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PLAN DE LA OBRA
EN CUATRO TOMOS
POR
MARTIN GUSINDE
PROFESOR DE ANTROPOLOGÍA GENERAL DE
DE LA REPÚBLICA DE CHILE.
Buenos Aires
1990
Esta obra constituye la primera traducción directa completa de la edición original, DIE
FEUERLAND INDIANER (Módling-Wien, 1937).
Traducción del alemán por HERBERT WOLFGANG JUNG y un equipo de traductores: CARLOTA
ROMERO y TERESA DE BADE, bajo la dirección del Dr. WERNER HOFFMANN. Revisión técnica: Dr.
OLAF BLIXEN.
La presente edición de LOS INDIOS DE TIERRA DEL FUEGO, con 90 ilustraciones, más 2
fuera de texto y un mapa, se terminó de imprimir el 30 de mayo de 1990. Fue compuesto en los ti-
pos: Ionic (texto), cuerpo 10/11, (notas) 8/9; Excelsior (títulos) cuerpo 12 negra y titulares de partes
cuerpo 24.
Impresión y encuadernación por GRAFFIT S.R.L.. Avenida Belgrano 430, Buenos Aires. Se uti-
lizó papel de 80 grs.
Diseño de tapa: Graffit + Sergio Manela.
LOS INDIOS DE
TIERRA DEL FUEGO
TOMO PRIMERO
LOS SELK'NAM
WERNER HOFFMANN
Prólogo a la edición austríaca
A. La patria 2
a. La configuración geográfica 2
1. Situación y forma 3
2. El paisaje 4
3. El clima 6
b. La flora 8
c. La fauna 10
A. La vivienda 176
1. La ausencia de asentamientos estables 176
2. La choza 177
3. El paraviento 180
4. La permanencia dentro de la vivienda 182
5. El campamento estable 185
6. El fuego 187
B. El vestido 190
1. La función del vestido 191
2. La preparación de las pieles 193
3. El vestido del hombre 195
4. El vestido de la mujer 199
5. El vestido de los niños 200
111
1
P. La propiedad de la familia
b. Los títulos de propiedad
1. Entrega de la Isla Grande por mandato (del Alto
409
410
Dios) 411
2. La toma de posesión 411
3. Elaboración propia y recolección 412
4. El trueque 413
5. Regalos 414
6. Préstamos y herencia 415
7. Infracciones al derecho de propiedad 415
all 11.11.1
E. Guerra, venganza de sangre y duelos 417
a. Causas y frecuencia de los asaltos 417
1. La frecuencia 418
2. Los motivos especiales 419
b. Los preparativos para el combate 421
c. La forma de combate 424
d. El botín 426
e. La venganza de sangre 428
f. El duelo
1. La lucha de los hombres 429
2. El duelo a flechazos 430
3. Las disputas verbales entre las mujeres 431
a. Su familia 556
P. Sus esposas 557
y. Su patria 558
5. Su nacimiento 559
E. Sus hazañas 559
t. Abandona este mundo con su familia 566
n. Su retrato moral 567
4. easkels 568
a. Su patria 568
P. El gigante y devorador de hombres 568
y. Mata mujeres y niños 569
5. Sus perros 569
E. Cómo se viste 570
t. Mantiene prisioneros a los dos Sasán 570
n. Su pedernal 571
O. Es ultimado por Kwányip 572
5. Sol y luna 576
a. El hombre-sol mayor y el hombre-sol menor 577
P. Sol y luna se enemistan 574
y. La mujer-luna odia a los seres humanos 575
b. Las manchas de la luna a p77
E. Las fases de la luna 41178
t. El eclipse lunar 579
Es peligroso mirar fijamente a la mujer-luna 580
b. Otros mitos y leyendas 581
1. Mitos que se refieren a particularidades geográficas
de la tierra de los selk'nam 582
a. La lucha del sur contra el norte 582
p. Cómo Táiyin vino en ayuda de la gente 588
y. Cómo el pájaro carpintero ultimó a la mujer
egoísta 592
5. Cómo se distribuyó la tierra 594
E. La historia de los delfines 598
2. Un mito acerca del diluvio 600
3. Mitos que realzan hazañas de los antepasados 601
a. Cuán astuto fue Kaákoyuk 601
P. Kaákoyuk y Soikáten se hostilizan 604
y. Cómo O'táéix atrapaba los zorros 605
5. La primera guerra 607
e. La historia del poderoso Oixála 607
Z. Del bello Alekspo'ot 608
n. Cómo vivía Elkotélen 608
O. Todo lo que inventó Kokpomec 608
t. Una mujer devora a su pequeño cuñado 610
x. Cómo se vengó Kwaiyul 611
La venganza de Kwaiyul 612
4. Narraciones que tienen por tema la acción de los
hechiceros 614
a. La venganza de Elánkaiyink 614
p. Cómo se vengó Hacamses 617
y. Cómo Onkolxón refutó a su adversario . . .... 622
5. Historias dedicadas al guanaco 624
a. El hombre-guanaco y sus dos hijas 624
P. Por qué el hombre-guanaco vive con sus hijas 625
y. Cómo Sakanusoyin cazaba los guanacos 627
8. La guanaca del norte 628
e. Cómo el guanaco obtuvo su color 629
S. Por qué Xó'olce no se convirtió en guanaco 630
n . El zorro y el guanaco 630
O. El consejo que el zorro dio al guanaco . . 631
6. Mitos de animales con idea central específica 631
a. La historia del albatros grande 632
P. La historia de Emienpó'ot 636
y. De cómo un león marino se enamora de una
muchacha 640
h. El león marino y su mujer 642
E. La competencia entre el piojo y la lagartija 646
t. La historia Kokat 646
TI. Por qué se mantiene oculto el verderón 646
O. Cómo el autillo ultima a su cuñada 647
El carancho y el cormorán en lucha 649
x. Cómo el chingolo y la loica lucharon entre sí 649
c. Una cosmogonía 650
1. Cielo y Tierra 651
a. El comienzo del mundo 651
P. Conformación del aspecto de este mundo 652
y. Fenómenos atmosféricos 653
2. Los antepasados y su época 660
a. Delimitación de la época de los antepasados 660
R. Animación integral del mundo visible 661
y. Parentesco de los antepasados 664
Característica individual de los antepasados 665
3. Una cronología original (primaria) 669
Bibliografía 1131
Indice de ilustraciones
TOMO PRIMERO
VOLUMEN I
iimillwww av
prender la forma de vida y la organización económica de estos indí-
genas. Con la expresión "Tierra del Fuego", en sentido estricto, me
refiero de aquí en adelante siempre a la Isla Grande. Las primeras no-
ticias de los aborígenes de aquellos lugares llegaron a Europa hace
400 años, y desde entonces fueron descriptos cada vez con mayor exac-
titud por viajeros posteriores, hasta que yo mismo los visité detenida-
mente en los últimos años. El completo éxito del estudio científico
recién se produce al final de aquella larga e incompleta historia de la
investigación. Paralelamente con ello se d rolló el destino de
pueblo sufrido que hoy, mie as escribo e ya no alcanza a un
tenar de sobrevivientes.
Las frías corrientes provenientes del polo sur, las rudas y fre-
cuentes tormentas, el fuerte y elevado oleaje de aquellas lejanas regio-
nes hacían estremecer a los antiguos navegantes 3 Acerca de ellas emi-
.
a. La configuración geográfica
La particularidad del paisaje de la Isla Grande fue investigada en
estos últimos tiempos a fondo y exhaustivamente por investigadores
de las más; diversas nacionalidades, comenzando por Jumo POPPER,
3 Con más razón se alabaron sus intrépidas empresas. Citamos aquí a Go-
MARA, un contemporáneo de los primeros descubridores: "Los esfuerzos y peligros
a que fue sometido Ulises no fueron nada en comparación con aquello que Ma-
CALLANES, SEBASTIÁN ELCANO y sus compañeros sufrieron y superaron. El barco
de Jasón, "Argos", tantos veces nombrado por los historiadores y los poetas, ca-
rece de interés en comparación con la "Victoria". Grandes eran los viajes que
realizaron los barcos del rey Salomón, pero aquellos que realizó la "Victoria"
de Carlos V eran inmensamente más significativos y magníficos, y en conmemo-
ración eterna de sus triunfos tendría que haber sido guardada en el Arsenal de
Sevilla..." (según Kom: 351).
4 Muchos de ellos se leen en la recopilación de FALCALDE, Kom. y KOELLIKER,
y últimamente en BARCLAY (a): 78 y (d).
5 El progréso y la riqueza de la región Magallánica es narrado extensamente
por: FUENTES, GUERRERO, BASCUÑÁN, HERRERA (a), NAVARRO, VERA, ZORRILLÁ y otros.
pasando por OTTO NORDENSKJOELD 6 y sus coterráneos suecos, hasta lle-
gar al misionero salesiano DE AGOSTINI. También los primeros nave-
gantes realizaron estudios útiles sobre la geografía de estas costas y la
ubicación de los puertos, lo que proporcionó seguridad y alivio a sus
sucesores de la época actual. Con cada siglo los conocimientos acerca
de aquellas regiones avanzaron a pasos agigantados'.
Con breves rasgos pintaré el panorama de la patria de los selk'nam
y solamente en la medida necesaria para facilitar la comprensión de
su forma de vida.
1. Situación y forma
Claramente se reconoce la Isla Grande como un trozo de tierra
desprendido del continente. En la Primera y en la Segunda Angostura
ambos se acercan a sólo muy pocos kilómetros. Las olas del Atlántico
y del Pacífico bañan las costas de esta isla, y ambos océanos conflu-
yen en el Estrecho de Magallanes y en el Canal de Beagle.
Las costas de la Isla Grande podrían inscribirse en un triángulo
cuya base estaría formada por el casi rectilíneo Canal de Beagle, en
tanto su cúspide se ubicaría en la Punta Anegada, cerca de la Primera
Angostura. Su superficie es de 48.110 km cuadrados S .
6 Sus trabajos son los más voluminosos y tienen en cuenta anta todo la geo-
logía y geografía del país. SKOTTSBERG y REICHE han descrito con exactitud la flora,
y otros especialistas, como BANKS, BARCLAY y DABBENE, lo hicieron con la fauna.
Sólo puedo remitirme a los exhaustivos estudios de estos autores, sin mencionar
las muchas publicaciones individuales, fácilmente accesibles.
7 Ver a ese respecto la valiosa recopilación Los descubridores del Estrecho
de Magallanes i sus primeros esploradores, en: Anuario Hidrográfico de la Marina
de Chile, año V, VI, VII, Santiago 1879, 1880, 1881; y además, VARGAS y PONCE.
8 Corresponde casi exactamente a la extensión territorial de Württemberg,
Baden y Alsacia-Lorena en conjunto, o a la de Costa Rica.
9 Le dieron el nombre de "Estrecho de San Sebastián". Puede verificarse
en el mapa en Beschreibung der Spanischen Macht in America, Sorau 1771; y en
el mapa, más antiguo aún, de los dos NODALFS Ver MARKHAM: Early Spanish
Voyages to the Strait of Magellan, The Hakluyt Society, S. II. N? 18; London 1911.
VIMIWN‘lw 1".1, MIZPV :(K4 E‘ mimagaiwask wrigiap:
2. El paisaje
La recién descrita configuración de la costa según dos formas com-
pletamente diferentes refleja exactamente la conformación del suelo
en el interior del territorio. Aquí como allá prevalecen los ya men-
cionados tipos antagónicos del paisaje. "Pocas comarcas hay en el
mundo que —como la Tierra del Fuego— merezcan con toda justicia
la denominación de 'Tierra de Contrastes'. En el estrecho marco de
unos 50.000 km cuadrados es posible hallar en esta isla una repro-
ducción de toda la parte meridional de la América del Sur. Esto se
aplica al menos al tremendo contraste existente entre las cumbres
cubiertas de nieve de una cadena montañosa externa sobre la costa
del Pacífico, formada de rocas cristalinas, y una tierra baja, despro-
vista de bosques y de contornos suaves" (NORDENSKJOELD [Cl: 664)".
1 " Los oficiales argentinos MONTES y O'CONNOR "lo designaron así en honor
del misionero FAGNANO • ", como dice NORDENSKJOELD (c): 669. El primero de ellos,
el verdadero descubridor, lo fundamenta en una Carta abierta al limo Sr. Dr. A.
Aguilera, Obispo y Vicario Apostólico de Magallanes; Buenos Aires, diciembre 20
de 1921 (ver Boletín del Centro Naval, Año XXXIX, Isl9 432).
11 Los trabajos preparatorios de mensura obligaron a un estudio exacto de
la situación geográfica. Véanse los trabajos, fácilmente accesibles, de Houncx,
QUESADA y VERA.
12 Este geógrafo sueco ha estudiado con exactitud toda la geografía de aque-
llas tierras, por lo que me atengo a su relación.
Los geógrafos diferencian tres y hasta cuatro zonas. Para nues-
tros fines resulta suficiente la distinción entre la meseta septentrional
y el sur montañoso, a pesar de la zona de transición existente entre
ambas, conformada de manera diferente. El norte, por estar des-
provisto de bosques, se asemeja de algún "modo a la pampa y posee
una superficie ondulada. "El territorio podría considerarse como una
superficie baja, relativamente plana, sobre la que se hallan emplaza-
das colinas de diferente forma en una mezcla confusa. Estas colinas
tienen ora una configuración irregular y son extensas y desgarradas,
ora forman elevados conos aislados y regulares, o también colinas alar-
gadas y sencillas, ora también adquieren una conformación elíptica, o
de cráter, o hemisférica. Por doquier se caracterizan por tener lade-
ras relativamente escarpadas" (ibid., 665). Sea como fuere, este pai-
saje de serranías puede ser considerado como meseta. Ocasionalmente
se encuentran yacimientos terciarios al descubierto, u otros sepulta-
dos bajo grava de morena o de cantos rodados. Las alturas más ele-
vadas de esta meseta alcanzan en el sudoeste solamente los trescien-
ims metros. Pequeños ríos y arroyos serpentean hacia el mar en todas
clii ficciones. Nacen por lo general en lagunas o lagos pocio profundos,
que se encuentran en gran cantidad y se distribuyen irregularmente.
Especialmente en la costa noroccidental se los puede ob.ervar distri-
buidos en hileras interminables.
Poco más hacia el sur, las dos bahías que avanzan profundamente
tierra adentro encierran una amplia depresión. Aquí solamente sub-
siste una escasa vegetación, aunque abundan las plantas halófilas. Las
muchas lagunas poco profundas de aguas salobres se secan por lo ge-
neral en verano. A pesar de que esta planicie se separa en forma casi
rectilínea y muy marcada de la región norteña de colinas, estas dife-
rencias no significan un obstáculo para el indígena errante.
Más hacia el sur, el paisaje se modifica nuevamente. A partir del
Río Chico, llamado también Río Carmen Silva, que es con sus 30 km
de longitud el segundo en importancia de los ríos de Tierra del Fuego,
y que desemboca junto al Cabo Domingo, se extienden hacia el inte-
rior varias series de colinas bajas con forma de cono o de mesas.
Esta región se presenta entonces como una zona de transición hacia
la meseta verdadera al sur del Río Grande. Entre ellas hay muchos
valles profundos, que a menudo se ensanchan para formar superficies
bajas y pantanosas. Aquí comienza el bosque propiamente dicho, pri-
mero como parque y luego en extensas zonas cerradas.
Río Grande, de bierto en 1886 por LISTA y bautizado Río
' sistem fluvial más importante. Su desembocadura
-11"re, hasta- 10 km tierra adentro, el vaivén de la marea alta y baja.
Para la geografía fueguina separa el abierto paisaje septentrional des-
provisto de bosques y de aspecto pampeano de la región boscosa sure-
ña.. Dicho río ha contribuido a separar a los selk'nam en un grupo
septentrional y otro meridional.
Cuanto más se avanza hacia el s u r, tanto más se cierra el bosque,
que pronto se convierte en una selva de difícil acceso. Algunas elevacio-
nes aisladas permiten apreciar un amplio panorama hacia el norte so-
bre la depresión lentamente ascendente, cuyos bosques de hayas (Nota
111111111 11.111111 41~ 1111~111111~11111
del Traductor: lengas) verdinegras son interrumpidos por las anchas
y más claras cintas de los bajos pantanosos y las turberas. Aquí se
cuentan muchas menos lagunas y lagos, y también los ríos en la costa
sudeste recorren trechos muy cortos.
Y he aquí que se alzan escarpados e imponentes los afilados picos
de la Cordillera de Darwin y de la Sierra Valdivia (Nota del Traductor:
Según Carta General de la República Argentina —A.C.A.— Sierra Val-
divieso), con alturas mayores de 2.000 metros. Audaces fan " • s
estas dos cadenas dominanérterritorio, pér pen marnente s es-
ploman en las aguas del Canal de Beagle. Como la montaña más alta
se menciona alMonteSarmiento,con 2.400 metros (ver Fig. 1)",
3. El clima
b. La flora
Si la conformación del suelo y el clima difieren uno de otro entre
la región norteña y sureña de la Isla Grande, también debe mostrar
similares diferen-
cias la flora de am-
bas regiones.
El norte, prepon-
derantemente seco,
muestra la típica ve-
getación de estepa.
A ésta se agrega una
región intermedia
semihúmeda con
formación de par-
ques compuestos en
su mayor parte de
Notho/agus antarcti-
ca (ver Fig. 2). Esta
zona de transición
cede poco a poco
al húmedo bosque
Fig. 2. Haya de hoja caduca siempreverde del sur
y de las regiones
montañosas, donde predomina la Notho/agus betuloides (ver Fig. 3).
Esta división en tres regiones fitogeográficas resul-
ta claramente reconocible y, al mismo tiempo, permite ver la enorme
pobreza en géneros y especies. Ello confiere al paisaje cierta aburrida
monotonía y una desagradable uniformidad. Repentinamente disminu-
yen las especies de fanerógamas del norte seco, al avanzar hacia el
sur húmedo, donde abundan las criptógamas. Incluso los géneros antár-
ticos Acaena y Azorella tienen aquí algunos representantes endémicos.
Sólo muy pocas especies son comunes a las tres regiones fitogeográfi-
cas. En estos últimos tiempos la flora de la Isla Grande fue estudiada
c. La fauna
Por más tentador que resulte desarrollar exhaustivamente la situa-
ción especial de la fauna fueguina, o recorrer el devenir de la significa-
tiva historia de la investigación de esta fauna, la consideración del apro-
vechamiento que el pueblo selk'nam hace de los animales existentes
nos impone limitaciones. En rasgos generales las especies se asemejan
a uno y otro lado del Estrecho de Magallanes, pero, de todos modos,
no faltan algunas diferencias llamativas. Aquel brazo de mar que en
su parte más angosta sólo tiene 4 km de ancho forma de hecho una
barrera zoogeográfica. Los animales propios de la pampa [patagónica] ,
como el ñandú (Rhea darwini), el puma (Felis concolor), el huemul
Cervus chilensis) (Nota del Traductor: Nuevo nombre científico: hip-
pocamelus bisulcus), el zorro gris (Canis griseus) y el zorrino (Conepa-
tus humboldtii) avanzan ciertamente hasta la costa norte del Estrecho
de Magallanes, pero no lo han cruzado. Las serpientes y los batra-
cios faltan completamente, al igual que muchos insectos que abundan
en el continente. Como en principio ni el clima ni las condiciones de
vida pueden ser responsables del contraste existente, NORDENSKJOELD
(i): II,7 considera "que circunstancias climáticas u otros impondera-
bles sólo han permitido muy tardíamente una inmigración de las for-
mas norteñas". De acuerdo con esto, menos aún puede situarse la co-
lonización de la Isla Grande por los indígenas en fecha anterior a
ese hecho.
En líneas generales la fauna es pobre en especie s, muestra
color mate y escasamente llamativo, y formas poco elegantes. Se mi-
metiza adecuadamente con la estepa herbácea casi por completo des-
provista de flores, y con el sombrío verde de los bosques antárticos
de hayas. Esta fauna complementa acertadamente la imagen gris opa-
ca e inamistosa de la lejana Tierra del Fuego, junto con los amenaza-
dores cúmulos de nubes en un cielo gris, los alargados bancos de niebla
y las raras ocasiones en que resplandece el debilitado sol, los gé-
lidos huracanes y las pesadas ráfagas de lluvia, y los paisajes yertos
de playas, turberas y nieve.
Los vertebrados e invertebrados de la fauna marina se hallan pre-
sentes en enorme cantidad y variedad, tanto de especies como de indi-
viduos. En algunas pocas regiones costeras privilegiadas pululan real-
mente las aves de mar y los mamíferos marinos, en tanto que en tierra
adentro la vida animal parece extinguida en algunas regiones. Llama-
tiva es la diferencia cuantitativa entre las aves terrestres, que práctica-
mente no se encuentran en el interior de la Isla Grande durante el in-
vierno, y las aves costeras y de alta mar, que durante todo el año están
presentes en número aproximadamente igual. Aquéllas ciertamente vi-
sitan durante el verano los pantanos y las lagunas incrustadas en los
valles sureños, pero emigran a comienzos del otoño hacia los pastos
del norte. Aquí el suelo resulta más fértil y el territorio más expuesto
a los rayos del sol. Por consiguiente, las posibilidades de caza para los
indígenas norteños y sureños también son diferentes. De todos modos,
dentro de la familia de los vertebrados, las aves representan una pro-
porción exageradamente grande, mientras los mamíferos terrestres con-
forman un grupo muy modesto. Entre los invertebrados predominan
los moluscos y los artrópodos.
Entre todos los animales de caza es el guanaco (Lama huana-
chus Mol., ver Fig. 5) (Nota del Traductor: nombre científico actual:
Lama guanicoé) el que resulta vital para la economía de estos fuegui-
allik II
nos. De sus parientes sudamericanos, los camélidos, sólo él alcanzó el
in
mo sur, llegando *luso hasta la Isla Navarino. Por su estatura
formación física, comparable sobre todo al ciervo real centroeuro-
peo 18, vive casi exclusivamente en manadas mayores o menores de
variable composición. Hay grupos compuestos exclusivamente por hem-
bras jóvenes, otros sólo de hembras y un macho adulto y algunos ma-
chos que aún no han alcanzado la edad de reproducción. Pero una vez
que estos últimos han crecido, se producen entre ellos graves luchas;
el macho más fuerte se afirma en medio de algunas hembras, en tanto
24 La excelente narración de GEORG FORSTER (a): 389 nos de. una idea del nú-
mero de ballenas que antiguamente poblaban estas aguas.
colibrí chileno, el más grande de su
especie (Eustephanus galeritus), y del
loro verde-claro (Microsittace ferru-
gineus), que en grandes bandadas
ruidosas recorre el bosque. Continua-
mente martilla el hacendoso carpin-
tero negro (Ipocrantor magellanicus)
los troncos descompuestos de Ja sel-
va. Además de los sisones pequeños,
pueblan la playa los ostreros negros
(Haematopus ater). En los pantanos
no falta ni el frailecillo (Belonopterus
chilensis) ni la bandurria (Theristi-
cus melanopsis), cuyo grito chillón
se oye desde lejos. En las rocas cos-
teras anidan los pingüinos (ante todo
Spheniscus magellanicus) y los cor-
moranes. El indígena persigue a la
oca silvestre (Chloé-
phaga) y menos fre-
cuentemente a los
patos. Las lagunas
del norte están ro-
deadas de garzas y
flamencos. Todos es-
tos huéspedes mul-
ticolores del verano
traen vida y alegría
a la región, que du-
rante el largo invier-
no permanece en un
silencio sepulcral.
Hay tres peque-
ñas lagartijas, pero
raras veces se las
puede ver; serpien-
tes y batracios fal-
tan totalmente. Los
indígenas atrapan y
recogen ocasional-
mente algunos tipos
de peces en la pla-
ya y en las lagunas
y ríos. No consumen
la araña de mar
grande (Lithodes an-
tarctica), pero la
gente del norte en
cambio hace uso oca-
Fig. 7. Berberis con frutos. Tamaño natural. sionalmente de los
numerosos moluscos y caracoles (Voluta magellanica, Fissurella, Pa-
tella, Mactra, Mytilus y Pecten).
Existen algunas especies de arañas, pero en general pocos insec-
tos. Excepto densos enjambres de una pequeña mosca negra, que en
días calurosos resulta muy molesta, no hay allí otros insectos fasti-
diosos. Los escarabajos y las mariposas tienen formas y colores poco
llamativos. Tan pobre como el reino vegetal es también el reino animal
de la Tierra del Fuego. Ninguno de los animales y ninguna planta son
peligrosos para el hombre.
35 El pequeño error acerca del origen de la piel no interesa para nada, pues
vicuña, guanaco, llama y alpaca pertenecen a la subfamilia de los camélidos sud-
americanos.
36 Ultimamente, la parte norte de la Isla Grande fue extensamente aprove-
chada para la cría de ovinos, como ya lo había insinuado SARMIENTO.
yndios que nos bieron hizieron tantos humos que cubrían la mar y tie-
rra" (PASTELLS: 261). Una prueba de que la región estaba abundante-
mente poblada y de que los aborígenes acostumbraban usar sus seña-
les de humo tanto entonces como ahora.
O L I V I E R VAN NOORT: En los años siguientes se inició una
viva competencia por la posesión definitiva de la tierra más austral
del Nuevo Mundo. Los saqueos de los corsarios ingleses en la costa
chilena habían alcanzado un punto culminante, y llegaron entonces a
la región también los holandeses. Luego de un primer intento poco
feliz de alcanzar la región magallánica ", condujo O. VAN NOORT una
segunda flota holandesa hacia las tierras del sur. Poco después de pe-
netrar en el Estrecho de Magallanes, observó sobre la "costa sur", es
decir, sobre la costa norte de la Isla Grande, la presencia de un abo-
rigen. El holandés narra el encuentro de la siguiente manera: "El 22
de noviembre, y 14 millas dentro del estrecho, se observó sobre el
lado sur a un hombre que corría hacia el barco. Este nativo estaba
vestido, según parecía a la distancia, con un abrigo al estilo europeo.
Rápidamente se envió a la costa la barcaza, pero cuando se llegó más
cerca se pudo ver que se trataba de un salvaje, vestido con una especie
de túnica de piel con el pelo hacia afuera. Este hombre bailaba y brin-
caba, tenía el rostro pintado, era de estatura normal y, a pesar de
todas las señas que se le hizo, no quiso aproximarse. A continuación
aparecieron otros salvajes más, contra los cuales la gente de nuestra
barcaza disparó cinco o seis escopetazos. El primero de los salvajes
no se inmutó por ello, pues no sabía de qué se trataba. Por fin se fue
caminando lentamente tierra adentro . ." (según BROSSES: 185).
Ya debo señalar en este lugar una malvada costumbre de los nave-
gantes europeos, que habían convertido —por así decirlo— en una re-
gla, de disparar sus toscas armas de fuego contra los aborígenes,
ni bien lograban ver a alguno. Es entonces muy comprensible que la
actitud
41, Y
de los nativos hacia los blancos no se haya visto favorecida
por ello.
Diversos relatos de viaje dejan entrever que las tripulaciones euro-
peas que navegaban por el lugar contemplaron a menudo a los habi-
tantes de Isla Grande, aunque sin entrar en contacto con ellos. De
este modo', a fines de marzo de 1615, comenzó a remontar el Estrecho
de Magallanes el almirante holandés GEORGE SPIELBERGEN, y expresa en
su diario: "Se observó en la Tierra del Fuego ( = Isla Grande) a un
hombre muy alto que se hizo ver varias veces, y que de vez en cuando
ascendía a una colina o a un cerro, con el fin de vernos" (según
BROSSES: 213).
LE MAIRE y W. SCHOUTENS: Una sociedad comercial
holandesa envió en el año 1615 una nueva expedición bajo el mando
de LE MAIRE y W. SCHOUTENS, con la misión de encontrar otro pasaje
mejor hacia las Indias Orientales. Durante su viaje, esta expedición
dejó a propósito a su derecha el Estrecho de Magallanes y, con la
37 FACALDE: 87 y BROSSES: 172 aportan las noticias más importantes sobre esta
expedición holandesa bajo el mando de Altos MAHU o bien SIMÓN DE CORDES y
SEBALD DE WERT, realizada entre los años 1598 y 1600.
quilla puesta al sur, recorrió la costa oriental de la Isla Grande, para
entrar luego a un brazo de mar que fue llamado "Estrecho de LE MAIRE"
en honor al comandante. Luego esta flotilla, impulsada por vientos
favorables, fue la primera en alcanzar aquella roca tan temible que
inmediatamente recibió el nombre de "Kap Hoorn" (Cabo de Hornos).
Durante este viaje rápido y favorecido por la suerte se había descu-
bierto una nueva ruta hacia el Océano Pacífico 38 .
L o s NORAL: El temor de los españoles, que podían perder
nuevamente las ventajas recién ganadas, hizo que inmediatamente en-
viaran a la zona una expedición de exploración. Se pusieron bajo el
mando de los hermanos BARTOLOMÉ y GONZALO NODAL, hombr uy
capaces, dos navíos que. ncieron a kilLnar el 27 Mi setie
1618 desde Lisboa. A niaillos de enedillie 1619 Ale ha
la desembocadura oriental del Estrecho de Magallanes, e inmediata-
mente pusieron proa hacia la costa oriental de la Isla Grande, que
exploraron con tanta minuciosidad como nunca antes se había inten-
tado 39 . Varias bahías o ensenadas, puertos y sierras costeras fueron
registrados en los mapas y dotados de nombres que aún hoy siguen
vigentes. Ambos NODALES consideraron erróneamente a la Bahía de
San Sebastián como un ancho pasaje de mar que desemboca en el
Estrecho de Magallanes, engañados tal vez por la profundidad de la
bahía. Después de navegar un buen trecho, "se tomó el altura en
54 grados escasos: a la tarde junto a la marina hizieron los Indios
una humada °...: anocheció antes de llegar al cabo de santa Ines,
que por ser éste su dia se le puso este nombre ..." (Relación del via-
je: 30). Después de superar la Punta de San Vicente, navegaron a lo
largo de las escarpadas costas de la Isla de los Estados, para anclar
poco después "en una muy buena ensenada o baia, que se llama poerto
del Buen sucesso... " (ibid., 31). En este lugar, en enero de 1619, se
encontraron los primeros europeos con los indígenas de la zona, sin
lugar a dudas pertenecientes al grupo haus. El miércoles 23 de enero
de 1619, mientras la tripulación estaba dedicada a la pesca y a la reco-
lección de leña, "baxaron ocho Indios; y así como los vimos, nos reti-
ramos a nuestra gente: tomamos las armas. A este tiempo vieron de
los nauios los Indios, y el Capitan Bartolome Garcia de Nodal disparo
vna pieza para que nos recogieramos: toda via los Indios se llegaron
a nosotros, y como vimos que no traian armas ningunas, y que venian
en cueros, desnudos: algunos traian bonetes de plumas blancas de
paxaros, y otros algunos pellejos de carneros, con lana larga como los
de España, y vn pellejo de venado que trocaron por vn capote, y hilo de
lana de carneros, y correas de cuero adouadas con almagre 41 : vinie-
39 FACALDE: 95 y BROSSES: 216 relatan los detalles de esta expedición.
39 La expedición de los hermanos NODAL "es, por increíble que parezca, el
primer viaje de exploración a lo largo de esta parte de la Tierra del Fuego, cuya
realización podemos demostrar fehacientemente" (Kom.: 452).
40 Es ésta una nueva prueba del uso de señales de humo por parte de los
selk'nam.
41 "Almagre" es definido por el Diccionario Enciclop. J. I. (Barcelona 1925)
como: "Oxido rojo de hierro, más o menos arcilloso, que suele emplearse en la
pintura". Se trata entonces de la tierra colorante tan apreciada por nuestros
indígenas.
ron abriendo los brazos, y dando vozes a su modo, a, a, a, y arrojando
los bonetes que traia [n] en señal de amistad, con esto nos llegamos
a ellos y de allí a vn rato llegaron otros tres juntos: todos nos mira-
ron muy de proposito los vestidos, y vimos que se aficionauan a los
que tenian ropillas coloradas, y pedian por señas. Dimosles cuentas
de vidrio, y agujetas, y otras niñerias. Eran muy apersonados, sin bar-
bas ningunas, y pintados todos las caras de almagre y blanco: pare-
cian muy ligeros en correr y saltar: no se fiauan mucho en nosotros,
porque no se llegauan sino a tomar algo, y luego se desuiauan, en
particular los mas mozos...
Salimos otra vez a tierra, con pensamiento de ver si podiamos
coger algunos. Lleuamos algunas niñerias, y dos frascos de vino, y
pan que les dimos, y ellos lo tomaron: pero por ningun caso han co-
mido ni han querido beuer de lo que les dauamos: que deuian de en-
tender que les dauamos alguna ponzoña. Tomauan de buena gana cual-
quier cosa de fierro, y otro qualquiera metal, hasta lleuar los brocales
de los frascos, que eran de plomo, y todo cuanto podian auer. Aqui
tratamos como podiamos coger algunos, y consideramos que si enton-
ces les escandalizauamos, despues conuocarian mas, y [no] tendriamos
lugar para hazer agua y leña... Al fin determinamos de dexallos por
entonces, y assegurallos con los dixes que les dauamos. Cogimos un
poco de agua y leña, y nos embarcamos con orden: porque assi como
ellos no se fiauan de nosotros, que se velauan como aguilas, assi noso-
tros no nos fiauamos dellos, muy espantados de vernos. lamas deuie-
ron de ver gente por alli: ...Y porque no supiessen las armas que
eran, se dio orden que por ningun caso ninguno disparasse arcabuz,
por no espantallos, como se hizo. Con esto nos fuymos a bordo de las
carabelas, y se quedaron saltando con los brazos abiertos, dando mues-
tras de plazer. Es de considerar, que este gentio dexaba por la playa
el pan blanco que les dimos, y en nuestra presencia arrancauan las
yemas del campo, y comian dellas, como bueyes o cauallos, y lo mis-
mo hizieron comiendo sardinas crudas, que hallauan por la playa sin
quitalles corsa alguna: cosa de saluajes...
Iueues 24 y Viernes 25 de Enero, ya traían los Indios arcos y
flechas ... Dexamosles entrar sin armas, que las dexauan escondidas.
Aqui quisieramos coger algunos, pero teniamos las chalupas tan car-
gadas y embarazadas de agua y leña que casi para lleuar la gente que
teniamos en tierra no cabia: guando vimos que vno, o dos se salie-
ron, y llamaron otros que quedauan atras con sus arcos y flechas, y
como nosotros nos alborotamos, se retiraron, y porque las postas no les
querian dexar passar, empezauan a subir por los montes como cabras,
demanera que aunque quisieramos, no podiamos assir dellos... El
Sabado 26 de Enero, hizo mal tiempo, y mucha mar, y no se pudo yr
a tierra: y antes de medio dia passaron de vna parte la otra mas de
veynte o treynta Indios..."
Así como en este informe satisface la postura algo tímida pero
pacífica de los indígenas, tanto más ofende la artera intención de los
navegantes españoles''-. Favorecidas por la suerte, las dos carabelas
allant au Chili je passai cinq jours dans la baye de Bon Succés, au mois
de novembre 1711 ... La veille de notre départ, comme nous étions á
terre, un sauvage sortit du bois voisin: on lui fit signe d'approcher. Il
s'approcha en effet, mais toujours en défense, tenant son arc prét á tirer.
On lui présenta du pain, du vin et de l'eau-de-vie; mais á peine l'avoit-il
jettées á sa bouche qu'il la rejettoit [sic] . On lui fit faire le signe de la
croix; on lui mit un chapelet au col. Comme nous entrions dans le canot
pour retourner á bord, il jetta un cri semblable á un hurlement mélé
de je ne scai quoi de plaintif: il parut aussitót une trentaine d'autres
sauvages, á la téte desquels étoit une femme tout courbée de vieillesse.
Ils s'aprochérent du rivage poussant de semblables cris, et tachant par
signes de nous engager á les aller joindre: on ne le jugea pas á propos.
Ils etoient tout nuds á la réserve d'un morceau de peau de loup marin
pendu sur leur ceinture: leur visage étoít peint de rouge, de noir et
de blanc: ils portoient au col un collier fait de coquilles, et aux poignets
des bracelets de peau. Ils ne se servent que de fléches, au bout des-
quelles, au lieu de fer, il y a une pierre á fusil taillée en fer de pique.
Ces gens-lá me parurent assez dociles, et je crois qu'il ne seroit pas
45 Esta carta fue publicada por primera vez en las Lettres édijiantes et cu-
rieuses. Utilizo la transcripción de BROSSES: II, 434 (de la edición francesa).
4W1115 Zet.
difficile de les instruire." — Esta narración describe al grupo haus, del
sudeste.
de que en medio del mar polar, la naturaleza forma témpanos que no contienen
partículas de sal, sino tienen todas las características del agua pura y saludable.
Durante otras estaciones habíamos navegado por el gran mar pacífico dentro de
los círculos tropicales, y allí recogimos para los naturalistas nuevas plantas y aves,
para los geógrafos descubrimos nuevas islas, y para los estudiosos del ser humano
visitamos lugares donde existían diferentes y aún desconocidas variantes de la
naturaleza humana . "
49 COOPER: 79 señala que también "Hawkesworth's narrative incorporates
many data from the Banks and Solander journals into Capt. Cook's".
S° Se refiere aquí a dos de sus marineros que, durante una marcha a través
de aquella región, sucumbieron en la nieve.
11111- -11111
étoient contents; ils sembloient ne désirer rien au-delá de ce qu'ils
11111
pessédent ... Nous n'avons pas pu savoir ce qu'ils souffrent pendant
la rigueur de leur hyver; mais il est certain qu'ils ne sont affectés
douloureusement de la privation d'aucune des commodités sans nombre
que nous mettons au rang des choses de preiniére nécessité. Comme
ils ont peu de desirs, il est probable qu'ils les satísfont tous" (HAwicEs-
WORTH: II, 288).
J O S E F BANKS: Pocos días después Com( abandonó este - puer-
to y navegó hacia el sur. Su acompañante BANKS era un, excelente
observador y un activo recolector; no sorprende entonces que haya
logrado magníficas descripciones de la flora, de la fauna y de la po-
blación fueguinas y que, además, regresara en julio de 1771 con un
botín inesperadamente rico 51 Su certera caracterización de los grupos
.
56 Esta es la mención más antigua del perro fueguino, y por lo tanto resulta
de interés.
57 A raíz de los afortunados resultados de la South American Missionary
Society de la iglesia protestante entre los yámana, DARWIN reviso más tarde su
juicio desfavorable acerca de la capacidad intelectual de los fueguinos.
* Aproximadamente 1,80 metros. (N.d.T.)
1,11it 211111~,
1J
60 Estos cálculos duros como piedras son utilizados como remedio por los
selk'nam, así como por los indígenas araucanos.
c. Los trabajos de investigación de los últimos cincuenta años
La Isla Grande, la patria de los selk'nam, con sus puertos que casi
no merecen ser llamados así, y su costa noreste poco profunda, no ha
podido proporcionar a los antiguos navegantes ni puntos de atracción
especiales, ni suficiente protección a sus naves. Principalmente por esa
razón los europeos no prestaron atención especial a los indígenas que
habitaban allí, y ambos grupos se encontraron sólo ocasionalmente en
la Bahía Buen Suceso. Incomparablemente más abundantes son las
fuentes antiguas en relación con los halakwulup, de los que casi cada
flota, desde el descubrimiento del Estrecho de Magallanes hasta la
formal anexión 6' del territorio por parte de Chile el 21 de setiembre
de 1843, trajo a Europa abundantes noticias y detalladas descripciones.
Desde ese momento los informes comenzaron a ser menos frecuentes.
Algunos decenios después, en cambio, la atención de los blancos co-
menzó a centrarse cada vez más en los selk'nam. Una vez que se hizo
probable para los habitantes de aquella poco conocida región la aptitud
de algunas comarcas de la Isla Grande para la cría de ovinos, más de
uno arriesgó salud y energía vital en aras de una empresa aventurada.
Casi a diario se aventuraban arriesgados juegos de azar para enrique-
cerse, desde que fueron descubiertos rendidores yacimientos de oro,
y gente de los más diversos orígenes fue víctima de una verdadera fie-
bre del oro; todo ello a despecho de las inquietantes noticias que se
tuvieron con respecto a los indígenas.
El misionero protestante THOMAS BRIDGES apenas había logrado un
acercamiento aún poco satisfactorio con los selk'nam (ver pág. 44),
cuando fluía ya desde el norte una corriente de esperanzados colonos,
atraídos por los prometedores informes del oficial de marina chileno
RAMÓN SERRANO M., informes que databan del ario 1879 (ver pág. 51).
Mediante las informaciones recogidas por la expedición argentina del
año 1886. baio el mando de RAMÓN LISTA, se conoció parcialmente la
región oriental (ver pág. 52). Se abrieron entonces las puertas para los
criadores de ganado y los estancieros, para los buscadores de oro y
los aventureros, todos los cuales se derramaron sobre el territorio de los
selk'nam hasta entonces intacto. Todos ellos estaban animados del de-
seo de enriquecerse rápidamente.
De un día para el otro se vieron enfrentados indígenas y europeos.
Éstos extendieron la mano para apoderase del territorio de aquéllos
enzo errible 111 que tuvo su rápido fin en la total elimina-
tiguos propietarios de esta isla. Las noticias sobre el te-
orio y s gente se multiplicaron sorprendentemente en estos pocos
decenios, y también comenzó el estudio científico. Como consecuencia
de la actividad económica que desarrollaron los europeos intrusos, la
superficie de la Isla Grande adquirió entonces una nueva fisonomía 62 ,
en que nacieron los informes. En aquel entonces los europeos casi sin
excepción enfrentaban hostilmente a los nativos y, por lo tanto, reinaba
una irritabilidad máxima en ambos bandos. Se carecía tanto de una
concepción espiritual desprovista de apasionamientos y prejuicios, co-
mo del tiempo necesario para que los blancos realizaran observaciones
dignas de fe y los indígenas carecían de los presupuestos naturales para
un modo de vivir sin trabas y un normal desarrollo de la economía, lo
mismo que de un apropiado acceso para ello.
¿Era realmente tan vigorosa y amplia la influencia de aquellos in-
trusos europeos, como para transformar la manera de pensar de los
nativos y condenar a la desaparición el contenido de su memoria? ¿Que-
dó destruida sin más ni más, con la apropiación por los europeos de
sus cotos de caza al mismo tiempo el mundo propio de sus represen-
taciones e ideas, de sus personalidades mitológicas y de sus concep-
ciones religiosas? ¡De ninguna manera! Pues ningún buscador de oro
estanciero, aventurero o policía, y ni siquiera la labor de los misione-
224; 1882). Esta primera visita allanó el camino para un trato posterior
con los aborígenes ".
68 Esta carta lleva como título "Dawson Island, in voyage to Sandy Point,
March lst, 18'78".
69 También describen el programa de trabajo para la cristianización de los
selk'nam, programa muy bien pensado (MM: XII, 125 y sigs.; 1878).
" El capitán WILLIS (MM: XVI, 231) testimonia el efecto favorable que la
prudente actitud de BRIDGES tuvo sobre los indígenas.
1111 4011 11111140$
-XV
" Acertado es el juicio de COOPER: 72: "The Bridges brothers are the best
living first-hand authorities on Ona culture; ...their intimate knowledge has been
drawn upon extensively by Barclay, Cojazzi, F. A. Cook, Furlong, Gallardo, Holm-
berg, O. Nordenskjoeld, Tonelli".
8° Lo he examinado en el Museo Mitre de Buenos Aires, pero sólo le corres-
ponde poca importancia. Véase Museo Mitre: Catálogo razonado... I, 164.
81 Vignati (a) habla con cierta razón de un "tipo moderno" de construc-
ción de las chozas. En el sur todavía no se encuentran tirados por ahí tales restos
de basura cultural europea, por lo que el estilo original todavía no sufrió deterioro.
ordinario en todo sentido. De allí también el gran contraste entre los
selk'nam jóvenes y los más viejos de la tribu; porque los indios de
más edad no pudieron adaptarse a la vertiginosa carrera transforma-
dora del desarrollo exterior; y ya fuera por oposición al detestado euro-
peo, se retiraron, aislándose, para persistir con mayor firmeza en las
costumbres de sus padres. La nueva generación busca, por el contra-
rio, imitar la forma de vida de los blancos, y la permanencia continua
en las estancias interrumpió el intercambio continuo de ideas con los
demás integrantes de la tribu; •por lo cua~árrti~rannliariZanns -4...
con la cosmovisión de sus padres. Esto significa la decadencia lenta
de la vida espiritual anterior indígena, que ha afectado a la gente jo-
ven; los BRIDGES nunca aspiraron a ejercer una influencia consciente
a través de ideas modernas 82 Además, sólo pocos indios buscaron
.
82 Una carta del Pastor LAWRENCE del 1° de mayo de 1909 parece dar a en-
tender que LUCAS BRIDGES "conducts Divine Service" para los selk'nam (MM:
XXXIV, 112). Pero se trataba sólo de una prueba ocasional.
83 Véase el censo realizado en 1893 por el gobernador G. GODOY: 379.
U Este plan se discute en las SN: XIV, 141 de 1908.
cunstancias de su viaje y las personas que lo acompañaron. Sin em-
bargo, en el mapa adjunto, se puede ver que salió el 30 de diciembre
de 1873 de Bahía San Felipe, avanzó luego por las costas de la Bahía
Inútil para después cruzar el 13.12.1874 desde Punta Nose a la Isla
Dawson. Expresa que: "Il ne nous fut donné que deux fois de sur-
prendre des campements de Fuéguiens" y estos pocos indígenas tam-
bién se ocultaron por temor. De los indios sabe informar muy poco,
pero su cabalgata fue el primer avance realizado hacia el Sur por la
ruta de la costa occidental.
A fines de 1880 colonos chilenos trataron de arraigarse en la zona
de la Bahía Gente Grande. Circulaban los rumores más extraños sobre
los indios "chonquis", por lo que los blancos sólo se aventuraban a
penetrar fuertemente armados en la región. La primera expedición
de reconocimiento chilena les había proporcionado el incentivo para
instalarse en la isla.
RAMÓN SERRANO M.: Para sustituir los rumores circulan-
tes por la realidad, las autoridades chilenas ordenaron una expedición
que investigara detenidamente el problema. El oficial comisionado re-
cibió la cañonera "Magallanes" con una pequeña dotación y quince
caballos. Abandonando la punta Sur de la Bahía Grande el 5 de enero
de 1879, la tropa avanzó en dirección Sudeste hasta el paralelo 54,
para acercarse luego a la Bahía San Sebastián y alcanzar, después de
atravesar la Isla Grande en dirección Noroeste, el punto de partida el
12 de febrero. El itinerario fue registrado en un mapa propio. Aun-
que unos pocos indios observaron la llegada de estos blancos, se man-
tuvieron temerosos a distancia; probablemente porque los soldados ni
podían alejarse del grupo ni dispersarse. Se recogieron algunos pocos
utensilios indígenas ya conocidos, pero faltó la oportunidad para hacer
observaciones generales. SERRANO: 204 opina, con acierto, que los abo-
rígenes son "de un carácter suave i faciles de civilizar" y que en la
parte norte de esta isla se encuentran buenos campos de pastoreo para
ovejas. LISTA (b): 42 califica a dicho oficial chileno como el "primer
explorador de la parte chilena del País de los Onas".
FENTON : Cuando COPPINGER : 36 arribó, en enero de 1879, a
Punta Arenas, se le ofreció este médico residente local —"the Govern-
ment (Chilian) surgeon of the settlement"— como acompañante para
algunas excursiones por la región. Según me aseguró J. LAWRENCE ver-
nte, N posn conoci muy limitado de los indí-
87 Reproducido en MM: XXI, 37; 1887. Allí también está el informe del capitán
SPURR sobre el secuestro de aquellos prisioneros.
88 £1 examinó los hechos por orden del Instituto Geográfico Argentino y su
la Société de Géographie de Paris era un plagio hecho y derecho de un
trabajo de POPPER publicado en 1887. Éste comenta el caso con cáus-
tica burla: "Últimamente los dos sabios franceses Willems y Rousson
recorren las playas de Tierra del Fuego, y exploran no el territorio,
sino los cuadernos 4 y 5 del Boletín del Instituto Geográfico Argen-
tino de 1887; hacen un extracto literal de la conferencia y una mala
copia del plano que he publicado hace cuatro años y lo envían,'como
digno fruto de los 5000 francos que recibieron del gobierno francés,
al Ministro de Instrucción Pública de Francia, quien lo transmitrlo: 1"-1"
lemnemente a la Sociedad Geográfica de París, la que toma nota de
ella, dando publicidad al estupendo fiambre en su sesión del 21 de
Marzo del presente año" (POPPER [d] : 149). Cualquier comentario está
demás.
JULIO POPPER :Tenemos ante nosotros el tipo del aventu-
rero violento y codicioso. Rumano de nacimiento, se había estable-
cido inicialmente en Buenos Aires y, en 1886, en un primer viaje al
Estrecho de Magallanes había oído hablar de los yacimientos de oro
recientemente descubiertos en la región. Con el consentimiento del
Ministro del Interior juntó una tropa de dieciocho hombres "dispues-
tos todos a no retroceder ante ninguna dificultad" (a: 76). Corno
podemos ver en el mapa, este grupo recorrió todas las costas destr'
Bahía Gente Grande hasta cerca del Cabo Peñas, y luego se dirigió
directamente al oeste, desde el Cabo San Sebastián, hacia la Bahía
Inútil. Encuentros repetidos con indígenas tuvieron graves consecuen-
cias. En este viaje de reconocimiento POPPER obtuvo un excelente cono-
cimiento del territorio.
Más tarde estableció un poblado en Páramo para los muchos bus-
cadores ávidos de oro que se le adhirieron a; pues vagabundeaban por
allí individuos de la peor calaña y existencias perdidas de diversas
nacionalidades. Cuando su megalomanía y tiranía desagradaron a los
peones que tenía bajo sus órdenes y la búsqueda del oro produjo me-
nores ganancias, se hizo contratar por ciertos estancieros para la cace-
ría de indios. En sus correrías por la Isla Grande se encontró con
gran cantidad de indígenas, muchos de los cuales cayeron por las balas
de la salvaje banda que él capitaneaba. Cuando, después de un corto
período en que se dedicó a esas andanzas, el gobierno argentino ines-
peradamente lo enfrentó, tuvo la desfachatez de intervenir, con hipó-
crita verborrea, en favor de los indios ", cuyo asesino acababa de ser,
mediante un discurso público que se llevó a cabo en Buenos Aires
en 1891. Murió el 5 de junio de 1893.
Este hombre cruel y violento causó desgracias sin medida a los
indígenas. Extraña cómo el Instituto Geográfico Argentino pudo dedi-
1. Mi primer viaje
a quien tuvimos que arrancar del sueño, y que, de inmediato, nos dio
albergue. Mientras él desensillaba los caballos, mi guía preparaba
café en la pequeña cocina. Con la bebida caliente y algo de pan nos
repusimos de nuestro agotamiento. Junto a la estufa extendieron para
mí algunas frazadas sobre las tablas sueltas del piso, me cobijé bien
y rápidamente me hundí en un profundo sueño.
En la madrugada, cuando me despertaron, me sentí repuesto.
