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El fenómeno de la prostitución en la

sociedad patriarcal: una concepción


desde el análisis del consentimiento en
las mujeres
Contenido

Análisis feminista de la pornografía y la prostitución.........................................................................5


Prostitución en la obra de Carole Pateman....................................................................................5
El fenómeno de la pornografía en Rae Langton...........................................................................10
La desigualdad social entre hombres y mujeres en México: una crítica al modelo legalista del
consentimiento................................................................................................................................18
Ausencia de consentimiento como violencia: El solipsismo sexual en Rae Langton.....................23
Prostitución como ejercicio liberador: análisis a la obra de Marta Lamas.......................................30
Dicotomía virgen/puta: la división masculina de las mujeres.......................................................32
La denominación puta como referente transgresor y liberador de las mujeres...........................37
Consentimiento en la prostitución: un análisis a partir de los discursos de Pateman, Langton y
Lamas...............................................................................................................................................44
El problema estructural de los mercados sexuales: abolicionismo y reglamentarismo...............44
Consentimiento: la necesidad de las perspectivas abolicionistas.................................................51

Introducción

La prostitución y la pornografía, consideradas como el intercambio de servicios

sexuales por una remuneración, son el foco de atención de discusiones feministas.


Esto es así, porque desde 1970, durante la segunda ola del feminismo, se buscó

la reivindicación de los derechos de las mujeres en el ámbito de los mercados

sexuales. Posturas políticas como el abolicionismo y el reglamentarismo de la

prostitución se enfrentan desde entonces. Estas posturas versan sobre la abolición

y la regulación del fenómeno de la prostitución, respectivamente.

La diversidad en cuanto a los posicionamientos políticos con respecto al fenómeno

de la prostitución, se debe a las razones políticas de cada una. El abolicionismo

señala que la prevalencia de mercados sexuales como la prostitución, contribuyen

a la cosificación y subordinación de las mujeres en la organización social, por lo

tanto, debería de abolirse este tipo de actividades. En contraposición, una postura

reglamentarista sostiene que la prevalencia de los mercados sexuales no es

contribuyente, por sí misma, de la subordinación social de las mujeres; en lugar de

buscar la abolición de algunos mercados sexuales, se prioriza el dignificar a éstos

como trabajos y reconocer a las trabajadoras sexuales. Un ejemplo de ello son los

discursos políticos de Georgina Orellano 1 y Delia Escudilla2: Orellano, secretaría

general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), es una

extrabajadora sexual, la cual señala que el ejercicio de la prostitución puede ser

libre y debería de ser empoderante para las mujeres que lo realizan; por otro lado,

Escudilla se nombra como una sobreviviente de AMMAR, señalando que la

autonomía y la libertad prostitución solo existe en el proxeneta, y no en las

1
Véase Delia Escudilla, Violación consentida. La prostitución sin maquillaje, una autobiografía, Biblioteca
Militante – Trece Rosas, 2019
2
Véase TEDx Talks. (2017, 7 diciembre). “Puta y feminista: Crónica de una trabajadora sexual”, Georgina
Orellano, TEDxRiodelaPlata [Vídeo]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=ZnOsAj1Wz0M
mujeres que la ejercen. En la cuarta sección de la investigación, aporto una

distinción más detallada sobre ambas posturas.

La relevancia de investigaciones sobre la prostitución son menester, pues por

medio de éstas se aporta a la reivindicación de los derechos de las mujeres.

Considero que, cuando se analiza el fenómeno de la prostitución, es

imprescindible concebir una teoría política que analice las relaciones de poder

existentes entre mujeres y hombres.

Tomando como marco de referencia los aportes de la filosofía feminista de Carole

Pateman y Rae Langton, así como de Marta Lamas desde la antropología, busco

ampliar el enfoque de ambas posturas. Esto con el fin de argumentar que

considerar a la prostitución como un ejercicio empoderante para la mujer es

erróneo, pues esta tiene fundamentaciones patriarcales. Lo anterior, no implica un

juicio adverso hacia las mujeres que ejercen la prostitución. Hace referencia a la

necesidad de ampliar el análisis del fenómeno para garantizar el consentimiento

válido y genuino en las mujeres que trabajan en la prostitución. Considero que,

para alcanzar el ejercicio efectivo de los derechos de las mujeres, no es correcto

dignificar a la prostitución y el lenguaje históricamente violento (puta y prostituta

como denominadores de mujeres no normativas de la mirada masculina).

En esta investigación realizaré un análisis conceptual del consentimiento en el

fenómeno de la prostitución a través de las investigaciones de Carole Pateman,

Rae Langton y Marta Lamas. Pateman y Langton. Por un lado, Pateman centra su
trabajo en el análisis de la historia política del contrato social, donde se señala que

la ciudadanía, el empleo y el matrimonia son instituciones contractuales (Pateman,

El Contrato sexual 1995, 6). Por otro lado, Langton, retoma de los discursos

políticos de Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon en Pornography and Civil

Rights: A New Day for Women's Equality (1988). A partir de éstos, realiza una

crítica feminista, desde la filosofía del lenguaje anglosajona, sobre el impacto de la

pornografía en las relaciones sociales entre mujeres y hombres. Finalmente, la

antropóloga Marta Lamas realiza una crítica, desde un feminismo prosex, de las

posturas políticas sobre el fenómeno de la prostitución, a saber, el abolicionismo y

el reglamentarismo.

En la primera sección se presentarán los supuestos de Carole Pateman en torno

al fenómeno de la prostitución en el libro El contrato sexual (1965). Después, se

presentará el análisis provisto por Rae Langton en el libro Sexual Solipsism (2009)

En la segunda sección se presentará una crítica al modelo legalista del

consentimiento. Para ello, se presentará la noción de consentimiento en las

investigaciones de Carole Pateman y Rae Langton. En la tercera sección se

presentará el fenómeno de la división sexual de la mujer en las sociedades

patriarcales. Esto, a partir del análisis de la política patriarcal provisto por Kate

Millet en Política Sexual (1995). Seguidamente, se realizará un análisis de la

concepción del ejercicio de la prostitución de Marta Lamas en Trabajadoras

sexuales: del estigma y la conciencia (1996), así como ¿Prostitución, trata o

trabajo? (2014) En la cuarta sección, se presentarán la relevancia actual del


análisis de las estructuras patriarcales que conforman los mercados sexuales.

Finalmente, se presentará una evaluación del papel que juega el consentimiento

en las patriarcales, para así proveer una concepción de la prostitución.

Análisis feminista de la pornografía y la prostitución

Introducción

En este capítulo se presentarán las investigaciones de Carole Pateman y Rae

Langton sobre la prostitución y pornografía respectivamente. En la primera sección

se presentará el análisis feminista de Pateman con respecto a la historia del

contrato social. Seguidamente, se analizará la concepción de prostitución presente

en El contrato sexual (1995).

El objetivo de la segunda sección es desarrollar el análisis provisto por Rae

Langton en Sexual solipsism. Esto, con el fin de comprender los puntos más

relevantes para el análisis conceptual del consentimiento en el fenómeno de la

prostitución. Se realizará un análisis a la afirmación “la pornografía subordina”,

señalando la existencia de actos del habla que subordinan. Para ello, se

mencionarán las condiciones necesarias bajo las cuales se puede clasificar a un

acto de autoridad. Posteriormente intentaré responder a la cuestión de si la

pornografía tiene la capacidad de subordinar a las mujeres.

Prostitución en la obra de Carole Pateman


Carole Pateman, analiza la historia del contrato social a la luz de una crítica

feminista de la diferencia sexual entre mujeres y hombres en el libro El contrato

sexual (1995). Pateman señala que, en la teoría liberal, las relaciones

contractuales son efectuadas por neutros, pues carecen de una distinción sexual

de los individuos.

La diferencia sexual

La diferencia sexual es la diferencia política entre mujeres y hombres, siendo

ambos partícipes de la sociedad civil (Pateman, El Contrato sexual 1995, 51). Esta

diferencia política puede verse reflejada al analizar el contrato de matrimonio, de

prostitución o el de subrogación. En eéstos, la mujer es parte del contrato, en tanto

que es su cuerpo lo que forma parte de un contrato entre varones (Pateman 1995,

305). Para los fines de mi investigación, analizaré el caso en específico del

contrato de prostitución.

Pateman sostiene que, a pesar de que concebir a las mujeres en tanto que

mujeres puede reforzar los mecanismos patriarcales en cuanto al sexo 3, dar/dotar

de/otorgar/señalar la importancia a la diferencia sexual es fundamental para el

acceso a la igualdad entre mujeres y hombres (Pateman 1995, 29). Porque, en la

teoría liberal, la mujer sí puede obtener la condición de individuo, pero ésta nunca

será la misma que la de los hombres. Pateman afirman que la estructura de las
3
Con esto refiero, por ejemplo, a la división sexista del rol social de la mujer: la dicotomía madre y puta de la
cual hablaré más ampliamente en el capítulo xxx. Posturas que tienen como fin la división del rol social y
laboral de hombres y mujeres –donde las mujeres se encuentran en un estado de subordinación ante los
hombres- apelando a la naturaleza de la sexualidad. Lo adecuadamente femenino, ante la mirada masculina,
es entonces lo dócil y casto, lo masculino lo relativo al poder y la fuerza. Parte de este análisis puede
encontrarse en (Millet 1995)
relaciones entre mujeres y hombres se cimentan tanto en su fisiología y su

biología natural, como en el significado político otorgado a ambas condiciones

(Pateman 1995, 308)

Considerar que, por ejemplo, las leyes deban ser neutrales, es afirmar que los

individuos pueden ser separados de cuerpos sexualmente diferenciados (Pateman

1995, 29). La teoría liberal parte de la misma presunción, sin embargo, la historia

del contrato sexual es fundamental para comprender mecanismos mediante los

cuales el varón legitima obtener acceso del cuerpo de las mujeres. Esto es así

porque la historia del contrato sexual se centra en las relaciones heterosexuales,

considerando a las mujeres en tanto que mujeres. El contrato sexual otorga la

importancia política de lo público y lo privado en la estructura social, pues tanto las

leyes públicas, como el ámbito familiar o privado, se estructuran a partir de lo

patriarcal (Pateman 1995, 29).

