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Algunos erran al interpretar que la “fornicación” de la que habla Jesús hace referencia al estado previo
al matrimonio, pero si leemos en Oseas 1:2 dice “Dijo Jehová a Oseas: Ve, tómate una mujer fornicaria,
e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová.” no invalida el matrimonio. En
Oseas 3:1-3 podemos hallar un paralelismo en lo dicho por Jesús: “Me dijo otra vez Jehová: Ve, ama
a una mujer amada de su compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de
Israel, los cuales miran a dioses ajenos, y aman tortas de pasas. La compré entonces para mí por
quince siclos de plata y un homer y medio de cebada. Y le dije: Tú serás mía durante muchos días; no
fornicarás, ni tomarás otro varón; lo mismo haré yo contigo”, teniendo entonces que la única excepción
es la fornicación dentro del matrimonio.
Claramente, sin lugar a dudas, lo que puede deshacer un matrimonio a ojos de Dios es la fornicación
(voluntaria) de uno de los cónyuges, dejando al inocente optar por el divorcio.
¿Dios avala y permite el divorcio? Seguramente te has/han preguntado esto, pero creo que más
bien la pregunta correcta a formular sería ¿el divorcio forma parte del plan divino de Dios?
“El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al
principio no fue así.”(Mateo 19:8) ¿Qué significa esto? El plan de Dios según leemos en Génesis 1 y
2 es que el hombre y la mujer permanezcan unidos en matrimonio, pues avala tal unión con
bendiciones que ya hemos referido previamente; sin embargo, el divorcio aunque está permitido (salvo
por excepción) no goza del mismo aval que el matrimonio. No, no hay bendición en el divorcio. Así
como algo nuevo, lindo, perfecto una vez roto ya deja de ser lo primero, el divorcio destruye, roba,
quita, imposibilita las bendiciones prometidas únicamente para el matrimonio.
He escuchado por allí repetidas veces las frases “hay que escuchar todas las campanas”, “hay un
abanico de posibles causas de divorcio”, y otras como estas. Déjame decirte que quien dice “hay un
abanico” solo intenta justificarse a sí mismo, presentando un argumento natural ante el de Dios. ¿Qué
dice la Palabra respecto de esta actitud? “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la
carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción
de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2ºCorintios 10:3-5).
Ante el típico argumento de “los tiempos cambian, no es como antes” debemos ser claros y
contundentes y firmes: Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo
24:35, Marcos 13:31, Lucas 21:33) y “más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde
de la ley” (Lucas 16:17).
Quien dice ser cristiano debe desechar rápidamente tales argumentaciones y rápidamente indagar en
las Escrituras para conocer cuál es la voluntad de Dios y de no caer en la tentación de obrar contra
ella.
Así que si entendemos la causa del divorcio con un problema espiritual, podremos hacer uso del poder
de Dios para vencer y salir victoriosos; quiero decir: sanar la unión matrimonial descartando de plano
el divorcio, sabiendo que no es salida, sino destrucción.
En Efesios 5:1-3 podemos leer “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor,
como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor
fragante. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como
conviene a santos” en clara alusión que Dios espera que amemos en igual medida (forma) con que él
nos amó desde el principio. Nótese que entre los versículos de este capítulo de Efesios no se halla la
palabra “adulterio” sino “fornicación”, y debemos considerarlo al igual que Mateo 5:32: no dar lugar a
lo inmundo, lo abominable, lo despreciable a ojos de nuestro Dios, pues no solamente contamina al
cónyuge pecador, sino al inocente.
Comprobar “lo que es agradable al Señor” (Ef.5:10). Si el inocente se parase en la fuerza del Espíritu
y la Palabra, orando con autoridad y pasión, declarando y creyendo que verá en el cónyuge infiel,
adúltero, la promesa de Dios y nuestro Cristo, que restaura todas las cosas y dice: “despiértate, tú que
duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo.” (Ef.5:14).
Jesús dijo y aún hoy nos sigue diciendo: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos
9:23), ¡Si puedes creer, la restauración de un matrimonio mancillado, de un corazón herido, de una
mente contaminada, es posible!
