
arma. "¡Estos pescados son míos!", aclara la mujer que los estuvo pes-
cando en la playa. Indicando con orgullo su obra, la niña afirma: "¡Mi
muñeca es más bonita que la tuya!" Un objeto es del uso o usufructo
exclusivo de una persona, debido a ciertos títulos jurídicos conocidos
por todos los indios.

a. La propiedad individual
Los indígenas reconocen claramente su propiedad y saben defen-
derla. Está exclusivamente al servicio de su persona, pero también se
desprenden de ella según su libre albedrío. Al hombre le pertene-
ce lo que lleva siempre consigo, lo que elabora para su propia necesi-
dad, lo que destina para el trueque. Tales cosas son el manto de piel
y demás vestimentas, el arco y la aljaba con sus flechas, el cuchillo y el
raspador, el taladro y otros instrumentos manuales, adornos y mate-
rias primas que deben ser elaboradas y que él guarda en su gran bolsa
de cuero, lazos para trampas, redes de pesca, y finalmente el pedernal
y los perros de caza. Estos pocos bienes terrenales son suficientes para
su felicidad.
Hasta dónde llega el respeto por lo ajeno, se puede observar por la
actitud que los selk'nam asumen frente a un perro ajeno. Cuando un
perro entra con su amo a la choza del vecino, este último nunca adop-
taría medidas contra el can por más que moleste revolviendo el piso,
acostándose sobre las pieles o llevándose algún objeto. El dueño de la
choza aguarda hasta que el amo del perro se dé cuenta de su compor-
tamiento y lo eche. Sólo cuando el animal es demasiado dañino, dice
por fin: "¡Mira a tu perro!" A veces yo también sentía mi impotencia.
Cierta vez un perro atado lanzó de noche tan terribles aullidos que
nadie podía dormir. Todo el campamento se agitó y algunos descon-
tentos murmuraban abiertamente, pero nadie se animó a desatarlo o a
castigarlo y mucho menos a llamar la atención de su amo. Fastidiado
me dirigí a TOLN que dormía en mi choza, pero serenamente me con-
testó: "El perro es de aquel hombre, no podemos hacer nada. ¡Espera
hasta que su amo lo desate y nos devuelva la calma!"
Los bienes personales de una mujer obedecen a motivos si-
milares. Tales bienes son la vestimenta, los adornos, canastitos y co-
198 Otros viajeros por lo general no mencionan las prescripciones referentes
a la propiedad. Véase FURLONG (d): 220.
rreas de cuero, los cuchillos y raspadores, el bastidor para colocar al
niño de pecho, el bolso de cuero, los utensilios de costura y la bolsita
con los utensilios para hacer fuego. En los últimos tiempos también al-
guna gallina viva y frazadas o baratijas que han recibido en el inter-
cambio con europeos. Incluso al niño se le reconoce el derecho de
posesión sobre sus cosas y los padres no se atreverían nunca a vender
algo de ellas. Estos objetos son las ropas y cosas que los mayores le
han dado, así como chucherías que son producto del esfuerzo propio,
como juguetes y muñecas, pelotas y adornos. En mi primer viaje, cuan-
do todavía era inexperto en estas cuestiones jurídicas, le rogué a una
india vieja que me cambiara por un collarcito de perlas de vidrio la
gargantilla trenzada de su hija. "Habla con ella misma —me dijo—
porque lo que pides es de ella". Tuve que negociar con la niña, y la
madre sólo la alentó un poco 109 .
El que descuida o destruye su propiedad puede hacerlo sin que
nadie se lo impida. Las cosas perdidas son devueltas a su dueño. Un
muerto es cubierto con su propia capa y, algunas veces, se colocan en
su tumba ciertos objetos de su uso personal, porque otro no tiene de-
recho a apropiarse de ellas. El concepto de la propiedad individual
incluso tiene aplicación cuando se trata de los bienes de un muerto.

P. La propiedad de la familia

Ambos cónyuges aportan sus bienes personales al matrimonio.


Mantienen todo el derecho sobre ellos aun después, aunque es inevita-
ble que luego se los presten mutuamente cuando los necesitan. Pero
una parte no podría de ninguna manera vender la parte de la otra. Si
el matrimonio se disuelve, cada cual se lleva lo suyo.
Si se funda una nueva familia, es menester crear nuevos bienes
que son igualmente necesarios para los cónyuges y los niños. Ante todo
el gran cobertor con las varillas para [armar] el paraviento, y las pie-
les para el lecho. La choza erigida por ambos con la ayuda de los hi-
jos pertenece a la familia, si vive sola. De su consentimiento depende qué
personas pueden entrar en ella y a quién se le ofrece un lugar para
pasar la noche. El ama de casa mantiene el fuego y prepara el asado
y sus amigas la pueden asistir en su tarea.
A veces dos familias construyen una choza común. Cada una con-
sidera una mitad como la suya, la cubre con sus pieles y se instala en
ella. La lumbre y la entrada sirve a las dos por igual. Si una familia
quiere partir antes, carga con sus bártulos, saca la manta grande y deja
clavados los palos. Los que quedan vuelven a tapar la estructura con
su manta de cuero y son entonces los únicos propietarios de la choza.
En la vida diaria estos procesos se llevan a cabo con serena naturali-
dad, sin que se susciten riñas ni peleas.
169 Los yámana y los halakwulup cuidan de la propiedad particular de sus
hijos con la misma severidad.
Los alimentos están a disposición de cada miembro de la fa-
milia, sin que importe si la mujer juntó mariscos en la playa, el hom-
bre cazó un guanaco o el niño bajó hongos de los árboles. Lo que sirve
a la familia lo consigue cada miembro para todos sin distinción; todos
colaboran para el bienestar común.
Es deber del hombre proveer bien a las necesidades de su familia
mediante la caza. Si se muestra negligente en ello, caería en el más
profundo descrédito. Si la caza no es propicia o el hombre yace enfer-
mo, la mujer y los niños ayudan al aprovisionamiento, sobre todo
cuando maduran los pocos frutos o el tiempo es benigno para la pesca
o para la caza de pájaros (pág. 316).
La mujer sólo a veces contribuye en la búsqueda de alimentos.
Pero ella cuida y asa la carne, la protege de los perros y de la putre-
facción, y es libre de seleccionar los trozos que le gusten. Para los más
pequeños elige las partes más tiernas, y para el hombre reserva los bo-
cados preferidos. Al viejo TENENESK le gustaba mucho el seso del gua-
naco. ¡Cómo sabía procurárselo sin que lo notara la sensible KAuxIA!
Si el hombre regresa de la caza con una gran presa, cede parte da
su carne a los vecinos. Aunque sólo él tenga el derecho de hacerlo, am-
bos cónyuges escogen a veces juntos las porciones adecuadas y, según
indicaciones del marido, la mujer las lleva a las chozas cercanas. Cier-
tamente toma en cuenta las necesidades de la familia propia, pero,
ante todo, se fija que ningún vecino haya sido pasado por alto. Igual-
mente todos ceden a los demás algo de los pescados, mariscos, bayas
y hongos que hayan recogido. El ama de casa tiene el deber de conser-
varlo y prepararlo. Los niños, según el deseo de los padres, o también
la mujer, según el deseo de su marido, van a juntar hongos y frutos.
Lo que traen a casa pertenece a la familia. De tal forma cada miembro
de la familia contribuye a su mantenimiento. No existe entre los selk'-
nam aprovisionamiento y consumo individual "°.
Se puede así hablar de propiedad familiar, por más pe-
queña que ella sea, pues sólo consiste en la choza y el paraviento. En
la construcción ayudan el hombre, la mujer y los niños al mismo tiem-
po. El hombre aporta muchas pieles que son elaboradas y unidas por
costuras por la mujer. También él consigue las varillas que ella tiene
que cargar en sus correrías junto con el cobertor de cuero. Si uno de
los dos muere, el otro abandona la "propiedad familiar" porque, solo,
no tiene derecho a ella.
La nítida separación de una familia [natural] de las otras y su
firmeza interior favorecen esencialmente la valoración legal de su pro-
piedad familiar.

b. Los títulos de propiedad


De las instituciones caracterizadas se pueden derivar todos los tí-
tulos jurídicos admitidos entre los selk'nam. Estos indios los han hecho
constar con insistencia frente a sus pares y frente a los europeos. To-
110 Las descripciones de F. A. CooK (d): 101 y GALLARDO: 252 contradicen el ver-
dadero estado de cosas y no requieren otras explicaciones aquí.
dos ellos surgen tal vez del sentido de derecho común a todo el géne-
ro humano.

1. Entrega de la Isla Grande por mandato [del Alto Dios]

El selk'nam considera que su patria es propiedad de la tribu y ba-


sándose en este derecho de propiedad detiene a los vecinos con deseos
de ocuparla. Esto tiene su fundamento en la mitología. K e. nUs había
distribuido, por mandato de Tgmáhkel, el vasto mundo a los distintos
pueblos, asignando a nuestros indios la Isla Grande. Basándose en esto
hacen saber a todos los extranjeros que "este país es propiedad de los
selk'nam". Al mismo tiempo, reconocen el derecho de propiedad de
:os pueblos vecinos a su respectivo territorio.
Un grupo visitante obtiene un derecho provisional de usufructo
con el permiso de entrar a una propiedad familiar ajena para aprovi-
sionarse (pág. 405). Cuando vuelve a salir, caduca el permiso otorgado,
pues, por lo común, se concede un derecho de esta clase sólo para cada
caso particular.

2. La toma de posesión

Esta es la forma más común y general de adqui-


r i r derecho s. Se extiende a animales, objetos de uso y materias
primas. El guanaco, el zorro, el cururo, la oca silvestre, el cormorán u
otra pieza cualquiera que el cazador consiga atrapar por medio de ar-
mas, trampas o perros, son suyos. Igualmente pertenecen a la mujer
que los junta las frutas, hongos, mariscos, pescados, desbrozo, líque-
nes, piedra pómez y bejines.
Por signos inconfundibles, se da a conocer a veces lo que se ha
tomado en posesión. El que encontró una cueva de cururos, pero to-
davía no los quiere cazar, clava un palo corto en la tierra. Quiere poder
reconocer el lugar y, al mismo tiempo, indicar a otros, que según el de-
recho consuetudinario, ha puesto su mano sobre esta cueva (pág. 258).
Si alguien ha descubierto un nido de pájaros lleno de huevos
—especialmente los loros verdes son muy apreciados— y quiere espe-
rar hasta que los pajaritos estén crecidos para lograr un plato sabroso,
ind41, a sus compañeros el lugar en donde los halló, para que ningún
otro estorbe a las aves o robe el nido; y entonces puede esperar tran-
quilamente hasta que a los pichones les crezcan las alas. En el bosque
es muy difícil colocar señas visibles, pero en el campo abierto es dis-
tinto y por ello uno le cuenta a otro su hallazgo. Sólo el que colocó la
trampa de lazos busca a las ocas silvestres que atrapó en ella. El que
descubre los trozos de tocino sumergidos en el agua de una ciénaga,
los deja donde los encontró. Si un hombre apresó varios animales que
no puede llevar a su choza, cuelga los cuartos de un árbol y nadie se
los quitará (pág. 278).
El indio explota en paz, sin que nadie lo moleste, los dones de la
naturaleza constantes e inagotables. Nadie le disputa lo que se ha
apropiado como primer ocupante marcándolo visiblemente. El que ac-
túa infringiendo esta norma es considerado un ladrón.

3. Elaboración propia y recolección

No menos común es el caso de que el derecho a la propiedad se


base en la fabricación de un objeto. El que elabora la herra-
mienta, el vestido, el adorno es, por ello mismo, su propietario. Siem-
pre se oye: "¡Esto es mío porque yo lo hice! —¡A mí me falta esto o
aquello, me lo voy a hacer! —¡Toda mujer teje su propia canasta
y cada hombre produce sus armas!" Lo mismo ocurre entre los niños:
la niña dispone de la muñeca que ella se confeccionó y el varón de sus
juguetes. Si un niño le quita una cosa a otro, los padres se interponen
y adjudican el objeto a quien lo hizo. El trabajo c r e a t i v o y
el gasto de energía fundamentan en este caso el derecho
de posesión. Ya el niño dice al que se lamenta: "¡Si no tienes arco,
hazte uno; yo tuve que fabricarme el mío!" Escuché estas palabras
cuando, en una competencia de tiro de arco, un chiquillo no podía
tomar parte porque carecía de arco propio y los otros no le querían
prestar los suyos.
El que fue a la playa para juntar las bolas de alquitrán y los pe-
dazos de flejes de barriles, es a veces envidiado en el campamento, lo
que motivó que un viejo contestara [a los comentarios]: "¡Haced tam-
bién vosotros el largo camino hasta allí!" Es el esfuerzo realizado el
que también confiere la propiedad a las mujeres que juntaron bayas,
leña o mariscos. Lo que el propio trabajo produce es posesión perso-
nal, de la que todos disfrutan con placer '".
Después del t r abajo en común se procede a la distribu-
ción correspondiente. Se puede observar que, cuando los hombres pes-
can con la gran red o cazan cormoranes, cada uno recibe su partici-
pación 'por el valor de su labor '". La familia no toca la propiedad
particular, y quien quiere vender alguna de sus posesiones puede ha-
cerlo sin que interfiera el otro cónyuge, porque goza del derecho de
libre disposición.

111 GALLARDO: 252 dice, confirmando esto, que el indio "ama la propiedad en
sus cueros, en sus arcos y flechas, en sus mujeres y sus perros, porque todo ello
le es útil, le causa placer; y este amor a lo que le pertenece lo hace extensivo
hasta a su Taki, su casa, aun cuando ésta cambie a menudo de sitio y hasta
de forma".
112 Sobre la forma como se lleva a cabo la distribución de las presas cap-
turadas después de una partida de caza colectiva, escribe GALLARDO: 188 aunque
con inexactitud, pero, al menos, reconoce el derecho de los participantes a la can-
tidad que les corresponda.
4. El trueque

El intercambio comercial era relativamente intenso. Lo que a unos


les faltaba, otros lo poseían en abundancia y cedían de ello al que no
tenía. Esto causaba frecuentes y dilatados viajes de una persona o de
grupos menores. Desde la costa marchaban al interior de la isla o vi-
ceversa '''. Los indios utilizaban la expresión kánken = canjear, cam-
biar, también en el almacén, cuando por sus objetos o por dinero re-
cibían mercaderías europeas.
Lo que alguien obtenía por medio del trueque equivalía a
una verdadera compra; los objetos de oferta y contraoferta
eran tasados y comparados entre sí. No existía ninguna forma de mo-
neda. Como medida de valor se tomaban las dificultades para la ob-
tención del objeto o el esfuerzo necesario para elaborarlo, además su
solidez, belleza o finura, si se trataba de adornos y, por fin, se tomaba
en cuenta si el objeto era común o raro, como, en aquel tiempo, los
pedazos de flejes de barriles o los pedernales.
Además se fue cristalizando una escala de valores común
a todos para el precio de una cosa. Por un buen arco se pagaban tres a
cuatro flechas, por una aljaba dos flechas, por una bola de alquitrán
del tamaño de una nuez, tres cueros de zorro.
El trueque estaba principalmente en manos de los hombres. La
cosa adquirida cambiaba de propietario, que podía usarlo según su
voluntad o también revenderlo. Estas reventas eran muy raras y esos
pocos casos no se pueden calificar como comercio intermediario.
El intercambio era una verdadera necesidad. Al grupo
septentrional le faltaba madera de Nothofagus para los arcos, y de
Berberis para las flechas. Pero con los meridionales no cambiaban
varillas sin labrar, porque les hubiera tocado la difícil tarea de la ela-
boración, sino que se llevaban los arcos terminados o los vástagos
de arco ya tallados. Por su parte ofrecían cueros de leones marinos, ya
transformados en carcajes. Esos cueros llegaban, de ese modo, desde
las costas al interior. El mismo camino tomaban las bolas de alqui-
trán y los pedazos de flejes de barril. El norte carecía de arbustos de
Chiliotrichum, cuyas ramas se prestaban muy bien para fabricar el
emplumado de las flechas. Las mejores piedras para las puntas de
flecha se encontraban cerca del Cabo San Pablo. Desde allí iniciaban
su camino por toda la Isla Grande.
Un grupo no habría ofrecido cualquier artículo, porque el otro tam-
poco lo habría aceptado; unos tenían en vista sus necesidades y los
otros la d e m a n d a. Los del norte no hubieran vendido sus capas
de piel de cururo al sur, porque allí había guanacos suficientes. Las
cosas que valoraban los del sur eran los trozos de cuarzo adecuados
para raspadores, la gran concha Voluta que les servía de vaso para
beber, la apreciada tierra colorante blanca, las alhajas de cuero de
lobo marino, etc. Los del norte se llevaban en cambio capas de piel
"3 AGOSTINI: 288, COJAZZI: 64 y GALLARDO: 291 proporcionan datos incompletos
referentes al tránsito motivado por el trueque.
de guanaco, el tálx para cubrir la armazón de la choza y grandes bolso-
nes de cuero para buscar agua. Casi siempre un grupo preguntaba al
otro si un trueque era factible, porque no querían emprender el viaje
inútilmente.
La necesidad obligaba a veces al intercambio entre familias que
no mantenían buenas relaciones. En el negocio, cada bando ponderaba
la cantidad y la calidad de los objetos previstos para el canje. Si no
llegaban a un acuerdo, porque las condiciones del trueque a uno le pa-
recían poco convenientes y las exigencias del otro eran demasiado ele-
vadas para el primero, se separaban entonces buscando suerte en otro
lado. Así es el genuino comercio de trueque.