Recién entonces me di cuenta de que mucha gente había debido pasar
la noche bajo este techo. Una comisión argentina de agrimensores
con la que ya me había encontrado en los edificios del frigorífico junto
a Puerto Río Grande, también fue sorprendida por la lluvia y había
buscado amparo aquí. Cuando hay tormentas, los viajeros se reúnen
con rapidez en las casas más próximas y los propietarios o mayordo-
mos ya cuentan con huéspedes no anunciados. El encuentro con aque-
lla comisión me vino muy a propósito, pues algunos de sus integrantes
querían visitar, incluso esa misma mañana, el cercano campamento in-
" Esta pequeña fundación fue creada como punto de reunión para los sea'
nam meridionales que, como es sabido, nunca llegan hasta la región del norte.
Taff ir 110 IV
dígena. Estaban bien os; pusie mi disposición un ca allo~
ensillado y emprendí la jornada inmediatamente con ellos.
Manteniendo la dirección Sudoeste alcanzamos, después de dos
horas, avanzando por huellas en el monte, la angosta margen oriental
del alargado Lago Fagnano. Nuestro guía era un indio. Luego cabal-
gamos otra hora y media por la arenosa orilla meridional del lago
hasta encontrarnos sorpresivamente en el pequeño campamento que
había sido nuestra meta"Hacía rato quedos indios-nos hatffittraVii1~-h4lik- ,
tadoyseprbncios.Alguepníaro-
pea, probablemente para causar buena impresión. TENENESK, el más
influyente, había dispuesto que todos nos aguardaran fuera de sus tol-
dos. Todos nos contemplaban curiosos y esperanzados. Hacía tiempo
que se habían enterado que gente del gobierno, expresamente enviada,
atravesaba la Isla Grande. Esperaban de ellos ciertos favores, que
muchas veces se les habían prometido, y que casi nunca se habían
cumplido. ¡Para este territorio que no es aprovechable para otros fines
y, en realidad, había sido declarado parque nacional, últimamente el
gobierno exige de estos aborígenes desheredados un impuesto especial
aunque sólo poseen unos pocos yeguarizos!
A los dos miembros de la comisión sólo les interesaba echar una
mirada superficial al campamento. Después de una hora montaron otra
vez con sus acompañantes. Rápidamente me decidí a permanecer aquí,
al ver el gran interés que en ello tenían los indios, pites consideraban
que yo formaba parte de la comisión argentina y exigían exponer
detalladamente sus deseos y esperanzas. Su equivocación me vino muy
bien. Por precaución, ya había traído mis pertenencias más indis-
pensables.
Apenas se alejaron los otros cuando la gente me rodeó con atenta
amabilidad. CIKIOL, un hombre inteligente, se preocupó principalmente
por mí; era superior a los demás, aproximadamente de mi edad, y
además, podía hacerse entender en español. Yo le debo incalculables
servicios tanto con respecto a la introducción a su grupo como a la
cooperación más fiel para alcanzar mis objetivos. Los hombres, en
su celo, ya habían construido para mí una pequeña casa de madera.
Hacia allí me condujeron y pronto ardía el imprescindible fuego. Al-
gunos muchachos fueron enviados a buscar leña menuda que espar-
cieron sobre el suelo húmedo como cama para mí. Esa mañana me
había comprado apresuradamente dos mantas, pero consideré que era
poco y busqué un gran abrigo de piel indígena, que rinde servicios
mucho mejores que los productos europeos. Cixioi. me invitó ama-
blemente a comer en su choza que distaba solamente diez pasos de
mi cabaña. Cada palabra que allí se pronunciaba se podía oír bien
en mi habitación. Sintiéndome bien protegido comencé a instalarme có-
modamente en mi pobre albergue. El viento silbaba alegremente a
través de las maderas, cuyas junturas no habían sido cerradas. Tam-
bién habían dejado abierta una gran entrada en la que faltaba la puer-
ta; más tarde colgaron allí una piel. Pronto sentí la incomodidad y
escasa practicidad de esta cabaña y, al tercer día, me mudé a la choza
de la madre de INxioL, después de que ésta abandonó el poblado.
Mi introducción a este pequeño grupo fue muy favorable. Se su-
puso que yo era un hombre influyente y, sin resistencia, actuaba según
mi voluntad. Por ello nunca hubiera podido engañar a esta gente tan
confiada; todos los deseos y esperanzas con que se habían dirigido a
mí, los comuniqué más tarde fielmente a aquella comisión, apoyando
las peticiones con mis propias recomendaciones. Se había dado el
comienzo más ventajoso para mi trabajo. Aparte de eso, me veía solo
con los indios, sin ser estorbado por nadie. Un macizo de hayas ex-
tendía su alto techo de follaje protector sobre nosotros; el bosque
tupido y la orilla del lago nos encerraban de todos lados y, hacia el
Sur, se erguían empinadamente los montes Heuwépen. Es cierto que
este campamento sólo constaba de cinco familias; pero en vista del
bajísimo número total de los selk'nam, ésta era una buena cantidad ".
El alma del grupo era TENENESK, el mejor hechicero en aquella época,
que fue desplazado hasta aquí por continuos disturbios y disputas que
él había causado en el gran campamento junto al Río del Fuego. Su
capacidad era muy superior a la de HALEMINK. A los dos los separaba
una antigua enemistad.
Los indios día a día pusieron más confianza en mí porque rápi-
damente me las supe arreglar en estas frugales condiciones de vida.
Me sentaba en sus chozas, tomaba parte de sus ocupaciones y de sus
ocios, y los acompañaba a cazar ocas silvestres y guanacos. Ciertas
noches TENENESK era muy comunicativo, y nos contaba mucho de sus
amplios conocimientos. Por su ascendencia no era un selk'nam puro,
ya que su madre pertenecía al grupo haus. De estos últimos sólo él
podía decir algo auténtico, porque ya entonces ningún representante
masculino puro de los haus quedaba con vida. Me llamó la atención
la actitud general de los integrantes de este campamento por la natu-
ralidad con que se conducían, probablemente porque se sabían lejos
de los molestos e indiscretos europeos. Aparte del ineludible anta-
gonismo entre aquellos dos viejos, se llevaban bien entre ellos. De tal
modo me encontraba en medio de la auténtica vida de los indios, y
eso era justo lo que yo necesitaba para mis estudios. Este grupo era
toda mi esperanza y no me defraudó. En mi último viaje hasta me
permitieron asistir a las secretas ceremonias masculinas.
Me acerqué a ellos con cuidado y delicadeza. Mi manera de alter-
nar con ellos, simple y familiar, los sorprendió agradablemente y ya
el primer día nos hicimos amigos. Aunque los observaba aguda y con-
tinuamente, jamás les caí pesado. Se sentían satisfechos, pues eviden-
temente me encontraba muy a gusto en su compañía. También aquí
conlikocijo corles niños y logii1 una íntima amistad con los
osos retoños de TALAS, que ya entonces se convirtieron en mis
favoritos. Para mi gran asombro, algunas personas se ofrecieron para
mediciones antropológicas. Tomar fotografías resultó ser más compli-
cado. Ya en el campamento junto al Río del Fuego había visto el te-
mor de los indios a la cajita negra; tal temor era mayor cuanto mayor
era la persona. Aquí mi cámara era directamente un objeto de terror
para grandes y chicos; al mostrarla, ya la reunión se desbandaba. Más
tarde me explicaron que estaban convencidos de que yo capturaba con
100 Más detalles sobre el censo de enero de 1919 en GUSINDE (a): 27.
esa cajita sus almas o sus espíritus vitales que luego perecían en la
misma, de modo que ellos mismos también tenían que morir. A pesar
de ello yo sacaba continuamente fotos del paisaje para ir acostum-
brándolos de a poco a esa peligrosa cosa negra. Una noche saqué el
libro de GALLARDO Los Onas y les mostré un retrato después del otro.
Entonces se les iluminaron los ojos y comenzaron a charlar porque
reconocieron a todas las personas y TENENESK e INxzoL se vieron a sí
mismos '°'. Por las actitudes y el entorno que los retratos revelaron
se acordaban de las circunstancias bajo las cuales fueron hechas las
tomas y admitieron que LUCAS BRIDGES se había servido de la misma
cajita que yo 102. A continuación ridiculicé su antiguo temor; pues a
pesar de las fotografías no había muerto ninguno de ellos, sino, al
contrario, disfrutaban todos mucho de los hermosos retratos hechos
en una ocasión que se remontaba a varios años atrás. ¡Ahora yo tam-
bién quería llevarme fotos de ellos para mis amigos y enviarles copias
también a ellos, para que más adelante pudieran disfrutar de ellas!
Finalmente desempaqué una pequeña colección de fotografías, en parte
de mis parientes y mías y, en parte, de indios araucanos. Debí acom-
pañar cada una con diversas explicaciones que, por lo general, eran
inventadas, pero siempre indicaba claramente que esas personas vi-
vían todavía. Luego permití a algunos niños que miraran por offilrio
esmerilado. Esto originó grandes risas cuando vieron a las personas
apostadas delante del vidrio al revés, siguiendo exactamente sus mo-
vimientos. Durante este juego coloqué disimuladamente algunas pla-
cas fotográficas y las expuse a la luz. Había traído conmigo lo indis-
pensable para la revelación y con la oscuridad de la noche terminé
las placas y a la mañana siguiente dejé que los curiosos vieran los
negativos. Se veían muy raros por el cambio entre lo claro y lo oscuro
y el grupo, gracioso en sí, los divertía. Con eso al menos había que-
brado su temor a los fantasmas, y, en los días siguientes, fueron más
accesibles. Con las personas mayores tuve que desarrollar gran elo-
cuencia persuasiva, pero sólo se decidieron a posar cuando les expli-
qué que la comisión que estaba de paso necesitaba esas fotos para
conseguir ayuda para los selk'nam. Aún así, algunos seguían mos-
trando una tímida reserva y, por prudencia, no insistí mucho más.
Pronto me llamaron por el nombre Mánk'déen y desde entonces no lo
perdí más. Éste se deriva de inIn -= imagen, figura, sombra, y de
k'áéen = asir, tomar, recoger. Lo que da el sentido de "el cazador
de sombras o de imágenes" como perífrasis de "fotógrafo".
Paso a paso me iba acercando a estos hijos de la naturaleza y de
a poco desaparecía su temor. Para ellos era algo inaudito que un
blanco conviviera aquí, en su mismo campamento, que alternara natu-
ralmente con ellos y que tuviera un placer incondicional en ellos mis-
mos y en sus sistemas de vida. Su agudo poder de observación les
garantizaba la sinceridad de mi ser y de mis intenciones. De aquí en
adelante el camino a su confianza estaba abierto.
101 Les gusta ver fotos de sus compañeros de tribu (ver GALLARDO: 130), pero
a ellos mismos no les gusta posar ante el aparato fotográfico.
102 Aunque GALLARDO omite mencionarlo, la mayoría de las fotos en su libro
fueron puestas a su disposición por LUCAS BRIDGES.
Aunque había hecho muchas observaciones y también progresos
en la lengua selk'nam, valoraba más que eso la amistosa relación que
se había desarrollado entre mí y este grupo. Aquí estaban las mejores
condiciones para la continuación de mi trabajo. Pero sólo pude per-
manecer durante ocho días junto a estos indios. Repentinamente tuve
que abandonarlos, pero prometí a esta gente que regresaría el año
siguiente. La razón de esta partida fue que, en un descuido mío, un
caballo me pisó el pie izquierdo. No había dado importancia al suceso
hasta que, inesperadamente, mi pie se hinchó fuertemente y empecé
a tener fiebre. Como, con razón, temí una septicemia general, aban-
doné el campamento inmediatamente para buscar la comisión argen-
tina que estaba a punto de cruzar la cordillera. En su compañía po-
día aventurarme a esa jornada difícil. Ya no podía usar zapatos ni
botas por la singular hinchazón de mi pie. Lo envolví con un grueso
trapo y durante la extensa cabalgata tuve que mantenerlo fuera del
estribo. Pude soportar el esfuerzo a pesar de la alta fiebre.
Partimos cerca de las seis. Durante horas el camino serpenteaba
entre el ralo bosque de hayas; en ocasiones, desembocaba en abras o
atravesaba arroyos y pasos estrechos. Subiendo por una suave y ape.
nas perceptible pendiente, llegamos al pie de las montañas. Antes ha-
bía que superar algunos pantanos traicioneros que, por suerte, cruza-
mos fácilmente, pues hacía cuatro días que no llovía.
Penosamente ascendimos la empinada colina, arrastrando el caballo
por las riendas. Sólo hacia las dos alcanzamos las sueltas piedras pla-
nas que cubren la cumbre. Hemos llegado a la cima. ¡Una vista extra-
ordinaria nos rodea! Detrás de nosotros sigue el bosque que bordea
el alargado Lago Fagnano. A nuestros pies la Sierra Sorondo ante-
puesta al Canal de Beagle, sobre la que se levanta la cadena monta-
ñosa en la costa norte de la Isla Navarino. La nieve eterna sobre los
riscos salvajes brilla bajo los claros rayos del sol de la tarde, pero
el verde oscuro de los valles ondulados y de los precipicios profundos
nos apremia a seguir. El aire es helado; estamos a 800 metros sobre
el cercano nivel del mar. Más que por el frío tiemblo por la fiebre
alta. Descendemos en fila india por el irregular lecho del arroyo. Los
caballos no encuentran sostén suficiente sobre las grandes piedras ali-
sadas por el agua y el viento. Cuando llegamos a donde comienzan
las ciénagas puedo volver a montar. Los otros siguen a pie, llevando
los caballos de las riendas. La ruta del descenso es sólo algo menos
ada el otro que acaba rK; i de vencer. La jornada nos
a m fácil por egión de loslEatorrales achaparrados. Por
encont• mos un ca tuno cómodo, que THOMAS BRIDGES construyó
su épo con peones indígenas, por orden del gobierno argentino.
`Continuamos la bajada; el paisaje cambia constantemente en los ata-
jos que a menudo se abren. Atravesamos el ancho Río Mayor sin pro-
blemas, porque esta vez lleva menos agua. Este único sendero que
atraviesa la cordillera nos lleva, en la última etapa de nuestro viaje,
por praderas suculentas y extensos pantanos para alcanzar por fin,
poco antes de las nueve, las casas de la estancia de los hermanos
BRIDGES en Puerto Harberton.
11111 1111 11111L~Ila
Llego a salvarme gracias a las amplias comodidades que encuen-
tro aquí para aliviar mi peligroso estado de salud. Cuando, al medio
día siguiente, la comisión continúa su camino, todavía me debato con-
tra el ardor febril. Recién al tercer día encuentro el tan deseado alivio.
Cuando, después de otros tres días, se presentó la oportunidad,
partí en un pequeño cúter con destino a Ushuaia. Sólo podía moverme
con una especie de muleta, pero la fiebre había desaparecido y la su-
puración abundante disminuyó. Siempre recordaré agradecido.4_19-__
lícitos cuidados que me dispensaron el mayordomo de Harberton,
Mr. NILSON y su mujer.
El viaje en la pequeña embarcación de motor fue para mí fácil y
hasta agradable, ya que, excepcionalmente, el Canal de Beagle perma-
neció en calma. Después de dos horas de navegación en dirección oeste
alcanzamos Punta Remolino, y yo no quería pasar por aquí sin haber
buscado algunas informaciones sobre los yámana. Esta estancia per-
tenece a la familia LAWRENCE y, en cierto sentido, es el punto de re-
unión para los aborígenes locales, como lo es Río del Fuego para los
selk'nam. La familia, extremadamente complaciente, me aseguró apo-
yo total para mi trabajo y en aquella época no tuve ni siquiera idea
de qué logros excedentes alcanzaría aquí más adelante. Fue para mí
grandísima sorpresa ver aquí a los primeros yámana. La impresión
general era totalmente distinta de lo que yo había leído en mi juven-
tud en el "Viaje de un naturalista alrededor del Mundo" de DARWIN,
porque estaban desfigurados por la ropa europea que vestían y que
les quedaba mal. Sus rostros, sin embargo, coincidían con los retra-
tos que tantas veces había visto. Como no tenía justificativo para ex-
tender mi estadía, me pareció aconsejable hacer primero lo necesario
para mi curación. Me despedí entonces con la esperanza de volver
a los pocos días. Continuando nuestro viaje, arribamos a Ushuaia dos
horas más tarde. Ahora las aguas del canal sí estaban intranquilas.
Dos días más tarde ya podía calzar zapatos anchos y caminar con
ayuda de un bastón aunque con una casi imperceptible renguera. Inme-
diatamente hice mi visita al gobernador argentino que, con deferen-
cia, escuchó mis pedidos especiales. Más tarde fui a ver la gran cárcel
y, al regreso, vi sorprendido el pequeño bote del indio ALFREDO, que
acababa de amarrar junto con su esposa. Este buen hombre me fue
sumamente útil en lo sucesivo y bajo su guía cumplí con mi período
de prueba para la ceremonia secreta de iniciación a la pubertad. A la
mañana siguiente fui a la pequeña península, que durante muchos años
fue el centro de la actividad misionera protestante y el punto de re-
unión de tantos indios. Hoy existen aquí talleres para los diferentes
oficios, una carnicería y edificios de explotación. De los antiguos
pobladores no queda ni uno. Casi todos han muerto ya. Y de los vale-
rosos y veteranos misioneros sólo sigue con vida el reverendo JOHN
LAWRENCE. Los últimos restos de la antes numerosa tribu de los yá-
mana no llegan a los sesenta 103 . ¡Otra vez me encontraba frente a la
obra destructora de la civilización europea, que penetró hasta el último
confín del nuevo mundo!
3. Mi tercer viaje
Antes de dedicarme a profundizar mis investigaciones junto a los
yámana y a los selk'nam, me pareció que era aconsejable emprender
un viaje de reconocimiento al territorio de los halakwulup. El extenso
grupo de islas de la Patagonia occidental es la patria de estos ariscos
nómades pescadores. Era generalmente conocido y exacto que quedan
sólo pocos (?). Pero parecía difícil encontrar a estas aisladas fami-
lias en este amplio laberinto de canales y escondrijos, porque se mue-
ven intranquilamente de un lugar a otro. Recorrer en su busca, durante
varios meses, esa gran región en una embarcación propia hubiera sido
el mejor método. Pero desde un principio eso no era factible, porque
nunca hubiera podido reunir los fondos necesarios para ello.
Cuando los dos científicos argentinos F. REICHERT y C. HICKEN
me cgmunicaron, a mediados de 1920, su plan de explorar una parte
de ra Cordillera Central Patagónica, todavía desconocida, creí poder
~binar con_ este proyecto mis propias intenciones y traté de con-
. seguir de la marina chilena un barco apropiado. La idea era desem-
barcar a este grupo de investigadores geográficos en el Istmo Ofqui,
donde querían escalar por primera vez los glaciares del Cerro San
Valentín, en tanto que yo deseaba proseguir mi viaje hacia el sur para
a loljolakwuluala los canales Messier y Smith. A mi regreso
ería a aquella comisión y haríamos juntos nuestro viaje de re-
o. Una necesidad inesperada obligó al Alto Mando de la marina
chilena a destinar la embarcación mayor, que se había puesto a nues-
tra disposición, a un servicio más importante, de modo que tuvimos
que contentarnos con un barco más pequeño. Dicho barco servía muy
bien para el viaje hasta el Istmo Ofqui, para lo que nos proporcionaba
107 He resumido los resultados de esta visita en (b): 160 y más detalladamen-
te en el trabajo: Estado actual de la Cueva del Mylodon (última Esperanza - Patz •
gonia austral): Rey. Chil. de Historia Natural, Tomo XXV, pp. 406-419, San-
tiago, 1921.
•••••■••••".~~~~~~~1 1~.
todo tipo de comodidades, pero no podía cargar la cantidad necesaria
de carbón para completar el viaje que yo tenía previsto por los cana-
les del sur. Por lo avanzado del verano y por la imposibilidad de
cambiar mis planes a tan corto plazo, decidí acompañar a esa comi-
sión geográfica obedeciendo a su amable insistencia, en vista de que
podía resultarle útil prestándole servicios como zoólogo y fotógrafo.
La primera escalada del magnífico y desconocido glaciar San Rafael 'w
fue para mí una experiencia extraordinaria; no me arrepiento de ha-
ber tomado parte en ella. Más adelante supe" que desde e Jórerqurzas :"-"*"."""
nunca hubiera podido llegar hasta los halakwulup, porque durante
los primeros meses del año, éstos sólo visitan las islas exteriores a las
que este barco de la marina no hubiera podido llegar por el fuerte
oleaje.
El hecho de que el viaje se hubiera malogrado no significó una
pérdida para mi programa científico. Este pequeño fracaso me enseñó
una regla fundamental, a saber, que sólo tanteando se puede adelantar
en empresas como la mía. Durante los meses siguientes del año 1921
apuré con especial ahínco los preparativos para mi regreso al terri-
torio de los yámana en el Canal de Beagle. Chile todavía estaba bajo
el signo de la celebración del centenario del descubrimiento del Estre-
cho de Magallanes, y mis investigaciones realizadas hasta esa echa
eran reconocidas en los círculos competentes y nadie podía negar que
la continuación de mis trabajos era de suma urgencia. Pero una gran
crisis financiera impidió poner a mi disposición el dinero necesario.
Sin embargo, se salvó la situación gracias a la generosidad del Reve-
rendísimo señor Arzobispo de Santiago, que no quería dejar incom-
pleto ese capítulo de la investigación histórica de Chile, y que me
otorgó un amplio subsidio. Gracias a su ayuda, pude iniciar el tercer
viaje a Tierra del Fuego.
Después de firmada la paz, se había regularizado el servicio postal
entre Chile y los Estados de Europa Central, de modo que envié un
corto informe por carta, así como algunas publicaciones mías sobre
los dos primeros viajes y sobre el proyecto del tercero, a mi venerado
antiguo maestro señor P. WILHELM ScHMIDT, S.V.D., el meritorio funda-
dor de Anthropos. Su sorpresa fue mayor porque no sabía nada de
mis investigaciones; me felicitó por los resultados obtenidos y me
aconsejó con insistencia que prosiguiera con estos trabajos tan im-
portantes que prometían tener un buen éxito final. Como él planeaba
un viaje a los Estados Unidos de Norteamérica para fines de 1921, me
permití, por iniciativa de mi director, señor Dr. AURELIANO OYARZÚN,
invitarlo a Chile. Al mismo tiempo le propuse que me acompañara
en mi tercer viaje a Tierra del Fuego. Como, lamentablemente, no
pudo él después alejarse de Europa, transfirió la invitación al señor
P. WILHELM KOPPERS, S.V.D. Sin detenerme continué mis preparativos
haciendo el plan de viaje para ese año. Por consideración a mi acom-
pañante, tuve que limitarme a los yámana, entre los cuales, de todos
modos, me esperaba un gran trabajo. Como el P. KOPPERS llegó a
109 Otros detalles de este viaje se encuentran en mi informe oficial (c) 417-
436, así como en (k): 20.
~IP
Pero me
me entristecía tener que abandonar a estas excelentes perso-
nas con quienes me había instalado tan agradablemente en la choza
ceremonial de los hombres. Apesadumbrado traté por fin de comu-
nicarle al viejo TENENESK mi propósito. Una tarde le pedí que vinie-
ra a verme a mi choza. Después de muchos rodeos le expliqué que era
imprescindible dejarlos, y, además, le hice saber mi decisión de cru-
zar la Cordillera. Sorprendido, el viejo me declaró loco y no quiso
seguir tratando el tema porque mi plan absurdo lo había tomado des-
prevenido. Desde entonces lo veía pensativo, riñendo consigoinTsTno.
Pero yo tenía que acostumbrarlo a la idea y poco después volví a
hablarle de mi malestar que empeoraba día a día. Entonces TENE-
NESK se puso muy serio y me dijo: "Ni siquiera un selk'nam ha cru-
zado la Cordillera en invierno y tú, mucho menos que ellos, podrás
soportar ese esfuerzo. ¡Mira cómo está todo nevado! Quédate con
nosotros, y en la primavera podrás arriesgar ese camino tan peli-
groso". Pero yo pensaba que no podía justificar una mayor demora.
Por ello, comuniqué mi plan al fiel Tom. Él no quiso tampoco saber
nada, pero luego, por mi constante insistencia y la perspectiva de una
generosa recompensa, mas ante todo, por su sincera amistad se deci-
dió, tras mucha reflexión, a acompañarme. Como tercero deseábamos
llevar a HOTEX, que era el málzincero amigo gge ambos. los dos h.
bres opinaban que la empresa era atrevida y peligrosa, pero yo ni
podía ni quería comprenderlo. A decir verdad, yo no conocía los peli-
gros de la alta montaña; si no, seguramente, hubiera sido más pru-
dente. Por mi insistencia, también esos dos hombres perdieron el
juicio y se dispusieron a partir.
TENENESK estaba fuera de sí porque esperaba lo peor; era leal
con cada uno de nosotros y juzgaba la situación de acuerdo con su
gravedad. Estaba casi furioso por mi insensatez, tratando de hacerme
entrar en razón, y me gritó: "¡Así no se juega con la vida! ¿Qué es
lo que quieres hacer? ¡Vosotros tres vais a morir! ¡Quedaos aquí!"
Con gusto le hubiera evitado el disgusto al viejo, pero pensaba que
tenía que mantener y ejecutar pronto mi decisión, o de lo contrario
me habría hecho perder a mis acompañantes. Otros hombres ya ha-
bían dicho, en voz alta, que a toda costa había que impedir nuestra
empresa temeraria. Mientras tanto, nos fabricamos fuertes tablas de
80 x 20 cm, a las que colocamos tiras. de cuero para atarlas a nuestros
pies. Queríamos llevar una vieja escopeta para cazar algún animal por
el camino, porque no deseábamos cargar con demasiadas provisiones.
Convencidos de la necesidad de prender una fogata en cada estación
de descanso para protegernos del enfriamiento, cada uno se ató varias
bolsitas de cuero alrededor del cuello como las que el selk'nam usaba
antiguamente para guardar su pedernal y su yesca y, en cada bolsita,
colocamos una cajita de fósforos. Había que llevarla sobre el pecho
desnudo porque a toda costa teníamos que protegerlas contra la hume-
dad. Ni siquiera ese pequeño bulto debía incomodarnos en ese trecho
extremadamente difícil. Pensaba dejarle a TENENESK mis instrumen-
tos, manuscritos, libros y el equipo fotográfico, por más difícil que
me resultaba separarme de estos objetos valiosos y del fruto de tantas
semanas de trabajo.
jueriamos partir nos mas aespues osen temprano. r_Ji mi penui-
tima noche en el campamento, tuve una larga conversación con TENE-
NESK. Noté que todavía tenía mucho que decirme y sufría por mí
mucho más que yo. Mi partida inesperada también detuvo el desarro-
llo ordenado de las ceremonias Klóketen para las que nos habíamos
reunido entonces. No era nuestra separación lo que lo afligía, sino
que veía claramente la desgracia que nos esperaba. Estaba sentado
en su choza pensativo y silencioso. Yo le hablé así: "Mi buen amigo,
sólo porque estoy tan enfermo no puedo permanecer aquí por más
tiempo. ¡Aunque me vaya pasado mañana, puedes estar seguro de que
pronto volveré!" Con los ojos empañados me miraba este hombre
rudo meneando la cabeza por un largo rato, de modo que me sobre-
vino una extraña emoción. Luego habló en tono plañidero y a media
voz, apartando la cara de mí, como si ya no tuviera ninguna espe-
ranza: "¡Ya te lo he repetido bastantes veces! Si te vas de aquí, no
nos volveremos a ver más... Mira la enorme cantidad de nieve que
hay por todos lados. ¡Eso no lo hace nadie, cruzar las montañas
ahora! Quédate aquí porque ese camino tan difícil es superior a tus
fuerzas; te va a sorprender la tormenta y te vas a quedar atascado
en la nieve... ¡Déjate prevenir! ¡Quédate con nosotros...! ¡Piensa
cómo llorará tu padre si no vuelves más a tu casa! Te va a esperar
durante mucho tiempo y luego recibirá la noticia de que has muerto
de frío allá arriba en la Cordillera. ¡Cómo llorará entonces! Y más
tarde me lo reprochará a mí y dirá: `Mi hijo vivía en la choza de TE-
NENESK. ¡Este viejo tendría que haber sabido que no se cruzan las
montañas en pleno invierno con esas tremendas masas de nieve! ¿Por
qué no se lo dijo a mi hijo reteniéndolo en el campamento ...?' En-
tonces llorará por ti, recriminándome por haber permitido que te fue-
ras... ¡Quédate, pues, con nosotros, porque temo mucho por ti!" El
querido viejo era sincero. Yo traté de tranquilizarlo con el argumento
de que me acompañarían dos hombres de confianza, pero él objetó:
"Una densa tormenta de nieve y un viento huracanado los sorpren-
derá. Si además perecen tus compañeros, entonces, ¡ay de nosotros!
¡Todos te haremos responsable sólo a ti porque no has querido escu-
char mi advertencia! ¿No piensas ni en tu padre ni en tu madre que
desean volver a verte...? Tu obstinación me duele mucho. Te lo ad-
vertí. ¡No nos volveremos a ver ... !"
No pude lograr un entendimiento entre nosotros. Volviendo a mi
choza, encontré a TOIN y a HOTEX conversando en voz baja y con el
- •• Gante preocupado o temáis;u bagIvaremos los obstáculos del
o. Ayer y hoy 1Ws tenido baniempo, y si sigue así, llega-
os pronto al otro lado de los cerros y allí descansaremos!" Para
distraerlos dejé que me ayudaran a embalar mis cosas. Confiaba ple-
namente en que TENENESK guardaría todo bien y que me lo haría lle-
gar oportunamente. ¡Lo que envolvía aquí en grandes pedazos de cuero,
valía oro para mí! En la primavera el buen viejo entregó todo a un
estanciero, que me lo envió por el camino más seguro.
Me invadió una extraña angustia. ¿Era la premonición del peligro
que me acechaba y con el cual me iba a enfrentar o era el dolor de
la partida? Con especial afecto conversé durante todo el día con los
A. AAAVI.r..nr1 A. mn
113 Los resultados de este viaje están reunidos en (d): 22, en (o): 522 y en
(k): 20. Como ya describí en informes anteriores mi método de trabajo y como
oportunamente vuelvo a tocar el tema, pienso que puedo ser breve aquí.
108
1110IPPIII 1111"1
C. Los Selk'nam antes y ahora
En los primeros tiempos de la historia de los descubrimientos, po-
co a poco se revela el reconocimiento de que los aborígenes en el ex-
tremo sur de América no son un grupo uniforme. Las diferencias fí-
sicas llamaron la atención de los navegantes. Estas nociones se iban
completando con la observación y diferenciación de las particularida-_
des culturales visibles de -cada grupo, como los utensilios y la vesti-
menta; hasta que se distinguieron finalmente las diferencias entre las
lenguas de estas tribus. MAGALLANES los dividió, generalizando, en in-
dios continentales e insulares. Es decir, distinguió entre la patria de los
patagones, que se encontraba al norte del Estrecho de Magallanes y
la Tierra del Fuego propiamente dicha, al sur del mismo. Más tarde,
ocasionales menciones recordaban las diferencias étnicas que existen
entre aquellos indios; pero recién FITZ ROY realizó observaciones más
exactas que evaluó luego para su amplia clasificación de aquellos abo-
rígenes.
Como es sabido, MAGALLANES pasó el invierno en la Bahía de San
Julián. Por las huellas extraordinariamente grandes que descubrieron
una mañana en la nieve, denominaron a esos aborígenes "patagones"
que quiere decir "de pies grandes". De allí se deriva la Palabra "Pata-
gonia", que, no sólo se aplicó a la parte sur de la Argentina continen-
tal, sino también a todas las islas que desde allí se extienden hacia
el sur. Mucho tiempo después de que MAGALLANES descubriera ese es-
trecho tan intensamente buscado, que inmortalizó su nombre, los na-
vegantes consideraron la tierra que se extendía al sur del mismo, y que
en realidad se compone de islas, como la costa septentrional de un
gran continente austral, que sólo estaba separado del continente del
norte por dicho estrecho. A todos los aborígenes, habitantes de esas
latitudes, los llamaron sin distinción "Patagones", sea que se tratase
de "indios canoeros" o de "indios terrestres". Ni siquiera DARWIN, que
había visto muchos "indios de a pie" en el rincón sudeste de la Isla
Grande, distingue claramente entre éstos y los de las canoas. Esta de-
nominación tan general hasta el día de hoy sigue en uso entre los co-
lonos locales, así como en descripciones de viaje y textos geográficos.
Habría que designar hoy, sin embargo, a las islas del sur del Estrecho
de Magallanes "Archipiélago Fueguino". La "Patagonia" se encuentra
al norte.
Era inevitable que el uso desordenado de los nombres geográficos
y etnográficos causara confusión. Hay que añadir todavía las interpre-
taciones personales de algunos navegantes, y también la distorsión in-
tencional de la realidad hecha por algunos autores con la clara inten-
ción de describir aventuras e historias horripilantes. ¡La crítica de
fuentes tiene aquí mucho trabajo!
De nuevo ha sido sólo en los últimos tiempos cuando se han acia-
1 ado también estos malentendidos y errores y se han separado a los
114 En el tomo III hablaré del esquema de pueblos de la región más austral
de Sudamérica confeccionado por FITZ ROY (a): 129-133.
indígenas en tribus y delimitado además su territorio. Apreciando jus-
tamente lo que investigadores anteriores han logrado para dilucidar
estos conceptos, he hecho más arriba (pág. 18) reseña de sus obras.
Aquí sólo menciono lo que yo mismo he podido averiguar in situ con la
ayuda de informes útiles. 15
Los selk'nam son hombres de hermoso desarrollo corporal y talla
elevada. Deben ser cónsiderados, en el sentido antropológico, como
una raza alta. Consideran como su patria la "Isla Grande de la Tierra
del Fuego". Allí se dedican a un nomadismo de cazadores inferiores,
por lo que son llamados "indios de a pie". Los selk'nam del norte con-
sideran como propia la llanura abierta entre el Estrecho de Magalla-
nes y el Río Grande, mientras que el territorio de los selk'nam del sur
se extiende desde dicho río hasta el Canal de Beagle. En el sudeste,
principalmente sobre la Península Mitre, se mantuvieron hasta estos
tiempos recientes los últimos representantes de los haus. Creo haber
demostrado claramente la unión lingüística, racial y cultural de estos
tres grupos (Fig. 11).
116 Véase provisoriamente GUSINDE (d): 17. Más datos en el tomo II de es-
ta obra.
117 Véase P. W. Schmidt: Die sprachen familien und Sprachenkreise der Erde.
Pág. 264; Winter, Heidelberg, 1925 y GUSINDE (s): 1000 ss. La explicación final apa-
rece en el tomo III de esta obra.
118 Todos los autores de los últimos tiempos coinciden más o menos en la
separación geográfica de estas tres tribus; especialmente BRIDGES (k): 233, COOPER:
52, HYADES (q): 7, SERRANO: 176 y SEÑORET: 14.
ferencian igualmente con suficiente claridad.'" Los yámana y los ha-
lakwulup disfrutaban de una libertad limitada, mientras que los selk'-
nam no podían abandonar la Isla Grande.
Los capítulos anteriores se referían a la fauna y flora de la patria
de los selk'nam, así como a la historia de la investigación. Ahora ca-
racterizaré a los indios mismos como una tribu independiente y como
los dueños de la Isla Grande, describiendo su modo de vivir, su poten-
cia numérica, su relación con las tribus vecinas y su terrible lucha
mortal contra los intrusos europeos demasiado poderosos.
Como un cántico fúnebre para un pueblo fatalmente arrinconado
finalizará esta descripción: Ante nuestros propios ojos se extinguen los
pocos sobrevivientes; dentro de unos años la tierra cubrirá inexora-
blemente al último de ellos. El grupo de indios selk'nam, pletórico, vi-
goroso y dichoso de vivir, dentro de diez años sólo sobrevivirá en re-
latos más o menos verídicos y en algunas ilustraciones amarillentas.
Resumo su trágico destino en estas pocas palabras: ¡Un pueblo capaz
de vivir y con las mejores predisposiciones fue víctima, sin defensa ni
protección, de la despiadada codicia y bárbara crueldad de violentos
hombres europeos! Nuestros contemporáneos han visto y vivido todos
estos acontecimientos: ¿No nos echarán en cara futuras generaciones
que no hayamos hecho nada por la seguridad y la conservación de ese
pueblo en agonía?
a. El nombre de la tribu
119 Con motivo de las divergentes ortografías de los nombres de las tribus, así
como de las inexactas divisiones geográficas entre las mismas, Finu..oism (r): 172
propone unificar los criterios. Al mismo tiempo, propone denominaciones apro-
piadas para las tribus, para sus territorios y para su idioma conveniente, según
122 La divertida variedad ortográfica para este nombre, fue coleccionada por
COOPER: 48.
122 Cité algunos pasajes en la pág. 46.
223 COOPER: 48 da una reseña de distintas obras.
tris de éstos la llaman qiin-ígin o si no también gána-yai, lo que acentúa
el carácter insular. Y, finalmente, al brazo este del Canal de Beagle lo
llaman aon-aságan, que quiere decir el "canal del norte" o el "canal de
aquella gente, nuestros vecinos al norte", porque allí se tocan las
dos tribus.
En la lengua de los selk'nam no existe una raíz gema; aunque
SEGERS: 63 se decida por "a o n a s, en vez de onas, porque así es como
ellos se designan". Lógicamente de ána, se formó el plural bizas, si-
guiendo las reglas de las gramáticas española e inglesa.
Hay pintorescas interpretaciones del nombre ona por escritores
que no conocían su origen yámana, y uno podría hacerse un pasatiem-
po juntándolas. Según BEAUVOIR (b): 202 se repite seguido la sílaba
on en la lengua selk'nam; como los indios del sur la escucharon tantas
veces, llamaron así a la tribu. Pero ni las sílabas ni los encuentros en-
tre las dos tribus eran tan seguidos como para que esa derivación sea
posible. Otros, como asegura este misionero, tratan de derivar el nom-
bre de "chon, quitando ch y añadiendo a al on = ona". Similares es-
fuerzos hicieron FURLONG (r): 183 y DABBENE (b): 117. LEHMANN-
NITSCHE (d): 232 repite que se trata de una "corrupción de Chon, cuyo
primer sonido explosivo (ch), habrá ofrecido dificultades invencibles
a la lengua del indio Yagan". Es cierto que nuestros selk'nam usan la
palabra é'on en el sentido de "hombre, ser humano"; pero el mismo
sonido de dos sílabas no demuestra un parentesco etimológico. Aparte
de otra tentativa de interpretación, FURLONG (r): 183, por su parte,
cree en la posibilidad de "Ona having been derived from Ts-on'aca",
que es como los Tehuelches se llaman a sí mismos. Las dos sílabas
enfáticas mediales fueron llevadas, después de una mutilación inevita-
ble, por los halakwulup a los yámana, siendo utilizadas desde entonces
por estos últimos para la denominación de los "indios de a pie". ¡Este
rodeo, es no sólo para mí, sino también para otros un poco grande!
Pienso que puedo dejar de lado otras tentativas etimológicas igualmen-
te audaces. Sólo quiero mencionar que el indio yámana JEMMY BUTTON
ya le había mencionado al comandante de flota FITZ R0Y (a): 205 la
denominación oens; lo que parece ser una mutilación de cjána con el
agregado de la terminación del plural inglés. BEAUVOIR (b): 178 carece
de fundamento para decir que "onas" es un apodo burlón.
1. El grupo septentrional
de los "aonas del norte o los par r iken s" como habitantes "de las praderas";
contraponiéndolos a los montañeses del sur.
Siempre existió una cierta tirantez e irritabilidad alevosa entre los dos
grupos. Aunque exteriormente pareciera existir afabilidad en el trato,
a menudo estallaban serias enemistades. De este antagonismo, que ha-
bía surgido por razones económicas, no eran del todo conscientes. Los
del norte se alimentaban principalmente de la carne de los cururos y
utilizaban las suaves pieles de estos animales para sus abrigos. Esto
era suficiente para que los del sur los calificasen despreciativamente
de "devoradores de cururos". Ocasionales incursiones de algunos in-
dios del sur en territorio de los del norte por lo tanto nunca ocurrían
con intenciones de caza y, mucho menos, como opina Tommi: 9, para
raptar mujeres; pero a menudo culpaban a un hechicero contrario de
causar enfermedades, desgracias o muertes. Es imposible determinar
la frecuencia de estas disputas, pues para ello faltan datos fidedignos.
Todo esto se ha desarrollado fuera de la vista de los primeros blancos
que empezaron a invadir la región, y de todos modos, desde entonces.
cambiaron las circunstancias. Así y todo, los misioneros se dieron to-
davía cuenta de estas desavenencias. Habían fundado su primera sede
en la zona de las gentes del norte, que seguían impidiendo que los del
sur acudieran a ella. BEAUVOIR (BS: XX, 37; 1896) se queja: "non si
presentarono pl.' in corpo di tribú intera, perché quelli del Nord impo-
sero loro con minaccie la partenza, e passato il Rio Grande, pare si
.siano scambiate alcune frecciate, lasciandovi alcuni anche la vita".
Durante mi estadía allí sólo vivían siete p'ápika adultos. En su
juventud se habían unido a los selk'nam del sur con lo que evitaron las
terribles persecuciones que asolaban su territorio. Es curioso que entre
ellos había dos ancianas que por nada se han dejado separar de su
antiquísimo patrimonio familiar situado dentro de los actuales límites
de la Estancia Carmen. Con tenacidad permanecen en el mismo lugar,
resistiéndose obstinadamente a las vejaciones de los blancos. Otro vie-
jo solitario volvió hace unos pocos años a su tierra ancestral y vive
cerca de las casas de la estancia Bahía Inútil, desde donde lo sostie-
nen con alimentos. HOTEX y la vieja CATALINA ALAMURKE se han unido
al grupo que habita junto al lago Fagnano. A ellos les debo valiosos
datos sobre sus paisanos del norte.
2. El grupo meridional
fá onoce ite septe al de su territorio, pues es
Gr mismo. a el sur, h una transición poco precisa
a los s, explicab or la histo misma (pág. 118).
La patria de los há ska es, en su mayor parte, boscosa. Poco des-
del Río Grande comienza el parque; más hacia el sur aumenta la
extensión de estos bosques y, sobre las montañas, que se elevan en
el fondo, ya se puede observar un monte denso e ininterrumpido. Den-
tro de éste se encuentran alargados pantanos y ciénagas. Los cerros
del Seno del Almirantazgo y los que están al sur del lago Fagnano
sólo son escalados por cazadores. Pero todos evitan la inaccesible ca-
dena montañosa de Darwin, con sus nieves y hielos perpetuos.
vive otra fauna. El guanaco, más que otros mamíferos, ofre-
Aquí vive
ció a nuestros indios lo necesario para sus necesidades vitales. Ade-
más del zorro, los indios del grupo sur cazaban también leones ma-
rinos, pero los ánsares eran aquí mucho menos numerosos que en
el norte.
Comprendemos ahora, por qué los indios del norte cazaban más
con honda en tanto que los del sur preferían arco y flecha. Mientras
que éstos vestían casi exclusivamente con abrigos de iel d,g, cururo,
aquéllos se cubrían con learguanaco:" v y e nd"
cía a qué grupo pertenecía cada individuo. En el norte se utilizaba con
mayor frecuencia el paravientos, en cambio los del sur encontraban fá-
cilmente tronquillos para sus chozas cónicas. A estas divergencias de
tipo económico se les agregaban otras referentes a la fiesta de los Kló-
keten y a otras instituciones. Las diferencias dialectales se reducen al
uso de distintas palabras para la misma cosa. Ciertos productos de la
naturaleza y el uso de diferentes enseres de uno u otro lado del Río
Grande originaron el comercio de canje entre los dos grupos. A ello
sólo se dedicaban en épocas de paz, pero no ha faltado tampoco du-
rante disputas '25 .
3. El grupo oriental
Un poco más acentuadas que las discrepancias culturales entre
estos dos grupos eran las diferencias entre ellos y los haus; las dife-
renciaciones idiomáticas también eran algo más pronunciadas. Todo
esto se debía a condiciones externas.
Ante todo no debe extrañar que la posición particular de este gru-
po recién haya sido descubierta hace poco. Como la apartada región
de la Península Mitre no prometía ningún provecho económico a los
europeos, estos indios pudieron mantenerse allí hasta el día de hoy.
A ellos se referían los informes que los antiguos navegantes dieron
sobre los fueguinos. En la Bahía del Buen Suceso ya habían anclado
los dos NODAL 1619 (pág. 26) y en 1769 el Capitán Coox (pág. 30).
También FITZ R0Y desembarcó allí. El asombrado joven DARWIN re-
produce en su autobiografía (GW: XIV, 1. Parte pág. 224) sus impre-
siones de la siguiente manera: "No creo que ningún espectáculo pueda
ser más interesante que una primera ojeada a hombres en su primi-
tivismo original. Es de un interés difícil de imaginar, hasta que uno
mismo lo ha experimentado. Nunca olvidaré el grito con que nos re-
cibió un grupo de fueguinos cuando entrábamos a la Good Success
Bay. Estaban sentados sobre un risco rodeados del oscuro bosque de
hayas y, con sus gestos salvajes, su manera de levantar los brazos y
el revoleo de sus largas cabelleras al viento, parecían ser espíritus in-
quietos de otro mundo".
126 Según HOLMBERG (a): 51, THOMAS BRIDGES mismo se había dado cuenta de
que su reducido vocabulario del verdadero haus no le servía de nada cuando se
comunicaba con los selk-nam.
la
, K1MEKA 1-AK
411111111
sible, pues no encuentro ninguna mejor. Aquí tendríamos una forma-
ción idéntica a la conocida expresión tekenika.
Los dos grupos concordaban en lo que se refiere a la relación
existente entre los haus y los selk'nam. Decían que los haus habían
llegado primero desde el continente, del otro lado del Estrecho de Ma-
gallanes, y ocuparon la Isla Grande, que poblaron totalmente. Recién
mucho más tarde siguieron los selk'nam. £stos permanecieron inicial-
mente sólo en las regiones-del norte. Pertrcuando lue~terd/Trr~"
bando más selk'nam, los haus se fueron retirando cada vez más hacia
el sur, pues su lengua sonaba algo distinta de la de los últimos inmi-
grantes. Luego los selk'nam se multiplicaron haciéndose cada vez más
numerosos; algunos haus se mezclaron con ellos. De este modo los
selk'nam no tardaron en poseer la mayor parte del territorio, mien-
tras que los haus conservaron su raza pura sólo en el extremo sudeste.
Últimamente fueron disminuyendo cada vez más y los últimos habían
vivido junto con los selk'nam, especialmente desde que los blancos
comenzaron las grandes persecuciones. Al principio se hablaba haus
sin excepción en toda la isla; pero más tarde sólo se escuchaba hablar
en selk'nam.
Claramente se señalaban dos corrientes inmigratorias: primero la
de los haus y luego la de los selk'nam. Durante un proceso de asimi-
lación largo y pacífico los primeros fueron absorbidos por los últimos,
hasta su total desfiguración. En donde esta mezcla no se llevó a cabo,
es decir en el sudeste, los haus se conservaron puros. Pero la absor- .
ciónpaultdeoshrlk'namdetó ra
hasta nuestros días, que sólo unos pocos de aquéllos pudieron conser-
var su posición especial y sus modalidades, las que se dan en todos
los aspectos de su cultura general. Pero las diferencias son sólo un
poco mayores que las que encontramos al comparar a los selk'nam
del norte con los del sur. Por razones evidentes los haus se volcaron
con mayor dedicación a la caza de mamíferos marinos que sus veci-
nos. También comían con gusto todos los crustáceos que la cercana
costa les proporcionaba en abundancia. Ya desde lejos era fácil reco-
nocerlos por el habitual adorno frontal; pues éste no se hacía con la
piel gris de la cabeza del guanaco, como lo usaban los selk'nam, sino
con el pedazo de piel blanca del cuello de este animal o, con mayor
frecuencia, con la negra piel del lobo marino.
No vale la pena enumerar detalles secundarios de las pocas dife-
rencias que existen entre ellos, pues en todo lo esencial, ya sea en lo
económico o en lo espiritual, hay una analogía total. Por otro lado,
parece digno de fe que su estatura media era algo inferior a la de
los selk'nam; aunque autores incompetentes lo niegan. También eran
tenidos por gente tranquila y pacífica. Los perturbadores y aguerridos
pendencieros de la isla eran los selk'nam. En los primeros tiempos,
aparentemente, hubo muchas diferencias y guerras de mayor enver-
gadura, hasta que los haus, por su reducido número, evitaron toda
resistencia, esquivando cualquier roce.
Ya me referí a las principales diferencias en el lenguaje. Sólo
pudo ser rescatada una mínima parte de su dialecto, porque la con-
vivencia de los últimos representantes de este grupo con los bastante
más numerosos selk'nam ha tenido un muy rápido efecto unificador.
Por otra parte, los individuos de dicho grupo estaban totalmente sepa-
rados unos de otros, por lo que un intercambio de ideas en su dialecto
natal era imposible 121 .
Me conmueve profundamente, aún ahora al escribir estas líneas,
que yo haya conocido a una sola representante pura del grupo haus.
Era la vieja MANUELA YOIMOLKE, nonagenaria que vivía casi solitaria
en la Estancia Teresita. A menudo tendré que nombrar en las pró-
ximas páginas de este libro a mi confidente TENENESK, de cuya bene-
volencia yo he usado en forma especial. Era un hombre sumamente
influyente y además era el más renombrado hechicero de los últimos
tiempos. Su madre YUYUTA era una haus pura, su padre KAUKAIS era
selk'nam. De este último había recibido su nombre. Ni él, ni la algo
más joven K'oliNI pueden considerarse como haus puros. El padre de
ésta fue un haus, pero su madre una yámana. Hoy es una viuda de
unos 50 años aproximadamente y todavía vive en la zona de la Bahía
Moat. La situación familiar es parecida en el caso de ELISA HOUNTEN,
cuyo padre era un selk'nam, mientras que la madre, la arriba men-
cionada YOIMOLKE, era una haus. De su primera unión con un argen-
tino había nacido su hijo GARIBALDI, que se había criado casi exclu-
sivamente entre blancos y que, por ende, no estaba en condiciones de
proporcionarme datos seguros sobre sus antepasados indígenas. Tran-
sitoriamente fue administrador de la pequeña granja ubicada junto al
Lago Fagnano. A principios de 1920 ELISA, de 45 años de edad, con-
trajo nuevamente matrimonio con un español, y murió en 1921 de
sobreparto. A ella se le debe la lista de palabras confeccionada por
ToNELLI: 8 128 . Finalmente, también AK'NAIYEN, de 45 años de edad
aproximadamente, tuvo una madre haus, mientras que su padre fue
un selk'nam. Es la mujer de SALVADOR, que es un poco menor que ella.
Tomando esta estadística personal como base, las informaciones
de HOLMBERG (a): 51 y (b) quedan desvirtuadas, aunque sea lamen-
table ver tan poco del patrimonio cultural de los haus salvado para
el futuro.
De los recién nombrados ya han muerto TENENESK, YOIMOLKE 37
HOUNTEN, y de los otros no he sabido nada hasta fines de 1930. Para
profundizar nuestros conocimientos sobre los haus ya es tarde. Corno
no se ha reunido suficiente material para llenar una monografía con
la descripción del desarrollo especial de este grupo del sudeste, me
parece oportuno intercalar, en los próximos párrafos, en cada caso, las
correspondientes diferencias entre los haus y los selk'nam, aunque las
mismas no sean esenciales. Sólo la lista de palabras aparecerá como
un trabajo separado. Evito el nombre wínt9ka; pienso que en todo
caso es más justo denominar también a este grupo con el nombre
que él mismo se da, es decir el de haus, y que puede haberse desarro-
~"daligual que las demás particularidades dialectales. Al mismo tiem-
po se obtiene también la ventaja práctica de que las pocas diferencias
in Véase por ahora COOPER: 50 y GUSINDE (s): 1005 sobre el patrimonio lin-
güístico de los haus.
