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Marina Gálvez Acero

Universidad Complutense de Madrid

NARRATIVA Y TESTIMONIO POPULAR:


GREGORIO MARTÍNEZ

Evidentemente no descubro nada nuevo si comienzo reconociendo la


incertidumbre de nuestro presente. Como ha dicho el pensador francés
Edgar Morin, hoy el denominador común en nuestro mundo occidental
parece ser la "crisis del futuro." Y el futuro nos angustia porque estamos
en un periodo de extraordinaria inseguridad. Esta situación es la que a
mi juicio viene motivando el repliegue sobre el presente y el pasado que
llamamos postmodernidad.
El interés por el presente se traduce en una actividad hedonista, en
el reclamo del consumo, del goce, del espectáculo. El interés por el
pasado en una mayor preocupación sobre los fundamentos de la
identidad, la religión, la etnia, etc.
En otro orden de cosas, es sabido que también asistimos hoy a un
gran empobrecimiento cultural, motivado en gran parte por la
universalización de ciertos valores no precisamente enriquecedores. Pero
es la homogenización, como se ha denunciado, el fenómeno que más
contribuye al empobrecimiento cultural, ya que destruye sutilmente no
sólo las culturas tradicionales, sino el propio núcleo creativo de las
grandes culturas, el núcleo ético y mítico de la humanidad.1 Vivimos por
lo tanto en un tiempo en el que a la conciencia del empobrecimiento
cultural se le ha sumado el subconsciente colectivo de nuestra sociedad
que vive bajo esa "crisis defuturo" a la que nos hemos referido. Y ambas
conciencias afloran en la creación. De ahí que estemos asistiendo a la
creación, o al renacer, de ciertos tipos de discursos narrativos que vienen
determinados por estas circunstancias de nuestro presente.
Algunos de estos nuevos o recuperados discursos se inscriben en lo
que se ha dado en llamar "la cultura del otro." Es decir, en aquellos que
enfatizan y contrastan, frente a la cultura hegemónica, unos valores
culturales relativos a pueblos o colectivos regionales, minoritarios o
marginales. Pero el reconocimiento de lo diferente no se hace para mejor
analizar lo propio de la cultura dentro de la cual se produce este tipo de
discurso —como se hizo durante el Romanticismo, por ejemplo— sino
para reconocer la otredad como una forma de enriquecimiento de esta

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cultura, que pasa como hemos dicho por momentos difíciles. Este nuevo
humanismo no significa populismo, ni regionalismo sentimental con su
carga de represión e insolidaridad y su cariz provinciano y paleto,
significa una crítica tanto frente al mito del progreso del positivismo
ilustrado, como frente a un regreso al pasado preindustrial.
Estos discursos se relacionan asimismo con lo que Kenneth Framton
ha llamado "regionalismo crítico," que consiste en desarrollar una
relación dialógica entre lo local y las formas culturales hegemónicas o
universales.2
Una de las modalidades del discurso que trata de dar voz al "otro"
es el testimonio. Modalidad que ha venido cobrando indudable auge en
las últimas décadas, desde que en los años sesenta Miguel Barnet lo
formalizara teórica y prácticamente. Lo peculiar de este discurso es que
la voz del otro no se ofrece desde la perspectiva de un yo de cultura
hegemónica o metropolitana, sino que llega directamente. Es la voz de
un yo que lucha contra la desigualdad que implica la dicotomía yo/el
otro. Sin embargo esto no quiere decir que se elimine la relación
dialógica entre lo local y las formas culturales hegemónicas, ya que,
como es sabido, existe un mediador, el autor, que en posesión de estas
últimas elabora con ellas, en mayor o menor medida, el discurso oral del
testimoniante. Aunque es indudable que la denuncia es una función
central del testimonio, este tipo de discurso tiene además otras funciones
asimismo extraliterarias. Por una parte pretende que se reconozcan los
valores que definen la identidad del colectivo al que pertenece el yo del
hablante testimonial. Y por otra reclama su propio espacio, de manera
que lo nacional quede enriquecido y adquiera un sentido más completo
y exacto de su identidad. Pero además, el testimonio tiene la función de
comunicar el resultado de una experiencia, normalmente frustrada o
equivocada en algún sentido, respecto a la que debiera haberse seguido
para no haber llegado al grado de "otredad" en que se encuentra en el
presente, o para no haber incurrido en incoherencias en la lucha
mantenida por salir de ella, por lograr comunicarse en igualdad de
jerarquía con el resto de los colectivos nacionales. El reconocimiento de
las contradicciones o errores de unas conductas individuales o
trayectorias históricas lleva implícito una idea de ejemplaridad. El
hablante dirige su testimonio no sólo al colectivo dominante o
hegemónico sino también a los miembros del suyo propio, a los que
alecciona sobre determinados riesgos o errores de su conducta y/o