5. Regalos
Los obsequios otorgaban un título de propiedad, pero era una prác-
tica muy poco común. No se puede hablar de un comercio de regalos.
El selk'nam carecía de un sentido desarrollado para los obsequios,
quizá porque no quería poseer más de lo estrictamente necesario.
Raras veces se sorprendía a los parientes con atenciones de ese
tipo. Éstas se reducían a que el tío daba a su sobrino una alegría, rega-
lándole un arco, y la tía o la vecina regalaba a una niña una muñeca. Si
el pariente que venía de visita traía algo para una mujer, no se lo entre-
gaba personalmente, sino que se lo pasaba a su esposa [de él] o a su
madre, tía o cuñada para que se lo diera. Sobre ello me dijeron: "¡Así
es la costumbre!" "4 Nadie considera un presente como algo aconseja.
ble ni como algo que compromete y nadie cuenta con él
Nunca se le ocurriría a un hombre obsequiar a una mujer que no esté
emparentada con él. Y si alguna vez un joven quería hacerle llegar a
la muchacha de su predilección una pequeña alhaja, debía buscar
caminos secretos.
No se comparte el producto de la caza por afecto o con la intención
de hacer un regalo sino por la obligación común de ser generoso. Na-
die quiere tener fama de egoísta y ser tratado como tal. Lo que los
hijos ofrendan a sus padres entrados en años, lo dan porque se sien-
ten obligados a apGyarlos siempre.
Por todo lo que yo regalé, como por ejemplo, jabones, cuchillos,
perlas de vidrio, etc., recibí siempre una pequeña retribución sin ha-
berla pedido. El indio no conoce la costumbre de regalar y sólo piensa
en un intercambio de mercancías equivalentes. De acuerdo con sus con-
ceptos exigían de mí una recompensa por el menor servicio, que yo
mismo consideraba servicio de amigo. Algunos errores iniciales me
abrieron los ojos. MARGUIN: 500 que sorprendió a una familia en su
viaje en 1873, informa con cierto asombro: "...la femme nous offrit,

114 Cuando se distribuye el producto de la caza, la mujer del cazador nunca


hace entrega de la porción de carne a una persona del sexo masculino, sino a una
mujer en la choza vecina, en caso de que la dueña de casa no estuviera presente
(pág. 330).
115 Los yámana, por el contrario, son muy regaladores hasta el día de hoy.
en échange de quelques petits cadeaux que nous lui fimes, un paquet
de peaux (de Curruros) ficelé avec une petite tige de jonc, et sur lequel
elle s'était assaise pour le cacher á nos regards". Esta india se sentía
obligada a dar algo a cambio del valor recibido como si fuera un
trueque.

6. Préstamos y herencia
En raras ocasiones alguien pide prestado alguna cosa a un vecino
o pariente. Con seguridad la devuelve a su propietario. Si la pierde o
destruye, nadie debe recordarle su deber de indemnizar al
propietario. Sólo en tiempos recientes ocurre, con mayor frecuencia,
que alguien tome, para su uso personal, un objeto, en ausencia de su
propietario y presuponiendo su consentimiento; devolverlo es un deber.
Nuestros indios no conocen la h e r e n c i a de bienes. Po-
seen pocas cosas. Lo que necesitan lo llevan siempre consigo y, si lle-
varan más, sólo serviría de lastre. Al difunto lo visten con sus ropas
antes de inhumarlo, y luego queman sus utensilios junto con su vi-
vienda. Pero al perro del muerto, si realmente era muy bueno y útil,
lo adopta un pariente. Ellos dicen que "no se mata a un buen perro,
pues le puede servir a otro. Su difunto dueño no desea que degüellen
al animal porque lc amaba y le era valioso. Nosotros entregamos el
animal a aquellos parientes que el perro ya conoce, para que quede
con ellos. Lo cuidarán bien por respeto a su dueño anterior". Razones
de naturaleza práctica desaconsejan matar a un perro cuando mue-
re su amo.

7. Infracciones al derecho de propiedad


Los europeos creen que cada indio es un pillo taimado. Sin em-
bargo, no se puede negar el hecho de que el hurto es algo muy
r a r o entre los selk'nam " 6 . Ya que el concepto de la propiedad era
bien definido, todos sabían claramente en qué consistía el hurto y que
no estaba permitido; y, además, temían las consecuencias, porque el
damnificado se vengaba.
Las posibilidades para el hurto fueron y son mínimas. Los
bienes de cada uno son muy pocos. Si usara algún objeto robado, el
culpable se delataría ineludiblemente, pues las pocas pertenencias de
cada uno son fácilmente reconocibles para los demás. En cada objeto
se reconoce al fabricante y, a la larga, es imposible esconder algo de
los otros. Todos pueden controlar con facilidad y sin llamar la aten-
ción su escasa fortuna. Si alguien echara de menos algo, pronto se
descubriría al ladrón porque solamente grupos pequeños mantienen
relaciones entre sí. No tendría, ninguna probabilidad de éxito entre los
selk'nam un negocio basado en el hurto.
116 BORGATELLO ( e): 49 lo confirma en un episodio digno de lectura.
Con todo, no faltaban intentos. Cuando los niños birlaban algo re-
cibían un severo castigo, y eran luego estrictamente controlados, por-
que el hurto era un grave defecto. Los padres exhortaban a sus hijos
acerca de ello, y los examinandos del Klóketen eran seriamente ad-
vertidos en ese sentido. Si un joven reincidía varias veces, los ancianos
lo mataban sin consideración. No se toleraban ladrones en la comuni-
dad. El peligro de la propia vida debe haber corregido a muchos de
ese defecto. Una mujer que se atrevía a hurtar los bienes de su marido
debía contar con una severa paliza. No se podía mantener personas
con inclinaciones al hurto.
La situación se tornaba muy espinosa para el que había sido r-
prendido o se había hecho sospechoso de haber sustraído bienesliffi é-
nos. Un granuja era temerosamente evitado y en todos lados se
lo censuraba con palabras despreciativas. Yo mismo observé el repu-
dio general con que era castigado el dudoso NANÁ. La certeza de que
la sociedad apartaba a una persona, tenía un efecto tremendo sobre el
sentido del honor de la gente, y todos se esforzaban por conservar la
mejor reputación. El ladrón nunca podría disfrutar de los bienes mal
habidos.
Esporádicamente había gente que trataba de introducirse clan-
destinamente en otro territorio, como también lo afirma BORGATELLO
(c): 50, con la intención de cazar o juntar materias primas. Todos co-
nocían las consecuencias si esta acción prohibida era descubierta: la
respuesta a la afrenta eran ataques de los ofendidos contra los in-
trusos. Estas sigilosas vulneraciones del derecho de propiedad eran
causadas por la n e c e s i d a d, cuando por enemistad, un grupo
no podía contar con el permiso requerido para conseguir en el terri-
torio del otro lo que les hacía falta.
El procedimiento usado por los blancos cuando ocuparon la tierra
de los indios es calificado de robo por nuestros selk'nam (pág. 140).
Todas las explicaciones, tergiversaciones y encubrimiento de los hechos
no pueden hacer olvidar que, desde el punto de vista indígena, los
europeos se han embadurnado de ignominia. El aborigen actuó en de-
fensa propia: "El extranjero ha espantado y matado a tiros nuestros
guanacos ¿de qué hemos de vivir? Por eso tomamos los guanacos blan-
cos (ovejas), que ha traído a nuestro país. ¡A nosotros nos obliga el
hambre!", ésa es su justificación."'
En su medio, el indio respeta con exactitud la propiedad ajena, y
también lo hace si se trata de europeos que han obrado correctamente.
A mí me han atendido con esmero tomándome por uno de ellos. Du-
rante meses estuve totalmente solo entre ellos y, aunque todas mis
cosas estaban dispersas por mi choza, jamás me faltó nada. Si algún
indígena se decide hoy a robar, entonces puede referirse al ejemplo
117 LECOINTE: 61 se expresa de la misma manera y GALLARDO: 252 ve que la
defensa del indio desposeído está plenamente justificada: "¿Cómo, pues, no ha de
ver con disgusto que el hombre blanco le quite sus tierras, le mate sus guanacos
y los reemplace con ovejas y vacas para uso exclusivo del invasor? El salvaje
no comprende que con el pretexto y al amparo de la civilización se le despoje
de lo suyo y entonces paga con la misma moneda apropiándose ... de la oveja,
para dar de comer a sus hijos".
para él insuperable de los blancos. Ellos fueron su modelo para una
falta de probidad tal como el antiguo pueblo indígena jamás la
conoció.

E. Guerra, venganza de sangre y duelos


Los selk'man son un pueblo sensible, irritable y vengativo que
cuida celosamente sus derechos y no deja una sola violación sin casti-
go, por lo que siente un vivo placer en riñas salvajes que le proporcionan
una bienvenida variación del quehacer cotidiano, que normalmen-
te transcurre de modo pacífico. Tan sólo los cambios de los tres últi-
mos decenios los obligaron a abandonar de repente sus acostumbradas
luchas y venganzas contra sus compañeros de tribu, porque los pode-
rosos blancos se interpusieron en su camino. Hoy ya no pueden em-
prender grandes acciones bélicas, porque su número se reduce día a
día. Evidentemente no poseen una táctica desarrollada y las guerras
tampoco tenían mayor extensión. En realidad eran más bien asaltos
o riñas entre pequeños grupos, en las que el modo de lucha dependía
de la situación y de las circunstancias del momento.

a. Causas y frecuencia de los asaltos


El temperamento inflamable de los selk'nam ha fomentado el áni-
mo combativo y la frecuencia de sus hostilidades. No solamente el in-
dividuo sino también el grupo al que pertenece, cuida celosamente del
honor propio y de cada uno de sus derechos, porque, por naturaleza,
tienden, sin lugar a dudas, a la desconfianza y a la suspicacia. La irri-
table susceptibilidad, excitada en ambos bandos, descubre precozmen-
te y, por lo general, sin razón una ofensa c violación de derecho. El
amor propio herido o el honor agraviado exigen en alta voz satisfac-
ción y la menor chispa inflama el deseo de venganza 1 ".
Estos hijos de la naturaleza no pueden ocultar sus sentimientos
más profundos y, mucho menos, contener sus intenciones. El que por
alguna razón se cree ofendido, lo comenta con otros, que lejos de apa-
ciguarlo, avivan el fuego y la sed de venganza, ofreciéndose a asistirle
en el desagravio de esa ofensa. El grupo familiar es demasiado unido
como para no actuar en conjunto contra cualquier difamación que
haya tenido que sufrir un pariente. El que se ha enemistado con algu-
no de otro grupo no disimula su aversión o desagrado, sino que no
pierde oportunidad de exigir reparaciones ruidosamente, su semblante
refleja sus sentimientos cuando se enfrenta con su enemigo o los ami-

118 GALLARDO: 305 caracteriza esto muy acertadamente: "El ona es de tempe-
ramento desconfiado y peleador. Las desconfianzas mutuas engendran en ellos
motivos de enojo que, acentuándose más y más, recorren toda la escala, desde la
palabra mal sonante hasta el insulto grosero y desde las luchas individuales hasta
las batallas de agrupaciones numerosas".
401111‘.

gos de ese enemigo 1 t9 . Éste, por su parte, se encoleriza aún más y casi
se siente provocado. Pronto se inicia entonces el mordaz cambio de pa-
labras, el ansia de venganza flamea y la ambición ilimitada arrastra a
uno como al otro a amenazantes explosiones de ira. Los demás toman,
sin excepción, el partido de su pariente y hacen de su cuestión de honor
la propia. Una vez que se apodera de los dos bandos una peligrosa
tensión, que se ve acrecentada por nimiedades, más de uno ya palpita
de deseos de ajustar cuentas a través de la lucha. Cada grupo observa
al otro con recelo y con la más concentrada atención, y ya nadie más
se esforzará por formular juicios serenos o arribar a una solución
pacífica.

1. La frecuencia
Ante todo tenemos que figurarnos este estado de ánimo, esta d i a-
posición natural irritable y vengativa de los selk'nam
si queremos llegar a un concepto verídico de la extensión geográfica
y temporal de sus luchas. Pero otro dato también es importante. La
escasa relación entre los grupos individuales y la autosuficiencia de
los mayores conjuntos familiares, la falta de un jefe común y de una
unión organizada de todos no permiten que las luchas y guerras tomen
mayores proporciones. La realidad era que sólo se producían comba-
tes o verdaderas grescas entre grupos pequeños de sólo ocho
a veinte hombres de cada lado. Puesto que en las hostilidades se veían
empeñados unos pocos, pero todos los selk'nam eran iguales en el áni-
mo guerrero, estallaban repetidamente conflictos en algún lugar de la
Isla Grande.
Sólo en este sentido quedan en pie ciertas afirmaciones de viajeros
anteriores, según las cuales, la guerra habría sido entre los selk'nam
una situación constante. En los apuntes de SEGERS: 61 podemos leer
lo siguiente: "Guerra... mantienen constantemente con las tribus ve-
cinas", y, en otro texto, se expresa: "The Onas... were divided into
small clans each at war with the rest. Even a few families could not
be together long without quarreling and separating, often af ter one or
more had been killed" (MM: XLVI, 129; 1912). Dejando de lado otros
comentarios traigo a colación a SPEGAZZINI (a): 176: "Existen odios
terribles entre los varios grupos, de modo que casi siempre cuando
llegan a encontrarse se traban en pelea, que concluye por la muerte
de algunos de ellos". Aunque cada medio año, para nombrar un perío-
do, haya ocurrido una refriega mayor o menor en algún rincón de la
Isla Grande, sólo empeñaba a unas pocas personas y dejaba en paz a
la gran masa del pueblo.
Otros observadores exageran la frecuencia de las contiendas y ha-
cen suponer que ésa fue la causa de la desaparición de ese pueblo.
119 GALLARDO: 305 lo confirma: "Cuando están enojados con otro no lo disi-
mulan; su carácter irascible los obliga a decir a su amigo de ayer que ha hecho
mal, lo recriminan, se enojan, se sulfuran y son capaces de llegar a matar si se
enfurecen por malas contestaciones".
Algunos creen que, sin ellas, se hubiera producido una superpoblación
pues "if it had not been for their warlike instincts, they would soon
have increased, eaten up all the guanacos, foxes and rats on which
they lived, and afterwards have died of starvation" (MM: XLVI, 129).
La afirmación de HoLmBERc (a): 56, "la guerra que conservan entre
ellos es una de sus principales causas del exterminio" no se com-
prueba por la poca frecuencia y la pequeña extensión geográfica de
sus lides '2°.

2. Los motivos especiales

Algunos acontecimientos se convirtieron en motivo directo de los


conflictos. Aquí dejo de lado la excesiva susceptibilidad y el vunerable
sentido del honor que trataban de buscar satisfacción por medio de la
venganza. La guerra para conquistar nuevas tierras u otros bienes es-
taba excluida de antemano. En las contiendas, sus fines eran la vengan.
za, el desagravio o la reparación 121 .
Un homicidio casi ineludiblemente lleva a la lucha, sin que
importe determinar quién sea el culpable. Los parientes del muerto se
sienten obligados a vengarse, y el grupo del homicida cree que debe
protegerlo bajo cualquier circunstancia. Para negociar con calma les
falta la única condición elemental, es decir, el análisis sereno del su-
ceso, del cual ni unos ni otros son capaces.
Con la misma frecuencia llamaba a las armas una violación
de límite s. Cada familia poseía su propiedad claramente delimi-
tada (pág. 402), en la que solamente los miembros de aquélla tenían
libre acceso a todos los productos de la naturaleza *. Los extraños de-
bían solicitar permiso, a no ser que excepcionalmente se les hubiera
concedido una franquicia tácita. En general las fronteras estaban abier-
tas para el que andaba en busca de su prometida (pág. 407) o para el
que acudía a la distribución de la carne de una ballena arrojada sobre
la playa (pág. 406). Si la transgresión de una frontera provocaba un
ataque, entonces seguramente existía una vieja enemistad o, al menos,
una gran tensión y los dueños de la tierra ya veían una violación de
sus derechos cuando en realidad todavía no existía tal agravio. Con gus-
to exageraban un pequeño incidente o aprovechaban la ocasión para
usarla como el motivo esperado. Ocurría, por ejemplo, que los perros
del vecino cazaban solos en el territorio que no le correspondía. Aunque
nunca causaban dájs serios, el g po opuesto se apresuraba a
En la mencionada cita en realidad se refiere el autor a la propiedad terri-
torial de cada linaje (Sippe) no de cada familia natural o biológica (N. del R.J.
12° Otras exageraciones son tan evidentes que ni se justifica su mención. Por
ejemplo, M. Rossi aduce tener noticia por sus acompañantes de que "algunas
veces la tierra estaba teñida de rojo durante varios días por la sangre de los
muertos y heridos" (SN: XIV, 12; 1908).
121 BORGATELLO (a): 58 nombra sucintamente, y concordando conmigo, los si-
guientes motivos: "Le lotte o risse fra gli Onas avvengono per lo piú per motivo
delle donne o per usurpare il territorio che ogni famiglia si crede di possedere in
certi luoghi per la caccia ecc. a preferenza di altre famiglie".
asirse de la ofensa para dar rienda suelta a su sed de venganza la
mente contenida. Nunca matarían a un perro ajeno, pero hacían saber
exactamente a su dueño, dónde, cuándo y cómo había sido descu-
bierto sobre la huella prohibida. Cada linaje respetaba en general fiel-
mente la línea divisoria existente, siempre y cuando no quisieran de-
safiar al enemigo traspasando la misma a propósito. Sólo la escasez
de animales en territorio propio puede haber hecho avanzar al grupo
norteño hacia el sur, ya que los muchos subgrupos del norte y del sur se
entendían, al menos en parte, tan bien, que vecinos necesitados eran
bien recibidos en sus tierras.
Inevitable e involuntariamente el avance de los blancos ha produ-
cido disputas especiales entre los selk'nam mismos durante las déca-
das del ochenta y noventa, que para ellos fueron realmente fatales. Al-
gunos indígenas refugiados buscaron protección más al sur y en el in-
terior de la Isla Grande; los habitantes de estas regiones temían por
un lado por su propio sustento y, por otro, no comprendieron la situa-
ción desesperada de los recién llegados, y los consideraron enemigos,
especialmente si formaban parte del grupo septentrional. Más de un
valiente debía entonces defender su tierra contra sus mismos compa-
ñeros de tribu y contra los odiados blancos a la vez.
Finalmente, algunas luchas fueron provocadas por el he chic e-
r o. Éste quizás había descubierto en el grupo inamistoso una actitud
hostil, o había observado una peligrosa intención en el hechicero del
grupo rival, o había soñado un eventual intento de asalto, o reconocido
a alguien del otro grupo como culpable de la enfermedad y del repen-
tino deceso de un miembro de la propia tribu. De inmediato llamaba
a una guerra de venganza, y encontraba buena disposición entre su
gente. Nadie podía verificar sus afirmaciones y, en general, se respeta-
ba su autoridad '".
Si se daba una de las tres causas mencionadas, pero no había áni-
mo combativo, el grupo permanecía inactivo en sus chozas y a lo sumo
reforzaba la vigilancia. ¡Estos hijos de la naturaleza dependen dema-
siado del estado de ánimo momentáneo! Los culpables casi nunca pa-
saban a la ofensiva; estaban contentos si los agraviados se mantenían
quietos.
Ciertos viajeros están totalmente equivocados cuando dicen que
los selk'man hacían sus incursiones para raptar mujeres y
muchachas '". Esta razón nunca privó entre los selk'man, aunque
a veces los vencedores se llevaron algunas mujeres; porque en ningún
lado la escasez de mujeres era apremiante y, a quien quería casarse,
tampoco le ponían obstáculos como para que tuviera que recurrir a la
fuerza para ello. Por otra parte, el agresor sabía perfectamente que
no se podía retener a ninguna mujer por la fuerza, y que ésta nunca
permanecería junto a un hombre que no le gustaba. Por ello los raptos
no tenían ningún resultado práctico. Esta forma violenta de buscar pa-
122 GALLARDO: 307 detalla también estos diferentes motivos para la guerra.
Véase las escuetas informaciones de LOTHROP: 87 y de otros.
123 DABBENE (b): 263, GALLARDO: 308, HOLMBERG (a): 56, SEGERS: 61, TONELLI:
52, 96 y otros lo afirman.
reja no concuerda con el espíritu y la institución del matrimonio habi-
tual entre los selk'nam. Mis informantes hicieron hincapié en lo ab-
surdo de estas ideas, que están muy apartadas de la realidad.
Tampoco salían con la intención de apoderarse de los perros de
otro grupo como indica GALLARDO: 305. El que necesitaba perros podía
conseguirlos fácilmente. Hay entonces razones evidentes, y de mucho
peso, que rebaten a los observadores superficiales que hablan de la
gran frecuencia de los combates!"
En el recuerdo de los indios las luchas se conservaron únicamente
como vivencias personales. Por la insignificancia de los motivos y la
reducida extensión de las guerras, no podían preocupar a la generali-
dad de los indígenas. Un lugar especial ocupa el ataque a Kwcíyul, por-
que el mismo fue preparado por los yámana y tuvo como secuela una
asoladora epidemia. De todas maneras, dicen que Mix fue el iniciador
e inventor de la primera g u e r r a. La pugna de Kgsktyuk con
Sopcáten en W&kelyam revela claramente la genuina forma de ser de
los selk'nam. La mitología describe en general muchas disputas y lides
entre los antepasados.
La última guerra que se llevó a cabo en la forma de lucha
ancestral de los indígenas, tuvo lugar alrededor del 1900 sobre el suelo
de la Estancia Carmen, lejos de los caminos transitados por los euro-
peos, que, en aquella época, ya habían ocupado la parte septentrional
de la Isla Grande. La causa de ella fue que cierto FELIPE había asesina-
do, en el bosque, a su rival que era del grupo que habitaba junto al
río Irigoyen. La familia de la víctima acusó sin fundamento a los pa-
rientes de TENENESK, cayeron con gran fuerza y fiereza sobre ellos y
degollaron sin piedad a muchas mujeres y niños. En esta ocasión mu-
rieron los dos hermanos de TENENESK y él mismo quedó gravemente
herido por tres flechas, clavadas profundamente en su espalda. Su
grupo, que había sido sorprendido, sólo contaba con once hombres,
mientras que los rivales eran unos veinte. A los siete meses, TENENESK
con su gente y muchos aliados avanzó contra el viejo enemigo para
tomar venganza. Allí encontraron la muerte en total unas treinta per-
sonas. Desde entonces, los ganaderos cuidan de que estos enfrenta-
mientos no se repitan y los aborígenes mismos los evitan por temor
a la policía.

