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La calidad de nuestro cristianismo se mide por la clase de vida

que existe en el hogar. La gracia de Cristo capacita a sus


poseedores a hacer del hogar un sitio feliz, lleno de descanso y
paz.—The Signs of the Times, 14 de noviembre de 1892.

El designio original de Dios

Dios celebró la primera boda. De manera que la institución del matrimonio tiene como su autor al
Creador del universo. “Honroso sea en todos el matrimonio”. Hebreos 13:4. Fue una de las primeras
dádivas de Dios al hombre, y es una de las dos instituciones que, después de la caída, llevó Adán
consigo al salir del paraíso. Cuando se reconocen y obedecen los principios divinos en esta materia,
el matrimonio es una bendición: salvaguarda la felicidad y la pureza de la raza, satisface las
necesidades sociales del hombre y eleva su naturaleza física, intelectual y moral.—Historia de los
Patriarcas y Profetas, 27 (1890).{HD 177.1}

El matrimonio es una institución sagrada

El matrimonio ha recibido la bendición de Cristo y debe considerarse una institución sagrada. La


verdadera religión no debe contrarrestar los planes del Señor. Dios ordenó que el hombre y la mujer
se unieran en santo matrimonio, para establecer familias que, coronadas de honor, pudieran ser
símbolos de la familia celestial.

Al comienzo mismo de su ministerio público, Cristo le dio una definida aprobación a esta institución
que había sido creada en el Edén. Con su presencia en una boda, declaró a todos que el
matrimonio, cuando se realiza en pureza y santidad, y con la verdad y la justicia, es una de las más
grandes bendiciones concedidas a la familia humana.—The Signs of the Times, 30 de agosto de
1899.{HD 178.2}

Cada uno tiene responsabilidades

Las dos personas que unen su interés en la vida tendrán distintas características y responsabilidades
individuales. Cada uno tendrá su trabajo, pero no se ha de valorar a las mujeres por el trabajo que
puedan hacer como se estiman las bestias de carga. La esposa ha de agraciar el círculo familiar
como esposa y compañera de un esposo sabio. A cada paso debe ella preguntarse: “¿Es esta la
norma de la verdadera femineidad?” y: “¿Cómo haré para que mi influencia sea como la de Cristo
en mi hogar?” El marido debe dejar saber a su esposa que él aprecia su trabajo.
La esposa ha de respetar a su marido. Él ha de amar y apreciarla a ella: y así como los une el voto
matrimonial, su creencia en Cristo debe hacerlos uno en él. ¿Qué podría agradar más a Dios que el
ver a los que contraen matrimonio procurar juntos aprender de Jesús y llegar a compenetrarse cada
vez más de su Espíritu? — Los Hechos de los Apóstoles, 99 (1899).

La esposa debe ser tratada con ternura

Su familia todavía puede ser feliz. Su esposa necesita su ayuda. Se parece a una vid adherida al
parrón; necesita apoyarse en su fortaleza. Usted puede ayudarle y conducirla. No debería
censurarla jamás. Nunca la reprenda si sus esfuerzos no son lo que usted piensa que deberían ser.
Por el contrario, anímela con palabras tiernas y amorosas. Puede ayudarle a conservar su dignidad
y su respeto propio. Nunca encomie las acciones de otras personas en su presencia, para que ella
no crea que lo hace a fin de que sus deficiencias resalten. Usted ha sido duro e insensible en este
sentido. Ha manifestado más cortesía para su servidumbre que para ella; ha puesto a sus servidores
por encima de ella en la casa. — Testimonies for the Church 2:273 (1869).

La esposa debe ayudar al esposo a mantener la dignidad

También se me ha mostrado que muchas veces la esposa comete un grave error. Ella no realiza
esfuerzos decididos para dominar su propio genio y hacer feliz el hogar. Manifiesta a menudo
inquietud y profiere quejas innecesarias. El esposo llega de su trabajo cansado y agobiado, y
encuentra un rostro ceñudo en lugar de palabras alegres y alentadoras. Él es humano, y sus afectos
se apartan de su esposa. Pierde el amor al hogar, su senda se oscurece y se desvanece su valor.
Pierde el respeto propio y la dignidad que Dios le exige que mantenga. — Joyas de los Testimonios
1:106 (1862).

