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“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa

se ha preparado” (Apocalipsis 19:7)


Hablar del matrimonio comenzando por este versículo tal vez es algo inesperado, pudiera ser que
pareciera desacertado, pero sin embargo el tema y figuras principales en él son EL MATRIMONIO y
LOS ESPOSOS.
Si bien es tocante a los últimos tiempos de la humanidad y la segunda venida del Señor Jesucristo,
encierra palabras que denotan la importancia que Dios ha dado a la unión matrimonial. ¡Sí! Los
convidados, los que acompañan, los que ven, los testigos, han de alegrarse y gozarse también de esto
que Dios previó para que hombre y mujer disfruten, gozando de las bendiciones que acompañan al
voto que mutuamente toman entre sí. Por un lado, el esposo ha previsto y está provisto en todo; por
el otro está la esposa quien se ha preparado para la ocasión como debe ser.
Hoy día mucho se habla de matrimonio y divorcio, siendo el segundo término más nombrado quizás
que el primero, puesto que influenciado por el espíritu del mundo (satanás) han abandonado el
mandamiento y propósito por el que tanto hombre y mujer fueron creados. Lógicamente, quien se
rebeló en los cielos intentará constantemente que el hombre se rebele al plan divino que Dios
sabiamente preparó desde el principio. En la obediencia está la bendición, y en el pecado (rebelión) la
maldición, por lo cual; en este sentido en cuanto a los involucrados (los esposos), en el matrimonio
está la primera, y fuera de él lo segundo (para los adúlteros).
Comencemos entonces formulando y respondiendo preguntas que posiblemente nos hemos hecho (o
hacemos aún).
¿Qué es el matrimonio? El matrimonio es la unión ante Dios de un hombre y una mujer, para formar
entre ambos una familia, como institución social (ante la sociedad). Me he encontrado con cristianos
que piensan que los matrimonios (votos conformados) hechos bajo la costumbre “cristiana” son los
únicamente válidos para el Señor. Sin embargo esto no es así. De Génesis 2:15-25 podemos extraer
información útil y clara para la conformación y orden del matrimonio, puesto que podemos ver que
primeramente es voluntad de Dios que el hombre (futuro esposo) se prepare para sostener y brindar
lo necesario por quien tomará por compañera de vida (futura esposa) en el versículo 15. En esto hay
que ser sensatos y dejar de lado todo vano, mundanal, nacidos de las mismas tinieblas, como lo son
el razonamiento machista, patriarcal, feminista y matriarcal, para poder entender el orden perfecto y
divino de Dios.
Sí, el varón debe preparar todo lo concerniente para el futuro matrimonio el cual quiere formar. Lo ha
de hacer teniendo lo necesario, no pensando vivir de balde ni azarosamente, sino previendo
responsablemente, cuidando de llegar al momento provisto de lo necesario para ofrecer a quien toma
para amar y cuidar, con cabal entendimiento al hacerlo para ella, lo está haciendo para sí mismo. De
las Escrituras entonces tenemos que Dios quiere que el hombre se prepare adquiriendo experiencia y
responsabilidad en el cuidado del matrimonio (v.15), haciendo lo correcto para recoger bendición,
gozo, disfrute, oyendo y siguiendo su consejo (obedeciendo) para no cosechar dolor, aflicción,
maldición (v.16-20).
Dios ha bendecido al hombre con el matrimonio (v.18). Para el varón debe comprender que Dios le
traerá la compañera justa, idónea. SÍ, hay que saber ser pacientes y esperar el tiempo de Dios. La
mujer, en igual sentido debe estar segura que Dios ya ha formado al varón que la tomará por esposa,
al cual preparará y proveerá para que cuide y disfrute junto a ella (v.21-24).
El saber entender el orden y tiempos de Dios es fundamental para gozar de todas y cada una de las
bendiciones que conlleva el matrimonio. Cuando Dios forma parte del matrimonio (su consejo), se vive
un matrimonio pleno y en libertad (v.25)
¿Todos los matrimonios son ante Dios? Entendiendo que estamos buscando discernir y
comprender lo tocante al tema en la Palabra de Dios, hay que distinguir claramente el concepto entre
“matrimonio ante Dios” y “matrimonio bajo la voluntad de Dios”. Primero, todos los matrimonios se
efectúan ante Dios, no importa cuál sea la religión, congregación, cultura, etc. ¿Por qué digo esto?
Nuevamente, hay que recordar que Dios es un Dios de orden, y el matrimonio como institución social
precede a la sociedad misma, por ente, a la cultura, y a su vez, a cualquier tipo de religión. ¿Cómo es
esto? Pues en Génesis 1:26-28 tenemos que Dios creó al hombre y la mujer, y les encomendó que
fructifiquen y se multipliquen por toda la tierra. Notemos que el orden es “fructificad y multiplicaos”
(v.28), esto es dar buenos resultados (fructificad) y multiplicar los mismos. El plan de Dios era que las
bendiciones se extiendan sobre toda la creación por causa del hombre. El bien es lo que debía
multiplicarse, y no el pecado que por el que luego sucumbió (Génesis 3). Volviendo al punto, cuando
Dios creó al hombre no había “pueblo escogido”, “nación santa”, “religión”, “cultura”, etc…todas cosas
que surgieron debido al pecado. Todo matrimonio, desde el inicio, es ante Dios. Si te preguntase dónde
