Está en la página 1de 11

Arte y Conciencia Social

Juan Felipe Miranda Medina


27 de Enero de 2023

Quien ha visto no puede dejar de ver.


Quien ha oído no puede dejar de oír.
Anónimo

Introducción
Una vez que uno ha visto algo, no puede “des-verlo”. Cuando el policía ve que el
ladrón está robando en sus narices, no puede dejar de haber visto eso. Puede pretender
que no lo vio, pero eso ya es tomar una decisión y una acción al respecto (la de no
hacer nada). Sin embargo, el deber del policía es detener el robo o apresar al ladrón si
está en condición de hacerlo. Este deber es en realidad un deber doble. Primeramente
porque es el trabajo del policía detener robos, entre otros; y segundo porque es su
deber moral: tiene un entrenamiento, autoridad, y armas especiales para frenar al
ladrón. Entonces, pudiendo contribuir a hacer el bien dada una situación que requiere
de sus poderes específicos, está en el deber moral de hacerlo.

Algo similar sucede con el artista. Si un artista es una persona que cultiva el poder de
afectar a los demás a través de su arte, y a la vez, el artista “ve” que se necesita de su
poder, no puede “des-ver” aquello que vio. Ciertamente no todo artista cultiva en
igual medida sus poderes de afectar ni de “ver”. Este poder de “ver” no es sino el
poder de percibir tanto su entorno como su propio ser, y está intrínsecamente ligado al
oficio del artista: uno tiene que sentir y saber dejarse afectar para poder crear arte.
Entonces, dada una situación en la que el artista ha cultivado el poder del afecto, y en
la que el artista ve que la situación requiere de su poder de afectar, lo moralmente
correcto sería intervenir positivamente utilizando su poder.

A la disposición de una persona de querer “ver” para actuar reflexivamente usando su


poder cuando una situación lo amerita, le denomino conciencia social. En el caso del
artista su poder se refiere tanto al poder del afecto, como al poder de acción que su
posición le confiere ante una situación. Es decir, un músico puede cantar una canción
exhortando al diálogo en una situación de conflicto en su país, pero también puede
actuar influyendo en sus fans y el público que le sigue exhortando al diálogo en tal
conflicto.

No todos los artistas tienen conciencia social, pero si aceptamos el principio moral de
que hay que buscar hacer el bien, todos los artistas deberían querer tenerla. Esto es
porque la conciencia social posibilita una cercanía entre el artista y su entorno.
Teniendo conciencia de las necesidades de este último, el artista encontrará más
posibilidades de hacer el bien si tiene conciencia social que si no la tiene.

1
Este es el argumento que se desarrolla con mayor profundidad en este ensayo, que se
divide en dos partes fundamentales. En la primera se desarrolla el concepto de
sensibilidad en relación al arte, comenzando por definir las nociones de afecto y
sensibilidad, y se explica cómo es que el arte en particular incentiva el cultivo de tres
tipos de sensibilidad. La segunda parte está dedicada al concepto de conciencia social,
proponiendo una definición y explicando cómo ésta se relaciona con el deber moral
bajo el principio de buscar hacer el bien. Quisiera aclarar que en este escrito el arte se
refiere a las prácticas culturales con un fuerte componente estético. Esto abarca tanto
la música comercial como la música “clásica” occidental, las danzas tradicionales de
un pueblo y las escénicas, el teatro, la cocina, la pintura, la escultura, el cine, u otras
prácticas estéticas que una cultura pueda producir.

Arte y sensibilidad
Afecto y sensibilidad
El afecto es la contraparte de la acción. Cuando actuamos nosotros producimos un
cambio en el mundo. Afecto es el cambio que el mundo produce en nosotros. Es
importante notar que el afecto es relacional y no individual, puesto que vincula al
mundo con un ser. Por ejemplo, la visita inesperada de un familiar puede afectarnos
produciendo alegría. En este caso, nuestro encuentro con el familiar es la manera del
mundo de afectarnos, y esto se correlaciona con nuestro sentimiento de alegría. Los
afectos remueven los estados internos de nuestro ser, los cuales, a diferencia del
afecto, son individuales. Estos estados pueden ser sentimientos, ideas, creencias,
motivaciones, intenciones, deliberaciones, decisiones, estados de ánimo, inclusive
nuestra imaginación y nuestra memoria. Nosotros, a través de la acción podemos
también afectar al mundo y a otros seres. Es por eso que el mundo vivo es un continuo
intercambio de afectos, algunos fuertes, otros imperceptibles. El afecto circula en el
afectar y ser afectado, relacionando a las entidades y personas que lo comparten.