El problema de la prosti tución

En El contrato sexual, Pateman identifica varias formas mediante las cuales el

hombre ejerce su derecho patriarcal, una de éstas es la prostitución. La

prostitución es una forma más mediante la cual el hombre ejerce su derecho –

patriarcal- al acceso del cuerpo de las mujeres (Pateman 1995, 267). Realiza una

crítica a la defensa contractualista de la prostitución, donde ésta es concebida

como trabajo libre e intercambio libre. En contraste, Pateman sostiene que la


prostitución no es un trabajo como cualquier otro, pues la historia del contrato

sexual devela el error ante la visión contractualista.

Para comprender qué es lo problemático con la defensa contractualista de la

prostitución, es fundamental considerar que la prostituta es mujer, y que el cliente

es un varón. Esto no significa que se niegue la existencia de la prostitución de

varones, sino que, para un análisis feminista de ésta, es necesario que el sujeto

político sea la mujer; debido a que, se está hablando de una prostitución con

estructura patriarcal (Pateman 1995, 265).

El contrato de prosti tución

Desde la teoría contractualista, el contrato de empleo se realiza entre un

capitalista y un obrero, donde: el empleador obtiene derecho de ordenar sobre el

uso del trabajo del obrero, y donde su interés recae en el beneficio que el obrero

aporta mediante su cuerpo y no en el cuerpo mismo del obrero. Por otro lado, el

contrato de prostitución se da entre un cliente varón (que es otro trabajador, no un

empleador) y una prostituta, donde: se obtiene derecho unilateral al uso del cuerpo

de la mujer, y donde su interés recae en el cuerpo de la prostituta y la prostituta

misma (Pateman 1995, 280).

Con relación a la cuestión del vínculo del yo de una persona y su cuerpo, Pateman

señala que el cuerpo y el yo no son idénticos, pero sí inseparables (Pateman

1995, 284). El cuerpo en las relaciones sociales es fundamental. Por ejemplo: el


amo, ante un esclavo, no está interesado en las funciones físicas que ejecuta un

esclavo; la relación amo-esclavo solamente puede darse a través de un yo

corpóreo que propicie el significado político y social de la dominación. La

dominación esclavista y civil no se ejerce sobre entidades meramente materiales o

racionales, se ejerce ante yos corpóreos que ejecutan labores y tienen la facultad

de ofrecer un reconocimiento político ante un hombre (Pateman 1995, 284).

El yo corpóreo es sexualmente diferenciable: son mujer y hombre. La venta de los

cuerpos de las mujeres en el mercado sexual, implica la venta de un yo distinto a

la venta de un obrero. Cuando se realiza un contrato de prostitución, el interés es

en el uso sexual de una mujer en tanto que mujer. Trabajadores de todo tipo

mantienen un vínculo con su empleo. Pero la conexión del yo de la prostituta con

su sexualidad deviene en que, para su propia protección, deba distanciarse de su

uso sexual (Pateman 1995, 285).

Es incorrecto equiparar la labor de la prostitución con la de otro asalariado en

tanto que existe una diferencia sexual en los sujetos. Porque, la relación

contractual no es la misma; el contrato de prostitución no se maneja establece

entre un empleador. Finalmente, el interés del contrato recae en cuestiones

distintas. Denominar trabajadora a la prostituta es negar la relación de

subordinación patriarcal que la prostitución tiene en sus cimientos 4.

4
La crítica de Pateman al fenómeno de la prostitución no tiene la finalidad de realizar un juicio hacia las
mujeres que se comprometen a la prostitución. La prostitución, para la filósofa, no es un problema de las
mujeres, sino del sistema social patriarcal.
El fenómeno de la pornografía en Rae Langton

Introducción

El objetivo de esta sección es desarrollar el análisis provisto por Rae Langton en

Sexual solipsism. Esto, con el fin de comprender los puntos más relevantes para el

análisis conceptual del consentimiento en el fenómeno de la prostitución.

Se realizará un análisis de la afirmación “la pornografía subordina”, señalando la

existencia de actos del habla que subordinan. Para ello, se mencionarán las

condiciones necesarias bajo las cuales se puede clasificar a un acto de autoridad.

Posteriormente intentaré responder a la cuestión de si la pornografía tiene la

capacidad de subordinar a las mujeres.

El problema de la pornografí a

En el libro Sexual Solipsism (2009) la filósofa, Rae Langton analiza las

declaraciones que, la filósofa y abogada feminista, Catharine MacKinnon hace

sobre la pornografía como una forma de discriminación basada en el género.

MacKinnon, afirma que la pornografía subordina a las mujeres porque es material

sexual gráfico que explícita, en imágenes o palabras, actos violentos contras las

mujeres y que la pornografía silencia a las mujeres porque categoriza a la mujer

como objeto, cosa o contenido sexual, privándolas así de su libertad de expresión.


De acuerdo con MacKinnon, la pornografía es una forma del discurso. La

pornografía es un discurso cuyo contenido consiste en la representación gráfica y

audiovisual -para consumo comercial- de las interacciones sexuales entre

hombres y mujeres, donde estás últimas juegan un rol de subordinación. Discurso

por el cual se determina a las mujeres como objetos sexuales, utilizando

representaciones gráficas de violencia física, sexual y psicológica como un medio

de satisfacción y estimulo sexual para quien consume dicho discurso (Langton

2009, 25).

Langton señala que, cuando MacKinnon describe a la pornografía como la

subordinación de las mujeres sexualmente explícita, no solo la describe como

contenido que representa subordinación, sino, como contenido que causa

subordinación. Langton sostiene que MacKinnon no se interesa solamente en el

contenido de la pornografía y sus efectos; sino, atiende además en sus acciones.

A través de la teoría de los actos del habla5, Langton otorga una defensa filosófica

a las premisas de MacKinnon.

La teoría de los actos del habla sostiene que el lenguaje no solo representa el

mundo, sino que también es utilizado para realizar acciones. Las palabras que un

hablante pronuncia, pueden ser usadas para hacer todo tipo de acciones –como

puede ser permitir, prohibir u ordenar (Langton 2009, 27). Esta teoría fue

propuesta en la década de los años 60 por el filósofo inglés, J. L. Austin, en el libro

How to Do Things with Words (1962). Para Austin, es fundamental señalar tres

5
John L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras: Palabras y acciones, (Barcelona: Paidós, 1991).
tipos de actos del habla que se presentan en toda emisión lingüística: acto

locucionario, acto perlocucionario y acto ilocucionario (Langton 2009, 28).

Un ejemplo donde se representan los actos del habla: Un docente, dirigiéndose

hacia un grupo de estudiantes, dice “El examen de mañana tendrá el valor total de

su calificación final”; el simplemente pronunciar esta oración, representa el acto

locucionario, porque el acto locucionario se refiere únicamente al enunciado que

es pronunciado por un sujeto. El docente, al hacer esta declaración frente a su

clase, pudo haber ocasionado diferentes reacciones. Si una sola prueba es la que

dictaminará el desempeño total de sus asistentes, sería consecuente señalar que

algunos estudiantes se encontrarán sorprendidos ante la noticia. El hablante ha

provocado ciertos efectos ante sus escuchas: este es el acto perlocucionario.

Finalmente, el docente no ha tenido la intención de pronunciar estas palabras con

el único propósito de que sus alumnos se conmocionaran, sino que ha realizado

por lo menos dos acciones más: ha proporcionado información a los oyentes y, al

ser el catedrático, ha establecido la forma de evaluación del curso. Las acciones

realizadas al pronunciar un enunciado refieren al acto ilocucionario.

Langton sostiene que las premisas de MacKinnon describen las dimensiones

locucionarias, perlocucionarias e ilocucionarias del discurso pornográfico. El acto

locucionario es la representación gráfica y audiovisual de la subordinación de las

mujeres a través de su participación en actos sexuales. El factor distintivo de lo

que es o no es pornografía radica en su uso. No todas las representaciones

sexuales de subordinación son pornografía. Documentales o reportes policiales,


por ejemplo, pueden contener representaciones sexuales de subordinación y no

necesariamente ser pornografía. (Langton 2009, 38).

El acto perlocucionario puede ser descrito de distintas formas; es en este nivel

donde la distinción entre pornografía y un documental o reporte policial se clarifica.

Se pueden encontrar locuciones similares en ambos casos, sin embargo, algunos

consumidores obtendrán satisfacción y estímulo sexual, mientras que los otros,

por ejemplo, pueden sentirse indignados (Langton 2009, 38). Sin embargo, el

efecto de la pornografía puede hacer algo más que satisfacer sexualmente a sus

consumidores. Algunos de sus consumidores presentan una alteración en sus

actitudes y comportamientos hacia las mujeres, causando, finalmente, actos de

violencia.6

El hecho de que algunas mujeres sufran daño por la pornografía, no es aún

suficiente para considerar que la pornografía perpetua la subordinación de las

mujeres. Para esto, señala la filósofa, es necesario considerar el patrón asimétrico

de violencia sexual, y ver a ésta como un aspecto del estatus social de

subordinación de las mujeres (Langton 2009, 39): donde los agresores, en su

mayoría de ocasiones son hombres, y las mujeres, en mayoría, son las víctimas

6
Ante esta afirmación, Langton referencia algunos estudios compilados en The Question of Pornography:
Research Finding and Policy Implications. En éstos estudios, Langton rescata la tendencia cognitiva de
asociar la violencia con la sexualidad por parte de algunos consumidores de pornografía
“[…] Ellos pueden volverse más dispuestos a considerar a las mujeres como inferiores, más dispuestos a
aceptar los mitos de la violación (por ejemplo, que las mujeres disfrutan ser violadas), más dispuestos a
considerar a las víctimas de violación como merecedoras de ese trato y más dispuestos a decir que ellos
mismos violarían a alguien si pudieran librarse de las consecuencias” (Langton 2009, 39) (la traducción es
mía) “[…] they can become more likely to view women as inferior, more disposed to accept rape myths (for
example, that women enjoy rape), more likely to view rape victims as deserving of their treatment, and
more likely to say that they themselves would rape if they could get away with it.”
de las agresiones. Por lo tanto, si la pornografía tiene como efecto violencia

sexual, y, la violencia sexual es un aspecto de la subordinación de las mujeres,

entonces, la pornografía es un acto perlocucionario de subordinación. En otras

palabras, la pornografía perpetua la pre-existente subordinación de las mujeres.