podrías casarte a “escondidas de Dios” ¿dónde sería ese lugar, qué continente, que altura, que
profundidad? ¿En qué punto del universo un varón y mujer podrían contraer matrimonio no estando
ante Dios? Para aclarar esto “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si
subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás” (Salmo 139:7-
8). Así que creer que un matrimonio efectuado fuera del “cristianismo” no es válido es completamente
errado. Dicho de otra manera, el matrimonio es antes que la “religión” y no al revés. A lo largo de la
Palabra, y sobre todo en el Nuevo Testamento, tenemos más claridad al respecto.
Por otro lado, no todos los matrimonios son bajo la voluntad de Dios, y obviamente, es a causa del
pecado que esto es así, y por lo que la humanidad ha discutido desde temprano lo concerniente al
matrimonio, unión conyugal, adulterio, divorcio, etc.; en algunos casos intentando torcer la Palabra de
Dios para justificar los pensamientos concupiscentes del hombre.
Bendiciones del matrimonio podemos hallar por ejemplo en los pasajes de Salmos 127 y 128, como
en Proverbios 31:10-31 y Eclesiastés 4:9-12
¿Qué es fidelidad e infidelidad? Podemos decir que en cuanto al voto matrimonial fidelidad es la
firmeza con que se mantiene dicho voto, con la constancia de afectos, ideas, obligaciones, en el
cumplimiento de los compromisos establecidos en la pronunciación del voto matrimonial por ambas
partes (cuidado, afecto, amor, etc.). Si bien hoy día se usa meramente para aducir a la unión conyugal,
la fidelidad es mucho más amplia y abarca todo lo relacionado en cuanto al cuerpo, mente y espíritu
de los esposos, lo cual nos aclaró enseñándonos el sentido del matrimonio Jesús mismo, lo cual
podemos leer en Mateo 5:27-33 “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que
cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo
derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus
miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer,
córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo
sea echado al infierno. También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.
Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella
adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio. Además habéis oído que fue dicho a los
antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.”
El voto (juramento) que hacemos al cónyuge no caduca jamás para Dios, y aunque “la vara” pareciera
estar puesta muy alta para los que han vuelto su corazón indómito, no lo es para los que oyen y siguen
el consejo divino (“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que
no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar” 1ºCorintios 10:13, “Velad y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” Mateo 26:41)
Tanto hombre como mujer, si cumplieran lo aconsejado por Dios, vivirían un matrimonio
indudablemente feliz. Parafraseando el versículo de Proverbios 12:4 (“La mujer virtuosa es corona de
su marido; Mas la mala, como carcoma en sus huesos”) podríamos decir que el cónyuge que se
perfecciona y obra naturalmente según lo que le corresponde dará gozo y felicidad al otro, y por el
contrario el no hacerlo, acarrea dolor y aflicción.
¡Cuánto elogio respecto del amor conyugal podemos encontrar en la Palabra! Y esto a fin que saciado
el corazón, la mente y el cuerpo, podamos también hacer frente y desechar el pecado, no hallándose
en nosotros concupiscencia que provea para la tentación.
“Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo. ¿Se derramarán tus fuentes por
las calles, y tus corrientes de aguas por las plazas? Sean para ti solo, y no para los extraños
contigo. Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y
graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre. ¿Y por
qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena, y abrazarás el seno de la extraña?” (Proverbios 5:15-
20)
Tanto en este pasaje como en el libro de Cantares encontramos la invitación que nos hace Dios como
guía (enseñador) a cultivar el amor al cónyuge, el cual redunda en beneficio propio. Comprender esto
es un “ingrediente” esencial en cuanto al ejercicio y fortalecimiento de la fidelidad conyugal (y
espiritual).
Ahora, el no cumplir con el voto juramentado ante Dios en el matrimonio no solo acarrea dolor y
sufrimiento sobre las emociones, sentimientos, como también físicamente sobre los involucrados, sino
que Dios condena la infidelidad (Números 5:6-31, Jeremías 3:20) y las consecuencias de ella conducen
al mismo infierno (1ºCorintos 6:9-10).
¿Cómo es amar al cónyuge? Pues tan sencillo “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella
[…] Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su
mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la
cuida, como también Cristo a la iglesia, […] cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí
mismo; y la mujer respete a su marido” (Efesios 5:25-33)
“Así como yo os he amado” (Juan 15:12)
Son palabras de Jesucristo, el Hijo de Dios, dirigidas a aquellos que le han aceptado y reconocido
como Señor y Salvador, pero también son palabras de enseñanza a todo hombre y mujer como
recordatorio para tiempos de crisis en la pareja.
“Así como yo os he amado”... ¿Cómo nos ha amado Dios? Dios nos amó tanto que dio a su hijo por