¿Cuál es el vínculo entre afecto y sensibilidad? En un primer nivel, la sensibilidad es


la disposición a ser afectado por el entorno. Uno puede ser sensible en mayor o menor
grado, y uno puede también cultivar la sensibilidad. Lo contrario de la sensibilidad es
la indolencia, el buscar no percibir. Un soldado, por ejemplo, procura neutralizar la
sensibilidad cuando está en una misión, evita dejarse afectar por circunstancias
externas puesto que esto podría interferir con el cumplimiento de su misión.

Tomando el ejemplo del soldado se ve que hay un segundo nivel, poder controlar
cuánto y cómo algo nos afecta en nuestros propósitos de acción. Retomando la
metáfora entre la sensibilidad y el “ver”, nosotros podemos elegir mirar fijamente,
cerrar los ojos, voltear la cabeza, o acercarnos y mirar en detalle según convenga. Este
control a voluntad de nuestra vista es deseable también tenerlo para los afectos. Por
tanto, en este segundo nivel decimos que la sensibilidad es saber dejarse afectar por
el mundo.

Ser sensible, como se explica más adelante, es una de las cinco condiciones necesarias
y suficientes para tener conciencia social.

2
El arte y el cultivo de la sensibilidad
En la introducción se presentó la metáfora de “ver” aludiendo a la sensibilidad, ¿pero
qué formas de sensibilidad hay, y cuáles cultivan las artes? En el caso específico del
arte, hay artes introspectivas (como la literatura, o la pintura) que cultivan
primariamente la mirada hacia adentro. En otras palabras, es nuestro mundo interior
(y no el exterior) el que nos afecta. A esto le denomino sensibilidad individual. Dicha
sensibilidad permite vernos a nosotros mismos, contemplar nuestros estados internos,
por ejemplo nuestros sentimientos y nuestras ideas, y eventualmente darles forma para
convertirlos en objetos artísticos. Es bien sabido que muchos poetas escriben a partir
de la tristeza, el desamor o la llamarada del enamoramiento. Nótese que dicha
sensibilidad no es exclusiva de un rubro artístico, por ejemplo, puede ser que haya un
músico muy centrado en sus propios estados internos pero poco interesado en lo que
sucede a su alrededor. La sensibilidad individual se considera un requisito para hacer
arte de manera original, arte diferente, o arte que tenga sentido para quien lo practica.
En ese caso, el fin principal del artista movido por la sensibilidad individual es
desarrollar habilidades en su rubro por el placer que ello le supone o por la necesidad
de explorar y trabajar su mundo interno. El arte, entonces, le supone a dichos artistas
la posibilidad de darse placer, o de entrar en contacto consigo mismos de manera
distinta a las que la vida cotidiana u otras actividades les permiten. Un primer riesgo
de cultivar una sensibilidad puramente individual está en caer en el egocentrismo;
estamos tan conectados con el mundo interior que nos olvidamos de nuestro entorno.
Un segundo riesgo es ser volátil, puesto que si nuestra sensibilidad está basada
fundamentalmente en la contemplación de sentimientos, y dado que estos tienden a
cambiar fuertemente con los afectos del mundo, los sentimientos nos pueden llevar a
oscilar entre extremos.

Por el contrario, en las prácticas tradicionales de danza y música que se realizan desde
el seno de una comunidad, se cultiva además la mirada del ser hacia el entorno. El
afecto circula de ida y vuelta constantemente. Bailamos con nuestra pareja y
adivinamos sus reacciones a nuestros movimientos, se nos ocurren “pasos” de baile
que el uno copia del otro, damos la vuelta juntos y al compás. Lo mismo puede ocurrir
en una banda de jazz que improvisa sobre un tema. Se tiene entonces una triada:
primero, el afecto del entorno sobre la persona (escuchamos los demás instrumentos
en la banda); segundo, los estados internos que el afecto genera (gozo, o tal vez
angustia si percibimos que nuestro instrumento está desafinado); y tercero, la acción
de la persona sobre el mundo, que también puede pensarse como un afecto en la
dirección contraria (tocamos nuestro instrumento procurando la armonía con los
demás). A esta forma de sensibilidad que procura no sólo “ver” los estados internos,
sino también al mundo que los produce, de comprender y responder a dicho mundo a
través de acciones, le denomino sensibilidad colectiva.

Si bien la sensibilidad colectiva promueve un cultivo del afecto mutuo entre ser
humano y entorno, surge la pregunta de cuán grande es ese entorno. Por ejemplo, un
bailarín de salsa puede ser completamente sensible a sus propios estados internos y a
los de su pareja, sabiendo ajustarse a los movimientos y ritmos que ella le plantea,
pero ser muy poco sensible a los aconteceres sociales, económicos o políticos de su
barrio, de su ciudad o su país. Hay que preguntar, entonces: ¿Cuál es el nivel de
abstracción de la sensibilidad? ¿Hasta qué punto el artista la utiliza para saber vivir,
para ajustarse a los aconteceres, desafíos y cambios de ritmo que la vida le plantea
como individuo, y como miembro de una sociedad? Hay prácticas culturales, como el