Entendiendo cómo es que la pornografía puede ser considerada un acto del habla

–que en su contenido se encuentran los actos simultáneos locucionarios,

perlocucionarios e ilocucionarios-, y distinguiendo en ella su acto locucionario y

perlocucionario, queda entonces, comprender cómo es posible que un acto del

habla pueda subordinar. A saber, la fuerza ilocucionaria de subordinar 7.

Fuerza ilocucionaria y actos del habla que subordinan

Langton señala que, además de poder realizar acciones como permitir, prohibir u

ordenar con el lenguaje, también se puede causar daño e incluso oprimir a otras

personas. Ciertos tipos de discursos pueden llegar a tener la fuerza ilocucionaria

suficiente para realizar un acto de subordinación 8 (Langton 2009, 35). Por

7
Langton considera la posibilidad de una contra-argumentación ante lo que sostiene. Señala que existen
algunas situaciones en las que su caso paradigmático pueda fallar y, por lo tanto, podría dudarse de qué acto
ilocucionario se realiza. Una de las formas para garantizar la efectividad del acto de la pornografía, ante
aquellos casos que no cumplan con todas las condiciones del paradigma, es el acto ilocucionario. Por
ejemplo, alguien asiste a una fiesta, en parte, porque se realizó un acto ilocucionario de invitarle a la fiesta;
un estudiante estudia arduamente para un examen, en parte, porque el profesor realizó el acto ilocucionario
de establecer el examen como calificación total del curso. En esos casos, el acto ilocucionario explica el acto
perlocucionario. Para más (Langton, Sexual Solipsism 2009, 42)
8
La concepción de subordinación de Langton se menciona en la página 35 de Sexual solipsism: “Es colocar a
alguien en una posición de inferioridad o de menor poder, o bien, demeritar o discriminar a alguien” (la
traducción es mía)
“[…] Is to put them in a position of inferiority or loss of power, or to demean or denigrate them”
ejemplo, la situación del habla donde el director de una institución escolar dice “las

mujeres no pueden jugar futbol”.

Un acto del habla puede subordinar en virtud de: (1) jerarquiza a un grupo de

personas como socialmente inferiores, (2) que autoriza, legitima o recomienda un

comportamiento discriminatorio -por parte de sus oyentes hacia el referente- y (3)

priva a un grupo de personas de poder o derechos. Retomando mi ejemplo, el

director entonces jerarquiza a las mujeres como inferiores al mencionar que el

futbol no es un deporte apto para mujeres. Legitima a la comunidad escolar a

excluir a las mujeres de practicar un deporte, y, priva a las mujeres a participar en

un deporte dentro de la institución.

Langton señala que aquellas acciones que tienen la posibilidad de jerarquizar,

valorar y posicionar son ilocuciones veredictivas (Langton 2009, 36).Un ejemplo

que propone Langton es cuando un árbitro señala una “falta” en un partido de

tenis. El árbitro ha expresado su opinión, pero no solo ha hecho eso; ha dado su

veredicto. Si algún espectador del partido de tenis señalara que ha ocurrido una

“falta” en el juego, no se podría decir lo mismo de él. Ambos, espectador y árbitro,

han realizado el mismo acto ilocucionario. Sin embargo, los actos se distinguen

debido a la fuerza ilocucionaria de cada uno de los sujetos. Mientras que el acto

del espectador no ha generado ningún cambio respecto al puntaje del partido, el

acto del árbitro sí. El rol de autoridad del hablante juega un papel importante

cuando se trata de la fuerza ilocucionaria. Así, las ilocuciones que tienen la

característica de producir un veredicto ante un contexto –y, como condición


necesaria que su interlocutor ocupe un puesto de autoridad-, son clasificadas

como ilocuciones de autoridad (Langton 2009, 44).

El dominio sobre el cual puede clasificarse a un acto como de autoridad es

bastante amplio. Estos, pueden variar en cuanto a su tamaño y alcance. Por

ejemplo, el dominio sobre el que un docente obtiene la facultad de dominar –un

grupo de alumnos-, es con diferencia menor al dominio que el gobernador de un

Estado tiene –un Estado y todos sus habitantes-. Los actos de subordinación son

actos del habla de autoridad, por lo tanto, sin excepción, el sujeto que realice éste,

deberá tener autoridad dentro del suceso.

La pornografí a subordina a las mujeres

El enunciado: “la pornografía subordina a las mujeres” se puede argumentar de

diferentes maneras. Para esta investigación retomo dos argumentaciones. Para la

primera, es fundamental conocer la fuerza ilocucionaria de la pornografía. Si bien,

la pornografía no alcanza por completo el paradigma de un acto de subordinación,

aun así, puede tratarse de ésta. La pornografía tiene una fuerza ilocucionaria que

clasifica a las mujeres como objetos sexuales y legitima cierto comportamiento

hacia ellas, a saber, su fuerza perlocucionaria. La ilocución de la pornografía

explica, en parte, sus efectos perlocucionarios: alteración del comportamiento y

actitud hacia las mujeres por parte de algunos hombres, en virtud de obtener

satisfacción sexual por medio del uso de la violencia (Langton 2009, 43). Esta es

una forma en la que Langton responde a la cuestión. Si es el caso que la


pornografía tiene estos efectos perlocucionarios, entonces existen razones por las

que se puede afirmar la subordinación en ella.

La segunda forma en la que la filósofa argumenta que la pornografía subordina, es

descubrir si cumple con algunas condiciones de un acto de subordinación.

Anteriormente he mencionado que uno de los factores fundamentales para

reconocer un acto de subordinación radica en la autoridad que representa el

emisor. La cuestión es descubrir si la pornografía funge como una autoridad en el

dominio de las interacciones sexuales entre mujeres y hombres.

La pornografía no es una autoridad universal (Langton 2009, 45). Sin embargo, sí

funge como autoridad para aquellos consumidores que, además de

entretenimiento, quieren descubrir la manera correcta de interactuar en el ámbito

sexual. Así como para aquellos que socializan la violencia sexual contra las

mujeres debido al consumo de la pornografía. En ese dominio, y para esos

consumidores en particular, la pornografía puede tener la suficiente fuerza de

autoridad (Langton 2009, 46).

Es señalado entonces, cómo los actos locucionarios y perlocucionarios de la

pornografía subordinan a las mujeres y son causa de violencia sexual que viven

dentro de las interacciones sexuales con hombres que consumen este tipo de

discurso. Si bien, la pornografía puede no satisfacer todas las condiciones de un

acto de subordinación. Pero, si es el caso que conforma lo necesario del

paradigma, puede subordinar.


Conclusión

En este capítulo se presentaron los discursos de Carole Pateman y Rae Langton.

En la primera sección se presentó el análisis feminista de Pateman con respecto a

la historia del contrato social. Seguidamente, se analizó la concepción de

prostitución presente en El contrato sexual (1995).

El objetivo de la segunda sección fue desarrollar el análisis provisto por Rae

Langton en Sexual solipsism. Esto, con el fin de comprender los puntos más

relevantes para el análisis conceptual del consentimiento en el fenómeno de la

prostitución.

Se realizó un análisis a la afirmación “la pornografía subordina”, señalando la

existencia de actos del habla que subordinan. Para ello, se mencionaron las

condiciones necesarias bajo las cuales se puede clasificar a un acto de autoridad.

Posteriormente se resolvió a la cuestión de si la pornografía tiene la capacidad de

subordinar a las mujeres.

La desigualdad social entre hombres y mujeres en México: una


crítica al modelo legalista del consentimiento

Introducción

En este capítulo analizo el modelo legalista del consentimiento el cual se

considera al consentimiento como un acto que autoriza o prohíbe la realización de


actos en las relaciones sociales. En éste no se realiza una distinción entre mujeres

u hombres, la definición es neutra. Para ello, se presentará brevemente la noción

de consentimiento en el modelo legal mexicano. Para analizar el consentimiento,

se presentarán las concepciones del mismo de Carole Pateman y Rae Langton.

Esto, para otorgar la perspectiva de la distinción sexual en el acto del

consentimiento.

La concepción legalista del consenti miento

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 4°,

señala que mujeres y hombres son iguales ante la ley. A pesar de ello, no existen

condiciones igualitarias entre ambos. La Encuesta Nacional en vivienda 2017 dio a

conocer que las mujeres perciben un mayor grado de desigualdad política, social y

laboral frente a los hombres. Por ello es que el modelo legal mexicano ha

efectuado acciones afirmativas para garantizar el acceso al mismo trato y

oportunidades, como lo es la igualdad sustantiva. Ésta, según el artículo 5,

fracción V de la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres se define

como “el acceso al mismo trato y oportunidades para el reconocimiento, goce o

ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentales”. (Humanos

2019)

Un ejemplo de la aplicación de la igualdad sustantiva en México se encuentra en

los procesos electorales. La participación de las mujeres en los periodos


electorales de México ha sido escasa9. Por lo tanto, la implementación de la

igualdad sustantiva asegura que tanto mujeres como hombres tengan derecho a

una participación y representación igualitaria en su vida democrática (Mujeres

2020). La acción que el estado realiza para esto es estipular que los partidos

políticos tienen la obligación de cumplir con una cuota de género en las

candidaturas de sus órganos electorales.

Para los fines de esta investigación es necesario el análisis de las dinámicas

sociales y políticas que permiten la prevalencia de la violencia contra las mujeres,

así como el análisis de las acciones para combatirla. Señalar la pre-existente

desigualdad social, política y laboral entre mujeres y hombres es entonces

fundamental para la reflexión del acto de consentir. Pues, si las mujeres se

encuentran ante dificultades para vivir una vida libre de violencia, entonces existen

situaciones en las que el consentimiento se efectúa ante no iguales, con falta de

autonomía o con falta de libertad.

