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Durante la pasada visita a Congo y Sudán del Sur, el Papa mantuvo un encuentro con
los jesuitas del primer país. Uno de ellos le interpeló con esta pregunta:
«Como jesuita profeso, usted hizo voto de no buscar cargos de autoridad en la Iglesia.
¿Qué le impulsó a aceptar el episcopado, el cardenalato y el papado?».
Hasta el momento no se conocía que el Papa había realizado un voto de este tipo, o al
menos no se había destacado.
Luego me propusieron ser obispo de una zona del norte de Argentina, en la provincia de
Corrientes. El Nuncio, para animarme a aceptar, me dijo que allí había ruinas del
pasado jesuítico. Le respondí que no quería ser guardián de las ruinas, y me negué.
Rechacé estas dos peticiones a causa del voto que había hecho.
La tercera vez vino el Nuncio, pero ya con la autorización firmada por el Superior
General, P. Kolvenbach, que había acordado que yo aceptara.
Estaba como auxiliar en Buenos Aires. Así que acepté con espíritu de obediencia.
En el último cónclave vine con una pequeña maleta para volver inmediatamente a la
diócesis, pero tuve que quedarme. Creo en la singularidad jesuita sobre este voto, e hice
todo lo posible para no aceptar el episcopado.