3
hatajo de negritos en Chincha, Perú, donde a fuerza de zapatear juntos celebrando la
navidad, y a partir de los valores que se celebra en esa acción, se cultiva un fuerte
sentido de identidad comunitaria que abre la sensibilidad de los artistas al bienestar de
su colectivo. A esta forma de sensibilidad de un ser que “ve” su entorno, y que busca
el bienestar también del entorno y de quienes lo conforman, le denomino sensibilidad
social. Nótese que el grado de sensibilidad social no determina el grado de
sensibilidad colectiva ni individual. Puede haber un artista muy comprometido con su
comunidad, pero que a la hora de bailar con la comunidad le cuesta seguir el ritmo
porque está aprendiendo. También puede haber alguien más habilidoso en la misma
danza pero que una vez terminado el evento no guarda ningún vínculo con quienes
participaron del evento.

Se dijo que cultivar la sensibilidad es “saber dejarse afectar por el mundo”, y ahora va
quedando claro a qué se refiere el “saber dejarse afectar”. Por un lado se trata de
cultivar el “dejarse afectar”; es decir, permitir que el afecto llegue hasta nosotros. De
esta manera, los cambios en el mundo devienen en cambios en nuestros estados
internos; en nuestros sentimientos, ideas, juicios. Pero esto no es suficiente, además
hay que saber dirigir el afecto. Tomemos como ejemplo los sentimientos. Como se
señaló anteriormente, los sentimientos son estados internos producidos en nosotros
por los afectos. Los sentimientos pueden devorarnos en vida. Hay quien siente culpa
por la muerte de un amigo, hay el sentimiento de la pasión que lleva a actuar
impulsivamente, está la cólera que nos motiva al uso desmedido de la fuerza. No
siempre tenemos control sobre los estados internos que producen los afectos. A veces
lo que nos afecta produce una respuesta inmediata de nuestra parte. Sin embargo,
según el filósofo Baruch Spinoza, lo que tenemos que procurar es que todo afecto
maximice nuestro poder de acción. Entonces, hay que vivir procurando que todo
afecto sea un afecto feliz, un afecto que nos motive a actuar. Los afectos tristes
disminuyen nuestro poder de acción. Muchas veces hemos vivido un suceso triste (ej.
terminar una relación amorosa) que nos deja tendidos en la cama, sin querer hacer
nada. El desafío para el artista en particular, entonces, es permitir dejarse afectar,
“ver” el mundo interno de sus sentimientos e ideas, “ver” el mundo externo del que
los afectos provienen, y también saber cómo dirigir los afectos para incrementar su
poder de acción, lo cual implica canalizar el afecto hacia acciones constructivas.

Hasta ahora se ha explicado que las artes promueven el saber dejarse afectar, puesto
que esto le permite al artista crear arte diferente, sentirse inspirado, o encontrarle
sentido a hacer arte. Pero las artes están involucradas con los afectos de una segunda
manera: el artista es un maestro y un estudioso del afecto. La práctica artística no es
sino cultivar el arte de afectar a otras personas. Leer un poema de desamor tiene el
poder de hacernos sentir una tristeza única, escuchar nuestra canción favorita puede
alegrarnos el día, ir a una obra de teatro puede hacernos cuestionar cuál es el
propósito de la vida de una manera profunda. Hacer arte es dar forma a los afectos, he
ahí la labor del artista. Desde esta mirada cobra aún más sentido la necesidad de que
el artista sea sensible, es decir, de que tenga que saber dejarse afectar: la entrada del
afecto en su ser es lo que le permite moldear afectos que se proyectan a otras personas
a través de su obra o su quehacer. Es así que el artista, con la práctica, puede remover
las entrañas de los demás; sus ideas, sus sentimientos, sus percepciones, sus visiones
del mundo.

4
¿Es necesariamente el caso que un artista cultiva la sensibilidad?
Hasta ahora hemos visto que hay tres formas de sensibilidad ―individual, colectiva y
social― y que distintas personas involucradas con distintas artes pueden cultivar una
o más de estas sensibilidades. Sin embargo, increíblemente, hoy hay abundante
evidencia de artistas que no cultivan ninguna. Por ejemplo, hay muchas “estrellas”,
que más que deberse a una comunidad específica con la que comparten valores, o una
identidad, se deben al dinero y a la fama. La única comunidad a la que responden es
intercambiable, y es la que consume sus productos artísticos. Sin embargo no hay
necesariamente una relación identitaria con dicha comunidad, al artista no le importa
el bienestar de la misma. Estos artistas, a quienes denomino artistas comerciales, se
valen de recetas para la elaboración de productos culturales que, apoyados por una
campaña publicitaria, devengan en altas ventas y fama. Los artistas que van por esta
línea pueden inclusive dejar de lado el placer de hacer arte, es decir, pierden su
sensibilidad individual. Por ejemplo, puede haber artistas que cantan una canción que
detestan, pero que les ha hecho populares. Puede haber otros para quienes el placer de
hacer arte es un efecto placentero, pero no el fin en sí mismo de hacer lo que hacen.