Consenti miento: nociones preliminares

La acción de consentir es considerada en la actualidad un pilar muy importante en

las relaciones sociales dentro de la literatura feminista. Esto es así porque es un

9
Véase Participación política de las mujeres en México: A 60 años del reconocimiento del derecho
al voto femenino de ONU Mujeres. En ésta se señala que la presencia de las mujeres en los cargos
del Poder Legislativo del Estado en la LXI y la LXII Legislatura no es mayor a un 38% en
contraposición de la representación de los hombres, con excepción en la Cámara de Senadores en
la Mesa Directiva, con un 55%
factor determinante en la distinción de relaciones sexuales (donde el deseo sexual

mutuo, como la satisfacción sexual mutua son necesarias) y un abuso sexual o

violación (una o ambas condiciones faltan) (Pateman, El contrato sexual 1995,

273).

El consentimiento, desde un enfoque legalista, es la acción de manifestar la

voluntad de aceptar, permitir o desear actos, condiciones y conductas

provenientes de otro. Consecuentemente, la falta o negación de consentimiento,

se considera como el rechazo total de aquellos actos, condiciones y conductas

solicitados o informados. Sin embargo, no todas las personas se encuentran en la

facultad de consentir, como es el caso de menores de edad y personas con

discapacidades psico-sociales. Esta consideración se debe a la capacidad jurídica

de las personas10.

Ante el análisis de la violencia sexual como producto de la subordinación y

opresión de las mujeres11, el enfoque legal del consentimiento resulta

problemático. Esto es así debido a que en México no existe una distinción entre

mujeres que consienten y hombres que consienten. La falta de amplitud ante el

concepto tiene como consecuencias el negar que la violencia contra las mujeres

es violencia con razones de género. Para prevenir y erradicar la violencia contra

las mujeres es fundamental considerar la cuestión del poder en el acto de

consentir.

10
Considero pertinente señalar que el enfoque legal, en algunas ocasiones, se encuentra en diálogo con el
enfoque de los derechos humanos.
11
Como lo es la división sexual del papel de la mujer en la sociedad.
Consenti miento como ejercicio de libre elección: un análisis desde la obra de Carole

Pateman

Carole Pateman señala que la idea de “individuos libres e iguales se refiere a

aquel individuo que, naturalmente, posee total poder de su persona y de sus

atributos, por lo tanto, gobierna su capacidad de consentir (Pateman, Women and

Consent 1980). Bajo esta noción liberal del consentimiento, las mujeres

ejemplifican aquel grupo de personas incapaces de consentir. (Pateman, Women

and Consent 1980)

Haciendo uso de la terminología de John Locke, Pateman analiza la concepción

contractualista de individuos libres e iguales a través de la historia. La filósofa

argumenta que el error en la teoría contractualista es la evasión de la diferencia

sexual entre hombres y mujeres (Pateman, El contrato sexual 1995). Pateman

señala que, para Locke, la sujeción de la mujer al participar en el contrato de

matrimonio tiene fundamentos naturales. Además, en un matrimonio, la voluntad

del hombre debe tomarse en cuenta antes que el de la mujer (Pateman, Women

and Consent 1980). Por lo tanto, la mujer se encuentra desprovista del título de

individuo. En otras palabras, la mujer, en la teoría liberal, está subordinada al

hombre.

Ser reconocido como un individuo libre e igual es básico para la teoría del

consentimiento. Porque sólo si es posible adjudicar este principio, su


consentimiento será útil. Pateman señala que, hasta bien avanzado el siglo XIX, el

papel social de una mujer casada se asemejaba al de un esclavo. Tanto esposa

como esclavo, eran personas en virtud de la existencia de otro. Prueba de la

sujeción de las esposas hacia el hombre, la encuentra en el reconocimiento social

y legal de las mujeres casadas, pues apunta que el ser conocidas por el apellido

del varón, contribuye al estigma social de las mujeres como propiedad del hombre.

Una reflexión crítica, con razón en la diferencia sexual entre mujeres y hombres

sobre el consentimiento, resulta fundamental. Esto es así, porque, en la historia de

la teoría liberal, las relaciones de poder y dominación en la vida política y sexual

han sido ignoradas (Pateman, Women and Consent 1980). Considerando la

estructura patriarcal –de sumisión y desigualdad-, no siempre el consentimiento es

dado bajo un ejercicio de libre elección, ni se encuentra en condiciones de

igualdad, donde es la mujer aquella que ve invalidadas estas categorías en la

socialización con el hombre.

Ausencia de consentimiento como violencia: El solipsismo sexual en Rae Langton

La noción del consentimiento ha tomado tanta fuerza en los últimos años, En gran

medida, debido a la prevalencia de abusos sexuales, que atenta contra la

autonomía y libertad de las personas afectadas. Presuponer o dimitir el

consentimiento de una persona ante una solicitud, es considerado un acto de

violencia; y ante algunos organismos jurídicos, un delito. 12

12
Ibíd., 8.
Rae Langton señala la gravedad de ignorar la posibilidad de las personas a

consentir, al distinguir dos tipos de solipsismos locales. El primero consiste en

tratar cosas como personas; otorgar a un objeto algunas cualidades de persona.

Golpear a una muñeca, por ejemplo, puede ser considerado como una falta física

hacia dicho objeto, si es que alguien decide otorgarle a la muñeca la cualidad de

sentir. Mas no importa, cuán fuerte se crea que se ha cometido un acto violento

hacia ésta, no existe manera de causarle daño a un objeto. La creencia de que

una persona tenga deberes morales hacia una cosa inanimada, no sólo representa

una falla con motivos racionales, sino también morales. (Langton 2009, 312)

El segundo tipo es el de tratar a personas como objetos. Este solipsismo consiste

en ignorar, o bien, minimizar o anular, algunas cualidades humanas de la persona

a la que se le trata como objeto (Langton 2009, 313). Por ejemplo, en una

habitación donde se hallen dos, personas libres e iguales (A) y (B): una de ellas

(A) realiza un tocamiento de índole sexual a (B), ésta manifiesta que no desea ser

tocada. (A) hace caso omiso de ello, pues solo le interesa obtener satisfacción

sexual a partir de un cuerpo –ignora que (B) es una persona pues la cosifica -. En

aquella habitación se encuentra más de una persona, más la relación de

cosificación resulta en que, para una de las partes, el otro es solo un medio para

conseguir un fin (Langton 2009, 313).

La omisión del consentimiento es considerada violencia, porque, representa actos

que atentan contra la autonomía y libertad de los individuos (Langton 2009, 313).
Si los individuos no son capaces de presentar actos voluntarios, se sigue que no

se refiere a un individuo libre e igual. Silenciar, ignorar y coaccionar el

consentimiento de otro, es extraer toda cualidad de persona. La omisión del

consentimiento es tratar al otro como cosa y, por tanto, es ejercer violencia hacia

otros.

El silenciamiento de las mujeres

Cuando Langton señala que la pornografía silencia a las mujeres, habla en

términos del discurso. Silenciar el discurso de alguien es impedir que alguien

realice actos con sus palabras (Langton, Sexual Solipsism 2009, 49). La

capacidad de silenciar un discurso, radica en el poder político de las personas. Por

ejemplo, aquella persona con la capacidad de decir “las mujeres no pueden jugar

futbol”, tiene un poder político tal que representa autoridad en esa situación

particular.

El silenciamiento puede presentarse en tres maneras distintas: ante el fallo de

realizar un acto locucionario, ante el fallo de un acto perlocucionario y ante el fallo

de un acto ilocucionario (Langton 2009, 48). En el primer caso, ninguna palabra es

emitida por parte de las personas silenciadas. Por ejemplo, un habitante de Corea

del Norte decide no cruzar la frontera con Corea del Sur, porque se siente

intimidado.
En el segundo caso, el fallo de un acto perlocucionario, el individuo habla o actúa,

pero el efecto esperado en sus escuchas no es logrado. Por ejemplo, un criminal

amenaza a un cajero para acceder a la caja fuerte del negocio. Repentinamente,

un agente policial aparece y grita “¡No lo hagas!”; de inmediato, el trabajador

abandona su sentimiento de angustia causado por el criminal.

Finalmente, el fallo ilocucionario se presenta cuando alguien pronuncia las

palabras adecuadas, con la intención adecuada, pero el fallo se encuentra en el

efecto en sus escuchas y en la acción que pretendía realizar. Por ejemplo, una

mujer protesta en contra de la violencia sexual que viven las mujeres, sin

embargo, su audiencia reacciona con burla y finalmente, su discurso es utilizado

por la audiencia como un medio de entretenimiento.

La posibilidad de realizar actos ilocucionarios es un asunto de poder político. Las

víctimas de silenciamiento presentan un poder político inferior en un dominio en

particular (Langton 2009, 49). Por lo tanto, aquellas personas que representan

autoridad en un dominio, tienen la habilidad de impedir que otras realicen actos

ilocucionarios (Langton 2009, 49).

Actos del habla que silencian

El silenciamiento puede ocurrir de diferentes maneras. Algunos discursos pueden

ser silenciados en virtud de ser una orden o una amenaza (Langton 2009, 51).
Aquel habitante de Corea del Norte decide no cruzar la frontera, o no protestar

mínimamente contra su gobierno, porque las leyes de comunidad le impiden

realizar ese tipo de actos. Otros discursos silencian en virtud de prevenir que el

hablante logre el efecto esperado en sus escuchas, como lo sería el caso del

agente policial. Él ha silenciado al criminal al alterar el acto perlocucionario de su

discurso.

Langton señala que el tercer caso de silenciamiento, el fallo ilocucionario, es el

caso paradigmático de la pornografía. En este caso, un discurso silencia a otro

inhabilitando las condiciones para que el discurso sea satisfactorio, –a pesar de

existir una locución e intención adecuada por parte del hablante-.

No existen parámetros infalibles para determinar las condiciones necesarias y

suficientes para lograr la efectividad de una situación del habla. Langton, tras el

análisis de algunos casos paradigmáticos de Austin, llega a la conclusión de que,

algunas veces, las condiciones se establecen por medio de otros discursos

(Langton 2009, 52). Algunos discursos construyen un espacio donde otros actos

del habla pueden suceder, por ejemplo, las leyes pueden promulgar las

condiciones necesarias para el matrimonio, el voto y el divorcio (Langton 2009,

52).

Langton utiliza un ejemplo para aproximarse al silenciamiento de las mujeres.