El amor por Cristo fortalece el amor del uno por el otro

Ni el esposo ni la esposa deben fusionar su individualidad con la del otro. Cada uno tiene una
relación personal con Dios, y es a él a quien debe preguntar: “¿Qué es correcto?” “¿Qué es
incorrecto?” “¿Cómo puedo cumplir mejor mi propósito en la vida?” Que la riqueza de vuestros
afectos fluyan hacia Aquel que dio su vida por vosotros. Haced de Cristo lo primero, lo último y lo
mejor. Y cuando el amor por Cristo se haga más profundo y fuerte, también se fortalecerá y
purificará el amor del uno por el otro.

El espíritu que Cristo ha manifestado hacia nosotros, es el espíritu que el esposo y la esposa deben
manifestarse el uno hacia el otro. “Andad en amor, como también Cristo nos amó […]. Como la
iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a
vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. Efesios 5:2, 24-
25.

Ni el esposo ni la esposa debieran intentar ejercer un control arbitrario sobre el otro. No tratéis de
obligar al otro a ceder a vuestros deseos. No podéis hacerlo sin perjudicar el amor del uno por el
otro. Sed pacientes, bondadosos, perdonadores, considerados y corteses. Por la gracia de Dios
podréis tener éxito en hacer feliz a vuestro cónyuge como prometisteis hacerlo en vuestros votos
matrimoniales.—The Review and Herald, 10 de diciembre de 1908.

El debido cuidado al elegir el compañero de la vida

Un matrimonio equivocado puede arruinar la vida

Aquellos que están pensando en casarse, deben reflexionar seriamente sobre el tema antes de
hacerlo, a fin de no tener reflexiones infelices y miserables después. Si este paso se toma
equivocadamente, es uno de los medios más efectivos para arruinar la utilidad de jóvenes y
señoritas. La vida se transforma en una carga, una maldición. Nadie puede arruinar la felicidad y la
utilidad de una mujer, y transformar su vida en una carga dolorosa, como puede hacerlo un mal
esposo. Y nadie puede siquiera hacer la centésima parte de lo que puede hacer una mala esposa
para destruir las aspiraciones y esperanzas de un hombre, arruinar su influencia y perspectivas y
paralizar sus energías. Muchos hombres y mujeres pueden medir el éxito o el fracaso en esta vida y
sus esperanzas de una vida futura, a partir de la fecha de su matrimonio.—The Review and Herald,
2 de febrero de 1886.

Preguntas importantes antes de contraer matrimonio

Antes de dar su mano en matrimonio, toda mujer debe averiguar si aquel con quien está por unir su
destino es digno. ¿Cuál ha sido su pasado? ¿Es pura su vida? ¿Es de un carácter noble y elevado el
amor que expresa, o es un simple cariño emotivo? ¿Tiene los rasgos de carácter que la harán a ella
feliz? ¿Puede encontrar verdadera paz y gozo en su afecto? ¿Le permitirá conservar su
individualidad, o deberá entregar su juicio y su conciencia al dominio de su esposo? Como discípula
de Cristo, no se pertenece; ha sido comprada con precio. ¿Puede ella honrar los requerimientos del
Salvador como supremos? ¿Conservará su alma y su cuerpo, sus pensamientos y propósitos, puros
y santos? Estas preguntas tienen una relación vital con el bienestar de cada mujer que contrae
matrimonio.—Joyas de los Testimonios 2:119 (1885).

DIVORCIO

La disolución legal de la unión marital, es decir la ruptura del vínculo matrimonial entre esposo y
esposa. Varios de los términos que se emplearon en los idiomas originales para el verbo
“divorciarse” tienen el sentido literal de ‘despedir’ (Dt 22:19), ‘dejar ir’, ‘soltar’ (Mt 1:19; 19:3),
‘expulsar’, ‘echar fuera’ (Lev 22:13) y ‘cortar’. (Compárese con Dt 24:1, 3, donde la expresión
“certificado de divorcio” significa literalmente “libro de cortamiento”.)