Hay un fenómeno interesante, sin embargo. Inclusive artistas comerciales


cuestionables como Bad Bunny pueden llenar un estadio de gente, llevándolos hasta
la algarabía, aún cuando es posible que ni a Bad Bunny le guste la música que
interpreta. ¿Cómo es posible que un artista que parece no cultivar ninguna
sensibilidad afecte tanto? Eso es, por un lado, porque hay un “know how”, un saber
hacer, en las fórmulas que Bad Bunny repite. El reguetón es un ritmo contundente,
pegajoso, y el género, que se instauró en el año 2000 aproximadamente, tiene ya una
cierta madurez. Hay una instrumentación característica a punta de ver qué otros temas
propuestos por otros reguetoneros en el género vendieron. En pocas palabras, aún si
se considera a Bad Bunny como una máquina de replicar fórmulas musicales en vivo,
el poder de afecto yace en las fórmulas; es decir, es intrínseco a la música.
Ciertamente no se puede ignorar la publicidad y la “persona” que Bad Bunny ha
construido para vender, pero eso no contradice el hecho de que su música tenga el
poder de afectar. Por supuesto, las causas hacia las que afectan son cuestionables,
dado que las letras son de carácter sexual explícito, machista, y se limitan a temas
superficiales como infidelidades o relaciones fugaces. Si bien esa música tiene un
poder de afecto, es un afecto que no sirve a una conciencia social, como se verá en la
segunda parte. Lo digo una vez más, el artista es maestro y estudioso del afecto, pero
aún si no lo es, afecta en virtud del afecto intrínseco a las artes. Somos seres estéticos,
la música, la danza, la pintura, el cine, la fotografía, la cocina; la estética en todas sus
expresiones nos mueve. Por consiguiente, dado que existen artistas como Bad Bunny
que no cultivan ninguna sensibilidad y que aún así afectan, el cultivo de las tres
sensibilidades (individual, colectiva, o social) en un artista tiene el potencial de
incrementar aún más su poder de afectar desde su arte y además de aperturar nuevas
sensibilidades (por ejemplo, creando nuevos géneros musicales).

Hay una segunda razón por la que artistas como Bad Bunny, que no cultivan ninguna
sensibilidad, tienen el poder de afectar, y es que el afecto es cultural. Las cosas que
nos afectan y cuánto nos afectan están mediadas por la cultura. Este hecho se
desprende de la definición del afecto como algo que relaciona al mundo que afecta
con el ser que es afectado. Nuestro mundo determina también a qué afectos somos
más o menos receptivos. Por ejemplo, en la década de 1970 alrededor del mundo
entero se vió florecer movimientos de lucha por la igualdad social, movimientos a

5
favor de los derechos del ser humano sin discriminaciones raciales ni sociales. Bob
Marley, Bob Dylan, Víctor Jara, Victoria Santa Cruz, son algunos de los artistas que
expresaron esta inquietud en su arte, y con estas expresiones movían multitudes. Esto
es porque el “clima cultural” de la época tenía a la gente sensibilizada sobre tales
temas. Hoy probablemente lo que más buscamos en la música y la danza, en el arte en
general, es entretenimiento, algo de rápido consumo. Entonces, a nivel cultural, no
estamos cultivando la sensibilidad para ser afectados por cuestiones que sean más
importantes para la vida como la igualdad social.

Cultivar la sensibilidad y el arte de afectar parecería una cuestión innecesaria, dado


que artistas como Bad Bunny tienen el poder de afectar sin hacer ningún esfuerzo.
Pero esto es sólo en apariencia. Para darnos cuenta de que esto no es el caso debemos
ver que hay distintos niveles de profundidad en el afecto. Hay afectos superficiales.
Tal vez una mañana nuestros amigos nos dicen que nos vemos bien, y esto nos afecta
con una alegría bonita, pero pasajera. Sin embargo, si alguien nos dice que nuestra
última obra artística les ha impactado, esto puede afectarnos de manera más profunda,
podría aumentar nuestra confianza como artistas y por ende el resto de nuestra carrera.
La profundidad del afecto está correlacionada con su duración. Los afectos
superficiales son efímeros, los profundos tienden a ser duraderos. ¿Por qué? porque
los afectos profundos tocan aspectos que constituyen las bases de nuestro ser.
Escuchar a Shakira cantándole a su expareja “cambiaste un rolex por un casio” puede
ser divertido. La canción ha causado algarabía y respuesta por parte de la expareja.
Luego de unos meses quién sabe si alguien recuerde la canción, aunque posiblemente
sí el incidente. Cuando escuchamos a Víctor Jara cantar “levántate y mírate las
manos, para crecer, estréchala a tu hermano” se abren puertas y preguntas. Nos pone
al hermano, a la hermana ahí, al frente de nosotros. ¿Cómo me levanto? ¿por qué
estaba sentado, o es que estaba tirado en el piso? ¿Qué me tenía en esa actitud pasiva?
¿Qué significa “estrechar la mano” a un hermano? ¿Por qué esto me hace crecer? El
poder de estos versos cantados que se articula en estrecha unión con la música nos
remueve el alma, nos cuestiona, si es que tenemos la sensibilidad social para recibir el
canto de Víctor. El afecto se hace aún mayor cuando nos enteramos de que Víctor Jara
murió torturado y hasta antes de morir escribió un poema a Chile y a su gente. La
coherencia de la vida de un artista con su obra, es decir, el arte de la canción hecho
vida, es también una forma de hacer aún más profundo el afecto cultivado.