128 Publicada por primera vez junto con otros detalles etnográficos por
COJAZZI: 100 ES, y confirmada luego por TONELLI: 8. Véase BEAUVOIR (b): 171.
que unos tienen frente a otros se hacen más evidentes si se acentúa,
al mencionarlas, su origen haus.
Según el juicio apreciativo global de los selk'nam los haus son ver-
daderos selk'nam, pero no tan definidos y exclusivos como la propia
gente del norte y del sur. Con esto justifico el haber dado a esta obra
el título de "Los selk'nam", porque en ella quiero dar una descripción
gráfica de la vida de todos los aborígenes de la Isla Grande que, aunque
estén separados en tres grandes grupos 129 , son, en general, así como en
los pormenores, culturalmente idénticos. No considero que los haus sean
un pueblo o una tribu aparte de los selk'nam, pues para una se ara-
ción de este tipo faltan los requisitos en las áreas cul les, id
ticas y físicas. Si otros co FURLONG (10 34 y Lo P: 24
vienen en favor de la inde ncia de lo s com u, 1
sin presentar fundamento' retes y ndiend alm
similitudes esenciales entre aus y selk'nam.
Resumiendo someramente llegamos al resultado siguiente: los in-
dígenas de la Isla Grande se dividen en tres grupos, según diferencias
culturales y dialectales de poca importancia causadas por las condi-
ciones naturales de su territorio natal. A todos ellos se los puede
reunir bajo la denominación general de selk'nam, pues forman un
pueblo, una raza, un tronco lingüístico. No se puede demostrar que
alguno de los tres grupos sea una tribu (Stamm) independiente, aun-
que habiten en regiones geográficas distintas. El grupo sudoriental, que
se autodenomina haus, es considerado como la primera ola inmigra-
toria a la Isla Grande, a la que más tarde siguieron los más numero-
sos selk'nam. estos han hecho desaparecer casi totalmente a aquéllos,
mediante un gradual proceso de absorción, de modo que en los últi-
mos decenios los pocos haus sobrevivientes apenas pueden ser recono-
cidos como tales.
c. Su procedencia
Cualquier comparación superficial no deja duda alguna de que los
selk'nam conforman una unidad de pueblo y raza con sus vecinos del
norte del Estrecho de Magallanes "°. Sin embargo, existen ciertas difi-
cultades para explicar el pasaje de los indios patagónicos a la Isla
Grande, por la innegable circunstancia de que ni en un lado ni en el
otro se utilizaba embarcación alguna que hubiera podido servir para
cruzar el ancho estrecho. En la memoria y en los mitos de los selk'nam
no se alude en lo más mínimo al modo y al medio —ya fuera una
canoa u otro elemento con que los antepasados se aventuraron a na-
129 SEGERS: 81 cuenta "seis tribus", FURLONG (s): 186 once "clanes". En reali-
dad sólo puede referirse a pequeños grupos locales limitados a pequeños territo-
rios. Toda la Isla Grande estaba dividida en 39 zonas y cada una era propiedad
de un grupo familiar. TONELLI: 9, tan fidedigno, sólo conoce una tripartición de
los habitantes de la isla; pero separa más profundamente a los haus de los gru-
pos del norte y del sur, de lo que yo podría aceptar.
193 Debo dejar para el último tomo de esta obra la detallada demostración
de esto, así como las similitudes "somáticas y lingüísticas.
vegar aquellas aguas. Con todo, la llegada a su nueva patria no puede
haber ocurrido antes de que ésta hubiera alcanzado su carácter de
isla; pues "dicho Estrecho de Magallanes es más antiguo que la exis-
tencia del hombre en esas regiones" (NoaDENsmOLD [e]: 165). ¡Apa-
rentemente, el selk'nam tiene por naturaleza un poderoso terror al
agua! Basta haber observado con qué torpeza se preparan para cru-
zar un río vadeable '", con cuánto desagrado se atreven a internarse en
la orilla cuando la marea está baja, a pesar de la poca caída que tiene la
costa a lo largo de todo el lado oriental de la Isla Grande. Por consi-
guiente, se buscará en vano a alguien que sepa nadar.
No pocos navegantes antiguos habían señalado ya el extraño hecho
de que no habían podido descubrir el menor rastro de embarcacio-
nes, de cualquier tipo, pertenecientes a los patagones o a los selk-nam.
En cambio, han visto con frecuencia las frágiles canoas de corteza de los
indios canoeros. Esta divergencia sorprendente ya había dado mucho
que pensar. Sólo hay dos posibilidades para llegar a la Isla Grande.
Yo me inclino más por la última.
1. Ponderaciones históricas
131 LOTHROP: 201 confirma esto en base a experiencias que BRIDGES tuvo con
estos indios.
apoyar su opinión cita una información que dáta del único sobrevi•
viente de los primeros fundadores de la ciudad de San Felipe. Esta
población fue asentada por SARMIENTO en el año 1584 en el lugar don-
de está actualmente Puerto Hambre. En la "Declaración" que el cono-
cido TOME HERNÁNDEZ tuvo que hacer, se le preguntó también "si acia
la parte del Sur, viniendo por el Estrecho hai alguna gente; y si se
comunica con la de enfrente? Dixo: Que de la Tierra de los
Fuegos, que está a la parte
del Sur, pa.sal9a.n algM101
raguas, que son como Canoas, y se comunicaban de una banda a otra,
y así entiendo que usan de una misma lengua, y estos son Indios de
la tierra llana, que son Gigantes, y se comunican con la gente de la
tierra de los Fuegos, que son como ellos..." (SARMIENTO: Via-
ge. . XXIX). La descripción, algo seductora, a mi juicio no indica for-
zosamente que los "indios en piraguas" fueran selk'nam. Éstos eran
más bien verdaderos halakwulup y el propio OUTES también lo cree
así. No hay duda alguna de que éstos llegaron con sus canoas desde
la orilla norte de la Isla Grande hasta la costa sur de la tierra firme
para negociar con los patagones. Pero con esto no hay evidencia de
que los selk'nam hayan cruzado el Estrecho de Magallanes y ésa es
la que estamos buscando aquí. OUTES nos debe la prueba de que los
selk'nam cruzaron el estrecho en las canoas de los halakwulup. La
"Declaración" de HERNÁNDEZ sólo demuestra que en aquella época,
así como antes y después, los halakwulup estaban en relaciones con
los patagones "2 .
Con todo, permanece en píe la posibilidad de que nuestros selk'-
nam hayan atravesado el Estrecho de Magallanes en canoas de corteza
de los halakwulup, aunque ello sea poco probable.
2. Alusiones mitológicas
Según una tradición antigua, los primeros selk'nam llegaron del
norte a pie. BEAUVOIR (b): 201 también nos la comunica utilizando casi
las mismas palabras, con las que más tarde fuentes fidedignas me la
contaron en repetidas ocasiones. Esta historia, ampliamente conocida,
aparentemente nunca obtuvo un propio texto fijo, sino que cada uno
transmitía las ideas consecutivas con sus propias palabras. En ella se
decía: Nuestros antepasados siempre contaban que los primeros hom-
bres de nuestro pueblo llegaron desde el otro lado del estrecho, a la
costa norte de nuestra actual patria. Su patria estaba antes en el nor-
te. En aquel tiempo, todavía existían pasos angostos. Sobre ellos cual-
quiera podía llegar de una orilla a la otra. Cuando llegaron aquí los
primeros de nuestro pueblo encontraron esta amplia región totalmente
vacía de gente; ellos mismos fueron los primeros hombres que pisa-
ron esta tierra. Habían venido para cazar guanacos. Cada vez que
venían, permanecían varios meses aquí y después regresaban al norte "'.
132 Las informaciones que SEGERS: 64 proporciona con respecto a indios "que
veinte años atrás todavía cruzaban a menudo el Estrecho, de la costa Patagónica
a la costa Fueguina", se refieren claramente a los halakwulup.
133 Hay, además, una vieja leyenda que dice que Kenos, la primera y más
KWÁNYIP también llegó por primera vez a estas tierras procedente
de la tierra firme. Traía consigo un rebaño de guanacos amansados
y todos ellos pasaron por la angosta senda. Cuando se le acababan sus
animales, pues les servían de alimento a él y a su familia, volvía por
el mismo camino a su patria del norte para traer otra manada. Varias
veces había ido y vuelto. Hoy en día todavía se encuentran algunos
de esos guanacos cuya morada es la tierra firme del norte y que fue-
ron traídos por KWÁNYIP en aquel entonces; son más bajos y más
anchos que los que se crían en la Isla Grande.
Los primeros inmigrantes fueron los haus. Éstos se extendieron
en todas direcciones y en la Isla Grande sólo se hablaba su idioma.
En número mucho mayor llegaron más tarde los selk'nam. Los haus
disminuyeron cada vez más, y se mantuvieron principalmente en el
rincón sudeste. Los recién llegados —este es un informe particular
que TENENESK agregó— eran haus, pues vestían un kálel blanco. Para
hacerlo utilizaban la piel abdominal del guanaco. Los que llegaron
más tarde acostumbraban ataviarse con el ktZel gris; por él se reco-
noce al selk'nam. Como éstos se hacían cada vez más numerosos, se
generalizó junto con ellos el káZe/ gris. últimamente sólo quedaban
unos pocos haus que todavía mantenían su Iciiéel blanco (pág. 118).
Por ese paso se podía alcanzar desde nuestra isla el continente
del norte. Un día, cuando se había congregado otra vez mucha gente
en la Isla Grande para cazar guanacos, ocurrió inesperadamente una
poderosa conmoción en la naturaleza y, con violencia, se sacudió la
tierra, enormes olas se arrojaron contra la orilla penetrando profun-
damente en la tierra. La gente se recuperó de su pavor recién cuando
volvió a reinar la calma. Pronto quisieron regresar a su tierra. Pero
los pasos acostumbrados estaban ahora cubiertos por el agua. Así se
vieron impedidos de volver. Como no había modo de regresar, se dis-
persaron sobre la isla, que es similar al territorio del norte; también
encontraron en ella la misma fauna para su cacería y ante todo los
guanacos.
Como en este relato, existen en la historia de la familia de KWÁNYIP
y en el mito de la lucha del norte contra el sur otras referencias al
paso entre la actual Isla Grande y el continente, con más exactitud,
con el sur de la Patagonia. Lógicamente estoy lejos de atribuir valor
histórico a un motivo mitológico sin crítica alguna. Pero los hechos
sobre los que se basantas historias tfa deben ser barridos sin más
esa a discus del problem nto más que no contienen
tes adiccione temporales e incongruencias objetivas, ni
n de da •s contradictorios.
(:Qui ero intercalar aquí otro motivo legendario al que no corres-
pOnue la misma importancia en lo que se refiere a igualdades cultu-
rales comprobables, pero que puede valer como apoyo de la inmi-
gración selk'nam desde la Patagonia. En enero de 1919, GUILLERMO
BRIDGES me comunicó que un antiguo relato indígena menciona a un
vigoroso pájaro de patas largas, que aunque extiende sus alas, no
importante personalidad mitológica, asignó a los selk-nam estas tierras como pa-
tria y patrimonio.
124 PRIMERA PARTE
puede elevarse por los aires 134 Esta descripción se refiere sin duda
.
,16 La aislada afirmación de FURLONG (r): 181 de que los haus en parte
"during the quieter season of the year used canoes", carece totalmente de fun-
damento y contradice observaciones anteriores. Véase supra, pág. 121.
desde Puerto Brown hacia el este hasta Bahía Sloggett podían encon-
trarse los miembros de ambas tribus. Por su parte los yámana, en
sus frágiles canoas, no se animaban a adelantarse más hacia el oriente
sobre la costa sur de la Península Mitre y los selk'nam siempre evi-
taron cruzar las sierras de Sorondo y Valdivia. Los integrantes de la
familia LAWRENCE, basados en su competente e ininterrumpida expe-
riencia de sesenta años, me aseguraron que nunca habían visto que
los selk'nam se hubieran acercado, ni solos ni en grupos, desde las
montañas o los valles que quedan al oeste de Puerto Brown; tampoco
habían oído hablar de que en épocas anteriores hubieran tenido lugar
intentos de este tipo '". Considerando las condiciones geográficas de
la región, solamente se presta para contacto entre estas tribus la zona
de Puerto Harberton.
Entre los yámana nuestros isleños se llamaban simplemente czána-
yámana, "gente del norte", sin diferenciar entre los dos grupos selk'-
nam y los haus. Sólo estos últimos eran vecinos inmediatos de los
canoeros australes. Los habitantes de la isla denominaban a un hom-
bre yámana w6wen y a la mujer yámana áilenh. Las dos expresiones
se consideran nombres propios !".
Sobre la relación que existía entre las tres tribus, los distintos
viajeros emiten opiniones contradictorias al extremo, justamente por-
que son tan ajenos a la realidad. ¡Otra vez se demuestra la increíble
falta de espíritu crítico! BEAUVOIR (a): 6 escribe: "Los de una raza
odian y temen a los de las otras, creyéndolos monstruos feroces y
antropófagos sin entenderse entre sí". En aguda contraposición, BRID-
GER (k): 234 describe en general su relación como amistosa y con-
fiada 139
137 Véase las experiencias de LAWRENCE y BRIDGES en MM: XXX, 127; 1896, al
escalar una montaña cerca de Ushuaia.
138 Las denominaciones y ensayos etimológicos que FURLCING (r): 181, 183, pre-
senta son inexactos y constituyen construcciones especulativas.
139 Según F. A. Coox (a): 99 nuestros selk'nam otorgaban permiso a los yá-
mana y halakwulup para desembarcar en las costas de su isla natal. Sin embargo,
aquellas dos tribus consideraban que era su derecho amarrar a su gusto en las
costas de su elección.
140 Aquí hablo indistintamente de haus y selk'nam; pues es imposible trazar
límites territoriales entre ellos para los últimos siglos y para los tiempos de hoy
desaparecieron estas demarcaciones totalmente. Por ejemplo, es imposible de-
terminar cuántos haus puros todavía existían en el año 1900. Según MM: XLVI,
128, en el año 1912 sólo quedaban cinco o seis sobrevivientes. Véase mi propio
censo, pág. 119.
FURLONG (r): 185 extiende la propiedad territorial de los selk'nam más
hacia el sur: pues "those of Teninisk and Asnikin occupy territory on Navarin
Island", hacia donde se habrían retirado los grupos familiares mencionados. Este
miembros de ambas tribus, es evidente que lo estrecho de la zona de
contacto redujo considerablemente las posibilidades de acercamiento.
En esta región habitaban los yámana orientales, que se mantenían
distanciados de los otros grupos de su tribu. Por otro lado, circulaban
por esta angosta franja sólo algunos de los llamados grupos familiares
'Sippen) de los haus; pues también éstos se mantenían dentro de los
limites de su patrimonio familiar, igual que los selk'nam. WIEGHARDT:
5 dice, confirmando que los indios de a pie "raras veces han sido ob-
servados en las costas septentrionales del mismo Canal de Beagle"; lo
que coincide con la afirmación de DAEBENE (b): 218, de que "antes
llegaban sólo accidentalmente sobre los bordes de este canal". Con
esto también se rebaten las afirmaciones emitidas por FITZ ROY: 205
—basadas en las narraciones de JEMMY— cuando dice que en la época
otoñal los selk'nam avanzan con una fuerza de cincuenta a cien hom-
bres y amenazan a los yámana con violentos combates. En vano nos
preguntamos cómo se habrían llevado a cabo en la realidad estas lu-
chas entre indios de a pie sin experiencia en la navegación e indios
canoeros siempre dispuestos a una rápida fuga, y si, además, ambas
partes sólo acostumbraban encontrarse en muy pequeños grupos.
Las ocasiones para visitas recíprocas eran pocas. Ciertamente se
había desarrollado un limitado comercio de canje: los selk'nam daban
arcos y flechas contra adornos, pieles de lobos marinos o tierras colo-
rantes de los yámana. No tenían otras cosas para ofrecer. Además
era difícil manejar las armas mencionadas en las canoas. Efectivamen-
te, se veía que los yámana orientales las utilizaban más, pues rastrea-
ban al guanaco en la Isla Navarino; los yámana centrales se valían
algo menos de ellos, aunque cazaban este animal entre Ushuaia y Puer-
to Harberton, y los tres grupos occidentales hacían raras veces uso
de arco y flecha. Los haus cubrían casi totalmente las necesidades de
estos objetos, pero sólo se trataba de cantidades pequeñas. HAHN
45, que habla de este intercambio, dice que para este fin las tri-
bus se encuentran sólo una vez al año; durante el resto del tiempo
viven la una al lado de la otra "en bonne intelligence" 142.
Como las visitas eran entonces raras, los casamientos entre unos
y otros también eran muy ocasionales. Los selk'nam también se sen-
tían inhibidos por su sentido estético. La figura corta y desproporcio-
nada de las mujeres yámana les desagradaba. Como acostumbraban
mofarse de las mujeres de la tribu vecina, no cualquiera hubiera so-
portado la burla de su propia gente, en caso de que tomara como
esposa a una yámana. Está probado que matrimonios entre las dos
tribus tuvieron lugar, pero ocurrían con muy poca frecuencia. "Les
Ona de la baie Sloggett se marient quelquefois avec des femmes yah-
ganes" (HAHN di : 45); GALLARDO: 110, 216 también hace las mismas
143 Según F. A. Coox (d): 90 los raptos de mujeres fueron "tan frecuentes
antiguamente que en el sudeste de la isla floreció una tribu nueva mezcla de
Yahganes y Onas" ... ¡Ensayo poco feliz para demostrar la formación de los haus!
144 Las experiencias que LISTA (b): 132 tuvo con el jefe yámana NOHSTE, no
demuestran un tráfico frecuente entre representantes de ambas tribus sino, en
el mejor de los casos, relaciones favorables. Que éstas existieron lo admite abier-
tamente un conocedor mucho mejor de las circunstancias como J. LAWRENCE.
lo demuestra con el hecho de que se hayan consumado algunos matrimonios en-
tre las dos tribus. (MM: XXX, 127; 1896.)
aprendió algunas palabras de la otra, como JOHN LAWRENCE (MM:XXI,
174, 1887) pudo observar durante su visita en marzo de 1887, para su
mayor asombro. Pero, más tarde, en marzo de 1899, destaca que sólo
pocos haus aparecen transitoriamente por allí. Un adelanto interesante
en la asimilación recíproca se evidencia cuando "a young woman and
girl ... are now at the estancia; the young woman is married to a
Yahgan who workes the ..." (MM: XXXIII, 151; 1899). Por el año 1890
las furiosas persecuciones contra los selk'nam habían culminado de cier-
ta manera; acosados como ariscas piezas de caza buscaron protección
pasajeramente en territorio yámana. Algunos fueron encomendados al
amparo de los empleados del gobierno argentino en Ushuaia. Por este
motivo se juntaba esporádicamente en esta pequeña ciudad, la más aus-
tral del mundo, buen número de selk'nam. En marzo de 1896 fueron
casualinente más numerosos que los nunca sedentarios yámana. JoHN
LAWRENCE destaca expresamente este fenómeno como extraordinario
1MM: XXX, 12'7; 1896) "which has never been the case before, at least
not during our long residence in this country, and not very probable
that such a thing happened previous to that, or there would have been
some verbal tradition of it among the Yahgans".
Al amoldar su forma de vida a la europea, la economía doméstica
de la familia indígena sufrió grandes cambios; ahora era más fácil
para un hombre de una tribu formar un hogar con una mujer de otra y,
está probado, que de allí en adelante, matrimonios mixtos entre ellas
ocurrían con mayor frecuencia. Es difícil probar que entre los haus se
haya producido una mayoría de mujeres, como J. LAWRENCE (ib) supo-
ne; para nosotros es suficiente saber que, en aquellos años se realizaron
uniones entre jóvenes yámana y muchachas haus en el trayecto que se
extiende hacia el este de Puerto Brown. "These Ona wives seem to get on
fairly well among the Yaghan women; as a rule they are healthy, cleanly
and strong" (MM: XXXV, 318; 1901). Pero estos casamientos intertri-
bales se debían a la inseguridad general de los indios perseguidos.
Por lo tanto, en tiempos pasados, los habitantes más australes de
la Isla Grande tuvieron sólo escaso y ocasional contacto con los yá-
mana orientales; carecían de motivo para raptar mujeres de la otra
tribu. Las relaciones entre las tribus, no sólo eran indiferentes, sino que
los yámana evitaban expresamente encuentros con sus vecinos altos
y fornidos.
e. Estadística demográfica
Pienso que casi no vale la pena mencionar aquí las suposiciones
de viajeros anteriores sobre el número de los selk'nam, pues como, en
parte, ni siquiera han puesto su pie sobre la Isla Grande, no reunían
las condiciones requeridas para ello. El sistema económico de los abo-
rígenes en cuestión y la peculiaridad de su territorio juegan un papel
geimordial en las estimaciones estadísticas.
2. Censos recientes
145 La estadística hecha por FURLONG (r): 175 nos permite reconocer a pri
mera vista la inseguridad en las estimaciones de los viajeros anteriores.
el recuento era que las familias solían acampar en dos lugares deter
minados. Hacía tiempo que nuestros hombres encontraban trabajo
en la estancia de los hermanos BRIDGES, ya sea para todo el año o sólo
para los meses de verano. Sus familias acampaban, por lo general,
cerca de las casas de la Estancia Viamonte en la desembocadura del
Río del Fuego o más al sur, en el puesto Nueva Harberton. Otro grupo
menor se estableció casi sin interrupciones en la banda sudeste del
Lago Fagnano, en donde vivían recluidos en su aislamiento. Su alma
era TENENESK, que, como hechicero influyente, había causado, en otros
tiempos, tanta intranquilidad entre sus compañeros de tribu, que lo
obligaron a abandonar el campo de los BRIDGES, del que debía mante-
nerse alejado para siempre. Unas pocas familias aisladas o individuos
solteros vivían dispersos en otras estancias.
En enero de 1919 el misionero P. JUAN ZENONE, buen conocedor
de todos los indios, estaba realizando un censo a pedido de la Comi-
sión Argentina de Mensuras de Tierras, justo cuando yo era su hués-
ped allá junto al Río del Fuego. De nuestro trabajo en conjunto obtu-
vimos el siguiente resultado: en el gran campamento en la estancia de
los BRIDGES, donde se juntan muchas familias, naturalmente sólo du-
rante la esquila, vivieron, durante mi estadía, 216 personas, repartidas
en 27 familias, inclusive algunos pocos solteros. 60 de ellos eran hom-
bres y 58 mujeres, todos mayores de 17 años; 49 niños y jóvenes entre
los 8 y 17 años y 43 niños menores de 8 años. En este censo también
se ha incluido a aquellas personas que trabajaban en los puestos de
la estancia. Éstos acostumbran venir hasta el casco de la estancia los
sábados para dar cuenta de su trabajo, percibir su jornal y comprar
en el almacén víveres y otras mercaderías. De paso aprovechan para
visitar a los suyos en el campamento grande, ya que no todos tienen
oportunidad para intercambiar ideas durante la semana. A la mayo-
ría de ellos los he visto por primera vez aquí, junto al Río del Fuego.
Después de una fatigosa cabalgata a través de una región de pan-
tanos y cenagales alcancé, pocas semanas después, el campamento in-
dígena que se alza junto al Lago Fagnano. Aunque este grupo era bas-
tante menor, era hasta cierto punto sedentario. Sólo vi 5 familias que
se componían de 5 hombres, 8 mujeres y 19 niños, esto es, 32 perso-
nas en total. Con esta base era posible seguir completando la esta-
dística para una determinación exacta del número de selk'nam en enero
de 1919. Informantes anteriores en parte sobreestimaron esta tribu y
en parte la subestimaron. En el mencionado mes existían todavía,
aparte de aquellos dos campamentos, en la misión del Río Grande,
seis mujeres, un hombre y dos muchachos jóvenes. Cabe además men-
cionar a una mujer, casada con un sirio, en la desembocadura del Río
Grande y a otra casada con el chileno GÓMEZ en Puerto Harberton.
La primera tenía dos hijas grandes; pero la última once hijos que
dejó huérfanos en julio de 1923; yo estuve presente en su entierro.
A estos mestizos no los incluyo en mi cálculo. Los indios hasta aquí
mencionados habitan, casi sin excepción, en territorio argentino. El
límite con Chile está marcado claramente con pirámides de cemento
y es conocido por todos. Los pocos selk'nam que viven en territorio
991e5
chileno están ampliamente dispersos en distintos lugares. Nosotros
contamos veinte. Sólo sobre uno u otro no pudimos averiguar nada
seguro, pues se los tenía por desaparecidos. Excepto dos familias, cada
una de las cuales vivía unida, todas estas personas, en su mayoría
hombres, eran solteros y sin familia, trabajaban en estancias, y su
forma de vida no se distinguía de la de los otros trabajadores blancos.
Así obtuvimos, para enero de 1919, la exacta pero triste cifra de
sólo 279 indios puros, después de descontar aproximadamente 15 mes-
tizos, hijos de matrimonios con blancos.
Pero ya durante mis próximos tres viajes esta cifra se reducía
sin cesar; el número de nacimientos era menor que el de los casos
de muerte. Poco después de mi despedida una epidemia de gripe
tuvo un devastador efecto entre ellos, si bien ya en el año 1921 la
misma enfermedad había segado las vidas de catorce jóvenes adultos.
Me impresionaba como una sucia jugada del destino que justamente
este grupo con el que pude celebrar, en aquel invierno de abundantes
nevadas a mediados de 1923, la fiesta de los Klóketen y de los hechi-
ceros, en la próxima primavera fue casi totalmente aniquilada por la
misma epidemia. Gracias a la ayuda de algunos estancieros, pude se-
guir, por correspondencia desde Europa hasta fines de 1930, el curso
de la vida de los pocos sobrevivientes de la tribu. De esta espléndida
raza sobrevive ahora, cuando estoy escribiendo esto, apenas un cen-
tenar de representantes puros Su destino está sellado.
3. La antigua población
Habría que determinar ahora el número aproximado de habitan-
tes selk'nam para la época en que colonizadores europeos todavía no
se habían atrevido a penetrar en su inhóspita patria. Sólo intentaré
una estimación sobre la base de las condiciones naturales dadas y del
sistema económico nómade de nuestros indios.
El carácter insular de la patria de los selk'nam, y el hecho de que
desconocían la navegación, podrían posiblemente ser señalados como
causas de una eventual superpoblación, ya que imposibilitan la emi-
gración. Las difíciles condiciones de vida han mantenido, sin embargo,
el equilibrio entre las cifras de nacimientos y muertes. Si bien algu-
nos hombres y mujeres perdieron sus vidas en riñas y luchas, para
los demás, el continuo movimiento y la inseguridad en la obtención
de los medios de subsistencia tenía un efecto robustecedor y fortifi-
cante. No es posible alegar una sola prueba que sostenga la afirmación
de HOLMBERG (a): 56 de que una de las principales causas de su ex-
tinción fueron las hostilidades intertribales, porque estas contiendas y
luchas nunca fueron tan frecuentes. En cambio, una cierta selección
tenía lugar cuando un riguroso invierno, seguido de heladas tardías,
Comparar los detalles del censo de 1919 en GUSINDE (a): 21, 27. En 1926
TONELLI dice ambiguamente "menos de 300" para la población de los selk'nam.
LOTHROP: 25 que cuenta a fines del año 1924 solamente "de 60 a 70 onas y 2 ó 3
haus", los mestizos incluidos, fue mal informado.
provocaba hambrunas más o menos graves. Siempre fue alta la cifra
absoluta de mortandad infantil; pero, comparativamente, los acciden-
tes en cacerías sólo costaban la vida a pocos adultos.
En principio no había que temer entonces un crecimiento de la
población mayor que la capacidad productiva de la tierra. Un cambio
de territorio en mayor escala resultaba entonces, no sólo innecesario,
sino que de todos modos habría sido imposible de realizar. Tampoco
había que temer un pronto agotamiento de los alimentos. Si, ocasio-
nalmente, un duro invierno reducía excesivamente el número de gua-
nacos y cururos, las incansables olas arrojaban sobre las playas algún
mamífero marino vivo, o una ballena se acercaba a las costas. Ade-
más, siempre había pájaros marinos, peces y moluscos, por lo que los
que sufrían hambre nunca estaban librados irremediablemente a su
suerte. Epidemias y enfermedades frecuentes no existían para los
selk'nam como reguladores de la población antes de la llegada de
los blancos.
La Isla Grande, con su forma casi triangular, tiene una superficie
de aproximadamente 48.000 kilómetros cuadrados. De ella no es apta
para la caza de nuestros indios la saliente del sudoeste con sus ricas
ramificaciones y elevados macizos, de modo que, en realidad, sólo
atraviesan algo más de dos tercios de la superficie de la isla o sea
cerca de 35.000 kilómetros cuadrados. Ahora, concedo a cada habi-
tante una extensión de 10 km, es decir, para una familia de 10 per-
sonas unos 100 kilómetros cuadrados como valor medio. Es un área
que, en aquella zona, tiene que alcanzar para el mantenimiento y la
obtención de alimentos para el cazador nómade. La población anti-
gua se debe estimar entonces con la mayor exactitud posible en 3.500
o a lo sumo en 4.000 habitantes.
Iír y
rdan su opinión frente al blanco mismo; por decencia, por un
por prudente
sufran
consideración, por el otro, aunque sufr amar-
nte por humillaciones y violaciones.
149 Ver detalles sobre esta expedición más arriba (pág. 52) y además Esplora
zione della Terra del Fuoco e D. FAGNANO, en Bollettino Salesiano: XI, 125, To
rino, 1887.
que sucumbir ante el más fuerte. Su tierra natal fue generosamente
regada con sangre de sus hermanos de tribu y, al retirarse a los bos-
ques de las montañas del sur, abandonó su ancestral patrimonio a los
desalmados emisarios de europeos ávidos de dinero. La violencia de
los blancos que aniquilaron la vigorosa tribu de los selk'nam en el
lapso de tres décadas, dejará para siempre una repulsiva mancha en
la historia de la humanidad.
151 Éstas eran de distintos valores. Una moneda de oro mostraba en el an-
verso un guanaco y en el reverso un indio. También circulaba un grano de oro
de un gramo de peso; de un lado llevaba el martillo con la pala, rodeado de la
inscripción "El Páramo - Un Gramo"; del otro llevaba en el centro el nombre
POPPER, circundado por "Tierra del Fuego - 1889".
152 No puedo detenerme aquí en los efectos de la fiebre del oro, que convul-
sionó a toda la población más allá de la región magallánica. Me remito a la des-
cripción detallada del periodista neoyorquino Jourq R. SPEARS The Gold Diggings
R. Los estancieros
Aunque el descubrimiento del oro tuvo efectos tan desastrosos
sobre los primitivos habitantes, las salvajes orgías de los mineros cesa-
ron después de unos pocos años. Pero otros enemigos mucho más
poderosos se alzaron, intensificaron la guerra y lucharon hasta obte-
ner la victoria final: los ganaderos y los estancieros.
El año 1878 puede considerarse como el comienzo de la cría del
ganado lanar en el territorio magallánico, emprendida de manera ex-
tensiva y comercial. Apenas se habían formado las primeras estancias
al oeste y norte de Punta Arenas, cuando ya en 1884 se formaron, sobre
la costa septentrional de la Isla Grande, análogos establecimientos.
Un extraño destino dispuso que en la mencionada Bahía Gente Gran-
de, donde SARMIENTO DE GAMBOA, cerca de trescientos años antes, había
avistado al primer indio selk'nam, se levantara la primera estancia
para cría de ganado lanar en la Isla Grande. Pronto le seguirían otras.
Cuando estos ensayos prometieron buenos resultados, comenzó una
competencia despiadada en la repartición de las tierras aprovechables.
Un nuevo enjambre de europeos codiciosos se abalanzó sobre la
patria de nuestros selk'nam, matando y violando, quemando y aniqui-
lando a cualquier nativo que se le presentara. Con eso volvió a comen-
zar la furiosa lucha de exterminio de los superpoderosos europeos
contra indios indefensos, que encontró pronto fin con la disolución de
la unidad tribal y el ocaso de este pueblo. La consigna de los blan-
cos era ¡eliminar al indio a fin de liberar la tierra para las majadas
productoras de dinero! Significativamente, ya en 1882 "The Daily
News" mezcló su voz con el horroroso grito de guerra, aunque en un
tono que sonaba algo más suave: "It is thought that the country of
Tierra del Fuego would prove suitable for cattle breeding, but the only
drawback to this plan is that to all appearance it would be necessary
to exterminate the Fuegians . " 1"
Los selk'nam fueron presentados desde el principio como fantas-
mas que amenazaban a los intrusos europeos, y luego fueron decla-
rados obstáculos peligrosos para el aprovechamiento de la tierra. Con
el planteo de este dilema todos trataron de cohonestar, ante la opi-
nión pública, la brutal desposesión de derechos a la que era sometido
el aborigen y su alevoso asesinato. Los blancos levantaron alambrados
que cercaban vastas tierras para sus rebaños. Los peones espantaban
a tiros a los indios curiosos que se acercaban. Los indígenas, en-
colerizados, procedían a la venganza. De pequeños incidentes resultaban
of Cape Horn. A study of Lije in Tierra del Fuego and Patagonia. New York, 1895,
así como a AGOSTINI: 248, 250, FUENTES II, 139, HOLMBERG (a): 48, NAVARRO: II, 166
y POPPER (d): 142-146.
153 Según The South American Missionary Magazin: XVI, 23'7; London, 1882.
nal mituwo
tante, la búsqueda de alimentos se había dificultado para ellos por-
que los blancos impedían su libertad de movimiento, espantaban sus
piezas de caza y las exterminaban masivamente con armas mucho
más potentes.
La situación crítica así creada tuvo consecuencias vitales para el
indio. "Al extenderse la propiedad del europeo, sus medios de vida
fueron siendo (sic) más escasos, porque disminuía su radio de acción,
y en el blanco tenía el principal destructor del guanaco, su principal
alimento" (HOLMBERG [a] : 53).
Su sentimiento natural le otorga el derecho a la vida y al alimento
necesario para ella en su propia patria, derecho del cual disfrutaba
desde épocas remotas. Ahora pastaban pacíficamente cientos y cientos
de "guanacos blancos", como llamaba a las ovejas, en sus dominios.
Hacia ellos extendió su mano cuando el hambre lo acosaba y se regaló
con ellas. Los estancieron montaban en cólera, exageraban sin medida
el hurto, inventaban todo tipo de cuentos espeluznantes, describían su
propia inseguridad y hablaban de espantosos ataques de aquellos peli-
grosos salvajes. Otra vez salían grupos de peones de los estancieros
en cuestión, armados hasta los dientes y apoyados por aventure-
ros vagabundos. En un amplio radio de la estancia baleaban a cada
indio que se acercaba a tiro de fusil.
De día en día se tornaba más crítica la situación de los aboríge-
nes. Si hasta entonces sólo habían tomado ovejas para saciar su ham-
bre, comenzaron ahora a perjudicar intencionalmente a los intrusos
europeos. Les cortaban los hilos de los alambrados, espantaban a los
animales, arreaban rebaños enteros de noche por las quebradas y los
pantanos para servirse de los animales que querían. Si los sorpren-
dían, cortaban los tendones de un gran número de ovejas para dejar-
las tiradas, y sus feroces perros destrozaban otras que luego se de-
sangraban. Se comprenderá la situación de los ganaderos que veían
peligrar o perdían el fruto de sus esfuerzos. ¿Pero no merece también
el indio que se tome en cuenta su situación? F. A. Coox (d): 93 se
refiere a ella diciendo: "Los muchos millares de guanacos blancos que
pastan pacíficamente en los cazaderos de los indios, son una tentación _
irresistible para los aborígenes, si ellos, hambrientos y medio desnu-
dos, miran desde los helados bosques de las montañas hacia la plani-
cie. ¿Hemos de llamarlos ladrones, si tienen que ver cómo sus muje-
res e hijos y todos sus seres queridos casi mueren de hambre y si, por
ello, bajan valientemente y toman ante los caños de los winchester lo
que consideran que es el producto de su propia tierra?"
159 Véase los informes de los misioneros católicos sobre asaltos y crueldades
de todo tipo en el Boletín Salesiano: XII, 142; XIII, 119; XXII, 176, etc. Coinciden
con ellos los relatos de los misioneros protestantes; cf. PRINGLE en MM: XXXI,
54; XXXIV, 49.
155 BORGATELLO (a): 221 y CanIzzi: 21 reimprimieron esta fotografía. Yo ten
go el original.
AMI
El escocés MAC LENAN gozaba de la misma fama. Más tarde fue
administrador en una estancia sobre la Bahía Inútil. En el exterminio
de los indios se destacaba por sus grandes ofensivas. Con una caterva
de bandidos inhumanos desplegados en formación dispersa "limpiaba"
paso a paso grandes áreas de indígenas. No tomaba prisioneros, sino
que disparaba indistintamente sobre cualquier ser que se movía o se
ponía delante de sus caños. Estas cacerías le proporcionaban exce-
lentes ganancias, pues estaba al servicio de la estancia más grande.
Monseñor FAGNANO también lo confirma en J. EDWARDS: 230 de la si-
guiente manera: Él "ganó en un año, en premios por tan macabro
sport, la suma de 412 esterlinas, lo que quiere decir que en un año
había muerto 412 indios. Esta deplorable hazaña fue festejada con
champagne, en medio de una incalificable orgía, por algunos miem-
bros de la compañía que brindaron por la prosperidad de la 'Esplo-
tadora' i por la salud del brillante tirador ..." Hasta ahora, ¡sólo se
ha contado algo parecido de caníbales!
Un repulsivo sádico fue el inglés SAM ISHLOP, "cazador profesional
de indios" según el juicio del mayor chileno FUENTES: I, 141. Ver in-
dios, donde fuera y cuando fuera y disparar sobre ellos era cosa de
un momento '55 . Las feas torturas a las que sometía a las víctimas que
caían vivas en sus manos, así como la repugnante mutilación de cadá-
veres de aborígenes masculinos y femeninos, eran su costumbre,. .y la
pluma se niega a describir aquí todo esto detalladamente. Colonos
viejos del lugar saben de ello. Una de las atrocidades menores que
practicaba con predilección era el estupro y asesinato de vírgenes,
sobre lo que escribe BORGATELLO (c): 233.
Ciertos estancieros y asesinos pudieron ensañarse impunemente
con los aborígenes a fin de librar el territorio indígena a sus hacien-
das. Se comenzaron a pagar recompensas, primero menores y luego
hasta de una libra esterlina por la cabeza de un indio adulto. Era la
misma paga que en la Patagonia se recibía por un puma muerto.
Como algunos cazadores de indios no querían cargar con varias cabe-
zas, el estanciero se contentaba con la entrega de un par de orejas y
pagaba el mismo precio 157 Pero estos "trofeos" se quemaban en el acto
.
Illigirlos mineros chilenos de Bahía Inútil a oír tan sólo la voz del rifle".
HULTKRANTZ: 127 incluso escribió que los colonos "llevan, con consen-
164 DEL TURCO (BS; 1904), F. A. Coox (d): 88, BORGATELLO (S.N.; IV, 202),
GUERRERO 136, HOLMBERG (a): 46, 51 y 55 y POPPER (d): 140 lo confirman.
165 Los diarios de Punta Arenas publican sobre estos acontecimientos indig-
nos de la década del 90 abundantes detalles.
166 Él planeaba asimismo para los indios alojados en los campamentos abier.
tos o en casas de europeos un servicio misionero conforme a las reglas; pero antes
de su realización ya había disminuido el número de indios en Punta Arenas. Véase:
MM: XXX, 21; 1896.
En conexión con los remates de los prisioneros 167 se impuso la
"moda" de que las familias más pudientes acogieran un niño selk'nam.
Principalmente se trataba de seres que, después de un asalto, eran
repartidos como botín entre los blancos, o que habían sido atrapados
en la isla para ser deportados al continente. Es casi imposible hacer
una estimación de la cantidad; F. A. Coox (d): 90 habla de "muchos
niños" que fueron alejados de su patria. A mí me nombraron una serie
de familias que, en forma sucesiva, habían adoptado huérfanos indí-
genas.
Muchas veces se separaban brutalmente las familias para repartir
desconsideradamente a sus integrantes en diferentes lugares. La mayo-
ría de ellos nunca volvieron a encontrarse.
Graves conmociones de este tipo impedían considerablemente el
buen desarrollo y la evolución de los prisioneros en sus nuevas con-
diciones de vida. Nuestros selk'nam son muy emotivos y apegados a
sus parientes. Aunque la mayoría de las familias europeas, con sin-
ceros sentimientos humanitarios, hicieron todo lo posible de su parte
por el indiecito adoptado, el transplante a un ambiente infinitamente
distinto en todo sentido, resultó completamente negativo. Aparte del
cambio en la vestimenta, alimentación, habitación y forma de vida, su
acrecentada predisposición para todo tipo de enfermedades tuvo con-
secuencias nefastas. En especial la tos convulsa y el sarampión han
hecho estragos, y han causado la muerte a muchos; otro tanto ha hecho
la tuberculosis pulmonar. Todas estas familias bien intencionadas, sin
excepción, tuvieron las mismas experiencias infortunadas con estos ni-
ños". Ciertamente se ponderaba la facilidad para asimilar instrucción
de los indiecitos, pero, a pesar de todo, se morían y ni siquiera llega-
ban a estar unos años con las familias extrañas 169 Nadie supo aliviar
.
174 COJAZZI: 21 nombra las siguientes causas para la rápida extinción de los
selk'nam, fundadas en las experiencias de los misioneros: "1. le influenzé patolo-
giche; 2. le uccisioni mediante armi da fuoco; 3. cattura delle dome e dei bambini
nelle guerre fra le tribu nemiche ... o per deportazioni violente per parte dell'
autoritá; 4. il troppo repentino cambiamento di alimentazione, vesti, abitazioni, di
vita errante ...".
175 Las quejas especificas de los indios por el comportamiento de ellos es-
tán anotadas en MM: XXV, 125; 1891.
pesadas cadenas, los llevó "cual tigres de Bengala" (POPPER [di : 140)
a Europa 116 . Dos de ellos murieron ya en el viaje. En la Exposición
Mundial de París en 1889, estos desgraciados fueron presentados, tras
pesadas rejas, como "caníbales" ante el público curioso. A determi-
nadas horas les arrojaban carne de caballo cruda; intencionalmente
los mantenían en suciedad y total abandono para que realmente tuvie-
ran la apariencia de "salvajes". Bajo las mismas condiciones los expu-
sieron, poco después, en el Royal Westminster Aquarium de Londres.
Pero el directorio de la S. A. Missionary Society protestó enérgicamente
contra esta repulsiva exposición diciendo: "These poor helpless Indians
have been drawn away from their country and their borne to be exhibit-
ed ... as wild beasts for commercial gain, not for themselves, but for
others. They are advertised as cannibals, and to be fed at certain in
hours with horseflesh . " El empresario confesó abiertamente que,
con su empresa, sólo pretendía "to obtain a commercial success". Como
también la opinión pública en Inglaterra se rebeló decididamente con-
tra estas presentaciones indignas, gracias a la incansable actividad de
dicha S. A. Missionary Society, el empresario se trasladó con su "mé-
nagerie" a Bélgica. Sólo una mujer quedó en Londres, gravemente en-
ferma, y el 21 de enero de 1890 murió en la St. Georges Infirmary 17 .
Allá en Bélgica pronto le impidieron a M. MAPTRE que siguiera ejer-
ciendo su oficio, y hasta lo detuvieron. Bajo la protección del gobierno
belga y del embajador inglés los indios volvieron a su patria a bordo
de un vapor. Sólo cuatro la volvieron a ver, porque los otros murie-
ron en el viaje 178 . El misionero P. BEAUVOIR tomó más tarde a uno
de ellos, el a menudo nombrado MIGUEL L. CALAFATE, como intérprete 19 .
Ningún medio de fuerza contra los selk'nam, por más perverso
que fuera, fue omitido por aquellos europeos con el fin de hacer di-
nero. ¡Aquí nos encontramos frente a los efectos culminantes de la
aun sacra lames!
iso Me conformo con remitirme a BORGATELLO (c): 47, como testigo fidedigno
que habla basado en su larga experiencia.
181 Según la acusatoria que POPPER entregó al ministro argentino de Justicia
en junio de 1891. Ver MM: XXV, 125 ss, 1891.
882 Según COJAZZI: 21 nuestros indios juzgan como: "cattivi i cristiani per
Ull11111•
cómo se desencadenaba la ira del viejo TENENESK al hablar de estos
brutales acontecimientos: "Cuántas veces habíamos tratado, nosotros
los hechiceros, de utilizar toda nuestra sabiduría en contra de estos in-
trusos impertinentes; pero nuestros más grandes esfuerzos siempre
fueron infructuosos. De lo contrario, ninguno de ellos hubiera que-
dado con vida".
Los pocos sobrevivientes se resignaron, en su total impotencia, a
las sensibles limitaciones de sus medios de vida, que a la postre les
dejaron. Saben esconder, bajo el más profundo silencio, su amargura
por haber perdido todo lo que amaban y apreciaban. Por prudencia
evitan otros intentos de venganza, porque el indio "¡sabe perdonar,
sabe compensar con hidalguía las crueldades de que ha sido constante
víctima!" Hasta un POPPER (d): 142, de tendencia al crimen, les dedica
este testimonio. Los escasos restos de esta magnífica raza de hombres
se han forzado a una actitud severamente reservada. Evitan el encuen-
tro con cualquier europeo y, ¡razones para ello no les faltan! Para el
indio fue fatal que su patria fuera apropiada para una rendidora gana-
dería; su única culpa fue la de habitar como indígena estas tierras '".
Sólo un puñado de estos indígenas, en otros tiempos tan vitales, vi-
ven actualmente, pero su alegría de vivir está empañada por el recuer-
do de las sangrientas luchas de los cuatro últimos decenios. Para
ninguno de ellos es un secreto que pronto ha de desaparecer su tribu.
¡Es probable que ya dentro do diez años entierren al último, que
morirá con una terrible maldición sobre los labios que perdurará por
todos los tiempos, para el asesino europeo de su pueblo!
a. Se planearon reservas
184 Las únicas noticias al respecto las leí en el Diario Ilustrado de Santiago
de Chile del 1° de marzo de 1913, así como en MM: XLVII, 40; 1913.
185 Las propuestas presentadas por SESioarr: 37 ss, contra las que GUERRERO:
143 ss ya había tomado posición, ya no necesito analizarlas en cuanto a su utilidad
pues, por llegar tarde, no merecen ser tomadas en consideración.
01111L-,~~
Los indios serían jornaleros mucho más baratos que los tan pre-
tensiosos peones contratados en el sur de Chile o en los alrededores
de Buenos Aires. Inmediatamente declaran huelgas generales por ni-
miedades. Esto aumenta los gastos y encarece el producto. Cuán
buenas ganancias se pueden obtener con mano de obra india, lo de-
muestra el éxito obtenido por los hermanos BRIDGES, quienes, hasta
los últimos años, nunca emplearon europeos. Ninguna medida poste-
rior corregirá los graves errores de cálculo de los que son responsables
los capitalistas y ganaderos establecidos allí. Nuestros selk'nam hu-
bieran representado para las economías de Chile y Argentina una fuerza
de trabajo útil y ventajosa 186 .
186 Más o menos en los detalles, pero del todo en lo principal, están de
acuerdo conmigo sobre este tema BECERRA: 140, DABBENE (b): 266 SS, HOLMBERG (a):
60; LEHMANN-NITSCHE (I): 72; NORDENSKJOELD (e): 165, SEÑORET: 37 SS; SPEGAZZINF
(a): 180 y finalmente también algunos ganaderos con los que he tratado exten-
samente este problema.
éstos tuvieran que estar a su disposición para su charla imbécil. Pero
nadie tiene el coraje de echar a los insufribles bravucones.
Estos caballeros errantes tienen además una llamativa insolencia
para con las indias. ¡Entre blancos, jamás se podrían permitir un com-
portamiento tal! En su libertina opinión, cada mujer tiene que pres-
tarse inmediatamente a sus obscenos requerimientos. Los hombres y
mujeres presentes, ciertamente ven la impudicia en estas alusiones
ofensivas, pero nadie se atreve a enfrentarse con ellos.
Tampoco faltan sinvergüenzas entre los policías, que más bien me-
recerían encontrarse entre las filas de los jornaleros vagabundos. Abu-
sando evidentemente de su poder y contra las órdenes de sus supe-
riores, hacen y deshacen, ordenan y atropellan como si hablaran con
dementes y no con indios inteligentes y sensatos, que, por experiencia,
ya saben lo poco que se puede cumplir de las amenazas proferidas.
Funcionarios así, no sólo desacreditan a la policía, sino a la autoridad
en general. Puesto que los indios no encontraron protección de par-
te de los superiores cuando los subalternos se extralimitaban, comen-
zaron a odiar a la administración pública en general. ¡El indio nunca
olvida el trato injusto y la injusticia no reparada!
Por lo tanto, es extraordinariamente difícil para ellos soportar el
menosprecio de sus derechos de propiedad o de arrendamiento por
algunos vecinos europeos. Éstos llevan a pastorear su hacienda a sus
praderas, la dejan allí por largo tiempo y no sienten la obligación de
resarcir al indígena de algún modo. Si los indios sirvieron por mucho
tiempo a un estanciero o comerciante, a menudo no ven por meses su
salario ni una rendición de cuentas. Si por fin formulan una pregunta
por su jornal, los patrones les presentan una cuenta de sus deudas
que quedan sin pagar. Ellos, entonces, concluyen que siempre segui-
rán endeudados y que siempre los engañarán al comprar mercaderías,
porque no conocen el valor del dinero. Sin embargo, hoy no les falta ni
el juicio adecuado ni la práctica de calcular.
Los han llenado de promesas que nunca se cumplirán. Ni las auto-
ridades correspondientes ni los ganaderos atendieron jamás de ellos
una petición o una queja justificada. Por añadidura, sigue aparecien-
do en sus chozas la molesta gentuza de los peones europeos. Todas
estas circunstancias contribuyeron a que en todos los selk'nam madu-
rara una impasibilidad apática, pues en el fondo de su memoria, siguen
h. El destino de un pueblo
En tiempos inmemoriales, los portadores de la cultura selk'nam
han cruzado por primera vez el actual Estrecho de Magallanes y, como
llegados en primer término, han elegido para sí por residencia el vacío
territorio de la Isla Grande. Otro avance hacia el sur les estaba ve-
dado. Y aquí, en ésta su patria, tienen su profunda raigambre.
El paisaje es áspero e inhóspito. La monotonía con la que nuestra
madre naturaleza ha derramado aquí sus dones es, además, de una
mezquindad y avaricia poco comunes. Del oscuro verde de su vestido
sólo esporádicamente emerge una colorida flor; la fauna, pobre en espe-
204 Si cierto PEDRO N. HERRERA: 32, en una conferencia pública del 28 de marzo
de 1897, se atreve a emitir el petulante juicio "Estamos convencidos que los Sa-
lesianos no poseen las dotes de civilizadores" e incluso los culpa de ciertos abusos,
toda su exposición demuestra que carece de la mínima capacidad para valorar
la obra misionera católica. Como lo hizo F. A. COOK (d): 102, así también otros
se deshacían en huecas charlatanerías que provenían de su obvia falta de com-
prensión.
cies, carece de vistosos colores, y la nieve del invierno cubre como
mortaja, durante un tercio del año, toda la vida.