Considera la enunciación “no”. Éste es utilizado por las mujeres, por ejemplo, para

negar su participación en relaciones sexuales. Sin embargo, existen ocasiones en


las que sus actos pueden fallar (Langton 2009, 54). El “no” puede fallar de

distintas formas. Una de ellas es el fallo perlocucionario. El oyente reconoce que la

mujer se está negando a los actos, sin embargo, decide continuar con ellos. Ella

prohíbe, pero él falla en obedecer; este ejemplo es la descripción de una violación

sexual (Langton 2009, 54).

El fallo ilocucionario del consentimiento se presenta distintamente. Algunas veces,

cuando el “no” es realizado por una mujer, no es reconocido como un acto de

negación (Langton 2009, 54). Esto es así debido al rol social la mujer –su poder

político-. Langton utiliza como ejemplo el libro ORDEAL: an autobiography by

Linda Lovelace, es una autobiografía de Linda Marchiano, quien fue una actriz

pornográfica. En su obra, ella relata sus experiencias al participar en Deep Throat,

el filme estadounidense de 1972, donde Linda fue coprotagonista junto a Harry

Reems. Marchiano describe el abuso físico y psicológico al que fue sometida para

desempeñar su papel protagónico y protesta contra la industria pornográfica;

denunciando haber sido obligada a participar. Sin embargo, ORDEAL se

encuentra catalogado en la sección de literatura para adultos 13.

En su acto locucionario, Marchiano describe el estado de subordinación en el que

se encontraba. Además, la intención de Marchiano es protestar, por lo que su

intención con su discurso es, probablemente, que cause indignación a sus

consumidores. Sin embargo, es catalogado como literatura para adultos. En ese

13
Langton señala que este caso se presentó en un catálogo por correo de “Lectura para adultos”.
Enumerados en esta sección se encuentran 426. Forbidden Sexual Fantasies y 428. Orgy: An Erotic
Experience, siendo ORDEAL el número 427 de la sección (Langton, Sexual Solipsism 2009, 54).
contexto en específico, para esos oyentes en particular, su discurso es utilizado

como pornografía (Langton 2009, 55). Su protesta y denuncia ha sido

deshabilitada por los consumidores de pornografía. Las condiciones para

considerarlo un acto de protesta no fueron satisfechas en virtud de su género

(Langton 2009, 57)

De esta manera, la afirmación “la pornografía silencia a las mujeres” puede

interpretarse de la siguiente manera: Algunos discursos establecen las

condiciones para que otros discursos puedan darse; la pornografía establece las

condiciones de los actos del habla de las mujeres (Langton 2009, 57). Si es el

caso que la pornografía cuenta con la suficiente fuerza de autoridad–como se

analizó en la primera sección de esta investigación-, puede también, bajo ciertas

condiciones, silenciar el “no” de las mujeres (Langton 2009, 58). Por ejemplo, esto

puede ser así para alguien que busca en la pornografía aprender sobre las

interacciones sexuales entre mujeres y hombres.

Cuando una mujer rechaza participar en un encuentro sexual, manifiesta tener

autoridad en el dominio de su propio cuerpo. Si ella se encuentra ante tal situación

que deshabilite su posibilidad de consentimiento sexual, en cierto sentido, se le

despoja del control sobre su propio cuerpo. Si la pornografía evita que las mujeres

expresen su consentimiento, entonces, destruye su autoridad al silenciar su

discurso (Langton 2009, 59).


El caso de Linda Marchiano señala que cuando una mujer que fue actriz

pornográfica utiliza lenguaje sexualmente explícito y describe la violencia sexual

que vivió en su discurso, éste será concebido como pornografía (Langton 2009,

59). Langton considera que este podría no ser un caso aislado.

Langton finaliza su análisis bajo la conclusión de que tanto la afirmación “la

pornografía subordina a las mujeres”, como la afirmación “la pornografía silencia a

las mujeres”, son afirmaciones filosóficamente relevantes y defendibles. Son

cuestiones que giran en torno a la libertad de las mujeres en la sociedad patriarcal.

Subordinar es jerarquizar a alguien como socialmente inferior o de menor poder

(Langton, Sexual Solipsism 2009). Silenciar es privar a alguien de poder. Así, un

vínculo entre el acto de subordinar y silenciar se crea. Una forma de subordinación

es el silenciamiento, pues se priva a alguien de su libertad de expresión (Langton

2009, 62).

Prostitución como ejercicio liberador: análisis a la obra de Marta


Lamas

Introducción

En este capítulo se analizará la denominada dicotomía virgen/puta, la cual funge

como herramienta para la división sexual del rol social de la mujer en las

sociedades patriarcales. Para esto, se presentará el discurso de Kate Millet en

Política Sexual (1995) con respecto a las figuras femeninas y masculinas en este

sistema social.
En la sección final, se presentará la postura de Marta Lamas con respecto al

ejercicio de la prostitución. El objetivo en esta sección es introducir una crítica a la

actual defensa contractualista de la prostitución provisto por la antropóloga.

Nociones preliminares: la prosti tución como un trabajo libre

En la actualidad, es difícil establecer la evaluación del comercio sexual; ya sea

como una forma de trabajo remunerado o como una condición social que les

permita demandar derechos laborales14. En el debate actual existen discursos que

señalan la inherente subordinación de las mujeres prostitutas, y que consideran a

la regulación de la prostitución como una maniobra legal para ejercer violencia

hacia las mujeres prostitutas, y a las mujeres. 15

La palabra puta16 o prostituta hace referencia a aquellas mujeres que deciden o,

en algunos casos bajo coerción, se dedican al denominado comercio sexual. Sin

embargo, la denominación de puta no es usada por los hablantes exclusivamente

para referirse a la comunidad de mujeres que tienen como trabajo el comercio

14
La antropóloga Marta Lamas es una actual representante de esta postura.

15
Esta postura la podemos encontrar, por ejemplo, en Delia Escudilla, Violación consentida. La prostitución
sin maquillaje, una autobiografía, Biblioteca Militante – Trece Rosas, 2019
16
Para los fines de esta investigación, utilizaré ambas denominaciones como sinónimas, puesto que las
contextualizaré en torno a la prostitución. Sin embargo, no está de más señalar que puta tiene una
connotación más violenta que prostituta. Puta tiene una antigüedad mayor a prostituta; esta palabra fue
utilizada para nombrar a aquellas mujeres que mantenían relaciones sexuales fuera del matrimonio,
posteriormente, su uso escaló al punto de utilizarse para categorizar como inmoral o promiscua a toda
mujer que escapara de los límites de respetabilidad para la sociedad (Gant 2014, 15).
sexual. Un uso común de puta es también para referirse a mujeres que presentan

una actividad sexual en específico, o bien, para referirse peyorativamente a una

mujer por su actitud, acciones o decisiones que toma en relación con su vida

social, y, en el mayor de los casos, su vida sexual.

Dicotomía virgen/puta: la división masculina de las mujeres

“Así, los hombres se mueven entre dos figuras femeninas igualmente

deseables: la mujer modosa, virgen y que da muestras de ser fiable como

pareja y madre de los hijos; y las de fácil acceso pero que se ofrecen a

otros hombres. Se le llama a esta dicotomía la de la “virgen/puta” y es un

dilema conocido por la mayoría de culturas del mundo.” (Giménez 2008)

Teresa Giménez señala aquí un dilema conocido por la opinión pública. El dilema

en el cual se asigna o atribuye el papel de la mujer en estas dos categorías. En

primer lugar, se encuentra la mujer que es digna, según la mirada masculina17, de

ser considerada como un prospecto a mantener una relación estable con ella; a

otorgarle una estabilidad económica y a encomendar la tarea de la crianza de los

hijos al establecer una familia. Por otro lado, se encuentra aquella mujer de “fácil

acceso”, la que, en comparación con la primera, no es merecedora, o bien, no le


17
Male gaze (mirada masculina) es un término utilizado por teóricas del cine y el arte, acuñado por Laura
Mulvey, que posteriormente se ha investigado desde el análisis filosófico. La mirada masculina proyecta sus
fantasías sexuales en la figura femenina. Las mujeres son simultáneamente observadas y mostradas con una
apariencia fuertemente erótica. En el análisis artístico, las mujeres se convierten en objetos sexuales
(Mulvey 1999). Algunas de las consecuencias sociales y culturales del male gaze son a partir del rechazo de
que la percepción es una acción pasiva. La mirada masculina posee el poder suficiente para objetivar a la
mujer al someterla al escrutinio y al estado de posesión (Korsmeyer 2021). Perpetuando así el estado de
subordinación social de las mujeres ante los hombres al participar activamente en la división sexista de los
roles sociales.
corresponde la posibilidad de contemplarla como capaz de vivir en familia. Aunado

a esto, se le designa el nombre a esta disparidad como “virgen” y “puta”,

otorgando a la dicotomía un plano de desarrollo sexual. A la futura madre de hijos,

se le designa el carácter sexual de virgen, y a la mujer que no es fiable como

pareja, se le designa el de puta. 

La fi gura masculina y la fi gura femenina

La autora Kate Millet ya reconocía que “el sexo es una categoría social

impregnada de política” (Millet 1995). En el texto Política Sexual, Millet esboza la

teoría patriarcal, tomando como punto de partida la interacción social entre los

miembros de una comunidad.

 En su tesis, Millet define el concepto de “política” como un “conjunto de

relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los

cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo” (Millet 1995) y

señala que, en la actualidad el ordenamiento social tiene un carácter patriarcal;

pues tanto los sectores educativos, los sistemas de salud, el orden económico y el

poder ejecutivo del estado son y han sido ocupados por hombres. Si los poderes

básicos del orden social son ocupados por hombres, entonces se trata de un

gobierno patriarcal, entendiendo por éste como aquel orden en el que una mitad

de la población (los varones) se encuentran en facultad de ordenar o dominar a la

otra mitad de la población (las mujeres). 


Millet destaca dos rasgos fundamentales de un gobierno patriarcal. A saber: donde

el hombre tiene facultad y disponibilidad para dominar a las mujeres y, por otra

parte, donde el hombre de mayor edad somete a otros hombres en mejor rango de

edad o jerarquía social (Millet 1995, 70). La autora encuentra manifestada la

institución patriarcal en diversas áreas, como en las castas y clases sociales, en el

feudalismo, la burocracia e incluso en las principales religiones del mundo.

