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La cuidadora de un bebé aprendió a depender de Dios al ver cómo el bebé dependía completamente de ella para su cuidado y protección, a pesar de que quería explorar por su cuenta. Al entregar el bebé a su madre, entendió que debe depender de Dios de la misma manera, dejándose guiar por Él en todo momento aunque a veces quiera hacer las cosas por su cuenta. Al igual que Dios cuida de nosotros como un niño, debemos depender de Él plenamente y caminar a su lado, escuchando Su voz.
La cuidadora de un bebé aprendió a depender de Dios al ver cómo el bebé dependía completamente de ella para su cuidado y protección, a pesar de que quería explorar por su cuenta. Al entregar el bebé a su madre, entendió que debe depender de Dios de la misma manera, dejándose guiar por Él en todo momento aunque a veces quiera hacer las cosas por su cuenta. Al igual que Dios cuida de nosotros como un niño, debemos depender de Él plenamente y caminar a su lado, escuchando Su voz.
La cuidadora de un bebé aprendió a depender de Dios al ver cómo el bebé dependía completamente de ella para su cuidado y protección, a pesar de que quería explorar por su cuenta. Al entregar el bebé a su madre, entendió que debe depender de Dios de la misma manera, dejándose guiar por Él en todo momento aunque a veces quiera hacer las cosas por su cuenta. Al igual que Dios cuida de nosotros como un niño, debemos depender de Él plenamente y caminar a su lado, escuchando Su voz.
La experiencia de cuidar a un bebé, le dio grande lecciones a
una mujer, que aprendió a depender de Dios, como un bebe puede depender de quien lo cuida. Ella cuenta, que hace algún tiempo, alguien le pidió que se hiciera cargo de un bebé por un rato, a lo que aceptó contenta, pues le encantan los bebés. Le gustaba mucho llevarlo en brazos o cogido por sus manos, pese a que él se empeñaba en andar por sí mismo. El bebé caminaba con soltura con sus graciosas piernecitas; pero al mínimo desnivel, caía al suelo. Era un niño bastante independiente. Cuando lo dejaban solo corría de un lado para otro alejándose de la mujer. Y pese a que no lo dejaron solo ni un segundo, a él le gustaba sentirse libre... Pero en el momento en el que él hacía cosas que le ponían en peligro, la cuidadora lo recogía en sus brazos cariñosamente. Cuando paseaba con el niño, lo tomaba en sus brazos o dándole la mano, le encantaba hablarle. La mujer no sabía si lo escuchaba, pero a menudo lo miraba con unos ojos muy abiertos y balbuceaba a modo de respuesta de tanto en tanto; no obstante, otras veces se distraía con lo que le rodeaba, ignorándola. Finalmente el niño fue llevada con su mamá; pues era su hora de comer! Cuando entregó aquel bebé a los brazos de su madre, la mujer entendió, que durante aquel rato había dependido plenamente de ella; Y entendió que debía ser como aquel bebé. Cuando me suelto de la mano de Dios soy capaz de caminar algunos pasos; pero al mínimo desnivel me caigo al suelo. Entonces le busco y Él está ahí, tendiéndome su mano. Cuando a veces intento huir de de los ojos de Dios para hacer las cosas a mí manera, mas Él siempre está ahí; observándome con paciencia y a punto para tomarme en brazos y hacerme entender, una vez más. Cuando camino con Dios, Él me habla constantemente, pero si yo estoy pendiente de lo que sucede a mí alrededor me pierdo lo que Él me dice. Cuando pedimos las cosas a Dios con corazón sincero y fe, Dios es bueno y misericordioso y nos concede las peticiones de nuestro corazón, si son conforme a su voluntad. Esa es la dependencia que necesitamos. Y es que Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos. “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 18:3.