El indio libre, con hábil ingeniosidad, se ha sabido acomodar
maravillosamente bien a ello. Ha sometido a su voluntad los escasos
dones de la naturaleza y, desarrollando sus dotes espirituales, también
ha sabido crearse una riqueza interior. Como ser humano, con nece-
sidades humanas, ha formado su vida con dignidad humana, y así
ha llegado a la felicidad terrenal. De tal modo él, hijo de la naturaleza,
llegó a armonizar completamente con ella. Generación tras generación,
las incansables olas del océano entonaban su canción de despedida.
Como cadena ininterrumpida se iban sucediendo y las nieves eternas
saludaban a cada una desde las crestas de los cerros con una nueva
alegría de vivir. En la tranquilidad del bosque, en las vastas exten-
siones de la pampa, florecía el gozo de los esposos y la felicidad de
los niños. Los livianos esfuerzos de la caza proporcionaban el sus-
tento necesario y el fuego bienhechor invitaba al sosegado descanso
en la rueda de la familia. Aquí no existían las preocupaciones. Sólo
pasiones y luchas, decepciones y luto se interponían a veces. Así tiene
que ser, pues el hombre necesita conmociones para no debilitarse
psíquicamente.
En plena conciencia de su personalidad, cada uno se sentía con
fuerzas suficientes para dominar todo lo que lo rodeaba. Siempre
estaba a la altura de las situaciones; dependía totalmente de sí mismo.
Para él y para todos únicamente existía el "ayúdate a ti mismo". La
dependencia psíquica entre ellos causó una asimilación conveniente y
llevó a la unión concordante de todos en un pueblo, con la estructura
más simple en su orden social que se pueda imaginar. Felices y con-
tentos, en total armonía entre sus deseos y exigencias personales con
la parca naturaleza de su patria, el pueblo selk'nam, en su uniformi-
dad cultural inamovible, no fue influido en absoluto por los gigantes-
cos progresos del gran mundo allá afuera. Allí susurraban misterio-
samente los bosques, allí las olas en su circular golpeteo cantaban la
misma monotonía uniforme en la persistencia incambiable de las cos-
tumbres centenarias y en los pensamientos y sensaciones experimen-
tadas por generaciones. Allí florecía en la quietud la modesta felicidad
plena de una estirpe genuina y natural. El hombre tiene que haber
experimentado el encanto de esta vida como hijo de la naturaleza en
el silencio de aquel mundo remoto, para comprender que estos hom-
bres vivían disfrutando la satisfacción de sus deseos y que no pedían
más. Dejaron pasar las imágenes inexplicables de los descubridores
en épocas pasadas, sin que hayan dejado marca alguna en sus almas;
lo extraño de estos fenómenos no turbó su paz interior, ni estos bar-
cos les provocaron anhelo alguno que les causara el más mínimo do-
lor. Cada generación solamente se preocupaba por transmitir la misma
felicidad y las ancestrales costumbres de la tribu a todos los des-
cendientes.
Con escalofriante violencia, repentina e inesperadamente, cayó la
desgracia sobre esta milenaria paz interior y la perfecta armonía de
este pueblo. Como un vapor pestífero, la aparición de los europeos
mató al instante el idilio tribal de los aborígenes hasta ahora desco-
nocidos, asesinando masas de ellos antes de que alguien pudiera tomar
conciencia de los acontecimientos catastróficos. El patrimonio cultural
del pueblo, que por generaciones sin fin fue transmitido, quedó pul-
verizado, con un poderoso puñetazo, hasta su desfiguración total. La
felicidad rica y armónica, la vida satisfecha del individuo y de la tribu
se convirtieron en un momento en una polvareda que se disolvía hasta
desaparecer. ¡Qué son treinta o cuarenta años de salvajes persecu-
ciones contra la continuidad milenaria del pueblo indio! ¡Así bramaba
la aplastante violencia de la codicia europea, y la rabiosa auri sacra
/ames festejaba a toda prisa sus orgías!
Estos acontecimientos pasaban por mi mente cuando, sentado
junto al fuego, miraba los ojos renegridos de ese puñado de hombres
morenos de tan buena fe; cuando escuchaba las historias de sus ante-
pasados o los relatos de sus propias vivencias, cuando los observaba
durante el juego o la cacería o contemplaba la quieta y afanosa pre-
locupación de las mujeres. ¡Qué bien me sentía con estos cándidos
hijos de la naturaleza en el silencio de sus montañas y la muda sole-
dad de sus bosques!
Apenas habrá pasado otra década y el triste resto de este idilio
indígena se habrá hundido en el pasado. Entonces la eterna carga
de nieve de los picos altos buscará en vano los pacíficos campamentos,
abajo, en los valles protegidos; sin la compañía del indio, el zorro se
esconderá entre los matorrales; nunca volverá la pampa abierta a ver
las alegres competencias de una gran muchedumbre o el abundante
éxito de una caza colectiva y el eco ya nunca más devolverá los gritos
de júbilo de una juventud pletórica. Cuando el sol poniente se hunda,
rojo como la sangre, en el amplio océano, ya no lo despedirá ningún
saludo del indio. Antes, niños y adultos se apresuraban para volver
a las chozas cuando la noche corría su velo negro sobre la comarca.
Ahora ninguna fogata de tímidos resplandores echa su pálida lumbre
sobre los roblizos troncos de las hayas por cuyas coronas se eleva en
azuladas volutas el humo. Hace tiempo que murieron las viejas leyen-
das de los famosos antepasados y sus grandiosas hazañas, del ogro
C áskels y del primer padre Kenós. En la negra noche Kwányip toda-
vía brilla como roja estrella y nos recuerda su inclinación pbr la bellí-
sima Okelta, que por despreciar tal amor, fue convertida en murcié-
lago. También el sol y la luna se siguen persiguiendo en su querella
matrimonial, sin alcanzarse jamás.
¿En dónde está esa hermosa gente tostada que en otras épocas
cruzaba llena de vigor y con paso apretado la vastedad de la Isla
Grande? Las finas columnas de humo se elevaban tan numerosas des-
us pequeñas chozas, desde el Estrecho de Magallanes, bajando
a el Canal de Beagle. Las huellas de los cazadores incansables se
cruzaban por aquí o por allá; en la lejanía se divisaban las siluetas
de familias andantes (Fig. 12). ¿Dónde están los recios y ágiles hom-
bres erguidos con gallarda presencia, las hermosas mujeres con su
porte digno y gracioso, la alegre juventud? ¿En dónde están las mu-
chachas esbeltas como gacelas, que solían juntar almejas en la playa?
¿Dónde los ágiles muchachos que, con distinguida elasticidad, pugna-
ban por destacarse en la lucha y en el tiro de arco? ¿Dónde el pueblo
que encajaba perfectamente en esta tierra, animando con su presencia
la monotonía del paisaje...? Todas esas preguntas se agolpaban en
mi mente, cuando, apoyado sobre el cerco de madera apolillado y cu-
bierto de musgo del pequeño cementerio, junto al Cabo Santo Domin-
go, miraba absorto la llanura vacía ... Todo se ha perdido. Todos
han sido aniquilados por la insaciable codicia del europeo ... El idilio
indígena en Tierra del Fuego ha desaparecido para siempre. Sólo que-
dan las perpetuamente intranquilas olas que a los indios muertos van
cantando su canción fúnebre.
En la soledad del confín de la tierra, han vivido felices y conten-
tos por siglos y siglos, hombres con la forma de vida más simple; las
generaciones se iban sucediendo en su modo de vida inalterable, vital
y potente. Muchos eslabones podían haber prolongado esta cadena.
Hasta hace poco el indio nunca había servido de estorbo para nadie
en el mundo. Un puñado de ávidos europeos quiso acumular riquezas
temporales. Apenas les alcanzaron cinco décadas para borrar, sin dejar
rastros, al milenario pueblo indígena.
¡Ése es el destino del mal comprendido pueblo selk'nam!
La vida económica
A. La vivienda
Las formas generales de asentamiento y las condiciones de la vi-
vienda coinciden con el sistema económico. Como sucede con todos
sus bienes, también en su preocupación poi el bienestar material los
selk'nam ponen de manifiesto la máxima estrechez y modestia. Por
más que se piense no es posible imaginar una vivienda más sencilla.
2. La choza
No sólo le falta al indio tiempo para edificar casas resistentes o
chozas estables, sino que carece asimismo de las herramientas para
construirlas. Levanta su vivienda de la manera más fácil posible y la ins-
tala con toda rapidez. ¡Para qué habría de dedicarle mucho esfuerzo si
ha de servirle a él y los suyos por una sola noche o por pocos días!
Sendas formas de vivienda predominan en una y otra región. En
el sector septentrional, abierto y desprovisto de árboles, suele encon-
trarse el paraviento; el sur boscoso es rico en pequeños troncos fácil-
mente accesibles para la construcción de chozas cónicas. Para
gozar de la deseada protección contra las tormentas, la lluvia y la
nieve, el indio erige su vivienda en el linde del bosque (Fig. 14). Allí
el viento ha perdido algo de su fuerza y no arremolina el humo del
fuego de la choza, molestando a los presentes. Sólo en casos aislados
dos familias construirán una vivienda juntas, compartiendo luego su
interior. Tanto el hombre como la mujer trabajan por igual, y, en me-
nos de una hora, la choza está terminada. El hombre derriba los tron-
quillos más gruesos y los arrastra hasta el lugar, y ella se ocupará de
3. El paraviento
Bastante diferente de la choza cónica, que, al menos, presenta cierta
solidez, es el paraviento, de construcción mucho más sencilla y frágil,
que usaban particularmente los aborígenes septentrionales, pero tam-
bién se encontraban con frecuencia en el sur. De 6 a 10 varas se cla-
vaban en la tierra, al sesgo, a buena distancia unas de otras, y se les
daba una leve inclinación convergente formando una semicircunferen-
cia o tres cuartos de circunferencia; las varas que se encontraban en
la parte exterior [hacia ambos lados] eran algo más cortas. Por enci-
ma de estas varas, que no estaban unidas entre sí, se tendía el gran
cobertor de cuero y se lo sujetaba en las horquetas de las varas con
correas cortas o se enganchaba en los agujeros que se habían practi-
cado. Esto daba cierta solidez a la frágil estructura (Fig. 16).
Puesto que en esta construcción concoidea el costado abierto se
encontraba paralelo a la dirección del viento (sic), le ofrecía una mí-
nima superficie de ataque. A más de esto, según fuera la intensidad
del viento, se daba a las varas de la armazón una inclinación mayor
o menor hacia tierra. Estos arreglos también tomaban en cuenta
el fuego, evitando en lo posible que el humo se convirtiera en un
estorbo. La escasa superficie de suelo cubierta se ahuecaba por lo
menos hasta un palmo de profundidad antes o después de armar el
paraviento. La arena suelta se amontonaba con las manos o con pie-
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Fig. 16. El paraviento.
5. El campamento estable
Acaso sea la festividad del Klóketen la única oportunidad en que
ero mayor o menor de familias acampa en un mismo punto
e4i1 '.` ierto tiempo. Cada una conserva la mayor independencia en la
6. El fuego
No hay choza, no hay paraviento, no hay campamento sin el calor
benefactor del fuego. El empleo permanente del fuego dio origen al
nombre de la región. Sin el fuego el hombre no podría sobrevivir en
aquellas latitudes meridionales. El fuego es de mucho mayor impor-
tancia que la protección que pueda brindar cualquier vivienda.
a) En la choza cónica toda mujer sabe colocar el gran cobertor
y la cortina de entrada de modo tal que la corriente de aire no arre-
moline el humo del fuego de la choza. Por lo tanto, el hu-
mo asciende verticalmente y sale por el vértice superior de aquélla.
Si reina un fuerte temporal el humo puede volverse tan molesto que
los moradores se envuelven totalmente en su abrigo y se echan de
bruces. El humo de la leña, que generalmente es verde, irrita sensi-
blemente los ojos. El hogar, ubicado exactamente en el centro, ocupa
unos 50 cm de diámetro. En él están colocadas varias estacas delgadas
dispuestas en forma radial, que se introducen de atrás en el fuego a
medida que se va quemando la punta. Si se desea que el calor sea más
fuerte se apila leña menuda sobre la lumbre y se aviva soplando fuerte
o haciendo aire con un trozo de cuero cualquiera. Para la noche un
tronco grueso es más conveniente, y suele colocarse entre la entrada
y el fuego. Por su grosor es preciso levantarlo un poco, colocando de-
bajo un tarugo; la punta expuesta al fuego arderá con lentitud gracias
a la escasa corriente de aire producida por este modo de colocación.
Sólo al cabo de unas horas se hace necesario correr hacia adelante el
tronco, que difunde un calor uniforme y no ofrece ningún tipo de peli-
gro. Dondequiera que sea, el indio aspira a encontrarse a resguardo
del viento, pues de esta manera puede disfrutar de las bondades del
fuego sin nada que lo estorbe.
B. El vestido
Los primeros descubridores ya avistaron a los selk'nam en su man-
to [o capa] suelto de piel de guanaco. Esta prenda característica dis-
tingue dicha tribu de sus vecinos. Cierto es que los patagones llevan
el mismo abrigo, pero vuelven siempre el lado de la lana hacia den-
tro 8, para llamar la atención de todo el mundo sobre las complicadas
pinturas ornamentales en la parte del cuero vuelta hacia fuera. Hasta
el día de hoy los selk'nam han conservado sin modificaciones su anti-
gua indumentaria, como la mejor prueba de su funcionalidad. Si bien
en los últimos años más de un hombre joven vistió atuendos moder-
7 Las indicaciones anteriores referentes a los utensilios para hacer fuego son
o bien imprecisas o incompletas. Es el caso de BEAUVOIR (b): 202, BORGATELLO (c):
60, DABBENE (a): 69, GALLARDO: 255, LOTHROP: 64, SEGERS: 71, TONELLI: 124, WIEGHARDT:
37. Cfr. CooPss: 191 y KRICKEBERG: 310.
8 En la región que habitan, las lluvias torrenciales no son tan frecuentes co-
mo al sur de la Isla Grande, por lo que no corrían tanto riesgo de que, al secarse,
el manto se volviese muy duro.
nos, no puede prescindir por completo del manto de guanaco. Todos
los viajeros de las últimas cuatro décadas describen a estos indios
arrebujados en sus capas de piel. Todavía LISTA (b): 62, 107 dice con
referencia a los habitantes de la bahía San Sebastián: "No les vi otros
vestidos que raídas mantas de pieles de zorro y guanaco, con el pelo
hacia fuera". -
11 En relación al calzado, ver lo escrito por COJAZZI: 42, DABBENE (b): 224,
GALLARDO: 155, LOTHROP: 53, entre otros.
o durante sus tareas habituales. Este adorno distingue a la persona
madura, pues es entregado solemnemente al aspirante Klóketen. Las
mujeres nunca pueden ataviarse con él. Si en algún caso aislado un
padre lo obsequia a su hijo adolescente porque ya lo acompaña a cazar
o lleva hasta la choza la presa cazada, el adorno carecerá de las cortas
varillas para rascarse. En la caza nunca se prescinde de esta prenda
"pues los guanacos se detienen cuando la ven". No pude hallar expli-
cación alguna para la siguiente práctica: el hombre que por su avan-
zada edad ya no está en condiciones de ir de caza deja de lado el kocel
y se coloca alrededor de la cabeza una delgada cuerda de tendón tren-
zada, de modo que sus cabellos no queden muy pegados al cuero
cabelludo.
El hombre desprende la piel de la frente del guanaco y la entrega
a su mujer para que la seque y raspe. Luego la recorta, dándole la
forma triangular deseada y pasa hilos de tendón trenzados por ambos
costados. Estos hilos se atan detrás de la cabeza. Una varilla del largo
de un dedo, terminada en punta, pende de otro hilo corto sobre la
oreja; con ésta y no con las uñas de los dedos deberá rascarse el joven
la cabeza después de asistir a la ceremonia Klóketen. A veces una va-
rilla cuelga de cada lado. Sólo en los primeros años que siguen a su
ceremonia de iniciación Klóketen el joven fabrica para sí la varilla
para rascarse; con el tiempo se vuelve más negligente.
Este ornamento se yergue sobre la frente a modo de diadema; el
trozo de cuero le llega al hombre hasta las orejas; el borde inferior
mide alrededor de 35 cm. y la altura media es de unos 20 cm. El lado
interior liso siempre lleva una capa de grasa mezclada con tierra colo-
rante roja. Para darle una apariencia bella a la parte anterior el hombre
mezcla arcilla o cal con saliva masticando la masa largo rato, luego la
escupe rociando con ella los pelos de modo que al secar estos pequeños
granos blancos queden pegados a ellos. Este adorno se renueva con
frecuencia y no implica mucho esfuerzo, pues poco le cuesta al hombre
raspar con los dientes un poco de polvo blanco de un terrón de cal y
mezclarlo con saliva en la boca. La piel de la frente de los animales
jóvenes era por lo general muy clara, por lo que se untaba la superficie
del centro con carbón de leña pulverizado. De esta manera se oscurecía
y esto se consideraba hermoso (Fig. 24).
Para confeccionar esta prenda los hombres del grupo haus pre-
ferían usar un trozo de piel de la región inferior del cuello del guana-
co, de coloración blanca. Pero también echaban mano de la piel negra
del león marino. Este adorno permitía reconocer de lejos a un miem-
bro de la tribu haus. Es significativo que más de una vez se me haya
asegurado que en los primeros tiempos sólo se usaba el kaéel blanco
en toda la Isla Grande y que, poco a poco, éste había sido desplazado
bien al sur por el gris. Allí muchos integrantes del grupo haus se habían
habituado entretanto al negro, hasta que también ellos lo cambiaron
por el k5 el gris. Esto nos permitiría comprobar, una vez más, con to-
da exactitud la paulatina propagación de los selk'nam por la Isla Gran-
de, ocupada únicamente en un primer momento por integrantes del
grupo haus (pág. 116).
4. El vestido de la mujer
Para ojos europeos la diferencia en la indumentaria de ambos se-
xos es tan insignificante que a menudo no pueden distinguir una de otra.
Todas las mujeres, incluso las niñas dé apenas cuatro años, poseen el
c u b r e s ex o triangular gg, que ni siquiera se quitan durante el repo-
so nocturno. "Desde que comienza a caminar la criatura del sexo feme-
nino, la madre le coloca una especie de taparrabo;.., y es usado siem-
pre, cualquiera que sea la edad y las condiciones en que se encuentre
la mujer" (GALLARDO: 156). Todo esto por razones de decoro.
El tamaño del cubresexo responde a la talla de la portadora y
cuelga de una cuerda de tendón que le rodea las caderas (Fig. 25). Se
smplea para su confección únicamente cuero que se ha raspado hasta
volverlo lo más fino posible, y que, al adherirse bien al cuerpo en mo-
vimiento, cumple acabadamente su función; untándolo con grasa se
lo mantiene blando y flexible.
Ya sólo el hecho de mencionar
el hombre esta prenda en presen-
cia de mujeres se considera inde-
coroso. Suscité la indignación de
una india anciana al pedirle ino-
centemente un la; luego los hom-
bres me ilustraron sobre este
punto y supe cómo comportarme.
Algunas mujeres poseen un so-
lo manto amplio, que, según la
región, será de piel de guanaco
o cururo. Suele ser más pequeño
que el manto de los hombres.
Pero es más común que la indu-
mentaria de la mujer adulta con-
sista en dos prendas de tamaño
mediano. Una, que se usa a ma-
nera de falda, envuelve la parte
inferior del cuerpo, pues su par-
te estrecha rodea las caderas y
se vuelca adelante. Cubre desde
13 Véanse las breves alusiones de BEAUVOIR (b): 206, FAGNANO (SN: 90; 1900),
HOLMBERG (a): 56, L. BRIDGES (MM: XXXIII, 87; 1899), POPPER (d): 138 y SEGERS: 71.
14 Muchos viajeros hacen breve referencia a este peinado sumamente senci-
llo Cf. principalmente BEAUVOIR (BS: XX, 39; 1896), COJAZZI: 42, GALLARDO: 112,
L. BRIDGES (MM: XXXIII, 87; 1899), MARGUIN: 497 y SEGERS: 71.
Con los viejos cuchillos de piedra era más fácil trabajar esta lámina
de cuerno que la madera. En cambio el ?tuja es el hueso maxilar all,
que se ha limpiado superficialmente, con los propios dientes del pe-
queño delfín kál's kax. Mi de 12 m c de
11 1111 , \ \ \11; ' 1 1;i' \1 1 11 1 :,),1' 14
1' arpo y es muy resisten te (Fig. 28).
I1I il,1'1'111 4 \ ■ "
,'' Frecuentemente les resulta difícil a los
,0 11 11„ It.1.1i indios pasar la hilera compacta de
\ ' 1,11 1111'111,i11 3 ,,,, 11,01,.'irtifi:111 dientes por la mata de cabellos enma-
111',"1 1 ,1 ' ) 11,1›, ', 1 1 1111111111 11 1 rañados, pues muchas personas son
0 1, sumamente abandonadas en lo 4..que
I1 ) 1411. 1' ,
1 ' ' 1' , respecta al cuidado de la cabeza. s
:01111 111\1111\11 \ 11119' 11 111, II I , III 1 tas es disgusto en los de . á .
111Milano N110„,,1 Como nadie se lava a fo 1
,
cuero cablittudo los piojos
ran magníficamente. En más de una
mata de cabellos pululan las sabandi-
jas. Pese a que los indios de todas las
edades se rascan sin cesar la cabeza,
poseen un alto grado de insensibilidad
frente a estos molestos parásitos. To-
do su cuerpo está atestado de ellos,
dado que los mantos de lana permiten
que se multipliquen ilimitadamente.
Resulta repulsivo contemplar los ras-
tros de estas repugnantes sabandijas
en sus hermosos cuerpos desnudos.
Fig. 27. Peine de barba de ballena. Según se me dijo, antes solía atormen-
3/4 tam. nat. tarlos un piojo negro más pequeño;
pero desde la aparición de los euro-
peos el piojo europeo los acosaba aún más y la especie anterior había
desaparecido por completo. Las madres suelen despiojar a sus hijos,
aplastando los insectos entre dos uñas. En lo que a mí respecta, fue
mucho lo que me
hicieron sufrir estas
sabandijas.
Todo tipo de y e-
llosidad se con-
sidera feo. De ahí
que todos los adul-
tos se arranquen las
Fig. 28. Hueso maxilar del delfín usado como peine. cejas y el escaso pe-
lo pubiano y axilar.
Ni siquiera los ancianos tolerarían este último, aunque a veces dejan
crecer un poco el pelo del pubis. Es bien sabido que a los pocos días de
nacer se quita a los niños todo el fino vello del cuerpo. Los hombres
se depilan los pocos pelos de su barba rala. Es cierto que hoy por hoy
hay muchos que quieren amoldarse a los europeos y se dejan crecer el
bigote, si es que les crece suficientemente. No suelen depilarse las pier-
nas ni los brazos, siempre cubiertos escasamente de vello, aunque se lo
considera poco hermoso. Durante la ceremonia del Klóketen pude ob-
servar cómo algunos hombres jóvenes se avergonzaban del pelo pubiano
que entretanto había vuelto a crecerles; hubieran debido arrancarlo
antes. Por lo tanto frotaban fina ceniza sobre la región pubiana para
poder arrancarlo mejor. Toman cada pelo entre el pulgar y el índice
y dan un tirón brusco.
Por deficiente que sea el aseo personal, las lluvias frecuentes y el
suave raspado en seco a que someten el manto les prestan buenos servi-
cios. Es por ello que, a cierta distancia, la mayoría de las personas causa
una impresión agradable. Se resignan a tener piojos, puesto que en la
fría Tierra del Fuego no hay otra plaga de insectos que les moleste. En
cambio, la ropa europea que muchos se han procurado últimamente
está impregnada de la más repugnante suciedad.
2. La higiene en la choza
Son pocos los bienes materiales que el indio lleva consigo. Por con-
siguiente es imposible que, permaneciendo sólo uno o pocos días en el
mismo lugar, se acumule mucha suciedad. Una vez que el europeo se
acostumbra al aspecto desaliñado del indígena, las chozas le parecerán
bastante tolerables, pese al considerable desorden que reina sobre los
lechos. Allí se mezclan los utensilios con los niños de pecho, los trozos
de carne con los perros, los bolsos de cuero vueltos de revés con las ca-
nastillas. No es raro que, junto a este revoltijo, se acurruque todavía
algún visitante que, con los modales que usa al comer, no contribuye a
embellecer la escena. Con cierta exageración LISTA (b): 130 describe de
la siguiente manera las viviendas de los indios haus: "En las habitacio-
nes no vi nada notable, a no ser la suciedad, que parece fermentar en
ellas; y por cierto que exhalaban un olor repugnante ... Valvas de mo-
luscos, huesos de aves, y de cetáceos, cueros viejos y rotos, excrementos
de animales, todo aparecía mezclado dentro del reducido recinto del
kau, y sobre estos despojos, cubiertos de yerbas secas, se revolcaban los
familiares perros de aquella reunión de salvajes cuya pobreza no tiene
comparación , „ ".
Un mínimo de limpieza en la propia choza parece ser una nece-
sidad de todo morador. Resulta más fácil de mantenerla gracias a que
todo desperdicio o suciedad se arroja inmediatamente a las llamas. Para
rvar la carne fresca se la cuelga, fuera de la choza, de ramas inac-
les a los perros. Los trozos que se van llevando a la choza se
ntienen lo más lejos posible del fuego, ya que a la gente le asquea
la carne podrida y hedionda. Muchas veces me sorprendió su sensibili-
dad justamente frente a este mal olor. Si a alguien le molesta el hedor
de un pedazo de carne podrida, va en busca de ella y la tira al fuego.
Lo curioso es que, por el contrario, no les molestan las emanaciones de
las pieles y trozos de cuero húmedos. A mí me resultaba casi intolerable
el olor hediondo de las sandalias mojadas o las pieles tendidas a secar.
No acostumbran orear regularmente sus ropas de lana o pieles y pare-
cen insensibles al olor de cosa enmohecida que casi siempre emana de
ellas. Cuando alguna vez tendía al sol mis mantas de guanaco por unas
pocas horas sacudían la cabeza sin comprender. Tales esfuerzos les pa-
recen superfluos.
En contraposición a todo esto el sellInam pone de manifiesto una
escrupulosidad exagerada en lo que atañé . a sus necesidades na-
turales. Aun para hacer sus necesidades menores la madre deberá
llevar a su niño de pecho lejos de la choza y de la vista de los demás. Los
niños mayores suelen alejarse un buen trecho. A esto se debe que uno
nunca encuentre excrementos cerca de las chozas, pues despiertan gran
repugnancia entre los indios. Incluso los perros demuestran ser tan edu-
cados que sólo evacuan a considerable distancia del campamento. Las
personas siempre se distancian unas de otras, ocultándose en los mato-
rrales. Sería inaudito que dos o más personas hiciesen sus necesidades,
aunque fuesen menores, tan cerca como ocurre en un retrete público
europeo o en forma tan ostensible como en las calles de Roma. Si al-
guien debe separarse del grupo para hacer sus necesidades, lo hará sin
dar a conocer su propósito, ni siquiera con una seña. Todos se muestrar
delicadamente reservados al respecto. Únicamente los chiquillos se ce -.n-
portan de modo algo más desvergonzado cuando están entre ellos, pero
los adultos no tardarán en llamarlos al orden. El indígena también uti-
liza indefectiblemente como "papel higiénico", ya sea pasto, musgo e
lana de guanaco. Le dan mucho asco los cachorros que todavía evacuan
dentro de la choza o junto a ella. Al punto se entierran los excrementos.
Tanto grandes como pequeños escupen con frecuencia. Todos escu-
pen al fuego describiendo una amplia parábola y demostrando una pun-
tería magistral. Si alguna vez alguien recibe un escupitajo se lo quitará
con el dedo como si se tratara de una gota de agua. Se suenan la nariz
utilizando el pulgar y el índice y suelen arrojar la mucosidad al fuego.
No se ve con buenos ojos que una persona joven eructe. En caso de
soltar alguno una ventosidad todos se desbandan precipitadamente dan-
do muestras de la mayor desaprobación y echan, indignados, al culpa-
ble. Sólo algún hombre de avanzada edad podrá permitirse modales
tan groseros; éstos harán sonreír a alguno de los presentes con el mis-
mo embarazo que en caso de escuchar un chiste indecente. Cuando una
vez le ocurrió esto a un perro vi como echaban al animal, que nada
presentía, con una lluvia repentina de piedras y garrotes.
16 Una persona que aparece en una ilustración de Acomba: 292 lleva este
dibujo tan generalizado. Lleva un subtítulo que induce a error: "Un hechicero de
los onas".
combatientes; generalmente
pintan además una mancha
blanca sobre el dorso de la
nariz. Pero puede ocurrir
que, también en tiempos de
paz, se utilicen estos gran-
des puntos blancos como
mero adorno, combinados
con otros dibujos. El p5íy9ce-
sa son más o menos siete
hileras de puntos negros
que, partiendo del borde
inferior del párpado, reco-
rren las mejillas en forma
radiada y tiene carácter ce-
remonial. Los recién casa-
dos llevan este adorno facial
durante la fiesta de bodas.
La pintura de luto, que no
tiene un estilo determinado,
se denomina en general k'ar-
mán; para ella siempre se
escogen colores más bien
Oscuros.
Es ante todo la situa-
ción exterior la que revela
el sentido propio de cada
pintura. Tratándose de los
ornamentos, que responden
al afán de adornarse y real-
Fig. 29. Collar de trocitos de hueso. zar la belleza, cada uno con-
serva absoluta libertad de
elegir el modelo de su agrado. Se presta más atención a la pintura del
rostro correspondiente a la ocasión que al aseo personal. Por diver-
tirse o expresar su felicidad de madre es frecuente que una mujer
adorne el rostro de su pequeño con líneas de puntos blancos, a regular
distancia los unos de los otros. Es su deseo secreto que otras personas
le alaben el espléndido vástago ''.
4. Objetos de adorno
17 El juicio de SEGERS: 70 "se pintan con tierra roja para la caza y con tierra
blanca para la guerra. El negro ... se usa como luto" constituye una generaliza-
ción injustificada. Véase al respecto L. BRIDGES (en MM: XXXIII, 87; 1899), B0R-
GATELLO (c): 52, GALLARno: 151 y LISTA (b): 62. Mientras se pintan, las mujeres nun-
ca cantan, contrariamente a lo que sostiene BEAUVOIR (b): 206.
de adorno que les es posible confeccionar también responden a esta
necesidad de realzar sus encantos físicos. La materia prima se la brin-
da exclusivamente el mundo animal; la destreza y el buen gusto de la
mujer sabrán transformarla en adornos.
, Entre las mujeres y las niñas lo más común son los c ollares
de todo tipo. Trocitos de huesos huecos de ave se enhebran en fibras de
tendón teñidas de rojo, ya sea en bruto o trenzadas. Estas piezas tienen
Una longitud de 3 a 30 mm y su diámetro, que habrá de ser lo más
uniforme posible, no de-
be exceder los 5 mm. En
trozos algo más grandes
se graban líneas trans-
versales de modo tal que
simulan eslabones muy
pequeños, que se conside-
ran particularmente. her-
mosos. El esfuerzo que
significa recoger tal can-
tidad de huesos y fabri-
car las pequeñas piezas
Fig. 30. Pulsera fabricada con juncos; tam. nat. aumenta el valor del ob-
jeto de adorno y la her-
mosura de su portadora. El largo total del cordón es naturalmente
muy variado. A veces llega a los 6 metros y, en este caso, se coloca en
torno al cuello, dándole varias vueltas de la misma o diversa amplitud.
El objeto más valioso, una fibra de tendón finamente trenzada, tiene
una longitud considerable y pequeños eslabones muy cortos y de igual
grosor. Se los redondea a la perfección limándolos sobre una piedra
áspera (Fig. 29).
Hay otro tipó que consiste en una cuerda de tendón tren-
zada en forma muy regular de varios metros de largo que se coloca en
vueltas de igual amplitud. La aplicación de una gruesa capa de pintura
roja mezclada con grasa se repite frecuentemente. Aunque no tengo
más de tres madejas, este adorno se considera más distinguido debido
a su forma delicada. Se lo llama k'ÉlIe, mientras que los collarcitos de
partículas de huesos huecos se denominan tótel. K'óten es el nombre
que se da a los cordoncitos en que se ensartan piecitas de la tráquea
de gansos salvajes;.cánulas calcáreas de sedentarios o pekas de vidrio
europeas. Estas últimas son muy codiciadas por las indias, pero única-
mente si son delicadas. A todas las mujeres les gusta llevar en ambas
muñecas el se'amp, un cordoncillo finamente trabajado con seis made-
jas de tendón. En torno a la articulación de ambos pies enrolla el
mismo adorno o bien una tira de cuero uniforme de 2 cm de ancho
que se sujeta bien atrás con fibras de tendón delgadas y que se llama
Watt ten. Estos objetos tienen como única finalidad realzar la belleza.
Quien posea los mejores presumirá con ellos y sabrá llamar la atención
de los demás. Por eso no hay mujer que carezca de algunos collares; y
las mujeres los fabrican para el niño de pecho. Pero sólo el adorno que
rodea el tobillo se lleva permanentemente. Como excepción y pasaje-
ramente es dado ver a alguna muchacha llevando en una u otra mu-
ñeca, o bien en la articulación del pie, una tira trenzada de 2 cm de
ancho, hecha de juncos o de las hojas largas del pasto de los panta-
nos (Fig. 30) 18 .
En la vida diaria los hombres no llevan ninguno de los adornos
nombrados. La diadema de plumas liwnh sólo adorna a los muy privi-
legiados durante alguna festividad. En lo que respecta al cordón tren-
zado que el hombre casado lleva alrededor de la muñeca izquierda, le
fue entregado por su esposa el día de su compromiso. Ella le hará uno
nuevo cuando haga falta, pues este adorno es un símbolo de su unión
conyugal " (Fig. 75). Más adelante describiremos ambos adornos en
detalle.
Durante la pubertad los muchachos y muchachas suelen entrete-
nerse haciendo cicatrices ornamentales llamadas iati. Una
rama ardiente sin llamas de Chiliotrichum del ancho de un lápiz, cor-
tada de modo tal que el extremo quede liso, se apoya en la parte inte-
rior del antebrazo izquierdo y se presiona levemente. Cuanto más pe-
netre la quemadura en el tejido tanto más visibles serán luego las
cicatrices, de unos 8 mm. Si han salido bien redondas se mostrarán
con orgullo. En diversas personas pude contar entre dos y ocho de
estas cicatrices, distribuidas en forma despareja; a nadie le faltan.
La misma finalidad estética persiguen los jóvenes haciéndose un pe-
queño tatuaje estriado en la parte exterior de la mitad infe-
rior de ambos antebrazos. Con un cuchillo en punta se practican inci-
siones cortas y profundas, muy cerca unas de otras, que forman una
hilera pareja, que corre transversalmente al eje del brazo y de inme-
diato se introduce polvo fino de carbón de leña en las heridas. Estas
incisiones no tardan en cicatrizar, haciéndose apenas reconocibles y
quedando luego como un rayado celeste = gtetéi. La gente adulta ya
no repara en tales adornos de su juventud, pero las niñas y los mucha-
chos los encuentran bonitos y no desean prescindir de ellos 29 .
Aparte de estas cicatrices ornamentales insignificantes y de los es-
casos tatuajes, los selk'nam no conocen mutilaciones corporales de nin-
gún tipo. Asimismo desconocen los pendientes y anillos, piedras de
adorno y trofeos en el sentido más amplio de la palabra. Tan sencillos
como su vestimenta son sus modestos objetos de adorno.
1. El arco
Se ha demostrado que los selk'nam fueron siempre un pueblo de
cazadores nómadas. El guanaco siempre fue considerado su animal
alimenticio por excelencia. Sólo era posible cazarlo con el arco y la
flecha, pues estos indígenas no disponían de ninguna cabalgadura.
Desde el caballo se arroja muy bien la boleadora, como lo muestra el
desarrollo económico de los patagones desde la primera visita de los
europeos.
Los arcos de los selk'nam se asemejan a tal punto en cuanto a su
fabricación que únicamente pueden distinguirse por la longitud y la
curvatura. No cualquier hombre posee suficiente destreza para fabri-
car esta pieza. Por otra parte, todo grupo familiar cuenta con un
miembro que provee de arcos a todos los demás; que trabaja, por así
decirlo, como artesano para todos ellos y ofrece su producto en true-
que por flechas y aljabas, pieles y otras cosas. Cuando el arco de un
hombre se ha vuelto inservible recurrirá a este diestro maestro que
es tenido en mayor o menor estima, según sea la calidad de su mercan-
cía. Además, todo selk'nam tiene dos o tres arcos de reserva. Si la
cuerda se afloja cualquier hombre sabrá tenderla mediante una hábil
maniobra manual. El vástago o vara del arco es bastante resistente
como para durar mucho tiempo. La escasez de árboles en el sector
septentrional de la Isla Grande obligó a sus habitantes a procurarse
casi todos los vástagos para arcos mediante trueque con sus vecinos
meridionales, pero rara vez adquirían el arco terminado. La altura del
arco de caza propiamente dicho, o bien el largo de su cuerda, es de 140
a 180 cm. El hombre escoge tal o cual, según se haya entrenado con un
21 Los selk'nam nunca emplearon los tendones de piel de león marino, que
se encontraban con frecuencia entre los yámana y halakwulup.
verá a sujetar y se ajustará lo más firmemente posible. Cuando están
secos, tanto el vástago como la cuerda conservan una notable elas-
ticidad.
Previamente al primer uso el hombre unta todo el arco con arci-
lla húmeda que, al secarse, adquiere un color blanco luminoso. Se
dice que "así es más hermoso". Luego el vástago y la cuerda se unta-
rán frecuentemente con grasa para mantenerlos flexibles. El vástago,
el arco mismo, se llama hf; la cuerda de arco, h,cycgyfq. La curvatura
del vástago o vara puede ser mayor o menor; la distancia vertical en-
tre el borde interior y el centro de la cuerda oscila entre 12 y 25 cm 22 .
2. La flecha
Esta pieza puede considerarse una pequeña obra de arte, no sólo
por su ejecución sino primordialmente por su alto grado de funcio-
nalidad. La flecha es el máximo testimonio de la destreza del indio.
El largo total oscila entre 60 y 80 cm. La componen tres partes inde-
pendientes: el astil, la punta y la guarnición de plumas, o emplumado.
El material más apropiado para fabricar el astil de la
flecha son las ramas lisas de Berberis ilicifolia (Fig. 7); en algunos
casos también de Chiliotrichum dif fusum (Fig. 20), pues únicamente
estas maderas son livianas y a la vez resistentes y flexibles. Ambas se
distinguen en cuanto al color: la primera es de color de yema de hue-
vo fresca, en tanto que la segunda es de un blanco grisáceo El hom-
bre quiebra ocasionalmente varias ramas y las deja secar lentamente
en la choza. Al cabo de unos días escoge las más apropiadas y las des-
corteza. Se sienta y coloca la vara en sentido longitudinal sobre el
muslo y, haciéndola girar continuamente, raspa virutas muy delgadas
con una valva o un fragmento de cuarzo. Es raro que alguien eche
mano de la cuchilla de hierro. Tanto ésta como la valva se afilan en
una piedra arenisca áspera.
Recalentada varias veces sobre el fuego, la vara se vuelve leve-
mente flexible y apretando todas sus partes sucesivamente el hombre
la endereza. Luego la introduce en la boca, la toma suavemente con
los dientes, tira de ella y la dobla en todas direcciones parte por parte.
Después del prolongado raspado la vara estará perfectamente re-
donda, engrosándose muy levemente hacia el centro; la mitad desti-
nada al emplumado suele ser un poquito más gruesa que la otra. El
diámetro, en la parte más gruesa del centro, es de aproximadamente
9 milímetros.
La primera alisadur a más basta de la superficie se hace so-
bre un bloque pequeño y blando de piedra arenisca (Fig. 32). El uso
3. La aliaba (o carcaj)
Durante su inquieto deambular
el hombre protege sus flechas, de
fácil deterioro, poniéndolas en una
aljaba 'rígida. La piel gruesa y dura
Fig. 36. Flecha para ejercicio y para de los leones marinos es la más in-
cazar aves. dicada rara fabricarla. La gente del
25 GALLARDO: 236 presenta esta flecha como juguete infantil. Esto sólo es
interior adquiere estos trozos de piel mediantee-
II I
queconlshabit r.Eldoeant
se raspa bien, quitándole toda partícula de grasa,
pero no se curte. Se corta un trozo rectangular y
se dobla en dos en sentido longitudinal; los bor-
des se cosen luego•con fibras de tendón. Abajo se le
cose un fondo plano en forma de cuña o de óvalo
alargado, cuyo ancho nunca sobrepasa los 4 cm en
su punto máximo. Por consiguientn~gr iel
acertado en la medida en que con frecuencia los niños persiguen con ellas aves
pequeñas, simplemente por divertirse.
so para el retoque de la punta de flecha, xas = flecha para ejercicio
rematada en un botón de cuero.
4. El tiro de arco
Los selk'nam son eximios tiradores; desde muy jóvenes practican
el tiro al blanco. Cualquier ocasión es buena para realizar una com-
petencia en que puedan demostrar su destreza con el arco y la flecha.
Más abajo describiré estas demostraciones públicas en detalle; aquí
me circunscribiré al modo de //vejar dichas armas.
El arco no posee gran elasticidad, por lo que el entesamiento re-
quiere considerable fuerza muscular. Algunos pueden arrojar la fle-
cha a una distancia de alrededor de 170 m. No es exagerado
lo que observa L. BRiDcEs (a) de que "a strong man will shoot an
arrow 200 yards". Es verdad que al perseguir a los guanacos el hom-
bre se acerca lo más posible para lograr el máximo poder de penetra-
ción de la flecha. El propósito específico decidirá en cada momento si
habrá de tomarse mayor o menor distancia del blanco.
Los selk'nam son diestros, si bien utilizan la mano izquier-
da mucho más que el europeo medio. El hombre extiende el brazo
izquierdo y toma el vástago del arco, en posición vertical, con la mano
a medias cerrada; lo sostienen el pulgar y los dos últimos dedos. El
dedo índice se mantiene más o menos rígido y el medio levemente
doblado. La muesca redondeada en el extremo [posterior] de la flecha
se apoya sobre la cuerda del arco. El emplumado se mantiene en po-
sición vertical y el pulgar e índice de la mano derecha mantienen
sujeta la parte posterior del astil. Las yemas de los dedos medio y
anular tiran la cuerda hacia atrás por debajo de la flecha, mientras
el meñique se dobla pronunciadamente. El astil reposa sobre la parte
inferior [proximal] del pulgar de la mano izquierda y el índice la
aprieta suavemente contra el vástago del arco (Fig. 38).
Al cabo de largas ejercitaciones el indio aprendió a sacar el mayor
provecho de la interacción de varias zonas musculares al tender el
arco. Éstas sobresalen con nitidez en los hermosos cuerpos desnudos;
no sólo hacen participar los dedos y los brazos, sino también la es-
palda y las piernas. Para apreciar correctamente esta demostración
de fuerza hay que reparar en que la máxima tensión de la cuerda no
dura más que unos instantes; si se prolongara más los dos dedos em-
rían a temblar viol tamente. U. • -z que el tirador ha fijado
sta en la presa y ocupa una posici. irme y tranquila tenderá al
máximo la cuerda con un movimiento moderadamente rápido pero sin
apresuramientos. Sólo un instante hará el máximo esfuerzo, pues ya
ha puesto la flecha en dirección del blanco con la mano izquierda.
Cuando la sueltan el pulgar y el índice, la flecha quedará libre y el
golpe de la cuerda al volver a su posición inicial le dará un fuerte
envión. Tratándose del arco y la flecha, difícilmente pueda hablarse
de hacer puntería como lo requieren las armas de fuego mo-
dernas. Aquí se trata de una sensibilidad desarrollada a través del
constante ejercicio que hará que, inconscientemente, el tirador oriente
el astil de la flecha a mayor o menor altura, sin reflexionar acerca de
la mayor o menor trayectoria que habrá de recorrer. No perderá el
blanco de vista ni un solo momento, pero calibrará la distancia intuiti-
vamente mientras alza el arco y tiende la cuerda para disparar repen-
tinamente la flecha. A menudo pregunté a los hombres cómo hacían
para tirar con tanta seguridad. Ninguno supo darme una explicación
objetiva. Todos decían: "Si quiero dar en aquel blanco lo observo
bien, levanto el arco y disparo la flecha". Esta extraordinaria capaci-
dad de cálculo hace que cualquiera dé en el blanco, aunque use un
arco más grande o más pequeño y una flecha más corta o más larga
de los que le son habituales. El emplumado radial contribuye sustan-
cialmente a ello, dado que durante el vuelo el astil se mueve len-
tamente alrededor de su propio eje longitudinal. El impulso indudable-
mente lo da el hecho de que los dos trozos de pluma sobresalen un
poco en la misma dirección. Esto se debe a que los dos trocitos se
sacan de las mismas barbas de pluma que nunca se hallan en posi-
ción exactamente vertical con respecto al eje del cañón. Como parte
de su oficio y más bien inconscientemente el hombre toma en cuenta,
al fabricar estas armas, las múltiples finezas secretas que son el pro-
ducto de la larga observación y experiencia de anteriores generaciones.
El arco y la flecha son los inseparables compañeros
del selk'nam. ¡Qué bien ha sabido combinar las escasas materias pri-
mas que le ofrece su tierra natal para fabricar los medios de tan vital
importancia para su vida económica! Ya los primeros navegantes euro-
peos lo hallaron en posesión de estas armas y, aún en la actualidad,
hay veces que las prefiere a las armas de fuego. Si se ha tenido oca-
sión de observar lo desvalido que está el europeo cuando trata de
manejar estas piezas, se ve con sorpresa todo lo que han logrado los
indígenas a fuerza de un ejercicio sin tregua. También el tiro de arco
debe aprenderse. De ahí que los viejos 26 no se cansen de estimular a
los jóvenes a ocuparse constantemente con estas armas, únicas e im-
prescindibles.
5. La honda
Es llamativo lo poco que se lee en las descripciones más recientes
acerca del tan frecuente uso de la honda. Según LISTA (b): 139 "la
honda (es) poco usada, pero la manejan con admirable destreza"; GA-
LLARDO: 284 dice, minuciosamente: "Debo citar el caso de haber visto
entre los onas una honda, arma que casi no usan" ". No obstante, los
niños la llevan constantemente consigo mientras corretean y se entre-
tienen con ella durante horas enteras. Pese a que no hacen más que
26 No hay duda de que los viejos plantean estas exigencias con propósitos
serios; pero también por instinto de juego o por ambición los muchachos se
entretienen con el arco y la flecha. Es errónea la afirmación de SEGERS: 77 de que
"los jóvenes indios se esmeran mucho en no fallar la puntería porque el castigo
sigue en el acto a la torpeza cometida y consiste en un tajo que reciben en el pecho
por los encargados de enseñarlos. He visto indios con el pecho acribillado de estas
cicatrices, testimonio de la dureza del aprendizaje"... Estas cicatrices se producen
al rascarse a causa de los piojos o por ligeras lastimaduras.
27 Por haber encontrado esta arma tan rara vez, considera a la mayor parte
de los selk'nam incapaces de fabricarla y piensa que fueron introducidas por una
seguir su instinto de juego, van adquiriendo
notable puntería; como niños que son les
gusta perseguir aves pequeñas con ella. De
día el hombre mata ocas silvestres o cormo-
ranes en reposo, únicamente con la honda,
que carga por cada tiro con un número de
tres a cinco piedras, del tamaño de una
nuez. Apunta a la cabeza de las aves. En al-
gunos casos los aborígenes septentrionales
también se valían de esta arma para matar
cururos. En el combate se echaba mano de
ella cuando todas las flechas se habían gasta-
do ". En realidad estos indígenas emplean su
honda sólo con propósitos particulares, aun-
que no hay hombre, y mucho menos adoles-
cente, que carezca de ella. Si ocasionalmente
dos o tres adultos efectúan algunos tiros de
prueba por mero gusto, esto nunca se llega a
transformar en una verdadera competencia.
La parte media es un trozo de cuero
blando, delgado y liso por ambas caras que
se afina hacia las dos puntas. El largo es
de unos 25 cm; el ancho máximo en el cen-
tro de 9 cm. Los dos cordones, cuyo largo
es de alrededor de 80 cm, son fuertes fibras
de tendón torcidas, que en todo se parecen
a una cuerda de arco. Como yo mismo pude
ver, se utiliza con preferencia una cuerda
de arco defectuosa como cordón de honda
y se unen pedazos sueltos, porque no im-
porta que haya nudos. Uno de los cabos
remata en un pequeño nudo simple, y se
cose a las puntas laterales del trozo de cue-
ro mediante tres a cinco puntadas transver-
sales. El otro cabo del cordón envuelve una
pequeña esfera del tamaño de una avellana.
Se trata de un trocito de cuero apelmazado
en el que se introduce un poco de lana. Es-
tos dos cordones de tendón son siempre de
distinto larOjR'ig. 39).
Al usarl , se colocan una, tres o más
piedras en el trozo de cuero, que se toma
con el pulgar y el índice de la mano izquier-
da. Los mismos dedos de la mano derecha
toman el nudo del cordón más corto, en
Fig. 39. La honda. tanto que el nudo que remata el cordón
mujer yámana. Se conocen, sin embargo, viejas leyendas que cuentan del vigor
con que tal o cual antepasado tiraba la honda. Ver BEAUVOIR (b): 204 y COJAZZI: 79.
28 BROWN: 55, por ejemplo, menciona que esta arma fue incluso utilizada en
la guerra defensiva contra los europeos. Un soldado "recibió una pedrada, lanzada
más largo se sujeta entre el dedo medio y el anular de modo que repo-
se sobre la palma de la mano. Después de revolear dos o tres veces la
honda horizontalmente sobre la cabeza, el pulgar y el índice de la mano
derecha sueltan el cordón en el momento indicado; la honda se abre
y las piedras vuelan en dirección al blanco. Con el nudo del otro cor-
dón se retiene la honda en la mano.
No es raro que un hombre o un chiquillo cuelguen la honda alre-
dedor de la cabeza de manera que el trocito de cuero repose sobre la
frente. Presumo que esto puede haber dado pie al verdadero ornamen-
to frontal ktcel. A veces también la llevan colgada alrededor del cuello.
En ambos casos el hombre tiene las manos libres y, a la vez, tiene el
arma al alcance de la mano. Las piedras arrojadas con la sínka matan
aves a una distancia de 30 m.
-1z#1:12=lit
con honda, cuyo proyectil se le incrustó entre dos costillas y con él enterrado
en la carne anduvo hasta que le fue extraído después en Valparaíso".