Siguiendo el mismo pasaje leemos “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del
agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni
arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a
sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la
iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre
a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio;
mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también
a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.“ (Ef.5:25-33). Este amor del cual nos
habla el Apóstol Pablo es, si bien respecto de nuestro Señor Jesucristo y de la Iglesia, un modelo claro,
perfecto, que todo cónyuge debe seguir para construir así un matrimonio bendito. Así como Dios no
pudo negar su propio amor por la humanidad que creó, ni Cristo por la Iglesia, los cónyuges han de
amarse mutuamente perseverando y fortaleciendo ese amor, pues al hacerlo, también cumplimentan
demostrando fehaciente el mandato que a ambos beneficia: amando al otro, a sí mismo se aman, y
quien a sí mismo ama no puede recharzarse.
¿Qué de los casos de viudez, divorcio y nuevo matrimonio? ¿Cómo interpretar la Palabra de
Dios? En el Nuevo Testamento, Pablo como siervo de Jesucristo dedica en sus cartas a las Iglesias
que habían sido plantadas y necesitaban crecer firmes en la voluntad de DIOS. Educar, enseñar,
corregir en la construcción de la familia, la base de la sociedad, bajo el plan divino, es beneficio directo
para el crecimiento mismo de la Iglesia (general y congregacionalmente).
Hay muchos casos y amplia diversidad de argumentaciones, pero siempre la respuesta ha de ser la
misma: “Escrito está”, como dijo Jesús, quien conociendo las Escrituras, guiado por el Espíritu Santo
nos dio revelación a fin que interpretemos adecuadamente el sentido de ella.
VIUDEZ: “la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido
muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro
varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que
si se uniere a otro marido, no será adúltera” (Romanos 7:2-3, Ef.5:39). Fácilmente podemos
captar el sentido que aunque dice “la mujer”, es traslativo también al varón. Cualquiera de los
cónyuges queda libre para volver a casarse en caso de fallecimiento del otro. El mandato
“fructificad y multiplicaos” sigue vigente, teniendo en cuenta que no refiere a la simple
continuidad del género humano (hijos) sino a la cualidad y calidad como hijos de Dios.
DIVORCIO: “a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer
no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y
que el marido no abandone a su mujer.” (1ºCorintios 7:10-11). No es mandato de hombre, sino
de DIOS: NINGUN CÓNYUGE ABANDONE AL OTRO. No hay contradicción en las Escrituras
u objeto de libre interpretación. El clara, firme, contundente. Es necesario tener presente lo que
dijo Jesús en Mateo 19:8 respecto del divorcio: un corazón duro justificará al divorcio como
viable, más para Dios no es así.
Muchos han consultado a este respecto planteando diferentes “escenarios” con obvia intención
de justificar al divorcio como salida, respuesta; y lo hacen sin tener entendimiento no solo del
peligro que conlleva, sino del castigo que acarrea. ¿¡Cómo!? ¿Castigo? Sí. Voy ejemplificar
unos casos:
“Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y
ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea
creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es
santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos
serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese;
pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a
paz nos llamó Dios.” (1ºCorintios 7:12-15). Cuando Pablo se refiere “a los demás” está
refiriendo a aquellos creyentes que aún no tiene entera comprensión de la voluntad de Dios,
por lo cual aclara desde la propia (e inspirada por el Espíritu Santo – Ef.5:40) que no hay
diferencias respecto de los deberes y derechos del matrimonio cuando el cónyuge es
inconverso. No se espera de quien no conoce, sino de quien sí. El creyente es quien porta
la luz de la verdad, no quien la desconoce y aún está en tinieblas. Al creyente es a quien
Dios más le demandará porque la Verdad le ha sido revelada.