Cuando Jehová unió a Adán y Eva en matrimonio, no dispuso medio alguno para un eventual
divorcio, cosa que Jesús dejó muy clara en su respuesta a la pregunta que le hicieron los fariseos:
“¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. Jesucristo les
explicó que el propósito de Dios era que el hombre dejara a sus padres y se uniera a su esposa, para
así llegar a ser una sola carne, y añadió: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo
tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre”. (Mt 19:3-6; compárese con
Gé 2:22-24.) A renglón seguido, los fariseos preguntaron: “Entonces, ¿por qué prescribió Moisés dar
un certificado de despedida y divorciarse de ella?”. La respuesta de Jesús fue: “Moisés, en vista de
la dureza del corazón de ustedes, les hizo la concesión de que se divorciaran de sus esposas, pero
tal no ha sido el caso desde el principio”. (Mt 19:7, 8.)

Aunque a los israelitas les estaba permitido divorciarse por varias razones como una concesión,
Jehová Dios reglamentó el divorcio en su Ley dada a Israel por medio de Moisés. Deuteronomio 24:1
dice: “En caso de que un hombre tome a una mujer y de veras la haga su posesión como esposa,
entonces tiene que suceder que, si ella no hallara favor a sus ojos por haber hallado él algo indecente
de parte de ella, entonces él tendrá que escribirle un certificado de divorcio y ponérselo en la mano
y despedirla de su casa”. No se especifica la naturaleza de la ‘indecencia’ (literalmente, “la desnudez
de una cosa”), pero no podía ser adulterio porque, según la ley de Dios dada a Israel, la muerte, no
el divorcio, era la sanción prescrita para aquellos que fuesen culpables de adulterio. (Dt 22:22-24.)
Parece que en un principio la ‘indecencia’ que le daba al esposo hebreo base para el divorcio tenía
que ver con acciones graves, como el que la esposa le demostrara gran falta de respeto o le
acarrease vergüenza a la familia. Y ya que la Ley decía: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti
mismo”, no es razonable suponer que pudieran usarse impunemente faltas insignificantes como
excusas para divorciarse de la esposa. (Lev 19:18.)

En los días de Malaquías muchos esposos judíos fueron desleales a sus esposas: se divorciaban de
ellas por toda suerte de motivos, y así se libraban de las esposas de su juventud con el fin, tal vez,
de casarse con mujeres paganas más jóvenes. En lugar de apoyar la ley de Dios, los sacerdotes
permitieron este proceder y, en consecuencia, incurrieron en el desagrado de Jehová. (Mal 2:10-
16.) Asimismo, parece que en el tiempo de Jesús los judíos se amparaban en muy diversas razones
para divorciarse, como se ve por la pregunta que los fariseos le hicieron a Jesús: “¿Es lícito para un
hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. (Mt 19:3.)

Según la costumbre israelita, el hombre pagaba una dote por la mujer que llegaba a ser su esposa y
se la consideraba su posesión. Ella disfrutaba de muchas bendiciones y privilegios, pero tenía un
papel subordinado en la unión marital. Su posición se muestra además en Deuteronomio 24:1-4,
donde se menciona que el marido podía divorciarse de su esposa, pero no que la esposa pudiera
divorciarse de su esposo; por ser considerada propiedad del esposo, no podía divorciarse de él. La
primera mención extrabíblica de una israelita que intentó divorciarse de su esposo fue la de Salomé,
la hermana del rey Herodes, quien envió a su esposo, el gobernador de Idumea, un certificado de
divorcio disolviendo su matrimonio. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. VII, sec. 10.) Las palabras
de Jesús: “Si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa con otro, ella
comete adulterio”, parecen indicar que, o bien el divorcio por iniciativa de la mujer ya había
empezado a surgir en su día, o que preveía que esa situación se produciría. (Mr 10:12.)
Certificado de divorcio. Los abusos que se produjeron más tarde no deberían movernos a concluir
que la concesión recogida en la ley mosaica facilitaba al esposo israelita la consecución del divorcio.
Para hacerlo se seguía un procedimiento legal. El esposo tenía que redactar un documento —
“escribirle [a su esposa] un certificado de divorcio”— y, hecho esto, “ponérselo en la mano y
despedirla de su casa”. (Dt 24:1.) Aunque las Escrituras no entran en más detalles, parece que este
procedimiento incluía el consultar a hombres debidamente autorizados, que primero intentarían
reconciliar a la pareja. El tiempo que tomaba la preparación del certificado y la tramitación legal del
divorcio daba lugar a que el esposo reconsiderara su decisión. Como el divorcio tenía que estar bien
justificado, la observancia rigurosa de la ley evitaba que se hiciera precipitadamente. Además, así
también se protegían los derechos e intereses de la esposa. Las Escrituras no dicen nada respecto al
contenido del “certificado de divorcio”.