7. El venablo para leones marinos de los haus
La coincidencia entre esta arma y el mismo objeto en posesión
de los yámana es tan exacta, que salta a la vista que se trata de un
préstamo. El asta suele tener un corte transversal cuadrangular y
un largo mínimo de 180 cm. En la parte superior [anterior] presenta
una muesca angular de hasta 6 cm de profundidad; hacia el centro se
ensancha levemente, afinándose hacia la punta. La punta de hueso,
de unos 25 cm de largo, es sólida y tiene en el centro 9 cm de espe-
sor. Se fabrica de la costilla de alguna ballena que se encuentre en
la costa. Una vez que se ha logrado darle la forma en bruto, afilán-
dola sobre una piedra arenisca áspera, se continúa la tarea más fina
puliéndola con piedra pómez. [El extremo distal de la punta] y el
único diente son muy afilados. A la parte inferior [posterior] se adosa
una prolongación casi cuadrada que se inserta en la muesca del asta
y se sujeta dándole varias vueltas con una correa fina.
Una vez que el indio se ha aproximado sigilosamente, clavará con
fuerza el venablo en el cuerpo del león marino dormido. El diente
filoso de la punta de hueso contribuirá a hacer más grande la herida,
mientras el animal arrastra tras de sí la pesada asta. El cazador
espera hasta que quede exhausto o se desangre para darle el golpe
de gracia con una piedra pesada o un garrote " 9 .
'9 Esta arma y el gran arpón son objetos de uso cotidiano entre los yámana;
en el segundo tomo presentaré ilustraciones detalladas de los mismos.
9. El cuchillo
Mientras que las armas descritas hasta el momento son sin duda
alguna auténticamente originales, prescindiendo de las puntas de fle-
cha de vidrio de botella en lugar de piedra, los utensilios propiamente
dichos tienen incorporadas muchas partes de origen europeo. Antigua-
mente no se trabajaba más que la piedra, utilizándose además huesos
o valvas, pero desde la llegada de los europeos comenzó a utilizarse
también el hierro.
Antes la piedra más codiciada para usar como cuchillo se ex-
traía de la Sierra Irigoyen, y era un fragmento de ágata o jaspe que
se desprendía de un núcleo más grande. En algunos parajes del sur se
encontraba una piedra de menor valor. Para sostener [el cuchillo]
más firmemente en la mano se asía con un trapo de cuero blando. La
antigua leyenda relata que KOktyuk fue el primero que enseñó a los
hombres a usar el cuchillo, familiarizándolos con él, pues él mismo
poseía uno particularmente brillante, de cuarzo blanco, que todos ad-
miraban.
Los pocos europeos que, a fines de la década del 70, fueron los pri-
meros en aventurarse a la Isla Grande, hallaron una forma hí-
brida peculiar, que se conserva hasta el día de hoy (Fig. 41). En
su composición es idéntica a un cuchillo europeo, y consiste en una
hoja de hierro y un mango de madera. La hoja está insertada en ese
mango y se sujeta mediante trozos de cuero o
tela y cordones de tendón a los que se dan varias
vueltas. El mango puede ser un palo corto, del
ancho de un pulgar; a veces se fabrica de un tro-
zo de madera y en estos casos llega a tener el
ancho de una mano. Ya sea que la hoja de hierro
esté inserta en un resquicio en el extremo supe-
rior o en un corte lateral o que se introduzca en-
tre dos maderas cortas y chatas, siempre está
suficientemente firme, pues la envoltura impide
que se afloje. Nos encontramos con las longitu-
des más variadas, de 16 a 38 cm.
El indio encuentra en la costa las laminillas de
hierro adecuadas. Las más de las veces se trata
de gruesos flejes, herrajes o cintas que endereza
con el martillo y afila largamente sobre piedras
ásperas hasta darles la forma deseada y el agudo
filo. Antes, tales hallazgos eran más apreciados por
lo poco frecuentes; hoy nadie tiene dificultad en
procurarse los trozos de hierro adecuados. A ve-
ces las láminas de hierro más gruesas y de mayor
tamaño se toman con la mano desnuda o con un
trapo de cuero, prescindiendo del mango de ma-
dera. Estos cuchillos fueron vistos en enero de
1874 por MARGUEN: 501, quien fue de los primeros
que visitaron la Isla Grande en épocas modernas.
Escribe que los indígenas "ne recueillent guére
Fig. 41 - El cuchillo que les boites á sardines et les cercles de fer des
tonneaux avec lesquels ils se confectionnent des instruments tranchants
sans manche, auxquels je n'oserai donner le nom de couteaux".
Seguramente el viejo cuchillo selk'nam sirvió de modelo para esta
forma híbrida: una piedra cilíndrica corta hacía las veces de mango;
a él se ataba, con una correa delgada, una valva plana que servía de
hoja, de modo tal que la mitad sobresalía de la piedra. Para evitar
que la correa se desprendiese se colocaba un pequeño trozo de piel
sobre el mango de piedra. La hoja se afilaba en una piedra áspera
(cfr. SEGERS: 72, TONELLI: 125 y WIEGHARDT: 27). La misma forma de
cuchillo antiquísima estaba en uso entre los yámana. Dicho cuchillo,
como también la mera hoja de esquisto o cuarzo, el cuchillo de hierro
moderno y todo cuchillo europeo se llaman ph. El indígena lo emplea
en todo tipo de tareas, principalmente para cortar carne fresca o pie-
les blandas; de ahí que lo lleve siempre consigo, tanto la variedad
angosta como la ancha.
10. El formón
Una composición básicamente igual a la del viejo cuchillo es la
que presenta un utensilio semejante a nuestro formón (Fig. 42), lla-
mado en general 1'amh. Esta voz designaba originariamente la valva
de Mytilus, que a veces se usaba sin otro agregado, puesto que había
piezas de 15 cm de largo y un grosor considerable. En cambio, las
valvas más pequeñas se colocaban en la mueSca de un grueso mango
de madera y se sujetaban con correas angostas.
Siguiendo este modelo, últimamente se utiliza, en lugar de la valva,
una lámina de hierro bastante gruesa que se inserta en el cabo. La
hoja mide unos 5 cm y
su filo se encuentra en
la arista libre anterior,
a diferencia del cuchillo
descrito con anterioridad
que lleva filo en sus dos
cantos longitudinales. El
mango, de dos a tres de-
dos de ancho, tiene un
largo de 10 cm. El uten-
silio de, este tamaño se
llama trz,k/álc y sirve para
partir listones de made-
ra más bien delgados y
tallar un vástago de arco
en bruto; la forma algo
más pequeña y frágil se
utiliza en trabajos más fi-
nos y se denomina I'arr h
(Fig. 43). Mientras que e
cuchillo se maneja con:
un serrucho moviendo la
Fig. 42. El formón. hoja de aquí para allá, Fig. 43. El formón.
estas dos herramientas se toman de modo que, mientras pasa por la
vara de madera, la hoja permanece en dirección del que la maneja y
sólo trabaja realmente en esta dirección 3°.
11. El raspador
Es muy frecuente ver el In en manos de las mujeres (Fig. 44).
Sirve para limpiar las pieles secas tendidas que deberán quedar libres
'S_ -Jet •
ti
e v.1.271
Fig. 44. El raspador. Tam. nat.
12. La lezna
Este pequeño objeto (mO'o) tiene múltiples usos, sobre todo como
perforador al coser o trenzar cestas. Puede bastar el hueso fino, ter-
14. El cesto
Entre los selk'nam se ven cestos esparcidos por doquier y, de
tanto en tanto, es posible encontrar a una mujer atareada en su tren-
zado. Todas se valen de una única técnica del trenzado.
Comparado con las bolsas de cuero el cesto ocupa, sin duda, un lugar
secundario, dado que durante las constantes recorridas resulta me-
nos práctico y resistente, es más incómodo de manejar y ofrece menos
protección contra lluvia y humedad al contenido. Los aborígenes me-
Fig. 59. Cuchillo sobre lasca de esquisto rocoso negro, hallado junto al río Chi-
co. Tam. nat.
35 VIGNArI (c): 96 calculó en 537 años la edad de este conchal, cifra que no
es de utilidad para ulteriores deducciones.
G -SIJ
un martillo de piedra. Estas valvas son más frágiles que las de los
animales vivos, pues también ellas han estado expuestas a las incle-
mencias del tiempo. Entre los utensilios de piedra predominan raspa-
dores y cuchillos, o puntas de lanza; junto a éstos, en menor medi-
da, rascadores y hachas de mano, hachas circulares (sic) y martillos
alargados; también algunos punzones y puntas de flecha muy regulares.
Fig. 60. Hoja maciza (arriba) y fragmento de lasca. Halladas en Cabo Domin-
go. Tam. nat.
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ocupan los yámana ". Estos, al igual que los selk'nam, atribuyen estos
hallazgos a los antepasados prehistóricos, pero sin conferirles signifi-
cado mágico ". Prefiero calificar de cuchillos dichos utensilios de pie-
dra qüe podrían tomarse por puntas de lanza.
E. La obtención de alimentos
Sólo la caza permite a los selk'nam subsistir en su espacio vital.
Dado que el mundo vegetal no puede brindarles prácticamente nada,
pues los pocos hongos y bayas no entran en consideración, dependen
del mundo animal que se halla tanto mejor representado. Su alimen-
tación es muy incompleta, consistiendo únicamente de carne y nada
más que carne. Como los indios sólo pueden contar con ésta, han
ideado un plan y un procedimiento para la caza que resulta insupe-
rable para las condiciones naturales del medio ambiente. Nuevamente
los observadores nos encontramos frente a un rendimiento máximo
dentro de las circunstancias dadas.
Estos hábitos de caza se transmitieron de padre a hijo sin alte-
raciones, pues no hay forma de perfeccionarlos. Como las armas y
utensilios permanecieron sin modificaciones durante los últimos siglos,
parece justificado concluir que no se innovó en los métodos de caza.
Los selk'nam únicamente pueden seguir el rastro de los animales au-
tóctonos y de los que llegan a sus costas; sólo ocasionalmente las
riquezas del mar que rodea su tierra redundan en su provecho cuando
vara una ballena. La mujer también participa, aunque en medida in-
significante, en la adquisición del sustento, recogiendo peces, pequeños
animales marinos y algunos productos vegetales. Es innegable que el
indio hace una selección entre todo lo que sirve de sustento al ser
humano; no obstante, toda especie animal que se ponga al alcance de
su mano y tenga algo que ofrecer va a parar a su estómago. En aque-
llas regiones no hay especies que puedan domesticarse y faltan las
condiciones naturales para dedicarse a la horticultura y agricultura.
Por ello es la misma naturaleza la que impone al indígena su modo
de vida de cazador nómada, si desea mantenerse con vida.
41 SERRANO: 165 piensa que las callosidades que los indios tienen en las ro-,
dillas se deben a su costumbre de aproximarse sigilosamente a la presa arrastrán-
dose por el suelo, pero por lo que sé hay muchas otras causas que contribuyen
a ello.
42 BOYE (c): 98 restringe esta forma de cazar a la zona de declive de la
montaña hacia el Canal de Beagle, pero en la misma medida se utilizó en otros
sectores del sur de la Isla Grande. Lo que dice sobre el reparto de todo el botín,
muy desarrollado permite al indio encontrar rápidamente los desfila-
deros y precipicios por los que anda el guanaco en su avance hacia
el llano. Naturalmente los tiradores aprovecharán las depresiones del
terreno, los arbustos y las piedras altas que los pongan a cubierto de
la vista del guanaco. No construyen parapetos especiales; tampoco
cavan agujeros en la tierra ", pues no puede predecirse cuál será la
dirección que ha de tomar un animal perseguido.
Mucho más cómoda y feliz suele ser la caza en invierno.
Las cumbres nevadas no ofrecen alimentos a los guanacos, por lo que
se reúnen en rebaños de numerosas cabezas y buscan los claros en
la llanura o las costas abiertas. Allí es muy fácil avistarlos y perseguir
sus rastros en la nieve. Ya no es necesario, pues, que el indígena tras-
lade su choza de un lugar a otro con tanta frecuencia; varias familias
viven juntas y la caza en común les proporciona un abundante botín ".
Las mismas causas son las que facilitan a los esquimales la caza en
la época invernal y la vuelven más difícil en verano.
Otra costumbre de los guanacos, que probablemente provenga de
su curiosidad, resulta de gran utilidad al cazador que se ha
aproximado sigilosamente y sin ser observado. Cuando un animal del
rebaño ha sido herido por la flecha silenciosa y debido al susto y al
dolor comienza a dar saltos y moverse desenfrenadamente, los demás
animales se detienen para mirarlo sorprendidos. Éstos son los momen-
tos que el cazador aprovecha para tirar más flechas hasta que el de-
sasosiego cunde en todo el rebaño, al punto de que los animales que
no han sido heridos salen corriendo a la desbandada. Es entonces cuan-
do los perros entran en acción para detener a los guanacos que huyen.
Los éxitos logrados explican la predilección que el indio tiene por sus
viejas armas, pues estas son silenciosas. Más de un hombre joven po-
see actualmente un rifle; si bien es cierto que con él podrá alcanzar la
presa desde mayor distancia, no le será posible cazar varios animales
a la vez, ya que el estampido los hará huir frenéticamente en tildas di-
recciones. Sigue siendo pues más abundante el botín logrado con el ar-
co y la flecha.
Cuando va de caza el selk'nam no deberá tener nada que le
estorbe. No lleva más que su arco y la aljaba con las flechas; en mo-
mentos de apremio toma ésta entre los dientes y está siempre listo pa-
ra tirar. Deja caer el manto a tiempo; su piel curtida soporta bien to-
dos los rasguños y escoriaciones que habrá de sufrir al atravesar los
matorrales, al arrastrarse por el suelo o al deslizarse sobre las piedras.
t ibuye una influencia particular al k a l el, asegurando que, al verlo,
1 anacos se detienen. Por lo tanto, siempre el hombre lo lleva pues-
to en la caza. Es de suponer que antiguamente nadie iba de caza sin
pintarse, cuando menos, el rostro, las más de las veces con el rayado
Si COJAZZI: 54, DABBENE (b): 249, FURLONG (k): 442, GALLARDO: 189, HOLMBERG
(a): 59 y otros mencionan la caza de cururos.
11111~1.111111
rá en el bosque un garrote a'art apropiado, que luego abandonará 52 .
4. La caza de aves
1111111111111~~1~111~111~
pescuezo al ave dormida; y antes de que ésta pueda alzar la cabeza
del plumaje ya le ha atravesado el pescuezo de un mordisco. De este
modo evita cualquier ruido que pudiera despertar a otros animales.
El cazador o bien cuelga el ave muerta del cordón que lleva alrededor
de la cadera o la deja caer y la busca a la luz del día. De esta manera
recoge un buen número en muy poco tiempo, pero la empresa resulta
a menudo muy peligrosa. De ahí que, en la medida en que lo permi-
tan las condiciones del lugar, varios hombres se reúnan y sorprendan
a los cormoranes que duermen a la intemperie con las antorchas a
que nos hemos referido, los aturdan con el resplandor de las llamas
y los abatan con los garrotes. El indio pone de manifiesto gran au-
dacia, pero aún más ingenio y destreza, cuando caza aves 55 .
56 Estos diversos tipos de caza de aves aparecen descritos por AGOSTINI: 279,
BEAtivout (b): 204, BRIDGES (h): 210, COJAZZI: 56, DABBENE (b): 251, GALLARDO: 192,
LorkirtoP: 83, POPPER (a): 106, SEGERS: 67, WIEGHARDT: 36, entre otros.
57 Los "obstáculos hechos de ramas" que menciona GALLARDO: 204 no pueden
considerarse nasas para peces propiamente dichas; mis informantes nada sabían
de ellos.
jando a los peces delante de sí. Otros arrojan grandes piedras desde
la orilla. Cuando los peces quedan aprisionados en las mallas de la red
extendida, que de inmediato comienza a sacudirse violentamente, un
hombre los toma con la mano y los arroja a la orilla, o bien todos qui-
tan los dedos del pie de la red y la levantan, la cierran y sacan los pe-
ces. En la orilla otros hombres y muchachos y, muy de vez en cuando,
mujeres rematan con el garrote a los animales, que todavía se agitan.
La red, sostenida en posición vertical, actúa como una barrera en
la que quedan aprisionados los peces más grandes, de modo que la
pesca suele ser abundante. En el interior de la Isla Grande no existe
la posibilidad de hacer uso de esta red, y donde la hay es raro que se la
aproveche ".
La descripción precedente demuestra que el hombre es quien rea-
liza la principal contribución al mantenimiento de la familia. En par-
ticular, la caza del guanaco requiere un esfuerzo físico considerable,
que las mujeres no están en condiciones de realizar. Al indio se lo ve
prácticamente siempre en camino, para proveer a su familia de la can-
tidad de carne necesaria y evitar que padezca hambre; durante los po-
cos días que dura la provisión se permite descansar, dedicándose a
tareas más livianas. Jamás, empero, podrá suspender toda actividad.
64 Sin ninguna justificación otros viajeros hacen gran bulla en torno a ello,
111118111111~1111•18111~
F. El modo de alimentación
Cierto es que en su búsqueda de alimentos el indígena extiende
la mano para tomar prácticamente todo lo que su precaria tierra pue-
da ofrecerle, pues de esto depende. De cualquier modo sigue siendo
selectivo, repara en el sabor y en una preparación adecuada de los ali-
mentos, sabe dominarse aun cuando siente hambre y no llena el estó-
mago en forma instintiva, como los animales, para satisfacer necesi-
dades naturales. Su actitud frente a la vida está determinada por el
escaso rendimiento de su tierra natal y es así como carece de muchas
cosas que el europeo considera imprescindibles. De esto deducimos
cuán elevado es el sentido de adaptación y la frugalidad de los selk'nam.
No ha de tomárselos por apáticos e insensibles, incapaces de fina sen-
sibilidad, poco amigos de acceder a un modo de vivir más cómodo y
más digno, por no haber logrado una organización económica mejor
y más favorable, pues su medio es tan pobre que ni siquiera les brin-
da los requisitos elementales para crearse asentamientos estables, para
no hablar de la fabricación de vasijas de barro y utensilios de metal.
Todo lo que se les ofrece para cubrir sus necesidades vitales lo apro-
vechan al máximo, de la manera más adecuada y completa.
1. Diversas limitaciones
Si enumeramos todo aquello de lo que prescinde el selk'nam re-
conocemos sorprendidos cuán poco tiene a su disposición y con cuán-
llegando a considerarlas algunos como el pan. Entre ellos BEAUVOIR (b): 205, BE-
NIGNUS: 231, DABBENE (a): 71, GALLARDO: 173, GIGLIOLI (b): 262, POPPER (d): 154,
SEGERS: 64, WIEGHARDT: 36. A otros productos del reino vegetal se refieren con ma-
yor exactitud. BARCLAY (a): '72, exagera cuando afirma que una raíz determinada
y el apio se comían como protección contra el escorbuto. GALLARDO: 181 sostiene
erróneamente que, en casos de hambruna, los indios mastican ramas blandas.
ta modestia se aviene a ello. Aun sin abundancia ni variedad es feliz
y su forma de vida es sana. De diversas maneras arranca a la natura-
leza, por mera apropiación, lo que ésta puede ofrecerle para su sus-
tento; no influye personalmente en el mundo vegetal ni animal para
ver aumentar su productividad. Vale decir que se mantiene en total de-
pendencia en lo que respecta a la búsqueda de alimentos y se sabe ex-
puesto a toda suerte de contratiempos que no puede prevenir, pues
resulta imposible acopiar provisiones en forma segura o tomar cuales-
quiera medidas de prevención a largo plazo.
Como ya se dijo, el selk'nam no puede contar en modo alguno con
plantas alimenticias. Carece totalmente de productos agrí-
colas y hortalizas, de tubérculos, raíces, cereales y frutas como com-
plemento digno de mención para sus comidas. Los pocos hongos, se-
tas, bayas, raíces, semillas y frutos que ocasionalmente lleva a la boca
no le significan más que una variación de sabor pasajera. El azúcar
o cosas dulces sólo le son conocidos a través de aquellas pocas sus-
tancias vegetales, pero le resultan agradables. Hoy en día los indios se
procuran el azúcar en las estancias y la consumen con prodigalidad;
tanto los niños como los adultos se deleitan mascando higos POCOS.
Como su alimentación se reduce al consumo de carne, 1( indíge-
nas no sienten necesidad de s a 1 , 6 ' que no les costaría mucly, co•
seguir. Algunos jóvenes de tendencias modernistas aceptan en las (.
tancias la comida de los trabajadores blancos y no suelen salarla, ya
que incluye por lo general mucha carne cocida. Rechazan la pimienta,
los condimentos, el vinagre, etc. Tampoco yo echaba de menos la sal
cuando debía contentarme exclusivamente con el asado fueguino. El
selk'nam no conoce ni necesita estimulantes ni condimentos de nin-
gi tipo.
Aquí viene al caso mencionar que tampoco son afectos al t a b a-
c o . Los primeros navegantes ya habían observado lo que mucho más
tarde pudo constatar BARCLAY (a): 74, "they have a horror of tobacco
or other drugs" y que yo también pude comprobar. Es cierto que, en
la actualidad, alguna vez un hombre, pero jamás una mujer, se intro-
duce un cigarrillo en la boca, pero sólo en presencia de un blanco. No
lo hace porque el fumar le dé placer, sino porque no quiere parecer
"atrasado" cuando aquél fuma y por no despreciar el pequeño obse-
quio que prácticamente todo europeo le ofrece de inmediato. Cuántas
veces vi a alguno de ellos fumar únicamente mientras el extraño es-
taba presente; apenas le había dado la espalda arrojaba el cigarrillo.
TEN ,sx había hecho acopio de una buena cantidad de paquetitos
aco y cigarrillos, que se cubrían de moho porque permane-
cían allí durante semanas enteras sin consumirse. Mis amigos indíge-
65 Lo mismo vale para las dus tribus vecinas, que también dependen exclu-
sivamente de una dieta de carne. Cfr. Coorsa: 187 y GALLARDO: 168.
nas se extrañaban de que yo no fuma-
ra, pues para ellos era propio de todo
europeo; pero como no me veían fu-
mar, tampoco ellos lo requerían y así
me ahorré más de un estorbo. Me ex-
plicaron terminantemente que "como
los europeos fuman también nosotros
lo hacemos, aunque no nos guste."
Cierto es que conocí a un hombre jo-
ven que fumaba con fruición.
Se mantienen en vigencia determi-
nadas prohibiciones alit"
ticias, que únicamente convi
determinadas personas en condiciones
particulares durante cierto tiempo y
que responden a consideraciones de
tipo sanitario o educativo, pero no má-
gico, supersticioso ni ritual 66. Princi-
palmente no persiguen otro fin que
una restricción de la cantidad habitual.
La única bebida que el selk'nam
conoce es el agua. Por lo general
la recoge en el hueco de la mano
de un arroyo o un pozo; rara vez se
tiende en la tierra, mete la boca en
el agua y sorbe el agua como los ani-
males. Hay veces que enrolla la gran
Fig. 71. Concha de Voluta. hoja de senecio formando una espe-
cie de embudo y saca agua con ella.
Si lo permiten el tiempo y las circunstancias los aborígenes del norte
sacan el agua con una gran concha de Voluta (Fig. 71) o con la bolsa de
cuero (Fig. 72) que acercan inmediatamente a la boca para beber
de ellas. El que ha apagado la sed vuelve a llenar el receptáculo para
llevar algo de agua a los demás en la choza. Nunca se conserva agua
en ella, pues la bolsa de cuero no la retendría por mucho tiempo. En
épocas de invierno la obtención de agua es -más cómoda, pues se ex-
tiende un trozo de cuero cerca del fuego y se coloca encima una gran
bola de nieve; cuando se ha derretido se bebe esta agua de deshielo.
Poco importa que sea desabrida.
El indio construye por lo general su choza cerca de un arroyo o
pantano. De no ser así, cava un hoyo de escasa profundidad en una de
67 Más arriba, en pág. 150, reproduje su juicio acerca de las numerosas per-
sonas llevadas a Punta Arenas: " ... Bien digno de notar es el horror o repug-
nancia que tienen estos indios por toda bebida alcohólica. Jamás en Punta Arenas
durante los seis o siete meses que quedaron en el Pueblo en contacto diario con
la población, se vio a un indio en estado de ebriedad. Aunque se les ofreciera
cerveza u otros licores, siempre rehusaban".
placer en primavera y otoño. Cuando en los troncos dQayas jd
la savia circula con más vigor, desprenden un trozo ancho de corteza,
pasando, sobre la parte que queda al descubierto, un cuchillo de piedra
sostenido horizontalmente o una valva y presionan para que salga la
savia dulce y abundante = k'ogkejlt- de las fibras blandas y blancas. La
parca madre naturaleza tampoco les ofrece estimulantes propiamente
dichos, especias ni condimentos, a pesar de que ya carecen de tan-
tas cosas.
4. Son selectivos
Muchas veces se ha reparado en la importancia que dan los selk'-
nam al buen sabor de sus comidas. Así se explica la selección que
hacen de los animales, la preferencia que dan a ciertas partes y el esme-
ro que ponen al asar o tostar. El indígena no introduce indistintamen-
te en la boca todo lo que es comestible; por el contrario, hay veces
que rechaza lo que agrada al europeo, como ya lo pudieron comprobar
los primeros navegantes ". No es, por supuesto, un espectáculo placen-
tero contemplar al indio cuando come, pues suele tomar un trozo de
carne con ambas manos y arrancar bocados con los dientes, pero no
sabe hacerlo de otra manera ".
Nunca se cansa de la carne de guanaco, probablemente porque
siempre se prepara asados jugosos con trozos frescos. Yo mismo no la
encontré en lo más mínimo desabrida pese a ser la única carne que
comí durante varias semanas y faltarle todo ingrediente; tiene el sus-
L
oso " st. a salva' la carne de ciervo y es tan tierna como
me de era. ame tierna y anca del cururo se asemeja
el sabor ante a la del conejo doméstico. Nos referimos al más
2. El indio en camino
El selk'nam no soporta la permanencia prolongada en un mismo
lugar, ya que los incesantes desplazamientos son su segunda naturaleza.
Éstos se ven facilitados considerablemente por la división de
t r abajo imperante [entre los cóuSruges] y la escasísima posesión
de bienes materiales. El hombre echa'mano del arco y la flecha, la mu-
jer carga con sus propios utensilios y el gran cobertor de choza junto
con el niño de pecho; en fila india avanzan hacia su meta (Fig. 73).
Más adelante me referiré a esto en detalle ", limitándome aquí a hacer
algunas indicaciones.
Como toda la Isla Grande estaba dividida en zonas que pertenecían
a las diversas familias unidas por lazos consanguíneos, el individuo se
veía limitado en sus andanzas por los l i n d e r os existentes.
Para atravesarlos necesitaba de un permiso general o especial. Varias
familias solían reunirse tanto para el trueque como para la caza, para
las visitas o las festividades en zonas ajenas. Los hombres y los jóve-
nes formaban un grupo especial e iban adelante; a cierta distancia les
seguía el tropel de mujeres y niños. Por lo general todos pertenecían a
un mismo grupo de parientes; un digno anciano, el llamado kemal, ha-
cía las veces de jefe, y su esposa, llamada comúnmente kgmal4n, ejercía
cierta influencia sobre el grupo de mujeres. En el lugar convenido,
adonde las mujeres solían llegar primero, a causa de que los hombres
iban tras la presa en el camino, se levantaban las chozas y todo el grupo
pasaba allí la noche.
Cuando una familia sola estaba en camino, el esposo solía
permanecer el mayor tiempo posible con la mujer y los niños, pues su
preocupación por ellos le impedía dejarlos emprender largas marchas
solos. Prefería ayudar a construir la choza y sólo entonces partía de
caza, sabiendo seguros a los suyos.
78 L. BRIDGES relata (en MM: XXXIII, 86; 1899) cómo ambos esposos se or-
ganizan para el viaje, repartiendo sus escasos bienes. Con toda tranquilidad afir-
ma: "The women are not to be pitied in spite of their loads: they are always
much fatter than the men". GALLARDO: 262 ha calculado el peso total que suelen
cargar entre los dos; esto nos permite darnos una idea aproximada, pese a las
múltiples fuentes erróneas. Ver DABBENE (b): 257, HOLMBERG (a): 58, MARGUIN:
498, DEL Tueco (BS; 1904), entre otros. AGOSTINI: 288 incluye la ilustración de "una
familia ona en marcha".
El grupo que sigue presta mucha atención a las huellas de sus
predecesores. Se comportan con gran temor al atravesar un río y siem-
pre escogen los lugares donde el agua no les pase de la rodilla. Si los
primeros no quieren esperar, después de cruzar cuidadosamente el río,
hunden un palo corto en la tierra en la parte de la orilla de más fácil
acceso, marcando así la dirección a los que siguen (véase GALLARDO:
394). Pero de ordinario vadean río abajo en diagonal, muy pegados
unos a otros en fila india. En dichas ocasiones el marido suele tomar
la carga de la mujer. DEL TURCO (SN: X, 146; 1904) pudo observar
cómo "algunos de los hombres más fuertes cargaban los niños a sus
espaldas, llevándoles así uno tras otro a la otra orilla". No se conocen
los puentes. En invierno se atraviesa la capa de hielo en línea recta.
Generalmente los indios omiten comer mientras están en cami-
no, pues no acostumbran descansar. Antes de partir, de mañana, se ali-
mentan bien y luego marchan sin comer hasta haber llegado a la meta.
A veces la mujer no lleva carne consigo, pues cuenta firmemente con
el botín que el hombre traerá al lugar convenido, donde ella lo espera
con los niños; a tal punto confía la gente en la fortuna del cazador. Si
alguna vez la suerte los abandona sabrán resignarse. El indio nunca se
queja por verse obligado a errar sin descanso, aunque a veces se deje
caer agotado junto al fuego de la choza.
2. El cortejo
los usos antiguos; pues sólo muchachos bien desarrollados eran admitidos como
Klóketen y tan sólo después de este aprendizaje podían contraer matrimonio.
junto al fuego de la cabaña: "Dime, ¿por qué ELENA corre al bosque
tan apresuradamente?" Ella entonces, me lanzó primero una mirada
significativa; pero, poco después, lamentándose visiblemente de mi in-
genuidad, sacudió la cabeza: "¡Acaso no has notado todavía que ELENA
está locamente enamorada de KAPRIEL! Esos dos pronto se casarán,
por eso se les permiten ahora tales amoríos ... Pero esto no puede
seguir así por mucho tiempo. Cuando dos personas jóvenes se quie-
ren, actúan como éstos. Pronto contraen matrimonio". En este caso,
por casualidad, no tuvo razón. Por ser NANÁ, el padre de la muchacha,
un hombre poco confiable y sin carácter, la unión de aquellos dos ena-
morados se demoró por tanto tiempo que, poco antes de mi partida,
un joven chileno, favorecido por NANÁ, desplazó temporariam te al
joven indio y, provocando el enojo de los vecinos, comenzó cM,for-
ma de convivencia con ELENA.
Este ejemplo tomado de mi propia observación ilustra el hecho
general de que, a la propuesta matrimonial formal, precedía un roman-
ce más o menos prolongado. Como la novia nunca podía ser elegida
entre los parientes, sino que se daba preferencia a la elección de una
muchacha "de lejos ", el pretendiente o bien debía llevar a
cabo largas peregrinaciones o utilizar para sus fines la concurrencia
de varias familias en cierto lugar. Si se le presentaba una muchacha
adecuada y una voz interior lo impulsaba a actuar, aprovechaba de in-
mediato la ocasión. Sin embargo, como ya lo hemos señalado, a veces
resultaba decisivo en la elección de una pareja un amor, inclinación o
amistad ingenua anterior, que venía de la infancia. Quizá los dos se
habían encontrado por primera vez cuando niños, por ejemplo, en una
ceremonia Klóketen, que reúne a muchas familias durante semanas en
un gran campamento común. Tampoco son raras las visitas entre fa-
milias amigas. Cada vez que se presentaba más tarde una ocasión, es-
tos niños fortalecían su mutua simpatía. Cuando por fin los jóvenes
estaban en edad casadera (pág. 290) tenía lugar una petición de mano
propiamente dicha: el joven selk'nam pretendía a una muchacha del
mismo modo que lo hace nuestra juventud cuando desea casarse 4 .
4 BEAUVOIR (b): 207 afirma sin rodeos: "Cuando un joven quiere casarse, va
entre los de su relación ... a buscar la joven que le gusta". Con ello se alude a
grupos amigos.
5 GALLARDO: 216 también ha observado: "La joven ona que está en edad de
algo tímida deja que su propia madre, gracias a indicaciones certeras
adivine quién es el elegido de su corazón. La madre entiende tales su•
gerencias, y ella misma deja caer ciertos comentarios, destinados a los
oídos del muchacho en cuestión, que no dejan de tener efecto.
Con complacencia por más de un éxito, algunas mujeres me reve-
laron en qué forma metódica proceden allí las muchachas para ganar
en el campo del amor y obtener su objetivo.
Allí pueden encontrarse p r e t en di en t es de comportamiento
muy diverso, desde el torpe fanfarrón hasta el soñador loco de amor.
De acuerdo a su disposición personal cada uno exhibe sus supuestos
encantos: al joven le gusta fingir que no es fácil para un muchacha
cazarle en sus redes, como si tuviera el derecho de ser sumamente exi-
,
gente en la elección.
Este lujo podía permitírselo con creces el muchacho que se había
dado a conocer como un haRtpin o como un gran deportista. Especial-
mente las mujeres jóvenes le hacían la corte entusiasmadas. Después
de un triunfo en las carreras, por ejemplo, el joven se veía contempla-
do con miradas de admiración, que expresaban con más claridad que
palabras aquellas ansias: "¡Si tú fueras mi esposo!". Difícilmente un
hombre logra escuchar tales cuchicheos de la juventud femenina; hay
cosas que las muchachas sólo expresan cuando se encuentran entre
ellas. Pero hombres, tanto casados como solteros, me hablaron con fre-
cuencia de la adoración que cosechaba en todo el mundo femenino un
muchacho favorecido por la suerte en las competencias. Incluso muje-
res casadas se dejaban arrastrar a desvaríos.
Orgulloso de sus cualidades y triunfos tal muchacho soltero se
sabe fuera de apuros: ahora se muestra aún más exigente y, con una
lentitud sumamente torturante para más de una muchacha soltera, pa-
sea su mirada por entre las hijas de Tierra del Fuego en busca de aque-
lla que mejor podría satisfacer sus deseos. A veces se dedica a galan-
tear primero con ésta o aquélla, hasta que quizás al final contraiga
matrimonio con la compañera de sus juegos infantiles. También más
adelante, la mirada admirativa de más de uná mujer descansa sobre
semejante hombre bien formado, favorecido por la suerte en las com-
petencias deportivas, y reflexiona acerca de la suerte de la mujer que
puede llamar suyo a semejante esposo maravilloso.
Sólo inclinaciones sinceras libres de toda tra-
b a hacen que un muchacho extienda su mano hacia una esposa. A
r ekililo por"yil
hp dedicadoilace tiempo sus pensamientos
o a poco, inten s primeras 311P5ximaciones cariñosas a ella.
joven accede a su juego, al principio con timidez femenina, se
eden encuentros concertados a solas. Desde ahora está seguro de
la posesión definitiva de su amada 6 Así como el deseo de amar y ser
.
9 Según BARCLAY (a): 76, nunca ocurriría que "a youtb marry until he has
proved his capacity to provide for extra mouths among the group"...
condiciones previas, exigidas por costumbres antiquísimas, y evitar to-
do matrimonio endogámico. El joven pretendiente también debe ser
diestro en el manejo de las armas para poder alimentar a su familia;
pero, en los últimos tiempos, se insiste menos en esta exigencia, por-
que el joven siempre encuentra trabajo en las estancias. Para un ma-
jadero o un holgazán ya de antemano existen pocas posibilidades de
despertar el interés de una muchacha; a menudo después de una lar-
ga espera, debe probar suerte con una viuda o bien con una joven
que no puede tener muchas exigencias.
5. Exogamia
4
En forma completamente general se excluía un casamiento entre
parientes consanguíneos. Velar por este antiguo y severo uso tribal
era considerado un serio deber de los padres; examinar la ascenden-
cia era asunto de los padres. Los grados más próximos del parentes-
co constituyen, en forma absoluta, un obstáculo para el matrimonio '°.
Pero nadie sabe establecer los límites con exactitud ". Una y otra vez
se escucha la advertencia: "El muchacho debe buscarse una novia de
una región alejada. Cuanto mayor la distancia del lugar de donde pro-
viene la novia tanto mejor para el casamiento".
Todos demuestran un verdadero rechazo ante el matri-
monio endogámico. Los jóvenes preferían buscarse una muchacha en
un lugar muy distante, con tal de no casarse con una joven unida por
lazos consanguíneos, como consecuencia de la ramificación del paren-
tesco de la propia familia. Incluso GALLARDO: 215 ha advertido esta
peculiaridad: "Llega hasta tal punto su preocupación al respecto que
prefieren que sus hijos se alejen algo de ellos antes que dejarlos ca-
sar con miembros de la misma compañía cuando sospechan que tie-
nen la misma sangre." Repárese, en relación con esto, qué duro sacri-
ficio significa para los padres el hallarse separados de sus hijos. La
profunda aversión ante un matrimonio endogámico la testimonia tam-
bién la anotación de CoJAzzi: 24, si bien no es necesario acentuar de
ningún modo el grado de parentesco: "Rifuggono grandemente dallo
sposarsi fra parenti, e solo per necessitá contraggono matrimoni fra
cugini di terzo grado, nel quale ultimo caso, il marito é fatto segno
alle maligne conversazioni dei nemici, i quali all' occorrenza gli rinfa-
cciano ció come un delitto." FURLONG (d): 220 afirma sucintamente:
"Among the Onas marriage between blood-relations is not sanctioned".
En cierta ocasión pregunté a mi querido HOTEX acerca del p o r-
q u é de los consejos vigentes y me dijo: "Entre nosotros, las per-
10 La forma en que se expresa BEAUVOIR (b): 207 resulta muy imprecisa; sin
embargo, enuncia, "un joven va ... casi nunca entre sus parientes próximos, a
buscar la joven que le gusta". Con esto él también sostiene la inexistencia de la
endogamia.
It BARCLAY (a): 76 subraya el mismo principio, a saber que "the onas do not
permit the marriage tie between two persons connected by the blood-tie, even to
the degree of cousins". Pero el grado de parentesco mencionado no tiene por qué
ser tomado en cuenta con exactitud.
sonas emparentadas nunca han contraído matrimonio. Además, debes
saber que cuando a un muchacho se le ofrece la fácil oportunidad de
observar, una y otra vez, a una joven del vecindario, finalmente le de-
ja de gustar; no siente deseos de casarse con dicha muchacha. Pero
las muchachas de regiones lejanas, ¡oh!, ésas son bellas, ésas le gus-
tan a cualquiera; todos nosotros deseamos a una de ésas como espo-
sa. Un viaje largo hasta donde se encuentran no significa ninguna mo-
lestia; ¡vale la pena traer una muchacha de lejos!".
Cuando más adelante planteé la misma pregunta a un pequeño
grupo de hombres jóvenes: "¿Por qué os gusta tanto trasladaros a lu-
gares distantes, para traer desde allí una muchacha como esposa?", la
respuesta unánime fue: "A nosotros nos gustan las muchachas que vi-
ven lejos de aquí. Son completamente diferentes a nuestras mucha-
chas, a las que vemos a diario, y que ya conocemos a fondo". Ansio-
sos por aquellas jóvenes alejadas, algunos chasqueaban alegremente
la lengua.
En otra oportunidad encontré a dos niños en una choza; eran dos
hermanos, de unos diez o doce años. Quise halagar a la madre de la
niña diciendo: "Estos dos niños parecen congeniar, ¿no podrían for-
mar más tarde una linda pareja?" La india me respondió sumamente
indignada: "¿Acaso no sabes que estos dos niños son hermanos? Los
parientes no se casan nunca entre nosotros!". La buena mujer sólo lle-
gó a tranquilizarse después de que le aseguré repetidas veces que yo
no sabía nada del parentesco de los pequeños.
Estos casos concretos aislados dan a entender claramente la aver-
sión de nuestros selk'nam por el matrimonio endogámico 12 . Nadie pu-
do mencionarme un matrimonio tal celebrado en épocas anteriores.
También hoy en día se respeta esta vieja prohibición en forma estric-
ta, a pesar de que el número de miembros de la tribu ha disminuido
en forma alarmante. Cuando yo buscaba una motivación para esta
prohibición, siempre recibía la misma respuesta: "No es bueno que
miembros de la misma familia se casen entre sí." Por otra parte, esta
regla se sobreentendía de tal modo entre ellos que no necesitaba nin-
guna justificación "; una y otra vez mi pregunta despertaba extrañe-
za. Me pareció que, para nuestros indios, a semejante matrimonio le
faltaba recato y decoro; pues los miembros de la misma familia se en-
cuentran siempre con un respeto claramente reconoci-
b 1 e . Quizás GALLARDO: 215 haya acertado con su suposición de que
un matrimonio entre parientes lejanos "sería visto con el mayor dis-
gusto y daría lugar a que se dijera al novio que se había casado con
la hermana".
La prohibición de la endogamia coincide con una e x o g a m i a
local propiamente dicha, en cuanto todos los miembros de la pa-
12 GALLARDO: 212 escribe, por cierto, sin dar la menor explicación adicional:
"La toma de esposa es indistintamente endogámica o exogámica"; una expresión
que no se puede justificar.
13 GALLARDO: 215 señala una "degeneración de la especie por el casamiento
entre personas ligadas por lazos de consanguinidad . ". ¿Pero cuándo habrían
hecho nuestros indios semejantes experiencias?
rentela y propietarios de la porción de tierra que les ha sido asigna-
da, son considerados consanguíneos, con la excepción de casos aisla-
dos, en los cuales una derivación de los mismos antepasados puede
haber resultado difícil. Cualquier vínculo matrimonial por principio
se había vuelto imposible, por el hecho de que ambas partes pertene-
cían al mismo grupo local o habían crecido dentro de los límites más
estrechos de un mismo ámbito familiar.
Ni uno solo de los primeros viajeros menciona la admisibilidad
de la endogamia. Los cuñados no son considerados parientes consan-
guíneos, y el levirato era en parte un deber.
14 Incluso GALLARDO: 215 lo reconoce: "Los jóvenes, pues, buscan para casarse
mujeres de otras tribus, prefiriendo aquellas que viven lejos". Si hace cierta re-
serva al respecto, su forma de expresarse no nos deja abrigar dudas acerca de
que sólo se trata de silenciosos deseos paternos. Pues en el caso de existir la sos-
pecha de que los enamorados "tienen la misma sangre" son precisamente los pa-
dres "que prefieren que sus hijos se alejen algo de ellos antes que dejarlos casar
con miembros de la misma compañía". El deseo de los padres de tener cerca
a su hijo casado pasa a un segundo plano, frente al derecho de libertad ilimitada
de elección de los jóvenes en edad de contraer matrimonio.
15 GALLARDO: 214 conoce además un "cuarto modo", que equivale a un levirato
que, como se sabe, es permitido y, en ciertos casos, se convierte en un deber.
tamente a su futuro suegro la mano de su hija, lo visita frecuentemen-
te y le hace regalos 16. Estó es válido cuando se trata de "una joven
de su misma tribu o de la de una compañía amiga." En una
oportunidad este autor subraya que los muchachos recorren gran-
des distancias para buscar una esposa, que "comúnmente es adop-
tada esta última forma" y que, por temor al parentesco, nunca
"miembros de la misma compañía" pueden contraer matrimonio en-
tre ellos; pero, en el mismo párrafo admite, refiriéndose al preten-
diente, que "la declaración se la hace directamente" a la muchacha
"entregándole el arco. Esta lo toma, se sienta en el interior del toldo,
donde el padre la ve y comprende lo que ha pasado. Su obligación es
conocer el nombre del pretendido". De acuerdo con esto, toda la par-
ticipación del padre consistiría en el deseo de averiguar el nombre de
su futuro yerno. Sólo en muy pocas ocasiones, sin embargo, ha ocu-
rrido que un selk'nam adulto no conociera al otro; y si agregamos a
esto la indicación imprecisa acerca de la entrega del arco nupcial'',
el comentario infundado de que "el padre se muestra remiso para
contestar", y, finalmente, las incongruencias restantes, entonces toda
la información pierde credibilidad. Si leemos a COJAZZI: 25 18 , obtene-
mos una impresión como la que produce la caída en lugares comunes.
Ver sólo un negocio en el vínculo matrimonial contradice abiertamen-
te la organización económica de nuestros selk'nam. El autor mismo
admite que "non mancano peró i matrimoni di puro affetti" 19 .
Según BARCLAY (a): 76 hay todavía otra manera diferente de pe-
dir la mano a la que este autor se refiere y que se vuelve a encontrar
casi textualmente en GALLARDO: 213 y en DABBEN E (b): 256. En caso
de que un hombre haya puesto sus ojos en una muchacha que perte-
nece a un grupo enemigo, espera el momento oportuno, la sorprende
cuando la encuentra sola, le declara su amor y, bajo amenaza de tras-
pasarla con sus flechas, la obliga a seguirle de inmediato ".
23 Las dos piezas que encargué que me hicieran las doné al Pontificio Museo
Missionario Etnológico de Roma y al Museo de Historia Natural de Viena. Cada
una de las dos finas varas del arco tiene una curvatura moderada, numerosas
aristas cuidadosamente talladas y exactamente paralelas en la superficie y una
fina cuerda de tendón sujeta en la forma habitual. La distancia rectilínea entre
los extremos de la vara, sin tender la cuerda, es de 95 cm.
plícita para el candidato que cualquier palabra. Probablemente no se
habrá producido nunca tal cambio brusco a última hora 34 .
8. La boda
A más tardar al tercer día después de la declaración pública de
amor o la solemne petición de mano del muchacho, el padre de la jo-
ven sale de caza con algunos vecinos. Mientras tanto el novio, con al-
gunos compañeros de su misma edad, construye su propia cabaña, en
el mismo campamento de este grupo, pero a una distancia considera-
MIAJA:W.0k • /In 1.
JIU
29 Con esto se refuta lo que afirman unos pocos autores, esto es, la existencia
de arreglos o negociaciones entre el pretendiente y el padre de la muchacha;
así, por ejemplo, BORGATELLO (c): 70, COJAZZI: 25, GALLARDO: 213 y otros.
" HOLMBERG (a): 58 describe de igual modo la relación del suegro con el yerno.
Durante el primer año de matrimonio la relación entre la n u e -
r a y la suegra es igualmente severa. Más adelante la suegra se pue-
de mostrar algo condescendiente. Entonces las dos intercambian algu-
nas palabras, siempre que sea necesario; pero no se llega nunca a una
verdadera conversación. Ambas siempre quedan separadas por una re-
serva respetuosa. También la nuera se muestra siempre servicial, pero
en su caso no se pone tanto énfasis en el deber de ayudar como en el
caso del yerno.
Un día le dije a mi gente: "Entre nosotros, los blancos, los hijos
políticos suelen hablar con sus suegros". Algunos viejos sacudieron la
cabeza pensativamente: "Sin duda alguna, los blancos tienen algunas
costumbres extrañas. Pero no es bueno que los suegros hablen o se
traten con sus hijos políticos. Pues éstos deben honrar a aquéllos. En-
tre nosotros no conversan entre ellos: ¡así está bien!"
b. La vida conyugal
Para los padres significa una pérdida sensible tener que separar-
se de su hija, que sigue ahora a su joven esposo. También en el cora-
zón de la joven la amargura de la separación supera la alegría de poder
fundar ahora su propio hogar. Lágrimas silenciosas le corren a ve-
ces por las mejillas cuando siente cierto abandono en la propia caba-
ña junto al grupo familiar de su marido 31 . Toda su conducta y actos
muestran aún cierta falta de confianza, y, por su inseguridad juve-
nil, se mantiene algo apartada del trato con otras mujeres que toda-
vía no le son familiares. Para librarse del sentimiento de aislamiento,
visita frecuentemente a sus padres, por más lejos que éstos se encuen-
tren; el marido la acompaña, jamás dejaría ir sola a su joven esposa.
Los largos meses que siguen al casamiento constituyen una épo-
ca de manifiesta añoranza de los padres y de una silenciosa espera del
primer hijo, pues la joven esposa tiene poco de qué ocuparse. La dis-
posiciónianímica aquí descrita la pude observar con suma claridad en
HIMSUTA, que había sido traída al campamento del lago Fagnano por
su, aetual esposo, YoNI, pocas semanas antes de mi cuarta visita a di-
cho lugar. Sus padres vivían junto al Río del Fuego. Frecuentemente
la vi sentada en la cabaña, con expresión melancólica y con el rostro
haci antigu gar. Si yo guntaba: "¿Por qué estás
*ste? daba s re la mis . ,:A.puesta con los ojos llenos
e ágrimas. 'Me siento l.• n sola aquí ¡ Quisiera estar junto a mis
padres!". S embargo, elmarido la tratan con todo cariño y las otras
rtüj eres del campamentó se mostraban e la misma manera muy afee-
-' También GALLARDO: 219 se refiere a esta intensa nostalgia de la mujer re-
cién casada: "Dada la forma de cuidar a las jóvenes que viven continuamente en
familia y bajo la dependencia inmediata y constante de la madre, no es de ex-
trañar el hecho de que la novia experimente pesar al separarse de los padres
para casarse. Se exterioriza su sufrimiento en la tristeza que demuestra, llegando
algunas veces hasta llorar; se la ve apartarse apenada de su familia".
tuosas. Tan sólo con el nacimiento del primer hijo sobrevino un cam-
bio esencial en su estado de ánimo.
Pero también hay mujeres que se adaptan rápidamente a la situa-
ción de esposa, así como a la independencia de la cabaña propia. Una
viuda naturalmente no pasa por este estado anímico si vuelve a casar-
se, pues para ella el nuevo matrimonio significa más bien una libera-
ción de una situación, por así decirlo, desacostumbrada o imposible.
El joven marido queda a salvo de las emociones descrítI4.41
su situación ha mejorado sensiblemente una vez que ha conquistado la
tan deseada compañera. Con ello llegan también a su culminación los
deseos que ha abrigado el padre desde que su hijo ha pasado las cere-
monias Klóketen. Por otra parte, el joven levanta casi sin excepción
su cabaña cerca de la de sus padres.
1. Monogamia
Según el juicio de todos los informantes anteriores, que, por su
objetividad merezcan ser considerados aquí, el matrimonio monogá-
mico predomina en gran medida; por cierto que, además, nues-
tros selk'nam permiten la poligamia ".
Para lograr la mayor seguridad posible en esta cuestión mencio-
naré, en primer lugar, todas las otras fuentes. LUCAS BRIDGES (MM:
XXXIII, 86; 1899) escribe: "The rule among the Ona is to have one
wife, few have two, only one has three". Lamentablemente falta el nú-
mero total de los matrimonios para obtener un cálculo exacto. LEH-
MANN-NITSCHE (a) dice: "El matrimonio es monogámico". Según MAR-
GUIN: 501 "il y a tout lieu de croire qu'ils sont monogames". A pesar
de que, según BARCLAY (a): 76, "he practises polygamy, an Ona will
rarely take a second wife until the tares of his household are more
than one pair of hands, or shoulders, can manage." GALLARDO: 227 ad-
mite para el grupo septentrional que "casi nunca el indio tiene más
de una mujer y rara será la vez que pase de dos"; pero omite dar los
fundamentos de la restricción de su juicio al norte. SEGERS: 65 sostie-
ne que "aunque no es común, existe entre ellos la bigamia, que casi
nunca excede de dos mujeres." LISTA (b): 128 hace constar lo mismo
para el grupo sureño. Los selk'nam, según BORGATELLO (c): 70 "pote-
vano sposare piú donne..., ordinariamente peró non erano che due...