Entendiendo esto podemos inferir con claridad que la responsabilidad es del “creyente” a
hacer todo cuanto sea posible siguiendo el consejo divino por nutrir, fortalecer, sanar,
restaurar el matrimonio y la unión conyugal. “Darse a sí mismo”. Quien así no lo hace ¿cómo
se justificará ante Dios? Digo esto porque la separación por parte del creyente abre la puerta
(posibilidad) del adulterio al otro, y el adulterio es pecado, y el pecado conduce a la muerte
e infierno, y ¿qué dice la palabra de los que hacen tropezar a otros? “Dijo Jesús a sus
discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor
le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer
tropezar a uno de estos pequeñitos. Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra
ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete
veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.” (Lucas 17:1-4)
Quien se llame a sí mismo seguidor de Cristo debe perdonar…todo. No hay justificativo para
no perdonar, es más, la palabra advierte: “si no perdonáis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Así que el creyente
que se divorcia (a no ser por causa de fornicación), está pecando, pues el divorcio implica
falta de perdón, esto a su vez abre como dije la puerta al pecado del adulterio (incluso si
esta hubiera sido la causa, puesto que el pecador podría haberse arrepentido más el
ofendido no hubiere perdonado) tanto al ahora despreciado, como a quien nuevamente se
una a uno u otro de los cónyuges.
¿Qué de “si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto
a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios.”? En esto, si bien puede
hacerse un estudio de los vocablos griegos originales que profundice el concepto, podemos
decir que refiere al caso específico cuando es el incrédulo quien repudia al cónyuge
creyente. No se trata de una mera separación “ocasional” y/o “física”, sino a cuando el
inconverso desconociendo la voluntad divina, procede al divorcio. Este caso incluye por
ejemplo cuando el inconverso se separa y se une a una tercera persona, para formar una
familia. El creyente no está obligado sino desligado, puesto que el adúltero no procede al
arrepentimiento aunque el deber del creyente continúa siendo perdonar, obteniendo así la
paz ante Dios referenciada (estar en libertad y fuera de pecado) respecto del asunto y
también en paz mental y espiritual (Filipenses 4:7).
¿Y qué si el adulterio no fuera el caso? Siempre que se trate que es el inconverso quien
abandona al creyente en forma fehaciente y viéndose “repudiado” ante Dios y los hombres
(sociedad)...pues “a paz nos llamó Dios.” El cónyuge creyente no es una propiedad, objeto
o cosa que el inconverso puede venir a tomar y desechar según le plazca, y a esto refiere
cuando dice “no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre”. Si el inconverso se
separa, es más dignificante aprovechar la ocasión para no volverse a unir en yugo desigual:
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la
justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2ºCorintios 6:14)
Mateo 18:12-35 nos enseña que Dios no desea que ninguno se extravíe, que nos dará
oportunidad y nos volverá a recoger en caso que nos arrepintamos, como también que si no
perdonamos pagaremos la consecuencia de ello.
Si aún el creyente insistiere en el divorcio, habiendo sido exhortado al perdón y se abstuviere
de hacerlo, ha de ser considerado como gentil y publicano (no cristiano, pagano).
“Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su
voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes,
será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le
demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.” (Lucas 12:47-78).
Nuevo matrimonio: a este punto, ya debiéramos tener claridad para saber los casos donde Dios
valida el nuevo matrimonio siempre que sea “en el Señor” (1ºCorintios 7:39): viudez y por causa
de fornicación.
Quisiera que los que están por tomar los votos se preparasen concienzudamente (mental, emocional,
espiritualmente), interiorizándose de todo cuanto Dios ha dispuesto (deberes, derechos, recompensas)
para aquellos que deciden contraer matrimonio y así no provocar ni padecer heridas que socavan el
mismo.
Que la guía del Espíritu Santo nos revele la intención de nuestro corazón, el cual por medio de la
Palabra nos enseña, redarguye, corrige e instruye en toda justicia (2ºTimoteo 3:16) y verdad,
fructificando en el matrimonio y multiplicándolo en nuestra descendencia
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder,
mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales
nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud;
a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia,
piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en
vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro
Señor Jesucristo.” (2ºPedro 2:3-8)
Dios te bendiga
Leandro Meneghetti. Capellán ID#16-1679 - CELA International University
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