b. Los preparativos para el combate


El grupo ofendido busca ante todo avivar sus deseos de venganza
para provocar en cada hombre la más firme resistencia. Llaman a to-
dos los parientes y amigos accesibles, porque hay que reunir a muchos

12 Las siguientes observaciones de GALLARDO: 309 también son triviales: "No


tienen épocas fijas para las peleas, pero casi siempre tienen lugar en verano".
Nuestros indios no reprimen mucho su sed de venganza y no permiten que las
condiciones meteorológicas les impidan obedecer a sus impulsos.
hombres y, para ello, se necesita tiempo. Rápidamente los participan-
tes se fabrican gran cantidad de flechas. Otra cosa no necesitan. Poco
antes de abandonar su campamento, los hombres traen grandes reser-
vas de carne para las mujeres y niños que se quedan atrás ' 25 .
Antes de partir y poco antes del encuentro con el enemigo los gue-
rreros se frotan todo el cuerpo con tierra colorante roja seca, para ha-
cerse irreconocibles. Cada uno se pinta una línea horizontal roja desde
un lóbulo de la oreja al otro, pasando por debajo de la nariz, y tres
puntos blancos sobre el caballete de la misma y también en los pómu-
los. Los guerreros ordinarios usaban el kMel común. Sólo el anciano,
el hechicero o quienquiera hiciera de jefe se confecionaba un atavío
especial para la cabeza: cortaba una franja de aproximadamente 60
por 25 cm de piel de zorro; la doblaba en dos a lo largo, de modo que
el pelaje quedara hacia afuera. Luego cosía los bordes longitudinales
superpuestos. En éstos introducía, con cinco centímetros de separa-
ción, sendas plumas grandes del ala del gavilán o del búho y se coloca-
ba este adorno sobre la cabeza como una diadema. Todos se equipaban
solamente con sus armas y su capa de piel; algunos mozos llevaban
arcos y flechas de reserva. No conocían traje especial para la guerra,
y tampoco complicadas ceremonias preparatorias. Contaban con que
la batalla se libraría en el mismo día a no ser que el enemigo viviera
demasiado lejos. Por el camino encontrarían suficiente caza para su
alimento.
Ocasionalmente sucedía que un grupo salía en son de guerra sin
que tuviera lugar luego batalla alguna. Porque cuando los rivales se
habían enfrentado y, uno de ellos, se sentía demasiado débil para la
defensa, pronto enviaban un embajador para negociar y mediar y que
ante todo tenía que disimular la intención bélica. Si los otros acepta-
ban las explicaciones del enviado, entonces ambas partes se acercaban
desarmadas a sentarse un rato para un parco intercambio de palabras.
Nunca se comentaba el incidente en detalle, porque jamás hubieran
llegado a un acuerdo en ese estado de ánimo. Por lo general se consi-
deraba que la cuestión habil, quedado concluida, aunque luego, a me-
nudo, la evocaban. El grupo intruso a veces también se retiraba sin ser
descubierto, si creía que el enemigo estaba bien armado y en superio-
ridad. Si un grupo pequeño esperaba un ataque, se mantenía alerta,
por lo que los atacantes, a veces, se acobardaban, porque ellos nunca
planeaban una lucha abierta sino siempre ataques sorpresivos, cuyos
preparativos se disimulaban.
Si un grupo se ve amenazado por un ataque al propio ca m-
pamento, los hombres desaparecen, si pueden, en dirección con-
traria, mientras que las mujeres corren a buscar un escondrijo. Aban-
donan sus chozas para despistar al enemigo. Ocultan a sus hijos en
algún espeso matorral, tapándolos con desbrozo y hojas después de lo
cual huyen. Es increíble cómo hasta los niños de pecho permanecen
inmóviles y en silencio ' 16 . Cuando el enemigo acomete, encuentra al
125 BORGATELLO (c): 58 describe "le lotte" con poco detalle y no diferencia
satisfactoriamente las batallas entre grupos mayores de los duelos individuales.
126 Según SEiloa•r: 20 es el amor por su mujer y sus hijos lo que impulsa
campamento vacío y entonces se decide a seguir el rastro de los hom-
bres. En un lugar ventajoso para ellos los fugitivos quizá presentan
batalla, o tal vez el enemigo se sienta ya vengado con la destrucción
de las viviendas, y se retire satisfecho. Los fugitivos se reúnen luego
y buscan, según las circunstancias, el lugar más seguro o un buen es-
condite, y nunca cejan en su vigilancia.
Pero si un grupo cree que puede resistir, y se ha instalado en un
lugar propicio para la defensa, a menudo construye bajos par a-
petos con ramaje y trozos de cuero, detrás de los cuales se escu-
dan sendos flecheros. Estas fortificaciones, semejantes a vallas, nun-
ca tienen más de un metro de altura, y protegen bastante bien a un
hombre. Siempre que pueden, los atacados usan el gran cobertor de
cuero de sus chozas para resguardarse; lo doblan, formando un bul-
to cuadrado y lo utilizan como muro de protección tras del cual es-
tán seguros contra las flechas enemigas y, sin que a su vez los inco-
mode para disparar. Esta defensa ayuda mucho en campo abierto, y
la gente del norte la utiliza frecuentemente; en el sur, los bosques pro-
porcionan una protección mejor 12'. A veces también los defensores
cavan hoyos poco profundos en la tierra, y se amparan tras de su
manto de piel doblado.
Siempre que los atacantes deben abandonar su campamento, man-
dan a su familia a un escondite , seguro, dándoles los pocos utensilios
que poseen para su cuidado. Porque deben contar con la posibilidad
de que el enemigo puede vencer y avanzar hasta dicho campamento,
en donde los indefensos familiares fácilmente podrían caer en sus
manos.
Poco antes de la partida de los guerreros, el campamento se agita
con intensa excitación. Algunos actúan como enloquecidos por el ar-
dor bélico y la sed de venganza. El gentío reunido entona un cánti-
co de g u e r r a. para enardecer el valor de los combatientes. Es-
tas canciones no poseen texto, sino que se repiten una y otra vez los
mismos sonidos, sin significado alguno. Llama la atención que se intro-
ducen en esta melodía continua e incoherente palabras del dialecto
haus, comprensibles para todos, así como frases cortas como: "¡Ahora
vamos a la lid, lucharemos con valor!" La melodía se mantiene en un
bajo registro de voz. siempre en el mismo tono. Apretando los dientes
y con los labios ligeramente abiertos e inmóviles profieren rítmica-
mente las sílabas tiúka, lzüka, izúka. . Durante este canto los hombres
forman un grupo cerrado, y la mayoría de los moradores del campa-
mento toma parte. Los guerreros van sigilosamente al encuentro del
enemigo, generalmente en la serena oscuridad del anochecer o en la
penumbra del amanecer.

a nuestros selk'nam a salvarlos del peligro inminente. "En los combates, los indios
adultos o de pelea hacen rápidamente fosos donde ocultan las mujeres i niños i
hasta los cubren con champas o tierra a riesgo de asfixiarlos."
127 Según GALLARDO: 310 un grupo bien atrincherado atrajo al enemigo "des-
nudando a una mujer bonita ... incitando a éstos con sus gritos de ¡'vean qué
lindas mujeres tenemos, vengan a buscarlas'!". Mis informantes rechazaron esto
decididamente.
Si los guerreros vuelven triunfantes, repiten exaltados el mismo
canto. Las palabras haus dicen ahora: "hemos vencido, somos triun-
fadores, estamos contentos". Esta costumbre la encontramos en toda
la Isla Grande. Este cantar nunca se oye en otras oportunidades.

c. La forma de combate
No podemos hablar de una táctica propiamente dicha, pues sólo
se trataba de asaltos sorpresivos al enemigo desprevenido. Las luchas
abiertas eran muy raras y sólo se limitaban a la parte norte de la Isla
Grande. La guerra era una lucha en donde la presencia de ánimo, la
habilidad y la superioridad numérica decidían la victoria.
La elección del j e f e era informal. O el hermano del muerto
o un hechicero influyente o un guerrero experimentado había llama-
do a su gente al combate. Los otros se reunían en torno de él y seguían
sus indicaciones. Desde el principio sólo un hombre organizaba los
preparativos. A veces, la mayoría elegía por jefe al que poseía la con-
fianza de todos y también la capacidad necesaria. Este no sólo anima-
ba a sus guerreros, sino que constantemente les daba órdenes a las
que ellos se sometían incondicionalmente. Lógicamente no existía or-
den en el combate, porque un puño fuerte de este o aquel lado cam-
biaba la situación; pero el jefe garantizaba cierto orden en la pugna
y la perseverancia para conseguir los fines propuestos.
En campo abierto el ataque sucedía de modo que el ata-
cante se acercaba sigilosamente y, cuando el enemigo estaba al alcance
de sus flechas, disparaba una lluvia de saetas sobre los atemorizados
pobladores del campamento, que tenían que defenderse de inmedia-
to si no querían que los echaran de sus viviendas y los dispersa-
ran por la llanura. Amparado por las sombras de la noche, el enemi-
go se había acercado quedamente, rodeando quizás parcialmente al
campamento para que el rival no pudiera escabullirse. Si los atacan-
tes sabían que eran más numerosos, entonces acometían, incluso a la
luz del día, en filas cerradas. Los otros o iniciaban la defensa o bus-
caban salvarse con una huida precipitada. Los que quedaban, por lo
general sólo algunas mujeres y niños, según la ira del enemigo, eran
muertos por orden del capitán a flechazos o a garrotazos. Pero a ve-
ces también los dejaban en paz, si no eran deudos del iniciador del
conflicto o del asesino buscado. En los bosques del sur, los atacantes
se acercaban para el asalto protegidos por arbustos y matorrales has-
ta que sus flechas podían dar en el blanco. Los espantados ocupantes
del campamento atacado, en su perturbación, no tenían tiempo para
tomar sus armas y formar filas y, por lo general, se desbandaban lle-
nos de pavor. Justamente de esto sacaba ventaja el enemigo.
Cada hombre, donde quiera estuviese, se def endí a lo me-
jor que podía hasta el fin. Estaba totalmente desnudo.
Había doblado su abrigo, colgándolo de su brazo izquierdo. Así pro-
tegía como con un escudo su cabeza y su cuerpo contra las flechas. Al
mismo tiempo, sostenía con la izquierda su arco. Otros agarraban su
capa de piel con los dientes, dejándola caer libremente delante de ellos,
para tener así libres las dos manos. Si aún así una flecha los alcanza-
ba, ya había perdido mucho impulso y apenas penetraba en su carne.
Si menudeaban los flechazos largo rato, los atacantes ponían también
la capa delante de sí, sobre el suelo, como protección, acurrucándo-
se detrás de la misma, hasta que los sucesos tomaban otro rumbo y
ellos podían avanzar o debían retirarse. El que estaba obligado a re-
troceder, lo hacía con la cara dirigida hacia el enemigo para poder
esquivar sus dardos. Una vez que los árboles lo cubrían huía velozmen-
te. Las flechas se cruzaban zumbando entre las filas de los combatien-
tes. El indio estaba alerta para eludirlas agachándose, saltando y
moviendo su cuerpo lateralmente. Con los dientes tomaba el carcaj
transversalmente con la abertura hacia la derecha, para sacar así, có-
modamente, una flecha después de la otra. No quedaba mucho tiempo
para apuntar, porque también el adversario observaba intensamente
cada movimiento. Recién cuando las filas de un bando se raleaban y
comenzaban a flaquear, los del otro lado dejaban su posición y avanza-
ban. Esto sucedía cuando se les acababan las flechas, aunque cada
hombre era asistido por un mozo que cargaba un paquete de flechas
de reserva; pero al fin las mayores reservas se agotan. Si los ataca-
dos todavía no habían abandonado su posición, ambos grupos se en-
zarzaban en un forcejeo cuerpo a cuerpo. Los rivales
se trenzaban en lucha libre estrangulándose hasta que uno quedaba
tendido. A éste lo golpeaba entonces el adversario con una gran piedra
o un garrote y a veces también lo acuchillaba. Cada combatiente se
conducía salvajemente, golpeando e hiriendo sin piedad hasta que el
otro desfallecía. El confuso ovillo de contrincantes rodaba tanto tiem-
po de aquí para allá hasta que una parte tenía que sucumbir y los so-
brevivientes ponían pies en polvorosa. Los heridos que ya no podían
huir y que no se habían escondido durante la lucha ni habían sido ale-
jados por sus amigos, eran muchas veces degollados por• el vencedor;
al menos aquellos que más odiaba 12 .
En tiempos antiguos indudablemente se usaban, aparte del arco y
la flecha, también picas y lanzas cortas con puntas de piedra
de mayor tamaño. Dichas puntas estaban fijadas en la parte superior
del asta de la misma manera que las puntas de flecha. Con frecuencia
se las encuentra en la parte septentrional de la Isla Grande como ha-
llazgos de superficie. En la lucha a distancia, en el llano abierto, tam-
bién usaban la honda. Mientras tanto avanzaban los combatientes uno
contra otro hasta que, ya trabados en lucha cuerpo a cuerpo, comen-
zaban a estrangularse. Todavía en tiempos actuales se servían en las
luchas de la honda, pero ya no de las picas.
Una vez que se habían separado los adversarios, los vencedores
procedían de inmediato a enterrar a sus m u e r tos, y luego
abandonaban el campo de batalla. Si triunfaban los atacantes, arrasa-

BARCLEY (a) confirma esto: 73: "In fighting, the men shoot first from
ambush, then in the open, and finally close empty-handed, the object being to
break the opponent's back or neck by wrestling, but they will not mutilate or
torture a foe".
ban y quemaban todo el campamento, y destruían las chozas y todas las
posesiones del vencido. Mucho después de la retirada, los fugitivos se
animaban a acercarse. Veían si quedaba algo por rescatar, un herido
por auxiliar o un muerto por enterrar. Nadie sepulta nunca a un ene-
migo; si excepcionalmente ha quedado alguno, lo dejan en su lugar.
Ocasionalmente lo despojan de sus armas y también recorren el cam-
po de batalla en busca de flechas para volver a usarlas. Nunca vuel-
ven a poblar un campamento destruido.
Una vez avanzada la noche, después del día de la lucha fatal, los
s o b r e v i v i e n t es vencidos se reúnen, lloran a sus muertos y cui-
dan de sus heridos. Desanimados, siguen ocultos durante varios días
y luego tratan de reponer el daño material con trabajo esforzado. A
menudo pasan lareas semanas hasta que se recuperan de las sensibles
pérdidas 129.