Ma molti uomini preferivano tenere una sola moglie..." De la misma
manera afirma BEAUVOIR (b): 207 que nuestros indígenas "por lo or-
dinario, no tienen más que una mujer". En cambio, de las palabras de
los otros dos salesianos, COJAZZI y TONELLI, no se desprende si preva-
lece la poligamia o la monogamia.
32 Según el juicio final de COOPER (a): 167 "it may be said that most of the
most dependable authorities attest that monogamy is the prevailing custom among
the three Fueglan peoples ...". Esto se basa en una confrontación de todos los
testimonios.
De todas estas citas resulta el predominio de la monogamia. Ade-
más debe tenerse en cuenta que el testigo más fidedigno de todos los
aquí mencionados, LUCAS BRIDGE, se pronuncia decidida e inequívoca-
mente a su favor.
Por lo que me dijeron a mí "cada hombre debe tener una sola
mujer, así lo deseaban siempre los ancianos, así les gusta a los selk'-
nam; sólo a veces, si existe un motivo el marido toma para sí una se-
gunda mujer." De acuerdo con esta declaración, que tuve ocasión de
escuchar, una y otra vez, casi palabra por palabra, sólo la monogamia
corresponde propiamente al justo sentir de nuestros selk'nam; mien-
tras que la poligamia es tolerada, en la medida en que tenga un fun-
damento en cada caso particular.
2. Poligamia
Por lo demás se infiere de las citas aquí trascritas que, para ha-
blar con DABBENE (a): 72 "la poligamia es también en uso entre los
Onas"; o según TONELLI: 96, "la poligamia é ammessa e che fu prati-
cata; purtroppo é praticata anche attualmente".
Ya en la mitología aparecen personajes con dos mujeres; eran se-
gún consta, individuos famosos, como Kwdnyip, Óénuke y otros. Sólo
del viento sur se cuenta que poseía tres mujeres; en los tiempos mí-
ticos no se conocen cifras superiores.
En cuanto a individuos polígamos en los tiempos h i s tó r i-
c o s nuestros indígenas mencionaban con máxima frecuencia al po-
deroso KAUSEL. Según algunos habría poseído cinco; según otros, in-
cluso ocho mujeres. Todas ellas vivían con él, si bien no en la misma
choza. que él reservaba para sí y para su primera esposa, sino en cho-
zas más pequeñas, próximas a ésta, que habían sido levantadas para
sendas mujeres. Las viviendas de la familia de ICAusei. "daban la im-
presión de constituir todo un campamento, ¡había tantas chozas jun-
tas!". Mis informantes, a pesar de sus contradicciones acerca del
número de mujeres que este hombre tenía, decían empero, en forma
unánime, que los viejos de épocas anteriores no habrían permitido un
número mayor de dos; sin embargo, unos pocos individuos de la tribu
no hicieron caso de esta prohibición, fiándose de su poder, temido por
Vé A 215).
a obar sta cost existe 'mente, ZENONE
To 96), era, según erdo, nueve polígamos pa-
años 41911-1923: de ellos tes dos mujeres cada uno y al
o, TEljENeSk, le :4•buye tres última aserción tengo que
rla el sentido e que este vie indio llevó a su choza a su
ra mu KAUXIA se lee el nombre VETETE) tan sólo después
de la muerte de su segunda mujer, y, después de un tiempo, echó asi-
mismo a su primera esposa; de modo que no poseyó más que dos mu-
jeres al mismo tiempo, y aun éstas sólo pasajeramente. Según el cen-
so que realicé a fines de 1918 con el P. ZENONE. había entonces 32
'111~ 1~11111~ '
familias 33 ; de éstas nueve eran polígamas ". Pero debe admitirse que, en
la actualidad, hay más mujeres de edad avanzada que jóvenes casade-
ras, por lo que algunos muchachos tienen que permanecer solteros. El
antiguo equilibrio en la cifra de ambos sexos quedó destruido por las
recientes persecuciones y abusos de los blancos.
Poseer más de dos esposas era por lo general condenado por
todos los contemporáneos; en forma casi regular los viejos interve-
nían cuando alguien quería tomar una tercera esposa. Es cierto que
nadie se atrevía a oponerse a los poderosos hechiceros, como era el
caso de KAUSEL. Pero, por lo menos, tales hombres debían tolerar oca-
sionales indirectas y censuras, ya que se los acusaba nada menos que
de lascivia: "¡Ése es como el guanaco macho, al que no le bastan
una o dos hembras!" O cosas aún peores: "El león marino es muy
voluptuoso y se da por satisfecho con la posesión de una hembra,
¡pero aquél desea tener varias mujeres!"... Tal o cual informante
también dirigía burlas agresivas contra los antepasados polígamos.
Si bien la poligamia era permitida de hecho, nunca fue mirada
con buenos ojos. En principio el sentir popular exigía alguna f u n-
damen t ación para la resolución del hombre de tomar una segun-
da mujer junto a su primera esposa aún viva. Tales motivos prove-
nían del orden económico existente, y ante todo de la división de
trabajo vigente. Si, por ejemplo, la mujer había sufrido un accidente
o padecía una enfermedad larga, que le impedía cumplir con su tarea
cotidiana, si, en forma muy excepcional, quedaba incapacitada para
trabajar o se volvía torpe debido a su edad avanzada, al hombre le
asistía un verdadero derecho de tomarse una segunda esposa, porque
la parte de trabajo de la primera sólo podía y debía ser realizada por
otra mujer. La cantidad de trabajo no era de ningún modo tan cuan-
tiosa como para que no hubiera podido ser llevada a cabo satisfacto-
riamente por una sola mujer; esta circunstancia nos hace comprender
la aguda oposición de la opinión pública contra la admisión de una
tercera esposa. A mi pregunta acerca de si, en el caso de un matrimo-
nio sin hijos, el hombre podía tomar otra mujer obtuve una respuesta
afirmativa general. Pero los hombres repetían, sacudiendo la cabeza:
"¡Aquí entre nosotros no sucede que una mujer no tenga hijos! 35 ¡Pero
si llegara a acontecer, el esposo se casaría pronto con otra joven, pues
desea tener hijos!" Por consiguiente, este caso esnecífico apenas se
plantea para juzgar la costumbre general. Vale decir que no es por un
exceso de trabajo, sino porque una mujer enferma o senil no puede
llevar a cabo el trabajo que puede ser fácilmente realizado en condi-
ciones normales, que el hombre debe procurarse una colaboradora
adecuada, una segunda esposa
33 Ver datos estadísticos detallados más arriba, pág. 132, o en GUSINDE (a):
21 y 27.
34 La observación que sigue "all'inlzio della Missione della Candelara parecchi
Indi avevano due done" (ToNELLI: 97) no permite una evaluación en cifras.
35 GALLARDO: 219 menciona a una cierta Yomsx "que es estéril" como la única
encontrada por él. Mis informantes no recordaban esto.
36 Fácilmente se evidencia como exageración el relato según el cual toda
No pocas veces la sugerencia partía de la misma esposa, que se
había vuelto total o parcialmente incapaz de cumplir con sus tareas
diarias. No pocas veces entraba en consideración en primer lugar la
he r mana de su esposa. Quizá ésta ya visitaba la choza de
su cuñado, pero no tanto por el trabajo a realizar como por orfandad
o falta de compañía. Mujeres más jóvenes, solteras siempre, perma-
necen con gusto en la choza de una hermana casada. Al sobrevenir la
incapacidad de trabajar o la debilidad corporal del ama de casa, el cu-
ñado la tomaba como esposa propiamente dicha.
No estaría justificada la suposición de que un hombre se busca,
dentro de determinada familia, primero a una muchacha mayor como
esposa y poco después a la hermana más joven, como podría dedu-
cirse de las palabras de COJAZZI: 24 "accade che un giovane metta
gli occhi su due sorelle: ne sposi la magiore, poi a suo tempo la mi-
nore". Un hombre relativamente joven esperaba muchos años antes
de fijar la vista en una segunda esposa; la comunidad le habría prohi-
bido seguramente un doble matrimonio inmediato sin una motivación
particular. Finalmente no le habría quedado asegurada, de ninguna
manera, la soltería de su joven cuñada para una ocasión posterior.
Cualquier convenio en este sentido habría sido imposible de antemano.
GALLARDO: 214 confirma este estado de cosas: "a causa de tener
muchos hijos o haber perdido las fuerzas" la propia esposa convence
al marido de que se case pronto con su hermana y la traiga a la pro-
pia choza; se lo recomienda "para poder llenar las obligaciones que
trae aparejadas el matrimonio entre onas". Con ello se explica que la
diferencia de edad de dos mujeres unidas al mismo marido era gene-
ralmente bastante considerable. Tampoco era mal visto que un hombre
casado admitiera en su choza como segunda esposa, a una viuda
de cierta edad a quien, después de la muerte de su esposo, le
faltaba toda compañía. De esta manera quedaba otra vez a buen re-
caudo, y la comunidad dejaba de preocuparse por ella. Si en una gue-
rra los hombres de un grupo eran diezmados, algún hombre de círcu-
los vecinos amigos tomaba para sí una u otra viuda solitaria, como
segunda esposa. Esta forma de proceder también era bien vista por
todos, pero tales emergencias eran raras n; en ellas nadie negaba su
ayuda.
Casi únicamente los hombres mayor es practicaban la po-
En 1 oría s casos la se a esposa era una viuda de
dad no ent en consider ón para un hombre joven
38 GALLARDO: 220 sólo sabe que "todas las esposas tienen los mismos derechos
y las mismas obligaciones" ... Es digno de ser tomado en cuenta que, al ser ad-
mitida una segunda esposa, la primera por lo general tiene derecho a opinar algo
al respecto, "e si spiega pure como cerchi che questa compagna o compagne, siano
tali da assicurare la concordia" (CosAzzi: 24).
Aparte de este arreglo, he observado otro más. La primera esposa,
hacia quien el marido, después de un segundo casamiento que ya había
tenido lugar tiempo atrás, sentía ya poco amor, vivía en la choza de su
hijo casado. Cuando su esposo se establecía temporariamente en el
mismo lugar con su segunda mujer, los cónyuges solían hacerse visitas
poco frecuentes e indiferentes; pero una convivencia de todos en la
misma choza fracasaba por los celos insuperables de la primera mujer,
la mayor de todas. El hombre se sentía apegado, en forma, muy llama-
tiva, a su segunda esposa, tina mujer hermosa y pulcra. Este compor-
tamiento lo he observado incluso en TENENESK.
Sólo en uno de los pocos matrimonios polígamos que conocí en mis
viajes el marido convivía con sus dos mujeres en la misma choza. Esto
ocurría en el caso de NANÁ. Prescindiendo del hecho de que la anciana
no podía renunciar a la ayuda de su hija, debido a su grave dolencia
reumática, todos los aspectos de la composición de este matrimonio
deben considerarse como una excepción ¡ya que las dos mujeres eran
madre e hija! "A los viejos no les gustaba que un hombre tuviera con-
sigo simultáneamente a dos mujeres en su choza". Y era todo lo que
mis informantes me decían.
Una relación extraña resultaba cuando el esposo, por cualquier mo-
tivo, echaba a su primera mujer. A la brevedad se buscaba otra mujer,
mientras ella se reintegraba a su familia. Raramente también ella se
unía más tarde a otro hombre, pero sólo con el fin de tener un porve-
nir asegurado. Aquí nos hallamos frente a un cambio de muj e-
r e s , porque el hombre ya no mantenía relaciones con su esposa aban-
donada; pero no se trataba de un matrimonio doble. Dicho individuo
había despedido a su esposa porque estaba harto de ella, porque era
negligente y haragana, pendenciera o caprichosa. "Eso no está permi-
tido", decían mis indios, pero ellos mismos agregaban: "¡Pero quién
va a impedir que un hombre se libere de una mujer con quien no sabe
arreglárselas!"
Si la misma choza albergaba en forma excepcional simultáneamen-
tea todos los esposos juntos, la mujer más joven se subor-
dinaba, ya sólo por el hecho de ser la más joven, a las ocasionales ad-
vertencias de su compañera. En los viajes, la primera esposa seguía en
la habitual "fila india" directamente al hombre o a sus propios hijos,
mientras la otra esposa se colocaba detrás de aquélla. Calladamente y
sin sujeción a reglas especiales, ambas compartían los quehaceres co-
tidianos, porque semejante convivencia era poco común. Era diferente
en el caso de incapacidad para el trabajo de la primera esposa; enton-
ces todas las tareas le correspondían a la esposa joven, que también
debía disponer a su arbitrio. No resulta sorprendente, en las condi-
ciones que acabamos de mencionar, que reinara buen entendimiento
entre ambas mujeres, puesto que a la más joven, podría decirse que
tanto por derecho como en exclusividad le correspondían todas las ta-
reas domésticas "
4. El levirato
Todo indio conoce la obligación de un cuñado cuando su cuñada
enviuda. Cumpliéndola, no se viola la libertad personal. El parentesco
entre cuñados no es considerado como obstáculo para contraer matri-
monio (pág. 322).
En términos muy generales "a deceased wife's sister is regarded as
that lady's natural succesor .." (BARCLAY [a]: 76); pero existen excep-
,
46 Así lo relata un informe sobre "Mons. FAGNANO in giro per l'Italia": "l'infe-
lice condizione della donna, che inquei luoghi é ancora interamente schiava
03S: XIX, 332; 1895). En forma parecida se expresa BENIGNUS: 233.
de otras informaciones 47 así como una delimitación exacta de los de-
,
(3 . La ocupación de la mujer
También aquí, la consideración respecto a la peculiaridad de la
constitución corporal y espiritual de la mujer es la que le ha fijado,
en forma exacta y adecuada, sus responsabilidades. Sus tareas se cir-
cunscriben a estas dos palabras: choza e hijo.
Toda ocupación vinculada con la m a t e r n i da d es tarea ex-
clusiva de la mujer indígena. Ella debe confeccionar el bastidor para
su niño de pecho; las tiras de cuero y las fibras de tendones los apor-
ta su marido. ¡Quién no conoce la magnitud de esfuerzos y desvelos que
exigen los niños pequeños! De acuerdo con esto, es posible valorar
la actividad de una mujer selk'nam que cuenta con una prole numerosa.
Pero su trabajo no se limita al cuidado de los pequeños. También
lleva a cabo una tarea considerable para la manutención de toda la
familia. Recolecta crustáceos y pececillos, y, ocasionalmente, también
hongos y bayas. Despluma las aves cazadas por su marido; conserva
sobre ramas elevadas los grandes trozos de carne de guanaco o bien,
según las indicaciones de su esposo, se los lleva a vecinos. En la me-
dida en que algún miembro de la familia desea ser servido, ella prepara
para cada uno el asado preferido; cocina los huevos de ave, la mor-
cilla y los mariscos en ceniza caliente. Ella misma busca el agua po-
ble, cuando aún la hijita no puede realizar estos mandados. Ya que
no se han previsto horas fijas para las comidas, la madre está ocupada
en llenar tal o cual boca hambrienta.
Mantiene encendida la fogata d9 . 1a choza, y para ello acarrea leña
y coloca nuevos maderos, para que el calor no falte, ni de día ni de
noche. Si las llamas llegan a propagarse al punto de representar un
peligro de incendio para la choza, echa encima agua o nieve lo más
pronto posible. De acuerdo con la dirección del viento, dispone la
cortina de la entrada o las ramitas de la armazón o el gran cobertor
de cuero, a fin de que el humo salga por arriba y no moleste a nadie.
Coloca la leña y las ramas secas apoyadas en troncos de árboles o en
la choza.
Para levantar el paraviento, o bien la choza más resistente, es
secundada por su esposo. Pero, más adelante, ella sola debe remendar
las hendiduras y agujeros con bultos de Usnea, a fin de que no pe-
netren ni la nieve ni la lluvia. Asimismo se ocupa de disponer las
ramitas y el pasto para el lecho de todos los miembros de la familia.
Realiza todo esto de la manera como cada cual lo desea.
Sus manos se ocupan de trabajar las pieles crudas, extenderlas,
chiflarlas y abatanarlas. También es ella quien prepara todo el cuero
y todos los hilos trenzados de tendón. Asimismo cose todos los man-
tos y sandalias, bolsos y bolsas, así como el gran cobertor de cuero
que cubre el armazón de la choza. El marido la provee de las fibras
de tendón necesarias para tal fin.
En los ratos libres, o en el curso de breves visitas y conversacio-
nes en otras chozas, confecciona cestillos y adornos para uso personal,
juguetes para el niño de pecho y para las niñas mayores.
Es también la mujer quien busca y quema el barro adecuado para
la pintura roja. Para la antorcha que los hombres encienden con mo-
tivo de la caza nocturna de aves ella recoge las ramitas de Empetrum
y las ata, formando con ellas un bulto alargado. En sus caminatas por
la pradera, suele buscar bejines secos que recogen la chispa al encen-
der fuego, y los coloca en la choza para protegerlos de la humedad.
Si uno se topa con una mujer que viaja con su familia, podría
sorprenderse ante la pesada carga que lleva. El gran cobertor de
cuero, tá'ix, ha sido enrollado de modo de formar un grueso bulto;
sobre él se han colocado de seis a nueve varas finas, cestos y bolsos,
algunas tenazas para el fuego y el bastidor para el niño, y también
se le ha atado un gran trozo de carne. De la mano libre cuelga un
bolso más grande con utensilios pequeños, como peine, colorantes de
tierra, yux, objetos de adorno, leznas de hueso, juguetes para el lac-
tante, á quien la madre lleva en brazos o sienta, mirando hacia atrás,
sobre su carga. Junto a ella corren los niños más pequeños, en la
medida en que se lo permiten sus piernas cortas. Se apoya sobre un
bastón de madera sin puño Además, pasea la mujer su mirada vigi-
lante sobre las personas mayores y sus propios perros. Si el marido
ha ido solo de caza, la mujer levanta el paraviento en el lugar con-
venido, donde todos esperan el regreso del cazador para saborear la
carne fresca. Al día siguiente, o al cabo de pocos días continúa la mar-
cha. Por consiguiente, una india se halla ocupada en forma ininte-
rrumpida.
6. Soltería
De la peculiaridad de la actividad económica indígena se despren-
de, como consecuencia ineludible de naturaleza puramente social, el
hecho de que, en realidad, ninguna persona adulta pueda mantenerse
en estado soltero; cada cual necesita muchas cosas para su sustento
que sólo le son brindadas poi el otro sexo. En tanto uno forma aún
parte de la propia familia, los padres le brindan todo lo que necesita;
pero cuando ha llegado a la edad de casarse, el respeto lo obliga a no
seguir representando una carga para quienes le han dado la vida y
lo han mantenido hasta entonces. De hecho todos dan en el m o-
men t o op o r tuno el paso que los conduce al matrimonio ". Si
alguno quisiera seguir soltero más tiempo de lo acostumbrado, tendría
que soportar las burlas de los compañeros de la misma edad; más ade-
lante sería objeto de serias exhortaciones por parte de algún tío o de
parientes mayores. Del mismo modo, las muchachas en la edad adecua-
da son estimuladas de una u otra manera a unirse a un cónyuge.
Ser adulto es, pues, equivalente a estar casado. A nuestros indíge-
nas una soltería de por vida les parece simplemente incomprensible;
no habría sido posible en épocas anteriores por motivos económicos y
sociales. Hoy, por cierto, uno se encuentra con hombres jóvenes solte-
ros, forzados a hacer de solterones debido a la escasez de muchachas
casaderas. Ellos mismos se cluejan de su suerte, ya que les falta el ho-
gar propio, donde encontrarían en una mujer el complemento espiri-
tual. Esto resuena en las palabras de un hombre tan íntegro como Tour,
quien a pesar de sus veintiocho años de edad, aún no había podido ca-
sarse: "¡Cómo querría tener yo también una mujer, con quien dialogar
en la intimidad en las largas noches de invierno! ¡Con cuánto gusto me
escucharía! ¡Ahora no tengo a nadie a quien pueda abrir mi corazón!"
En la actualidad un soltero como éste se instala en la choza de algún
pariente. Si bien contribuye de hecho al sustento de todos, este estado
desacostumbrado pesa seriamente sobre su ánimo. Esta soltería forzo-
sa tiene como consecuencia ciertos serios desórdenes (pág. 163).
Los p a r i e n t es ofrecen, de buena gana, albergue en la propia
choza a los individuos jóvenes o maduros que acaban de enviudar.
Esto ocurre ante todo "porque, encontrándose ella ahora sola, no po-
dría mantenerse". Los parientes se sienten seguros de antemano de que
el viudo o viuda contraerá nuevamente matrimonio en un tiempo no
lejano, y formará su propio hogar. Los propios hijos o los hijos políti-
cos deben hacerse cargo de los ancianos viudos, que en modo alguno
se encuentran ya en condiciones de realizar un trabajo regular y, pre-
cisamente por eso, no vuelven a casarse.
Mis informantes no pudieron darme el nombre de un solo indíge-
na que hubiera quedado soltero de por vida. Cada vez que yo comenza-
ba a hablar sobre este asunto, sentía, a través de palabras y gestos de
mis indios, cuán inc omp r en sib le les resultaba el estado de sol-
. terí4• el hecho de que yo a mi edad aún fuera soltero, constituía a me-
nudo el objeto de un cambio de opiniones. También mis selk'nam
parecieron medianamente satisfechos con la siguiente explicación, del
mismo modo como había ocurrido anteriormente con los yárnana con
o dos días alimentándose con carne flaca con tal de llevar aquellos manjares a
su mujer".
embriaguez, se habían mostrado impertinentes con su mujer. Mucha-
chas casaderas y, en grado aún mayor las mujeres casadas, que sospe-
chan en el comportamiento de un hombre un ataque disimulado a su
honra, se lo hacen saber en seguida, y según el caso, a sus parientes
o a su marido.
Hoy en día nunca se deja a una mujer sola en la choza, y el hom-
bre posterga salir de caza, mientras se encuentre un europeo en el
campamento. Ya en épocas antiguas, un grupo más o menos grande
nunca salía a cazar, sin dejar por lo menos a un anciano junto a las
chozas. Si un hombre cree, en realidad probablemente siempre sin mo-
tivo, que su mujer parece aproximarse a otro hombre, de inmediato
desmonta su choza y se muda en silencio con toda su familia a un lugar
apartado, solitario. Por ello se aconseja la máxima prudencia cuando
una mujer quiere huir del marido que la maltrata, o cuando otro hom-
bre planea con ella una fuga conjunta (pág. 324). En el caso de una
ausencia prolongada del marido, la mujer nunca permanece sola en su
choza, sino que se muda a la choza de sus parientes, salvo que vivan
con ella varios hijos adultos. Yo conozco la severa vigilancia con que
nuestros selk'nam saben proteger a sus mujeres (pág. 151) 52 .
La intimidad en las relaciones recíprocas de los cónyuges consti-
tuye la mejor protección de su fidelidad conyugal. En forma muy gene-
ral, reina la castidad prematrimonial, pues por ella vela la vigilancia
de los padres y vecinos del campamento (pág. 304). Entre los selk'nam
no han podido desarrollarse irregularidades mayores. A pesar de ello
hubo en tiempos antiguos unos pocos casos aislados de adulterio.
Pero ¡pobre del hombre que seducía a una mujer casada y mantenía
con ella relaciones íntimas prohibidas! Si el marido se enteraba de esto,
el seductor tenía que estar preparado para enfrentar una lucha, y la
esposa infiel recibía una tunda vigorosa.
Sin lugar a dudas, sólo muy raramente ha ocurrido algo por el
estilo. Nadie podía citar casos concretos de tiempos anteriores; pero
seguramente no los habrían callado, ya que a todos les gusta divulgar
semejantes faltas de los demás. El adulterio es juzgado por toda la
tribu como un delito grave; los culpables eluden avergonzados las
miradas de los vecinos. En términos generales se considera al hombre
como instigador y sobre él recae la mayor culpa; el marido enga-
ñado o los parientes de la mujer seducida se vengan de una manera
más o menos rigurosa ". Las muchachas y mujeres selk'nam difícil-
mente se prestan a transgresiones sexuales o infidelidad conyugal; un
bn nciado c feren s deslices de su
ija.
A nues les indios era y les es mpletamen e inusitado el he-
de molestar una muj con impertinencias
como tampoco se us•a un lenguaj secreto para hacerse entender
dr 5 2 En forma casi violenta se expresa HOLMBERG (a): 58: el indio "vigila, lucha
y hasta muere por sus mujeres defendiéndolas", LUCAS BRIDGES (MM: XXXIII, 86;
1899) dice: "They are kind to their wives".
53 Según DARBENE (a): 73 el seductor incluso es "perseguido por sus com-
pañeros hasta que les den muerte". Ver GAEEARDO: 220.
a través de miradas o de gestos. Por esta razón los selk'nam actuales
se sienten tan profundamente heridos, ante el hecho de que gran nú-
mero de los aborrecidos blancos parece considerar como algo natural
que toda india se les entregue sin ofrecer resistencia a la más mínima
señal. Defraudados, estos individuos inescrupulosos intentan acercar-
se con halagos iniciales, a los que tan sólo la intervención decidida del
marido indígena marca un fin definitivo. Será difícil llegar a determi-
nar si la india es tan recatada por naturaleza o si se halla tan intimi-
dada por la educación y tradición que nunca desea encontrarse sola
con un hombre, y nunca se interna mucho en el bosque si no está acom-
pañada. Por esta actitud suya existen pocas posibilidades de que se co-
rneta un adulterio.
Todas estas severas costumbres se han aflojado en los tiempos mo-
dernos. Recuerdo al lector la soltería forzosa, que es el destino de al-
gunos mozos. También fui testigo de que una mujer de mediana edad,
madre de varios hijos y muy apegada a su marido, admitió repetidas
veces en secreto a un hombre soltero, ya mayor, en su choza de noche;
al atardecer ambos habían llegado a un acuerdo sin llamar la atención
de los demás, y, después de medianoche, el hombre se deslizó hacia
su choza. Más adelante me aseguraron en forma muy confidencial que
sólo por compasión esa mujer se había entregado a aquel mozo. Ella
era, por lo demás, una persona intachable, por lo que es de suponer
que fue sincera al dar esta explicación.
Mis selk'nam son personas con peculiaridades bien pronunciadas
y vicios de carácter particulares; no todos encajan en la
imagen tradicional de un matrimonio perfecto. Así, a veces, uno se en-
cuentra en una choza con mucha grosería y pereza por parte del hom-
bre o negligencia y genio intratable por parte de la mujer. Una acomo-
dación completa de ambos cónyuges probablemente no se logre nunca.
Indiscutiblemente, en la mayor parte de las familias, hombre y mujer
son uña y carne, vinculados en una unidad amorosa y laboral, como si
conformaran una sola pieza; pero de ninguna manera se pierde la pe-
culiaridad acentuada en la personalidad individual. Esta conciencia de
sí, fuertemente acentuada, puede llegar a subírsele a la cabeza a más
de uno, de tal modo que se coloca por encima de las costumbres y
buenos sentimientos, e incluso llega a someter a su mujer a malos tra-
tos y groserías. Llega a caer en cierto estado de falta total de criterio,
y pequeñeces ridículas o su propio mal humor lo llevan a golpear a su
mujer con un palo, a herirla en el cuerpo rasguñándola con una punta
de flecha, a insultarla con reproches ofensivos y, finalmente, a hacerla
pasar hambre. Ella misma nunca se defiende; a lo sumo se oculta de-
bajo de sus mantas o coloca los brazos delante del rostro y la cabeza
para eludir los golpes. Tales incidentes familiares no pasan inadver-
tidos por el vecindario. Cuando la brutalidad o la pereza del hombre
parece amenazar la salud y la vida de la mujer, se la considera com-
pletamente libre y es alentada por sus parientes a abandonar al palur-
do en el momento adecuado. Todos defienden y ocultan a la fugitiva.
Si su marido más adelante quisiera volver a pretenderla, ella rara vez
regresa a la choza de éste; en la mayoría de los casos contrae un nue-
yo matrimonio. Gracias a un cálculo inteligente, la mujer maltratada
ha convenido, antes de su huida, con algún hombre que le sea afecto,
unirse de inmediato a él como esposa, para contar con su protección
(pág. 323). La huida de una mujer podía convertirse en motivo de una
verdadera guerra.
Al juzgar tales casos excepcionales, nunca debe perderse de vista
el hecho de que la tribu siempre toma partido a favor de la mujer mal-
tratada y que todo hombre brutal tiene más tarde serias dificultades
para encontrar otra mujer (pág. 323). Este pensamiento sirve de freno
poderoso a su temperamento inclinado a la violencia; el hombre cono-
ce los derechos cuyo menoscabo la mujer nunca debería tolerar, y sabe
también que, dadas las circunstancias, puede abandonarlo. Ella sólo
soporta los malos tratos durante cierto tiempo. Su resignación callada
sirve de advertencia para que el marido cambie su forma de compor-
tarse y para que reflexione sobre las consecuencias. También es posi-
ble que la mujer, en su sufrimiento, haya dejado escapar algunas pa-
labras relativas a una huida; el enfurecido individuo se sentía más irri-
tado por esto y maltrataba aún más a su mujer. Pero los parientes de
la mujer no toleraban mayores pruebas de brutalidad, sino que la po-
nían a buen recaudo.
Así pues los dramas conyugales poco edificantes no faltaban tam-
poco por completo en Tierra del Fuego; yo mismo presencié las gro-
serías y brutalidades de NiusrÁ contra su débil mujer (pág. 325). En to-
dos estos casos se trata de excepciones.
Pero también la mujer puede convertirse en un ser ca-
si insoportablemente terco y perezoso. Es en los niños donde mejor se
observa a qué tipo pertenece su madre. Una mujer activa, amante del
orden, a menudo se dedica a limpiar y arreglar a los chicuelos. Ella
misma siempre se presenta en forma limpia y agradable, parece reali-
zar todo el trabajo como si fuera un juego, prestar ayuda a otras per-
sonas le resulta un grato cambio de actividad, brinda a su marido la
colaboración deseada con una espontánea naturalidad. Para mí mismo
constituía un placer contemplar a semejante mujer; recuerdo aqhí la
manera de ser bienhechora y simpática de la laboriosa SEMITERENH.
¡Con cuánta frecuencia la envidia atormenta a un hombre que ha
tenido mucho menos suerte en la elección de su esposa que su vecino
o pariente! Sufre visiblemente por la apática pesadez, la falta de sen-
tido de orden y de limpieza, la dificultad en el trato y la malhumorada
irritabilidad e mu uando desp e años, toda la tolerancia
irritabilidad
n an ado en nad situación, el marido busca
ción ando u gunda espo deja de lado a la primera.
sx se separó de LELWACEN a causa de sus riñas interminables;
N, mujer de mediana edad, fue abandonada por su marido en
ra de su torpeza; YONI ya le había propinado repetidas veces pali-
zas a su joven esposa, porque ésta permanecía días enteros ociosa en
la choza y no movía un dedo para el trabajo; WARKION, muy conscien-
te de su hermoso rostro, atormentaba a su marido, pidiéndole objetos
de adorno cada vez que éste iba de compras a la tienda; ALEKOTEN, que
fue considerada durante largo tiempo la india más bella, se mostraba
con mayor frecuencia que la necesaria delante de la choza, con lo que
provocaba el recelo de su esposo. Ningún selk'nam cuenta con una
mujer tan ejemplar como para no poder formular quejas más o me-
nos serias. También le ha ocurrido a uno u otro que, sólo pocos me-
ses después del casamiento, su joven mujer se fugó, ya que su nueva
existencia como esposa le resultaba demasiado aburrida; las adverten-
cias de sus parientes la inducían a regresar al hogar.
Una declarada dominación femenina sobre el marido no parepela-
ber sido lograda por ninguna mujer fueguina, a pesar de que ndfaltár ."
banmujersdcátf,queabínpor smid
en forma bastante rigurosa. HALEMINK incluso nunca pudo afirmarse
satisfactoriamente frente a su mujer. Sin lugar a dudas, la participa-
ción frecuente de las ceremonias Klóketen influía de manera favora-
ble en hombres de carácter débil; aquí volvían a fortalecerse en su
sentimiento de superioridad y se les transmitía un coraje renovado pa-
ra su regreso a la choza familiar.
Sea cual fuere el modo como se produjeran las diversas irregula•
ridades de cada unión conyugal, hay que reconocer que la disposición
más íntima y natural del matrimonio selk'nam lograba fundar y man-
tener una comunidad de alma y corazón tan estimulante, y en no me-
nor grado, una unidad de trabajo tan ventajosa, que la vida económica
y la convivencia duradera de los cónyuges se hallaba ricamente col-
mada de felicidad y podía dar sentido a su vida. Como condición favo-
rable se sumaba la comunidad familiar de bienes. Jamás podrá expre-
sarse en palabras la riqueza de estímulos que emanaban del profundo
significado de la conservación del arco nupcial por parte de la mujer
(pág. 309), así como del hecho de que el hombre llevara consigo la
pulsera nupcial (pág. 307).
B. Padres e hijos
Sólo cuando uno ha llegado a familiarizarse con los selk'nam has-
ta alcanzar un grado de total comunicación, se comprende la riqueza
de valores espirituales que los padres reciben de sus hijos. Cada fami-
lia vive separada de las otras y la incesante vida errante sólo ofrece
una variación externa; si el trato quedara reducidó al intercambio de
ideas de los esposos, éste se agotaría en medio de la ininterrumpida
uniformidad de su vida. Entonces es el niño quien aporta movimiento
nuevo y fresco estímulo, variación cotidiana y distracción continua, el
que brinda valor en la lucha por la vida y alegría de trabajar a todos
los adultos a su alrededor. Sin el niño, la familia fueguina aislada se
consumiría espiritualmente.
a. El lactante y su cuidado
Quienes visitaron la Tierra del Fuego en época temprana no han
sabido darnos ni siquiera la información esencial sobre los primeros
años de vida del niño fueguino. Los pequeños son sumante ariscos y
reservados frente a extraños, por lo cual no cualquiera puede obtener
una visión más profunda del mundo infantil. Al redactar estas líneas
yo mismo descubro ciertas lagunas. Lo que estoy en condiciones de
brindar a partir de mi propia experiencia, lo debo a mi disposición,
que me permite conquistar fácilmente a los niños y observarlos en
forma discreta. Por este motivo yo había encontrado tan pronto una
acogida favorable entre los selk'nam, que suelen mostrarse poco accesi
bles, porque mi franca alegría en el trato con sus niños los conven-
ció de la sinceridad de mis sentimientos y superó todo prejuicio (pág.
72); para estos indios el niño es un tesoro apreciado de manera muy
especial.
54 GALLARDO: 136 añade al respecto: "A las personas sin hijos se las ve, mu-
chas veces, hacerse cargo de niños parientes y puede hasta citarse el caso de
un tío robando a un sobrino con el cual estaban estrechamente unidos por cariño
mutuo. Lo que sí no puede mencionarse es la donación de hijos".
Tierra del Fuego se encontraba en la edad de la menopausia. Ya hacía
mucho que no se había anunciado ningún embarazo, a pesar de que la
pareja lo deseaba ardientemente. En busca de consejo, TENENESK ape-
ló a mi ayuda. Me aseguró con suma claridad que él era aún capaz de
procrear pero se lamentaba del excesivo flujo sanguíneo de su mujer,
y me pidió medicamentos europeos; tanto para él como para su mu•
jer resultaba "insoportable" seguir viviendo más tiempo sin tener hijos.
El niño nunca significa una ,..L~a,•g or~a. -e1~,11101,
manutención no exige gran esfuerzo, pues una boquita hambrienta más
o menos no afecta a los cónyuges. En cambio, cada hijo los enriquece
en su felicidad de padres. En Tierra del Fuego faltan por completo los
medicamentos anticonceptivos y abortivos del reino animal o vegetal;
un indio nunca acudiría a ellos. Cuando encaucé nuestra conversación
con la suficiente claridad hacia la existencia de tales sustancias, la gen-
te se mostró sumamente incrédula; no podían comprender que otras
personas trataran de evitar una prole numerosa, que entre ellos era
apreciada al máximo. En el mismo sentido, jamás se habría intenta-
do un aborto por una intervención tendiente a ese fin 35 me pareció
;
3. El parto
ma se com • a con partic dulgencia frente a su mu-
bar da. Dando uestras de s ='lidad, le pregunta durante
<'-
4. La primeriza
Todo el grupo familiar presta particular atención a una mujer que
se halla embarazada por primera vez; el altruismo pasa ahora
a un primer plano. Me decían que "ahora se presenta la última opor-
tunidad para que las mujeres mayores digan a la joven cómo debe
comportarse. Cuando más adelante ella sea mayor, nadie le dará con-
sejos. La gente de antes aprovechaba siempre la aparición del primer
niño para repetirle a la joven madre mucho de aquello que ya se le
había dicho con motivo de la primera menstruación".
En primer lugar le corresponde a la madre, a la tía o a otra pa-
riente e inclusive —y esto llama la atención— a la suegra, aproximar-
se a la embarazada poco antes de su alumbramiento con las i n s -
t r u c c iones acostumbradas. Ya se le han dado a conocer reglas
generales de comportamiento mediante conversaciones ocasionales, pe-
61 Yo le leí a mis indios disparates relacionados con el tema provenientes de
otros informes. Así, según BARCLAY (a): 71 y DABBENE (a): 73 la mujer se ocultaría
en el bosque para dar a luz y escondería allí a su recién nacido durante algunos
días. Según COJAZZI: 26: GALLARDO: 228 y BARCLAY (a) 71, los hombres tampoco pa-
recían saber cuándo su esposa estaba embarazada. Los selk'nam respondían a todo
esto con grandes carcajadas.
ro ahora el acontecimiento inminente exige todavía una enseñanza ade-
cuada. Las mujeres que se encargan de esto conocen el estado de co-
sas. Pocos días antes del parto, la madre se acerca a su hija embara-
zada y ésta se somete a todas las indicaciones sin réplica alguna. Debe
realizar sus tareas en forma más activa, sin llegar a sobrecargarse.
Debe cumplir con más asiduidad todavía que antes perscripciones ta-
les como levantarse temprano, preparar la propia fogata al amanecer,
visitar muy temprano las chozas vecinas para que también allí el fue-
go arda satisfactoriamente, dar una mano a otros ante los ojos de to-
dos, como, por ejemplo arreglar la armazón de una choza, ayudar a
cuidar los niños pequeños, apartar la nieve a la entrada de la choza,
acarrear leña para las vecinas. Se mantiene ocupada de todas las ma-
neras posibles, no importa con quien se encuentre. Sin importunarla,
la propia madre se mantiene casi constantemente en la proximidad de la
embarazada; su muda presencia la impusla a una mayor actividad.
El comportamiento de su esposo resulta estimu-
lante a la embarazada, pues, en estos días, también él se halla compra
metido, y en no menor grado que ella, a llevar a cabo una mayor ac-
tividad. Nadie lo advierte sobre ello, sino sólo el ejemplo de su mujer
le sirve de suficiente exhortación. Por tal motivo, también él abando-
na el lecho a horas muy tempranas y ayuda a su mujer en las tareas
diarias. Se ocupa debidamente de sus propias obligaciones, aparte de
lo cual, también se muestra servicial con los vecinos. Seguramente se
esfuerza un poco, pero en cuanto a una actividad visible, no tiene que
realizar tanto como su esposa.
Las enseñanzas que se trasmiten a una mujer embarazada pare-
cen haber encontrado una forma de expresión invaria-
b le . Algunas frases se repiten y amplían ocasionalmente. La mujer
mayor suele decirle a la joven madre:
"En pocos días tendrás un hijo. No te preocupes, nosotros te ayu-
daremos. Debes cuidar bien a tu niño. Protégelo del viento y del fuego.
Si acuestas a tu hijo junto a ti, no lo aplastes durante el sueño; ten
cuidado cuando descansa a tu lado. Frótalo bien diariamente con Icópte;
debes mantenerlo siempre limpio. Presta atención cuando sienta ham-
bre 62 dale el pecho de inmediato. ¡Alégrate, eres madre y tienes un
;
62 El lactante no suele dar a conocer su hambre a gritos, sino por leves mo-
vimientos de los dedos y dando vuelta la cabeza con inquietud (pág. 357).
Cuida bien tu choza, que todo allí esté bien en orden. Cuando tu
marido regresa de la caza o del viaje, prepárale pronto un asado, pues
tiene hambre. También por la mañana le has de preparar a tiempo el
asado para él. A ti te corresponde coser para él y tus hijos el manto
de piel; mantén en buen estado sus ropas y sandalias. Sé tú misma
aseada y limpia; una mujer sucia es algo feo. Sé ordenada en tu ves-
timenta. Ayuda a otras personas, entonces todos te querrán. Demués-
trale mucho amor a tu marido, así te apreciará y le gustará permane-
cer a tu lado. Cuida bien a tus hijos. Alégrate de que ahora vas a ser
madre...".
Estas palabras se las debo a la inteligente KELAL; estaban presen-
tes otras dos mujeres que ratificaron todo lo dicho. En los pocos días
que preceden al alumbramiento estas exhortaciones le son repetidas a
la joven madre con naturalidad; ella las acepta en silencio, dispuesta
a complacer a las consejeras. Efectivamente se muestra muy activa, a
pesar de un más severo retiro.
65 Del mismo modo que la madre no toma un baño después del alumbra-
miento (pág. 344), tampoco sumerge en agua al recién nacido. Véase CAÑAS: 351
y BEAUVOIR (b): 207 en sus manifestaciones contradictorias sobre el tema.
ro se doblan por encima de su pecho; y se ponen tirantes. Sólo ex-
cepcionalmente se utiliza una larga correa de cuero, que sostiene uni-
do todo esto. La cara del niño siempre queda al descubierto: Con ello
resulta muy fácil llevarlo o acostarlo. El cuero es suficientemente tie-
so como para evitar que la cabeza caiga hacia atrás. La capa de relleno
de lana blanda o plumones sueltos es renovada a menudo. Cuando el
lactante orina se suele secarlo rápidamente tocándolo ligeramente con
un manojo de lana o de musgo. El encentamiento se evita permitiendo
que el lactante se mueva suficientemente. La madre lleva al niño en-
vuelto en su trozo de cuero, en uno o en ambos brazos, levemente do-
blados, exactamente como una mujer europe1 66.
Como se da mucha importancia al hecho de mantener aseado al
niño, se abre y afloja a menudo el envoltorio de cuero. También se
desea evitar, dentro de lo posible, todo lo que pueda estorbar sus miem-
bros. Cuanto más movedizo se muestra el pequeño, tanto más libertad
se le permite. No está permitido atarlo o acordonarlo fuertemente.
Aún hoy se practica una costumbre antiquísima: cada una de las
vecinas se llega con frecuencia junto al recién nacido y aparta el en-
voltorio de cuero o pieles, de modo que el lactante quede completa-
mente desnudo delante de ella. Sin forzar y sin apretar, ella levanta
y estira brazos y piernas, uno después del otro, en lo
posible hacia arriba y hacia abajo. Es cierto que, al principio, esto no
lo logra por completo; los miembros, que aún se hallan siempre leve-
mente doblados, tienden a volver poco a poco a la posición irregular;
pero la mujer no se desanima y repite suave y lentamente sus inten-
tos. Simultáneamente acaricia tiernamente y repetidas veces con la ma-
no todos los miembros, sin seguir, al hacerlo, un orden determinado,
pero comenzando siempre con la articulación superior y terminando
en las manos y los pies ". Al hacerlo, no se cansa de colocar los bra-
citos y las piernecillas en dirección longitudinal; tampoco fuerza al
lactante en ningún sentido. Al hacer todo esto la guía "el deseo de que
los miembros del niño crezcan en forma completamente regular y rá-
pida". A pesar de lo serio del propósito que las guía, esta actividad les
resulta placentera a las vecinas y, varias veces al día el lactante debe
dejar que lo "enderecen". Esto cesa cuando el niño puede patalear en
forma algo más enérgica.
La colocación de un k'óxen (Fig. 26) también es una costumbre
que debe ser severamente cumplida. Aproximadamente al décimo día
después del alumbramiento, la madre compone con 'sus propias manos
este adorno para la frente o visera para los ojos y se lo coloca a su
hijo. Esto probablemente se realiza con el propósito de proteger los
ojos del niño contra la luz del sol y las llamaradas de la fogata de la
Ver nota del revisor referida a la acepción del término "espiral" que da
GUSINDE.
apoya contra la armazón de la choza o contra un tronco de árbol; de
esta manera se da al niño una leve inclinación hacia atrás. Más rara-
mente se cuelga el bastidor con niño, en una rama elevada. En el bas-
tidor que acabamos de describir, el lactante permanece, como se ha
visto, siempre erguido. Cada vez que desean colocarlo en posición ho-
rizontal, lo vuelven a sacar de él. Sólo durante el día se ata al niño a
esta escalera 68, esto es, cuando otras tareas impiden a la madre tomar
al niño en sus brazos. Dondequiera que la madre se halle ocupada o
se coloque en cuclillas, mientras cose o trenza canastos o limpia un
trozo de piel, siempre puede colocar muy junto a ella el bastidor con
su niño adentro. A menudo se encuentran tales grupos en Tierra del
Fuego, espectáculo que, al principio, impresiona como algo extraño.
Durante las caminatas, en cambio, la madre no lleva nunca a su hijo
en el tá'al, que sería difícil de manipular.
Se eleva al niño a tal altura por encima del suelo, porque, en caso
de estar acostado mucho tiempo, la fría humedad dañaría su cuerpo
pequeño. Ni siquiera un trozo de cuero extendido da suficiente pro-
tección, aun prescindiendo del hecho de que todo niño se desliza con
rapidez, a causa de sus movimientos inquietos. En la posición vertical
del bastidor, tampoco los perros molestan al lactante. Además, se pue-
de observar fácilmente desde cierta distancia, porque su cabeza se en-
cuentra a cierta altura. Si la madre tiene que alejarse de la choza, y
en ella no queda nadie que pueda hacerse cargo del lactante, coloca
el tá'al con el niño a una distancia adecuada del fuego; ahora se sien-
te tranquila de que el pequeño recibe suficiente calor y de que, al mis-
mo tiempo, no puede rodar por descuido y caer sobre los carbones
ardientes 69 .
Ponen al lactante en el bastidor sólo durante los primeros meses
de vida. De noche, la madre le prepara su pequeño lecho a su lado;
ella misma le quiere brindar protección contra el frío, el viento, los
hermanos pequeños y los perros, que suelen acomodarse para el des-
canso nocturno junto a su amo o sobre sus pies. Salvo por necesidad,
una madre nunca dejaría a su hijo atado al tá'al durante la noche.
En sus andanzas y caminatas la madre, dentro de lo posible, lleva
consigo a su criatura. El niño va acostado o a horcajadas
sobre su espalda desnuda; si ya está algo más crecido, coloca sus
bracitos alrededor del cuello materno. La madre desnuda la parte supe-
rior de su cuerpo, toma con su mano derecha la mano izquierda del ni-
ño y, simultáneamente, con la mano izquierda la mano derecha del
9. Otorgamiento de nombres
75 Acosrmr: 283, BORGATELLO (C ): 71, BEAUVOIR (b): 163, Canean: 28, GALLARDO:
234, LAHILI.E (d): 344 y otros mencionan largas series de nombres propios de la
más variada procedencia.
pe" Hdyin etc. permiten reconocer el sentido de algunas sílabas ais-
ladas, pero no su combinación.
No importa cuál resulte la designación para cada individuo; él no
ve en ella nada ofensivo. Desde luego que los apodos que tienen un
contenido hiriente, como Kogyípen, no se podrían mencionar delante
de la persona en cuestión. Faltan por completo las abreviaciones, los
nombres cariñosos o las alteraciones que expresan ternura o cordiali-
dad. Nuestros indígenas no atribuyen al nombre propio ni una fuerza
secreta ni un significado mágico; en la mayoría de los casos' no signi-
fica nada más que una designación vacía de su portador. El nombre
de una persona fallecida no vuelve a mencionarse nunca, porque no se
desea recordar así la pérdida sufrida. De ninguna manera se da a al-
guien el nombre que ya lleva otra persona.
77 En forma coincidente con esto, escribe GALLARDO: 232: "La madre u otras
A los lactantes selk'nam no se les pone en mano ningún tipo de
juguete. Excepcionalmente las familias que residen en la costa fa-
brican una forma sencilla de matraca o cascabel, para lo cual agujerean
de tres a seis valvas chatas en la parte más elevada de su curvatura. Por
allí se hace pasar un hilo, en el cual se hacen después nudos tan grue-
sos que las valvas se encuentran a una distancia de unos pocos centí-
metros de cada nudo. Cada vez que se estira o afloja el hilo se escucha
un leve castañeteo " Es cierto que el niño a veces agarra palitos o pie-
dras, cuando está sentado en el suelo; pero muy raramente lleva estas
cosas a la boca. Le produce gran placer revolver la arena movediza,
hacer montoncitos de arena y volver a dispersarlos a los cuatro vien-
tos, muy pocas veces con exclamaciones de júbilo.
Si se observa al lactante fueguino a lo largo de un tiempo prolon-
gado, se advierte hasta qué punto sólo cuenta con sus propios recursos
para su diversión o entretenimiento. Ya en los comienzos de la existen-
cia se observan los fundamentos de la independencia de la persona y
el aislamiento en la forma de vida propia de nuestros selk'nam. Los
padres, sin duda, dispondrían del tiempo necesario para dedicarse a su
hijo más pequeño u ofrecerle juegos y canciones; en lugar de ello ob-
servan inactivos sus ocupaciones torpes e ingenuas. Llama la atención
que el niño no se siente abandonado cuando se sabe solo; así tampoco
manifiesta temor frente a perros o adultos extraños. Semejante com-
portamiento surge de una intrépida conciencia de sí mismo.
mujeres lo tienen (al niño) cargado o lo acuestan sobre pieles blandas puestas
en un hoyo del cual el nene no pueda rodar. Cuando ya es más grande el chico
anda gateando de un lado a otro, ensuciándose, golpeándose, y rodando a veces
hasta los fogones".
78 SEGERS: 71 es el único que menciona este juguete y nos brinda la siguiente
descripción: "Seis valvas de mejillones ensartadas de mayor a menor en un
pedazo de tendón de guanaco trenzado, colgado a distancia de tres centímetros
unas de otros ...".
79 No sólo en el duelo por la pérdida de su hijo, sino también cuando éste
se revuelca dolorido en el caso de una enfermedad prolongada, la madre se des-
garra el pecho y las piernas con fragmentos filosos de concha, mientras llora las-
timeramente y con desesperación. Esto lo confirma, entre otros, SEÑoarr: 19.
este juicio. Según MARGUIN: 511 ".. ils professent un gran attachement
pour leurs enfants." COJAZZI: 27 recalca que "le madri curano e nutro-
no il neonato con tutto l'affetto." BEAUVOIR (BS: XX, 39; 1896) se aven-
tura incluso a sostener que los indios "amano i loro figli sino alla fol-
lia". De manera parecida se expresa LUCAS BRIDGES (MM: XXXIII, 86;
1899), "they spoil their children". Incluso un POPPER (d): 138 describe
a los selk'nam como "afectuosos que tienen un acentuado cariño hacia
sus hijos, como los hijos hacia sus padres." Finalmente SEÑORET: 19
reconoce que "los hijos son motivo de grande afecto de parte de am-
bos (esposos)."