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valores culturales, que a su juicio han contribuido a dar entidad al actual


presente degradado del que se pretende salir.
Todas estas premisas y funciones explican la escritura de una obra
como Canto de sirena (1976) de Gregorio Martínez, novela testimonio del
colectivo negro y cholo que habita la costa sur peruana.3 Martínez,
ejerciendo de letrado solidario y, como tal, elabora el testimonio del viejo
Candelario,4 es sin embargo un miembro del colectivo o grupo étnico al
que pertenece el testimonio, por lo que se configura como uno más de
los testimoniantes de este texto. Circunstancia que anula en carácter
heterogéneo de este género. La voz del autor se presenta unida al coro
de voces que aparece en la novela para dar testimonio de la realidad
histórico-cultural de este colectivo cholo peruano. Y en última instancia
su trayectoria biográfica en cuanto que ha llegado a ser autor de esta
novela, en cuanto que escritor que, como se desprende del análisis de
este texto, maneja con pericia el lenguaje de la cultura hegemónica
nacional y las técnicas de la novela moderna —es decir, lenguaje y
técnicas incorporadas de otras culturas hegemónicas nacionales o
supranacionales— se Ofrece implícitamente ante los otros miembros del
colectivo, y del lector en general, como ejemplo positivo de la
potencialidad cultural de su pueblo, hecho que desmiente las opiniones
contrarias que tradicionalmente han venido formulándose al respecto.
Sin embargo el hecho de que Gregorio Martínez tenga la condición
de testimoniante implica que su novela testimonie lo que nos pasó a
nosotros, lo que somos o lo que pensamos nosotros, aunque como en el
resto de los testimonios el autor de este texto haya recurrido al
procedimiento habitual de interponer a un personaje —que en Canto de
sirena es el viejo Candelario Navarro— como narrador central. Candelario
o Candico, como se le conoce familiarmente, habla en primera persona
sobre la experiencia de su vida, pero su discurso funciona como
arquetipo o paradigma del resto del colectivo. De ahí que el texto no
diferencie entre historia y vida, la obra es ambas cosas. Y, sobre todo,
que una de sus funciones centrales sea la de comunicar la equivocada
trayectoria de este pueblo y la necesidad de asumir los propios errores
para poder evitarlos en el futuro y, potencialmente, así poder salir de la
otredad. :
Como hemos dicho Canto de sirena es un canto coral. Un canto en el
que intervienen otras; voces además de las del autor y narrador principal.
"Esto no es una historia, es un canto" leemos en uno de los textos del