Huelga decir que las mujeres nunca intervienen en la lucha y tam-


poco los ancianos. Pero si toda una población es asaltada, cada cual
toma el primer objeto que tiene a mano para defenderse y reducir al
enemigo. Las mujeres demuestran entonces a menudo una insospecha-
da habilidad y fuerza, pues la vida está en juego. Sólo en este sentido
se debe entender la afirmación de GALLARDO: 312 "Algunas veces la mu-
jer ayuda a su marido en la defensa, pero nunca en el ataque. Ella
hace trincheras con los cueros".

d. El botín

Si el fin del atacante es infligir el mayor daño posible al enemigo,


mata a todas las personas a su alcance y destruye todo aquello a lo
que puede poner mano. No quiere apropiarse de objetos extraños, pri-
sioneros o tierras; las pocas flechas que recoge no significan nada pa-
ra él. Lo tranquiliza la conciencia de que ha practicado una retribu-
ción suficientemente adecuada. Su venganza está satisfecha si el suelo
está cubierto de cadáveres, si las chozas son el pasto de las llamas y,
ante todo, si el culpable ha encontrado la muerte. Cada persona, tam-
bién las mujeres y niños, que no puede huir, es muerta a menudo in-
discriminadamente en la furia del combate; pues de este modo el ene-
migo sufre una sensible pérdida.
Aunque nunca fue intención de los vencedores tomar prisio-
neros, en la persecución de los fugitivos a veces prendían a algu-
nas mujeres y niños. Por lo general, dejaban pronto a los niños en
libertad. Para satisfacer su venganza, algunas veces, se llevaban a al-
gunas mujeres o hijas del enemigo muerto si casualmente las encon-
traban. Pero nunca las buscaban expresamente'. El que quería podía

129 El hecho de que el selk'nam sea capaz de demostrar al enemigo generosa


nobleza y reconocimiento ilimitado es comprobado claramente por los aconteci-
mientos relatados por GALLARDO: 312.
13° GALLARDO: 312 escribe al respecto: "Por regla general, terminado el com-
bate se mata a todos los prisioneros, se hace cautivas a las mujeres jóvenes y se
lleva a los perros buenos que se pueden agarrar". Pero yo nunca pude descubrir
apoderarse de mujeres, estuviera el mismo casado o no. "La tribu, co-
mo tribu, no tiene derecho alguno sobre las mujeres cautivas; son pro-
piedad del que las tomó (GALLARDO: 312). Esto sucedía sin mucha pre-
meditación, porque durante la lucha cada uno solamente trataba de
hostigar al enemigo de todas las formas imaginables. A quien podía
alcanzar posteriormente lo arreaba luego hasta su propio campamen-
to. En este estado de ánimo de vez en cuando sucedía que el vencedor,
después de la lucha, violaba a una mujer del grupo vencido. Probable-
mente se llevaban a las mujeres y niños sólo para que, aunque fuera
provisoriamente, el grupo enemigo quedaba disuelto; más tarde se apla-
caba la ira y los vencedores se alegraban si sus prisioneras se es-
capaban.
También ¿para qué les hubieran servido las cautivas? Un soltero
todavía no poseía ninguna choza propia donde la pudiera haber alo-
jado. Un hombre casado tenía que contar con el desagrado de su mu-
jer, porque una extraña hubiera molestado, y no se requería su ayu-
da en la economía doméstica. Mientras permanecía con su nuevo amo,
sin embargo, se le encomendaban trabajos y se le trataba con aspe-
reza. Nunca la hubieran golpeado o maltratado, aunque ella soportara
su destino en silencio y con desagrado. La señora de la choza pronto
se compadecía de ella, o, en todo caso, su descontento crecía diaria-
mente porque esa mujer la estorbaba. La extraña era a la larga una
molestia, y todo el mundo se sentía aliviado cuando, por fin, se esca-
paba '3 '. Una relación agradable no era posible de entrada, por lo cual
algunos despedían irritados, ya a los pocos días, a las cautivas y a los
niños. No se las vigilaba, pues ya se sabía que no iban a durar mucho.
Era una gran excepción que una prisionera se quedara con el ven-
cedor. En el asalto quizá habían muerto su marido y sus parientes, o
su grupo familiar había sido totalmente disuelto, y quizá la trataban
de manera soportable en el nuevo círculo. Entonces se veía mejor si-
tuada aquí que si tuviera que unirse a otro grupo extraño. Sin embar-
go, su permanencia dependía de ella misma, y la puerta siempre es-
taba abierta para la fuga. Por lo general, pronto se casaba con algún
hombre del nuevo círculo.
De todo esto resulta que las mujeres cautivas no servían de nada
para el grupo vencedor, y sólo raras veces un combatiente se intere-
saba en una. Los hombres, cualquiera fuera su edad, nunca eran to-
mados prisioneros. Si se dejaban atrapár, los mataban.

que ellos tuvieran especial interés en los perros. LOTHROP: 88 escribe con mayor
exactitud: "The Ona usually did not torture their male captives, but killed them
on the spot. Women and children who fell into their hands were sometimes killed
in the hect of combat, but were often spared and incorporated in the victorious
group".
131 GALLARDO: 222, 312 es completamente inexacto en su descripción cuando
dice: "Cuando la mujer cautiva intenta escaparse del hogar, es castigada bárba-
ramente y hasta herida con flechas" ... ; porque a nadie interesaba que quedara
en la choza del vencedor.
e. La venganza de sangre

La causa más común para las guerras era la venganza de sangre.


Nadie dejaba impune el homicidio de un familiar próximo. Aunque
para ello no existía una ley fija, esta represalia siempre fue usual. Así
como no quedaba sin castigo ninguna injusticia y ninguna ofensa se-
ria, mucho menos se perdonaba un homicidio, que era, por lo general,
la culminación de una acalorada discusión o la venganza por una gran
injusticia ( pág. 419).
Se hablaba del suceso en el círculo familiar más cercano al difun-
to y, normalmente, el hermano, el padre o el hijo del mismo se decla-
raba dispuesto a llevar a cabo la venganza. Nunca se esforzaban por
investigar los hechos; en su lugar se conformaban con descubrir al
culpable. La familia del muerto insistía ciegamente en una reparación
equivalente. Quienquiera se hubiere hecho cargo de la venganza, man-
tenía un estricto silencio sobre su plan y preparaba su ejecución con
la mayor astucia. El culpable evidentemente esperaba un ataque y se
mantenía oculto durante mucho tiempo o, al menos, bien protegido.
Sus parientes estaban igL almente sobre aviso y se mostraban preocu-
pados por él. El vengador seguía su rastro, perseguía al homicida, se
emboscaba en un lugar adecuado y lo hacía desaparecer con el mayor
secreto posible. Sólo a los familiares más cercanos contaba el éxito
de su venganza, pero nunca lo hacía público. Si el otro faltaba de im-
proviso, entonces sus familiares más cercanos comenzaban a conjetu-
rar lo ocurrido, y, por lo general, acertaban; pero no tenían pruebas
seguras.
Si los allegados al homicida asesinado requerían reparación, un
hechicero tenía que descubrir al culpable del hecho. Entonces esos
allegados tomaban las armas para atacar a los otros que quizá, más
tarde, respondían a su vez con la misma moneda. Un solo homicidio
podía exponer, durante años, a dos grupos a una constante inseguri-
dad y permanente peligro, pues había algunos que nunca se aplaca-
ban ante un ultraje, y que aprovechaban la más mínima causa para
acrecentar su sed de venganza.
A menudo la venganza recaía sobre un he chic e r o, a quien
se responsabilizaba de la muerte de un pariente. Nunca se averiguaba
si era realmente culpable. Aunque, a veces, uno solo se atrevía a ata-
carlo, más común era que todos los partidarios ofendidos se alistasen
para el ataque. Como ejemplo sirva el suceso, observado por mí mis-
mo, en el cual MARTÍN agredió al temido MiNxioL por la muerte de
su hijita (pág. 77). MINKIOL fue asesinado misteriosamente dos
años después.
Sólo cuando un grupo se había debilitado mucho por las repetidas
luchas y no podía atraer a nuevos aliados, abandonaba definitivamen-
te las campañas de venganza.
f. El duelo
Si la causa para divergencias o irritaciones entre dos personas era
de poca monta, de modo que un ataque mayor no se justificaba —se
trataba, por lo general, de calumnias públicas o habladurías difaman-
tes que habían llegado a oídos del interesado— entonces la afrenta se
reparaba en un clásico duelo. También las mujeres entraban en la liza.
No existían reglas complicadas, pues se seguía, según el caso, la anti-
gua y simple costumbre de la lucha libre normal o se organizaba una
discusión verbal. Los familiares y amigos de cada adversario tomaban
el más vivo interés en el desarrollo de la escena y con voces de aliento
animaban a los antagonistas; porque ellos asimismo se preocupaban
por un desenlace feliz. Esta forma peculiar para ventilar divergencias
mayores o menores era un gran placer para todos, porque varias fa-
milias de ambas partes podían divertirse a sus anchas. Estas peleas
verbales se repetían a menudo y eran para muchos una variación de-
seada.

1. La lucha de los hombres


La lucha libre es entre los selk'nam un pasatiempo muy popular,
pero aquí se trata de un combate en serio. Se lleva a cabo de la mis-
ma manera que la lucha libre común que se hace por puro gusto, pe-
ro se desarrolla con creciente fuerza y malevolencia.
Las causas son las ofensas, difamaciones o algún,perjurio oca-
sionado a un hombre, que éste no quiere tolerar. Una opinión despec-
tiva sobre su familia o sus parientes puede irritar a un hombre com-
bativo de tal manera que reta a duelo al culpable. Sus partidarios lo
incitan, lo que acrecienta su valor. No hacen falta muchas formalida-
des ni ceremonias. El ofendido espera hasta que surja en él la excita-
ción necesaria o hasta que se reúnan todos los parientes en un cam-
pamento, a no ser que tenga que ir al encuentro de su ofensor, si éste
vive en un lugar apartado, de modo que deba dirigirse a su choza, jun-
to con sus partidarios. Dentro, al lado o delante de ella comienza, sin
preliminares, a dar rienda suelta a su furia en voz alta para que todos
lo oigan bien. Primero en tono suave y luego con palabras cada vez
más agudas y mordaces comienza a fustigar a su adversario. Aunque
no lo nombre directamente, todos y el adversario mismo saben que
esa diatriba está dirigida a su persona. Si es hábil en el manejo de la
palabra, inicia en el momento oportuno su contestación. Esto enfure-
ce aún más al primero; mientras tanto, los dos, con los ánimos caldea-
dos, se han acercado. Todo esto sólo sucede si ambos creen poder en-
frentarse, si no, el más débil elude el desafío. Incitados por las voces
y gritos de los presentes, que por supuesto han acudido enseguida, los
rivales se van a las manos. La violenta instigación preliminar y los ce-
los crecfrntes hacen que ambos luchen con ganas, se esfuercen al
máximo y con furia desesperada, riñan hasta que finalmente uno ten-
ga que sucumbir, sea que su adversario lo apriete contra un árbol o
lo arroje al suelo '".
Con eso se ha definido, al menos por hoy, la desavenencia existen-
te, en desmedro del vencido. Los parientes del vencedor ex-
presan su júbilo, mientras que los amigos del vencido hacen escarnio
del vencedor pero, en el fondo, dejan entrever su descontento con el
perdedor.
Si uno había resultado derrotado en el primer encuentro por lo
general medía sus fuerzas por segunda y tercera vez con el rival. A
menudo la suerte se inclinaba más tarde a su favor. Así combatían
hasta que el agotamiento hacía que los contrincantes abandonaran.
El que era vencido sufría profundamente por el deshonor, y
sus partidarios se lo hacían sentir a menudo. Por ello buscaba pronto
otra oportunidad para medirse nuevamente con su enemigo. La furia
y el esfuerzo crecían cada vez; no era nada raro que por ello los dos
quedaran malheridos. Aunque nunca había que lamentar una víctima
fatal en estas luchas, podían resultar serios antagonismos que, tarde o
temprano, llevaban a reales combates de enemigos.
Mucho tiempo después todavía se hablaba en el campamento de
ese duelo, se discutían las distintas fases, la posición, las tomas y los
movimientos de los luchadores y en ocasiones pedían abiertamente
que pronto continuara el combate w. Un acontecimiento de este tipo
preocupaba a todo el linaje y a la amplia vecindad, porque todos los
selk'nam disfrutaban de la lucha.

2. El duelo a flechazos
De nuevo me refiero aquí a un conflicto serio entre dos hombres,
considerado como cuestión estrictamente personal, a pesar de que el
grupo familiar tenga gran interés en el asunto. No importa cómo haya
surgido esa pelea, en todo caso suele ocurrir que un hombre que crea
que no puede competir con su rival en la lucha libre, pruebe su suer-
te en la siguiente competición. Considero que es caballeresca
y noble, porque habla en favor de la delicadeza y de los sentimien-
tos aristocráticos de los selk'nam.
Un pariente cercano o un amigo joven del ofendido va, por orden
de él, al campamento del otro y le anuncia su pronta llegada. Ya al
día siguiente aparece el ofendido y se ubica, en lo posible, en un lugar
abierto a poca distancia del campamento. En alta voz desafía a su
enemigo: "¡Aquí estoy! ¡Ahora puedes demostrar tu habilidad!" Éste
no puede sustraerse al reto. Con arco y flecha sale de su choza y toma
112 Cómo se atacan y cómo se defienden lo he descrito con todo detalle al
hablar de las competencias de lucha libre. De la misma manera luchan tam-
bién aquí.
133 LOTHROP: 88 atribuye en general a la lucha demasiadas formalidades. Nues-
tros selk'nam, tan temperamentales y peleadores, tenían poca comprensión y pa-
ciencia para con ellas; por el contrario atacaban con violencia indomable y con
valentía cuando y donde les parecía más conveniente.
posición de pie o de rodillas frente al primero. La distancia entre ellos
es de treinta a cincuenta metros. Cuanto más hábil es el otro, tanto
más se acerca al flechero. El ofendido hace de blanco para el
otro. Está totalmente desnudo y solamente lleva su atavío frontal.
Tampoco ostenta pintura alguna. Mientras que el uno envía una fle-
cha tras otra, el otro trata de esquivarlas, con lo que pretende de-
mostrar que para él no significan gran cosa. A veces se burla del ar-
quero, ridiculizando su mala puntería. Para provocarlo más todavía se
acerca unos pasos a su rival después de cada flechazo. El rival em-
plea toda su pericia, pero en muy raras ocasiones llega a herir al otro
que, por lo general, es muy rápido y ágil. Quizás se le haya acercado
a unos veinte metros de distancia cuando el otro envíe su última saeta.
Una vez concluida esta parte los dos hombres cambian de
papel. El que hizo de blanco toma ahora sus armas, deja que el con-
trario se retire hasta donde quiera y apunta. También éste sabe eludir
los dardos con presteza. No ha sucedido casi nunca que uno de los
dos cayera herido o muerto.
De alguna manera la victoria es adjudicada a uno de los dos y el
perdedor debe restablecer su honor en otra ocasión futura.
Aunque estaba permitido, siempre causaba una mala impresión
cuando algún familiar tomaba el lugar del ofensor, que había tirado
primero, para hacer después de blanco, si el ofensor no se sentía apto
para ello. También aquí se ve que este asunto, aparentemente perso-
nal, casi siempre se convertía en una cuestión familiar " 4 .

3. Las disputas verbales entre las mujeres


No sólo los hombres tienen sus conflictos; el temperamento de
las mujeres tampoco soporta la injusticia o la mofa y con violencia
exige satisfacción. Las diferencias surgen casi exclusivamente por c a -
lumni a s y escarnios, que llegan a oídos de la ofendida. De
inmediato da rienda suelta a su enojo anunciando con claridad a la
culpable que se las pagará caras y todas juntas.
A veces nos podemos encontrar con caracteres efervescentes que
no se contienen un solo instante sino que se toman de los pelos en el
acto, tirandose con violencia de las mechas y se asestan con la mano
libre contundentes golpes al rostro y la cabeza hasta que la sangre co-
rre o un hombre las separa. La comunidad no aprueba esta brutal for-
ma de de f en s a propia y los hombres presentes nunca la to-
leran, pero, a veces, una india se deja arrastrar por la ira. También
ocurre que una golpea a otra con un leño o garrote. Pero estas feas
grescas son muy raras (Véase GALLARDO: 306).
En cambio, a menudo se puede disfrutar de una vocinglera dispu-
ta entre dos mujeres enemigas. Hace tiempo que se guardaban rencor.