La conclusión de esta sección, entonces, es que para poder cultivar afectos profundos
y duraderos necesitamos cultivar la sensibilidad, y mejor aún si es en sus tres formas:
individual, colectiva y social. Por otra parte, para que el afecto que produce el arte
ejerza su poder de afectar, tenemos que encontrar afectos que nuestro público pueda
recibir y con los que se pueda relacionar, es decir, afectos a los que sean sensibles; o
en su defecto, el artista tiene el rol innovador de hacer crecer nuevas sensibilidades en
el mundo a través de su obra.

Arte y conciencia social


¿Qué es la conciencia social?
Afirmo que la conciencia social tiene cinco componentes: (1) sensibilidad social, (2)
cuestionamiento, (3) razón, (4) acción y (5) disposición a la comunidad. La
sensibilidad le permite al artista estar en un contacto piel con piel con su entorno,

6
sentir sus tendencias y sus necesidades, así como sus alegrías y aflicciones. Este sentir
le lleva a cuestionarse en una situación, especialmente si es de crisis. Junto con la
sensibilidad se desata una búsqueda, pero el artista no puede caer en la trampa de que
sólo la sensibilidad le guíe. Allí entra la razón, hay que profundizar en la pregunta
usando el sentir y el pensar que razona, que toma distancia y que analiza para luego
tomar cuerpo, tomar posición. Cuando el artista toma posición entonces toca la
acción. Se actúa con el arte, usándolo como un medio para la transformación positiva.
El arte como acción no es tal sólo cuando la crisis se asoma, más bien tiene que
motivarnos en nuestro andar de artistas permanentemente, renovándonos. La
disposición a la comunidad, por su parte, implica buscar formar parte de una o más
comunidades o grupos de personas con quienes se comparte cosas en común, sean
valores, miradas del mundo, o aficiones; y si la comunidad no existe, se crea. No se
puede hablar de una conciencia social individualista, quien tiene conciencia social se
proyecta a la sociedad, y lo hace a través de una disposición a la comunidad.

Puede haber artistas que tienen sensibilidad y que prestos toman posición. Sí se puede
decir que ellos tienen conciencia social, pero dado que no intervienen el
cuestionamiento ni la razón, es una conciencia social voluble, sujeta a manipulación.
Puede haber artistas a quienes su sensibilidad les lleve a cuestionarse cómo actuar en
un determinado contexto, pero nuevamente, si se toma acción sin haber razonado,
aunque hay algo más de profundidad en virtud del cuestionamiento, la conciencia
social no tiene las raíces que le den firmeza. En pocas palabras, entre la sensibilidad y
la toma de posición que deviene en acción se necesita una mediación, la cuál provee
la razón. Es que la razón es fundamental para encontrar motivaciones propias, es
decir, ¡razones para actuar! y posibilita un compromiso estable y sostenido. Sin
embargo, no puede interpretarse que por el hecho de que sea una condición deseable e
importante para la conciencia social, ésta domine o subyugue a los demás
componentes. Por el contrario, la razón y la sensibilidad van de la mano. Cuando se
habló del cultivo de la sensibilidad vimos que ese “saber dejarse afectar” es intrínseco
al arte; que nos puede permitir volcarnos hacia nuestro mundo interior, hacia nuestro
entorno inmediato, o hacia una comunidad de la cuál nos sentimos parte y a la cuál
nos debemos. El afecto siempre se corresponde con la acción, por eso no ha de
sorprendernos que la acción sea una condición necesaria para la conciencia social. Sin
embargo, para poder hablar de una conciencia como tal, se requiere de la razón que
dota de profundidad al mundo interior y a la mirada del mundo que los afectos y las
acciones propician. Se puede pensar en la razón como la capacidad de crear
interpretaciones integradas de nosotros y de nuestra relación con el mundo. La razón,
combinada con la sensibilidad y la acción nos permite “ver” más allá de la superficie
de las cosas, “ver” la complejidad de su funcionamiento interno, de las relaciones que
constituyen nuestro mundo. Nos permite “ver” el mundo de nuevo con la extrañeza y
fascinación de un niño. Más aún, ¡nos permite ir más allá de la mirada! Sentir,
abrazar, tocar, exprimir, morder, oler, vislumbrar, imaginar, valorar. Si la sensibilidad
es la ventana por la que la conciencia derrama su luz, la razón le da cuerpo al mundo
iluminado.

