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1Jefe del programa de ciencia política; Docente e investigador de tiempo completo de la Facultad de
Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Medellín. Miembro del grupo de investigación en
Conflicto y Paz.
se presuponga sin problemas. El modelo de Estados soberanos, que aún sobrevive y
es principio fundamental del sistema legal internacional, resulta ser un obstáculo
tanto en la teoría como en la práctica.
El punto de partida es, pues, que tanto los problemas teóricos como los
prácticos, relacionados con los derechos humanos, pueden analizarse a partir de esa
contradicción. Además, con apoyo, en algunas teorías políticas contemporáneas será
posible poner en evidencia que dicha contradicción expresa un problema de
legitimidad política en el que se conjugan principalmente aspectos jurídicos y morales.
Por lo tanto, el análisis que a continuación se expone presupone el clásico problema
filosófico sobre universales y particulares al que Hegel diera un tratamiento
dialectico y al que Marx reclamara su resolución práctica, y reaprende esa discusión
en la problemática que enfrenta la relación entre derecho y moral.
Luego de considerar ambas posturas es posible ver que: (i) tanto la posición
minimalista como la maximalista son recurren a una fundamentación política de los
derechos humanos; (ii) reafirman en mayor o menor medida el catálogo de Derechos
Humanos consignados en los instrumentos legales internacionales; (iii) representan
la defensa del contenido y la forma universal contra las tesis que relativizan los
Derechos Humanos y; (iv) el punto en el que discrepan resulta ser en última medida
el de si los Derechos Humanos pueden ser aplicados universalmente o no. En este
sentido, las concepciones minimalistas y maximalistas se mantienen relacionadas
entre sí y como tales no representan un proyecto universal diferente al que se conoce
como modernidad occidental.
En oposición al universalismo del proyecto político, social y cultural de
occidente que está a la base de las concepciones minimalistas y maximalistas de los
derechos humanos, aparece en escena bajo el sello indistinto de comunitarismo una
descripción de los derechos humanos basada razones ético-políticas inspiradas
tradiciones y contextos locales. Los autores asociados a las propuestas del
comunitarismo, comparten la crítica de una fundamentación abstracta de los
derechos por estar desarraigada de un ethos concreto. Los comunitaritas promueven
una “alternativa a la universalidad abstracta del racionalismo ilustrado moderno”
(Pérez Luño, 2002, 30). El mantenimiento del vínculo de los derechos a contextos
locales sería lo único que podría sostener un desarrollo efectividad práctica pues
esta concepción supone que las tradiciones y los valores con que las personas se
identifican representa una garantía de cumplimiento 2 . Estas objeciones hacen
contrapeso al acercamiento cultural y político de Occidente en otras partes del
mundo.
En ocasiones, esa crítica al proyecto universalistas de los derechos humanos
es nutrido por una crítica política que defiende un relativismo cultural radical que
va más allá de la perspectiva comunitarista. A diferencia de los comunitaristas que
defienden que los derechos humanos solo pueden ser garantizados dentro de un
contexto local de tradiciones, los relativistas culturales atacan directamente los
fundamentos de los derechos humanos. Esta postura considera que en consideración
a la existencia de diferentes culturas no puede haber un proyecto general -humano-
de los derechos humanos. Según estos:
No existen, por tanto, hegemonías en el plano de la cultura, ni
el de las formas políticas. De ello se infiere la improcedencia de querer
juzgar las instituciones culturales y políticas desde un único parámetro
o modelo ideal, porque tal modelo no existe. La idea de un modelo
2En este sentido se interpretan la serie de declaraciones de tipo regional que tuvieron lugar en los
años 90 previos a la Conferencia de Viena y algunos de los textos culturales como La Shaira Islámica
o la adopción de los valores asiáticos. Cf. Menke & Pollmann, 2010, 77-105.
ideal/universal de cultura o de política capaz de servir de canon para
todas las sociedades, y en consecuencia exportable a todas ellas, es una
falacia; se trata de una hipóstasis destinada a enmascarar la
imposibilidad coactiva y/o ideológica de un modelo histórico
concreto, por tanto, de una forma de particularismo político cultural:
el modelo centro europeo occidental en su versión forjada en la
modernidad. (Pérez Luño, 2002, p. 31).
Por último, puede identificarse otro tipo de critica a la concepción
universalista, moderna y cultural de los derechos humanos que se encuentran en la
DUDH. Este proyecto aduce argumentos jurídicos y políticos. En estos argumentos,
presentados de una forma más desarticulada por muchos teóricos desde distintos
enfoques, se defiende la imposibilidad de desarrollar un esquema universal de los
Derechos Humanos dada la estructura jurídico-política de este período histórico. En
un marco de relaciones internacionales y de organización sujeta a la existencia del
Estado moderno resultaría imposible pensar que los Derechos Humanos encuentren
desarrollo práctico. El reconocimiento absoluto de la capacidad de los Estados para
autodeterminarse (aún vigente como principio rector del sistema legal
internacional) y un ordenamiento jurídico constitucional fundamentado en la
soberanía, constituirían los principales obstáculos. Para ellos, por ejemplo, ante la
aparición de una incompatibilidad para garantizar un derecho entre el orden
internacional o local, no podría resolverse sino por los medios del marco jurídico-
político vinculado a la idea del Estado-nación. El argumento que se destaca pasa por
la siguiente consideración:
Incluso entre los Estados pertenecientes a la cultura occidental,
aquellos que obedecen al modelo político del Estado de derecho, se dan
divergencias notables. Así, mientras en algunos de ellos, solo reconocen las
libertades de signo individual, o sea, los derechos personales civiles y
políticos, en otros, los que obedecen al modelo del Estado social de derecho,
amplían el catálogo de las libertades para incluir en él también los derechos
económicos, sociales y culturales. (Pérez Luño, 2002, 34).
Esta última posición es la que había perdido algo de peso gracias a la difusión
de los Derechos Humanos como un discurso público moralizante de alcance global
de las actuaciones estatales (Beitz, 2009) que, en los últimos años de la década de
1990, sirvió como estándar de evaluación del poder soberano de los Estados (por
ejemplo, el discurso de los Estados fallidos). Sin embargo, ha vuelto a ser reavivada
con las nuevas oleadas de justificaciones nacionalistas alrededor del mundo en la
última década. En cualquier caso, dentro de esta crítica también se destaca que la
disputa entre universalismo y particularismo es algo más que un debate de
aplicación de normas o consideración política. Las oposiciones relativistas o
particularistas defienden la idea de que distintas identidades colectivas no sean
reprimidas. Una defensa válida de estos presupuestos deja claro que los Derechos
Humanos deben ser el producto de diálogo cultural que no debe simplemente
atenerse a la verificación de si la propuesta occidental de los Derechos Humanos ha
tenido o no éxito. Lo que está realmente en juego en esta controversia intelectual y
política son las distintas concepciones sobre lo que se le atribuye al hombre y al
desarrollo social, jurídico y político que lo vincula en estas épocas.