134 Las escasas reglas que hay que observar en este duelo también valen
en el juego o en una práctica (compárese LOTHROP: 90).
Cuando se encontraban al pasar siempre había gritos, comentarios in-
juriosos y alusiones ofensivas volaban de aquí para allá hasta que la
medida estaba colmada. Si cierto día, una de ellas estaba arrebatada
por la cólera, se ponía en cuclillas delante de su choza dirigiendo una
s o n o r a d i a t r iba contra su adversaria. Para esta tan deseada
oportunidad se reúnen rápidamente los demás formando un círculo
más o menos cerrado alrededor de las mujeres en riña. Mientras tan-
to, la otra también ha tomado asiento delante de su choza o a escasa
distancia de la oradora. Todos los presentes escuchan atentos cada pa-
labra, y demuestran su curiosidad o asombro por todo lo que se está
diciendo y, particularmente, sobre lo malo que se dice de la otra. Las
expresiones son fuertes y groseras, los argumentos nada delicados y
despiadadamente se sacan a relucir todos los trapitos al sol. La mujer
sabe articular cada palabra con tanto vigor, que los duros sonidos ex-
plosivos guturales tienen el efecto del chasquido del látigo.
Durante veinte minutos aproximadamente la locutora expele su
mejor reserva verbal, mientras que la enemiga se mantiene muda, so-
portando los insultos y preparando su contestación, que co-
mienza cuando la otra termina. También ella sabe presentar una linda
lista de cositas de la vida privada de su rival, para arruinar su buen
nombre y destruir su imagen con su salvaje escarnio. El público grita
y patalea de placer, cuando escandalosas acusaciones caen densas so-
bre aquella mujer, que, como antes su contrincante, está ahora sopor-
tando muda y a la espera de su turno. Apenas termina de hablar la
segunda, cuando le toca nuevamente a la primera, estimulada ahora
por los insultos y por quienes la rodean.
Cada una de las furiosas mujeres toma la palabra cuatro o cinco
veces y la disputa se prolonga durante dos o tres horas. Al cabo se
han agotado las reservas de groserías y vituperios, la excitación se ha
calmado un poco y también el auditorio está saturado. Entonces una
de las dos vuelve a su choza y la otra también se va. Entre las amigas
todavía hay interminables discusiones, algunos improperios en
voz alta contra la enemiga cruzan el poblado hasta que por fin hay
tranquilidad. En los próximos días la conversación de las mujeres, jun-
to al fuego o durante el trabajo, gira en torno de aquel duelo verbal
y alguna persona repite con fruición ciertos detalles picantes que fue.
ron descubiertos allí. Una u otra de las protagonistas, a veces, se aver-
güenza de tal modo que abandona con su familia apresuradamente el
campamento. Todas las debilidades de carácter, desagradables formas
de ser y alguna costumbre molesta de ambas han sido censuradas sin
piedad y comentadas con saña. Las peores groserías han completado
la enumeración de culpas y cada una de las dos ha sido cruel y bochor-
nosamente agraviada.
De cualquier modo que se quiera juzgar esta competencia de vitu-
perios públicos, es comprensible que para ninguna mujer sea agrada-
ble que la desafíen a tomar parte en ella. Incluso la que la inicia no
está segura de salir airosa. Por ello, en general, todas las mujeres se
comportan con sumo cuidado respecto a las otras y no dejan salir a
luz nada que pueda reprochárseles más tarde. De todos modos, el au-
tocontrol de cada una de las dos contendientes es digno de elogio, por-
que durante veinte minutos o más se aguantan calladas y quietas, mien-
tras se derraman sobre ellas los peores insultos hasta que les vuelve
a llegar el turno. El desprecio y las pullas de las oyentes mortifican
en extremo a ambas.
Las costumbres descritas iluminan claramente una c a r a c t e-
r í s ti c a peculiaridad de los selk'nam a saber: que no sopor-
tan la injusticia ni dejan olvidar ningún agravio, por más que tengan
que esperar la oportunidad para descargar su venganza. Todo esto
crea en cada uno de los grupos de toda la tribu inquietud e inseguri-
dad casi constantes, y desconfianza de unos frente a otros, que, a ve-
ces, no concluye durante toda una vida. Todos deben estar siempre
atentos, porque nadie sabe si, en alguna parte, acecha un enemigo o
si un hechicero urde su maléfica trama o mantiene los ojos abiertos
buscando pequeños errores y deslices. Ya a los niños varones se les
inculca y enseña a estar constantemente alerta. Casi todos los adultos
creen aprensivamente ver en tal o cual individuo un enemigo especial,
y algún suceso dudoso y quizás inocente es interpretado como un ata-
que enemigo, y nuevamente azuza la desconfianza y las dudas. Los he-
chiceros causan mucho daño, y como son denunciantes profesionales,
declaran culpable u hostil a cualquier individuo. La excesiva descon-
fianza de que se nutre una sed de venganza desmedida, resultó ser
causa constante de perturbación de la paz para los selk'nam, que nun-
ca encontraron un equilibrio definitivo y formal'". De muchos suce-
sos históricos y de algunos mitos que los indios cuentan con placer y
satisfacción, podemos deducir qué profundamente arraigado está el de-
seo de venganza en el espíritu de nuestros indios ' 3'.
Del temperamento pendenciero y vengativo de los selk'nam pode-
mos deducir de todos modos que son un pueblo valiente e intrépido,
porque la cobardía o la timidez no tiene lugar entre ellos. La temeri-
dad y la impetuosidad son fatales para algunos individuos y, para un
grupo mayor, scn motivo para renovadas emociones. Estos hijos de la
naturaleza no conocen una paz continua y una vida sin disturbios; casi
parece como si, junto a la caza, plena de variación y la intranquila li-
bertad, el temor a los enemigos malévolos o a los desconfiados veci-
los mantuviera con el espíritu vigilante y siempre activo

135 LOTHROP: 90 describe una complicada ceremonia "making-peace", de la


que yo nunca escuché nada, y que, a mi juicio, nunca habría podido practicarse en
las luchas y asaltos serios, por el temperamento de los selk'nam.
136 De todos modos habría que cuidarse de exageraciones como las que veo
en las siguientes palabras de LUCAS BRIDGES: "There are few Ona over thirty
years of age who have not killed one of their own people in revenge" (MM:
XXXIII, 87; 1899). Si se incluyen las víctimas de los asaltos tan comunes, este
cálculo puede ser más o menos acertado para una época pretérita.
137 Comparar esta exposición con los datos más escuetos de BARCLAY (a):
63, Bollo/atan (e): 58, GOJAZZI: 64, DABBENE (b): 263, GALLARDO: 310, LOTHROP: 87
y MARABINI (en BS, 1897).
F. Los deberes sociales y generales
Los selk'nam constituyen una unidad tribal independiente basada
en una comunidad étnica y en la limitación geográfica. El derecho y
las costumbres dominan a todos por igual y cada uno es responsable
de sus propias acciones. El pueblo como unidad no es regido ni guia-
do por ningún caudillo o jefe, y la totalidad se divide en fa-
milias que mantienen una total independencia y no están unificadas
por ningún poder supremo (pág. 287). Las obligaciones y deberes de
cada familia, en el sentido más estricto de la palabra, están reglamen-
tados exactamente por costumbres que provienen de tiempos inmemo-
riales, cuya fiel observancia asegura la continuidad del pueblo entero
libre de toda traba, porque la familia misma prospera óptimamente
(pág. 334).
Más allá de este estrecho marco se proyecta esa laxa unión de al-
gunas familias que están ligadas entre sí por lazos de sangre forman-
do en realidad grupos de parientes o linajes (pág. 397).
Están separados sólo geográficamente, es decir, poseen ciertas regio-
nes con límites precisos, de las cuales tienen el usufructo de todos los
bienes naturales '". El centro de estos linajes es el kemal, que, por su
buen ejemplo y por sus palabras benévolas, influye sobre otros pero
sin ejercer poderes especiales (pág. 399). De todas formas, jurídica-
mente todos son libres de ir a otro territorio familiar para vivir siem-
pre allí, si los propietarios están de acuerdo. Ningún compromiso obliga
al individuo a permanecer en su suelo natal. Aunque cada uno des-
ciende de un ancestro mitológico o, al menos, del primer propietario
de este territorio. no tiene obligación alguna hacia él, como sí la tie-
nen las uniones totémicas. En general sólo les deben veneración y re-
verencia.
Los linajes familiares mantienen recíprocamente relaciones amis-
tosas o enconadas enemistades. Entre ellos casi no había por lo general
contacto alguno, aparte del comercio de canje. No pueden ser con-
siderados uniones de clanes establecidos ni grandes familias organiza-
das con gobierno patriarcal. porque cada uno puede sustraerse a esta
organización poco rigurosa. Totalmente libres son además las asocia-
ciones para cacerías colectivas y fiestas, para luchas, competiciones y
celebraciones masculinas. Aunque falta una constitución estatal orde-
nada, las uniones laxas de linajes indican que ya existe
una unidad social superior. Esto salta a la vista de quien viaje a través .
delaIsGrnobvlpequñsadocmpents
donde se congregan algunas familias. Estas agrupaciones dependen to-
talmente del azar, tanto en su extensión temporal como numérica. Hoy
quizás se juntan diez familias, pero despuéá de unos días sólo quedan
seis, porque seis partieron en fechas diferentes en cualquier dirección
y otras dos llegaron. Estas asociaciones ocasionales no forman ni no-

138 "Clan, gentes, moieties, and the other divisions commonly found in
primitive society were unknown to the Ona, who were split into bands based on
consanguinity and the necessity of maintaining their right to hunt over certain
territory" (Lon-toP: 84).
minalmente un organismo social, porque no actúan unidas según un
programa para una determinada finalidad y carecen de una jefatura
especial con poderes coercitivos. De todos modos, el sentimiento de
comunidad mantiene unidos a todos los selk'nam, más a lós miembros
de un mismo linaje que a los propios linajes entre sí.
Cuando he hablado de la sucesión por derecho paterno (pág. 405)
he querido decir solamente que los hijos reclaman la propiedad terri-
torial por el mismo título jurídico que corresponde a su padre. Esa
propiedad sigue perteneciendo a todo el linaje.
Con tal de que estas instituciones sirvan al bien común o propor-
cionen ventajas a la generalidad, pueden valer como principios
de una organización estatal. Sin lugar a dudas, tam-
bién entre los selk'nam actúa una autoridad suprema, por indetermi-
nada y tenue que sea su relevancia y por más relegada que esté detrás
de la sólida organización de la familia individual. Seguidamente vere-
mos en detalle cómo la autoridad pública estatal, a pesar de todo tam-
bién se impone aquí.

a. Derecho y costumbres
Los selk'nam no conocen una separación clara ni una explicación
para estos conceptos. Yo mismo sólo pretendo indicar cómo el orden
general sostiene y arrastra, esto es, cómo las costumbres resultan de-
terminantes. La inmutabilidad que han conservado los usos y costum-
bres desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, y la fideli-
dad con que cada indígena se atiene a ellos, demandan una explicación.
No existen leyes escritas ni medidas de fuerza exteriores 139 .
El sistema del orden existente deriva de Krós, "que ha instituido
todo aquí". Como lo hizo "por orden de Tgirtákkel", se explica la c ó-
ercitiv i dad general de ese orden. Desde entonces cada gene-
ración mantuvo estrictamente esos mandamientos, porque la venera-
ción que rinden a la tradición ejerce la mayor fuerza sobre ellos. De
esta manera todo se convirtió en hábito, es decir, en fuerza determi-
nante para el futuro. "¡Siempre fue así!" dicen para fundamentar su
forma de proceder actual. "¡Nosotros nos manejamos como lo hicie-
ron nuestros antepasados!" también vale como razón. La tradición, los
hábitos, las costumbres adoptadas son, por lo tanto, normas de vida
y guía para todos. Aquí no hay discusión sobre interpretaciones; tam-
se murmura, y mucho menos hay cambios.
Ahora se comprende que sólo con amargura y temerosa preocupa-
ción por la existencia del propio pueblo, los ancianos tuvieron que
aceptar innovaciones impuestas por la invasión de los europeos todo-
poderosos (pág. 159). Aludo con esto a una mayor indulgencia frente

139 GALLARDO: 356 dice, como valedero para todos: "Existen reglas que tienen
toda fuerza. En consecuencia, el ona no puede hacer lo que quiere sino lo que por
esas leyes morales debe hacer". Pero si luego afirma que las mujeres tienen "la
mayoría de las obligaciones" y los hombres "los privilegios", se contradice consigo
mismo y también contradice evidentemente la realidad.
a los candidatos del Klóketen y a las relaciones más libres entre los
sexos en la juventud y la edad adulta.
De la reverencia por el pasado venerable pro-
vino para los mayores aquel compromiso especial de transmitir lo he-
redado a la generación siguiente. Cada adulto sentía esa obligación y
trataba de cumplir con ella. Fundamentando las más importantes ins-
trucciones y exhortaciones a los niños, siempre se referían al hecho de
que "todos debían conducirse como siempre se acostumbró entre los
selk'nam" (pág. 382). Lo que fue antigua costumbre vale ahora y para
siempre.
Muchas cosas contribuyeron a impedir que desapareciera un ápi-
ce de los usos o que se perdiera algo de ellos en el olvido. A menudo
se juntaban las familias [naturales 1 o los grupos menores, que se en-
contraban ocasionalmente o volvían a visitarse. Cada cual sabía contar
de su propio pasado o sobre la gente de entonces; relataba los acon-
tecimientos de la caza y, en las grandes fiestas, ensalzaba el celo de
los mayores por las costumbres. Minuciosamente describía la forma
de vida y el derecho tribal, ejemplificado por sucesos e instituciones
reales o animado por las experiencias propias, de modo que las nor-
mas imperantes se debían imprimir claramente en el almá de cada
miembro de la tribu. Refiriéndose a la actitud y a la actuación de los
parientes o los antepasados, explicaban el genuino y correcto modo
de ser selk'nam. La juventud veía y escuchaba cómo se practicaba tal
o cual uso desde épocas ancestrales. Durante largos meses, y repeti-
damente durante los años de la niñez y la juventud, el individuo apren-
día todo el derecho consuetudinario, ya fuera en las instrucciones y
advertencias que todos los varones y niñas recibían ampliamente, ya
por el frecuente trato de las familias. Los adultos habían visto, oído
y experimentado tanto que podían explicar e interpretar, con toda pre-
cisión, cada costumbre individual con determinados ejemplos o histo-
rias vividas.
De por sí, la invariable naturaleza que los rodeaba hubiera i m -
posibilitado ciertas innovaciones. La economía domés-
tica, como existe hoy, aprovecha desde hace siglos al máximo todos
los bienes que su patria le brinda y es la más perfecta adaptación a
su ambiente. El contraste existente entre la gente del norte y la del
sur, originado, en parte, por las condiciones naturales externas, obli-
gaba a los miembros de ambos grupos a perseverar con mayor fide-
lidad aún en su singularidad, porque cada cual tenía en mente las ca-
racterísticas de los otros.
Las buenas costumbres antiguas recibían del amor propio y del
sentido del honor de los adultos el mayor apoyo. El que dis-
frutaba del mejor reconocimiento era aquel a quien los demás consi-
deraban un "buen selk'nam". el que conocía a la perfección la mitolo-
gía y el modo de vida de los antepasados, el que era diestro en mu-
chas habilidades y ejemplar en la conducta. Todos se esforzaban más
o menos por adquirir esta buena reputación, aunque no alcanzaran la
perfección. Era vergonzoso y deshonroso hacerse sospechoso de "no
ser como los selk'nam de antaño". Todos podían comparar sin esfuer-
zo el propio comportamiento con el de los demás. Con frecuencia se
analizaban despiadadamente los errores y características de alguno.
Los jóvenes y los viejos prácticamente no podían ignorar lo que era
la tradición, y el respeto por el patrimonio exigía conservar y culti-
var fielmente aquella buena y vieja manera selk'nam.
Se di f e r en c i a b a entre las faltas contra el orden vigente
según su mayor o menor gravedad. A la larga nadie
podía disimular ni ser un hipócrita tan artero como para que los de-
más no reconocieran con certidumbre su verdadera naturaleza. Un
enemigo era juzgado con mayor severidad, mientras que, con los ín-
timos amigos o los parientes más próximos, a veces eran más indul-
gentes. El que causaba un daño a un enemigo incluso era ponde-
rado; perjudicar, aunque ligeramente, a un pariente era castigado
severamente. Un único desliz se perdonaba con mayor facilidad, pero
implacablemente se criticaba al reincidente. El grupo familiar no podía
imponer castigos a un individuo vicioso, pero arruinaba su buen nom-
bre y evitaba toda relación con él. El juicio dictaminado por la opi-
nión pública hería al infractor en su punto más sensible, y revertirlo
costaba mucho esfuerzo. Agudos son los ojos de los vecinos y, ante
ellos, no es posible ocultar nada, si fueron ofendidos más de una vez
por las faltas de cierta persona. Nunca se dice a un hombre lo que
siente la mayoría o lo que ésta piensa de él; pero, por la actitud de
rechazo que demuestran los demás, cada uno puede deducir el poco
aprecio que le tienen. A un ladrón, por supuesto, lo persiguen con gri-
tos, a un glotón lo señalan con el dedo, un marido grosero es adver-
tido seriamente por los parientes de su mujer. Otros errores casi nun-
ca se le mencionan al culpable. Otra cosa es el duelo verbal entre dos
mujeres (pág. 431) °.' 4

Para disfrutar de una buena fama y gozar de prestigio entre los


demás, el selk'nam se esfuerza por proceder intachablemente, a fin de
cumplir con las costumbres de los antepasados. La ambición y
el amor propio surten más efecto sobre él que severas regla-
mentaciones policiales: "Los onas se respetan tanto entre sí, que nun-
ca atacan los derechos de los demás sin que la opinión pública, único
juez en estas agrupaciones, condene la acción, y ese juicio es temido
porque el ona desea ser mirado con respeto, con cariño y más que todo
ser admirado" (GALLARDO: 357). Todos sienten amargamente el des-
precio y la humillación de la sociedad. Ciertamente se acuerdan, a
es, de los castigos que el Ser Supre • suele imponer; pero incom-
blemente más eficaz es la preocupe 14 0 i por un buen nombre. Si
'

a guien vulnera sus derechos personaleg se procuran amplias satis-


facciones, de acuerdo con las circunstancias, pues el selk'nam no per-
dona nunca (pág. 433). Casi nunca se prodigan encomios por hechos
heroicos, pero el respeto por el que los consumó se incrementa con-
siderablemante. Al que comete infracciones contra el derecho y las bue-
nas costumbres, se le retira totalmente la estima.

14° Sólo en este sentido quedan en pie los casos aislados enumerados por
GALLARDO: 357.
b. Virtudes sociales
Puesto que el selk'nam quiere valer ante los suyos, mantiene un
porte digno y alterna con los demás con delicadeza. Sus reglas de ur-
banidad divergen de los conceptos europeos, pero se basan en una
gran autodisciplina. Sus modales carecen de solemnidad y de ceremo-
niosidad compleja; más bien da la impresión de ser un individuo ob-
tuso, insensible o mal educado. A pesar de ello, nos encontramos con
expresiones claras de nobles sentimientos e hidalga humanidad.