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prólogo con el que se abre la novela. Efectivamente, el texto de Martínez


se presenta como un canto polifónico no sólo por la dimensión social o
colectiva que adquiere la narración central del viejo Candelario (sometida
como hemos dicho a la elaboración, asimismo significante, del autor)
sino porque además de esas dos "voces" se oyen de modo explícito otras
voces populares que las acompañan en el prólogo y el epílogo. El lector
de Canto de sirena además de la voz de Candico, quien por su rica
experiencia de viejo picaro andariego se erige con todo derecho en el
narrador principal, escucha también la de algunos otros personajes
populares, muchos de los cuales aparecen con su nombre, y las de otras
voces anónimas, todas las cuales van refiriendo diferentes facetas del
sentir popular, y aportan indicios significativos que configuran la
identidad de ese colectivo. En el prólogo o prefacio, además del texto
transcrito aparecen dos dedicatorias; una de ellas —la otra solo hace
referencia a un nombre propio del que ignoramos su identidad y
significación- funciona claramente como otro testimonio indirecto. Me
refiero a la dedicatoria dirigida a una mujer, Doña Benita, conocida
según se dice como "la capadora," mujer "defenestradora de hombrías
que ejerció su oficioso escarmiento —continúa el texto— entre los hombres
de aquella comarca hasta que la mataron a tiros los gendarmes." Es decir
un negro y montaraz ejemplar de mujer vengadora de escarnios
machistas, oficio que sumado a otras referencias de Candico sobre el
particular parece evidenciar el interés de Martínez por subrayar esa
condición luchadora de las mujeres de su pueblo. Pero además esta
dedicatoria, con la que se abre el texto, subraya, elusiva pero significa-
tivamente, el mensaje ejemplarizador que Martínez, a nuestro juicio,
como luego veremos, ha querido transmitir a su pueblo. A continuación
la siguiente página del prólogo recoge un fragmento de una crónica
firmada por Antonio Raimondi5 que da cuenta de la condición desértica
de la región costeña en la que habita este pueblo, así como de una
creencia legendaria de los pobladores (un fenómeno acústico y visual)
que evidencia las pésimas condiciones de vida y el grado de subdesa-
rrollo de este colectivo testimoniante. Y todavía, en una tercera página
del prólogo, Martínez, tras afirmar la condición de canto o testimonio
colectivo que quiere dar a su obra, da cuenta de una crencia popular
sacada de la tradición oral, según la cual "en octubre, mes de los zorros,
cantan las sirenas." Esta leyenda se completa en el epílogo, en donde más
explícitamente se hace mención al "aullido de las zorras en celo que

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vagan sin descanso en las noches de octubre" aullido que no deja


"escuchar el canto de las sirenas." Si tenemos en cuenta que el canto de
la sirena es, según la mitología de la costa peruana, un canto de
liberación,6 esta crencia popular nos está indicando que el canto de
liberación no es escuchado por este pueblo por culpa de los "aullidos de
los zorros en celo," lo cual, junto a los testimonios de Candelario sobre
el particular, subraya en mi criterio el mensaje de la novela.
Tras el testimonio de Candelario o "corpus" central de la novela, el
lector escucha todavía en el epílogo las voces del niño Humberto
Gutiérrez, la de Alcides Barrios, la de Indalecio Chávez, la de Roberto
Carpió, la anónima de un dicho popular y por fin la de Marta Figueroa,
quien en una reflexión final, concluye apostillando lo que el lector ha
debido deducir tras escuchar todos los testimonios emitidos; "nadie sabe
cuanto hemos sufrido, carajo."
Es evidente que entre toda esa polifonía destaca la voz de Candelario
Navarro. El es el instrumento epistémico que Gregorio Martínez utiliza
para dar sentido a los hechos que se nos narran. Mediante del recurso
de informante interpuesto protege la credibilidad de su propio y
definitivo testimonio. El narrador, Candico, va construyendo en la
historia que nos cuenta un juego de oposiciones dialécticas entre el
presente y el pasado, entre la cultura hegemónica del colonizador y la
propia cultura. Candico es un hombre de indudable inteligencia natural,
que sufre sin embargo las mismas contradiciones y vive en su historia
personal el mismo proceso degradante que ha seguido la trayectoria
histórica de su pueblo. Su vida se propone como símbolo del fracaso del
colectivo al que pertenece y representa. Pero Candelario —junto a
Gregorio Martínez en su menester de letrado solidario, aunque como
otro miembro más del colectivo- emprende una doble lucha redentora:
por una parte reivindica un espacio cultural para su pueblo dentro del
concierto nacional y, por otra, expone en pública confesión sus errores
con evidente intención moralizadora. Candelario, para su expiación
personal, se ha condenado voluntariamente al purgatorio de Coyungo,
espacio degradado desde el que narra, ya en su vejez.
Es evidente la condición alegórica de Canto de sirena. Es decir, este
texto de Martínez está escrito al servicio de una ideología y pretende
sacar conclusiones morales. Como todo el grupo peruano de la revista
Narración al que pertenece, Gregorio Martínez se reconoce marxista. De
ahí que el propósito central de su obra sea la denuncia de las estructuras