En síntesis, el concepto sobre lo que son los Derechos Humanos y lo que a
ellos corresponde no es claro3. La Declaración de El Cairo, por ejemplo, representativa
por considerarse dentro de la naturaleza de una declaración en el derecho
internacional, pero que reivindica visiones particularistas contrapuestas a los
principios de universalidad de otras declaraciones evidencia la ambigüedad
respecto a la concepción normativa de los Derechos Humanos 4 . Desde estas
declaraciones y reivindicaciones se replantea la cuestión sobre si es posible o cómo
pueden presentarse fundamentaciones de tipo religioso de las normas que
5Enrique Antonio Pérez Luño presenta una propuesta que soporta la orientación de este trabajo, su
idea de universalidad se plantea como atributo ontológico de los Derechos Humanos diferenciándolo
de una aspiración de realización universal, también existente en los Derechos Humanos: “Los debates
actuales sobre la universalidad no pueden ser considerados estériles y ociosos. Gracias a ellos puede percibirse
mejor su sentido y el plano orbital de su relevancia para el concepto de los derechos humanos. Quienes con
razón advierten el peligro de hipostasiar la universalidad para convertirla en una mera justificación de intereses
políticos, o en una pantalla encubridora de discriminaciones o desigualdades fácticas, han contribuido en forma
muy positiva a clarificar el discurso actual sobre la universalidad. La universalidad no puede ser un dogma o
un mero principio apriorístico ideal y vacío, de contornos tan etéreos que terminen por no significar nada.”
(Pérez Luño, 2002, 44)
abstractos propios del derecho, que proporcionan la idea de universalidad como
atributo de los Derechos Humanos, y de otro, el contexto de praxis relacionado con
el contenido que constituye su fuente y determinan las condiciones para la
materialización de los derechos.
constituye como atributo del desarrollo moderno del derecho. Como es argumentado a lo largo de
este trabajo, el contenido del derecho siempre apunta más allá de sí mismo dada la particularidad
fragilidad en la que se encuentra ese derecho liberado de ataduras religiosas o iusnaturalistas. El
derecho, dadas sus particulares características de instrumentalidad e incondicionalidad (Habermas,
1998) mantiene su conexión tanto con la política como con la moral. Con esta última comparte las
vías por las que ese derecho puede garantizarse reconocimiento y, por esto, en una relación cercana
con ella, remite –sin subordinarse o perder su autonomía-, también a ella. Bajo esta característica
especial me referiré en el desarrollo de este capítulo con el fin de articular el concepto de los Derechos
Humanos con el de derecho moderno. Sin embargo, la articulación de ellos será todavía preliminar.
En el capítulo siguiente, habiendo establecido la clara relación genética entre derechos humanos y
derecho moderno, ellos serán reabsorbidos en una teoría discursiva del derecho que plantea la
resolución teórica de las contradicciones que se han dado en sus enunciados.
barbarie de la guerra y la promesa de que esa dignidad de cada persona debería ser
respetada.
Ambos artículos, en la medida que expresan claramente lo que un Derecho
Humano representa según su naturaleza de derecho y su reivindicación humana,
destacan en igual medida la paradoja contemporánea de los Derechos Humanos.
La paradoja de los Derechos Humanos es aquella idea por la cual se expresa que su
pretensión de universalidad no ha sido realizada, ni respetada, ni aceptada. Su
contenido sigue siendo objeto de disputa y su legitimidad es puesta en entredicho
por diferentes razones políticas, culturales, sociales e ideológicas; y que, en el mejor
de los casos del contexto occidental, todavía es discutida su naturaleza. Los teóricos
de los Derechos Humanos aún hoy se disputan su naturaleza. Esta se presenta en la
discusión básica sobre como deben ser comprendidos; si como derechos morales o
derechos legales, o una combinación de ambos. Estos temas están en la base de una
de las más abiertas discusiones contemporáneas.
De otro lado, incluso los dos primeros artículos de la declaración base de los
Derechos Humanos demuestran una profunda tensión entre sus expectativas
universalmente realizadoras (Artículo 1) y la posibilidad de sobreponerse a las
diferencias particulares en conflicto de la cual ha emanado (Artículo 2). Los debates
entre universalistas y particularistas o maximalismos y minimalismos han
desarrollado plenamente esa tensión inmanente a los Derechos Humanos y sus
declaraciones, ya sea en cuanto al alcance entre los primeros y en cuanto a extensión
de su contenido entre los segundos. En resumen, los Derechos Humanos no gozan
de un estatus de no problematización. En la práctica, aparecen contrapuestos a la
realidad cuando se entremezclan con discursos político-ideológicos del gobierno
global y apenas resulta clara cuál es la fuente legitimadora de su existencia. Ni en la
teoría ni en la práctica, los Derechos Humanos contemplados en las declaraciones
cuentan con un grado de efectividad o reconocimiento absoluto.
Este capítulo tiene el objetivo de hacer una profundización en ese doble
carácter de los Derechos Humanos que aquí se asume como base de la tensión.
Ambos argumentos son rastreados correspondiendo a esa anterior doble
caracterización. Ahora bien, no es posible perder de vista que la DUDH reivindica
una imagen de dignidad humana. Esta idea es presentada como principio absoluto
que la ley no debe fundamentar y que, a pesar de la posibilidad de parecer ser vaga,
vacía de contenido o sin determinación filosófica, es posible incorporar. La
fundamentación de este principio legal remite a un sustrato extra-sistemático. Su
contenido se apoya en razones de tipo moral que toma la forma de un supuesto que
solo puede reconstruirse a partir del sentido histórico de una declaración formalista,
a partir de indagar en sus presupuestos de universalidad las caracterizaciones
particulares de forma conjunta.
Descubrir el sentido moral de una declaración es reivindicar el contenido de
los Derechos Humanos. Sin embargo, esto solo puede ser históricamente dado y
sobre la base de una reconstrucción de las condiciones que han llevado a esos
presupuestos morales recogidos de la realidad a ser tratados como normativos y, en
últimas, tenidos como derecho formal, aunque sea apenas una pretensión, para
poder ser tratados en la vida práctica según los atributos que ese sistema racional de
acción les otorga8.
En adelante, este análisis apunta a descubrir que la tensión presente en los
Derechos Humanos pasa por una rivalidad original que se da en ese entrelazamiento
del derecho y la moral en un presupuesto moderno como los derechos del hombre
(establecidos como derecho moderno). Estos nacen como pretensiones de validez
moral en una situación histórica particular para llegar a ser considerados como
derechos, esto es, como normas de un sistema legal. De esta forma el problema toma
un rumbo estrictamente jurídico-político que concentra las tensiones de todo el
8El entrelazamiento de dos sistemas de acción como el derecho y la moral, para un análisis los
derechos humanos, involucra otro número de problemas teóricos que serán abordados más adelante.