Millet retoma el análisis político de Hannah Arendt sobre la conformación de los

gobiernos, donde el gobierno puede estar respaldado por consenso, o impuesto

por medio del uso de la fuerza (Millet 1995, 71). Esta observación es fundamental

en el aspecto ideológico de la teoría patriarcal que Millet pretende construir, pues,

encuentra en la identidad sexo-genérica convenciones sobre las cuales se

refuerzan las normas fundamentales del patriarcado. Para la categoría femenina,

encuentra atribuciones como la pasividad, la ignorancia, la docilidad, la “virtud” y la

inutilidad. Para la masculina, se enumera la agresividad, la inteligencia, la fuerza y

la eficacia. Si el poder del orden social es ocupado en su totalidad o mayoría por

los hombres, como se señaló anteriormente, entonces a la mujer le resta estar

conforme con ello, o mostrarse sumisa ante tal situación (respaldar por consenso

el gobierno), o, en caso contrario, el orden social se sostiene por medio de la

utilización de la fuerza.

Es importante observar que esta distribución de roles corresponde a estereotipos

sexuales que propician la superioridad masculina, desencadenando la posición


social inequitativa del hombre y la mujer, volviéndola normativa. La mujer se

encuentra dominada por el hombre, y el papel sexual de ambos decreta un

riguroso esquema de cómo debe actuar y qué actividades se le encomiendan. A

cada individuo, al identificarse como masculino o femenino, en este sistema

patriarcal le son conferidas labores que correspondan con la normativa: el servicio

doméstico y el cuidado de la prole, para la mujer; todos los demás campos de la

productividad humana, para el hombre (Millet 1995, 72). 

Sin embargo, estas características, como ya se mencionó anteriormente, son

otorgadas en un contexto social en específico el que propicia las condiciones para

el desarrollo de los roles sexuales. En vista de que, no existe evidencia suficiente

para justificar la permanencia de la estratificación social patriarcal desde

fundamentos biológicos, Millet señala que la musculatura del hombre constituye un

carácter sexual secundario. La musculatura superior del varón frente a la de la

mujer, tiene un origen biológico, pero ésta es estimulada culturalmente 18.

Se ven reflejados los rasgos fundamentales del gobierno patriarcal: la mujer se

encuentra dominada por el hombre, y el hombre de más edad, de mayor poder

adquisitivo o mayor poder político, domina al hombre de menor edad, de menor

poder adquisitivo o de menor poder político. Esto es así en virtud del aprendizaje

de rasgos característicos. Una de las consecuencias de esta forma de


18
Si bien, dentro de los sistemas sociales de otras especies de animales también podemos encontrar atisbos
de un orden jerárquico, la dominación de un grupo sobre el otro no tiene la misma razón en la especie
humana. La observación, entonces, es pertinente al señalar la poca o nula relevancia que tiene la “robustez
física” cuando de relaciones políticas se refiere. En la división del trabajo, algunos individuos pertenecientes
a estratos inferiores realizan tareas que requieren mayor esfuerzo físico, sin importar si éstos son fornidos o
no (Millet 1995, 74).
organización social y cultural es que los hombres, dentro de una estructural

patriarcal, son capaces de desear y ver realizados sus intereses, con ayuda de la

subordinación femenina y la estratificación social.

División del papel sexual de la mujer dentro de las sociedades patriarcales

La primera distinción, la de la mujer modosa y virgen se ha visto justificada con las

convenciones sexo-genéricas: pasiva, ignorante, dócil, virtuosa y deseable. Se

asume que sólo esta figura es merecedora de la protección económica y política,

fuera y dentro, del contrato matrimonial. Y en concordancia a sus atributos

sociales, se le asigna un lugar dentro de la división del trabajo. La mujer fiable

como pareja y madre de los hijos, le compete la labor doméstica.

Aunado a esta estructura organizativa, la filósofa Carole Pateman encuentra

fuertes conexiones en la figura social del matrimonio y la esclavitud. Esto es así

porque en el contrato de matrimonio, la mujer trabaja de tiempo completo en el

hogar conyugal y no recibe paga. Para Pateman, las amas de casa son

semejantes a un esclavo, pues éstas solo reciben protección a cambio de sus

labores (Pateman 1995, 173).

La segunda categoría, por la cual se dividen a las mujeres en la sociedad

patriarcal, la mujer de fácil acceso es señalada como la puta. Es decir, aquella

mujer que convencionalmente, es poseedora de una actividad sexual fuera de los


límites impuestos por los roles sexuales. La puta, es también, la mujer partícipe

del comercio sexual.

La denominación puta como referente transgresor y liberador de las mujeres

La antropóloga Marta Lamas argumenta en ¿Prostitución, trata o trabajo? que la

prostitución voluntaria femenina “subvierte el paradigma de castidad y recato

inherente a la feminidad” (Lamas 2014), siendo esta observación coherente con la

sociabilización de los sexos antes descrita. Añade en contraste que esto no ocurre

con la prostitución masculina, pues “la valoración de la (prostitución) masculina

toma como ‘natural’ y valioso que a los varones les guste el sexo” 19.

Lamas analiza el fenómeno de la prostitución en la Ciudad de México a principios

de 1990. En las Jornadas Para El Análisis De La Prostitución Como Un Problema

Social -realizadas en agosto de 1990 en la Ciudad de México-, convocadas por la

Asamblea de Representantes del Distrito Federal, señala que, durante las

jornadas, la barrera entre decente y puta se empezó a difuminar, en virtud del

reconocimiento de la prostitución como una forma de trabajo. Además, señala que

este reconocimiento debería ser por parte de las mismas prostitutas, y de todas

las mujeres.

[…] Después de cierto tiempo la barrera entre ‘decente’ y ‘puta’ se empezó

a borrar, y surgió un reconocimiento. Tal vez porque unas somos el

19
Ibíd.
complemento de las otras o porque somos los que las otras desean – o

temen- ser, hay una gran carga de complicidad y solidaridad que tiene un

potencial extraordinario. (Lamas, El fulgor de la noche 1993)

Lamas justifica esta afirmación a partir de su trabajo de campo con Claudia

Colimoro, ex-trabajadora sexual y defensora de los derechos de las mismas.

Apoya la creencia de que el nombramiento de una mujer como puta o prostituta

equivale al reconocimiento mismo de las mujeres en colectividad.

Cuando Lamas señala “somos lo que las otras desean –o temen- ser”, refiere a

que el reconocimiento social de las prostitutas, no solo es en virtud del

reconocimiento laboral, sino también, de su expresión libre de la sexualidad.

Señala que, una mujer, al asumirse trabajadora sexual, atenta contra el

ordenamiento represivo de la sexualidad femenina, pues ésta decide libremente

sobre su sexualidad sin miedo al escrutinio (Lamas, El fulgor de la noche 1993).

Es por ello que enfatiza, al mencionarlo como lo que otras desean o temen, en el

reconocimiento general del trabajo sexual.

Prostituirse no es un tema individual, sino de todas las mujeres, señala Lamas.

Esto es así porque concibe a la prostitución como una respuesta a la división

sexual de la mujer, pues por medio del trabajo sexual las mujeres consiguen un

salario superior al que conseguirían en el mercado laboral en función a su

preparación. (Lamas 1996, 47).


No obstante, me es preciso señalar que este contraste con respecto a la libertad

sexual entre ambos sexos no es justificación suficiente para considerar la

denominación puta o prostituta como “transgresora y liberadora” (Lamas 2014). Y

esto es así, porque ninguna denominación que haga referencia a una distinción

entre figuras femeninas construidas desde un orden patriarcal puede ser

considerada como transgresora o liberadora. Porque aceptar el calificativo de

puta, es ser congruente con la normativa patriarcal. No es liberadora porque es

impuesta en virtud de la discriminación en razón de género; en virtud a la

posibilidad y entusiasmo de los hombres a la posesión de las mujeres.

Lo pernicioso en esta cuestión es la fundamentación patriarcal de la dicotomía

virgen/puta. Un ejemplo no muy alejado de la actualidad es el siguiente:

1. En una comunidad se tiene la costumbre de que, al casarse un hombre y

una mujer, la mujer cambiará de nombre legalmente de tal manera que se

señale que está casada; en comparación, el nombre del varón queda

intacto. Una mujer de nombre Inés Ramírez, decide, voluntariamente,

casarse con Alberto Castillo. El nombre de la mujer pasa entonces a ser

Sra. Inés Ramírez de Castillo. Denotando entonces una violencia simbólica

con ello, pues la mujer es señalada socialmente como algo que posee

Alberto Castillo al utilizar la preposición de seguido el apellido del varón. ¿El

reconocimiento de la mujer como un ser independiente y libre de acción, es

razón suficiente para que Inés Ramírez porte con orgullo y entusiasmo la

denominación de ser señora de alguien?


En este ejemplo se encuentran razones suficientes en las que la dicotomía

puede desarrollarse. Se presenta una relación de poder, pues por medio del

matrimonio, el varón recibe el reconocimiento social de que la mujer porte su

apellido. Se asigna un rol social a ambos sujetos debido a su sexo, además de

validar su identidad como persona en razón a su contrato matrimonial.

En mi ejemplo, Inés decide voluntariamente casarse. Su decisión puede

deberse, en parte por amor a su pareja, y en parte porque reconoce la

institución del matrimonio como un medio de subsistencia. Ahora el varón

asumirá su rol social de protector a cambio de que Inés cumpla con los

deberes del hogar. Sin embargo, otorgar su consentimiento para el contrato

matrimonial, no significa que los deseos y las aspiraciones de Inés se

encuentren en total sintonía con las concepciones patriarcales del matrimonio.

Al casarse, Inés ha sido señalada simbólicamente como la mujer de su esposo.

Esto no necesariamente significa que para liberarse de esta violencia y

reconocerse como una mujer libre e independiente, tenga que portar con

orgullo la denominación ser señora de alguien. Resignificar una denominación

patriarcal no la hace más libre, ni el no hacerlo la hace más víctima20.