nosotros. Dios nos amó desde el principio, y aun conociendo todos y cada uno de nuestros pecados
dispuso para nosotros la salida, la solución, la redención, no escatimando el precio necesario. Así nos
ha amado, y en igual medida, nos propone amarnos los unos a los otros.
Dios dispuso el matrimonio como una unión santa, en la aceptación y respeto del cónyuge en entrega
total; de la misma forma que Dios escogió a su pueblo como una esposa a la cual entregarse entero
por amor. Sin embargo, debido a nuestra naturaleza pecaminosa, como hizo el pueblo de Dios
primeramente y se apartó siendo infiel para con Dios, adulterando de corazón, nosotros también somos
tentados por nuestra propia concupiscencia, y aún más, como está escrito: “por la dureza” de nuestros
corazones (Marcos 10:5) es que ante las dificultades pensamos en disolución como alternativa, como
si fuera una respuesta válida, agravando con mayor error el problema primero.
MAS DIOS NO HA HECHO ASÍ CON NOSOTROS. Frente al problema del pecado no escogió
renunciar a la unión, a su pacto, a su promesa, sino por el contrario, ante nuestra debilidad Él nos
perdonó y dispuso lo más preciado, a Jesucristo, a fin que no nos perdiéramos definitivamente (y por
siempre).
Los ojos de Dios están puestos en la salvación, no sólo del alma, sino de la familia, pues primeramente
la bendijo para que llene la tierra (Génesis 1:22), por lo cual DIOS ve una unión, al hombre y mujer
como una sola carne, para derramar sobre ellos las bendiciones prometidas.
No es que habrá ausencia de problemas y dificultades, sino que de su mano saldremos airosos de
todos y cada uno de ellos. Tenemos en su Espíritu al Ayudador prometido por Jesús mismo, quien nos
guiará a toda verdad y socorrerá en tiempos de aflicción (“Al corazón contrito y humillado no desprecia
Dios” Salmo 51:17).
“Así como yo os he amado”. DIOS quiere que le encuentres y aprendas de Él, pues en Él todo es
posible! Dios puede (y quiere) restaurar aquello que se ha roto, incluso perdido “porque nada hay
imposible para Dios” (Lucas 1:37)
Así como nos perdonó y lo dio todo para que puedas acercarte nuevamente en confianza a Él, hoy TU
MISMO DEBES DAR EL PRIMER PASO: AMAR ES PERDONAR. Perdona tu cónyuge, alíviale la
carga (Gálatas 6:2), pues el amor cubrirá multitud de pecados (Santiago 5:19-20, 1ºPedro 4:8), pues
el pecado nos desnuda dejándonos expuestos en debilidad y vergüenza, pero el Amor de Dios viene
a cubrirnos y esto no es “esconder”, pues el Amor reconoce el pecado pero dice “YO TE PERDONO,
PORQUE FUI PERDONADO”.
Construir un matrimonio y mantenerlo requiere lo indispensable: CONOCER COMO FUIMOS
AMADOS, conocer cómo Dios nos ama. Si le conocemos, sabremos entonces imitarle y así perseverar
será grato, placentero, regocijante, fructífero.
Así como Dios te ha amado, ama a tu cónyuge, y tu familia, tu hogar, será bendito, y juntos siendo uno
como la Esposa que Cristo viene a buscar.
En tiempos donde el matrimonio es atacado en forma constante CRISTO TIENE LA VICTORIA para
salvar la familia de la desesperanza. Tanto hombre como mujer, creación de Dios, hallarán consuelo,
esperanza, paz y fuerzas para a fin declarar: “Dios ha sido mi socorro”
“Mi amado habló, y me dijo: Levántate” (Cantares 2:10) Hoy tu amado dice “levántate” y con el poder
de la oración lucha, reclama, recupera y restaura lo que Dios ha declarado es tuyo.
“Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los
bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Cantares 8:7) ¡Qué hermosas palabras
de ánimo para tiempos difíciles! Nada podrá apagar el amor, cuando lo edificas, mantienes y haces
crecer en la voluntad de Dios, al igual que nada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús
(Romanos 8:39)
“Yo soy de mi amado, y mi amado es mío” (Cantares 6:3) Tú eres de tu cónyuge, y tu cónyuge tuyo.
¿Es entonces el adulterio (infidelidad) causa de divorcio? ¡Qué pregunta! Y la respuesta, simple,
directa, contundente está en las propias palabras de Jesús: yo os digo que el que repudia a su mujer,
a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete
adulterio. (Mateo 5:32).
Si el adulterio hubiera sido causa de divorcio Jesús así lo hubiera indicado, mas dice “a no ser por
causa de fornicación”. Adulterio y fornicación, no es lo mismo. El adulterio (moicheia) es la relación
sexual de una persona casada con otra persona que no es su cónyuge, mientras que la fornicación
(porneia) hace referencia a un concepto más amplio que excede al de adulterio (Oseas 2:2): al de todo
acto sexual ilícito a los ojos de Dios: homosexualidad (incluido lesbianismo), prostitución, inmundicia,
el uso craso de los órganos genitales con animales (zoofilia) y conductas semejantes conducentes a
diversas parafilias condenables, de las cuales leemos “como Sodoma y Gomorra y las ciudades
vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra
naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (Judas 1:7).
Siendo que el matrimonio es la unión de dos personas en una sola carne cuya expresión culmina
literalmente en el acto sexual entre los mismos, de cuya unión carnal se origina una nueva vida
(Génesis 2:24), el adulterio “rompe” esta unión, mas no la desaparece.