La clarificación de este problema típico de filosofía del derecho representa importantes conclusiones
para el tema de este trabajo y en particular para el debate entre universalismos y particularismos. 11
De nuevo, parto del punto según el cual los derechos humanos pueden ser considerados en sus
atributos como universales gracias a su incorporación a un código jurídico que tiene pretensiones de
desarrollo de la modernidad hasta la época contemporánea y articula de un modo
particular la paradoja despertada desde la formulación abstracta y generalizada11, y
las formas en que sus enunciados pueden materializarse, hacerse efectivos o
particularizarse.
La aproximación a la contradicción entre la universalidad y la particularidad
de los Derechos Humanos, en este primer capítulo, apunta en lo que sigue a: (i) una
reconstrucción histórica de las características de los Derechos Humanos que hacen
explícito su carácter contradictorio, propio del desarrollo histórico moderno.
Siguiendo algunos de los textos y referencias a la producción intelectual temprana
de Habermas12. La reconstrucción apunta a defender la idea de que los derechos
atribuidos a los hombres, según ese criterio universalizador, están vinculados de
forma original a reivindicaciones y reclamos de grupos particulares en la historia.
Atendiendo a sus calidades morales, ciertos grupos particulares pudieron demandar
el reconocimiento de un estatus moral que condiciona el desarrollo de los Derechos
Humanos y; (ii) siguiendo esta cualificación histórica, se presenta el acto
revolucionario francés de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano como
momento de una fundamentación legal y abstracta de los Derechos Humanos. Esto
se presenta con el fin de evidenciar el complejo papel del derecho al recoger esas
reivindicaciones históricas y preparar el camino para una justificación de esta tarea
dentro de una teoría discursiva del derecho. Lo importante será evidenciar como la
Revolución pudo concretar la universalidad de los aspectos morales y, al mismo
tiempo, expresar una contradicción -recogida por la filosofía política (Rousseau y
Kant)- sobre presupuestos como la autonomía privada y pública, la soberanía
popular y los derechos del hombre. A pesar de las contradicciones en su
autocomprensión (Habermas, 2000) la dialéctica de la Revolución muestra en los
presupuestos puestos en juego, el camino para una reinterpretación del concepto de
Derechos Humanos que, en términos de un paradigma discursivo del derecho y la
democracia que provee de argumentos.
2.3 Constituyendo la generalidad. La génesis histórica de la
particularidad de los Derechos Humanos. Las Revoluciones burguesas: el
caso típico de la moral emigrando al derecho
El desarrollo histórico define a los Derechos Humanos como un proceso
ambivalente de lucha y de reconocimiento de derechos en lugares concretos. Un
proceso caracterizado por ser consecuencia de reclamos por parte de grupos de
personas con especiales condiciones morales particulares. Esos Derechos Humanos
comenzaron su establecimiento en consideración al restricto foco de reconocimiento
de Derechos fundamentales 9 . Su historia ha sido dividida en tres periodos: (i) la
prehistoria de los Derechos Humanos; (ii) la historia propiamente y; (iii) el periodo
de los documentos internacionales10. Es posible encontrar orígenes del contenido de
los Derechos Humanos actuales en documentos como el Deuteronomio11, en el VI y
VII Concilio de Toledo (638) (653)12, la Carta Magna del Rey Juan Sin Tierra (1215)13, las
Disposiciones de Oxford (1258) 14 y la Pragmática de los reyes Católicos declarando la
Libertad de Residencia (1480)15, entre otros. Sin embargo, en su historia, los Derechos
fundamentales se consolidan y se consiguen de forma paulatina al proceso de
formación de los Estados modernos. Las referencias más significativas de este
9
En este punto, parece necesario hacer explicita la relación entre derechos humanos y derechos fundamentales
que este trabajo asume. La consideración necesaria es que ambos poseen una misma fuente de existencia con
una diferenciación de tipo histórico y estructural en el presente. La fuente común se encuentra en la
reivindicación de una justica social (Habermas, 2010b; Beitz, 2009) que, como sentimiento y reclamo, se ha
hecho presente en todas las épocas de la humanidad. Los derechos humanos actualizan hoy los reclamos y las
injusticias en el campo de un escenario global, buscan reivindicar las libertades mínimas que, también, son
expresadas por los derechos fundamentales en los órdenes jurídicos y políticos locales modernos.
10
Sigo aquí el trabajo Derecho positivo de los derechos humanos (1987). Gregorio Peces-Barba y otros.
11
Que establece unas garantías particulares dadas por Yavé para el desarrollo de la existencia en algunos
campos. Así, reglas para el trato a pobres y esclavos, sobre la administración de justicia, referencias sobre
Equidad y moderación y aplicación de penas. (Peces-Barba, et al., 1987, p. 22)
12
Menciona la prohibición de condenar a alguien sin acusador legal, entre otros (Peces-Barba, 1987, p. 23 y
ss.).
13
Estableció garantías en favor de la nobleza que limitaban el poder del rey. Cf. Peces-Barba, 1987, p. 31 y ss.
14
Que estableció reglas y procedimientos relativos al ejercicio de la función de carácter público de Sheriff
(Administrador ejecutivo de un condado), las calidades particulares para ejercer el cargo y sobre el resarcimiento
de daños que alguien pudiere sufrir con el ejercicio de este. Cf. Peces-Barba, 1987, p. 34.
15
Permitió y ordenó ser respetado el desplazamiento de propietarios como estos lo decidieran de forma libre.
cf. Peces-Barba, 1987, p. 37 y ss.
periodo son: la Petición de Derechos (1628) 16 , las Normas fundamentales de Carolina
(1669-1670)17, el acta de Habeas Corpus (1679)18, la Bill of Rights (1688)19, la Carta de
Privilegios de Pennsylvania (1701)20, la Declaración del Buen Pueblo de Virginia (1776)21,
la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y la entendida como el
momento determinante de la universalización: la Declaración de los Derechos del
hombre y el Ciudadano (Agosto 26 de 1789).
Estos textos representan la génesis material de los derechos consignados en
las normas positivas internacionales actuales y el sistema de derechos del que se
predica la universalidad. Estas declaraciones en la historia de los Derechos Humanos,
fueron precedidas y se originaron en la lucha por un reconocimiento. El derecho de
Habeas Corpus es producto del aprisionamiento arbitrario de un grupo de
disidentes políticos de Carlos II; la Bill of Rights representa la consolidación de la
Revolución Gloriosa apoyada por el Parlamento inglés; la Declaración de Virginia es
resultado del conflicto entre la metrópolis y Nueva Inglaterra provocada por el
interés económico en el té y el papel que, en algún punto, convergería en la
Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Cada logro estuvo soportado por
16
Este texto escrito por los Lores y los Comunes, contiene la garantía de que no se establezcan tributos sin la
previa aprobación del Parlamento, además, la garantía de existencia de una Ley ordinaria para ser detenido y
juzgado; queda abolida la ley marcial y suprimida la obligación de alojar soldados. (Peces-Barba, 1987, p. 62).