Si el niño es fuerte y hermoso, bien desarrollado y algo vivaz, la
madre lo muestra con orgullo a todo el mundo, y ella misma siente
la mayor satisfacción cuando ve que las vecinas lo admiran. El niño más
pequeño siempre aparece más limpio y mejor cuidado que
sus hermanos mayores o sus propios padres, pues la madre dedica un
tiempo considerable del día al aseo de su hijito, arreglándolo y lim-
piándolo. En los viajes invernales es envuelto con gran cuidado y pro-
tegido de la inclemencia del tiempo en la medida en que saben hacerlo
los padres fueguinos.
Los padres nunca dejarían a su hijo a cargo de otra persona por
un tiempo prolongado, para librarse de él por cualquier motivo; su
amor no les permite una separación duradera de él".
Si el padre ha estado alejado de su hijo durante varios días, su prime-
ra pregunta a su regreso se refiere al estado del niño; entonces, perma-
nece más tiempo a su lado. Pues nuestros indios "quieren entrañable-
mente... a sus niños" (BEAUvoIR [a]: 6).
Los padres siempre se hallan al servicio del niño y le conceden
todo deseo ma. Como el niño es objeto de la atención de todo s,
a pesar de quedar abandonado a sí mismo, todos los que lo rodean, sin
excepción alguna, padres, hermanos, parientes y vecinos se ocupan de
él en cuanto manifiesta algún malestar y de inmediato cada adulto se
interesa por él. Nadie se atrevería a dar golpes, por ejemplo, a un niño
pequeño. Cuando un lactante enfermo grita, todo el vecindario sufre por
ello. Nadie le hace por ello el más leve reproche al niño ni a sus pa-
dres. Todos dicen: "El niño grita porque sufre dolores. Todavía no en-
tiende que tiene que soportarlos en silencio. ¡Más adelante aprenderá
todo esto, entonces no gritará más!"
Así pues los adultos en general se hallan preocupados uni-
formemente por cada la c t a n t e; cada cual se cree en la obliga-
ción de defenderlo frente a algún malestar. Quienquiera le pueda pres-
tar ayuda o deparar alguna alegría, lo hace en beneficio del niño mismo,
aun cuando tuviera un trato tenso con sus padres. No cabe imaginar
8° Por esto se explica una de las dificultades mayores para los misioneros, en
sus esfuerzos de alojar en forma duradera a los niños indígenas en su escuela;
todas sus aseveraciones producían sobre los padres el mismo efecto que "un
parlare al sordi" (BEAuvoia, en BS: XX, 39; 1896).
8Oa Confirmando esto, escribe SEÑORET: 20: "Escojen los padres los mejores
trozos de carne u otro alimento para dárselo a sus niños i los tratan con ver-
dadero cariño".
01115*,
que alguien pasara junto a un niño que llora, sin tranquilizarlo de in-
mediato o llevárselo a su madre. Otras mujeres toman pasajeramente
en sus brazos al niño de la vecina para su mayor protección, si la ma-
dre se encuentra ocupada en otra tarea; y, como si se tratara de su
propia criatura lo abrazan y cuidan, pero sin darle el pecho. El llanto
de un niño, que comienza de manera inesperada, porque éste se ha
caído o golpeado, actúa como una señal de alarma para todo el campa-
mento; todos los adultos, jóvenes y viejos, salen de sus chozas y el que
se halla más cerca comienza a tranquilizar al niño. Esta atención in-
cansable se la dedica todo adulto, junto al padre y la madre, indistinta-
mente a cualquier niño fueguino, simplemente por aprecio.
Los selk'nam se muestran sorprendentemente parcos y reservados
en las manifestaciones exteriores de su afecto. Una costumbre que tiene
su equivalente en los besos nuestros y que igualmente se propone
expresar un sentimiento de cariño, consiste en que la madre, y en me-
nor grado el padre, coloque su boca sobre cualquier punto del rostro
o del cuerpo de su niño, lo presione fuertemente y comience una leve
succión, para volver a apartar la boca al cabo de pocos segundos con
un débil ruido. También las niñas expresan a veces su cariño por su
hermanito más pequeño de esta manera.
13. Infanticidio
" Para esto también puedo apoyarme en lo expresado verbalmente por GUI-
LLERMO BRIDGES y el misionero P. J. ZENONE, que conocían bien la conducta íntima
de los selk'nam.
tal como lo practica el europeo. Los niños ni siquiera parecen tener la
conciencia de una unión particularmente estrecha; nada permite reco-
nocer que se sientan más comprometidos entre sí que frente a otros
niños. Admito sin reservas cierto apego hacia las hermanas menores,
en el caso de las niñas. Tal es el estado de cosas, a pesar de que la fa-
milia está librada a sí misma la mayor parte del año.
Entre los hijos, por una parte, y las hijas, por la otra, se puede
reconocer cierta conexión exterior, apenas perceptible. Esto podría ser
un resultado de la separación por sexos; o probablemente también una
herencia [de la vida] tribal, en la cual cada miembro depende por com-
pleto de sí mismo. Ya en la más tierna juventud se expresan visible-
mente la tendencia a la independencia total y la capacidad
de arreglárselas solo. También en el círculo de la propia familia cada
niño se las arregla por su cuenta, y sabe distraerse por sí mismo; nin-
guno experimenta algo parecido al aburrimiento por estar solo. Ni si-
quiera el lactante tiene miedo, si durante horas nadie se encuentra
cerca de él (pág. 364). Como, entre los adultos, ninguno en realidad se
ocupa verdaderamente del otro, también lo mismo ocurre entre los
hermanos. No se trata de una indiferencia consciente, sino de autosu-
ficiencia, el resultado de la fuerte conciencia de sí mismo. Nunca se
advierte que los hermanos se ayuden de manera particular en el juego,
o que realicen conjuntamente una tarea que les ha sido encomendada
por los padres. Cuando un padre envía al mismo tiempo a sus dos hijos
a buscar leña, uno nunca se equivoca en la predicción de que cada uno
irá en dirección distinta.
Entre hermanos no hay peleas ni malentendidos. Los celos quedan
descartados, pues los niños quedan, en gran medida, abandonados a sí
mismos por los padres, y, además no se hace absolutamente ninguna
diferencia en su trato. Yo diría que, en la choza paterna, viven más
bien unos junto a los otros que con y para los otros. Es cierto que las
niñas mayores cuidan a sus hermanos más pequeños, pero pondrían el
mismo cuidado si se les confiara el niño de cualquier vecina.
Entre los adulto s, empero, el amor fraternal llega incluso
hasta el heroísmo. Aquí interviene la conciencia, ahora despierta, de la
unión dentro de la misma familia, y, además contribuye a ello el or-
gullo familiar de descender de • antepasados famosos.
85 No era menos popular en esta tribu que entre los halakwulup, y los niños
a menudo y con gran placer retozaban en ella.
86 Nos referimos a las circunstancias anteriores al contacto con los europeos.
Los estímulos provenientes de la escuela de la Misión han despertado en algunos
niños una notable habilidad para el dibujo. Véase BORGATELLO (c): 48.
grueso de unos tres dedos y de unos 10 cm de largo, que se bifurque
a partir de la mitad. Las dos ramificaciones serán las piernas, mien-
tras que el extremo superior, que se aplana, raspándolo suavemente,
representará la cara (Fig. 78). Falta toda pintura, dibujo o incisión. La
borla de la cola del guanaco es colocada en forma tan adecuada por
encima de la cara, que, al apartar los pelos hacia abajo, se forma una
raya en el medio, con lo cual se imita el peinado de las mujeres. Alre-
dedor del palito se coloca, como manto, un trozo de piel casi cuadrado.
Ahora, para obtener una muñeca mejor, sólo falta como agregado esen-
cial el bulto, tal como suelen llevarlo las mujeres en su habitual tras-
lado de un campamento a otro. Se enrolla el pedacito de cuero y se
sujetan por fuera varias varillas; ambas partes han sido untadas antes
con arcilla roja. Se ata este bulto a la muñeca a la altura de los hom-
bros y, en ocasiones, se le agrega todavía "la chiquitita", una muñe-
quita diminuta (Fig. 79).
De esta descripción se desprende que las niñas nunca dan a sus
muñecas la forma de un hombre o un niño, sino de una mujer adulta,
más exactamente de una madre en mar-
cha con su lactante. Cuando las niñas
juegan, acercan las muñecas unas a otras,
las colocan en las posiciones más diver-
sas o las sientan en pequeñas chozas.
Si varias niñas se encuentran juntas,
levantan unas pocas chozas imitando un
campamento. Dentro de las chozas
se hacen arder algunos palitos. En una
fogata moderada al aire libre asan peda-
citos de carne y los acercan a la boca
de las muñecas sentadas; luego ellas mis-
mas comen la carne. Pasan así largas ho-
ras jugando de esta manera. Más tarde,
cada niña guarda su muñequita en la cho-
za paterna. Tampoco aquí falta la com-
petencia vanidosa acerca de quién posee
neta, pues lo que GALLARDO: 226 escribe puede referirse sólo a un juego: "Recién
a los 12 años de edad los hijos varones se apartan de la choza común construyendo
una pequeña que se arma al lado de la de los padres ... ". Ni los padres ni los
niños soportarían vivir separados entre sí, aparte de que aquéllos se preocupan
mucho de éstos.
Debe entenderse: en uno de los extremos (N. del R.).
fuera de la fila con una leve sensación de mareo, con lo cual finaliza
este juego.
Si existe algún estímulo, algunas niñas se ocupan también en con-
feccionar sencillos cordoncitos de adorno con fibras de tendón y finí-
simos huesitos de pájaro. Pero semejante escaso surtido de
juguetes y juegos de movimiento demuestra que las niñas se pasan
el día cumpliendo ante todo tareas livianas en la choza, o haciendo
todo tipo de actividades según indicaciones de la madre. No obstante,
también ellas manifiestan una fresca alegría infantil, que en ocasiones
llega al exceso.
Fig. 80. Aro de pasto donde los muchachos practican el tiro de arco. 1/2 tam. nat.
En ocasiones el tiro de arco se convierte en una verdadera c o m-
p e t en c i a. Para ello se necesita un aro de aproximadamente 20 cm
de diámetro exterior y abertura central de 10 a 13 cm. Este aro se
confecciona utilizando pastos largos, y se rodea en espiral con una
88 Véase BEAUVOIR (b): 204, GALLARDO: 236, HOLMBERG (a): 57. El Museo Sa-
lesiano de Punta Arenas posee hermosos modelos de estos juguetes.
correa estrecha o hilo trenzado de pasto ". (Fig. 80.) Para el juego se
elige un terreno en leve declive, preferentemente la costa llana, lisa.
Mientras los pequeños flecheros esperan de pie en fila uno al lado del
otro, otro a su vez ocupa su puesto a una buena distancia, a la derecha
o a la izquierda de ellos. Con un golpe potente arroja el aro de pasto.
Mientras éste rueda a unos 8 m de distancia aproximadamente delante
de la fila de flecheros, éstos intentan disparar su flecha en el instante
indicado de modo que pase a través del agujero del aro que sigue ro-
dando. El vencedor es aclamado con gritos de júbilo. Por lo general
hay adultos presentes.
En forma no menos inseparable cada muchacho se halla unido a
su honda. Ésta, a pesar de su tamaño más pequeño, se asemeja
exactamente a la de un hombre, y también es manejada de la misma
manera. Entre los puntos de mira preferidos se cuentan pájaros pe-
queños, hongos que crecen en troncos de árboles y algún charquito.
Del mismo modo que entre nosotros, los pilluelos llevan a cabo con su
honda más de una travesura, dentro de lo posible sin ser observados.
Así dejan que una piedra rebote de repente junto a los pies de una
niña; disparan sobre un perro con el propósito de confundirlo; tam-
bién se hace volar una piedra pesada contra una choza para avisar a
un amigo. Si se exceden en sus travesuras, pues niños pequeños son
puestos en peligro por tiros imprudentes de piedra, unas pocas pala-
bras de reprensión de un adulto ahuyentan a los pilluelos del lugar.
Los varones nunca se deciden a jugar solos a la pelota; pero, junto
con las niñas, se incorporan al círculo de los adultos cuando éstos los
invitan a hacerlo. Carreras y luchas no reglamentadas, según acos-
tumbran hacerlo los muchachos, se llevan a cabo principalmente cuan-
do, en un gran campamento, el ejemplo de los adultos los incita. En la
vida cotidiana la lucha se convierte en una pelea propiamente dicha
por mera petulancia. Cuando se trata de arrojar con buena
punt e ría resulta llamativo que no se ejercitan con piedras, sino
con el tan ( = tlyan), que por su menor peso exige mayor desplie-
gue de fuerzas, lo que puede resultar decisivo. Se extrae este hueso
cuadrado de la articulación del pie del guanaco, se seca y se raspa pro-
lijamente. Además a los niños les gusta hacerlo rodar entre las palmas
de las manos; también lo arrojan hacia arriba con la palma de la mano,
para luego agarrarlo con la otra y volver a arrojarlo hacia arriba.
Los juegos de los niños imitan fundamentalmente la actividad de
los adultos, respetando la división de trabajo que rige para ambos
sexos. Jugando, los niños se introducen a sí mismos en el círculo de
tareas que los espera, para lo cual reciben sólo poco estímulo por parte
de los mayores.
P. Los educadores
Los educadores de la juventud consideran su obra educativa en la
descendencia todavía inmadura como un debe r. Puesto que, si se
diera el caso, cualquier adulto tiene que ayudar en esto, tal obligación
se extiende a todos los miembros adultos de la tribu. Para esa tarea
son llamados en primer término los propios padres, y, en no menor
grado los parientes más próximos. Los siguen, en forma gradual, los
amigos y vecinos, y, finalmente, aquellos que casualmente son testigos
de una falta o negligencia de un niño °".
¿Cómo f undam e n t a n los indios este compromiso? "Así lo
han practicado siempre los antepasados. Nuestros niños han de ser for-
mados de la manera como lo eran nuestros antepasados. Así como
guiamos hoy a nuestros hijos, así lo han hecho nuestros antepasados;
¡así está bien!" A menudo me expresaron esta idea con frases del mis-
mo tenor. Una vez más se trata de la tradición de la tribu, del hábito
ininterrumpido que ata a todos y a cada uno a manera de ley. Esta
obligación general está arraigada, empero, más profundamente en la
conciencia religiosa, a pesar de que raras veces se la reviste con una
fórmula. En otro momento me dijo TENENESK: "Todo selk'nam debe
actuar en forma intachable. Así lo exige TriáiRkei. Por eso les deci-
mos a nuestros niños: "¡Cada uno tiene que llegar a ser una buena
persona!" En forma aislada se hace referencia al Ser supremo para ro-
bustecer ciertas advertencias, a pesar de que, por veneración, sólo muy
raramente se menciona el nombre de éste.
¿Cómo se ejercita pues, esta actividad educadora? Mediante e n s e-
ñ a n z as y aleccionamientos, en los que muy raramente se intercalan
verdaderos castigos y amenazas. Aquí dejo de lado el ejemplo admi-
rablemente eficaz de los adultos, a pesar de lo valioso que resulta su
influencia.
Pues también es propio del oficio de padres este deber de
guiar y conducir a los hijos en su educación. Es cierto que el niño se
mantiene más próximo al padre, y la niña exclusivamente a la madre;
pero cada uno de los padres se dedica a todos los hijos. Los padres
intercambian entre ellos sus experiencias con los hijos y discuten un
proceder común adecuado. La madre en ciertas ocasiones aconseja a
S. Medidas educativas
No me refiero aquí a los golpes, que se propinan en muy pocas
ocasiones (pág. 370), ni tampoco a la alabanza que se utiliza en forma
exageradamente parca. Antes bien; tengo en vista la motivación y la
incitación, que, como estímulo constante, se agregan a las advertencias.
Por lo general se apunta al amor propi o. Se dice: "Llegarás
a ser un buen selk'nam. La gente te estimará y hablará de ti. Si otros
te aprecian, eso también nos da alegría. Nuestra familia tiene antepa-
sados famosos, ¡sé tan excelente como ellos! ..."
91
¡ Esto le salía muy del alma! Pues TENENESK era un eterno criticón, de
naturaleza pendenciera, vengativa, un hechicero temido.
92 NANÁ mismo era un degenerado, evitado por todos como un sujeto pe-
ligroso.
Como amenaza más eficaz rige lo que también más tarde se
les repite a las niñas con motivo de la primera menstruación, y, a los
varones, en la choza Klóketen. "Quien no llega a ser buena persona, no
vivirá mucho tiempo. Un holgazán se enferma pronto; un Ion le envia-
rá una enfermedad que lo hará morir. Los selk'nam no toleran a ningún
niño holgazán; les quitan la vida a tales niños. No incurras en faltas,
que de lo contrario te eliminarán..." " La gente toma muy en serio
estas amenazas y sólo aguardan los años subsiguientes del niño, en los
que se intenta una instrucción más rigurosa. Es decir que todavía que-
dan esperanzas de enmienda. Se acosa a más de un pilluelo, los hom-
bres se ponen de acuerdo en tratarlo rigurosamente para hacerle en-
trar en razón. Y se lo hacen saber al joven: "Allí en la choza Klóketen
no hay posibilidad de escape; allí no vale ninguna excusa... ¡Espera,
ya te harán sudar!" Pero semejantes amenazas sólo se escuchan ra-
ramente.
Con palabras explícitas me confirmaron con frecuencia que, en
las advertencias habituales, no falta una r e f e r enc i a ocasional a
Trnálkei. Es con ese motivo que los niños adquieren una primera
instrucción sucinta acerca del Ser Supremo. Al mismo tiempo, la per-
sona a cuyo cargo está la instrucción-hace referencia a las leyes y cos-
tumbres vigentes. Al niño se le dice: "'Aquél —allá— arriba' exige que
cada uno sea un buen ser humano. No quiere que uno se pelee con
otros; él ve cuando alguien molesta a las niñas y a las mujeres. 'Aquél
—allá— arriba' ve cuando uno no se comporta como lo han hecho los
antepasados." Estas pocas frases las he escuchado textualmente como
consejos dados a un muchacho algo mayor. También cualquier perso-
na mayor familiariza a los niños con el Ser Supremo cuando los ins-
truye en forma particular. De lo contrario ¿cómo tendrían éstos cono-
cimiento del mismo?
De las palabras de la anciana CATALINA, que residía en el norte, in-
fiero que las niñas no quedan rezagadas, y, al mismo tiempo [esas pa-
labras] son prueba de la coincidencia de los grupos meridionales y
septentrionales en sus concepciones religiosas. "Les decimos a las mu-
chachas todo exactamente como acostumbraba hacerlo la gente de
antaño. Todos deben actuar exactamente como lo han hecho los antepa-
sados. Ninguna niña o mujer debe mantener relaciones con otro hom-
bre, ni pelearse con otras mujeres; esto no lo quiere 'Aquél —allá—
arriba'. Los ancianos siempre decían: '¡Aquél —allá-- arriba' castiga
al que actúa de manera diferente de la de nuestros antepasados! Los
padres jóvenes de hoy ya no dicen todas estas cosas a sus hijos, y esos
hijos no saben cómo eran antes nuestras costumbres y ¡por ello 'Aquél
—allá— arriba' deja morir a todos los selk'nam! Escuchar estas con-
clusiones de boca de una india, de edad avanzada y poco inteligente,
no dejó de asombrarme.
Por lo que puede comprobarse, también se intercalan sugerencias
sobre las relaciones entre ambos sexo s. En primer plano apa-
rece la obligación de mantenerse alejado del otro sexo. Estas adver-
93 Más adelante referiré la forma de proceder con un muchacho en quien
no se observó mejoramiento después de cumplir su prueba Klóketen.
tencias se dicen muy en serio. Pero tampoco faltan las exhortaciones
sobre la fidelidad conyugal y el trato afable hacia el otro cónyuge. Esto
podría causar extrañeza, pues nunca se suministra a los niños una así
llamada "iniciación sexual", y- tampoco se les hacen indicaciones sobre
la vida sexual de los esposos. Lo que es necesario saber sobre el tema,
se lo puede enseñar a cada niño su propia naturaleza en desarrollo.
Los jóvenes fueguinos son despiertos y están dotados de un penetrante
poder de observación; por ello no les puede tampoco quedar oculto
que hay dos sexos entre los seres humanos, hecho que no puede esca-
par a su atención en los animales, en los cuales lo observan direc-
tamente.
La forma acertada, bien reflexionada que pueden tener también
las indicaciones sobre este tema, se infiere de una confesión de HOTEX,
que pertenecía al grupo del norte. HOTEX había enviudado hacía más
de un año y buscaba una posibilidad de contraer nuevo matrimonio.
"Mi padre me decía incesantemente: tienes que vivir de la misma ma-
nera como lo han hecho nuestros antepasados ¡sigue el buen ejemplo
de los tiempos pasados! Después me inculcaba la costumbre de nues-
tros selk'nam. Criticaba lo que yo no hacía bien. A menudo hacía ob-
jeciones a mi conducta, corregía cada falta con buenas palabras. Tam-
bién me aconsejó que si seguía soltero y encontraba una viuda que
hubiera perdido al marido bastante tiempo atrás, no la tomara por
mujer, porque una viuda que ha quedado un tiempo sola siempre es
terca y pretenciosa, y le gusta pelearse con los hombres. He seguido
este consejo de mi padre y he visto que, en efecto, su juicio se con-
firmaba."
Los pocos ejemplos aquí mencionados permiten reconocer que las
instrucciones y enseñanzas que se dan a la juventud son muy apropia-
das para encaminarla, y brindarle una orientación a lo largo de su vida.
El éxito general
Frente á un examen riguroso, las medidas y fundamentos educati-
vos de /nuestros indios nos permiten reconocer una solidez e x-
t r a o.r d i n a r i a. Delatan una fina sensibilidad y una modalidad dis-
tinguida, como sólo las ha podido conformar una observación secular.
Como portadores más importantes, casi exclusivos, de la educación
aparecen los propios padres y la familia. La tradición, usos y costum-
bres de los antepasados, aplicados sin distinción a cada niño, compo-
nen la pauta invariable, de acuerdo con el sexo y la disposición personal.
Todo observador tiene que apreciar la excelente i m p r e-
s i ó n que produce la juventud selk'nam. Los pequeños fueguinos son
seres cariñosos, buenos, llenos de confianza, pero al mismo tiempo jui-
ciosos, de ánimo risueño y alegres en el juego, que se acercan curiosos
al extraño y luego vuelven a huir repentinamente como tímidos vena-
dos. Se sienten apegados a sus padres, con un amor tierno, a pesar de
que raras veces lo dejan reconocer a través de caricias; el amor fra-
terno, en cambio, apenas se ve desarrollado en la edad juvenil. Su res-
peto por los adultos, en particular por los ancianos, es ilimitado. A to-
dos les obedecen estrictamente. Entre ellos se tratan con afabilidad
inquebrantable. Nunca he visto hostilidades duraderas.
En no menor grado se muestran serviciales frente al europeo,
cuando éste se hace digno de semejante confianza. ¡De qué manera yo
mismo me he sentido a gusto rodeado por ellos y cómo he retozado
con ellos, de esa manera auténticamente juvenil, que nunca se pierde!
Es muy fácil hacerse amigo de ellos, si uno se les presenta con espon-
taneidad y franqueza. Nunca olvidaré el apego infantilmente ingenuo,
que me demostró a lo largo de tanto tiempo, con inalterable fidelidad,
la pequeña CANYUTA.
El comportamiento modesto de los niños con motivo de las visitas
a chozas vecinas ni siquiera puede permanecer inadvertido al crítico
superficial. Permanecen en su lugar silenciosos e inmóviles, y nunca
se atreverían a hacer notar su aburrimiento, aun cuando no entiendan
nada de la conversación de los mayores. Los niños que, por alguna ra-
zón, han sido dejados por sus padres en una choza ajena también se
muestran juiciosos y obedientes. Como TENENESK se encontraba tem
porariamente solo con su KAUXIA, el pequeño SEMOT se trasladaba a su
choza. Durante semanas enteras lo vi bien dispuesto y laborioso, solí-
cito y obediente; los dos ancianos no dejaban de enseñarle e instruirle.
Ello lo exhortaba cada mañana a lavarse y a ordenar su lecho; él, por
su parte, llamaba al muchacho con frecuencia a su lado y antes de ir
a dormir solía corregirle todavía alguna cosa o hablarle en forma alec-
cionadora. De manera llamativamente juiciosa se comportan en el jue-
go tanto las niñas como los niños; no se conocen entre ellos peleas
excitadas ni engaños desleales. Contemplar a los pequeños mientras
jugaban era mi pasatiempo más agradable. Yo juzgo la modalidad de
los niños indios sobre todo de acuerdo con su comportamiento en
el juego.
Pero quien creyera que los niños fueguinos son unos angelitos, se
equivoca. El selk'nam, que tiende a la comodidad, no dedicaría nunca
tanto tiempo y esfuerzo, discursos y vigilancia a la obra de educación
de su prole, si todo eso no fuera urgentemente necesario y no fuera
encarado como un deber. También en las lejanías del aislamiento fue-
guino existen la impertinencia, el capricho, la pereza y las debilidades
del carácter, o sea, la larga serie de malas costumbres infantiles bien
conocidas. ¡Los pilluelos indígenas no dejan de ser niños auténticos!
Tanto más meritoria aparece esta educación orientada fundamental-
mente a la formación de la voluntad y del carácter, que logra confor-
mar seres humanos tan maravillosos a partir de auténticos hijos de la
naturaleza, en un pueblo sumamente sencillo.
y. Origen de la menstruación
La explicación de esta aparición mensual es exclusivamente mito-
lógica. Por ello a nadie le da mucho que pensar. Tanto las mujeres co-
mo los hombres, dicen en general: "¡Esto lo ha ocasionado Kwányip!"
Por cierto me he esforzado por obtener detalles más precisos, pe-
ro no pude lograr nada. Varios ancianos me aseguraron, después de
un cambio de opiniones, que: "La gente de antes relataba con precisión
cómo Kwányip ocasionó esto a las mujeres; él tiene la culpa de ello.
Por eso las mujeres no lo quieren. Pero no sabemos nada más exacto,
eso lo hemos olvidado." No me cabe duda de que los indios actuales
ya no podían dar más una información precisa sobre el punto, pues
no tengo el menor motivo para suponer que quisieran ocultarme algo.
Así creo posible, para este fenómeno, un origen mítico, parecido
al que relatan los yámana, quienes hacen responsable del menstruo a
su héroe, Yoálox el Menor.
a. El parentesco
3. Vocabulario de parentesco
% GALLARDO: 136 sólo dice al respecto: "El afecto entre los parientes se ex-
terioriza por la ayuda que se prestan, notándose sobre todo el amor que tienen
a los chicos y que manifiestan en varias formas, desde la caricia más sencilla
hasta la prueba más grande de cariño".
97 Esta expresión se usa muy poco.
Aparte de éstas no he llegado a conocer otras denominaciones para fa-
miliares y tampoco deben existir ".
b. La comunidad tribal
Todos los selk'nam sin distinción se consideran, igual que los haus,
como un solo pueblo, en contraposición a sus vecinos y a los blancos.
Esta unidad se deriva de su derecho de propiedad sobre la Isla Gran-
de, que para todos es la patria. "¡Kenós nos ha dado a nosotros esta
tierra, es nuestra!" En esta vieja tradición fundamentan su derecho.
Toda la región se dividía en muchas subregiones dentro de cuyos lími-
tes la gran familia o el linaje formaba una unidad independiente.
tas y completas de toda la región. Ver mapa adjunto "La patria de los selk'nam".
de la subregión. Nadie podía impedir o entorpecer el uso que quisiera
hacer de sus derechos, aunque la finalidad fuera el trueque. No se te-
mía la devastación, el despilfarro ni la destrucción porque, en tales
casos, el grupo inmediatamente intervendría. Un forastero, en princi-
pio, tampoco podía penetrar en territorio ajeno sin permiso de los pro-
pietarios. Si existían relaciones amistosas, en muy pocos casos conti-
nuaba el mutuo acuerdo tácito. Si los visitantes venían por falta de
alimento o de animales de caza, no se les permitía cazar solos, sino que
se les proporcionaban presas cazadas por los propietarios en suficien-
te cantidad. Las violaciones de límites eran causa de luchas abiertas o
de furtivos asaltos de venganza.
Como el lazo de sangre mantenía unido a todo el linaje, los m a-
tr imonio s entre miembros del mismo estaban prohibi-
dos de antemano, aunque en un gran grupo familiar no fuese posible
demostrar el parentesco entre dos jóvenes. El hecho seguro de haber
nacido en la misma subregión geográfica era por sí mismo suficiente
para imposibilitar la unión matrimonial (pág. 299). Como parientes,
dependían unos de otros, y siempre se apoyaban entre sí, ya fuera que
tuvieran el derecho en su favor o en contra.
Cada cual velaba ante todo por el honor de su linaje y no
toleraba un comentario despectivo sobre el mismo. Los mayores tenían
en cuenta la expansión de su círculo, tratando de retener una mujer
que hubiera enviudado recientemente o aconsejando a los jóvenes que
tomaran por mujer a la hija de un hombre influyente de otro linaje.
En las competencias, los miembros de un grupo se apoyaban mutua-
mente o luchaban unidos contra otros bandos. Si había que temer
ataques enemigos, todos se mantenían vigilantes, y demostraban unani-
midad absoluta en la defensa de su honor o de los límites de su tierra.
El orgullo y el amor propio los capacitaban para hacer el mayor sa-
crificio cuando estaba en juego el honor de su grupo familiar ".
Puesto que se sienten ligados al antepasado a quien fueron cedidas
estas tierras como patrimonio familiar, pertenecen a este determinado
grupo. Por supuesto, era decisiva la sucesión p ate r n a. Pero
aquellos antepasados no siempre disfrutaban de una fama ejemplar;
algunos también estaban emparentados entre sí. Consecuentemente
ciertos grupos vecinos se unían en una gran comunidad, cruzaban a
menudo los límites existentes y tácitamente acordaban deberes y dere-
chos mutuos. Sólo cuando esta unión mayor se deshacía por enemis-
tad o envidia, cada linaje reimponía los antiguos límites territoriales
y reimplantaban las viejas costumbres con su rigor original.
De todos modos, aquellas grandes uniones ayudaron a formar la
separación entre los haus, la gente del norte y la del sur,
en el sentido en que cada una de ellas nombraba como suyos a algunos
antepasados especialmente poderosos. No importa cuáles fueron las
causas originarias de aquella división. Lo cierto es que la brecha entre
el grupo del norte, el del sur y los haus era nítida y bien marcada; fue
lo° Las hipotéticas causas que según GALLARDO: 208 dieron origen a la for-
mación de los clanes, no tienen nada que ver con el verdadero desarrollo de los
mismos.
duradera y aparentemente insuperable, de modo que pudo fomentar
un considerable desarrollo individual [de cada una de estas parciali-
dades] (pág. 120).
En resumen, aparece como unidad social claramente definida sólo
la familia individual, que consta de padres e hijos. En un complejo
más extenso están los parientes unidos por lazos de sangre dentro de
los límites de su propiedad territorial, quienes forman un conjunto, no
sólo por su misma ascendencia, sino por su limitación geográfica. Va-
rios grupos familiares de la misma zona extensa, los llamados linajes,
conforman las unidades libres de la gente del norte, del sur y de los
haus. Estos tres grandes grupos no permanecen unidos por la supre-
macía de un jefe común o de una autoridad administrativa, sino tanto
por la identidad de origen —como lo cuentan los viejos mitos— del
desarrollo físico y de las peculiaridades lingüísticas, que los contrapo-
nen a sus vecinos cercanos, como por el confinamiento insuperable
dentro de la Isla Grande.
102 BARCLAY (a): 71 se inclina por esta idea. GALLARDO: 209 incluso afirma que
"el médico es el único que tiene una influencia poderosa en la tribu ... por su
ciencia".
un maestro benevolente, un sincero amigo del orden y de las buenas
costumbres, a quien todos escuchan con buena voluntad. TONELLI: 95
dice de él "il capo ha un' autoritá morale e gli Indi s'assoggettano a
lui per spontanea voluntá". Con consideración y con la mejor intención
emite su opinión, sin limitar la libertad de nadie. Aspira a la mejor
concordancia entre todos los miembros de la tribu, manteniéndolos
fieles a las buenas viejas costumbres.
Bajo la influencia y conducción de su digno anciano, todos velan
por mantener el orden y la continuidad inalterada de las ancestrales
costumbres tribales. Ello garantiza la seguridad pública, así como la
formación de la nueva generación, según el mismo espíritu y la imagen
de los padres. Esta actuación determinante de todos al servicio del
pueblo en general para bien de cada uno, aunque todavía no organi-
zada, es parte de las expresas obligaciones del Estado. Aunque rudi-
mentariamente, el poder supremo del Estado actúa evidentemente en
la forma social de nuestros selk'nam.
D. El sistema de la propiedad
El orden social y económico de nuestros indios determinó igual-
mente las formas especiales de la propiedad y los derechos que a ella
se refieren. El primero descansa sobre el núcleo familiar y el segundo
sobre el nivel de un pueblo de cazadores inferiores. La claridad de las
ideas y conceptos vigentes no deja nada que desear; cada cual los co-
noce perfectamente. Por tal razón, en caso de violaciones de los dere-
chos nadie aduce desconocimiento.
1. La propiedad eáltmitaria
El método de caza de nuestros indios exige que el cazadero asig-
nado a cada individuo no sea demasiado reducido, pues si no pronto
se acabarían los medios de subsistencia, porque sería imposible seguir
a los animales que emigran. La constante preocupación por el alimento
diario obliga al hombre, y con él a toda su familia, a un constante no-
madismo. El pueblo selk'nam considera a toda la Isla Grande como su
exclusiva propiedad, pero ella se subdivide en las diversas propiedades
correspondientes a los linajes.
a. El concepto de propiedad
104 Estoy lejos de juzgar la adquisición de estas tierras; sólo repito las pa-
labras del indio para demostrar con un ejemplo los conceptos jurídicos de su tribu.
1°5 Sobre estas propiedades de familia, otros viajeros han hecho comentarios
incompletos. Como puedo describir la verdadera situación con exactitud, está de
más informar sobre todas las opiniones anteriores y rectificarlas luego por se-
parado. Por lo tanto, me limito solamente a mencionar sus fuentes. AGOSTINI : 272;
BARCLAY (a): 70; F. A. Coox (d): 90; DABBENE (a): 71; DEL TURCO (SN: X, 144; 1904);
FAGNANO (BS; 1893); FURLONG (r): 184; HOLMBERG (a): 56; y otros.
Cada territorio era realmente la propiedad de cada linaje. Conse-
cuentemente cada hombre tenía el derecho de cazar en
él, de colocar trampas, de utilizar el material necesario para sus arcos y
flechas, de juntar lascas, etc., para sus herramientas, aunque éstas
fueran destinadas para el trueque. Con otras palabras: cada individuo
tenía no sólo libre acceso a todos los productos de la naturaleza den-
tro de su patrimonio familiar, sino que podía aprovecharlos a su anto-
jo; al mismo tiempo tenía el derecho de vigilancia sobre la tierra y po-
día dar paso o vedarlo a otros según lo hubieran decidido junto con
sus parientes inmediatos. Por lo tanto el paso no autorizado de límites
ajenos era delito por el que los integrantes del linaje podían tomar re-
presalias.
Como algunas propiedades familiares eran pequeñas, con frecuen-
cia sucedían serios inconvenientes. Por cambios atmosféricos o por la
situación geográfica podían faltar o menguar siempre o periódicamen-
te los alimentos o la materia prima necesaria. Por ello todos los linajes
eran más o menos interdependientes, lo que obligaba a
constantes viajes a otros territorios. Todos tenían obligación de pedir
permiso para trasponer la frontera vecina. Sólo en muy raras ocasio-
nes estos pedidos eran negados. Grupos hostiles de todas maneras
evitaban el contacto y los solicitantes, por lo general, traían objetos
de canje que, según era sabido, escaseaban en la zona. Cuando la falta de
alimentos en su territorio los impulsaba a visitar a sus vecinos, el com-
promiso general de ayuda obligaba a aquéllos a no cerrar las fronteras
a los que pedían el paso. Todos sabían que la misma situación podía
afectarlos a ellos también en cualquier momento, y que cada uno de-
pendía de su vecino. Incluso cuando se trataba solamente de juntar
material de piedra para fabricar puntas de flecha, o de obtener tierras
colorantes, restos de alquitrán o aros de barril arrojados a tierra por
el mar, siempre se respetaban los límites, y se pedía el correspondien-
te permiso de tránsito.
La gente del grupo norte así como los del sur, conocían perfecta-
mente en su región a todos los propietarios y la extensión de cada te-
rritorio, pero muy poco o casi nada sabían de las tierras del otro gru-
po. Lo cual no habla en favor de un tráfico frecuente entre ambas
tribus. En muy raras ocasiones alguien trató de introducirse por su
propia iniciativa en propiedades de otros; la honradez general impedía
tales transgresiones que cada uno consideraba una injusticia.
Penetrar indebidamente en territorio ajeno atraía, por lo general,
la enemistad del linaje agraviado y daba lugar a un ataque de
éste contra los intrusos. Nadie quería exponerse a ello, así que esta
forma de ofensa era muy rara. FAGNANO (en BS; 1893) había compren-
dido claramente este concepto de propiedad: "Los salvajes tienen ideas
extrañas sobre la propiedad; cazan pájaros, guanacos y zorros en sus
campos, donde no puede entrar persona alguna de otra tribu, y el lle-
gar a ellos de improviso es como una declaración de guerra." BARCLAY
(a): 70 afirma algo parecido.
Casi graciosa parece la costumbre siguiente: Cuando una tribu
quiere visitar otro territorio. envía primero a un mensajero. Para este
servicio se elige a un joven torpe e inútil, un típico túsaken. Ellos ar-
gumentan que nadie mataría a un muchacho tan tonto, en caso de que
se encuentre con un enemigo o que el grupo vecino recele de él. Por su
comportamiento estúpido los otros no sospecharían que pudiera ser
un espía. Si, en cambio, realmente llegaran a matarlo, su pérdida no
sería dolorosa para el grupo que lo envió ". Ocasionalmente un joven-
cito imberbe debía encargarse de este trabajo, ya que su reducida
edad le proporcionaba protección segura en cualquier lado. El enviado
explicaba el deseo de su tribu a un hombre ya mayor del otro grupo,
que entonces deliberaba y le comunicaba luego la decisión que había
tomado; o también uno de los hombres acompañaba al mensajero de
regreso al campamento de su gente en donde podía informarse direc-
tamente sobre la situación.
Si después de estas negociaciones los visitantes arribaban a la pro-
piedad del otro linaje, no podían salir solos a cazar, sino únicamente
con permiso expreso y acompañados por los dueños. Éstos trataban a
los forasteros como huéspedes, les proporcionaban el alimento duran-
te su estadía, entregándoles a la despedida algunas provisiones y otras
cosas para su regreso. Por su parte, esperaban de los huéspedes otros
objetos como equivalente. Éstos les entregaban arcos y flechas, abri-
gos y pieles o allí mismo labraban a pedido puntas de flecha, curtían
pieles crudas de león marino, hacían utensilios de hueso y otras cosas
más. Así se guardaba el derecho de propiedad en las tierras a las que
llegaban huéspedes.
Los indios sólo me supieron dar conjeturas para explicar estas
costumbres: había que evitar una matanza innecesaria de animales.
Los perros ajenos, que no se vigilan, fácilmente matan una buena can-
tidad de guanacos y, como en el momento en que eso ocurre no se
puede aprovechar la carne en territorio ajeno, se perderían buenas
cantidades de ella. Tampoco querían los dueños de la tierra que la es-
tricta prohibición se relajara. Habría fácil motivo para ello si otros
consiguieran un permiso permanente para cazar solos. La siguiente cos-
tumbre puede dar indicio de esto: si los visitantes, ocasionalmente, ca-
zaban junto con los dueños, los animales que aquéllos cazaban de nin-
gún modo eran de su propiedad, sino que un individuo de cierta edad
entre los propietarios del territorio les asigna una buena cantidad de
carne como para estar, junto con sus acompañantes, ampliamente pro-
vistos. Las gentes de los otros grupos territoriales, pues, eran tratados
como huéspedes y la alimentación que recibían los comprometía a un
io recíproco. ~eh-
"IVor sucesión por línea paterna, el derecho a la propiedad se trans-
mite a los niños de ambos sexos nacidos en este territorio familiar.
Los miembros de la familia de sexo femenino se trasladan después de
su matrimonio a otros lugares, de acuerdo a la exoemia reinante (pá-
gina 298). Si una de ellas enviuda le está permitido su regreso a la
propiedad paterna, en donde puede buscar su sustento como miembro
" GALuumo: 352 explica de modo inexacto que este servicio de mensajero
era un deber despreciable.
de la familia. También es libre de permanecer en la tierra natal de su
marido, que es lo que desean sus parientes políticos (pág. 326).
Por las razones más diversas sucedía que en una región descendía
sensiblemente la población, mientras que en otra crecía. Si era aconse-
jable o necesario, algunas pocas familias se acoplaban a otro linaje y
vivían con permiso de los dueños en tierra extraña durante cierto
tiempo.
Un aprovechamiento así circunscripto de todos los productos na-
turales de una parcela familiar, podría definirse con mayor exactitud
como el derecho al usufructo y a la administración. Cada selk'nam po-
día, sin embargo, exigir el aprovechamiento de esta o aquella materia
prima, así como de los animales de caza necesarios, por más lejos que
estuvieran y dondequiera que se encontraran, con sólo referirse al
hecho de que era miembro de la tribu. Porque la Isla Grande era pro-
piedad del pueblo selk'nam (pág. 111) y solamente estaba prohibida la
apropiación arbitraria en tierras de otro linaje.
Si se buscan razones prácticas para la repartición de la Isla Gran-
de en treinta y nueve fracciones, se podrían hacer valer las siguientes
para la asignación de tierras tan vastas a un solo linaje: como cazade-
ro sólo se podía elegir un territorio de una amplia extensión, porque
es imposible separar para una sola familia [natural] una pequeña por-
ción de campo. No hay agua por todos lados y los guanacos y pájaros
cambian de lugar en verano e invierno; los casamientos y deCesos de
los integrantes de la familia producirían un desorden incontrolable.
El selk'nam tiene además una fuerte necesidad de sociabilidad, pues
casi siempre tiene que contentarse con el estrecho círculo de su peque-
ña familia. La reunión de varias familias ofrece también protección con-
tra ataques enemigos. Tampoco debemos olvidar que, con las partidas
colectivas de caza, con la colocación de trampas para ocas silvestres
y la captura de cormoranes y la pesca colectiva con la gran red, se
obtienen mejores resultados y mayor cantidad de presas. El n ú m e-
ro de integrantes de cada linaje era tan desigual como la
superficie de sus tierras. En tal lugar el grupo familiar puede haber
contado con unas ciento veinte y en tal otro sólo con unas cuarenta
personas. La estimación de BARCLAY (a): 70 carece de fundamento 107 .
La completa ocupación de la Isla Grande por los europeos hizo
desaparecer todos los límites anteriores; el hecho de que los indios
sobrevivientes las conserven exactamente en su memoria, aunque ya
perdieron vigencia para ellos, nos da una idea de la solidez que tenían
antaño.
2. La propiedad privada
Los selk'nam distinguen claramente entre la propiedad común y la
personal. Locuciones muy corrientes expresan el concepto de la propie-
dad particular: "¡Éste es mí arco!", dice uno que se ha fabricado esa
arma. "¡Estos pescados son míos!", aclara la mujer que los estuvo pes-
cando en la playa. Indicando con orgullo su obra, la niña afirma: "¡Mi
muñeca es más bonita que la tuya!" Un objeto es del uso o usufructo
exclusivo de una persona, debido a ciertos títulos jurídicos conocidos
por todos los indios.
a. La propiedad individual
Los indígenas reconocen claramente su propiedad y saben defen-
derla. Está exclusivamente al servicio de su persona, pero también se
desprenden de ella según su libre albedrío. Al hombre le pertene-
ce lo que lleva siempre consigo, lo que elabora para su propia necesi-
dad, lo que destina para el trueque. Tales cosas son el manto de piel
y demás vestimentas, el arco y la aljaba con sus flechas, el cuchillo y el
raspador, el taladro y otros instrumentos manuales, adornos y mate-
rias primas que deben ser elaboradas y que él guarda en su gran bolsa
de cuero, lazos para trampas, redes de pesca, y finalmente el pedernal
y los perros de caza. Estos pocos bienes terrenales son suficientes para
su felicidad.
Hasta dónde llega el respeto por lo ajeno, se puede observar por la
actitud que los selk'nam asumen frente a un perro ajeno. Cuando un
perro entra con su amo a la choza del vecino, este último nunca adop-
taría medidas contra el can por más que moleste revolviendo el piso,
acostándose sobre las pieles o llevándose algún objeto. El dueño de la
choza aguarda hasta que el amo del perro se dé cuenta de su compor-
tamiento y lo eche. Sólo cuando el animal es demasiado dañino, dice
por fin: "¡Mira a tu perro!" A veces yo también sentía mi impotencia.
Cierta vez un perro atado lanzó de noche tan terribles aullidos que
nadie podía dormir. Todo el campamento se agitó y algunos descon-
tentos murmuraban abiertamente, pero nadie se animó a desatarlo o a
castigarlo y mucho menos a llamar la atención de su amo. Fastidiado
me dirigí a TOLN que dormía en mi choza, pero serenamente me con-
testó: "El perro es de aquel hombre, no podemos hacer nada. ¡Espera
hasta que su amo lo desate y nos devuelva la calma!"
Los bienes personales de una mujer obedecen a motivos si-
milares. Tales bienes son la vestimenta, los adornos, canastitos y co-
198 Otros viajeros por lo general no mencionan las prescripciones referentes
a la propiedad. Véase FURLONG (d): 220.
rreas de cuero, los cuchillos y raspadores, el bastidor para colocar al
niño de pecho, el bolso de cuero, los utensilios de costura y la bolsita
con los utensilios para hacer fuego. En los últimos tiempos también al-
guna gallina viva y frazadas o baratijas que han recibido en el inter-
cambio con europeos. Incluso al niño se le reconoce el derecho de
posesión sobre sus cosas y los padres no se atreverían nunca a vender
algo de ellas. Estos objetos son las ropas y cosas que los mayores le
han dado, así como chucherías que son producto del esfuerzo propio,
como juguetes y muñecas, pelotas y adornos. En mi primer viaje, cuan-
do todavía era inexperto en estas cuestiones jurídicas, le rogué a una
india vieja que me cambiara por un collarcito de perlas de vidrio la
gargantilla trenzada de su hija. "Habla con ella misma —me dijo—
porque lo que pides es de ella". Tuve que negociar con la niña, y la
madre sólo la alentó un poco 109 .
El que descuida o destruye su propiedad puede hacerlo sin que
nadie se lo impida. Las cosas perdidas son devueltas a su dueño. Un
muerto es cubierto con su propia capa y, algunas veces, se colocan en
su tumba ciertos objetos de su uso personal, porque otro no tiene de-
recho a apropiarse de ellas. El concepto de la propiedad individual
incluso tiene aplicación cuando se trata de los bienes de un muerto.
P. La propiedad de la familia
2. La toma de posesión
111 GALLARDO: 252 dice, confirmando esto, que el indio "ama la propiedad en
sus cueros, en sus arcos y flechas, en sus mujeres y sus perros, porque todo ello
le es útil, le causa placer; y este amor a lo que le pertenece lo hace extensivo
hasta a su Taki, su casa, aun cuando ésta cambie a menudo de sitio y hasta
de forma".
112 Sobre la forma como se lleva a cabo la distribución de las presas cap-
turadas después de una partida de caza colectiva, escribe GALLARDO: 188 aunque
con inexactitud, pero, al menos, reconoce el derecho de los participantes a la can-
tidad que les corresponda.
4. El trueque
5. Regalos
Los obsequios otorgaban un título de propiedad, pero era una prác-
tica muy poco común. No se puede hablar de un comercio de regalos.
El selk'nam carecía de un sentido desarrollado para los obsequios,
quizá porque no quería poseer más de lo estrictamente necesario.
Raras veces se sorprendía a los parientes con atenciones de ese
tipo. Éstas se reducían a que el tío daba a su sobrino una alegría, rega-
lándole un arco, y la tía o la vecina regalaba a una niña una muñeca. Si
el pariente que venía de visita traía algo para una mujer, no se lo entre-
gaba personalmente, sino que se lo pasaba a su esposa [de él] o a su
madre, tía o cuñada para que se lo diera. Sobre ello me dijeron: "¡Así
es la costumbre!" "4 Nadie considera un presente como algo aconseja.
ble ni como algo que compromete y nadie cuenta con él
Nunca se le ocurriría a un hombre obsequiar a una mujer que no esté
emparentada con él. Y si alguna vez un joven quería hacerle llegar a
la muchacha de su predilección una pequeña alhaja, debía buscar
caminos secretos.
No se comparte el producto de la caza por afecto o con la intención
de hacer un regalo sino por la obligación común de ser generoso. Na-
die quiere tener fama de egoísta y ser tratado como tal. Lo que los
hijos ofrendan a sus padres entrados en años, lo dan porque se sien-
ten obligados a apGyarlos siempre.
Por todo lo que yo regalé, como por ejemplo, jabones, cuchillos,
perlas de vidrio, etc., recibí siempre una pequeña retribución sin ha-
berla pedido. El indio no conoce la costumbre de regalar y sólo piensa
en un intercambio de mercancías equivalentes. De acuerdo con sus con-
ceptos exigían de mí una recompensa por el menor servicio, que yo
mismo consideraba servicio de amigo. Algunos errores iniciales me
abrieron los ojos. MARGUIN: 500 que sorprendió a una familia en su
viaje en 1873, informa con cierto asombro: "...la femme nous offrit,
6. Préstamos y herencia
En raras ocasiones alguien pide prestado alguna cosa a un vecino
o pariente. Con seguridad la devuelve a su propietario. Si la pierde o
destruye, nadie debe recordarle su deber de indemnizar al
propietario. Sólo en tiempos recientes ocurre, con mayor frecuencia,
que alguien tome, para su uso personal, un objeto, en ausencia de su
propietario y presuponiendo su consentimiento; devolverlo es un deber.
Nuestros indios no conocen la h e r e n c i a de bienes. Po-
seen pocas cosas. Lo que necesitan lo llevan siempre consigo y, si lle-
varan más, sólo serviría de lastre. Al difunto lo visten con sus ropas
antes de inhumarlo, y luego queman sus utensilios junto con su vi-
vienda. Pero al perro del muerto, si realmente era muy bueno y útil,
lo adopta un pariente. Ellos dicen que "no se mata a un buen perro,
pues le puede servir a otro. Su difunto dueño no desea que degüellen
al animal porque lc amaba y le era valioso. Nosotros entregamos el
animal a aquellos parientes que el perro ya conoce, para que quede
con ellos. Lo cuidarán bien por respeto a su dueño anterior". Razones
de naturaleza práctica desaconsejan matar a un perro cuando mue-
re su amo.
118 GALLARDO: 305 caracteriza esto muy acertadamente: "El ona es de tempe-
ramento desconfiado y peleador. Las desconfianzas mutuas engendran en ellos
motivos de enojo que, acentuándose más y más, recorren toda la escala, desde la
palabra mal sonante hasta el insulto grosero y desde las luchas individuales hasta
las batallas de agrupaciones numerosas".