¿Pero se cultiva la razón también en el arte? Ciertamente, y se cultiva en distintos


sentidos. Hay danzas populares que aunque a sus practicantes les resultan “naturales”
o “espontáneas”, a alguien que quiere aprender le puede tomar una vida llegar a esa
calidad de movimiento, a esa fluidez. Esta es una forma de razón en tanto que hay un
saber-hacer. En un sentido diferente, la razón puede ejercitarse en un proceso analítico

7
de aprender a tocar una pieza nueva, estudiando pequeños pasajes de una sonata de
piano, coordinando las dos manos progresivamente, asimilando a través de
instrucciones lo que tenemos que hacer para tocarla. Pero también está la razón como
libertad interpretativa en varias formas artísticas. ¿Qué nos dice Hamlet? ¿qué nos
dice Los Heraldos Negros de César Vallejo? ¿Cómo es que estas obras nos hablan? Se
leen una y otra vez y siempre se encuentran cosas nuevas. Hay tantas posibles formas
de entenderlas y de sentirlas, distintos momentos de fascinación con un cierto verso o
escena. Ahí también está presente la razón. En resumen, la razón está necesariamente
presente en el quehacer artístico, pero una cierta práctica puede abarcar una o más de
una forma de razón en distintos grados.

¿Si la lucha por la conciencia social acarrea un beneficio para el artista, le resta
mérito a sus acciones en pro de la conciencia social?
Tal escenario es plausible. Tomemos como ejemplo a la artista peruana Yarita Lizeth
Yanarico, que ha manifestado tomar parte por la población puneña que ha sido
acusada de terrorista por el estado peruano, e inclusive varios han sido asesinados por
los policías y los militares durante el gobierno del 2023. Puede ser que Yarita haga
esto pensando en fines de lucro y popularidad. Sin embargo, ser una figura conocida y
enfrentarte a un régimen represor pone en riesgo el futuro de su carrera. Es aún más
plausible ser amenazado, que productores musicales te cierren puertas, ser acusado de
terrorista, en especial evaluando la plausibilidad de que el siguiente gobierno sea de
derecha, y quizá una derecha extrema. Más allá de los riesgos que Yarita haya
tomado, no podemos saber qué piensa Yarita. Pero hay otra posibilidad: que Yarita
ahora está en intención y acción comprometida con su pueblo, y que luego, pasado el
torbellino, esta acción devenga en popularidad y lucro. Si este fuera el caso, ¿restaría
mérito a las acciones o intenciones de Yarita?

Esa pregunta es filosófica, y tiene que ver con la pregunta de si existe una acción
altruista por excelencia, y de si el placer posterior a la acción le quita a la acción el
carácter de altruista. Tú puedes ver a un niño a punto de ser atropellado, corres hecho
una bala hacia la pista y lo rescatas. El niño y su madre del otro lado de la pista, te
miran conmovidos y te dicen “¡gracias!” y eso te llena de alegría. Recibiste algo a
cambio de tu acción, un gracias, sentiste el placer, la sensación positiva, de haberlo
recibido. Sin embargo, tu acción no deja de ser altruista por eso. ¿Por qué? Porque no
fue recibir un gracias lo que la motivó, sino más bien salvar la vida del niño aún
poniendo en en riesgo la tuya. Entonces, ¿sería Yarita menos noble si después lanza
un hit con un tema social que vende mucho? mi respuesta: no lo sería si es que esa es
una consecuencia, y no una causa de su accionar social en este momento.

La conclusión general que se sigue es que una acción altruista no es la que no acarrea
ningún beneficio personal, sino más bien la que no tiene el beneficio personal por fin,
más sí el bienestar de los demás. Desarrollar conciencia social es ponerse en posición
de realizar acciones altruistas.

El principio de buscar hacer el bien implica buscar tener conciencia social


Habiendo establecido que el artista es maestro y estudioso del afecto, es decir, que su
poder es afectar, toca ver qué consecuencias tiene esto en cuanto a la conciencia
social. Para ello, considérese el Principio de Hacer el Bien. Si accedemos a que el
bienestar de la humanidad en su conjunto es algo deseable, el principio de hacer el

8
bien estipula que “cuando podemos hacer el bien, debemos hacerlo”. Sin embargo, si
es que hacer el bien es algo deseable, ¿por qué habríamos de conformarnos con hacer
el bien cuando la circunstancia está frente a nosotros, en lugar de buscar nosotros
mismos la circunstancia para hacer el bien? Nos damos cuenta, entonces, de la
pasividad intrínseca al Principio de Hacer el Bien, y lo que corresponde es formular
una versión activa de dicho principio, que sería el Principio de Buscar Hacer el Bien.
Dado que el bienestar de los demás y del mundo es deseable, en lugar de esperar
pasivamente a que se dé una circunstancia para hacer el bien, nosotros buscamos tales
circunstancias.