17
Fueron encargadas por los Lores propietarios a Lord Ashley, conde de Shaftesbury y a John Locke.
Establecían los poderes de los propietarios y regulaban los derechos de los colonos.
18
El procedimiento establecía, básicamente, en conducir ante un Juez al prisionero para que aquel verificara la
legalidad de una acusación. “El documento no creó nuevos derechos, ni introdujo nuevos principios. Sin
embargo, aseguró que el Derecho existente se hiciera efectivo en todo tiempo –también durante el periodo de
vacaciones judiciales-. Además, los prisioneros debían ser presentados ante el juez sin dilaciones para
determinar la legalidad de su encarcelamiento, y se prohibía la reclusión en ultramar, que podría afectar la
eficacia de la norma” (Peces-Barba, 1987, p. 84).
19
“La Declaración de Derechos representa el triunfo de los principios por los que el partido whig había
combatido contra Carlos II y Jacobo II, cuyo fundamento era la supremacía del Parlamento sobre el derecho
divino de los reyes” (Peces-Barba, 1987, p. 92). Además, entre otros, en la declaración se encuentran la
eliminación del poder de modificar y suspender el efecto de las leyes; la eliminación de la facultad real de crear
impuestos (desde ahora corresponderían al Parlamento exclusivamente), se establece el derecho de petición,
entre otros.
20
Ratificó la existencia de dos órganos de representación y garantizó la libertad de conciencia, el principio de
contradicción procesal y otras garantías. Esta Carta tuvo origen en la declaración de William Penn como
propietario de unas tierras del Norte de Maryland que le dio el poder para la promulgación.
21
Originada en el descontento de las trece colonias americanas, estas, actuando como Estados se dan una
Constitución que reconoce los típicos derechos del iusnaturalismo moderno y que ratifica otras declaraciones
de derechos previamente formulados; e influenciaría, tres semanas después, la declaración de independencia.
un grupo de gente que, en favor de sus intereses, en las revoluciones fueron en
contra del Establishment y ganaron el reconocimiento de sus reclamos. Estos hechos
de la vida moderna hacen parte de un periodo de cambio y transformación del
modelo estamental y de las relaciones tradicionales de dominación, un periodo
caracterizado por el liderazgo determinante de una clase social que tuvo origen en
los comerciantes y artesanos de la época medieval. Fueron estos individuos de una
clase identificada en la historia como burgués quienes se convirtieron en los
precursores de esos derechos. Una caracterización particular de esta clase, asociada
a su interés particular en la protección de la propiedad, permite establecer unos
atributos morales históricamente condicionados por sus intereses económicos de
clase. Estos atributos morales, determinados por la propia biografía, constituyen la
causa de la lucha por la garantía y el reconocimiento de unos derechos en la época
de las revoluciones burguesas. Los Derechos Humanos en su origen se identifican
con los intereses de la burguesía en ascenso.
El complejo proceso histórico revela cómo el curso de estos reclamos y
reconocimientos llegan a la forma del derecho positivo en abstracto a su más alto
grado de perfeccionamiento. En la modernidad -y el hecho determinante de la
Revolución Francesa-, con la idea de la formalización de las relaciones en el
derecho abstracto y la determinación del imperio de la ley general, los principios de la
burguesía triunfante (libertad, igualdad y fraternidad) se garantizan en el Estado de
derecho Liberal. Con este se asegura un uso racional del derecho que estabiliza las
instituciones vinculadas con la vida social y las relaciones humanas. Los atributos
de generalidad, impersonalidad y abstracción de la ley fueron el principal logro para
el mantenimiento de los cambios históricos en una época de transición. Con la
configuración liberal de unas abstracciones determinadas ideológicamente como
universales, la clase burguesa impulsó el establecimiento de unos medios que
garantizaban su condición particular pero que a la vez configuraba un nuevo orden
político y jurídico que iba más allá de su condición. Un orden a la medida de una
consagración jurídica establecía las márgenes de la libertad y dejaba claro a quién le
pertenecía el poder. No era solamente al burgués, era al sujeto abstracto a quien, con
el respaldo de una estructura de protección limitada pero con capacidad de acción,
se le otorgaba el mantenimiento del nuevo orden.
La Declaración de los Derechos del hombre y el ciudadano (DDHC) representa los
atributos morales alcanzados por un grupo para un grupo. Pero en su abstracta
universalización los derechos reclamados, tomaron la forma de principios políticos
y legales para todos los seres humanos. Las garantías surgidas de los reclamos
concretos, elevadas a formulaciones normativas abstractas e identificadas como
derechos subjetivos, contaban, y cuentan, con el riesgo de quedar aisladas sin una
constante actualización en procesos de aplicación y materialización particular. La
universalización se desconecta de lo concreto que da respaldo a sus contenidos.
Porque la historia continúa y la abstracción de los enunciados jurídicos simplemente
no puede contener toda la realidad; el contenido mismo del derecho se relativiza y
el proceso, en últimas, produce la negación de una validez (legitimidad) universal
de esas abstracciones jurídicas que debe ser solventada por otros medios 22 . El
proceso revolucionario mismo resultó ambivalente en este sentido. La pérdida del
impulso de la historia al contentarse con el aseguramiento del marco para el ejercicio
de la libertad económica, que caracteriza al burgués en los orígenes de la
modernidad, produjo de un lado el desenmascaramiento de las declaraciones
proclamadas y lo contingente de las acciones basadas en su interés (Habermas,
1994).
La universalidad declarada, por un lado, y una concreta y originaria sustancia
que se ha perdido, por otro, desarrollan la tensión de unos Derechos Humanos con
una marcada fuente de reclamo moral concreta. Los problemas comienzan con el
inevitable desarraigo de una realidad que permanece inabarcable y con la pretensión
de unos derechos que, por su origen, permanentemente intentan realizar su objeto
jurídico en el mismo sujeto de sus enunciados. Esta es una tensión de la
23La manera concreta como esa moral se involucra con el derecho, una teoría discursiva del derecho
y la política, la presenta en la forma de un punto de vista imparcial que condiciona la legitimidad del
2.3.1 La Positivación del derecho y el problema de la
legitimidad
Si bien el concepto de revolución burguesa puede aplicarse a otros
acontecimientos, para la Revolución Francesa esta identificación resulta categórica.
Esta revolución, encarna el espíritu filosófico de un siglo resonante y pauta un
verdadero cambio hacia una nueva época que le correspondería realizar solamente
a su autor: al burgués, al individuo generalizado en la ley.