Reconocer la subordinación en las interacciones sociales, no debería

considerarse como algo peyorativo. Un jornalero no es peor persona al


20
Utilizo aquí la categorización de víctima en razón al discurso de Lamas. Señala la antropóloga que uno de
los pasos fundamentales para la liberación sexual de las mujeres se encuentran en dejar de concebirlas
como pecadoras –pues ejercer una actividad moralmente incorrecta para la sociedad patriarcal- o como
víctimas –criticando aquí a los discursos feministas que no distinguen la trata de personas con fines de
explotación sexual de la prostitución, concibiendo así a todas las prostitutas como víctimas de trata- (Lamas,
Trabajadoras sexuales: del estigma a la conciencia 1996, 43).
reconocer que tiene menos oportunidades en el mercado laboral que un

profesionista, ni reconocer esto lo hace incapaz de defender sus derechos

como trabajador no asalariado.

Prosti tución como reconocimiento social para las mujeres como individuos libres e

independientes

De acuerdo con Marta Lamas, considero que la liberación de la mujer puede

nacer del reconocimiento de que las estructuras patriarcales causan y

perpetúan la violencia contra las mujeres. Sin embargo, me parece incorrecto

afirmar que la prostitución define los nuevos parámetros de la sexualidad

femenina (Lamas 1996, 49). Señalar que algunas prostitutas presentan un

goce generado por el “placer inmenso de la transgresión” ante atisbos de libre

decisión en las interacciones con los clientes o por vivir al límite de la

marginalidad (Lamas 1996, 49), es non sequitur de que la prostitución sea un

trabajo de libre elección transgresor y liberador ante la subordinación social de

las mujeres.

Finalmente, me parece pertinente señalar que Lamas realiza una distinción

entre dos tipos de clientes y de prostitutas. El primer tipo de clientes los señala

como indiferentes ante el fenómeno de la prostitución, probablemente

esporádicos. El segundo tipo de clientes suelen ser recurrentes, incluso

algunos llegan a presentar relaciones sentimentales con las prostitutas. Estos

suelen presentar una actitud respetuosa y atenta hacia las prostitutas (Lamas
2014, 60). Por otro lado, las prostitutas pueden dividirse en las culpabilizadas y

victimizadas, y en las seguras de sí mismas y reivindicativas (Lamas 1996, 49).

Mencionaré aquí dos cuestiones. Respecto a la mención de la existencia de

cliente respetuosos, considero pertinente señalar que la prostitución es una

actividad que, estructuralmente, subordina a la mujer. Utilizar la relación de

clientes particulares para concluir sobre la totalidad de un fenómeno es

incorrecto. Con respecto a la distinción entre el tipo de prostitutas que Marta

Lamas reconoció en su experiencia de acompañamiento a Claudia Colimoro,

señalo nuevamente que la experiencia particular de algunas prostitutas no es

argumento suficiente para ser resolutivo ante la totalidad de un fenómeno.

Además, la conjugación utilizada en sus denominaciones culpabilizadas y

victimizadas, denota que el estado de subordinación que viven este tipo de

prostitutas se debe a sus propios actos, haciéndolas responsables de cualquier

sentimiento de culpabilidad que presenten. Esta concepción de las mujeres

libera de culpa a las estructuras patriarcales que propician el comercio sexual,

además de participar activamente en una nueva división sexista de la mujer:

las mujeres prostitutas seguras de sí mismas son “’vengadoras’ de las mujeres”

(Lamas 1996, 49), mientras que otras se culpabilizan y victimizan.

Considerar a la prostitución como un trabajo que libera y subvierte el

paradigma de subordinación social de las mujeres es incorrecto. Porque, como

señala Pateman, a menos que los amos sean derrotados, ninguna reflexión
política acabará con la subordinación y les otorgará libertad (Pateman 1995,

283).

De igual manera, el ejercicio filosófico es relevante en el caso de la dicotomía

virgen/puta. ¿El reconocimiento de libertad sexual y libertad de decisión de las

mujeres es razón suficiente para retomar la denominación puta como un

estandarte liberador? La división masculina de las mujeres según su actitud y

temperamento es una forma de violencia hacia las mujeres al discriminarlas

según la manera en que decide manifestar su libertad como individuo

(posicionando a un grupo social como inferior) y al validar actitudes y acciones

violentas contra las mujeres no “merecedoras” de un trato digno (validar un

comportamiento discriminatorio hacia un grupo social). Por lo tanto, existen

razones suficientes para señalar que la denominación de puta y prostituta no

debería de concebirse como denominaciones transgresoras y liberadoras hacia

las mujeres.

Conclusión

En este capítulo se analizó la denominada dicotomía virgen/puta, la cual funge

como herramienta para la división sexual del rol social de la mujer en las

sociedades patriarcales. Para esto, se presentó el discurso de Kate Millet en

Política Sexual (1995) con respecto a las figuras femeninas y masculinas en este

sistema social.
En la sección final, se presentó la postura de Marta Lamas con respecto al

ejercicio de la prostitución. El objetivo en esta sección fue introducir una crítica a la

actual defensa contractualista de la prostitución provisto por la antropóloga.

Consentimiento en la prostitución: un análisis a partir de los


discursos de Pateman, Langton y Lamas

Introducción

El objetivo principal de esta sección es otorgar una crítica al enfoque legalista del

consentimiento, así como una defensa a las posturas abolicionistas de la

prostitución.

En la primera sección se presentará la problemática fundamental que existe en las

posturas sobre la prostitución: la contraposición de enfoques. Además, se

pretende incorporar la noción de violencia sexual y laboral dentro de los mercados

sexuales para ejemplificar la problemática. En la segunda sección, se realizará

una breve referencia de las investigaciones de Carole Pateman, Rae Langton y

Marta Lamas antes mencionados. Finalmente, en la última sección, se pretende

incorporar una propuesta de la noción del consentimiento que incorpore la

necesidad de las perspectivas abolicionistas y sitúe la violencia sexual que vive la

mujer en los mercados sexuales.


El problema estructural de los mercados sexuales: abolicionismo y reglamentarismo

Los mercados sexuales, como lo son la prostitución y la pornografía, han sido

frutos de debate en discusiones feministas. Esto es así debido a las posturas

políticas que existen ante estos fenómenos. El contraste entre estas posturas se

puede englobar en el reglamentarismo y en el abolicionismo. Por un lado, el

reglamentarismo busca dignificar la labor de las trabajadoras sexuales. Señala la

necesidad de una regulación y reconocimiento de los mercados sexuales como

una forma de trabajo. En cambio, una postura abolicionista se posiciona en contra

de la prevalencia del trabajo sexual. Las dos concepciones se distinguen en

cuanto a sus razones políticas. El reglamentarismo defiende la existencia de los

mercados sexuales ya que se estructura desde un feminismo prosex. En

contraposición, el abolicionismo se estructura desde un feminismo abolicionista.21

Según la Organización de las Naciones Unidas, la trata de personas es una

actividad ilícita que se realiza en todas las regiones del mundo 22. Las dinámicas

sociales que permiten la desigualdad entre hombres y mujeres, son propulsores

21
La distinción entre ambos feminismos es extensa y no resulta necesario para la investigación analizar cada
una. Sin embargo, de manera breve, el feminismo prosex no considera a los mercados sexuales como
causantes de la subordinación social de las mujeres. En cambio, el abolicionismo señala la inherente
cosificación de las mujeres en instituciones sociales como la pornografía y la prostitución. Estas teorías
abarcan más tópicos que los mercados sexuales, como lo son el género, los derechos civiles y la sexualidad.
22
Véase el “Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y
niños, que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada
Transnacional”, donde se define la trata de personas como “la captación, el transporte, el traslado, la
acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de
coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la
concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga
autoridad sobre otra, con fines de explotación”
de condiciones adecuadas para la trata de personas. Esta actividad es una

amenaza contra los derechos humanos de los grupos sociales más vulnerables:

mujeres e infancias. Al ser una actividad ilegal, pues las víctimas de trata sufren

explotación laboral y sexual, así como prácticas análogas a la esclavitud (ONU

2000), suele disfrazarse como prostitución.

La prostitución no es sinónimo de la trata de personas, sin embargo, ambas son

actividades que se nutren y perpetúan la desigualdad entre hombres y mujeres.

Las mujeres que participan en diversos mercados sexuales han señalado también

ser víctimas de explotación laboral y sexual, así como ocurre con las víctimas de

trata23. He aquí, una de las razones principales por las que los mercados sexuales

han sido analizados y criticados durante años: es plausible que exista un vínculo

entre el trabajo sexual y la violencia contra las mujeres. Una postura abolicionista,

entonces, analiza las estructuras sociales de los mercados sexuales para sostener

que la solución ante esta problemática es la abolición de los mercados sexuales.

El reglamentarismo, por su parte, señala que las leyes anti-prostitución violentan la

autonomía sexual de las personas al no permitir que adultos tomen decisiones

respecto a su actividad sexual.

Mercados sexuales y consenti miento desde una perspecti va feminista: una

aproximación desde los discursos de Pateman, Langton y Lamas

23
Véase
Las aproximaciones hacia los mercados sexuales se han realizado desde distintas

disciplinas. Como he mencionado antes, en El contrato sexual (1995), Carole

Pateman realiza una crítica al fenómeno de la prostitución desde la filosofía

política. Desde la filosofía del lenguaje, Rae Langton, provee una defensa

filosófica a los discursos políticos anti pornografía en la compilación de ensayos

Sexual Solipsism (2009). Por otro lado, la antropóloga Marta Lamas, analiza el

fenómeno de la prostitución, desde un feminismo prosex, en ¿Prostitución, trata o

trabajo?

La argumentación de Pateman, Langton y Lamas convergen en dos puntos. El

primero es que en sus discursos se encuentra una noción clara de los mercados

sexuales –en Pateman y Lamas, la prostitución; la pornografía en Langton. El

segundo es que en las tres autoras existe una estipulación del papel que juega el

consentimiento en los mercados sexuales. Desglosaré, de manera breve, cómo

conciben estos puntos cada una de las autoras en sus respectivas obras:

Carole Pateman: ¿Qué hay de malo en la prosti tución?

La filósofa Carole Pateman señala que la argumentación contractualista ofrece

una defensa inequívoca de la prostitución. Sostener que la prostitución es un

trabajo y, por lo tanto, la prostituta debe ser reconocida como una trabajadora, no

en todos los casos es una defensa de la prostitución. Sin embargo, Pateman

señala que, a falta de una contra-argumentación, si la prostitución es una forma


más de trabajo, la sugerencia implícita es que no existe nada inherentemente malo

en la prostitución (Pateman, El contrato sexual 1995, 263).