Segundas nupcias de cónyuges divorciados. En Deuteronomio 24:1-4 también se estipulaba que la


mujer divorciada tendría “que salir de la casa de él e ir y llegar a ser de otro hombre”, lo que
significaba que estaba libre para casarse de nuevo. De igual manera, se decía: “Si este último hombre
le ha cobrado odio y le ha escrito un certificado de divorcio y se lo ha puesto en la mano y la ha
despedido de su casa, o en caso de que muriera el último hombre que la haya tomado por esposa,
no se permitirá al primer dueño de ella que la despidió tomarla de nuevo para que llegue a ser su
esposa después que ella ha sido contaminada; porque eso es cosa detestable ante Jehová, y no
debes conducir al pecado la tierra que Jehová tu Dios te da como herencia”. Al primer marido le
estaba prohibido tomar de nuevo a la esposa de la que se había divorciado, quizás para evitar la
posibilidad de que ambos tramaran el divorcio de ella de su segundo marido o, incluso, la muerte
de este, con el fin de volver a casarse. Tomarla de nuevo era una inmundicia a los ojos de Dios, y ya
que el primer marido la había despedido por ser una mujer en la que había hallado “algo indecente”,
hacía el ridículo si volvía a tomarla después de haber estado unida legalmente a otro hombre.

Seguramente, el que el primer esposo no pudiese volver a casarse con la esposa de la que se había
divorciado, después que ella se había casado de nuevo —aunque su segundo marido se divorciase
de ella o muriese—, hacía que el esposo que tuviese la intención de poner fin a su matrimonio
reflexionase seriamente antes de hacerlo. (Jer 3:1.) Sin embargo, no se especifica prohibición alguna
en el supuesto de que ella no se hubiese casado de nuevo después de haberse consumado el
divorcio.

Despido de esposas paganas. Antes de que los israelitas entraran en la Tierra Prometida, se les dijo
que no formaran alianzas matrimoniales con sus habitantes paganos. (Dt 7:3, 4.) No obstante, en
los días de Esdras los judíos habían tomado esposas extranjeras, y, en oración a Dios, Esdras
reconoció su culpabilidad en este asunto. En respuesta a su exhortación y en reconocimiento de su
error, los hombres de Israel que habían tomado esposas extranjeras las despidieron “junto con
hijos”. (Esd 9:10–10:44.)
Sin embargo, como se desprende del consejo inspirado de Pablo, los cristianos que provenían de
diversas naciones (Mt 28:19) no tenían que divorciarse de sus cónyuges por no ser estos adoradores
de Jehová, ni siquiera separarse de ellos. (1Co 7:10-28.) Pero cuando se trataba de contraer un
nuevo matrimonio, a los cristianos se les aconsejaba casarse “solo en el Señor”. (1Co 7:39.)

José piensa en divorciarse. Estando María prometida en matrimonio a José, se halló que estaba
encinta por espíritu santo: “Sin embargo, José su esposo, porque era justo y no quería hacer de ella
un espectáculo público, tenía la intención de divorciarse de ella secretamente”. (Mt 1:18, 19.) Como
para los judíos de aquel tiempo los esponsales vinculaban ineludiblemente a la pareja, es
procedente el uso de la palabra “divorciarse” en este contexto.