Algunos erran al interpretar que la “fornicación” de la que habla Jesús hace referencia al estado previo
al matrimonio, pero si leemos en Oseas 1:2 dice “Dijo Jehová a Oseas: Ve, tómate una mujer fornicaria,
e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová.” no invalida el matrimonio. En
Oseas 3:1-3 podemos hallar un paralelismo en lo dicho por Jesús: “Me dijo otra vez Jehová: Ve, ama
a una mujer amada de su compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de
Israel, los cuales miran a dioses ajenos, y aman tortas de pasas. La compré entonces para mí por
quince siclos de plata y un homer y medio de cebada. Y le dije: Tú serás mía durante muchos días; no
fornicarás, ni tomarás otro varón; lo mismo haré yo contigo”, teniendo entonces que la única excepción
es la fornicación dentro del matrimonio.
Claramente, sin lugar a dudas, lo que puede deshacer un matrimonio a ojos de Dios es la fornicación
(voluntaria) de uno de los cónyuges, dejando al inocente optar por el divorcio.

¿Dios avala y permite el divorcio? Seguramente te has/han preguntado esto, pero creo que más
bien la pregunta correcta a formular sería ¿el divorcio forma parte del plan divino de Dios?
“El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al
principio no fue así.”(Mateo 19:8) ¿Qué significa esto? El plan de Dios según leemos en Génesis 1 y
2 es que el hombre y la mujer permanezcan unidos en matrimonio, pues avala tal unión con
bendiciones que ya hemos referido previamente; sin embargo, el divorcio aunque está permitido (salvo
por excepción) no goza del mismo aval que el matrimonio. No, no hay bendición en el divorcio. Así
como algo nuevo, lindo, perfecto una vez roto ya deja de ser lo primero, el divorcio destruye, roba,
quita, imposibilita las bendiciones prometidas únicamente para el matrimonio.