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socioeconómicas, que, según su criterio, han sido unas de las causas que
han condenado a su pueblo al más extremo subdesarrollo. Pero además
de la evidente denuncia, también parece desprenderse del texto, como
ya observamos, un intencionado acto de contricción (que se simboliza en
el acto expiatorio de Candelario), como una pública confesión de los
propios y ajenos errores, de que les asiste una cierta culpa en la
condición degradada de su existencia colectiva. Culpa que deben
reconocer y asumir según la conclusión moral que parece derivarse del
conjunto de los testimonios recogidos en el texto.
Candelario Navarro cuenta su historia desde un presente desolador:
"Ahora vivo aquí solo. Aquí, al pie de esta ramazón seca y espinuda que
ataja la arena que viene andando desde el desierto, empujada por el
viento áspero y caliente ... Miro a mi alrededor y siento la soledad como
un silencio opresivo, marcado por la ceniza del fogón apagado y el
aspecto mísero de las ollas negras, carcomidas ... La casa es de carrizo
cubierto de barro y el piso de tierra suelta que mis pies y el agua nunca
pudieron dominar ... Por eso es que el asedio del abandono se me hace
tan patente ... Hacia dónde mire encuentro el escarnio de la destrucción,
la roña afilando sus dientes ... Si hablo, mi voz, viva, queda atrapada en
el silencio vacío, dando vueltas como un murmullo extraviado,
quejándose , aullando, llorando lastimeramente, entonces me convenzo
de que viví encerrado en un tormento vicioso que yo mismo he alimentado
con mi desidia desde años atrás " (39). He subrayado la conciencia que
parece tener al narrador de su propia culpa (lo cual confirma nuestra
hipótesis) tormento moral que se suma a las penosas condiciones físicas
a las que voluntariamente se ha condenado a sí mismo.
Sin duda el núcleo central del relato es la razón del retorno de
Candelario Coyungo,7 ciudad en donde se instaló treinta y cinco años
atrás del presente de la narración, para vivir en las condiciones que
hemos oído en la cita anterior. Hasta los confines de Coyungo (léase el
infierno, el purgatorio o el exilio) se fue Candelario para expiar los
errores de su juventud. Al viejo narrador —especulativo y observador-
no le queda allí sino el poder ensimismarse en los recuerdos de su
pasado o en otras múltiples cavilaciones, entre las que destacan diversos
aspectos de las otras culturas nacionales: la metropolitana o hegemónica
y la de "los gentiles," esta última a través de su oficio de huaquero. Todo
ello, narrado a un supuesto interlocutor, va evidenciando ante el lector
la idiosincrasia del colectivo al que pertenece el narrador. En un tono