Ante la proposición de Hegel: “No debe uno pronunciarse en contra cuando se
dice que la revolución recibió su primer estimulo de la filosofía”; Jürgen Habermas (2000)
comenta:
Esta precavida afirmación del viejo Hegel refuerza la autocomprensión
de la Revolución Francesa: ciertamente, entre sus contemporáneos era un
lugar común afirmar que la filosofía había trasladado la revolución de los
libros a la realidad. La filosofía, es decir; los principios fundamentales del
derecho natural racional, ellos eran los principios de las nuevas
constituciones. (p. 87).
Con esta base, Habermas desarrolla su análisis alrededor de la Revolución
Francesa, la teoría del derecho natural racional y el derecho positivo moderno. El
logro de la Revolución, que sirvió asimismo para la autocomprensión de las acciones
revolucionarias, fue la positivación del derecho natural; “La positivación del derecho
natural [fue] la realización de la filosofía” (Habermas, 2000, p. 87). Con la positivación
del derecho moderno surgen los derechos como prerrogativas formales. Solo hasta
este punto los principios individualistas ya desarrollados por la filosofía, surgen
como derechos generalizados, no atados a una condición especial, estatus sacro o
calidad superior. La nueva condición para los individuos es que, todos o cualquiera,
están autorizados para hacer todo aquello que no esté prohibido por las leyes
mismas, y solo por ellas. Con esto, tanto los derechos como las obligaciones, quedan
separados de todo vínculo moral concreto que en últimas era lo que se justificaba
con un orden más allá de un derecho profano. La libertad de cada uno queda
supeditada simplemente a la misma libertad de los demás.
Aquel, es el principio esencial del derecho moderno que la Revolución declaró
vigente. Esto es, la formación de un orden abstracto de relaciones. El papel del
derecho moderno cobra una relevancia decisiva para el ethos social desencadenado
por la Revolución. Un discurso de universalidad de los derechos es fijado como
presupuesto innegociable24 y el proyecto de autorrealización de los individuos es
asentado como criterio necesario para poner fin a las injusticias y a las
desigualdades. Pero, antes que esto pudiera traerse a conciencia, hubo que
confrontarse ese derecho con una realidad y los problemas que el nuevo orden de
las revoluciones burgueses dejaba para el derecho. Ciertamente, la totalidad de las
circunstancias que vinculan el orden asegurado por el derecho cambian con el
desarrollo de la vida moderna, y la comprensión o explicación admisible sobre la
naturaleza de ese derecho moderno no queda establecida de manera coherente.
El nuevo orden de derecho positivo de relaciones abstractas se deshizo de una
condición moralizadora válida hasta el momento de positivación. Y, con esto,
surgieron serios problemas para la comprensión de ese derecho positivo. El derecho
moderno se presenta de forma puramente externa a los individuos diferenciándose
de la moral de un orden tradicional y, además, queda expuesto a los problemas de
como encontrar razones para reclamar validez para sí mismo y para garantizar su
carácter de incondicionalidad (Habermas, 1998). A partir de ese momento, sin aquel
respaldo inmediato y por el establecimiento en un orden abstracto de relaciones
24 “Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea nacional, considerando que la ignorancia,
el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la
corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales,
inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los
miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a fin de que los actos del poder
legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse a cada instante con la finalidad de toda institución política,
sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, en adelante fundadas en principios simples
e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos”.
Preámbulo a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. (26 de Agosto de 1789).
entre los individuos, el derecho quedaría ante la única posibilidad de parecer el
resultado de la voluntad propia de esos individuos. Concluye Habermas:
El derecho formal válido está sancionado por un poder físicamente
eficaz y la legalidad está esencialmente separada de la moralidad. El acto de
positivación del derecho natural como tal obtiene su particular dificultad y
agudeza de esta situación. Por una parte, la validez positiva del derecho
coercitivo requiere un poder de sanción que le garantice el respeto
consiguiente. Por otra, idealmente, la positivación del derecho natural solo
puede ser precedida legítimamente por la autonomía de los individuos
aislados e iguales y por su comprensión de la conexión racional de las normas
del derecho natural. Por esto, en los manuales de derecho natural la posición
jurídica originaria está siempre representada como si el poder garantizante
del derecho fuera producido por una voluntad de todos los particulares libres
guiada por la comprensión racional y común. Las codificaciones del derecho
privado del prerrevolucionario siglo XVIII no representaban ningún
problema: aquí, un poder estatal establecido tomaba la tarea de promulgar y
realizar a la vez un sistema, por cierto, parcial de leyes formales. Ahora bien,
cuando el mismo poder estatal tuvo que reorganizarse de raíz según los
nuevos principios, aquella idea de un contrato social, idea simulada y
proyectada retrospectivamente en el umbral del estado social, tuvo que
aguantar como esquema interpretativo de los actos revolucionarios. Puesto
que se trata de crear un sistema de justificaciones coercitivas, la coerción
sancionante debe ser pensada como procedente de la comprensión y de la
convención autónomo-privada. El acto por el que América como en Francia
se introdujo la positivación del derecho natural fue una declaración de
derechos fundamentales. Según la autocomprensión revolucionaria, esta
declaración debía manifestar sobre todo la comprensión y la voluntad, la
conexión racional de las normas fundamentales y la voluntad de
proporcionarles validez por medio de un poder de sanción obligado en sí
mismo con estas normas. Este acto de declaración debía exigir para sí
engendrar el poder político exclusivamente a partir de la autocomprensión
filosófica. Esta idea de la realización política de la filosofía, a saber: la creación
autónomo-contractual de la coerción jurídica a partir tan solo de la coerción
de la razón filosófica, es el concepto de revolución que se sigue inmanente de
los principios fundamentales del derecho natural moderno; bajo el otro
nombre de contrato social, este concepto fue lentamente desarrollado antes de
que la revolución burguesa, que se había hecho conscientemente de él, se
concibiera a sí misma en la positivación de los derechos naturales y, entonces,
uniera también este concepto a su propio nombre. En este sentido, el tópico
de los jóvenes hegelianos de la realización de la filosofía, ya fue anticipado en
aquellos tiempos (Habermas, 2002, p. 89-90).