1. Modales indígenas
En las relaciones con los demás el selk'nam evita el ruido, la agi-
tación y las actitudes vehementes y desenfrenadas. En lo posible, se
comporta con sencillez y sin llamar la atención. Cada uno se respeta
a sí mismo y se fija en su aspecto exterior para que otros lo admiren
y elogien.
La pulcritud y la limpieza siempre son una buena recomen-
dación. El que anda sucio y rotoso no hace buena impresión (pág.
201). Antes de que lleguen visitas, las mujeres ordenan su pelo, se vis-
ten con su mejor capa de piel y se pintan la cara. Se comportan de
modo cuidadoso y reservado; porque son vanidosas y les importa la
buena opinión de los demás. Si llegan huéspedes a su choza, se asean
rápidamente y asean a sus hijos, se frotan el cuerpo con tierra colo-
rante roja seca, quizás se lavan la cara y rápidamente ordenan sus
cosas, para dar la mejor impresión. Fingen que ese orden es cosa de
todos los días.
Con prudencia y astucia el hombre se reserva su juicio sobre el
prójimo. Espera en silencio, y observa todo. Por más deferente que
se muestre, nunca se sabe qué pensamientos oculta su mente; sorpre-
sivamente se puede descubrir que su opinión es justamente la contraria
de la que se esperaba. Controla totalmente su apariencia. Admiran
al que se disciplina severamente, domina sus ojos, cuida su lengua
y no permite que lo saquen de su imperturbable y estática acti-
tud. El indio sólo abandona completamente su reserva y muestra su
auténtica forma de ser en la conversación íntima, en ocasión de las
grandes competencias o a solas con un amigo íntimo. Ante otros, no
revela nada que le pueda valer una opinión negativa.
Con gusto mantiene el porte erguido al estar sentado o parado sin
atormentarse por ello. Las pocas palabras que pronuncia son medidas
y certeras, sus ojos conservan preferentemente la misma dirección
con los párpados algo bajos. Casi cada movimiento parece calcu-
lado, si está frente a otros. Pero, si se encuentra solo o entre sus
familiares más directos, entonces se estira cómodamente y se abando-
na sin trabas. Aun aquí, sin embargo, los padres actúan con cierta dig-
nidad ante sus hijos. Con los demás se habla en voz baja, no se rezonga
ni se discute prolongadamente. Un solo grito es suficiente para ad-
vertir a los niños traviesos o a los perros. Al moverse, caminar o tra-
bajar, en lo posible, no se hace ruido. El europeo se tiene que acos-
tumbrar a esta aparición y desaparición silenciosa de los indios. Al
principio, se asusta cuando repentinamente percibe que hay dos o tres
personas de pie detrás de él o busca asombrado con la vista a quienes,
un momento antes, todavía estaban sentados a su lado.
Este comportamiento extraño, pero comprensible, fue interpreta-
do de modo totalmente erróneo por algunos europeos 141 ; porque, aun
frente a objetos y dádivas europeas, el indio conserva la misma re-
serva muda que ya había llamado la atención de los primeros nave-
gantes.
El indio demuestra un control muy riguroso cuando extraños o
parientes lejanos lo invitan a comer. Jamás, aunque esté desfa-
lleciente, deja que noten que está con hambre. Tampoco diría nunca
que tiene necesidad de comer. La etiqueta requiere que no coman mucho
ni con prisa y, ante los demás, todos se atienen a ella. Pacientemente
esperan y aceptan algunos bocados como si los estuvieran forzan-
do, comiendo en todo caso muy lentamente. Un comilón inmedia-
tamente perdería su buen nombre, porque enseguida le apodan káltv-
kat = zopilote. Este insulto repugnante es muy temido. Aparte de este
comportamiento formal frente a extraños, es decir en el seno de su fa-
milia o con sus amigos, después de una fatigosa caza o excursión, ca-
da uno se llena tanto el estómago que éste llega a sobresalir visible-
mente; pero aun en esos casos evitan comer apresuradamente y con
ansiedad. Cuando los indios se reunían junto a una ballena arrojada
a la costa, cada uno trataba de aventajar al vecino con su desmesura.
A los niños se les enseña a no comer con avidez: "the Ona youth was
schooled to endure cold, fatigue, hunger and thirst without, outward
display of his feelings" (LomaoP: 92). De la misma manera se domi-
nan en la bebida. El indio no encuentra placer a la larga, en una ali-
mentación desmedida. Aparentemente tiene la impresión de que se re-
baja con ello y, además, se contiene por el deseo de mantenerse esbelto
y ágil. La obesidad se considera fea. Casi nunca ha habido individuos
barrigudos entre estos indígenas, pero sí entre los colonos.
A los ojos de un europeo, la comida misma no se desarrolla de
modo muy apetitoso. Se sostiene la carne con una mano o con las dos,
arrancando grandes pedazos con los dientes. Las partes duras se escu-
pen al fuego. Los dedos se chupan y la grasa que chorrea por la boca
se limpia con la palma de la mano. Las manos se pasan por ceniza o
arena, y luego por el vellón de la capa de piel. También acostumbran
112apiarlas en los postes de la choza.
Esta gente es muy escrupulosa al hacer sus necesidades
f i s i o l ó g i c a s, tema del que no se habla nunca. Nadie osaría
acompañar a otro en este caso. En el momento adecuado se alejan si-
lenciosamente e incluso para orinar se retiran mucho del campamento

141 LOTHROP: 91 me apoya en esta apreciación: "Living in a state that placed


f ortitude and physical endurance at a premium, it is but natural that their code
of etiquette forbade the display of emotion or eagerness which might be mistaken
for cowardice and agitation". Algunos visitantes de Tierra del Fuego efectivamente
interpretaron mal esta actitud.
(pág. 206). Si dos o tres, casualmente, toman el mismo camino, se se-
paran varios pasos antes de detenerse en un lugar escondido. Uno
nunca se topa con excrementos humanos cerca del campamento. A al-
gunos jovencitos que, como típicos pillos, a veces quieren ahorrarse
un camino largo, les vuela un leño por detrás, si los ha visto un adul-
to. Es indecoroso expulsar ventosidades en presencia de otros. En cam-
bio se eructa ruidosamente con gran placer. Los mocos de la nariz se
limpian con el pulgar y el índice y luego se arrojan al fuego. Todos
escupen constantemente y con estruendo levantan gargajos desde pro-
fundidades abismales, y, por su mucha práctica, aciertan escupiendc
directamente en el fuego y también por encima de las cabezas de los
demás. Se estornuda con la boca abierta y la cabeza erguida de modo
que el vecindario es regado con una buena lluvia de saliva. Uno se
rasca la cabeza y el cuerpo ante los demás porque los piojos pican
constantemente, y no es raro ver que alguno se deje rascar por otro
en lugares de difícil acceso. Yo mismo he visto repetidamente cómo
varias personas se raspan con las uñas de los dedos de las manos los
espacios entre los dedos de los pies. Todos lucen las uñas gruesas y
cortas con un borde de luto renegrido. Pero, por el contrario, una mujer
nunca se peina ante otras personas. Cuanto menor negligencia alguien
demuestre en su modo de estar sentado, más distinguido es su porte ...
¡Las reglas de urbanidad fueguinas nos resultan muy extrañas!

2. Las relaciones privadas

La llamativa reserva y tranquilidad que el selk'nam conserva en


su actitud estrictamente personal, se ve acrecentada en su relación con
extraños, visitantes y europeos. Más de uno de estos últimos no ha
entendido este silencioso y parco modo de ser, interpretando mal la
mentalidad de los selk'nam. Justamente ante un blanco o ante un miem-
bro de alguna tribu vecina, el indio sella sus labios y nunca se da abier-
tamente. Cuando se encuentra junto a hermanos de tribu menos cono-
cidos, su gran desconfianza lo obliga a cuidarse.
Los indios necesitan mucho la sociedad y el entretenimiento, por
la larga reclusión en que vive la familia individual. Las visitas
no son tan raras, por lo general como para que no se vean los miem-
bros del gran círculo familiar. A menudo se encuentran pequeños gru-
pos que, día a día, van recorriendo amplios territorios. Si entre ellos
hay temperamentos afines o algún bromista gracioso, la velada es ame-
na y animada. Un anciano elocuente, con gusto se ve rodeado de nu-
meroso público, ante el cual no se cansa de contar diversas experien-
cias y observaciones de su larga vida, de la mitología o de los hechos
de sus parientes. Una buena memoria hace de estos indios cautivan-
tes narradores de una riqueza inagotable. Si se encuentran viejos ami-
gos que no se han visto durante mucho tiempo arman allí mismo sus
chozas para contarse todo lo que les aconteció en ese lapso. En pre-
sencia de un compatriota extraño, se moderan en la conversación.
Donde sea y cuando fuere que las visitas se reúnan, por lo gene-
ral, se acomodan de manera que los hombres y las mujeres confor-
men grupos separados. Cada uno tiene otras cosas para
contar. Así es la costumbre, y la separación se da con toda naturalidad.
Durante la charla nunca se pronuncia el nombre de uno de los pre-
sentes. Éste sabría, al oír que lo nombran, que están hablando de él
e inmediatamente desconfiarían. Los pocos participantes de esa con-
versación, en voz baja lo describen con circunloquios tales como "el
que está sentado frente a mí", "el que está comiendo", "el que vive
más lejos", "el que cazó ayer dos guanacos", etc. Tras estas frases se
esconden los hablantes.
Con la misma precaución se evita n o m b r a r a los vecinos;
podría ser que estén escuchando y sospechen. El selk'nam es de una
fina sensibilidad '^'. No acostumbran tampoco decirse lisonjas ni gas-
tan cumplidos para los vivientes. Los familiares celebran y enaltecen
entre ellos la propia ascendencia, especialmente a los más remotos
antepasados; pero el amor propio y la ambición impiden que reconoz-
can abiertamente grandes hechos de algún contemporáneo. En vano
se buscan en Tierra, del Fuego palabras amistosas hacia otros, afecta-
ción cariñosa con los seres queridos, expresivas efusiones de amistad,
amor o lealtad con los huéspedes 143 . En las competencias, en cambio,
expresan su reconocimiento y su aplauso.
Los indígenas son muy celosos del cónyuge. Parientes y ami-
gos hablan entre ellos sobre este hombre o sobre aquella mujer, nom-
bran sus virtudes y defectos en conversaciones íntimas y juzgan con
gusto su belleza física y sus habilidades; pero nunca comunicarían
sus ideas directamente a la persona en cuestión. El que quisiera de-
cirle a un hombre que su mujer es hermosa, se vería en situación
muy embarazosa. Éste es el auténtico, verdadero modo de ser de los
selk'nam.
En estas características encaja muy bien la total ausencia
de fórmulas de salutación. Los miembros de una fami-
lia no usan fórmulas como "buenos días, buen provecho", etc., en la
vida cotidiana, y tampoco expresan buenos deseos o un saludo cuan-
do se encuentran o cuando se separan. El europeo se desconcierta to-
talmente cuando ve con qué falta de ceremonia y cumplidos se en-
cuentran los niños con sus padres o un amigo con otro, incluso cuando
hace tiempo que no se ven: sin un abrazo, sin tenderse la mano,
sin una palabra afable, sin sonrisa de sorpresa o contento 144 . A pesar
rgas separaciones se comportan como si siempre hubiesen per-
We cido juntos.

142 Los parientes de un difunto u otras personas en presencia de aquéllos

nunca mencionan su nombre, para no renovar el dolor por su muerte.


143 Pero su relación con los niños es sumamente cariñosa y espontánea (pág.
364). ¡Los adultos se comportan entre ellos de otra manera! Todo esto lo confirman
las valiosas y detalladas indicaciones de BORGATELLO (c): 60.
144 "No dan la mano, ni tienen ademán alguno que pueda interpretarse como
un saludo" (GALLARDO: 392). Los yámana, en cambio, tienen distintas formas de
saludo y las usan constantemente.
Aún hoy no puedo sobreponerme a la desilusión que tuve cu O
KNOSKOL entró inesperadamente en la choza de su padre TENENESK,
después de una ausencia de varias semanas que había pasado junto
al Canal de Beagle. Antes, sus padres habían hablado con anhelo de
él; ahora entraba en la choza, mirando apenas hacia aquéllos y hacia
mí, y se sentó junto al fuego para calentarse. KAUXIA, su madre car-
nal, le preparó, a la media hora, un asado. En silencio y con toda
tranquilidad lo comió. Después de otra media hora, luego de haber
comido, dijo a media voz y como hablando a solas: "¡Ya he llegado!"
Esto ocurría cerca de las seis. Hasta la hora de dormir quedó allí, sin
pronunciar palabra. Nosotros permanecimos constantemente en la cho-
za y nadie se atrevía a dirigirle la palabra. Tan sólo al día subsiguien-
te, se sintió animado a hacer algún comentario a su padre sobre la
razón de su llegada. ¡El padre nunca se lo hubiera preguntado por
iniciativa propia! ... Quien quiera juzgar la disposición interior de un
selk'nam sobre la base de observaciones parecidas, se equivocaría to-
talmente. En lo que se refiere a este episodio, por ejemplo, sé positi-
vamente que los padres estaban sumamente felices de tener con ellos
a su hijo.
Tampoco saluda un viajero que viene desde muy lejos cuando en-
tra en la choza. Se detiene unos momentos, hasta que el dueño de ca-
sa le indica con el dedo un lugar junto al fuego, al cual inmediata-
mente se dirige. Una visita nunca es una sorpresa, porque la llegada
de la persona que se acerca es anunciada por el escandaloso ladrido de
los perros. Hay que espantar a los embravecidos animales antes
de que el hombre pueda llegarse hasta la vivienda. Un forastero o un
enemigo que se haya acercado sigilosamente al campamento o a la
choza debe contar con una defensa armada (véase LOTHROP: 93). Lo
más seguro es llegar de modo que los moradores puedan observar al
visitante bastante tiempo mientras se preparan para recibirlo '". El
indio puede confiar plenamente en la vigilancia de sus perros guar-
dianes.
El que quiere partir después de una visita más o menos prolonga-
da, por cierto no discute largamente su plan con el dueño de la choza,
sino que, en silencio, junta sus cosas. Por lo común se levanta y se
va sin comentario; a veces sólo dice: "¡Me voy!" y el otro contesta:
"¡Vete!"
Todo esto se aplica a los individuos que entran directamente en la
choza de amigos y parientes. Nadie les impediría la entrada. Lógica-
mente se les prepara un lugarcito para el descanso nocturno. Familias
enteras erigen, con toda libertad, sus chozas junto a las ya existentes
en el lugar y no preguntan ni por un vecino ni por el otro. Todo acon-
tece sin formalidad alguna y sin intercambiar palabras con nadie. Ja-

145 Aunque nuestros selk'nam no apostan guardias ni de día ni de noche,


mantienen constantemente abiertos sus ojos agudos. "De día siempre observan
a la distancia para descubrir si se levantan columnas de humo que leS anuncien
la presencia de otra tribu, y que (sic) cuando viajan fijan su atención en el suelo
y en el ramaje que les rodea para descubrir rastros que les indiquen el - paso
de gentes."
más expresan desconsideración manifiesta contra un visitante, aunque
éste sea un enemigo.
Aunque en general evitan toda expresión de afecto, no se
aplica esta actitud para personas especialmente ligadas entre sí y que no
se han visto durante cierto lapso; por ejemplo padres e hijos, abue-
los y nietos, los recién casados o los enamorados cuando saben que
nadie los observa, se besan por amor y cariño. Apoyan la boca sobre
el rostro, la cabeza o los brazos de la otra persona y después de unos
instantes la vuelven a desprender silenciosamente; pero nunca juntan
los labios con una ligera aspiración se llama wiwásten. Con regocijo
los labios con una ligera aspiración se llama wiwásten. Con regocijo
una madre toca, lamiendo con la punta de la lengua, alguna parte del
cuerpo o de la cara de un lactante, lo que se llama = wiekáten. Entre
otras personas no corresponde este intercambio de caricias, o, por lo
menos, nunca las practican ' 4".
Los parientes más próximos se abrazan a veces. Para ello se acer-
can muy juntos, pasan los brazos bajo las axilas y así se sostienen
abrazados unos pocos segundos. Esto lo practican con gusto la madre
con los hijos, así como hombres mayores y, muy de vez en cuando,
adultos jóvenes de distinto sexo. Si los amigos íntimos y queridos se
encuentran inesperadamente en sus correrías, no reprimen signos de
alegría por la grata ocasión. Extienden los brazos horizontalmente ha-
cia el amigo con las palmas hacia arriba y caminan así al encuentro
del otro 147 . Con animación se interrogan mutuamente sobre el tiempo
y la caza, sobre su procedencia y su destino, sobre los últimos aconte-
cimientos personales y todo tipo de sucesos, para volver a separarse
luego sin formalidad alguna.
Los visitantes, sentados unos junto a otros, llevan la c o n v e r s a-
c i ó n de un modo peculiar, sujeto a ciertas reglas. Exteriormente la
actitud es totalmente desenvuelta y podría creerse que son amigos ín-
timos. El recién llegado nunca inicia la conversación con charla ani-
mada. Por un buen rato está de cuclillas junto al fuego sin echar mi-
radas curiosas a su alrededor. Tan sólo al rato empieza a comentar
nimiedades, habla del tiempo, de la caza en su tierra, menciona las
impresiones de su viaje y las dificultades que tuvo que superar. En su
parca exposición se limita a superficialidades. Aunque la curiosidad
auditorio sea granoboadie formularía preguntas para profundizar
tema. El visitan evita temeroso cualquier referencia negativa
stas gentes, a sus antepasados y, más aún, cualquier comparación
con las condiciones de vida en su patria. Informaciones poco propicias

k° GALLARDO: 140 habla de "una especie de beso muy largo, haciendo suc-
ción", pero limita la costumbre también a padres e hijos. Esta descripción encaja
perfectamente en lo que yo dije sobre el beso (pág. 366).
147 Mis informantes no aceptaron lo que DEL Tueco escribió (en SN: X, 146,
1904) "sobre los usos cuando una tribu se encuentra con otra ... Antes de reunirse
inclinan ante sí tres veces su frente a distintas distancias". Porque los selk'nam
nunca se inclinan ante nadie.
como decesos, riñas, enfermedades, etc., las relega para el final, poco
antes de su partida. No averigua los sucesos y circunstancias del lugar
que visita; también él espera hasta que pueda conocer algo por comen-
tarios ocasionales '48 .
Mientras tanto, el ama de casa ha preparado un buen asado, que
presenta al visitante. Éste se sirve sólo después de una larga espera y
de repetidas instancias, comiendo muy lentamente. Al huésped se le
ofrecen las mejores presas y siempre en abundancia; se le atiende del
mejor modo posible, para que se lleve una buena impresión y comuni-
que luego a los suyos la buena atención recibida. Sólo al día siguiente
se va desarrollando una conversación más animada en la que se inter-
cambian experiencias personales. En ella nadie debe ufanarse de modo
perceptible.
El visitante puede permanecer todo el tiempo que le plazca. Nunca
se le hace sentir que molesta. Y aunque la familia tenga que posponer
su caza o su partida, espera pacientemente y en silencio hasta que se
vaya por iniciativa propia. Si se les llega a acabar la carne y el hombre
estuviera incapacitado para cazar, la mujer busca lo que le haga falta
en la choza de su vecina, pero sin que el huésped lo note. Aunque la
presencia del huésped sea muy deseada, nadie insiste para que se quede.
El visitante no trae regalos y tampoco deja cosa alguna cuan-
do se va, como retribución por la hospitalidad recibida. En la hora
de la partida, el anfitrión obsequia ocasionalmente al huésped alguna
cosita: un cuero, un trdzo de pedernal, un arco o una flecha, aunque
sin insistir para que lo acepte. Desea, sin manifestarlo, que aquél pon-
dere entre su gente suficientemente las virtudes de esta tribu y de la
región. En muy raras oportunidades la dueña de la choza ofrece a la mu-
jer visitante y a sus hijos un pequeño presente. En silencio, y con
pocas palabras, así como se han reunido, se vuelven a separar. Pero
una vez a solas, tanto anfitriones como huéspedes, comentan con lujo
de detalles las impresiones y todo lo observado. Sus opiniones son, a
veces, poco delicadas, porque el indio es muy agudo en su crítica.
Si los selk'nam o los haus se encontraban con sus vecinos yámana
y halakwulup, o bien si se reunían en ocasión de que una ballena fuera
arrojada a la costa o para realizar trueques, se mostraban igualmente
reservados, a pesar de que daban gustosos sus objetos a cambio de los
que necesitaban 149 . Los encuentros entre familias o grupos menores
para el trueque de utensilios necesarios se hacían con la misma cautela.
Los parientes que se veían seguido y se llevaban bien, alternaban
con mayor confianza. El que estaba enemistado con un grupo lo esqui-
vaba escrupulosamente dando grandes rodeos. En general nuestros in-
dios demostraron ser amables y complacientes con los europeos, y sólo