He escuchado por allí repetidas veces las frases “hay que escuchar todas las campanas”, “hay un
abanico de posibles causas de divorcio”, y otras como estas. Déjame decirte que quien dice “hay un
abanico” solo intenta justificarse a sí mismo, presentando un argumento natural ante el de Dios. ¿Qué
dice la Palabra respecto de esta actitud? “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la
carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción
de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2ºCorintios 10:3-5).
Ante el típico argumento de “los tiempos cambian, no es como antes” debemos ser claros y
contundentes y firmes: Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo
24:35, Marcos 13:31, Lucas 21:33) y “más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde
de la ley” (Lucas 16:17).
Quien dice ser cristiano debe desechar rápidamente tales argumentaciones y rápidamente indagar en
las Escrituras para conocer cuál es la voluntad de Dios y de no caer en la tentación de obrar contra
ella.
Así que si entendemos la causa del divorcio con un problema espiritual, podremos hacer uso del poder
de Dios para vencer y salir victoriosos; quiero decir: sanar la unión matrimonial descartando de plano
el divorcio, sabiendo que no es salida, sino destrucción.

En Efesios 5:1-3 podemos leer “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor,
como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor
fragante. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como
conviene a santos” en clara alusión que Dios espera que amemos en igual medida (forma) con que él
nos amó desde el principio. Nótese que entre los versículos de este capítulo de Efesios no se halla la
palabra “adulterio” sino “fornicación”, y debemos considerarlo al igual que Mateo 5:32: no dar lugar a
lo inmundo, lo abominable, lo despreciable a ojos de nuestro Dios, pues no solamente contamina al
cónyuge pecador, sino al inocente.

Comprobar “lo que es agradable al Señor” (Ef.5:10). Si el inocente se parase en la fuerza del Espíritu
y la Palabra, orando con autoridad y pasión, declarando y creyendo que verá en el cónyuge infiel,
adúltero, la promesa de Dios y nuestro Cristo, que restaura todas las cosas y dice: “despiértate, tú que
duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo.” (Ef.5:14).
Jesús dijo y aún hoy nos sigue diciendo: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos
9:23), ¡Si puedes creer, la restauración de un matrimonio mancillado, de un corazón herido, de una
mente contaminada, es posible!

Siguiendo el mismo pasaje leemos “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del
agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni
arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a
sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la
iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre
a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio;
mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también
a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.“ (Ef.5:25-33). Este amor del cual nos
habla el Apóstol Pablo es, si bien respecto de nuestro Señor Jesucristo y de la Iglesia, un modelo claro,
perfecto, que todo cónyuge debe seguir para construir así un matrimonio bendito. Así como Dios no
pudo negar su propio amor por la humanidad que creó, ni Cristo por la Iglesia, los cónyuges han de
amarse mutuamente perseverando y fortaleciendo ese amor, pues al hacerlo, también cumplimentan
demostrando fehaciente el mandato que a ambos beneficia: amando al otro, a sí mismo se aman, y
quien a sí mismo ama no puede recharzarse.

El matrimonio es un viaje hermoso a un destino paradisíaco (figuradamente), pero no libre de


contratiempos. Bien dice la Escritura en 1ºCorintios 13:4-7 “El amor es sufrido, es benigno; el amor no
tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo,
no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo
lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”. Ser pacientes, perdonar y no hacer
nada “indebido” contra el cónyuge aseguran un matrimonio de agrado a ojos de Dios y bendecido por
Él.
Problemas típicos del matrimonio podrían subsanarse al leer, meditar y estudiar el pasaje de
1ºCorintios 7, pidiendo la guía del Espíritu Santo en lo tocante a cada tema, tan personal pero también
muy comunes a todos en la vida marital.