Desde sus orígenes clásicos, el derecho cuenta con dos atributos que no
aparecieron en tensión hasta la entrada de la modernidad y el hundimiento del
derecho natural de tipo religioso o metafísico. Esto es, hasta la positivación de este
derecho. Esos dos momentos son el de no instrumentalidad o incondicionalidad y el
de instrumentalidad (Habermas, 1998). Siguiendo la recapitulación de la teoría de la
racionalidad y de sistemas hecha por Jürgen Habermas (1998; 2010), todavía en las
circunstancias pre-modernas el derecho solventa su funcionalidad y la armonía de
aquellos momentos característicos del derecho gracias al orden superior del derecho
sacro, divino o natural. Este derecho divino es la base de legitimación para un
derecho profano mejor representado por la figura de un derecho burocrático de
edictos, leyes imperiales e incluso de decisión. Pero, el desarrollo moderno se
encarga de despojar esa armonía entre instrumentalidad e incondicionalidad cuando
el derecho queda reducido simplemente a la función de derecho burocrático que
puede ser cambiado y dispuesto a voluntad:
A medida que las imágenes religiosas del mundo se desintegran en
convicciones últimas de tipo subjetivo y privado y las tradiciones del derecho
consuetudinario quedan absorbidas por un derecho de especialistas, los
cuales hacen un usus modernus del derecho que elaboran, la estructura
trimembre del sistema jurídico no tiene más remedio que venirse abajo. El
derecho se reduce a una sola dimensión y solo ocupa ya el lugar que hasta
entonces había ocupado el derecho burocrático. El poder político del príncipe
se emancipa de la vinculación al derecho sacro y se torna soberano. A ese
poder político le compete ahora la tarea de llenar por su propia fuerza,
mediante una actividad legislativa ejercida por el propio poder político, le
hueco que deja atrás de sí ese derecho natural administrado por teólogos. De
ahora en adelante todo derecho tiene su fuente en la voluntad soberana del
legislador político. Establecimiento, ejecución y aplicación de las leyes se
convierten en tres momentos dentro de un proceso circular único, gobernado
políticamente; y lo siguen siendo aun después de diferenciarse
institucionalmente en poderes del Estado. (Habermas, 1998, p. 136).
Así, en retrospectiva, el problema de los teóricos del derecho natural racional
fue encontrar un sustituto para ese derecho sacro que respaldaba al profano. El
derecho natural racional reacciona ante la disolución del respaldo metafísico del
derecho proponiendo el modelo del contrato. Como modelo ideal, el contrato se
proyecta sobre la base de la imagen propia de esos propietarios que ejercen las
prerrogativas dadas de un derecho nuevo dado para sí y edificado sobre los
llamados derechos subjetivos:
La figura básica del derecho privado burgués es el contrato. La
autonomía en lo tocante a cerrar contratos capacita a las personas jurídicas
privadas para generar derechos subjetivos. Pues bien, en la idea del contrato
social, esa figura de pensamiento es objeto de una interesante interpretación
que tiene por fin justificar moralmente el poder ejercido en forma de derecho
positivo, justificar moralmente la “dominación legal racional” (en el sentido
de Weber). Un contrato que cada individuo autónomo concluye con todos los
demás individuos autónomos solo puede tener por contenido algo de que
razonablemente todos puedan querer con vistas a la satisfacción de intereses
de cada uno. Por esta vía solo resultan aceptables aquellas regulaciones que
puedan contar con el asentimiento no forzado de todos. Esta idea básica delata
que la razón del derecho natural moderno es esencialmente razón práctica, la
razón de una moral autónoma. Esta exige que distingamos entre normas,
principios justificatorios y procedimientos, es decir procedimientos conforme
a los que podamos examinar si las normas, a la luz de principios válidos,
pueden contar con el asentimiento de todos. Como la idea de contrato social
pone en juego un procedimiento de ese tipo para la justificación de los órdenes
organizados jurídicamente, el derecho positivo queda sometido a principios
morales. (Habermas, 1998, p. 145-146).
Ya sea por la línea tomada por Kant en cuanto a la carencia en
fundamentación o por Hobbes, en cuanto a la variación del derecho a voluntad;
ninguna de estas teorías logra hacer valer una versión del derecho idónea para el
problema de sus dos características Para el autor de la segunda generación de la
Teoría Crítica de la sociedad, Hobbes se olvida del momento de incondicionalidad
y Kant somete al derecho a un tipo precario de discurso moral. Siguiendo a
Habermas, la teoría del derecho natural racional falla, incluso en aquellas versiones
más maduras, en una fundamentación y en una explicación de los presupuestos de
legitimidad de la dominación legal porque:
El estado de cosas que ese derecho tenia por fin interpretar se le tornó
tan complejo que le resultó inabarcable. Muy pronto quedó claro que la
dinámica de una sociedad integrada a través de mercados ya no podía quedar
captada y apresada en los conceptos normativos del derecho, ni mucho menos
podía detenérsela en el marco de un sistema jurídico diseñado a priori. Toda
tentativa de deducir de principios supremos, de una vez por todas, los
fundamentos del derecho privado y del derecho público, tenía que fracasar
ante la complejidad de la sociedad y de la historia. (Habermas, 1998, p. 149-
150).
En este sentido, la evolución del positivismo jurídico representó
verdaderamente una salida y un esfuerzo por resolver el problema. No obstante, las
propuestas positivistas deben similarmente tomarse por insuficientes. Las
propuestas positivistas del derecho son desmentidas por las modernas y
contemporáneas teorías sociológicas que captan la composición de una estructura
social por medio de diferentes subsistemas. Esas teorías dejan entrever que esos
campos sistémicos guardan un grado de comunicación entre ellos y efectivamente
tienen algo que decirse, más aún, en la lógica de la sociedad capitalista. El análisis
sobre el derecho, después de haberse logrado su autonomización expresada en la
estricta positivación y conservando todavía la necesidad histórica de asegurar su
naturaleza coercitiva por medio de un criterio validez externo, queda expuesto a la
composición estructural de esos sistemas comunicantes. Por tanto, el derecho no
puede parecer como el producto de la mera voluntad de un soberano. Con la
propuesta de John Austin resulta olvidándose por completo el momento
característico de incondicionalidad. Tampoco, en procura del mantenimiento de su
autonomía, aunque reconociéndose ese momento necesario de incondicionalidad,
puede quedar atrapado en la fundamentación sobre sí mismo de todo su contenido,
confiando como hace Kelsen, en que la confirmación de sus funciones de regulación
se dé a través de la solución de los conflictos que se espera puedan ser llevadas a
buen término por una administración de justicia a quien se le apuesta todo.
Reconocer tales propuestas como válidas, no solo equivaldría a negar las raíces
históricas del derecho sino a negar que el derecho efectivamente pueda acudir a
criterios racionales de validez para ejecutar, por fin, sus funciones de forma efectiva.
Si aquello no se acepta, se estaría confiando con razones en que el derecho no queda
reducido ni a poder político ni a una subordinación respecto de la moral, resultando
coherente también decir que guarda una estrecha relación con ellos. Esta relación se
expresa en el problema de la legitimidad de todo un sistema político que el derecho
concentra en el criterio de incondicionalidad. Por esto, resulta justificada la
exploración en la contemporánea teoría del discurso a fin de hallar respuestas
plausibles a este problema. Antes de ello, todavía resulta importante señalar con
radical concreción cómo es que se expresa este problema de la legitimación
institucional del derecho en la comprensión originaria de los Derechos Humanos.