149 GALLARDO: 353, sin embargo afirma: "Si se ven criaturas, el visitante, en su
deseo de agradar, llegar hasta insinuar que esos chiquilines podrían casarse con
sus hijos cuando lleguen a tener la edad para ello". Pero esto no era una costum-
bre generalizada.
149 Comparar con exposiciones análogas de GALLARDO: 351.
se defendieron cuando éstos los provocaron y les hicieron violencia
hasta el exceso '".
Algunas personas se unen en real y sincera amista d que man-
tienen durante toda la vida. También desean verse con frecuencia. GA-
LLARDO: 138 subestima mucho lo que la amistad puede lograr; porque
ella, en efecto, es capaz de cualquier sacrificio. Amigos o amigas se
ayudan en toda situación por el aprecio y el afecto que se tienen, se brin-
dan confianza y sinceridad y siempre son solidarios. Este verdadero
lazo de amistad sólo une a dos personas del mismo sexo. En la pág. 334
describo cómo se respetan y aman los cónyuges. La intranquila vida
nómade impide uniones de amistad más numerosas.
Todas aquellas familias que se juntan por un tiempo más o menos
prolongado, saben organizar la convivencia de esos días de modo agra-
dable y ameno. En donde se presenta la oportunidad se dedican a la
vida social. Los miembros del campamento se reúnen con placer
alrededor del fuego, en la choza de un anciano influyente, y mantienen
conversaciones largas y desenvueltas. Uno tras otro cuentan sus aven-
turas o el más indicado repite episodios de la siempre interesante his-
toria tradicional. Siempre escuchan con placer los mismos relatos de
los antepasados con los que se creen emparentados. El relator está
tranquilamente sentado con los ojos fijos en las llamas o en un punto
indeterminado; no gesticula para nada. No .se dirige a su auditorio
sino que va hablando como si estuviera solo,.pero con voz clara, aun-
que baja. Nadie se atreve a interrumpirlo con preguntas o un compor-
tamiento molesto; no lo miran ni se sientan frente a él. Parecería como
si el orador quisiera concentrarse en sí mismo y la rueda no se lo im-
pide. Sólo cuando termina su relato, uno a uno van hablando de tal
modo que citan alguna parte del mismo, continuando con sus propias
experiencias.
En las largas noches de invierno, cuando se levantan remolinos de
nieve entre las chozas o el silencio amortaja al campamento del bosque
y las familias sólo quieren estar junto al fuego, alguien comienza a
decir, en voz bien alta, algunas novedades o comentarios graciosos.
Los otros prestan atención y se divierten. Un vecino de ingenio agudo
contesta con sus ocurrencias. En seguida sale un tercero y también un
cuarto y los dichos originales y agudos amenizan por horas sin fin al
campamento. Aparte de alusiones chistosas, también caen algunas pa-
labras instructivas y, con la conversación alegre, se combinan sugeren-
cias moralizantes. No se escuchan nunca groserías o expresiones de
le sentido en pub i.o, por lo que ambién los niños pueden escu-
r. Raras veces he reído con m que en aquellos atarde-
ceres en que dos bro estas congenialés se medían en graciosa lo g o-
ma q u i a. Aquí presento un pequeño extracto como ejemplo. Los
dos trataban de sobrepujarse en loas a su patria. Uno era originario
del norte (N) y el otro del sur (S).

' 50 Véase pág. 150. GALLARDO: 137 habla en general de asaltos a náufragos; tam-
poco con esta restricción su juicio es correcto. Al menos tendría que relatar estos
acontecimientos indicando con precisión el nombre de los barcos, el tiempo y el
lugar [del hecho].
N: Mi patria es agradablemente templada y siempre hay buen
tiempo.
S: También nosotros tenemos lindos días, el calor excesivo
no es bueno.
N: Justamente el calor es agradable.
S: Nosotros tenemos días más lindos.
N: No puede ser, sin calor no hay lindos días.
S: También el viento es bueno, no sólo los días cálidos.
N: También nosotros tenernos viento.
S: Vosotros no tenéis ese vi,•nto fuerte y poderoso que sopla
en nuestra tierra.
N: El viento es muy desagradable.
S: El viento no nos molesta porque nos protegen las mon-
tañas.
N: Vosotros tendréis montañas, pero por eso es fatigoso mar-
char y correr.
S: Aunque sea fatigoso, allí hay muchos guanacos.
N: También nosotros tenemos muchos guanacos.
S: Pero no tantos como nosotros.
N: Nosotros, en cambio, tenemos muchos cururos.
S: Los pequeños cururos nunca dan tanta carne como los
guanacos.
N: Tantos más cururos tenemos nosotros. Su carne es más
tierna que la de los guanacos.
S: Los guanacos nos dan lindos abrigos. Cosemos dos pieles
y listo.
N: Si tengo muchas pieles de cururo también puedo hacer
un buen abrigo.
S: En mi territorio cazo las veces que quiera, tú no puedes
ir allí.
N: Yo también puedo atrapar cururos en mi patria, que es
muy vasta. Allí tú no te puedes dejar ver.
S: Mi patria es igualmente grande. Somos muchos.
N: También mi gente es numerosa y fuerte.
S: Mi tribu es innumerable y mis antepasados son muy fa-
mosos.
Los restantes moradores del campamento escuchan con atención
y festejan la habilidad de los rivales; ruidosamente demuestran su ale-
gría y conformidad. Los selk'nam no son tan pobres de expresión como
creería un europeo superficial después de su primer encuentro con
ellos. El que los conoce en la intimidad admira su retórica.
Son muy diestros en el lenguaje por señas. ¡Qué habili-
dad tienen para adivinar con certeza la intención del otro, por mínimas
alusiones y gestos, señas y guiños! Con enorme facilidad vencen en as-
tucia a cualquier europeo; porque un ojo sin práctica difícilmente pue-
de advertir esa comunicación sin palabras. A los blancos que penetra-
ron en su país también les demostraron sus intenciones pacíficas por
señas. Así, por ejemplo: "in sign of peace, they threw down their bows
and arrows" (POPPER en MM: XXV, 125; 1891). Otros movimientos y
signos fueron interpretados correctamente por los navegantes como in-
vitación a desembarcar.
Las señales de fuego y humo no están de ningún modo
tan desarrolladas como entre los yámana. Si, por cualquier razón, es-
tos indígenas quieren llamar la atención de otras familias, sea por un
fallecimiento, una enfermedad repentina, la llegada de una ballena
a la playa, etc., prenden fuego a unos árboles. Más fácil es producir
una gruesa columna de humo con ramaje y hojas verdes, que es reco-
nocida como llamado por todos los que la ven; así suele hacerse cuan-
do alguien fue afortunado en la caza y tiene mucha carne, cuando
alguno se ha perdido en el bosque o ante el peligro de un ataque ene-
migo. Al ver esta señal todos corren a averiguar qué sucede. Es sufi-
ciente una sola columna de humo'''. Los antiguos navegantes mencio-
naron a menudo estas señales.
El carácter gracioso de nuestros selk'nam por supuesto también
ha creado s o b r e n o m b r es (pág. 359) que descubren un agudo
don de observación y de discernimiento 152 . Aquel a quien le endilgaban
uno, tenía que llevarlo durante toda su vida. Esto no era mayor pro-
blema si el apodo no era hiriente. Lo mejor era no hacer nada en con-
tra. Un joven, que de niño había jugado con gran afición con la colori-
da cabeza de una pipa, obtuvo de apodo el nombre "Cachimba", y así
lo llaman sus coterráneos hasta el día de hoy.
El selk'nam no utiliza malas palabras, i m p r e c a c i o n e s, sus-
piros hondos ni interjecciones de asombro o admiración. Para impo-
ner silencio chista con fuerza unas o En la negación tau gira lenta-
mente la cabeza desde la posición central un poco hacia la derecha.
Expresa la afirmación con E, inclinando ligeramente y una sola vez la
cabeza. Su risa raramente se convierte en carcajada, pero, a veces se
revuelcan de risa por el suelo. Por lo general sólo producen un 1to7Joyto
bajo y algo prolongado. Si unos ríen o se divierten a costillas de otro,
demuestran su satisfacción repitiendo un corto tea con el significa.
do de: "¡Eso me gusta!" Nadie sabía aclararme esta exclamación (ka
la cara. Ver GALLARDO: 142). Por malicia o sed de venganza, cuando
se alegran por el mal ajeno y por desprecio emiten un prolongado
xaxaxa burlón.
Finalmente, estos indios saben eludir perfectamente a las gentes
o familias desagradables y dejar que éstas se arreglen por sí solas.
Una vez que la generalidad ha juzgado a alguien, ese juicio siempre
tiene su razón de ser y es casi imposible que esa persona pueda rever-
tir la opinión pública a pesar de un largo esfuerzo. Esta ex c l u s i ó n
WO'
151 GROSSO (en SS: XX, 288; 1896) menciona que encienden cuatro fuegos, pe-
ro yo no lo pude comprobar; ver GALLARDO: 258. En las anotaciones de los nave-
gantes que se acercaron a estas costas hace mucho tiempo, sólo leemos, por lo
general. de una sola señal de fuego.
152 Ver los ejemplos citados en la pág. 359. Simples circunloquios que se
basan en características geográficas y físicas en el sentido más amplio, no cuentan
como sobrenombres, como erróneamente lo hacé GALLARDO: 235. Menciona. por
ejemplo, a CAMEVAGEN, al que analiza con inexactitud y que sólo quiere decir:
"Aquel viejo junto al Lago Fagnano", que vivió allí por mucho tiempo. La grafía
correcta es KAMIWAXEN.
no es total, pero el huésped malquerido siente cómo todos hacen lo
posible para que su estadía sea lo más incómoda posible. El que no
quiere vivir en la más completa soledad, acepta ese trato desagradable
y se pega a los talones de los que se retiran de él. Así se rebelaba Mix-
Kim., el hechicero más odiado, contra la opinión pública.
De este modo los selk'nam, que han sido tan poco favorecidos
por la madre naturaleza en su mezquina patria, supieron preservarse
del peligro de anquilosarse, del embrutecimiento y de la atrofia de su
vida espiritual, a pesar de su aislamiento en familias.

3. Desprendimiento y generosidad

Con mayor frecuencia de lo que yo lo he mencionado en mi exten-


sa obra, los selk'nam enseñan e inculcan estas virtudes a los niños con
insistencia. Es uno de los deberes cotidianos tender la mano al que lo
necesita. Sería algo inaudito que alguien le negara a otro un favor. El
peor insulto, efectivamente, viene de allí. Dicen: kájriwai ni ma =---__ ¡eres
un zopilote! O también: wis (de wísne) ni ma c'atejy. = un perro
eres comilón = ¡perro glotón! Con esa expresión quieren fustigar en
primer lugar al que no cede nada de sus alimentos.
El que vuelve de la caza, el que pescó o juntó hongos, lleva todo su
botín o su cosecha al campamento. No queda nada bien si alguien se
va sirviendo abundantemente por el camino. El cazador lleva el guana-
co entero; sólo al destriparlo come parte de los órganos internos. Una
vez en casa el hombre corta el animal en varios trozos y deja que su
mujer se los lleve a los vecinos 15'. Calcula exactamente para que todos
reciban algo. Prefiere dar su propia parte antes de pasar por alto a una
familia 154 . Regala generosamente, aunque mañana tenga que salir a ca-
zar otra vez. Del mismo modo la mujer reparte el producto de su re-
colección. Compartir es para los niños lo más natural. Yo nunca he
visto comer a un niño que no haya convidado a los demás. ¡Qué sensa-
ción agradable debe ser para un selk'nam que siempre y en todo lugar
puede contar con la ayuda del primero que se le cruce!
El indio da con las manos llenas y considera que su prójimo es
tan generoso como él mismo. Para él es una satisfacción poder s e r
m a g n á n i m o. Si sus reservas realmente se acaban, confía en la
ayuda de su vecino. Sólo devuelve objetos prestados, y no queda com-
prometido con el donante de carne u otros alimentos. Los mitos a me-
nudo escogen como tema la generosidad, ensalzándola.

153 BARCLAY (a): 76 lo confirma: "If a hunter kill game, the tribal law rules
that he may not partake of it - save for the 'hunter's meat', i.e. intestine fat (ante
todo la apreciada 'morcilla') but must first bring it back to the camp. It is then
portioned out among the family ...".
154 GALLARDO: 188 concuerda en su narración, si no en la forma, por lo menos
en el sentido: "Si al cortar la carne el cazador se ha equivocado en el número
de las porciones y al distribuirla no alcanza para él, entrega todo lo que tiene,
mostrando así su generosidad; mas si ello es notado por los compañeros, separan
una parte de su porción y la dan al que ha quedado sin nada".
No bien hube distribuido de buena gana los pocos alimentos y re-
galos que había traído cuando llegué al campamento, y la gente vio el
fondo vacío de mi morral, quedé completamente a merced de mis in-
dios. ¡Pero debo asegurar en su honor que no me faltó nada de lo que
ellos me pudieran dar!
Muchas veces escuché decir que: "¡Los tiempos viejos no conocían
un Ite-p- y nunca lo hubieran tolerado!" Lamentablemente hoy algu-
nos solteros y parejas de jóvenes se han establecido en las estancias,
gastando sus jornales para ellos solos. Unos ancianos comentaron este
egoísmo discretamente, pero con preocupación. Todavía hoy conside-
ran en Tierra del Fuego que la generosidad es una de las virtudes más
sobresalientes. En este sentido nos aleccionaron como candidatos del
Klóketen del año 1923 en forma práctica, de acuerdo a la antigua cos-
tumbre. De esta misma mentalidad surge otra costumbre, a saber el
hábito de que, ante extraños y visitantes, el selk'nam no deje traslucir
hambre ni sed, cansancio ni frío. En toda situación guarda el más per-
fecto control de su persona para estar listo para servir al prójimo.

