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Introducción
Hay tres palabras bastante usadas en la jerga cristiana a saber: justicia,
misericordia y gracia.
Mientras que la justicia es un concepto totalmente emparentado con la raza
humana, la gracia es un concepto totalmente emparentado con Dios. En el medio
de estos extremos, aparece la misericordia, la cual puede verse como una “justicia
atenuada” o como una “gracia restringida o limitada”.
Por lo general, a los hombres nos resulta difícil sino imposible comprender lo que
es la gracia de Dios. Podemos entender un poco mejor el concepto de
misericordia y, la mayoría de la veces, no solo entendemos mejor sino que
preferimos la justicia.
La justicia se encuentra más cerca de nuestro humano entendimiento y, por lo
general, es lo primero que reclamamos ante una transgresión. Un poco más allá
esta la misericordia, a la cual podemos acceder no sin cierto esfuerzo. Pero más
allá (mucho más allá) de nuestro humano entendimiento esta la gracia de Dios, la
cual solo podemos comprender por revelación.
Justicia
Aquí hay no menos de dos sujetos y un código que contiene no solo una norma,
cuya aplicación es obligatoria, sino también la pena por transgredir esa norma. Un
sujeto transgrede una norma y, a raíz de ello, daña a otro y/o a sus bienes. La
pena puede consistir en sufrir consecuencias personales (ir a la cárcel) y/o
económicas (indemnizar, para volver las cosas a su estado anterior).
El principio que rige en la justicia es “cuanto mayor es la transgresión, mayor es la
pena aplicada y peores son las consecuencias (personales y/o económicas)
sufridas”, es decir, la pena tiene que ser acorde a la transgresión.
Dante Gebel, en una de sus predicas, pone el siguiente ejemplo:
Vivimos en un vecindario y, al lado de nuestra casa, vive una familia, donde hay
un adolescente que siempre le saca el auto al padre, sin su permiso, y sale a
andar por ahí. El adolescente no tiene ni siquiera licencia para conducir.
Un buen día, el adolescente, volviendo a su casa y manejando en estado de
ebriedad, choca contra la cerca de nuestra casa, la cual queda bastante dañada.
Justicia, en este caso, es que vayamos a la casa del adolescente y le exijamos a
sus padres que paguen el daño que ha provocado su hijo. Llegado el caso, ante la
negativa de los padres, podemos iniciar una demanda ante un tribunal presidido
por un juez, presentando un presupuesto por la reparación de la cerca y algún
testigo (muchas veces, cuando no hay un acuerdo privado, así suelen dirimir los
hombres sus conflictos). Esto es justicia: pagar por lo que se ha hecho, reparar lo
que se ha dañado.
Misericordia
Siguiendo con el ejemplo de nuestro adolescente e irresponsable vecino, quien ha
destruido la cerca de nuestra casa, supongamos que, por ser vecinos (el
adolescente también concurre a la misma escuela que nuestros hijos), sabemos
que su padre acaba de perder el empleo. Decidimos, a raíz de esto, no
reclamarles a los padres del adolescente el dinero que demande la reparación de
nuestra cerca. No obstante, acordamos con los padres del adolescente lo
siguiente: nosotros pagamos los materiales que demande la reparación de la
cerca y el adolescente y su padre ponen la mano de obra. Esto es misericordia:
menos justicia de la que correspondería.
Gracia
Pero hay un concepto totalmente diferente y muy superador de todo lo anterior.
Siguiendo con el mismo ejemplo, hablamos con los padres del adolescente y le
pedimos que, esa misma noche, permitan que su hijo cene con nosotros, en
nuestra casa. Luego de la cena, durante la sobremesa, convidamos a nuestro
vecino adolescente con un postre y hablamos acerca de lo que ha sucedido.
Le decimos que sabemos que no tiene con qué pagar, debido a que su padre ha
perdido el empleo, por lo que le comunicamos que nosotros nos haremos cargo de
todos los gastos que demande la reparación de la cerca, con una condición: que
nos prometa que nunca más robara el auto a su padre y que no lo manejara más
hasta que no obtenga su licencia de conducir. Al mismo tiempo le hacemos saber
que, después de todo, es bienvenido en nuestra casa y que puede venir a cenar
con nosotros todas las veces que lo desee.
En la gracia, el justo paga por el injusto, el inocente responde por el culpable y
esto es lo que ha hecho nuestro Dios (Jesucristo) por nosotros. Sabiendo que no
teníamos con que pagar por nuestros pecados, Él se ha hecho cargo (en la cruz)
del daño que hemos ocasionado y nos ha invitado a cenar con El todas las veces
que queramos.
Palabras finales
Si, en lugar de gracia, el Señor nos hubiese aplicado justicia, nos iríamos todos al
infierno, sin más. El precio justo a pagar, por haber ofendido a Dios de la manera
en que todos nosotros lo hemos ofendido, es una eternidad en el infierno.
La Biblia misma dice que, aquel que pide la justicia de Dios, no sabe lo que pide:
Amos, 5:18 ¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día
de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz; 5:19 como el que huye de delante del
león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en
la pared, y le muerde una culebra. 5:20 ¿No será el día de Jehová tinieblas, y no
luz; oscuridad, que no tiene resplandor?
Cuando nos dañan, cuando nos lastiman, cuando nos ofenden, lo primero que nos
sale es exigir la justicia a Dios. Pero, esa misma justicia ¿no es la que debería
haber caído también sobre nosotros?.
Por eso Jesús nos manda perdonar:
Mateo, 6:14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial; 6:15 más si no perdonáis a los
hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
El problema que tenemos para comprender cabalmente lo que es la gracia de Dios
es que, a nuestros ojos, “la gracia es injusta”.
Pablo escribe:
Efesios, 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Para Pablo, la salvación es un regalo de Dios, respecto del cual no hemos hecho
absolutamente nada para merecerlo, aunque muchos de nosotros preferiríamos
que la salvación fuera por nuestros merecimientos personales. Pero la salvación
no es por obras, “para que nadie se gloríe” (para que nadie se jacte de haberse
salvado por sus propios méritos).
Además de Efesios, 2:8-9, podemos citar una buena cantidad de pasajes bíblicos
que hablan de la gracia y que sustentan, precisamente, la “doctrina de la gracia”:
Gálatas, 2:21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia,
entonces por demás murió Cristo.
Tito, 3:5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo, 3:6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
nuestro Salvador, 3:7 para que justificados por su gracia, viniésemos a ser
herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.
La GRACIA DE DIOS nos convierte de mendigos a reyes. Cuando solo vemos las
debilidades y fallas de nuestros hermanos olvidándonos de nuestras propias fallas
y debilidades, nos alejamos solitos de la GRACIA y volvemos al estado de
indigencia y miseria espiritual del cual el Señor nos había sacado y es cuando,
cual burdas marionetas, más “se nos notan los piolines”.
Así es la gracia de Dios: injusta para nosotros, pero justa para El.
Marcelo D. D’Amico
Maestro de la Palabra – MINISTERIO REY DE GLORIA