Si una joven comprometida tenía relaciones sexuales con otro hombre, era lapidada, al igual que se
hacía con la mujer adúltera. (Dt 22:22-29.) Para poder sentenciar a muerte por apedreamiento a
una persona, se requería que su culpabilidad se demostrase por el testimonio de dos testigos. (Dt
17:6, 7.) Es evidente que José no tenía testigos que acusasen a María, y aunque estaba embarazada,
José no tuvo una explicación satisfactoria de los hechos hasta que el ángel de Jehová le informó.
(Mt 1:20, 21.) No se dice si el ‘divorcio en secreto’ que José se proponía hacer incluiría la entrega de
un certificado, pero seguramente él se apegaría a los principios expresados en Deuteronomio 24:1-
4 y le otorgaría el divorcio a María en presencia de solo dos testigos, con lo que la situación quedaría
zanjada legalmente y evitaría exponerla sin necesidad a la vergüenza. Si bien Mateo no da todos los
detalles relacionados con el procedimiento que José pensaba seguir, sí indica que deseaba tratar
con misericordia a María. Al optar por este proceder, no se dice que obrase de modo injusto, al
contrario, si “[tuvo] la intención de divorciarse de ella secretamente”, fue “porque era justo y no
quería hacer de ella un espectáculo público”. (Mt 1:19.)

Condiciones que impedían el divorcio en Israel. Según la ley de Dios dada a Israel, bajo ciertas
condiciones era imposible divorciarse. Podía darse el caso de que un hombre tomara una esposa,
tuviese relaciones con ella y luego llegara a odiarla. Podía declarar con falsedad que no era virgen
cuando se casó con ella, lo que suponía acusarla injustamente de actos escandalosos y acarrearle
un mal nombre. Si los padres de la muchacha demostraban que su hija había sido virgen al tiempo
de casarse, los hombres de la ciudad tenían que disciplinar al esposo que la había acusado con
falsedad, imponiéndole una multa de cien siclos de plata, que daban al padre de la muchacha, y ella
tenía que continuar siendo la esposa de aquel hombre, pues estaba escrito: “No se le permitirá
divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt 22:13-19.) Asimismo, si se descubría que un hombre tenía
relaciones con una virgen que no estaba comprometida, la Ley prescribía: “El hombre que se acostó
con ella entonces tiene que dar al padre de la muchacha cincuenta siclos de plata, y ella llegará a
ser su esposa debido a que la humilló. No se le permitirá divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt
22:28, 29.)
¿Sobre qué única base bíblica podría divorciarse el cristiano?

Jesús dijo en su Sermón del Monte: “Además se dijo: ‘Cualquiera que se divorcie de su esposa, dele
un certificado de divorcio’. Sin embargo, yo les digo que todo el que se divorcie de su esposa, a no
ser por motivo de fornicación, la expone al adulterio, y cualquiera que se case con una divorciada
comete adulterio”. (Mt 5:31, 32.) Posteriormente, después de decirles a los fariseos que la
concesión de divorcio registrada en la ley mosaica no había sido una disposición vigente “desde el
principio”, comentó: “Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo
de fornicación, y se case con otra, comete adulterio”. (Mt 19:8, 9.) En nuestro día, suele distinguirse
entre “fornicación” y “adulterio”: el primer término aplica a la persona que tiene relaciones sexuales
con otra del sexo opuesto sin estar casada, y el segundo, a la persona casada que consiente en tener
ayuntamiento sexual con alguien del sexo opuesto que no es su cónyuge legal. Sin embargo, como
se explica en el artículo FORNICACIÓN, este término traduce la palabra griega por·néi·a, que
engloba toda forma de acto sexual ilícito fuera del matrimonio bíblico. En consecuencia, las palabras
de Jesús en Mateo 5:32 y 19:9 indican que la única base válida para el divorcio es que uno de los
dos cónyuges cometa por·néi·a. Dada esta circunstancia, un cristiano podría valerse de este recurso
y divorciarse de su cónyuge, con lo que quedaría libre para casarse de nuevo, si lo desease, con una
persona de su misma fe. (1Co 7:39.)