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jovial, que contrasta profundamente con el sombrío del momento


presente, refiere su vida pasada de trotamundos, "sinvergüenza y
mujeriego" según la fundada acusación de su propia suegra. La juventud
de Candelario, enajenada por la despreocupada sensualidad y un
comportamiento irresponsable, corre paralela a la peripecia histórica de
todo su pueblo, confinado, aislado en sí mismo, que al parecer ha vivido
olvidado por todos (tan alejado de Lima como de Dios, según palabras
del narrador) pero olvidado también él mismo de sus deberes y
responsabilidades para haberlo evitado. En los confines de la nación,
separados del resto por poderosos páramos y desiertos, por numerosas
leguas, por el color de su piel y peculiar personalidad, alegre y sensual,
tanto Candelario como todos los demás miembros del colectivo al que
pertenece, han venido permitiendo con su pasividad y desidia que su
vida se vaya degradando y enajenando. Pero Candelario un día
cualquiera de su vida, sin siquiera tener plena conciencia de por qué lo
hacía, decide castigarse a la soledad y al abandono de Coyungo, en
donde ha venido a pagar "todos los perjuicios que he cometido por
darme gusto" según refiere literalmente (106-107) y desde donde emite
su testimonio ejemplarizante.
A través de un juego de oposiciones, Martínez ha pretendido explicar
el por qué del estado degradado de su pueblo. Para ello la narración de
Candelario va dando cuenta de una doble y paralela trayectoria: la de su
vida personal y la seguida por la región y sus habitantes, colonizada por
los blancos en el doble terreno económico y cultural. Sobre el espacio en
donde habita este colectivo el narrador nos refiere prolijos datos, y
también va creando un juego de oposiciones temporales entre el pasado
y el presente, que van evidenciando una trayectoria semejante a la
personal en cuanto a la degradación física y económica que ambas han
seguido. Con sutileza e ironía el narrador va hilvanando una larga serie
de denuncias sobre el comportamiento individual y social del blanco
para con el negro, tanto a nivel individual como institucional o
administrativo.
Pero Candelario también refiere sus propios errores como hemos
dicho. El año 1923 parece haber marcado el punto crítico de su vida. Por
un lado su riqueza y posición social, y con ellas el máximo disfrute de
la vida, alcanzaron sus mayores cotas, pero también fue el año en el que,
según refiere, se "volvió malo" ("me volví malo, me contagié de los
blancos la soberbia y la latanería agarré de ellos el desplante, hambre de

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acaparar todo sin ponerme a pensar en los demás ... En adelante —conti-
núa diciendo Candico- todo fue para mi como una maldición" (106).
Pero es también a partir de entonces cuando Candelario comienza a
tomar conciencia de su conducta insolidaria e irresponsable. Esta
situación culmina el año 1945, año en el que participa en una campaña
electoral apoyando a un candidato latifundista, uno de la familia Borda,
dueños por entonces de la región habitada por su pueblo. Candelario
trabaja para la candidatura de hombre explotador de los suyos y se
opone al candidato aprista que era un hombre del pueblo como él mismo
y que luchaba por los intereses de todos. Este y otros comportamientos
semejantes acaban sumiéndole en una crisis personal que en el año 1946
le conduce a quedarse en el purgatorio de Coyungo tras abandonarlo
todo.
Al resemantizar la cultura hegemónica, que como tal les ha sido
impuesta, el narrador va destacando su propia identidad o la singulari-
dad con la que han hecho suya esta cultura. Entre lo que destaca
sobresale el libre y sano ejercicio de la sexualidad (aunque como ya
hemos dicho se condene la irresponsabilidad y desidia a que puede
conducir cuando se convierte en comportamiento y valor excluyente)
pero también otros aspectos referidos a lo sensual. En general, los
valores centrales que identifican la idiosincrasia de este pueblo, a juzgar
por lo referido por Candico, parecen estar al servicio de lo primario, de
los sentidos, de lo corporal. De ahí que, por ejemplo, se destaque
también la gastronomía, de la que Candelario nos ofrece singulares
recetas de perro, burro, culebra y otros exóticos ingredientes. Es singular
asimismo —e indicio también de lo anterior— la mentalidad positiva y
pragmática del narrador, mentalidad que se traduce no sólo de la
negación de todo aquello que no admiten sus sentidos físicos, o su
sentido común, en la negación de toda metafísica o toda trascendenden-
cia, sino también en el sentido práctico de su saber tradicional, evidente
en las numerosas fórmulas o recetas que nos va refiriendo Candelario
sobre medicina (29, 32), contra el embarazo (122), para conservar el
pescado fresco todo el año con métodos naturales (126), para adelgazar
(89), etc. Otras refieren trucos para vengar la afrenta del varón, o
"revelan" la relación entre ceguera y "gozar parado."
En todo el conjunto de aspectos sobre mentalidad, creencias, hábitos
y costumbres que se recogen en el testimonio de Martínez como propios
de su pueblo, queremos ver una singular sintonía con el pensamiento