Pero entonces, ¿cómo se hace el bien? Se hace el bien utilizando las capacidades de
las que disponemos y que son relevantes a la situación. El médico puede hacer el bien
curando a los enfermos, quien sabe de gasfitería puede hacer el bien reparando
tuberías, un artista puede hacer el bien haciendo arte. Más aún, la herramienta a
disposición del artista a través de su quehacer son los afectos. Poder afectar a los
demás de una determinada manera, desestabilizando, cuestionando, haciendo sentir, e
inclusive trazando un rumbo, es un poder y una responsabilidad muy grande.
Ciertamente ha de usarse con juicio, pero la gran responsabilidad que ello implica no
puede frenarnos de hacerlo. Por el contrario, tiene que ser una motivación; peor sería
no actuar por evitar responsabilidades, porque entonces seríamos responsables por
negligencia. Una segunda manera en que el artista puede hacer el bien es
aprovechando el estatus que su arte le ha conferido. Los artistas que participaron en el
Tribute Concert, en el Concierto de Tributo a Freddie Mercury en 1992, hicieron el
bien creando sensibilidad y abriendo una fundación para combatir el sida, enfermedad
que Freddie padeció y que lo llevó a la muerte (www.mercuryphoenixtrust.org).
Podemos buscar aprovechar el status que tenemos en virtud de nuestro arte para hacer
el bien a nuestro entorno.

La moral es un asunto complejo, y el Principio de Buscar Hacer el Bien no será el


único que esté en juego en una determinada situación. De hecho, muchas veces,
cuando más se necesita de gente dispuesta hacer el bien, más riesgo para su bienestar
personal supone para esta gente hacerlo. Martin Luther King lideró el movimiento por
los derechos civiles de los afrodescendientes en los EEUU, pero murió asesinado de
un balazo. María Elena Moyano se opuso al grupo terrorista Sendero Luminoso
durante el Conflicto Armado en Perú, y pagó con su vida. No todas las causas justas
terminan en muerte, y en lugar de glorificar figuras muertas se trata de ser alguien que
toda su vida persiga hacer el bien, y lo haga. No obstante, toca sopesar el Principio de
Buscar Hacer el Bien contra el Principio del Bienestar Propio. No hay recetas para
elegir uno sobre el otro; la decisión depende de la situación, depende de uno, pero es
fundamental que el Principio de Buscar Hacer el Bien esté latente, luchando,
buscando su lugar en nuestra conciencia y en nuestras acciones.

Hoy que se predica que “el individuo es la base de la sociedad” es más frecuente
encontrar a quien claramente tiene en primer lugar el Principio del Bienestar Propio.
Luego, si se diera la posibilidad, estaría el Principio de Hacer el Bien, cuando la
situación lo permita. No obstante, aún desde una perspectiva egocéntrica hay una
razón para traer siempre al frente el Principio de Buscar Hacer el Bien. El mundo
social es un escenario compartido, mientras más personas busquen hacer el bien,
mayor probabilidad hay de que nosotros y nuestros seres queridos podamos vivir en

9
bienestar. En otras palabras, buscar hacer el bien es más efectivo que sólo hacer el
bien o que no hacerlo en términos de probabilidad de bienestar individual y colectivo.

Otra razón en favor del Principio de Buscar Hacer el Bien lo encontramos


nuevamente en Spinoza. El filósofo afirma que el camino a la plenitud, a la
realización, al sentido de la vida, está en maximizar nuestra capacidad de acción. Es
decir, la plenitud yace en potenciar nuestros talentos, en cultivar aquello que nos
interesa, en lo que somos buenos, y esto requiere tanto del cultivo de la acción como
del saber ser afectado. ¿Cómo se cultiva un poder de acción determinado? Actuando y
buscando mejorar. Un músico puede leer toda la teoría que quiera sobre tocar guitarra,
seguir tutoriales, pero si no practica, no mejora. Inclusive el músico que practica en su
casa puede sentir que domina el instrumento, pero tocar en una banda con otros
músicos, o tocar en un escenario grande, le propone nuevos retos. Estos nuevos retos
le permiten incrementar su poder de acción. Entonces, el Principio de Buscar Hacer el
Bien apertura constantemente nuevos escenarios en los que podemos proyectar
nuestros talentos, abriendo nuevas oportunidades para utilizar e incrementar nuestro
poder de acción.