25 “Este acto de declaración debía exigir para sí engendrar el poder político exclusivamente a partir de
la comprensión filosófica. Esta idea de la realización política de la filosofía, es el concepto de
revolución que se sigue inmanente de los principios fundamentales del derecho natural moderno; bajo
el otro nombre de contrato social, este concepto, fue lentamente desarrollado antes de que la
revolución burguesa, que se había hecho consciente de él, se concibiera a sí misma en la positivación
de los derechos naturales y, entonces, uniera también este concepto a su propio nombre.” (Habermas,
2000, p. 90).
26 Esta justificación que legitimaba el orden, fue claramente reabsorbido por el ideario de la
revolución. “[…] el concepto de una revolución que penetre como tal en la conciencia de aquellos que
actúan revolucionariamente y que pueda ser conducida a su fin exclusivamente por estos, este
concepto de revolución, surgió por vez primera en el derecho natural racional, esto es, pudo formarse
en el acto de su transformación en derecho estatal positivo”. (Habermas, 2000, p. 87).
27 Artículos 3, 6 de la DUDHC.
Ciertamente, la filosofía política del derecho natural burgués mantenía la
nostalgia de poder garantizar por medio de sus construcciones abstractas la fuerza
cohesionadora del derecho en un orden social capitalista ya en desarrollo que
aguantaba ante ese aspecto (Habermas, 2000). En algunos casos, como en Locke, la
facultad de actuar como soberano provenía de un orden natural supremo que
sobrepasaba incondicionalmente la particularidad de la ley; en Hobbes se daba una
identificación plena de ésta (la facultad) con la voluntad del soberano en la que el
derecho es mero producto de esta pero a la cual, no obstante, se le establece un límite
de razón natural superior. Otro ejemplo se presentó con Spinoza, en quien la
dualidad entre la ley y la voluntad de poder del soberano parece diluirse en el
derecho estatuido que, así establecido, no reconoce la existencia de un poder mayor
a sí mismo, pero que de algún modo se aprecia en él una fuerza superior (Neumann,
1957). La dualidad que mantienen los teóricos del Estado liberal-burgués muestra
una tensión impulsada de un lado por el afán de garantizar una esfera de
configuración privada en donde se desarrollarían los intereses particulares de
sujetos que buscan fines (económicos, profesionales, etc.); y, de otro lado, muestra la
necesaria tarea de dar legitimidad a un orden que trata a todos los individuos como
portadores de iguales libertades y en el que se debe hacer uso de la fuerza para
garantizar este principio. Esta dualidad, conectada con la necesidad de dar
legitimidad al derecho estatuido por los hombres, es característica de la moderna
concepción del Estado liberal burgués (Neumann, 1957).
Siguiendo a Habermas (2000), solo con Rousseau, la positivación del derecho
y la representación de las nuevas relaciones sociales que la norma ya expresaba
apuntaron hacia ellas mismas; esto es, al mantenimiento de unas relaciones privadas
articuladas por el tráfico de mercancías y a una formación de la opinión pública que
se proyectaba a la par del concepto liberal de autonomía privada que fue absorbido
por la revolución (Habermas, 2000). Con Rousseau, entonces, se pone de manifiesto
cual es el criterio mediante el cual el nuevo orden de relaciones coercitivas puede
parecer válido. Solo a través del ejercicio democrático de una práctica de
autodeterminación se garantizaría la legitimidad de un orden que exhorta a actuar.
Tal y como es conocido, los constituyentes franceses pretendieron la inauguración
de un nuevo orden que pudiera desarrollarse conforme a la aspiración de estar
respondiendo a ambos paradigmas pero, tal y como quedo articulado en la
Declaración, aquellos principios, el de unas garantías de no intervención y la de un
ejercicio de la libertad, en el contexto de una cultura política democrática quedaron
desbalanceados.
Intencionadamente, los revolucionarios habían logrado algo más que
consagrar garantías para la libertad. Habían logrado establecer la forma de un poder
soberano de decisión que nunca más le pertenecería a uno y en adelante sería para
todos. Lo revolucionario, impulsado por la fuerza motivadora de unos derechos
inalienables que sirvieron para la autocomprensión, terminó siendo un nuevo orden
democrático sustentado en una voluntad general que debería encarnar al nuevo
soberano con pleno poder para legitimar una coerción pensada para el
mantenimiento del orden conseguido 28 (Habermas, 2000). Esa voluntad sumada,
aunque todavía pensada en términos jurídicos demasiado formales, según el autor,
radicaliza ya la forma de una igualdad y de una libertad (no solo privada sino
también en ejercicio para que sea realmente existente) para mantener el poder y el
orden de las relaciones. De cualquier modo, quedaba claro que los elementos
necesarios para garantizar el nuevo orden quedaban ya, desde tal momento, en la
figura del derecho29.
28 “El acto por el que […] se introdujo la positivación del derecho natural fue una declaración de
derechos fundamentales” (Habermas, 2000, p. 90). Fue esta la forma de responder a la necesidad de
la Revolución de autocomprenderse y establecer un orden, estos elementos están presentes en toda
declaración de derechos fundamentales. El enlace con una fundamentación política y racional de los
derechos fundamentales, como se dijo, sirvió al propósito de autocomprensión en el sentido de que
estos, además, soportaban la carga de continuidad del derecho natural y representaban esa
realización de las ideas en la revolución. Por otro lado, luego de hacer aquella conexión (la de fundar
con bases fuertes toda la reconstrucción iusnaturalista en clave positiva) resultaba necesaria una
voluntad general en la que reposara, y de la que proviniera, al menos de manera formal, la nueva
construcción. La voluntad era necesaria para dar, a esas declaraciones, “validez por medio de un
poder de sanción obligado en sí mismo con estas normas” (Habermas, 2000, p. 89)
29 Los textos del gran teórico de la política y el derecho Franz Neumann (1957) demuestran que de
cualquier modo, el iuspositivismo logró consolidarse como posición teórica del sistema legal en la era
La continuidad del iusnaturalismo, teniendo los dos criterios que guían a los
Derechos humanos/fundamentales en la modernidad, puede ser vista como una
especie de carga histórica que debía asegurarse. La propiedad privada junto con la
de la vida y la de la libertad, ciertamente, llenan de contenido a las declaraciones 30.
El otro problema, el de la legitimidad de ese derecho que consagra esas
reivindicaciones desarrollado hasta este punto, era lo que en últimas se presentaba
en Francia como punto esencial (incluso para los derechos naturales del hombre).
En Francia estaba en juego la conformación de una voluntad general en respaldo de
un orden de relaciones. El logro de la Revolución necesitaba de una reivindicación
más radical que la de un Common sense surgido de una básica intención de limitar
un poder despótico que, desde lejos, como para los americanos, obstaculizaba el
interés de los gobernados 31 . En Francia era necesario el establecimiento de una
sociedad civil con capacidad de conformar una opinión pública que llevará cabo las
ineludibles consecuencias históricas de la Revolución. Los dos presupuestos, el de
los derechos fundamentales de los hombres y el de la soberanía popular, debían
poder ser puestos en acción para alcanzar los ideales de la Revolución.