c. Cuidado del bienestar común

La altivez del selk'nam, basada en la unidad tribal, aflora siempre


con rasgos definidos. "Yíkwa ni sélk'narn = ¡nosotros somos los selk'-
nam!" Su porte soberbio se lo comunica de inmediato al extraño. "Yik-
wak ni lzáruwgnh pená = ¡ésta es nuestra tierra!" creemos escuchar
que grita el suelo sobre el que se yergue orgulloso. Uno se sabe rela-
cionado con el otro, y, juntos, forman el gran pueblo cuya patria es
esta isla. "¡Ningún otro tiene el derecho de pisarla!" se escucha toda-
vía hoy de boca de los pocos sobrevivientes de esta tribu, en otros
tiempos tan numerosa. De allí la arrogancia y el desprecio por los ve-
cinos yámana y halakwulup. El blanco también está en el más profundo
descrédito y sólo temen sus terribles armas de fuego.
Es difícil demostrar que los deberes hacia la comunidad y por el
bien común hayan surgido de esta conciencia de unidad. En la prác-
tica, se reconocen y aplican, llámeselos previsión social o bienestar pú-
blico. No aparece todavía una forma de gobierno institucionalizada,
tb nos encontramos a cada instante con las manifestaciones de una
'41111 ciencia nacional. En lugar de una estructuración estratificada de la
población, reina aquí una libertad básica y la independencia de cada
individuo dentro del marco de sus obligaciones generales; en vano se
buscaría una diferenciación por rango y estado, autoridades y súbdi-
tos, señores y esclavos. A pesar de eso, actúa entre ellos el poder del
Estado con eficacia y de modo estricto y obligatorio. Aquí sólo intento
enumerar en forma sucinta las distintas instituciones que correspon-
den a este tema, ya que son descritas exhaustivamente en otro lugar.
1. El orden general
Como cada uno sigue esforzándose por organizar su vida según el
ejemplo de los ascendientes, todos ayudan más o menos a mant e-
n e r las costumbres y la tradición. El que se desvía del cami-
no es marcado con una mala reputación y cae en descrédito. Constan-
tes referencias a la forma de vida de los antepasados hacen saber a
todos lo que tiene vigencia y lo que contradice a las costumbres here-
dadas. Nadie puede imponer castigos propiamente dichos. El que ya
no se encuentra bajo la tutela paterna, asume la responsabilidad de
sus actos. Ahora el amor propio y el orgullo le impiden obrar mal. To-
dos quieren valer y ser respetados como buenos selk'nam: pero tam-
bién saben que sólo lo lograrán si se comportan intachablemente, de
acuerdo con la imagen ejemplar de los antepasados. El orden públi-
co no necesita una custodia mayor que ésta, pues sobre ella ha des-
cansado firmemente durante siglos.
Cuando los errores y desvíos del camino recto son más serios, los
castiga el ofendido. El adulterio de la mujer lo venga el marido ultra-
jado. El ladrón es estigmatizado con el terrible insulto de "wris ni ma =
= ¡eres un zorro!" o "Ami ni ma = ¡eres un granuja!" (de xámin =
= robar, sustraer). Un egoísta resulta antipático y todos lo eluden.
Si una familia o todo un grupo sufre un perjuicio en sus derechos
o una ofensa a su honor, busca reparación a través de asaltos y guerra.
Un homicidio es, por lo general, el fin de una disputa o la reacción a un
profundo agravio y tiene como secuela la venganza. Aunque falte una
judicatura pública, el culpable no puede eludir el castigo.
Como este Estado en realidad existe y, porque es consciente de su
existencia, aspira a asegurar su continuidad. Esto lo con-
sigue obligando a la generación futura a las ceremonias del Klóketen,
de las que tienen que tomar parte todos los jóvenes sin distinción,
después de llegar a la madurez física. No sólo se les inculca ser "un
selk'nam bueno y útil" sino que se los prepara, con ventajosos ejerci-
cios, para las obligaciones futuras. Por más que su familia se haya es-
merado en su educación, la comunidad no se conforma con eso, sino
que quiere, por su parte, asegurarse de la idoneidad del joven con esta
prueba rigurosa y larga. Mientras proceden a la instrucción colectiva
de los niños varones, cada jovencita recibe, individualmente y a su de-
bido tiempo, enseñanzas especiales de las vecinas y parientes para
cumplir fielmente con sus próximas obligaciones de esposa y madre,
respetando la tradición. Estas dos instituciones obligatorias para los
futuros miembros de la tribu garantizaban con firmeza la continuidad
del Estado en su forma rudimentaria. Sólo fuerzas extrañas lograron
destruir irrevocablemente hace unos pocos años esta milenaria nación.
Los hombres o las familias que se congregan por períodos prolon-
gados nunca forman grupos grandes ni tampoco representan un cuerpo
legislativo. No dictan disposiciones con poder obligatorio aunque, a
veces, y con carácter provisional, deciden una acción bélica al servi-
cio de la pequeña sociedad. Estas consideraciones y las decisiones
subsiguientes conciernen solamente a los hombres, aunque también
asistan mujeres. Públicamente ellas nunca les disputan la supremacía.
Las resoluciones que afectan a varias familias o a un círculo más am-
plio de parientes se consideran de interés general, y no se ocultan ante
ningún miembro del mismo.

2. La previsión social

En la educación individual, que cada niño recibe de su propia fa-


milia, como también en la posterior instrucción pública, por así lla-
marla, que recibe de personas extrañas, aparecen como las mayores
virtudes el altruismo y la ayuda desinteresada, que jamás se niega.
Con palabras expresas se exigen servicios para los propios padres, los
suegros, los parientes y amigos, para las visitas y otros miembros de
la tribu. Se exige profundo respeto por los adultos y veneración por
los ancianos. Eso abarca esencialmente la preocupación por el bienes-
tar general.
Era muy raro encontrar niños huérfanos que hubieran per-
dido a sus dos padres al mismo tiempo. Cumpliendo con su deber
natural, y por compasión, los adoptaba el tío más próximo. Cualquier
pariente lejano o vecino a cuya choza llegaban los aceptaba de buen
grado. La gente incluso extendía sus manos hacia ellos, porque los
selk'nam aman mucho a los niños. Nadie obtiene ventajas económicas
de un número mayor de niños; es decir, nadie adoptaría huérfanos
para adquirir, por ejemplo, mano de obra. Dondequiera haya huérfa-
nos, el dueño de esa choza los trata, cuida y educa como a sus propios
hijos, sin posponerlos a éstos en modo alguno. Los niños y las niñas
se llaman xa1 y 0,Ien, respectivamente, un año después de la muerte
del padre o de la madre.
Una viuda joven o de mediana edad siempre volvía a casarse
pronto. A ello ya la obligaban el cuidado de los niños, por lo general
de edad menor, y la división de trabajo existente para ambos sexos.
No se le ponían obstáculos para regresar a su grupo familiar, pues sus
parientes la recibían alegremente, junto con sus hijos. Pero también
el grupo familiar de su marido trataba de retenerla. Nadie la habría
considerado una carga. La viuda buscaba preferentemente permanecer
con la familia de un hijo casado, y nunca se quedaba sola.
Los hijos cuidaban solícitamente de sus ancianos padres
01.1 yerno tenía obligaciones especiales. Se les ayudaba en todas las
^aciones proporcionándoles carne y leña; se les dispensaba de todo
trabajo y se les trataba con veneración. Los hijos cumplían sus deseos,
los alegraban con amenidades y comodidades y los favorecían siempre.
Muchas veces vi cómo jóvenes, que ni siquiera estaban emparentados
con el viejo SAIPOTEN, le traían los bocados más delicados del guanaco,
que a él tanto le gustaban. Otro hacía todos los años, a fines del vera-
no, el largo viaje hasta la misión del Cabo Domingo para ver a su abue-
lo (¿o era su bisabuelo?) a quien alegraba con un regalo. Incluso el
obstinado NANA llevaba, a veces, en los viajes los objetos de la vieja
ALAMIARKE, que sólo con gran dificultad podía moverse a causa de la
gota. Aquí en Tierra del Fuego se unieron el respeto y la ayuda para
conformar una actitud modelo frente a las personas de edad.
Con solicitud cuidan los selk'nam a sus e n f e r m o s, de lo que
en otros tiempos había pocos, así como a los viejos decrépitos, que, por
lc general, están levantadc.s hasta el día de su muerte, y que, al menos,
pueden hacer algo por sí mismos, y, por último, a todos los que, pasa-
jeramente, no se sienten bien o necesitan asistencia. En estos casos de
apuro caían los límites de la división de trabajo entre los sexos, espe-
cialmente cuando la familia individual dependía de sí misma. Todos
ayudaban donde era menester. Era raro que una familia cambiara el
campamento si algún miembro de ella no podía caminar. Si los obli-
gaba la falta de animales de caza, entonces, por lo general, se quedaba
alguien junto con el enfermo o el decrépito. Éste no insistía en una
compañía, si él mismo podía, aunque con dificultades, atender sus pro-
pias necesidades. No tenía que temer los peligros de los enemigos, los
animales o los poderes de la naturaleza, porque los suyos lo habían
aprovisionado con abundante carne y leña y, además, pronto volve-
rían ¿Por qué tendría que arrastrarse detrás de los demás una per-
sona muy quebrantada de salud?
Yo mismo sorprendí en sus solitarias chozas a un anciano cerca de
la Bahía Inútil y a una mujer cargada de años hacia el sur de San Pa-
blo. Ambos se mostraban contentos, porque pasaban sus últimos días
tranquilos y sin problemas y la gente joven los visitaba y les llevaba
todo lo que necesitaban. Si yo les contaba a mis informantes lo que
algunos europeos han escrito sobre el abandono desconsiderado de an-
cianos decrépitos "6 se encolerizaban y una vez dijeron: "¡Eso puede
ser costumbre entre los blancos pero a nosotros nunca se nos ocurri-
ría!" GALLARDO: 136 confirma mis observaciones: "Los onas son respe-
tuosos con los ancianos, a los cuales demuestran su consideración ha-
ciéndoles partícipes del alimento que tienen, y ese afecto hacia sus
semejantes se nota también en los cuidados que dispensan a sus com-
pañeros enfermos, en la forma como socorren a los hambrientos, como
protegen a las viudas e hijos de sus hermanos."
Antes de decidirse a trasladar su choza, un hombre reflexiona
acerca de la necesidad del traslado, en el caso de que viva una persona
débil o anciana con él. Con delicada consideración cuida de ella, le
muestra el camino más cómodo y corto, le asigna un ayudante y nunca
1 ss GALLARDO: 296 habla de un anciano que debe haber estado en esa situación.
Cualquier visitante europeo de Tierra del Fuego, que lo hubiera encontrado sólo
en un lugar, podía creer que estaba completamente abandonado.
Baste aquí una cita de F. A. Coox (d): 96: "Si se encuentran en una ca-
cería difícil siempre están hambrientos y por lo general semidesnudos. Abandonan
a los ancianos enfermos y desvalidos en el camino, en donde mueren de hambre
o se sustentan miserablemente. Los más fuertes avanzan paso a paso acuciados
por el hambre, hasta que encuentran su presa". Esta descripción demuestra que
su autor ni siquiera conocía el método de caza de estos indios, tan fácil de ob-
servar. Si GALLARDO: 137 afirma que "todos aquellos que no pueden seguir viaje,
son abandonados en el camino y condenados a morir de hambre o de frío", se
contradice a sí mismo y a los ejemplos de gustosa asistencia y de exhortaciones
,para apoyar a las personas necesitadas, citados en las págs.: 136, 293, 295, etc.
Véase el pasaje arriba mencionado.
la cansa demasiado. El padre incluso lleva en brazos a ratos al varon-
cito que, en realidad, bien podría caminar; la madre hace lo mismo con
su hijita. Un hombre vigoroso, a veces, carga incluso a una persona
mayor que no puede caminar, cuando es forzado el traslado de la cho-
za por inundaciones, incendio forestal, acumulación de nieve, etc. El
que no puede mantener el paso sigue despacio, acompañado por al-
guien, si así lo desea. Yo mismo quedé atrás del gran grupo una vez
con INXIOL, porque su madrastra KAUXIA sólo podía avanzar muy len-
tamente porque tenía una pierna hinchada. En esa ocasión me contó
que: "El que no puede ir con la gran caravana, va cómodamente atrás,
acompañado por una persona joven. ¡Así se acostumbra entre los selk'-
nam!" GALLARDO: 251 también había observado que el hombre "ayuda-
rá a llevar la carga, sobre todo si la señora está embarazada; y llega
hasta cargar sobre sus robustos hombros a la mujer que por exceso de
fatiga no puede continuar la marcha". SPEGAZZINI (a): 19 menciona a
un viejo ciego cuyo lazarillo constante era su nieto.
Al hombre herido en batalla, lo levantan otros y lo arrastran a un
lugar protegido en donde lo auxilian; si no puede caminar, lo transpor-
tan hasta el campamento o ]o llevan al hechicero, en donde se le atien-
de según la necesidad y las posibilidades.
Siempre se les brinda a los débiles y menesterosos, a
los valetudinarios y enfermos, sincera conmiseración y activa ayuda.
Esta conducta tiene tanto más valor, cuanto aquella inquieta y esfor-
zada vida errante los mantiene en constante movimiento.
También es valiosa, para juzgar otras opiniones, la siguiente ob-
servación que yo pude hacer. Ocasionalmente el viejo TENENESK rene-
gaba contra los del norte y decía: "Aquéllos no tienen compasión por
sus enfermos. Los arrastran fuera de sus chozas y no se preocupan más
por ellos. ¡Si mueren se los comen los zorros!" Apenas se disolvió nues-
tro círculo, cuando unos hombres se alejaron conmigo y me comuni-
caron alterados: " iTENENESK ya hizo eso muchas veces! ¡Habla muy
mal de la gente del norte, a la que tiene una gran antipatía! Ellos no
hacen esas cosas. ¡El viejo sólo dice eso para hacerlos quedar mal!"
Especialmente HOTEX se quejó amargamente por las calumnias y el
desprecio contra su gente.
En algunas descripciones leemos que estos indios e s t r a n g u-
1 a n a los moribundo s. Este triste destino tocaría en casos aisla-
s a los que deben soportar penosas enfermedades y a los que se
ebaten en largas agonías. "Si el estado del paciente se agrava tanto
que piensan que la hora de su muerte está cerca, su Make (= su mé-
dico) lo asfixia para que no sufra tanto tiempo. Pero en realidad lo
hacen para eludir la horripilante escena de un hombre que sufre y para
ahorrarse la molestia de atender al enfermo. A veces también lo aban-
donan y huyen lejos cuando piensan que va a morir, porque creen que
aquel lugar está poseído por el demonio". El motivo que sugiere BOR-
GATELLO (a): 199 y (c): 63 tiene tan poco fundamento como la afirmación
misma. BEAUVOIR (b): 209 y (BS: XX, 39; 1896) caracteriza ampu-
losamente esta costumbre a la que llama "kootchen o sofocación, ofi-
cio cruelmente piadoso", y que discute con motivo de dos sucesos. De
sus observaciones solamente no es posible deducir una costumbre,
aunque la descripción fuera irrecusable y aunque se le agregara la hue-
ca afirmación de GALLARDO: 326 y el testimonio de LISTA (b): 48. Ni
otros investigadores ni yo hemos oído siquiera una alusión a un pro-
cedimiento similar y los indios mismos rechazan enérgicamente estas
conjeturas. Esto contradice tanto su sentir íntimo, que mis cuidadosas
insinuaciones a este respecto producían asco entre los indios: "¡Cui-
damos precisamente al enfermo y al necesitado y todos ponen lo me-
jor de su parte para mantenerle la vida! —¡La vida es mejor que la
muerte, aunque uno esté enfermo!" Para valorar esta conclusión, ob-
sérvese que eran muy raros los largos padecimientos precursores a la
muerte, aunque uno esté enfermo!" Para valorar esta conclusión, ob-
consiguiente, creo que debo defender a los selk'nam contra esta acusa-
ción hasta que otro observador aporte pruebas convincentes de aque-
lla supuesta costumbre; por más buena que sea la intención de querer
acortarle los sufrimientos a un moribundo. Apare de ello, considero
que está de más señalar que un proceder consciente, y en sí cruel, con-
tra un enfermo grave o moribundo, de ningún modo concuerda con la
compasión que a todos los indios, a unos más y a otros menos, embar-
ga por igual frente a un necesitado. Finalmente, la obligación que el
indio siente de ayudar al prójimo y el deseo de que la muerte no separe
nunca a los seres queridos son, en todo caso, tan poderosos y eficaz-
mente marcados, es decir, tan naturales, en él, que la costumbre o la
acción repetida de estrangular a un enfermo en agonía debe parecer
una monstruosidad psicológica a los conocedores del alma del indio.
Por ello tengo mis reparos y dudas, si las personas observadas por
BEAUVOIR tenían efectivamente la conciencia y firme intención de asfi-
xiar a aquellos enfermos. De todos modos, estas extrañas excepciones,
aunque están confirmadas, no forman una costumbre 157 .
El cargo totalmente injustificado de que estos indios hasta practi-
can el canibalismo no merece que yo lo rechace expresamente,
pues se trata de una habladuría hueca de visitantes incompetentes a
Tierra del Fuego; otros investigadores ya se han preocupado por anu-
lar eficazmente esos disparates 158 . Es conocido que los selk'nam recha-
zan la carne del zorro, porque come cadáveres humanos, de los que
ellos se mantienen alejados a causa de una muy desarrollada repug-
nancia natural. También desconocen el asesinato de niños (pág. 366)
en cualquier forma, o el aborto. El hecho de que en Tierra del Fuego
haya ocurrido alguna vez un suicidio no es probable y aun casi impo-
sible; aunque para ello falten pruebas seguras. Mis informantes no

157 A los fines comparativos, remito al caso único que GALLARDO: 233 presenta
para fundamentar el asesinato de niños como algo más o menos común, y que
yo pude rectificar en la pág. 366 como el acto de una mujer enajenada mental-
mente, según el juicio de los indígenas mismos.
153 Léase las claras explicaciones y los fundamentos convincentes de PURLONG
(q): 15, GALLARDO: 176, LISTA (b): 108, MARGUIN: 501, POPPER (d): 138 y otros que
han obligado a COOPER: 175 a la siguiente conclusión final: "So far as the Yahgans
and Onas are concerned there is sufficient evidente to clear them (of the charge
of cannibalistic practices) beyond all reasonable doubt".
sabían nada al respecto y mis preguntas los confundían totalmente,
tan extraño les parecía la idea ' 59.
Si apartamos nuestra mirada de estos fenómenos poco edificantes
que mencionamos últimamente, y que ocurren en algunos otros pue-
blos, y la fijamos retrospectivamente en toda la vida social de los
selk'nam, vemos, por lo general, aspectos agradables. Cada individuo
es digno y libre. Sus sentimientos, su pensamiento y su modo de actuar
son humanos. En su trabajo y sus tareas los vemos felices, contentos,
diligentes y exitosos. Todos valen en la familia y públicamente de con-
formidad con su buena reputación y su valor moral. Se saben prote-
gidos de grandes injusticias o se resarcen por sus propios medios.
Como institución social bien fundada y cerrada aparece sólo la familia
individual en estable continuidad, porque los cónyuges mantienen jun-
tos en pie la economía doméstica, disfrutando, independientemente el
uno del otro, casi de los mismos derechos, pero dependiendo sin em-
bargo, en el trabajo, de su pareja, con la que permanecen unidos, por
regla general, hasta el fin de sus días. Pero el Estado, aunque poco
desarrollado, actúa ya con éxito para la continuidad de este pueblo.
Como si esto fuera poco, la constitución social de los selk'nam en ge-
neral y en especial demuestra ser positiva y afortunada; pues ha creado
para el individuo y la comunidad una fácil fuente de alimentos, vida
agradable, seguridad total y una gran alegría de vivir. Esta imagen
tan atractiva de una sociedad, a la que no le faltan oscuras sombras
de auténtica humanidad, pertenece para siempre al pasado.

Empetrum ruhrunt

Fig. 81

159 Aunque GALLARDO: 133 niega un "suicidio consciente" admite un "quitarse


la vida en un arrebato de cólera". Pero no puede demostrarlo ni nombrar un
hecho que cimiente esta afirmación solitaria.

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