¿Qué de los casos de viudez, divorcio y nuevo matrimonio? ¿Cómo interpretar la Palabra de
Dios? En el Nuevo Testamento, Pablo como siervo de Jesucristo dedica en sus cartas a las Iglesias
que habían sido plantadas y necesitaban crecer firmes en la voluntad de DIOS. Educar, enseñar,
corregir en la construcción de la familia, la base de la sociedad, bajo el plan divino, es beneficio directo
para el crecimiento mismo de la Iglesia (general y congregacionalmente).

Hay muchos casos y amplia diversidad de argumentaciones, pero siempre la respuesta ha de ser la
misma: “Escrito está”, como dijo Jesús, quien conociendo las Escrituras, guiado por el Espíritu Santo
nos dio revelación a fin que interpretemos adecuadamente el sentido de ella.

 VIUDEZ: “la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido
muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro
varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que
si se uniere a otro marido, no será adúltera” (Romanos 7:2-3, Ef.5:39). Fácilmente podemos
captar el sentido que aunque dice “la mujer”, es traslativo también al varón. Cualquiera de los
cónyuges queda libre para volver a casarse en caso de fallecimiento del otro. El mandato
“fructificad y multiplicaos” sigue vigente, teniendo en cuenta que no refiere a la simple
continuidad del género humano (hijos) sino a la cualidad y calidad como hijos de Dios.

 DIVORCIO: “a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer
no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y
que el marido no abandone a su mujer.” (1ºCorintios 7:10-11). No es mandato de hombre, sino
de DIOS: NINGUN CÓNYUGE ABANDONE AL OTRO. No hay contradicción en las Escrituras
u objeto de libre interpretación. El clara, firme, contundente. Es necesario tener presente lo que
dijo Jesús en Mateo 19:8 respecto del divorcio: un corazón duro justificará al divorcio como
viable, más para Dios no es así.

Muchos han consultado a este respecto planteando diferentes “escenarios” con obvia intención
de justificar al divorcio como salida, respuesta; y lo hacen sin tener entendimiento no solo del
peligro que conlleva, sino del castigo que acarrea. ¿¡Cómo!? ¿Castigo? Sí. Voy ejemplificar
unos casos:

 Cónyuge creyente unido a inconverso. Normalmente el adulterio lleva a uno o ambos a


justificar el divorcio por esta causa, aunque conocemos que actualmente los intereses
económicos y de otra índole también son tenidos erróneamente como válidos. Como vimos
antes, no es el adulterio causal de divorcio válido para Dios.

“Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y
ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea
creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es
santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos
serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese;
pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a
paz nos llamó Dios.” (1ºCorintios 7:12-15). Cuando Pablo se refiere “a los demás” está
refiriendo a aquellos creyentes que aún no tiene entera comprensión de la voluntad de Dios,
por lo cual aclara desde la propia (e inspirada por el Espíritu Santo – Ef.5:40) que no hay
diferencias respecto de los deberes y derechos del matrimonio cuando el cónyuge es
inconverso. No se espera de quien no conoce, sino de quien sí. El creyente es quien porta
la luz de la verdad, no quien la desconoce y aún está en tinieblas. Al creyente es a quien
Dios más le demandará porque la Verdad le ha sido revelada.

Entendiendo esto podemos inferir con claridad que la responsabilidad es del “creyente” a
hacer todo cuanto sea posible siguiendo el consejo divino por nutrir, fortalecer, sanar,
restaurar el matrimonio y la unión conyugal. “Darse a sí mismo”. Quien así no lo hace ¿cómo
se justificará ante Dios? Digo esto porque la separación por parte del creyente abre la puerta
(posibilidad) del adulterio al otro, y el adulterio es pecado, y el pecado conduce a la muerte
e infierno, y ¿qué dice la palabra de los que hacen tropezar a otros? “Dijo Jesús a sus
discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor
le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer
tropezar a uno de estos pequeñitos. Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra
ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete
veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.” (Lucas 17:1-4)

