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SOBRE EL ALCANCE Y EL PROPÓSITO

Los abogados son unos actores tan esenciales en cualquier proceso jurídico que,
obviamente su presencia se nos hace constante sea cual sea el aspecto que abordemos, el
ámbito psicojurídico sobre el que queramos pensar, disertar, escribir o simplemente
reflexionar. Es más, pronto recordamos una idea que está en el propio motivo de existir,
en la misma razón de ser, de la Psicología jurídica: el inagotable potencial que se deriva
de poner a disposición de las disciplinas jurídicas el arsenal de conocimientos
psicológicos (incluso admitiendo sus limitaciones, su intrínseca incompletud, esto es, a
pesar de reconocer lo mucho que todavía ignoramos); además, no lo olvidemos, esta
instrumentalidad de una psicología al servicio de no es incompatible en modo alguno
con la elaboración de un cuerpo de reflexión, de análisis, y de acumulación empírica,
con carácter autónomo, psicojurídico en sentido estricto.
A saber, y a modo de ilustración para no iniciados: abogados y psicología del
testimonio, abogados y evaluación psicológica (de capacidad, de responsabilidad, de
evaluación de daños sufridos por la víctima...); abogados y detección de la simulación;
abogados y detección de la mentira; abogados y conocimientos psicológicos aplicables
al momento procesal en que pueden influir en la composición de un jurado; trabajo
psicológico relacionado con los procesos de custodia de hijos tras rupturas
matrimoniales; la evaluación psicológica de las confesiones; abogados y conocimientos
psicológicos relativos al amplio mundo de los delitos sexuales (sobre adultos, sobre
menores...); abogacía y psicología de la violencia intrafamiliar.
Ahora bien; debemos decir que en la monumental obra arriba citada se podría echar de
menos justamente aquello que sería legítimo considerar como denominador común a
gran número efe esas áreas de trabajo profesional: al final, los abogados no deciden
acerca de ninguna de esas cuestiones en discusión; son otros a los que el sistema reserva
el rol de decidir en la gran mayor parte de los casos, los jueces y, eventualmente, los
jurados populares.
vale decir entonces que, bien por oral, bien por escrito, bien presencialmente, bien
documentalmente, más pronto o más tarde se enfrentan a su prueba del algodón
particular: tienen que convencer a los que deben decidir. ¿De qué?: de la inocencia de su
cliente, de la culpabilidad del acusado, de la importancia te los daños causados a
alguien, de la credibilidad de un cierto testimonio, de b adecuado de una determinada
cantidad de dinero como indemnización por los sufrimientos padecidos, de qué es mejor
este miembro de la pareja y no el otro para quedarse con la tutela de los niños, de que el
despido del trabajador ha sido procedente o no, de qué el sexo fue libre o bajo coacción,
de que ha habido acoso laboral auténtico o se trata de una invención maliciosa....y así en
tantas y tantas cuestiones en las que el abogado se juega su éxito profesional.
SOBRE EL PODER DE CONVENCER
No sería difícil estar de acuerdo con aquellos que pregonan que, después de todo, este es
el elemento común, el que nunca puede faltar, cuando intentamos comprender el origen
y determinantes de ciertos procesos de influencia; a saber, y sobre todo, aquellos en los
que influir viene a ser sinónimo de convencer.
Debe haber pocos contextos en los que la capacidad para persuadir, para convencer, sea
de modo tan dramático y evidente, la piedra angular alrededor de la que todo gira, como
la sala de justicia. Allí se enfrentan versiones de la realidad normalmente enfrentadas,
distintas, a menudo contradictorias y mutuamente excluyentes (por ejemplo en los
procesos penales): los hechos ocurrieron o no; su autor fue el acusado o no..., en
cualquier caso, esto queda probado o no.
Y, entenderá el lector, el asunto es grave: no valen medias tintas, es algo así como estar
embarazada: se está o no, pero no se puede estarlo un poquito, es decir, prevalece una
versión o su contraria, el acusado será culpado o absuelto. Y, entenderá el lector, el
asunto es grave: no valen medias tintas, es algo así como estar embarazada: se está o no,
pero no se puede estarlo un poquito, es decir, prevalece una versión o su contraria, el
acusado será culpado o absuelto.
¿De qué depende todo ello? Obviamente, de la realidad cognoscible por aquellos que
han de tomar la decisión (jueces y/o jurados), o, lo que es lo mismo, de las pruebas que
las partes presenten y/o practiquen, pero nadie duda que juega un papel esencial la
capacidad de aquellos cuya función es, después de todo, la ya mencionada de
convencer.

LA PSICOLOGIA DE LA PERSUACION

Es muy probable que el lector cuyo interés transita ya por los senderos de la Psicología
jurídica se haya encontrado en su caminar previo con algún o algunos contenidos
específicos relativos al amplio campo de la comunicación y la persuasión. Es por ello
que recordaremos aquí sólo de modo breve y casi esquemático, algunas nociones
elementales relativas al campo de la comunicación persuasiva. Hecho lo cual, nos
centraremos en repasar lo relativo a aquellos elementos intervinientes en episodios de
persuasión judicial (la fuente emisora y el mensaje, sobre todo, habida cuenta que sobre
los receptores, jueces y jurados, se hablará extensamente en otros capítulos de este
libro). Y lo haremos adecuando el discurso todo lo posible al ámbito que nos ocupa: el
judicial.

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