401111‘.
gos de ese enemigo 1 t9 . Éste, por su parte, se encoleriza aún más y casi
se siente provocado. Pronto se inicia entonces el mordaz cambio de pa-
labras, el ansia de venganza flamea y la ambición ilimitada arrastra a
uno como al otro a amenazantes explosiones de ira. Los demás toman,
sin excepción, el partido de su pariente y hacen de su cuestión de honor
la propia. Una vez que se apodera de los dos bandos una peligrosa
tensión, que se ve acrecentada por nimiedades, más de uno ya palpita
de deseos de ajustar cuentas a través de la lucha. Cada grupo observa
al otro con recelo y con la más concentrada atención, y ya nadie más
se esforzará por formular juicios serenos o arribar a una solución
pacífica.
1. La frecuencia
Ante todo tenemos que figurarnos este estado de ánimo, esta d i a-
posición natural irritable y vengativa de los selk'nam
si queremos llegar a un concepto verídico de la extensión geográfica
y temporal de sus luchas. Pero otro dato también es importante. La
escasa relación entre los grupos individuales y la autosuficiencia de
los mayores conjuntos familiares, la falta de un jefe común y de una
unión organizada de todos no permiten que las luchas y guerras tomen
mayores proporciones. La realidad era que sólo se producían comba-
tes o verdaderas grescas entre grupos pequeños de sólo ocho
a veinte hombres de cada lado. Puesto que en las hostilidades se veían
empeñados unos pocos, pero todos los selk'nam eran iguales en el áni-
mo guerrero, estallaban repetidamente conflictos en algún lugar de la
Isla Grande.
Sólo en este sentido quedan en pie ciertas afirmaciones de viajeros
anteriores, según las cuales, la guerra habría sido entre los selk'nam
una situación constante. En los apuntes de SEGERS: 61 podemos leer
lo siguiente: "Guerra... mantienen constantemente con las tribus ve-
cinas", y, en otro texto, se expresa: "The Onas... were divided into
small clans each at war with the rest. Even a few families could not
be together long without quarreling and separating, often af ter one or
more had been killed" (MM: XLVI, 129; 1912). Dejando de lado otros
comentarios traigo a colación a SPEGAZZINI (a): 176: "Existen odios
terribles entre los varios grupos, de modo que casi siempre cuando
llegan a encontrarse se traban en pelea, que concluye por la muerte
de algunos de ellos". Aunque cada medio año, para nombrar un perío-
do, haya ocurrido una refriega mayor o menor en algún rincón de la
Isla Grande, sólo empeñaba a unas pocas personas y dejaba en paz a
la gran masa del pueblo.
Otros observadores exageran la frecuencia de las contiendas y ha-
cen suponer que ésa fue la causa de la desaparición de ese pueblo.
119 GALLARDO: 305 lo confirma: "Cuando están enojados con otro no lo disi-
mulan; su carácter irascible los obliga a decir a su amigo de ayer que ha hecho
mal, lo recriminan, se enojan, se sulfuran y son capaces de llegar a matar si se
enfurecen por malas contestaciones".
Algunos creen que, sin ellas, se hubiera producido una superpoblación
pues "if it had not been for their warlike instincts, they would soon
have increased, eaten up all the guanacos, foxes and rats on which
they lived, and afterwards have died of starvation" (MM: XLVI, 129).
La afirmación de HoLmBERc (a): 56, "la guerra que conservan entre
ellos es una de sus principales causas del exterminio" no se com-
prueba por la poca frecuencia y la pequeña extensión geográfica de
sus lides '2°.
a nuestros selk'nam a salvarlos del peligro inminente. "En los combates, los indios
adultos o de pelea hacen rápidamente fosos donde ocultan las mujeres i niños i
hasta los cubren con champas o tierra a riesgo de asfixiarlos."
127 Según GALLARDO: 310 un grupo bien atrincherado atrajo al enemigo "des-
nudando a una mujer bonita ... incitando a éstos con sus gritos de ¡'vean qué
lindas mujeres tenemos, vengan a buscarlas'!". Mis informantes rechazaron esto
decididamente.
Si los guerreros vuelven triunfantes, repiten exaltados el mismo
canto. Las palabras haus dicen ahora: "hemos vencido, somos triun-
fadores, estamos contentos". Esta costumbre la encontramos en toda
la Isla Grande. Este cantar nunca se oye en otras oportunidades.
c. La forma de combate
No podemos hablar de una táctica propiamente dicha, pues sólo
se trataba de asaltos sorpresivos al enemigo desprevenido. Las luchas
abiertas eran muy raras y sólo se limitaban a la parte norte de la Isla
Grande. La guerra era una lucha en donde la presencia de ánimo, la
habilidad y la superioridad numérica decidían la victoria.
La elección del j e f e era informal. O el hermano del muerto
o un hechicero influyente o un guerrero experimentado había llama-
do a su gente al combate. Los otros se reunían en torno de él y seguían
sus indicaciones. Desde el principio sólo un hombre organizaba los
preparativos. A veces, la mayoría elegía por jefe al que poseía la con-
fianza de todos y también la capacidad necesaria. Este no sólo anima-
ba a sus guerreros, sino que constantemente les daba órdenes a las
que ellos se sometían incondicionalmente. Lógicamente no existía or-
den en el combate, porque un puño fuerte de este o aquel lado cam-
biaba la situación; pero el jefe garantizaba cierto orden en la pugna
y la perseverancia para conseguir los fines propuestos.
En campo abierto el ataque sucedía de modo que el ata-
cante se acercaba sigilosamente y, cuando el enemigo estaba al alcance
de sus flechas, disparaba una lluvia de saetas sobre los atemorizados
pobladores del campamento, que tenían que defenderse de inmedia-
to si no querían que los echaran de sus viviendas y los dispersa-
ran por la llanura. Amparado por las sombras de la noche, el enemi-
go se había acercado quedamente, rodeando quizás parcialmente al
campamento para que el rival no pudiera escabullirse. Si los atacan-
tes sabían que eran más numerosos, entonces acometían, incluso a la
luz del día, en filas cerradas. Los otros o iniciaban la defensa o bus-
caban salvarse con una huida precipitada. Los que quedaban, por lo
general sólo algunas mujeres y niños, según la ira del enemigo, eran
muertos por orden del capitán a flechazos o a garrotazos. Pero a ve-
ces también los dejaban en paz, si no eran deudos del iniciador del
conflicto o del asesino buscado. En los bosques del sur, los atacantes
se acercaban para el asalto protegidos por arbustos y matorrales has-
ta que sus flechas podían dar en el blanco. Los espantados ocupantes
del campamento atacado, en su perturbación, no tenían tiempo para
tomar sus armas y formar filas y, por lo general, se desbandaban lle-
nos de pavor. Justamente de esto sacaba ventaja el enemigo.
Cada hombre, donde quiera estuviese, se def endí a lo me-
jor que podía hasta el fin. Estaba totalmente desnudo.
Había doblado su abrigo, colgándolo de su brazo izquierdo. Así pro-
tegía como con un escudo su cabeza y su cuerpo contra las flechas. Al
mismo tiempo, sostenía con la izquierda su arco. Otros agarraban su
capa de piel con los dientes, dejándola caer libremente delante de ellos,
para tener así libres las dos manos. Si aún así una flecha los alcanza-
ba, ya había perdido mucho impulso y apenas penetraba en su carne.
Si menudeaban los flechazos largo rato, los atacantes ponían también
la capa delante de sí, sobre el suelo, como protección, acurrucándo-
se detrás de la misma, hasta que los sucesos tomaban otro rumbo y
ellos podían avanzar o debían retirarse. El que estaba obligado a re-
troceder, lo hacía con la cara dirigida hacia el enemigo para poder
esquivar sus dardos. Una vez que los árboles lo cubrían huía velozmen-
te. Las flechas se cruzaban zumbando entre las filas de los combatien-
tes. El indio estaba alerta para eludirlas agachándose, saltando y
moviendo su cuerpo lateralmente. Con los dientes tomaba el carcaj
transversalmente con la abertura hacia la derecha, para sacar así, có-
modamente, una flecha después de la otra. No quedaba mucho tiempo
para apuntar, porque también el adversario observaba intensamente
cada movimiento. Recién cuando las filas de un bando se raleaban y
comenzaban a flaquear, los del otro lado dejaban su posición y avanza-
ban. Esto sucedía cuando se les acababan las flechas, aunque cada
hombre era asistido por un mozo que cargaba un paquete de flechas
de reserva; pero al fin las mayores reservas se agotan. Si los ataca-
dos todavía no habían abandonado su posición, ambos grupos se en-
zarzaban en un forcejeo cuerpo a cuerpo. Los rivales
se trenzaban en lucha libre estrangulándose hasta que uno quedaba
tendido. A éste lo golpeaba entonces el adversario con una gran piedra
o un garrote y a veces también lo acuchillaba. Cada combatiente se
conducía salvajemente, golpeando e hiriendo sin piedad hasta que el
otro desfallecía. El confuso ovillo de contrincantes rodaba tanto tiem-
po de aquí para allá hasta que una parte tenía que sucumbir y los so-
brevivientes ponían pies en polvorosa. Los heridos que ya no podían
huir y que no se habían escondido durante la lucha ni habían sido ale-
jados por sus amigos, eran muchas veces degollados por• el vencedor;
al menos aquellos que más odiaba 12 .
En tiempos antiguos indudablemente se usaban, aparte del arco y
la flecha, también picas y lanzas cortas con puntas de piedra
de mayor tamaño. Dichas puntas estaban fijadas en la parte superior
del asta de la misma manera que las puntas de flecha. Con frecuencia
se las encuentra en la parte septentrional de la Isla Grande como ha-
llazgos de superficie. En la lucha a distancia, en el llano abierto, tam-
bién usaban la honda. Mientras tanto avanzaban los combatientes uno
contra otro hasta que, ya trabados en lucha cuerpo a cuerpo, comen-
zaban a estrangularse. Todavía en tiempos actuales se servían en las
luchas de la honda, pero ya no de las picas.
Una vez que se habían separado los adversarios, los vencedores
procedían de inmediato a enterrar a sus m u e r tos, y luego
abandonaban el campo de batalla. Si triunfaban los atacantes, arrasa-
BARCLEY (a) confirma esto: 73: "In fighting, the men shoot first from
ambush, then in the open, and finally close empty-handed, the object being to
break the opponent's back or neck by wrestling, but they will not mutilate or
torture a foe".
ban y quemaban todo el campamento, y destruían las chozas y todas las
posesiones del vencido. Mucho después de la retirada, los fugitivos se
animaban a acercarse. Veían si quedaba algo por rescatar, un herido
por auxiliar o un muerto por enterrar. Nadie sepulta nunca a un ene-
migo; si excepcionalmente ha quedado alguno, lo dejan en su lugar.
Ocasionalmente lo despojan de sus armas y también recorren el cam-
po de batalla en busca de flechas para volver a usarlas. Nunca vuel-
ven a poblar un campamento destruido.
Una vez avanzada la noche, después del día de la lucha fatal, los
s o b r e v i v i e n t es vencidos se reúnen, lloran a sus muertos y cui-
dan de sus heridos. Desanimados, siguen ocultos durante varios días
y luego tratan de reponer el daño material con trabajo esforzado. A
menudo pasan lareas semanas hasta que se recuperan de las sensibles
pérdidas 129.
d. El botín
que ellos tuvieran especial interés en los perros. LOTHROP: 88 escribe con mayor
exactitud: "The Ona usually did not torture their male captives, but killed them
on the spot. Women and children who fell into their hands were sometimes killed
in the hect of combat, but were often spared and incorporated in the victorious
group".
131 GALLARDO: 222, 312 es completamente inexacto en su descripción cuando
dice: "Cuando la mujer cautiva intenta escaparse del hogar, es castigada bárba-
ramente y hasta herida con flechas" ... ; porque a nadie interesaba que quedara
en la choza del vencedor.
e. La venganza de sangre
2. El duelo a flechazos
De nuevo me refiero aquí a un conflicto serio entre dos hombres,
considerado como cuestión estrictamente personal, a pesar de que el
grupo familiar tenga gran interés en el asunto. No importa cómo haya
surgido esa pelea, en todo caso suele ocurrir que un hombre que crea
que no puede competir con su rival en la lucha libre, pruebe su suer-
te en la siguiente competición. Considero que es caballeresca
y noble, porque habla en favor de la delicadeza y de los sentimien-
tos aristocráticos de los selk'nam.
Un pariente cercano o un amigo joven del ofendido va, por orden
de él, al campamento del otro y le anuncia su pronta llegada. Ya al
día siguiente aparece el ofendido y se ubica, en lo posible, en un lugar
abierto a poca distancia del campamento. En alta voz desafía a su
enemigo: "¡Aquí estoy! ¡Ahora puedes demostrar tu habilidad!" Éste
no puede sustraerse al reto. Con arco y flecha sale de su choza y toma
112 Cómo se atacan y cómo se defienden lo he descrito con todo detalle al
hablar de las competencias de lucha libre. De la misma manera luchan tam-
bién aquí.
133 LOTHROP: 88 atribuye en general a la lucha demasiadas formalidades. Nues-
tros selk'nam, tan temperamentales y peleadores, tenían poca comprensión y pa-
ciencia para con ellas; por el contrario atacaban con violencia indomable y con
valentía cuando y donde les parecía más conveniente.
posición de pie o de rodillas frente al primero. La distancia entre ellos
es de treinta a cincuenta metros. Cuanto más hábil es el otro, tanto
más se acerca al flechero. El ofendido hace de blanco para el
otro. Está totalmente desnudo y solamente lleva su atavío frontal.
Tampoco ostenta pintura alguna. Mientras que el uno envía una fle-
cha tras otra, el otro trata de esquivarlas, con lo que pretende de-
mostrar que para él no significan gran cosa. A veces se burla del ar-
quero, ridiculizando su mala puntería. Para provocarlo más todavía se
acerca unos pasos a su rival después de cada flechazo. El rival em-
plea toda su pericia, pero en muy raras ocasiones llega a herir al otro
que, por lo general, es muy rápido y ágil. Quizás se le haya acercado
a unos veinte metros de distancia cuando el otro envíe su última saeta.
Una vez concluida esta parte los dos hombres cambian de
papel. El que hizo de blanco toma ahora sus armas, deja que el con-
trario se retire hasta donde quiera y apunta. También éste sabe eludir
los dardos con presteza. No ha sucedido casi nunca que uno de los
dos cayera herido o muerto.
De alguna manera la victoria es adjudicada a uno de los dos y el
perdedor debe restablecer su honor en otra ocasión futura.
Aunque estaba permitido, siempre causaba una mala impresión
cuando algún familiar tomaba el lugar del ofensor, que había tirado
primero, para hacer después de blanco, si el ofensor no se sentía apto
para ello. También aquí se ve que este asunto, aparentemente perso-
nal, casi siempre se convertía en una cuestión familiar " 4 .
134 Las escasas reglas que hay que observar en este duelo también valen
en el juego o en una práctica (compárese LOTHROP: 90).
Cuando se encontraban al pasar siempre había gritos, comentarios in-
juriosos y alusiones ofensivas volaban de aquí para allá hasta que la
medida estaba colmada. Si cierto día, una de ellas estaba arrebatada
por la cólera, se ponía en cuclillas delante de su choza dirigiendo una
s o n o r a d i a t r iba contra su adversaria. Para esta tan deseada
oportunidad se reúnen rápidamente los demás formando un círculo
más o menos cerrado alrededor de las mujeres en riña. Mientras tan-
to, la otra también ha tomado asiento delante de su choza o a escasa
distancia de la oradora. Todos los presentes escuchan atentos cada pa-
labra, y demuestran su curiosidad o asombro por todo lo que se está
diciendo y, particularmente, sobre lo malo que se dice de la otra. Las
expresiones son fuertes y groseras, los argumentos nada delicados y
despiadadamente se sacan a relucir todos los trapitos al sol. La mujer
sabe articular cada palabra con tanto vigor, que los duros sonidos ex-
plosivos guturales tienen el efecto del chasquido del látigo.
Durante veinte minutos aproximadamente la locutora expele su
mejor reserva verbal, mientras que la enemiga se mantiene muda, so-
portando los insultos y preparando su contestación, que co-
mienza cuando la otra termina. También ella sabe presentar una linda
lista de cositas de la vida privada de su rival, para arruinar su buen
nombre y destruir su imagen con su salvaje escarnio. El público grita
y patalea de placer, cuando escandalosas acusaciones caen densas so-
bre aquella mujer, que, como antes su contrincante, está ahora sopor-
tando muda y a la espera de su turno. Apenas termina de hablar la
segunda, cuando le toca nuevamente a la primera, estimulada ahora
por los insultos y por quienes la rodean.
Cada una de las furiosas mujeres toma la palabra cuatro o cinco
veces y la disputa se prolonga durante dos o tres horas. Al cabo se
han agotado las reservas de groserías y vituperios, la excitación se ha
calmado un poco y también el auditorio está saturado. Entonces una
de las dos vuelve a su choza y la otra también se va. Entre las amigas
todavía hay interminables discusiones, algunos improperios en
voz alta contra la enemiga cruzan el poblado hasta que por fin hay
tranquilidad. En los próximos días la conversación de las mujeres, jun-
to al fuego o durante el trabajo, gira en torno de aquel duelo verbal
y alguna persona repite con fruición ciertos detalles picantes que fue.
ron descubiertos allí. Una u otra de las protagonistas, a veces, se aver-
güenza de tal modo que abandona con su familia apresuradamente el
campamento. Todas las debilidades de carácter, desagradables formas
de ser y alguna costumbre molesta de ambas han sido censuradas sin
piedad y comentadas con saña. Las peores groserías han completado
la enumeración de culpas y cada una de las dos ha sido cruel y bochor-
nosamente agraviada.
De cualquier modo que se quiera juzgar esta competencia de vitu-
perios públicos, es comprensible que para ninguna mujer sea agrada-
ble que la desafíen a tomar parte en ella. Incluso la que la inicia no
está segura de salir airosa. Por ello, en general, todas las mujeres se
comportan con sumo cuidado respecto a las otras y no dejan salir a
luz nada que pueda reprochárseles más tarde. De todos modos, el au-
tocontrol de cada una de las dos contendientes es digno de elogio, por-
que durante veinte minutos o más se aguantan calladas y quietas, mien-
tras se derraman sobre ellas los peores insultos hasta que les vuelve
a llegar el turno. El desprecio y las pullas de las oyentes mortifican
en extremo a ambas.
Las costumbres descritas iluminan claramente una c a r a c t e-
r í s ti c a peculiaridad de los selk'nam a saber: que no sopor-
tan la injusticia ni dejan olvidar ningún agravio, por más que tengan
que esperar la oportunidad para descargar su venganza. Todo esto
crea en cada uno de los grupos de toda la tribu inquietud e inseguri-
dad casi constantes, y desconfianza de unos frente a otros, que, a ve-
ces, no concluye durante toda una vida. Todos deben estar siempre
atentos, porque nadie sabe si, en alguna parte, acecha un enemigo o
si un hechicero urde su maléfica trama o mantiene los ojos abiertos
buscando pequeños errores y deslices. Ya a los niños varones se les
inculca y enseña a estar constantemente alerta. Casi todos los adultos
creen aprensivamente ver en tal o cual individuo un enemigo especial,
y algún suceso dudoso y quizás inocente es interpretado como un ata-
que enemigo, y nuevamente azuza la desconfianza y las dudas. Los he-
chiceros causan mucho daño, y como son denunciantes profesionales,
declaran culpable u hostil a cualquier individuo. La excesiva descon-
fianza de que se nutre una sed de venganza desmedida, resultó ser
causa constante de perturbación de la paz para los selk'nam, que nun-
ca encontraron un equilibrio definitivo y formal'". De muchos suce-
sos históricos y de algunos mitos que los indios cuentan con placer y
satisfacción, podemos deducir qué profundamente arraigado está el de-
seo de venganza en el espíritu de nuestros indios ' 3'.
Del temperamento pendenciero y vengativo de los selk'nam pode-
mos deducir de todos modos que son un pueblo valiente e intrépido,
porque la cobardía o la timidez no tiene lugar entre ellos. La temeri-
dad y la impetuosidad son fatales para algunos individuos y, para un
grupo mayor, scn motivo para renovadas emociones. Estos hijos de la
naturaleza no conocen una paz continua y una vida sin disturbios; casi
parece como si, junto a la caza, plena de variación y la intranquila li-
bertad, el temor a los enemigos malévolos o a los desconfiados veci-
los mantuviera con el espíritu vigilante y siempre activo
138 "Clan, gentes, moieties, and the other divisions commonly found in
primitive society were unknown to the Ona, who were split into bands based on
consanguinity and the necessity of maintaining their right to hunt over certain
territory" (Lon-toP: 84).
minalmente un organismo social, porque no actúan unidas según un
programa para una determinada finalidad y carecen de una jefatura
especial con poderes coercitivos. De todos modos, el sentimiento de
comunidad mantiene unidos a todos los selk'nam, más a lós miembros
de un mismo linaje que a los propios linajes entre sí.
Cuando he hablado de la sucesión por derecho paterno (pág. 405)
he querido decir solamente que los hijos reclaman la propiedad terri-
torial por el mismo título jurídico que corresponde a su padre. Esa
propiedad sigue perteneciendo a todo el linaje.
Con tal de que estas instituciones sirvan al bien común o propor-
cionen ventajas a la generalidad, pueden valer como principios
de una organización estatal. Sin lugar a dudas, tam-
bién entre los selk'nam actúa una autoridad suprema, por indetermi-
nada y tenue que sea su relevancia y por más relegada que esté detrás
de la sólida organización de la familia individual. Seguidamente vere-
mos en detalle cómo la autoridad pública estatal, a pesar de todo tam-
bién se impone aquí.
a. Derecho y costumbres
Los selk'nam no conocen una separación clara ni una explicación
para estos conceptos. Yo mismo sólo pretendo indicar cómo el orden
general sostiene y arrastra, esto es, cómo las costumbres resultan de-
terminantes. La inmutabilidad que han conservado los usos y costum-
bres desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, y la fideli-
dad con que cada indígena se atiene a ellos, demandan una explicación.
No existen leyes escritas ni medidas de fuerza exteriores 139 .
El sistema del orden existente deriva de Krós, "que ha instituido
todo aquí". Como lo hizo "por orden de Tgirtákkel", se explica la c ó-
ercitiv i dad general de ese orden. Desde entonces cada gene-
ración mantuvo estrictamente esos mandamientos, porque la venera-
ción que rinden a la tradición ejerce la mayor fuerza sobre ellos. De
esta manera todo se convirtió en hábito, es decir, en fuerza determi-
nante para el futuro. "¡Siempre fue así!" dicen para fundamentar su
forma de proceder actual. "¡Nosotros nos manejamos como lo hicie-
ron nuestros antepasados!" también vale como razón. La tradición, los
hábitos, las costumbres adoptadas son, por lo tanto, normas de vida
y guía para todos. Aquí no hay discusión sobre interpretaciones; tam-
se murmura, y mucho menos hay cambios.
Ahora se comprende que sólo con amargura y temerosa preocupa-
ción por la existencia del propio pueblo, los ancianos tuvieron que
aceptar innovaciones impuestas por la invasión de los europeos todo-
poderosos (pág. 159). Aludo con esto a una mayor indulgencia frente
139 GALLARDO: 356 dice, como valedero para todos: "Existen reglas que tienen
toda fuerza. En consecuencia, el ona no puede hacer lo que quiere sino lo que por
esas leyes morales debe hacer". Pero si luego afirma que las mujeres tienen "la
mayoría de las obligaciones" y los hombres "los privilegios", se contradice consigo
mismo y también contradice evidentemente la realidad.
a los candidatos del Klóketen y a las relaciones más libres entre los
sexos en la juventud y la edad adulta.
De la reverencia por el pasado venerable pro-
vino para los mayores aquel compromiso especial de transmitir lo he-
redado a la generación siguiente. Cada adulto sentía esa obligación y
trataba de cumplir con ella. Fundamentando las más importantes ins-
trucciones y exhortaciones a los niños, siempre se referían al hecho de
que "todos debían conducirse como siempre se acostumbró entre los
selk'nam" (pág. 382). Lo que fue antigua costumbre vale ahora y para
siempre.
Muchas cosas contribuyeron a impedir que desapareciera un ápi-
ce de los usos o que se perdiera algo de ellos en el olvido. A menudo
se juntaban las familias [naturales 1 o los grupos menores, que se en-
contraban ocasionalmente o volvían a visitarse. Cada cual sabía contar
de su propio pasado o sobre la gente de entonces; relataba los acon-
tecimientos de la caza y, en las grandes fiestas, ensalzaba el celo de
los mayores por las costumbres. Minuciosamente describía la forma
de vida y el derecho tribal, ejemplificado por sucesos e instituciones
reales o animado por las experiencias propias, de modo que las nor-
mas imperantes se debían imprimir claramente en el almá de cada
miembro de la tribu. Refiriéndose a la actitud y a la actuación de los
parientes o los antepasados, explicaban el genuino y correcto modo
de ser selk'nam. La juventud veía y escuchaba cómo se practicaba tal
o cual uso desde épocas ancestrales. Durante largos meses, y repeti-
damente durante los años de la niñez y la juventud, el individuo apren-
día todo el derecho consuetudinario, ya fuera en las instrucciones y
advertencias que todos los varones y niñas recibían ampliamente, ya
por el frecuente trato de las familias. Los adultos habían visto, oído
y experimentado tanto que podían explicar e interpretar, con toda pre-
cisión, cada costumbre individual con determinados ejemplos o histo-
rias vividas.
De por sí, la invariable naturaleza que los rodeaba hubiera i m -
posibilitado ciertas innovaciones. La economía domés-
tica, como existe hoy, aprovecha desde hace siglos al máximo todos
los bienes que su patria le brinda y es la más perfecta adaptación a
su ambiente. El contraste existente entre la gente del norte y la del
sur, originado, en parte, por las condiciones naturales externas, obli-
gaba a los miembros de ambos grupos a perseverar con mayor fide-
lidad aún en su singularidad, porque cada cual tenía en mente las ca-
racterísticas de los otros.
Las buenas costumbres antiguas recibían del amor propio y del
sentido del honor de los adultos el mayor apoyo. El que dis-
frutaba del mejor reconocimiento era aquel a quien los demás consi-
deraban un "buen selk'nam". el que conocía a la perfección la mitolo-
gía y el modo de vida de los antepasados, el que era diestro en mu-
chas habilidades y ejemplar en la conducta. Todos se esforzaban más
o menos por adquirir esta buena reputación, aunque no alcanzaran la
perfección. Era vergonzoso y deshonroso hacerse sospechoso de "no
ser como los selk'nam de antaño". Todos podían comparar sin esfuer-
zo el propio comportamiento con el de los demás. Con frecuencia se
analizaban despiadadamente los errores y características de alguno.
Los jóvenes y los viejos prácticamente no podían ignorar lo que era
la tradición, y el respeto por el patrimonio exigía conservar y culti-
var fielmente aquella buena y vieja manera selk'nam.
Se di f e r en c i a b a entre las faltas contra el orden vigente
según su mayor o menor gravedad. A la larga nadie
podía disimular ni ser un hipócrita tan artero como para que los de-
más no reconocieran con certidumbre su verdadera naturaleza. Un
enemigo era juzgado con mayor severidad, mientras que, con los ín-
timos amigos o los parientes más próximos, a veces eran más indul-
gentes. El que causaba un daño a un enemigo incluso era ponde-
rado; perjudicar, aunque ligeramente, a un pariente era castigado
severamente. Un único desliz se perdonaba con mayor facilidad, pero
implacablemente se criticaba al reincidente. El grupo familiar no podía
imponer castigos a un individuo vicioso, pero arruinaba su buen nom-
bre y evitaba toda relación con él. El juicio dictaminado por la opi-
nión pública hería al infractor en su punto más sensible, y revertirlo
costaba mucho esfuerzo. Agudos son los ojos de los vecinos y, ante
ellos, no es posible ocultar nada, si fueron ofendidos más de una vez
por las faltas de cierta persona. Nunca se dice a un hombre lo que
siente la mayoría o lo que ésta piensa de él; pero, por la actitud de
rechazo que demuestran los demás, cada uno puede deducir el poco
aprecio que le tienen. A un ladrón, por supuesto, lo persiguen con gri-
tos, a un glotón lo señalan con el dedo, un marido grosero es adver-
tido seriamente por los parientes de su mujer. Otros errores casi nun-
ca se le mencionan al culpable. Otra cosa es el duelo verbal entre dos
mujeres (pág. 431) °.' 4
14° Sólo en este sentido quedan en pie los casos aislados enumerados por
GALLARDO: 357.
b. Virtudes sociales
Puesto que el selk'nam quiere valer ante los suyos, mantiene un
porte digno y alterna con los demás con delicadeza. Sus reglas de ur-
banidad divergen de los conceptos europeos, pero se basan en una
gran autodisciplina. Sus modales carecen de solemnidad y de ceremo-
niosidad compleja; más bien da la impresión de ser un individuo ob-
tuso, insensible o mal educado. A pesar de ello, nos encontramos con
expresiones claras de nobles sentimientos e hidalga humanidad.
1. Modales indígenas
En las relaciones con los demás el selk'nam evita el ruido, la agi-
tación y las actitudes vehementes y desenfrenadas. En lo posible, se
comporta con sencillez y sin llamar la atención. Cada uno se respeta
a sí mismo y se fija en su aspecto exterior para que otros lo admiren
y elogien.
La pulcritud y la limpieza siempre son una buena recomen-
dación. El que anda sucio y rotoso no hace buena impresión (pág.
201). Antes de que lleguen visitas, las mujeres ordenan su pelo, se vis-
ten con su mejor capa de piel y se pintan la cara. Se comportan de
modo cuidadoso y reservado; porque son vanidosas y les importa la
buena opinión de los demás. Si llegan huéspedes a su choza, se asean
rápidamente y asean a sus hijos, se frotan el cuerpo con tierra colo-
rante roja seca, quizás se lavan la cara y rápidamente ordenan sus
cosas, para dar la mejor impresión. Fingen que ese orden es cosa de
todos los días.
Con prudencia y astucia el hombre se reserva su juicio sobre el
prójimo. Espera en silencio, y observa todo. Por más deferente que
se muestre, nunca se sabe qué pensamientos oculta su mente; sorpre-
sivamente se puede descubrir que su opinión es justamente la contraria
de la que se esperaba. Controla totalmente su apariencia. Admiran
al que se disciplina severamente, domina sus ojos, cuida su lengua
y no permite que lo saquen de su imperturbable y estática acti-
tud. El indio sólo abandona completamente su reserva y muestra su
auténtica forma de ser en la conversación íntima, en ocasión de las
grandes competencias o a solas con un amigo íntimo. Ante otros, no
revela nada que le pueda valer una opinión negativa.
Con gusto mantiene el porte erguido al estar sentado o parado sin
atormentarse por ello. Las pocas palabras que pronuncia son medidas
y certeras, sus ojos conservan preferentemente la misma dirección
con los párpados algo bajos. Casi cada movimiento parece calcu-
lado, si está frente a otros. Pero, si se encuentra solo o entre sus
familiares más directos, entonces se estira cómodamente y se abando-
na sin trabas. Aun aquí, sin embargo, los padres actúan con cierta dig-
nidad ante sus hijos. Con los demás se habla en voz baja, no se rezonga
ni se discute prolongadamente. Un solo grito es suficiente para ad-
vertir a los niños traviesos o a los perros. Al moverse, caminar o tra-
bajar, en lo posible, no se hace ruido. El europeo se tiene que acos-
tumbrar a esta aparición y desaparición silenciosa de los indios. Al
principio, se asusta cuando repentinamente percibe que hay dos o tres
personas de pie detrás de él o busca asombrado con la vista a quienes,
un momento antes, todavía estaban sentados a su lado.
Este comportamiento extraño, pero comprensible, fue interpreta-
do de modo totalmente erróneo por algunos europeos 141 ; porque, aun
frente a objetos y dádivas europeas, el indio conserva la misma re-
serva muda que ya había llamado la atención de los primeros nave-
gantes.
El indio demuestra un control muy riguroso cuando extraños o
parientes lejanos lo invitan a comer. Jamás, aunque esté desfa-
lleciente, deja que noten que está con hambre. Tampoco diría nunca
que tiene necesidad de comer. La etiqueta requiere que no coman mucho
ni con prisa y, ante los demás, todos se atienen a ella. Pacientemente
esperan y aceptan algunos bocados como si los estuvieran forzan-
do, comiendo en todo caso muy lentamente. Un comilón inmedia-
tamente perdería su buen nombre, porque enseguida le apodan káltv-
kat = zopilote. Este insulto repugnante es muy temido. Aparte de este
comportamiento formal frente a extraños, es decir en el seno de su fa-
milia o con sus amigos, después de una fatigosa caza o excursión, ca-
da uno se llena tanto el estómago que éste llega a sobresalir visible-
mente; pero aun en esos casos evitan comer apresuradamente y con
ansiedad. Cuando los indios se reunían junto a una ballena arrojada
a la costa, cada uno trataba de aventajar al vecino con su desmesura.
A los niños se les enseña a no comer con avidez: "the Ona youth was
schooled to endure cold, fatigue, hunger and thirst without, outward
display of his feelings" (LomaoP: 92). De la misma manera se domi-
nan en la bebida. El indio no encuentra placer a la larga, en una ali-
mentación desmedida. Aparentemente tiene la impresión de que se re-
baja con ello y, además, se contiene por el deseo de mantenerse esbelto
y ágil. La obesidad se considera fea. Casi nunca ha habido individuos
barrigudos entre estos indígenas, pero sí entre los colonos.
A los ojos de un europeo, la comida misma no se desarrolla de
modo muy apetitoso. Se sostiene la carne con una mano o con las dos,
arrancando grandes pedazos con los dientes. Las partes duras se escu-
pen al fuego. Los dedos se chupan y la grasa que chorrea por la boca
se limpia con la palma de la mano. Las manos se pasan por ceniza o
arena, y luego por el vellón de la capa de piel. También acostumbran
112apiarlas en los postes de la choza.
Esta gente es muy escrupulosa al hacer sus necesidades
f i s i o l ó g i c a s, tema del que no se habla nunca. Nadie osaría
acompañar a otro en este caso. En el momento adecuado se alejan si-
lenciosamente e incluso para orinar se retiran mucho del campamento
k° GALLARDO: 140 habla de "una especie de beso muy largo, haciendo suc-
ción", pero limita la costumbre también a padres e hijos. Esta descripción encaja
perfectamente en lo que yo dije sobre el beso (pág. 366).
147 Mis informantes no aceptaron lo que DEL Tueco escribió (en SN: X, 146,
1904) "sobre los usos cuando una tribu se encuentra con otra ... Antes de reunirse
inclinan ante sí tres veces su frente a distintas distancias". Porque los selk'nam
nunca se inclinan ante nadie.
como decesos, riñas, enfermedades, etc., las relega para el final, poco
antes de su partida. No averigua los sucesos y circunstancias del lugar
que visita; también él espera hasta que pueda conocer algo por comen-
tarios ocasionales '48 .
Mientras tanto, el ama de casa ha preparado un buen asado, que
presenta al visitante. Éste se sirve sólo después de una larga espera y
de repetidas instancias, comiendo muy lentamente. Al huésped se le
ofrecen las mejores presas y siempre en abundancia; se le atiende del
mejor modo posible, para que se lleve una buena impresión y comuni-
que luego a los suyos la buena atención recibida. Sólo al día siguiente
se va desarrollando una conversación más animada en la que se inter-
cambian experiencias personales. En ella nadie debe ufanarse de modo
perceptible.
El visitante puede permanecer todo el tiempo que le plazca. Nunca
se le hace sentir que molesta. Y aunque la familia tenga que posponer
su caza o su partida, espera pacientemente y en silencio hasta que se
vaya por iniciativa propia. Si se les llega a acabar la carne y el hombre
estuviera incapacitado para cazar, la mujer busca lo que le haga falta
en la choza de su vecina, pero sin que el huésped lo note. Aunque la
presencia del huésped sea muy deseada, nadie insiste para que se quede.
El visitante no trae regalos y tampoco deja cosa alguna cuan-
do se va, como retribución por la hospitalidad recibida. En la hora
de la partida, el anfitrión obsequia ocasionalmente al huésped alguna
cosita: un cuero, un trdzo de pedernal, un arco o una flecha, aunque
sin insistir para que lo acepte. Desea, sin manifestarlo, que aquél pon-
dere entre su gente suficientemente las virtudes de esta tribu y de la
región. En muy raras oportunidades la dueña de la choza ofrece a la mu-
jer visitante y a sus hijos un pequeño presente. En silencio, y con
pocas palabras, así como se han reunido, se vuelven a separar. Pero
una vez a solas, tanto anfitriones como huéspedes, comentan con lujo
de detalles las impresiones y todo lo observado. Sus opiniones son, a
veces, poco delicadas, porque el indio es muy agudo en su crítica.
Si los selk'nam o los haus se encontraban con sus vecinos yámana
y halakwulup, o bien si se reunían en ocasión de que una ballena fuera
arrojada a la costa o para realizar trueques, se mostraban igualmente
reservados, a pesar de que daban gustosos sus objetos a cambio de los
que necesitaban 149 . Los encuentros entre familias o grupos menores
para el trueque de utensilios necesarios se hacían con la misma cautela.
Los parientes que se veían seguido y se llevaban bien, alternaban
con mayor confianza. El que estaba enemistado con un grupo lo esqui-
vaba escrupulosamente dando grandes rodeos. En general nuestros in-
dios demostraron ser amables y complacientes con los europeos, y sólo
149 GALLARDO: 353, sin embargo afirma: "Si se ven criaturas, el visitante, en su
deseo de agradar, llegar hasta insinuar que esos chiquilines podrían casarse con
sus hijos cuando lleguen a tener la edad para ello". Pero esto no era una costum-
bre generalizada.
149 Comparar con exposiciones análogas de GALLARDO: 351.
se defendieron cuando éstos los provocaron y les hicieron violencia
hasta el exceso '".
Algunas personas se unen en real y sincera amista d que man-
tienen durante toda la vida. También desean verse con frecuencia. GA-
LLARDO: 138 subestima mucho lo que la amistad puede lograr; porque
ella, en efecto, es capaz de cualquier sacrificio. Amigos o amigas se
ayudan en toda situación por el aprecio y el afecto que se tienen, se brin-
dan confianza y sinceridad y siempre son solidarios. Este verdadero
lazo de amistad sólo une a dos personas del mismo sexo. En la pág. 334
describo cómo se respetan y aman los cónyuges. La intranquila vida
nómade impide uniones de amistad más numerosas.
Todas aquellas familias que se juntan por un tiempo más o menos
prolongado, saben organizar la convivencia de esos días de modo agra-
dable y ameno. En donde se presenta la oportunidad se dedican a la
vida social. Los miembros del campamento se reúnen con placer
alrededor del fuego, en la choza de un anciano influyente, y mantienen
conversaciones largas y desenvueltas. Uno tras otro cuentan sus aven-
turas o el más indicado repite episodios de la siempre interesante his-
toria tradicional. Siempre escuchan con placer los mismos relatos de
los antepasados con los que se creen emparentados. El relator está
tranquilamente sentado con los ojos fijos en las llamas o en un punto
indeterminado; no gesticula para nada. No .se dirige a su auditorio
sino que va hablando como si estuviera solo,.pero con voz clara, aun-
que baja. Nadie se atreve a interrumpirlo con preguntas o un compor-
tamiento molesto; no lo miran ni se sientan frente a él. Parecería como
si el orador quisiera concentrarse en sí mismo y la rueda no se lo im-
pide. Sólo cuando termina su relato, uno a uno van hablando de tal
modo que citan alguna parte del mismo, continuando con sus propias
experiencias.
En las largas noches de invierno, cuando se levantan remolinos de
nieve entre las chozas o el silencio amortaja al campamento del bosque
y las familias sólo quieren estar junto al fuego, alguien comienza a
decir, en voz bien alta, algunas novedades o comentarios graciosos.
Los otros prestan atención y se divierten. Un vecino de ingenio agudo
contesta con sus ocurrencias. En seguida sale un tercero y también un
cuarto y los dichos originales y agudos amenizan por horas sin fin al
campamento. Aparte de alusiones chistosas, también caen algunas pa-
labras instructivas y, con la conversación alegre, se combinan sugeren-
cias moralizantes. No se escuchan nunca groserías o expresiones de
le sentido en pub i.o, por lo que ambién los niños pueden escu-
r. Raras veces he reído con m que en aquellos atarde-
ceres en que dos bro estas congenialés se medían en graciosa lo g o-
ma q u i a. Aquí presento un pequeño extracto como ejemplo. Los
dos trataban de sobrepujarse en loas a su patria. Uno era originario
del norte (N) y el otro del sur (S).
' 50 Véase pág. 150. GALLARDO: 137 habla en general de asaltos a náufragos; tam-
poco con esta restricción su juicio es correcto. Al menos tendría que relatar estos
acontecimientos indicando con precisión el nombre de los barcos, el tiempo y el
lugar [del hecho].
N: Mi patria es agradablemente templada y siempre hay buen
tiempo.
S: También nosotros tenemos lindos días, el calor excesivo
no es bueno.
N: Justamente el calor es agradable.
S: Nosotros tenemos días más lindos.
N: No puede ser, sin calor no hay lindos días.
S: También el viento es bueno, no sólo los días cálidos.
N: También nosotros tenernos viento.
S: Vosotros no tenéis ese vi,•nto fuerte y poderoso que sopla
en nuestra tierra.
N: El viento es muy desagradable.
S: El viento no nos molesta porque nos protegen las mon-
tañas.
N: Vosotros tendréis montañas, pero por eso es fatigoso mar-
char y correr.
S: Aunque sea fatigoso, allí hay muchos guanacos.
N: También nosotros tenemos muchos guanacos.
S: Pero no tantos como nosotros.
N: Nosotros, en cambio, tenemos muchos cururos.
S: Los pequeños cururos nunca dan tanta carne como los
guanacos.
N: Tantos más cururos tenemos nosotros. Su carne es más
tierna que la de los guanacos.
S: Los guanacos nos dan lindos abrigos. Cosemos dos pieles
y listo.
N: Si tengo muchas pieles de cururo también puedo hacer
un buen abrigo.
S: En mi territorio cazo las veces que quiera, tú no puedes
ir allí.
N: Yo también puedo atrapar cururos en mi patria, que es
muy vasta. Allí tú no te puedes dejar ver.
S: Mi patria es igualmente grande. Somos muchos.
N: También mi gente es numerosa y fuerte.
S: Mi tribu es innumerable y mis antepasados son muy fa-
mosos.
Los restantes moradores del campamento escuchan con atención
y festejan la habilidad de los rivales; ruidosamente demuestran su ale-
gría y conformidad. Los selk'nam no son tan pobres de expresión como
creería un europeo superficial después de su primer encuentro con
ellos. El que los conoce en la intimidad admira su retórica.
Son muy diestros en el lenguaje por señas. ¡Qué habili-
dad tienen para adivinar con certeza la intención del otro, por mínimas
alusiones y gestos, señas y guiños! Con enorme facilidad vencen en as-
tucia a cualquier europeo; porque un ojo sin práctica difícilmente pue-
de advertir esa comunicación sin palabras. A los blancos que penetra-
ron en su país también les demostraron sus intenciones pacíficas por
señas. Así, por ejemplo: "in sign of peace, they threw down their bows
and arrows" (POPPER en MM: XXV, 125; 1891). Otros movimientos y
signos fueron interpretados correctamente por los navegantes como in-
vitación a desembarcar.
Las señales de fuego y humo no están de ningún modo
tan desarrolladas como entre los yámana. Si, por cualquier razón, es-
tos indígenas quieren llamar la atención de otras familias, sea por un
fallecimiento, una enfermedad repentina, la llegada de una ballena
a la playa, etc., prenden fuego a unos árboles. Más fácil es producir
una gruesa columna de humo con ramaje y hojas verdes, que es reco-
nocida como llamado por todos los que la ven; así suele hacerse cuan-
do alguien fue afortunado en la caza y tiene mucha carne, cuando
alguno se ha perdido en el bosque o ante el peligro de un ataque ene-
migo. Al ver esta señal todos corren a averiguar qué sucede. Es sufi-
ciente una sola columna de humo'''. Los antiguos navegantes mencio-
naron a menudo estas señales.
El carácter gracioso de nuestros selk'nam por supuesto también
ha creado s o b r e n o m b r es (pág. 359) que descubren un agudo
don de observación y de discernimiento 152 . Aquel a quien le endilgaban
uno, tenía que llevarlo durante toda su vida. Esto no era mayor pro-
blema si el apodo no era hiriente. Lo mejor era no hacer nada en con-
tra. Un joven, que de niño había jugado con gran afición con la colori-
da cabeza de una pipa, obtuvo de apodo el nombre "Cachimba", y así
lo llaman sus coterráneos hasta el día de hoy.
El selk'nam no utiliza malas palabras, i m p r e c a c i o n e s, sus-
piros hondos ni interjecciones de asombro o admiración. Para impo-
ner silencio chista con fuerza unas o En la negación tau gira lenta-
mente la cabeza desde la posición central un poco hacia la derecha.
Expresa la afirmación con E, inclinando ligeramente y una sola vez la
cabeza. Su risa raramente se convierte en carcajada, pero, a veces se
revuelcan de risa por el suelo. Por lo general sólo producen un 1to7Joyto
bajo y algo prolongado. Si unos ríen o se divierten a costillas de otro,
demuestran su satisfacción repitiendo un corto tea con el significa.
do de: "¡Eso me gusta!" Nadie sabía aclararme esta exclamación (ka
la cara. Ver GALLARDO: 142). Por malicia o sed de venganza, cuando
se alegran por el mal ajeno y por desprecio emiten un prolongado
xaxaxa burlón.
Finalmente, estos indios saben eludir perfectamente a las gentes
o familias desagradables y dejar que éstas se arreglen por sí solas.
Una vez que la generalidad ha juzgado a alguien, ese juicio siempre
tiene su razón de ser y es casi imposible que esa persona pueda rever-
tir la opinión pública a pesar de un largo esfuerzo. Esta ex c l u s i ó n
WO'
151 GROSSO (en SS: XX, 288; 1896) menciona que encienden cuatro fuegos, pe-
ro yo no lo pude comprobar; ver GALLARDO: 258. En las anotaciones de los nave-
gantes que se acercaron a estas costas hace mucho tiempo, sólo leemos, por lo
general. de una sola señal de fuego.
152 Ver los ejemplos citados en la pág. 359. Simples circunloquios que se
basan en características geográficas y físicas en el sentido más amplio, no cuentan
como sobrenombres, como erróneamente lo hacé GALLARDO: 235. Menciona. por
ejemplo, a CAMEVAGEN, al que analiza con inexactitud y que sólo quiere decir:
"Aquel viejo junto al Lago Fagnano", que vivió allí por mucho tiempo. La grafía
correcta es KAMIWAXEN.
no es total, pero el huésped malquerido siente cómo todos hacen lo
posible para que su estadía sea lo más incómoda posible. El que no
quiere vivir en la más completa soledad, acepta ese trato desagradable
y se pega a los talones de los que se retiran de él. Así se rebelaba Mix-
Kim., el hechicero más odiado, contra la opinión pública.
De este modo los selk'nam, que han sido tan poco favorecidos
por la madre naturaleza en su mezquina patria, supieron preservarse
del peligro de anquilosarse, del embrutecimiento y de la atrofia de su
vida espiritual, a pesar de su aislamiento en familias.
3. Desprendimiento y generosidad
153 BARCLAY (a): 76 lo confirma: "If a hunter kill game, the tribal law rules
that he may not partake of it - save for the 'hunter's meat', i.e. intestine fat (ante
todo la apreciada 'morcilla') but must first bring it back to the camp. It is then
portioned out among the family ...".
154 GALLARDO: 188 concuerda en su narración, si no en la forma, por lo menos
en el sentido: "Si al cortar la carne el cazador se ha equivocado en el número
de las porciones y al distribuirla no alcanza para él, entrega todo lo que tiene,
mostrando así su generosidad; mas si ello es notado por los compañeros, separan
una parte de su porción y la dan al que ha quedado sin nada".
No bien hube distribuido de buena gana los pocos alimentos y re-
galos que había traído cuando llegué al campamento, y la gente vio el
fondo vacío de mi morral, quedé completamente a merced de mis in-
dios. ¡Pero debo asegurar en su honor que no me faltó nada de lo que
ellos me pudieran dar!
Muchas veces escuché decir que: "¡Los tiempos viejos no conocían
un Ite-p- y nunca lo hubieran tolerado!" Lamentablemente hoy algu-
nos solteros y parejas de jóvenes se han establecido en las estancias,
gastando sus jornales para ellos solos. Unos ancianos comentaron este
egoísmo discretamente, pero con preocupación. Todavía hoy conside-
ran en Tierra del Fuego que la generosidad es una de las virtudes más
sobresalientes. En este sentido nos aleccionaron como candidatos del
Klóketen del año 1923 en forma práctica, de acuerdo a la antigua cos-
tumbre. De esta misma mentalidad surge otra costumbre, a saber el
hábito de que, ante extraños y visitantes, el selk'nam no deje traslucir
hambre ni sed, cansancio ni frío. En toda situación guarda el más per-
fecto control de su persona para estar listo para servir al prójimo.
2. La previsión social
157 A los fines comparativos, remito al caso único que GALLARDO: 233 presenta
para fundamentar el asesinato de niños como algo más o menos común, y que
yo pude rectificar en la pág. 366 como el acto de una mujer enajenada mental-
mente, según el juicio de los indígenas mismos.
153 Léase las claras explicaciones y los fundamentos convincentes de PURLONG
(q): 15, GALLARDO: 176, LISTA (b): 108, MARGUIN: 501, POPPER (d): 138 y otros que
han obligado a COOPER: 175 a la siguiente conclusión final: "So far as the Yahgans
and Onas are concerned there is sufficient evidente to clear them (of the charge
of cannibalistic practices) beyond all reasonable doubt".
sabían nada al respecto y mis preguntas los confundían totalmente,
tan extraño les parecía la idea ' 59.
Si apartamos nuestra mirada de estos fenómenos poco edificantes
que mencionamos últimamente, y que ocurren en algunos otros pue-
blos, y la fijamos retrospectivamente en toda la vida social de los
selk'nam, vemos, por lo general, aspectos agradables. Cada individuo
es digno y libre. Sus sentimientos, su pensamiento y su modo de actuar
son humanos. En su trabajo y sus tareas los vemos felices, contentos,
diligentes y exitosos. Todos valen en la familia y públicamente de con-
formidad con su buena reputación y su valor moral. Se saben prote-
gidos de grandes injusticias o se resarcen por sus propios medios.
Como institución social bien fundada y cerrada aparece sólo la familia
individual en estable continuidad, porque los cónyuges mantienen jun-
tos en pie la economía doméstica, disfrutando, independientemente el
uno del otro, casi de los mismos derechos, pero dependiendo sin em-
bargo, en el trabajo, de su pareja, con la que permanecen unidos, por
regla general, hasta el fin de sus días. Pero el Estado, aunque poco
desarrollado, actúa ya con éxito para la continuidad de este pueblo.
Como si esto fuera poco, la constitución social de los selk'nam en ge-
neral y en especial demuestra ser positiva y afortunada; pues ha creado
para el individuo y la comunidad una fácil fuente de alimentos, vida
agradable, seguridad total y una gran alegría de vivir. Esta imagen
tan atractiva de una sociedad, a la que no le faltan oscuras sombras
de auténtica humanidad, pertenece para siempre al pasado.
Empetrum ruhrunt
Fig. 81