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emergente de nuestra época. Tras la caída de las ideologías y de la fe en


tantas cosas, tras la entrada en "la crisis del futuro," parece haberse hoy
arrumbado toda noción de trascendencia. La ideología de nuestro
presente pondera como es sabido lo lúdico, la actitud hedonista, el
bienestar del aquí y el ahora. Por otra parte, los ejemplos citados revelan
un interés por lo ecológico o natural, la "cultura del cuerpo," el disfrute
de los sentidos, el feminismo. (Como ocurre con los otros aspectos
citados, al resaltar la actitud libre de prejuicios y combativa de las
mujeres del colectivo testimoniante, este texto de Martínez se suma
oportunamente a la batalla de las mujeres, que como se recordará cobró
especial beligerancia en los años setenta).
Pero la novela de Martínez responde también a la necesidad de
explorar identidades alternativas ante la conciencia generalizada del
empobrecimiento cultural al que estamos asistiendo en nuestros días,
según comentamos al inicio . Aquella conciencia que parece haber puesto
de manifiesto la necesidad de potenciar lo universal a través del
desarrollo de un "regionalismo crítico." La "cultura del otro" puede
enriquecer, o salvar del empobrecimiento, al que parece abocada la
cultura hegemónica universal, aunque esto implica la exigencia de que,
en el diálogo establecido entre ellas, se propicie la manifestación de
elementos que estén específicamente en armonía con el pensamiento
emergente de la época.8
Claro es que la trayectoria histórica degradada seguida por este
pueblo, según su propio testimonio queda ahí como lección ejemplari-
zante de un enajenante final al que parecen conducir unos valores
hedonistas cuando se convierten en excluyentes.

Notas

1 Paul Ricoeur, "Civilización universal y culturas nacionales," Historia y verdad.


Evanston, 1965: 276-277.
2 Kenneth Framton, "Hacia un regionalismo crítico: seis puntos para una
arquitectura de la resistencia," La postmodernidad, Eds. H. Foster, J. Habermas,
J Baudrillard et. al. (Barcelona: 1985): 43-48.
3 Citamos por la segunda edición, Mosca Azul, Lima, 1979.
4 El testimonio de esta obra aparece muy elaborado por Martínez. Es
significativo al respecto que no se mencione la existencia real de Candelario
Navarro, al parecer tío del autor, hasta la segunda edición de la novela.

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5"Viaje de lea a Arequipa, visitando Nasca, Chocavento, Acarí, San Juan de


Lucanas, Puquio, Coracora, Chala, Caravelí y Ocoña. 1863. Libreta n° 28." De
esta forma se señala de manera bien precisa la región a la que hace referencia
la historia que se nos narra.
6 R. Forgues, "La escritura subversiva de Gregorio Martínez y el renacer de los
marginados," El fetichismo y las letras (Lima: 1986) 91. Forgues explica que la
sirena en la mitología de la costa peruana es un símbolo de libertad por
excelencia.
7 J. Duchesne, "Etnopoética y estrategias discursivas en Canto de sirena," Revista
de crítica literaria latinoamericana, 33. Para vincular la motivación de este texto
de Martínez al indigenismo Duchesne crea la palabra "negrigenismo."
8 Para el arquitecto californiano Hamilton Harwel el regionalismo concebido
de esta forma es un regionalismo de liberación, que opone al de restricción.
Citado por Framton, 46

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