El punto central en la concepción de la prostitución para Pateman es la diferencia

sexual. La argumentación contractualista ignora por completo la determinación

sexual de la relación contractual de la prostitución. La historia del contrato sexual

es fundamental, pues esta señala que existen buenas razones por las que la

prostituta es una figura femenina, mientras que el comprador es una figura

masculina24.

Dado lo anterior, Pateman, concibe a la prostitución como uno de los modos

socialmente aceptados por el cual los varones tienen acceso al cuerpo de las

mujeres. Donde la relación sexual no implica una atracción sexual mutua. Es el

uso unilateral por un varón del cuerpo de la mujer a cambio de dinero (Pateman,

El contrato sexual 1995, 273).

Si la prostitución implica un uso unilateral del cuerpo de una persona, ¿qué

sucede con el consentimiento? Consentir, según la visión contractualista, es una

capacidad de los individuos libres e iguales. La autora señala que, de igual

manera, la historia del contrato sexual concibe a la mujer como naturalmente

subordinada al hombre. Esto señala un inherente problema para las mujeres, pues

ser un individuo libre e igual es el pilar fundamental para consentir (Pateman

1980). Sin embargo, las intenciones de esta investigación no son el estipular que
24
La socialización de las relaciones heterosexuales, las relaciones de poder y la historia del sistema
patriarcal resultan ampliativos ante la cuestión.
el consentimiento es nulo para las mujeres. Lo relevante es el acto reflexivo de las

desigualdades sociales entre hombres y mujeres para así reestructurar la noción

de consentimiento para un libre e igual ejercicio de éste.

Rae Langton: el silenciamiento de las mujeres

Desde la filosofía del lenguaje, Langton busca otorgar una defensa filosófica de la

tesis de que la pornografía silencia y subordina a las mujeres. En primer lugar,

como se mencionó en el capítulo anterior, la pornografía puede subordinar a las

mujeres en tanto que tiene la suficiente fuerza perlocucionaria para que los

comportamientos y actitudes de los hombres puedan verse alterados –en mayor o

menor medida-; sin embargo, la autora aclara que este postulado no pretende ser

concluyente ni resolutivo ante la cuestión. En segundo lugar, la pornografía puede

silenciar a las mujeres, dado que cuenta con la suficiente fuerza ilocucionaria para

provocar un fallo ante la posibilidad de consentir de las mujeres en algunas

situaciones (Langton 2009).

La pornografía es concebida como una forma más de lenguaje. Esto es así ya que

la filósofa retoma la teoría de los actos del habla para la construcción de su

argumentación. El contenido de esta forma de lenguaje es la representación de

actos sexuales, los cuales son utilizados para la satisfacción sexual de sus

consumidores. Además, considera que la pornografía funge como figura de


autoridad para las relaciones sexuales entre hombres y mujeres, por lo que cuenta

con la suficiente fuerza perlocucionaria e ilocucionaria como para perpetuar el

ciclo prexistente de violencia contra la mujer.

Marta Lamas: el método transgresor contra la concepción represiva de la sexualidad

La antropóloga Marta Lamas, en “Trabajadoras sexuales: del estigma a la

conciencia política” realiza un trabajo de investigación al acompañar a Claudia

Colimoro, trabajadora sexual y activista, en su día a día en el fenómeno de la

prostitución. A través de entrevistas anónimas y acompañamientos a reuniones y

congresos por la defensa de las trabajadoras sexuales, Lamas realiza una crítica,

desde un feminismo prosex, al fenómeno. Señala que la reivindicación de las

prostitutas como mujeres trabajadoras es un acto transgresor al estigma social de

la prostitución (Lamas 1996).

En contraposición a Carole Pateman, Lamas considera que la concepción

contractualista de la prostitución –aquella que plantea la prostitución como un

trabajado elegido-, ofrece a las prostitutas la oportunidad de transgredir la

violencia simbólica que sufren (Lamas 1996, 44-45). La violencia simbólica es

aquella que reproduce las estructuras de dominación entre hombres y mujeres, a

saber, la división sexual de la mujer entre “putas” y “decentes”. Donde el rol sexual

del hombre es de protector y actor de las estrategias matrimoniales.


Como método para enfrentar y erradicar la violencia simbólica que se ejerce

contra la mujer, la prostitución es definida como una forma de ganarse la vida.

Esta noción rechaza la concepción de la prostitución como un pecado, vicio o un

destino para las mujeres (Lamas 1996, 41). Además, señala que no basta que las

mujeres reflexionen sobre su condición como prostitutas y se organicen para

defender sus derechos básicos. Para garantizar el ejercicio de la prostitución libre

de violencia, es fundamental definir los nuevos contornos de una sexualidad

femenina más igualitaria: no mujeres victimizadas y culpabilizadas, sino, mujeres

seguras de sí mismas y agresivamente reivindicativas (Lamas 1996, 50).

Consentimiento: la necesidad de las perspectivas abolicionistas

Desde un enfoque legalista, el consentimiento es la acción de manifestar la

voluntad de aceptar, permitir o desear actos, condiciones y conductas

provenientes de otro.25 Este enfoque resulta poco resolutivo ante las problemáticas

de los comercios sexuales. Al situar el concepto del consentimiento, por ejemplo,

ante la actividad de la trata personas –donde, por medio de distintas formas de

coacción se concede el consentimiento-, hace notar la necesidad de ampliar el

enfoque. Mi objeción es la falta de explicitud ante el análisis conceptual del

consentimiento -por parte del enfoque legalista y de feminismos reglamentaristas-.

25
Véase Código Civil Federal de los Estados Unidos Mexicanos.
Considero que, para otorgar una mayor claridad ante la noción del consentimiento,

son necesarias tres consideraciones: (1) el consentimiento no se manifiesta de

manera igual entre hombres y mujeres, aunado a que (2) existen condiciones

específicas en que las mujeres se encuentren en un estado de difícil acceso o

incapacidad de consentir y (3) no existe una manera efectiva en que individuos

oprimidos26, tengan la facultad de despojarse a sí mismos de sus desventajas

sociales, para así practicar un consentimiento válido y genuino.

Para la garantizar los derechos de las prostitutas, considero que no es adecuado

defender la postura contractualista de la prostitución. En primer lugar, porque la

prostitución es una relación de intercambio que, típicamente, no se da entre

iguales, fallando en cumplir con la primera consideración ncesaria. El análisis del

consentimiento entre hombres y mujeres –en los discursos de Carole Pateman y

Rae Langton- y la historia de la teoría patriarcal en Kate Millet, ilustran la

inherente desigualdad entre mujeres y hombres, donde el hombre es aquel que

ejerce poder de dominación social sobre las mujeres. Por ello, ante el análisis de

las relaciones de intercambio, es fundamental considerar la diferencia sexual, de

los individuos desde un enfoque feminista

Considero que la prostitución es una actividad por medio de la cual una mujer

ofrece servicios sexuales a cambio de una remuneración económica, donde el

hombre es aquel que solicita los servicios, por lo cual, tampoco se cumple la

segunda consideración antes enunciada. El análisis de las estructuras patriarcales

26
Entendiendo por esto a una relación de subordinación vinculada a la violencia.
–como el contrato sexual, la división sexual del papel de la mujer y la socialización

de la masculinidad- me es útil para señalar que categorías como la autonomía y la

libertad en las prostitutas, en algunos contextos de desigualdad –como la

prostitución forzada, lenocinio y en mujeres con menor acceso a la movilidad

social-, no pueden garantizarse en su totalidad. Por lo tanto, no es correcto

presuponer que todos los individuos, en la relación de intercambio que se da en la

prostitución, gozan de estas categorías. Para un ejercicio válido y genuino del

consentimiento, considero indispensable garantizar a todos los individuos de estas

categorías –desde el ámbito privado al público-, pues solo así podremos asegurar

espacios libres de violencia para las mujeres en los mercados sexuales.

Dado que el sistema patriarcal, así como la prostitución, no son un problema solo

de la esfera social de lo privado, sino también de lo público, el acceso a la

igualdad de las prostitutas no descansa en ellas mismas. Por lo tanto, tampoco se

cumple la tercera condición y es erróneo afirmar que el ejercicio de la prostitución

es un acto transgresor ante la concepción represiva de la sexualidad de las

mujeres, como sostiene Lamas. Señalar que algunos individuos ejercen libremente

la prostitución, es insuficiente para declarar que todo sujeto es capaz de

despojarse de sus estados de subordinación 27. Por lo tanto, el fenómeno de la

prostitución no es ilustrado en su totalidad al denominarlo como trabajo de libre

elección. Considero que para garantizar la libertad y autonomía de las prostitutas

es necesario discernir entre lo privado de lo público, así como reflexionar ante la

27
Aquí, el estado de subordinación refiere a la relación entre subordinación y violación, vínculo que es
introducido por Rae Langton en Sexual solipsism.
ineficacia del empoderamiento como método transgresor hacia estructuras de

desigualdad.

Finalmente, cuando afirmo que el consentimiento válido y genuino no es del todo

asegurado para las mujeres en la prostitución, no significa que las mujeres sean

incapaces de consentir. Esto es solo con el fin de reconocer que el consentimiento

en la prostitución es ejercido bajo condiciones patriarcales, provocando así que

algunas mujeres se encuentren privadas de consentir. Pues, como lo señala

Pateman, criticar las estructuras patriarcales de la sociedad, no implica

necesariamente un juicio adverso sobre las mujeres inmersas en éstas (Pateman

1995, 266).

Conclusión

En esta investigación se otorgó una crítica al enfoque legalista del consentimiento,

así como una defensa a las posturas abolicionistas de la prostitución.

En la primera sección se presentó la problemática fundamental que existe en la

prostitución. Ésta fue ejemplificada al incorporar la noción de violencia sexual y

laboral dentro de los mercados sexuales. En la segunda sección, se realizó una

breve exposición de los discursos de Carole Pateman y Rae Langton. Finalmente,

en la última sección, se incorporó una propuesta de la noción del consentimiento

señala la necesidad de las perspectivas abolicionistas y sitúa este concepto ante

la violencia sexual que vive la mujer en los mercados sexuales.

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