¿Qué relevancia tiene esto para la conciencia social? Dado que debemos buscar hacer
el bien, tener conciencia social le brinda todas las condiciones al artista de poder
hacerlo. La sensibilidad para estar en contacto con su entorno, la interrogación para
cuestionarse sobre lo que acaece en el entorno, la razón para poder dirigir su poder
hacia una determinada acción, y la acción misma para realizar el cambio que el artista
considera necesario. Por tanto, el Principio de Buscar Hacer el Bien en el artista
equivale a buscar desarrollar su conciencia social.

Un último dilema que quisiera abordar es el de los bandos contrarios. En situaciones


políticas de crisis muchas veces se crea una polarización, de manera que se forman
dos bandos definidos y le toca al artista elegir. Si dos artistas tienen conciencia social,
¿elegirían el mismo bando? No necesariamente. Ahí interviene la razón como
componente reflexivo de la conciencia social, habrá que deliberar antes de tomar
acción. Por eso es posible que dos artistas con conciencia social tomen posiciones
antagónicas ante un conflicto, pero la posición que tomen es tan importante como sus
motivaciones para tomarlas, puesto que las motivaciones se reflejan no en una acción
individual, sino en una serie de acciones que afectan el mundo, que afectan nuestra
relación con el mundo y que nos afectan también a nosotros. Más aún, muchas veces
es labor del artista (y de la persona reflexiva en general) mostrar que hay más de dos
caminos. Abrir paso a nuevas posibilidades que el mundo en su momento no plantea.

Conclusión
En el curso de este ensayo se explicó que ser sensible es saber dejarse afectar; y que la
sensibilidad se cultiva. Tal virtud es esencial para el artista puesto que el artista es
maestro y estudioso del afecto. A través de su obra y de su práctica conmueve,
cuestiona, desestabiliza o propone nuevos rumbos; pero para poder transmitir un
cierto afecto antes tiene que ser afectado.

Se estableció que hay tres tipos de sensibilidad: individual, colectiva y social. La


primera se refiere sólo a nuestra persona, la segunda a nuestra interacción inmediata
con nuestros colegas artistas y la tercera a nuestra interacción con un entorno

10
extendido (con la sociedad misma). La sensibilidad social requiere de compromiso e
identificación con dicho entorno. El artista que cultiva sólo su sensibilidad individual
corre el riesgo de tornarse mimado y egocéntrico; es la sensibilidad social la que nos
conecta con nuestro mundo y nos permite interactuar con él y comprenderlo como
fuente de nuestros afectos. Extrañamente en el arte, aún un artista mediocre que no
cultiva ninguna sensibilidad y que sólo repite recetas para vender su obra tiene el
poder de afectar. Esto es en virtud no sólo de la publicidad en torno a su figura, sino
también porque las recetas contienen ya un saber que permite transmitir afecto de
algún tipo. Sin embargo, el afecto de tal artista es superficial e inmediato, es un afecto
de entretenimiento pero que no deja huella. Otra cuestión importante es que el afecto
es relacional, así que nuestra capacidad de afectar al público no depende sólo de
nosotros mismos, sino de a qué cuestiones el público es sensible. A veces el artista se
vale de estos temas sensibles para crear su arte, pero también a veces toca crear
nuevas sensibilidades en el público y la sociedad, aperturando nuevas formas de
sentir, de pensar, de actuar, de ser.

Se empezó hablando de sensibilidad porque es un componente esencial para la


conciencia social. Sin embargo, se requiere también de la capacidad de cuestionarse,
de la reflexión y la razón para tomar posición. Esto permite tomar acción, pero
hacerlo como parte de una comunidad, porque no existe la conciencia social
puramente individual. También se ha establecido que desarrollar conciencia social es
equivalente a buscar hacer el bien. Si concordamos en que el bienestar colectivo y el
individual son deseables, entonces debemos buscar buscar desarrollar una conciencia
social, dado que esto nos permite alcanzar la plenitud maximizando nuestro poder de
acción y también crea mayores probabilidades de bienestar para nosotros y nuestro
entorno. Esta conclusión es fundamental, porque deja excluida la pasividad de hacer
el bien sólo cuando la ocasión nos encuentra.

Tener conciencia social requiere de un compromiso con nuestro mundo, de tomar


posición, de ser creativo y abrirle a ese mundo y a nuestros congéneres humanos
nuevos caminos. Pero la creación es la labor del artista. Si moldear los afectos para
afectar es nuestro quehacer, hagámoslo pensando no sólo en afectar instantáneamente,
sino en remover las entrañas de nuestra gente. El arte que trasciende es afecto que
perdura, porque va más allá del escenario, del marco de un cuadro o de un museo.
Perdura en nuestra vida, dándole sentido, enseñándonos cómo vivir. Seamos pues,
afecto vivo y afecto vital.

11

También podría gustarte