Pero, con el criterio de la soberanía popular remitido a la idea de una voluntad
general que se disuelve en la existencia de la ley, en Francia se acentuó el orden de
una formalidad en detrimento de los derechos inalienables del hombre; “[…] los
jacobinos, como disciplinados alumnos de Rousseau, entienden todavía la
democracia en su forma más radical, de un modo tal que la voluntad general ejerce
su soberanía por medio de leyes formales y generales.” (Habermas, 2000, p. 108).
Ciertamente, en Francia no se dio diferenciación alguna entre derechos del hombre
del Liberalismo gracias a la aceptación de la democracia y el contrato social. Y con ella se fundamenta
una caracterización de la ley que aún acompaña los sistemas legales. Esta ley formal se caracteriza
como ley siendo general, impersonal e irretroactiva. En esta forma la ley general considera a sus
destinatarios en masa y las acciones en abstracto. Con Habermas, como se verá, resolviendo la disputa
histórica entre los dos (derechos del hombre vs soberanía popular) será evidente la solución al
problema de la legitimidad el derecho que ya había sido puesto de presente por la revolución y que
ha estado por tanto en su código.
30 En el sentido de 1.2 de este trabajo. Cf. pág. 9.
31 Cf. Habermas, 2000.
y del ciudadano. La positivación del derecho natural implicaba que la figura de una
Constitución general organizaba suficientemente el Estado y la sociedad (Habermas,
2000). Los derechos naturales que condicionan al legislador quedan desplazados
ante la formulación de una voluntad general surgida del principio de soberanía
popular que el nuevo orden trajo consigo.
El desarrollo del derecho y el orden político en la modernidad trae consigo
esta disputa. En ella se juega la legitimidad de un orden establecido sobre
presupuestos generalizadores que habilitan la actuación (autonomía privada) y la
práctica realizadora de esas libertades por las que el derecho se confirma (autonomía
pública). La tradición liberal defiende los derechos subjetivos por encima de la
conformación de un orden cooperativo y destierra radicalmente la moral. La
tradición republicana acentúa sus fundamentaciones en la conformación de una
voluntad apenas formal que no solventa la pregunta de la legitimidad ni se sostiene
ante los difíciles problemas de la integración de la sociedad32.
La disputa entre cual de los criterios legitimadores de ese orden social en el
que el derecho es mediador se ha mantenido hasta tiempos cercanos. La respuesta a
que sean unos derechos universales de los hombres o que sea una soberanía
plasmada en una voluntad general, con arraigo de tipo más particularista, demarca
la problemática universalidad versus particularidad hasta épocas recientes;
mostrándose, así todavía, en la misma comprensión de los Derechos Humanos.
La comprensión discursiva del derecho ofrecerá las bases para la
reformulación del problema planteado frente a otras opciones entre las que se
destacan: por un lado, la interpretación conservadora que fundamenta la posible
materialización del derecho subordinado a una comunidad particular y
condicionada a que su contenido esté fijado en consonancia con las tradiciones de
esa misma comunidad. Ante esto, el mismo Habermas reaccionaba en su escrito
temprano de 1963 (Teoría y Praxis) aduciendo que con ello “se habría expulsado al
32Las razones por las que la tradición republicana no es suficiente serán expuestas en los siguientes
capítulos.
derecho de su carácter abstracto en general” (p, 135)33. Desde otra orilla, los liberales
presentan su idea en la defensa del principio de libertad que la Revolución Francesa
había recogido. El autor de Düsseldorf controvierte la suficiencia de este enunciado
frente a la articulación de una sociedad que en últimas debe depender del
compromiso y de la acción de los sujetos para que sea duradera y estable en el
tiempo (Rawls).
Por su parte, en aquel escrito temprano, Habermas establece una relación con
Marcuse y la corriente “hegeliana de izquierda”. Los caracteriza bajo la idea de un
progreso de emancipación social que hará posibles los Derechos Humanos mediante
la toma de conciencia de los mismos hombres. Bajo la consideración que estos
podrían construir su propia vida, se radicaliza que la emancipación “debería
continuarse en la esfera del mismo trabajo social hasta el punto en el que el derecho se
transforme en derecho concreto” (Habermas, 2000, p. 136). Algo como la realización de
los presupuestos justos del derecho puede ser alcanzado no porque el derecho se
desarrolle y alcance unas características adecuadas para ese fin, sino por la vía de
que el individuo alcance un grado de emancipación particular en relación a los
medios de producción en el que la libertad individual se correspondería con la
libertad jurídica.
Con base en todas las anteriores premisas, el autor de la segunda generación
de la Teoría Crítica establecía ya un principio que apuntaba a la fundamentación de
su tardía teoría discursiva del derecho, en el marco de la TAC, proyectando la
demostración de un vínculo co-original no problemático entre los derechos del
hombre y la soberanía popular como presupuesto para la solución del problema del
derecho en la modernidad:
El derecho concreto no puede anticiparse abstractamente en la
conciencia subjetiva y, entonces, llevarse revolucionariamente a validez; […]
una ley formal y general, precisamente en la medida en que abstrae la
33 De la versión en español.
exuberancia de la vida, debe oprimir la individualidad y disociar el contexto
vital tan pronto como alcanza fuerza positiva. Una justicia que incluso
quedara libre de esta injusticia inmanente del derecho abstracto sólo puede
materializarse a modo de destino, debe resultar de la polémica histórico-
mundial de los espíritus del pueblo en competencia. (Habermas, 2000, p. 137)
Lo hasta aquí dicho ha tenido el valor de marcar el camino para tratar el
problema de la universalidad y de la particularidad de los Derechos Humanos
dentro de las propiedades del derecho moderno. La tensión interna del derecho,
guiada por sus pretensiones de validez realizativa y además determinada por
puntuales razones históricas, concentra la contradicción misma de los Derechos
Humanos. La tensión es pues del derecho. La escisión de sí mismo con la
materialización viene dada por la abstracción del derecho positivo que presupone
una generalización de condiciones particulares. El análisis sobre los Derechos
Humanos que aquí se propone requiere tener por principio que su forma es la forma
del derecho moderno con sus implicaciones, por tanto, la tensión interna del derecho
es su tensión. La abstracción, la generalidad y la universalidad de esos derechos
consagrados en la actualidad en el sistema legal internacional no hacen parte de otra
concepción separada. Tienen su génesis en las mismas razones históricas del
derecho moderno. La tensión entre su universalidad y particularidad hace parte de
los derechos mismos. La materialización de esos derechos debe estar, también,
condicionada por la realidad histórica en desarrollo y debe necesitar de la misma
mediación que necesita el derecho para realizarse: su ejercicio ciudadano, su reclamo
y la lucha por su reconocimiento. Los Derechos Humanos apenas pueden alcanzar
realidad en la sociedad actual por medio de una concreción mediante un proceso
que demande de su generalidad una aplicación.