Quien se llame a sí mismo seguidor de Cristo debe perdonar…todo. No hay justificativo para
no perdonar, es más, la palabra advierte: “si no perdonáis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Así que el creyente
que se divorcia (a no ser por causa de fornicación), está pecando, pues el divorcio implica
falta de perdón, esto a su vez abre como dije la puerta al pecado del adulterio (incluso si
esta hubiera sido la causa, puesto que el pecador podría haberse arrepentido más el
ofendido no hubiere perdonado) tanto al ahora despreciado, como a quien nuevamente se
una a uno u otro de los cónyuges.
¿Qué de “si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto
a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios.”? En esto, si bien puede
hacerse un estudio de los vocablos griegos originales que profundice el concepto, podemos
decir que refiere al caso específico cuando es el incrédulo quien repudia al cónyuge
creyente. No se trata de una mera separación “ocasional” y/o “física”, sino a cuando el
inconverso desconociendo la voluntad divina, procede al divorcio. Este caso incluye por
ejemplo cuando el inconverso se separa y se une a una tercera persona, para formar una
familia. El creyente no está obligado sino desligado, puesto que el adúltero no procede al
arrepentimiento aunque el deber del creyente continúa siendo perdonar, obteniendo así la
paz ante Dios referenciada (estar en libertad y fuera de pecado) respecto del asunto y
también en paz mental y espiritual (Filipenses 4:7).

¿Y qué si el adulterio no fuera el caso? Siempre que se trate que es el inconverso quien
abandona al creyente en forma fehaciente y viéndose “repudiado” ante Dios y los hombres
(sociedad)...pues “a paz nos llamó Dios.” El cónyuge creyente no es una propiedad, objeto
o cosa que el inconverso puede venir a tomar y desechar según le plazca, y a esto refiere
cuando dice “no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre”. Si el inconverso se
separa, es más dignificante aprovechar la ocasión para no volverse a unir en yugo desigual:
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la
justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2ºCorintios 6:14)

 Cónyuges creyentes. No hay excepción, no es válido el divorcio. Nuevamente, por ser


cristianos (seguidores de Cristo) el deber de perdonar (Lucas 17:1-4) está implícito y es
obligatorio, no opcional. Al creyente le cabe el juicio por la falta de ello (Mateo 6:15). Visto
de una manera sencilla, ¿el divorcio entre creyentes no es falta de fe en el poder del perdón
y en la restauración que obra el Espíritu Santo? “sin fe es imposible agradar a Dios; porque
es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que
le buscan.” (Hebreos 11:6)

Mateo 18:12-35 nos enseña que Dios no desea que ninguno se extravíe, que nos dará
oportunidad y nos volverá a recoger en caso que nos arrepintamos, como también que si no
perdonamos pagaremos la consecuencia de ello.
Si aún el creyente insistiere en el divorcio, habiendo sido exhortado al perdón y se abstuviere
de hacerlo, ha de ser considerado como gentil y publicano (no cristiano, pagano).
“Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su
voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes,
será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le
demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.” (Lucas 12:47-78).

 Fornicación en el matrimonio es causal de divorcio, porque no solo mancilla la unión


conyugal, sino contamina espiritualmente a los involucrados. Figuradamente, el matrimonio
es una ofrenda a Dios que cuidamos para cumplir su propósito en nosotros, la cual ha de
ser sin defecto (Levítico 3:6), velando por mantenerla agradable bajo la voluntad divina,
mientras que el acto de fornicación es el desprecio a la misma (Malaquías 1:13).

 Nuevo matrimonio: a este punto, ya debiéramos tener claridad para saber los casos donde Dios
valida el nuevo matrimonio siempre que sea “en el Señor” (1ºCorintios 7:39): viudez y por causa
de fornicación.
Quisiera que los que están por tomar los votos se preparasen concienzudamente (mental, emocional,
espiritualmente), interiorizándose de todo cuanto Dios ha dispuesto (deberes, derechos, recompensas)
para aquellos que deciden contraer matrimonio y así no provocar ni padecer heridas que socavan el
mismo.

Que la guía del Espíritu Santo nos revele la intención de nuestro corazón, el cual por medio de la
Palabra nos enseña, redarguye, corrige e instruye en toda justicia (2ºTimoteo 3:16) y verdad,
fructificando en el matrimonio y multiplicándolo en nuestra descendencia

“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder,
mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales
nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud;
a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia,
piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en
vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro
Señor Jesucristo.” (2ºPedro 2:3-8)

Dios te bendiga
Leandro Meneghetti. Capellán ID#16-1679 - CELA International University
leandromeneghetti@hotmail.com // Contacto: 54 9 342 5394262

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