Si una persona casada tuviese relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo, incurriría en un
acto sucio y repulsivo (homosexualidad) y, de no arrepentirse, no podría ser contado entre los
herederos del Reino. Las Escrituras también condenan el ayuntamiento con animales: la bestialidad.
(Lev 18:22, 23; Ro 1:24-27; 1Co 6:9, 10.) Todos estos actos —sucios en sumo grado— quedan
englobados en el amplio concepto de por·néi·a. Además, ha de decirse que bajo la ley la
homosexualidad y la bestialidad comportaban la pena de muerte y dejaban al cónyuge inocente en
libertad para casarse de nuevo. (Lev 20:13, 15, 16.)

Por otra parte, Jesucristo dijo que “todo el que sigue mirando a una mujer a fin de tener una pasión
por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”. (Mt 5:28.) Sin embargo, no quiso decir
con esto que ese sentimiento interior, no materializado, daba base para el divorcio. Con sus
palabras, Jesús puso de manifiesto que el corazón debe mantenerse limpio y que no es procedente
albergar pensamientos y deseos impropios. (Flp 4:8; Snt 1:14, 15.)

La ley rabínica judía realzaba el deber que tenía la pareja de hacer uso del débito conyugal, y si la
esposa era estéril, permitía que el esposo se divorciara de ella. Sin embargo, en las Escrituras no hay
base alguna que le otorgue al cristiano esa prerrogativa. La prolongada esterilidad de Sara no le dio
base a Abrahán para divorciarse de ella, como tampoco —por la misma razón— pensó Isaac en
divorciarse de Rebeca, Jacob de Raquel o el sacerdote Zacarías de Elisabet. (Gé 11:30; 17:17; 25:19-
26; 29:31; 30:1, 2, 22-25; Lu 1:5-7, 18, 24, 57.)
No hay nada en las Escrituras que justifique a un cristiano divorciarse de su cónyuge por ser este
incapaz de pagar el débito conyugal, haber perdido su sano juicio o contraído una enfermedad
incurable o repulsiva. El espíritu de amor, que es propio de los cristianos, induce, no al divorcio, sino
a tratar con conmiseración a ese cónyuge. (Ef 5:28-31.) Tampoco otorga la Biblia al cristiano el
derecho de divorciarse de su cónyuge por ser de diferente religión; muestra, más bien, que si
permanecen juntos, el cónyuge cristiano puede atraer al incrédulo a la fe verdadera. (1Co 7:12-16;
1Pe 3:1-7.)

Cuando Jesús dijo en el Sermón del Monte que ‘todo el que se divorciara de su esposa por cualquier
otro motivo que no fuese el de la fornicación, la exponía al adulterio, y que cualquiera que se casara
con una divorciada cometería adulterio’ (Mt 5:32), mostró que si el divorcio se producía por motivos
ajenos a la por·néi·a de la esposa, el esposo la dejaría ante el riesgo de incurrir en adulterio en el
futuro. Siendo que la base del divorcio no era el adulterio, no tenía verdadero valor desvinculante
y, por lo tanto, no la dejaba en libertad para casarse con otro hombre y hacer vida conyugal con
él. Además, cuando Cristo dijo que cualquiera que “se case con una divorciada comete adulterio”,
se refería a una mujer divorciada por razones ajenas al “motivo de fornicación” (por·néi·a). Su
divorcio, aunque legalmente válido, no tenía el refrendo de las Escrituras.

