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Capítulo 12 Nos alojamos en el balneario C. C.

de salud y belleza Desperté en un bote de remos


con una vela improvisada con la tela gris de un uniforme confederado. Annabeth, sentada a mi
lado, iba orientando la vela para avanzar en zigzag. Intenté incorporarme y de inmediato me
sentí mareado. —Descansa —me dijo—. Vas a necesitarlo. —¿Y Tyson…? Ella meneó la cabeza.
—Lo siento mucho, Percy. Guardamos silencio mientras las olas nos sacudían. —Quizá haya
sobrevivido —dijo, aunque no muy convencida—. Ya lo sabes, el fuego no puede matarlo.
Asentí, pero no tenía ningún motivo para albergar esperanzas. Había visto cómo aquella
explosión destrozaba el hierro blindado. Si Tyson estaba junto a las calderas en aquel
momento, era imposible que hubiera sobrevivido. Había dado su vida por nosotros, y yo no
podía dejar de recordar todas las veces en que me había avergonzado de él y había negado
que estuviéramos emparentados. Las olas rompían contra el bote. Annabeth me enseñó
algunas cosas que había logrado salvar del naufragio: el termo de Hermes (ahora vacío), una
bolsa hermética llena de ambrosía, un par de camisas de marinero y una botella de SevenUp.
Ella me había sacado del agua y también había encontrado mi mochila, aunque los dientes de
Escila la habían desgarrado por la mitad. La mayor parte de mis cosas se habían perdido en el
agua, pero todavía tenía el bote de vitaminas de Hermes. Y también mi espada
Contracorriente, desde luego. No importaba dónde perdiera aquel bolígrafo: siempre volvía a
aparecer en mi bolsillo. Navegamos durante horas. Ahora que estábamos en el Mar de los
Monstruos, el agua relucía con un verde todavía más brillante, como el ácido de la hidra. El
aire era fresco y salado, pero tenía además un raro aroma metálico, como si se aproximara una
tormenta eléctrica, o algo aún más peligroso. Yo sabía en qué dirección debíamos seguir. Y
sabía que nos hallábamos exactamente a ciento trece millas náuticas de nuestro destino, en
dirección oeste noroeste. Pero no por eso lograba sentirme menos perdido. Sin importar en
qué dirección virásemos, el sol siempre me daba en la cara. Compartimos unos sorbos de
SevenUp y utilizamos la vela por turnos para guarecernos un poco con su sombra. También
hablamos de mi último sueño con Grover. Según Annabeth, teníamos menos de veinticuatro
horas para encontrarlo, y eso dando por supuesto que mi sueño fuese fiable y que Polifemo no
cambiara de idea e intentara casarse antes. —Sí —dije amargamente—. Nunca puedes fiarte
de un cíclope. Annabeth fijó la vista en el agua. —Lo siento, Percy. Me equivoqué con Tyson,
¿vale? Ojalá pudiera decírselo. Traté de mantener mi enfado, pero no era fácil. Habíamos
pasado juntos un montón de cosas; me había salvado la vida muchísimas veces y era una
estupidez por mi parte seguir haciéndome el ofendido con ella. Bajé la vista para examinar
nuestras escasas pertenencias: el termo vacío, el bote de vitaminas. Me acordé de la mirada
rabiosa de Luke cuando intenté hablarle de su padre. —Annabeth, ¿cuál es la profecía de
Quirón? Ella frunció los labios. —Percy, no

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