Marcos, al igual que Mateo (Mt 19:3-9), registró lo que dijo Jesús a los fariseos con relación al
divorcio y citó a Cristo cuando dijo: “Cualquiera que se divorcie de su esposa y se case con otra
comete adulterio contra ella, y si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa
con otro, ella comete adulterio”. (Mr 10:11, 12.) Una declaración similar se hace en Lucas 16:18:
“Todo el que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una
mujer divorciada de un esposo comete adulterio”. Leídos por separado, estos versículos parecen
prohibir el divorcio a los seguidores de Cristo sea cual sea la circunstancia, o, cuando menos, indicar
que un divorciado no podría casarse de nuevo, a no ser que muriese el cónyuge del que se divorció.
Sin embargo, estas palabras de Jesús, según aparecen en Marcos y Lucas, deben entenderse a la luz
de la declaración más completa registrada por Mateo. En esta se incluye la frase “a no ser por motivo
de fornicación” (Mt 19:9; véase también Mt 5:32), mostrando que lo que Marcos y Lucas escribieron
sobre el divorcio al citar a Jesús aplicaría siempre que la razón para el divorcio no hubiese sido la
fornicación (por·néi·a) de uno de los cónyuges.

Sin embargo, una persona no está obligada bíblicamente a divorciarse de un cónyuge adúltero
arrepentido. El esposo o esposa cristiano puede responder con misericordia, al igual que Oseas, que
al parecer tomó de nuevo a su esposa adúltera Gómer, y Jehová, que mostró misericordia al Israel
arrepentido que había sido culpable de adulterio espiritual. (Os 3.)
Se restablece la norma original de Dios. Con sus palabras, Jesús dejó claro que se restablecía la
elevada norma sobre el matrimonio que Dios fijó en un principio, y que aquellos que llegaran a ser
sus discípulos tendrían que adherirse a esa norma. Aunque las concesiones recogidas en la ley
continuaban vigentes, sus verdaderos discípulos, que se interesarían en hacer la voluntad del Padre
y en ‘hacer’ o poner por obra los dichos enseñados por Jesús (Mt 7:21-29), no se ampararían en
dichas concesiones a fin de ‘endurecer su corazón’ hacia sus cónyuges. (Mt 19:8.) No violarían el
principio original que gobierna el matrimonio por el afán de divorciarse de sus cónyuges a toda costa
y sobre bases distintas a la que Jesús indicó: la fornicación (por·néi·a).

La persona soltera que cometiese fornicación con una prostituta llegaría a ser “un solo cuerpo” con
ella. De igual manera, el adúltero se constituiría “un solo cuerpo”, no con su esposa, con quien ya lo
era, sino con aquella con la que tuviese relaciones inmorales. En consecuencia, no solo pecaría
contra sí mismo, su propio cuerpo, sino contra el “solo cuerpo” que hasta ese momento formaba
con su esposa. (1Co 6:16-18.) Esa es la razón por la que el adulterio proporciona una base válida
para desatar el vínculo conyugal con el respaldo de los principios bíblicos, y cuando esas condiciones
se dan, el divorcio da fin al matrimonio legal y deja en libertad al cónyuge inocente para casarse de
nuevo con toda dignidad. (Heb 13:4.)

El divorcio en sentido figurado. Las relaciones conyugales se emplean en la Biblia en sentido


figurado. (Isa 54:1, 5, 6; 62:1-6.) Del mismo modo, se hace referencia al divorcio o a la acción de
despedir a una esposa en términos simbólicos. (Jer 3:8.)

El reino de Judá fue echado abajo, Jerusalén sufrió destrucción y a los habitantes de la tierra se los
llevaron al cautiverio babilonio. Años antes de que esto ocurriese, Jehová había profetizado a judíos
que llegarían a estar en cautiverio: “¿Dónde, pues, está el certificado de divorcio de la madre de
ustedes, a la cual yo despedí?”. (Isa 50:1.) La “madre” u organización nacional había sido despedida
por una razón justa, no porque Jehová rompiese unilateralmente su pacto e iniciase una tramitación
de divorcio, sino debido a sus pecados contra la ley del pacto. Sin embargo, hubo un resto de
israelitas arrepentidos que le oró a Jehová a fin de que los aceptase de nuevo en aquella relación de
esposa y los restaurase a su tierra. Por causa de su propio nombre, cuando los setenta años de
desolación terminaron, Jehová restauró de nuevo a su pueblo y lo condujo a su tierra.

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